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El «accidente» que convirtió a los Dioses en Demonios.


El «accidente» que convirtió a los Dioses en Demonios.




Dios es fácil. En todas las tradiciones, Dios [o los Dioses] se manifiesta, se presenta a sí mismo ante un grupo selecto de seres humanos, se identifica como el Creador, y acto seguido entrega o expresa algún tipo de manual de conducta que espera que sigamos. Dios es directo, pero los Demonios...

¿Cómo llegamos a saber lo que creemos saber sobre los Demonios? ¿En qué momento se produjo la transferencia de ese conocimiento?

No me refiero aquí a los tratados demonológicos de la Edad Media, donde se afirma con bastante liviandad que tal Demonio es mariscal, tal otro un duque, y aquel lidera tantas legiones. La clasificación demoníaca sobre la base de una estructura aristocrática y militar es lo suficientemente ridícula como no demandar una refutación. La verdadera respuesta acerca de cómo el ser humano obtuvo sus supuestos conocimientos sobre los Demonios podría ser... accidental.

En algún punto de nuestra [pre]historia, la mente humana estuvo lo suficientemente madura como para empezar a producir Demonios. Las formas particulares de estos Demonios [sus nombres] estarían determinados por una variedad de circunstancias: geográficas, políticas, climáticas, e incluso accidentales [ver: Lingua Diaboli: el lenguaje del diablo]

En sus notas sobre el Rig-Veda, el filólogo alemán Friedrich Max Müller (1823-1900) notó que la formación del nombre de una prominente figura de la mitología hindú fue, con toda probabilidad, un accidente. En los primeros himnos védicos aparece el nombre de Aditi como la madre de muchos dioses, y tres veces se menciona el nombre femenino Diti. Hay razones para creer [al menos Max Müller las tenía] que Diti es un mero reflejo de Aditi, cuyo nombre original cambió a causa de la licencia poética de un recitador. Sin embargo, la mayoría de los escribas hindúes consideraban cada letra de un libro como algo sagrado, de modo que Aditi siguió siendo Aditi, pero Diti permaneció en la cultura oral. Siglos después [olvidada la licencia y el recitador], esta Aditi decapitada, Diti, evolucionó hasta convertirse en un ser separado y poderoso.

¿Qué tiene que ver esto con los Demonios? Mucho, porque siendo que cada nicho en el amplio abanico de dioses ya estaba ocupado, la nueva forma [Diti] fue relegada al reino del mal, donde permaneció como la madre de los enemigos de los dioses, los Daityas. En otras palabras, esta deidad, nacida de una licencia poética [acaso de una necesidad métrica de recitado], se convirtió, «por accidente», en un Demonio. [ver: Demonios femeninos]

La estrecha semejanza entre estos dos nombres de la mitología hindú [Diti y Aditi], que representan, cada uno, lo mejor y lo peor, el Bien y el Mal, nació de un incidente trivial. No todos, pero muchos Demonios de los mitos bíblicos siguen el mismo patrón.

La palabra demonio es en sí misma un accidente [ver: ¿Qué significa la palabra «demonio»?]. Originalmente tenía un significado «bueno», en lugar de malo. El sánscrito deva [«el que brilla»] se corresponde con el griego θεος, el latín deus, el anglosajón tiw; y permanece en la palabra «deidad». El demonio de Sócrates es la personificación de un ser todavía bueno, pero en el camino del deterioro o declive de la pura divinidad. Platón declara que los hombres buenos, cuando mueren, se convierten en «demonios» [daimones], y afirma que estos son mensajeros entre los dioses y los hombres. ¿En qué momento los Demonios descendieron tanto hasta convertirse en los desagradables duques, condes y mariscales retratados por la demonología?

Este proceso mediante el cual una entidad «buena» se convierte en «mala» a veces se desarrolla repentinamente. Por ejemplo, la palabra inglesa bogey, especie de apodo para un espíritu maligno [bogey-man, u «hombre de la bolsa» para nosotros], proviene de una vieja palabra eslava para Dios: Bog. En ciertas partes de Europa, Bog se expandió como bogey [bwg, en galés, denominando una especie de duende], pero en las tierras eslavas, donde significaba «Dios», comenzó posiblemente como una variante local del hindú Bhaga, el Señor de la Vida. Es decir que el Hombre de la Bolsa, originalmente, fue Dios. Así de radicales pueden ser los «accidentes» que conducen a convertirte en un Demonio.

Cuando llegamos a los nombres particulares de los Demonios vemos que muchos de ellos preservan huellas etimológicas de su esplendor original. El nombre de Siva, el dios hindú de la destrucción, significa «auspicioso», derivado de svī, «prosperar». Algo similar ocurre con muchos Demonios de los mitos bíblicos: nombres «buenos» pero que cometen acciones contrarias a Dios. La teología afirma que esto se debe a que los Demonios eran originalmente ángeles que «cayeron» de la gracia divina, pero que algunos conservaron nombres elogiosos, como Lucifer, el «portador de la luz». Sin embargo, es probable que la historia de esa «caída» haya sido fabricada para justificar la existencia de seres [supuestamente] malignos pero con nombres que refieren a cuestiones nobles [ver: La teoría «Satanás NO fue un hermoso ángel llamado Lucifer»]

En algunas leyendas persas se menciona a Ahrimán como un demonio del fuego, de quien provienen los djinns. Tiene sentido: si alguien está asociado al fuego, debe ser «malo». Sin embargo, sabemos que en las primersas fases de todas las mitologías, el fuego era un signo de santidad: Lucifer es el ángel caído de la estrella de la mañana; Loki, el más cercano a un poder maligno en los mitos nórdicos, significa «llama».

El Demonio Azazel, cuyo nombre es incorrectamente traducido en la Biblia como «chivo expiatorio», parece haber sido originalmente una deidad premosaica. De hecho, los cuatro principales Demonios mencionados en los mitos hebreos [Samael, Azazel, Asael y Maccathiel] son personificaciones de elementos que se desprenden de una deidad principal. Samael significa «mano izquierda de Dios»; Azazel, «fuerza de Dios»; Asaël, «fuerza reproductiva de Dios»; y Maccathiel, «poder retributivo de Dios». Es por esta razón que los Demonios más poderosos han sido asociados en la imaginación popular con las estrellas, planetas, cometas y otros fenómenos celestes, ya que estos eran vistos como desprendimientos o acciones de Dios.

De hecho, legendaria caída de Lucifer está directamente relacionada a la evolución, o inversión, del mito original: Lucifer, la estrella de la mañana, era la luz temprana que disipaba las tinieblas de la noche y revelaba las malas obras cometidas en la oscuridad. Poco a poco, Lucifer dejó simplemente de iluminar, a primera hora del día, los crímenes y malas obras cometidas durante la noche, y comenzó a vengarlas. Eventualmente, el mito fue evolucionando hasta convertirlo en instigador del mal que, originalmente, revelaba con su luz y luego castigaba.

Otro «accidente» interesante tiene como protagonista al Demonio Belial, cuyo nombre significa «impiedad». Debido a una mala interpretación del Antiguo Testamento por parte de los traductores de la Septuaginta, pasó de ser una simple palabra a una entidad; y así pasó al Nuevo Testamento. Por ejemplo, en Corintios se dice «¿Qué concordia tiene Cristo con Belial?». Pero la palabra belial [«impiedad»] no se usaba originalmente como un nombre propio, y la creación tardía de un Demonio a partir de ella puede atribuirse a un «accidente».

En los mitos griegos, las deidades «caídas» siempre manifiestan algún defecto físico, como Hefestos, lisiado desde que Zeus lo arrojara desde el Olimpo. En las leyendas medievales, el Diablo generalmente aparece con la misma característica de cojera. El pie hendido del Diablo medieval se repite en casi todas las leyendas donde se lo menciona. Incluso los cuernos, popularmente atribuidos al Diablo, posiblemente se originaron a partir de la aureola que indicaba la gloria de su estado original. Las primeras representaciones de Satanás lo muestran usando la aureola, y solo se le agregaron cuernos cuando el arte incorporó los modelos de Pan y los Sátiros.

Cada panteón mitológico se construyó sobre la base de especulaciones intelectuales. En un sentido moral, las primeras deidades tenían actitudes más o menos demoníacas. Casi se puede afirmar que la religión, considerada como un servicio de adoración a seres sobrehumanos, comenzó con la propiciación de los Demonios, aunque estos se hicieran llamar Dioses. El ser humano descubrió muy pronto que las cosas buenas eran excepciones, mientras que las dificultades brotaban por todas partes. Los poderes malignos parecían ser los más fuertes; razón por la cual las deidades más poderosas siempre tienen un toque demoníaco en ellas [ver: Los Demonios, el amor, y el placer]

El esplendor, el poder y la majestad siempre van de la mano con la amenaza. El sol, quizás, es el primer ejemplo de divinidad, no a pesar de que puede causar estragos, sino porque puede causarlos. Siendo las divinidades tan poderosas, seres con la capacidad de ayudar pero también de destruir, la temerosa adoración que se les rendía incluyó la utilización de nombres halagadores, elogiosos. De hecho, los sacrificios con los que los seres humanos intentaban propiciar a estas divnidades, nunca se habrían podido ofrecer a un dios poder puramente benévolo. Cuánto más retrocedemos en el tiempo, los dioses están menos divididos en rangos de seres benévolos y malévolos. Tal es así que, cuando el ser humano comenzó a establecer una distinción moral entre el bien y el mal, la cosmogonía se transformó en religión.

El proceso intermedio, la zona gris, en la cual el bien y el mal se diferenciaron y avanzaron hasta personificarse por separado, no es del todo claro, sin embargo, hay indicios, como la relación entre Baal y Baal-zebub [Belcebú]. Uno representa al Sol como vivificador, el otro su poder destructivo. Baal-zebub es el «señor-mosca» [el mismo epíteto del Zeus adorado en Elis], una deidad filistea que daba oráculos, y que poco a poco fue cambiando su esencia debido a un mero juego de palabras. Su nombre se convirtió en Beelzebul, «señor del estiercol».

En los mitos nórdicos, más precisamente en los Eddas, Loki hace referencia a su pasado común con Odín; es decir, una era olvidada donde ambos eran simultáneamente «buenos» y «malos»:


¡Odín! ¿Recuerdas?
cuando en los primeros días
mezclamos nuestra sangre?


La mitología hindú es tan vasta que, se dice, no tiene espacio para el Diablo; sin embargo, el mal está tan bien distribuido entre las deidades «buenas» que realmente no hay necesidad de un Demonio completamente «malo». Lo mismo puede decirse de los mitos hebreos más antiguos. No tenían un Diablo en su mitología, porque el celoso y vengativo Jehová cumplía ese rol perfectamente. De hecho, la admisión del Diablo en todos los panteones siempre trae consigo el rechazo de los dioses «buenos». Por ejemplo, cuando Loki se presenta en la asamblea de los dioses, es recibido con cierto destrato por parte de los Aesir; pero entonces comienza a mencionar incidentes en la vida de cada uno de los dioses que muestran que ninguno es mejor que él. Los Aesir, incapaces de responder, confirman las críticas teológicas de Loki atándolo con una serpiente [ver: La verdadera muerte de Odín]

Es necesario hacer una distinción entre Demonio y Diablo. En la antigüedad, el mundo estuvo lleno de historias de Demonios antes de que existiera una encarnación formal del Principio del Mal. Estos primeros Demonios no tenían carácter moral. No hay un estallido de indignación moral cuando Indra mata a Vritra, y el rostro de Apolo está sereno cuando su dardo atraviesa a Pitón. Se requirió un desarrollo mayor del sentimiento moral para dar lugar a la concepción de un Demonio, y más aún para creer en un espíritu puramente maligno. Podemos pensar en el Diablo [en términos de Principio del Mal] como un ser que hace el mal por el mal mismo; mientras que la nocividad de los Demonios es accesoria de otras satisfacciones [ver: El Diablo como amante]. Recordemos que las palabras deidad y demonio alguna vez fueron intercambiables, y la última simplemente se degradó para designar fuerzas y cualidades menos benéficas.

Cada Dios mitológico tenía su Sombra [en términos de Carl Jung] muy bien integrada, pero bajo la influencia del dualismo esta Sombra alcanzó una existencia propia y una personalidad distinta en la imaginación popular. Una vez establecido el principio de que un Dios amoroso solo es capaz de realizar buenas acciones, surgió la necesidad de que alguien más personificara todas las desgracias y tragedias que suceden en el mundo.

Algunas transformaciones de Deidades en Demonios, y el consecuente abandono de su culto salvo por una minoría, a veces dejó rastros en las lenguas. La palabra alemana para «ídolo» es abgott, que significa «ex-dios», lo cual deja en evidencia que algunos ídolos paganos, cuyo culto se había abandonado, eran en realidad antiguos dioses. De más está decir que el cristianismo, sobre todo, se comprometió a suprimir cualquier tipo de creencia ajena a las suya, de modo tal que las deidades paganas pronto se convirtieron en Demonios. Esta demostró ser una estrategia brillante. Los cristianos nunca negaron la existencia de las deidades que estaban tratando de suprimir, eso podría haber causado una reacción; simplemente mantuvieron la existencia de los dioses nativos, pero los llamaron Demonios. Así, el cristianismo no podía ser acusado de suprimir o borrar la existencia de una deidad local; por el contrario, las incorporó [ver: La derrota de los dioses paganos]

En cada territorio conquistado por una nueva religión siempre se encuentran unos pocos individuos que se aferran a sus antiguas deidades. Estos serán llamados «herejes», pero aun así seguirán practicando sus antiguos ritos, incluso después de haber tenido que aceptar la imposición del conquistador y llamar Demonios a sus antiguos dioses.

La evolución de los Demonios a partir de deidades se terminó de establecer a través del arte, porque la degradación teórica de estas deidades solo podía completarse cuando se presentaban a la vista en formas repulsivas. Sin embargo, las grandes representaciones del mal nunca han sido, originalmente, feas. Se podría describir a los dioses como cayendo velozmente como un relámpago del cielo, pero en la imaginación popular los Demonios conservaron durante mucho tiempo gran parte de su antiguo esplendor. Por eso mismo las representaciones religiosas buscaban revertir los viejos atributos de estas deidades. Si el pueblo conquistado teológicamente por una nueva religión todavía pensaba que sus antiguos Dioses eran hermosos, el arte religioso los deformó hasta convertirlos en seres grotescos, horribles a la vista.

Los nombres de los Demonios generalmente contrastan su origen celestial con las funciones que realizan sus nuevas formas degradadas. El cristianismo, al expandirse, requería un constante suministro de Demonios, y este provino de las innumerables deidades destronadas, proscritas y «caídas» tras la subyugación de sus adoradores; sin embargo, los nombres de muchos Demonios siguieron dando cuenta de su pasado como deidades.

Ahora bien, como el nuevo Dios era todo bondad, alguien tenía que cargar con el peso de las miserias de la vida. De este modo, los Demonios se encargaron de personificar todo lo «malo». Sin embargo, surgieron objeciones. ¿Cómo un Dios que es todo bondad, que es omnipotente, puede admitir la existencia del mal? La teología resolvió este dilema afirmando que los Demonios, aunque creen estar haciendo el mal, en realidad están siguiendo el plan divino, que nadie puede conocer, excepto Dios. Como solución, hay que decirlo, no es muy elegante. Plotino tuvo más gracia al afirmar que cada uno de los dioses griegos contenía a todos los demás.

La etimología a menudo nos permite captar la ironía del destino de los Demonios. Poe ejemplo, la palabra inglesa hell [«infierno»], proviene de la diosa escandinava Hel, cuyo nombre original, Halja, significa «negra». Hel moraba en un reino subterráneo helado, y su nombre, paradójicamente, se preservó para denominar un lugar de tormento ardiente.

Incluso cuando los nombres de los Demonios no muestran rastros de su degradación, es posible que se les atribuyan características o mitos relacionados con ella. Tal es el caso de Satanás, cuyo nombre hebreo significa «adversario», pero que, en el Libro de Job, aparece entre los hijos de Dios. Satanás, entre los hebreos, fue al principio un término genérico para «adversario», y no significaba ningún personaje especial, mucho menos un antagonista de Dios.

El contraste entre la horrible fisonomía dada a Satanás en el arte cristiano y su representación teológica como el Tentador, es obvia. Si el arte hubiera tenido que representar fielmente la teoría teológica, Satanás habría sido retratado con una forma bella y armoniosa; pero el «plan» era despertar horror y antipatía por las deidades nativas a las que los herejes se aferraban tenazmente. Más aún, los teólogos cristianos han defendido vehementemente la existencia de Satanás, y con buenos motivos: Satanás, el adversario de Dios, es necesario como agente y verdugo bajo el gobierno divino. De hecho, no hay nada en el Libro de Job que indique que Satanás es un personaje diabólico; por el contrario, aparece como un personaje respetable y poderoso entre los hijos de Jehová, y su oficio era el de fiscal.

Pero, al parecer, Satanás fue demasiado suspicaz en su oficio. Se volvió acusador, y de ahí fue fácil transformarse en calumniador y finalmente en instigador de los males que originalmente profesaba reprimir. De hecho, las primeras representaciones de Satanás lo muestran sosteniendo una balanza en una mano, pero tratando astutamente con la otra de presionar un lado de la balanza... el lado de las malas acciones.

Aunque los hebreos no identificaron a Satanás con su chivo expiatorio, él ha sido verdaderamente el chivo expiatorio entre los Demonios durante dos mil años. Todas las pesadillas y fantasmas que alguna vez atormentaron la imaginación humana se han acumulado sobre él. Al expandirse el cristianismo, Satanás absorbió las diversas características de muchos Demonios fosilizados: cuernos, pezuñas, rasgos animalescos. Todas estas formas proteicas lo han convertido en un verdadero milagro de incongruencias, y en una figura fascinante.




Demonología. I Diccionario demonológico.


Más literatura gótica:
El artículo: El «accidente» que convirtió a los Dioses en Demonios fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Sobre las apariciones demoníacas.


Sobre las apariciones demoníacas.




Otro viernes en el Consultorio Paranormal de El Espejo Gótico, esta vez con algo diferente.

Son muchas las consultas y experiencias que nos llegan sobre el tema de los demonios, desde personas que creen haber visto a un demonio siendo niños, a otras que han percibido fugazmente una visión de este tipo criaturas en la edad adulta. Es oportuno aclarar que, por «apariciones demoníacas», no me refiero a «posesión demoníaca», sino más bien a visiones muy fugaces de figuras y rostros con rasgos diabólicos. Podría dar un ejemplo personal, pero creo que no vale la pena. Casi todos hemos tenido este tipo de experiencia en la cual, durante una fracción de segundo, nos pareció ver un rostro particularmente horrible flotando sobre nosotros, o una figura demoníaca que desaparece en un abrir y cerrar de ojos [ver: Diccionario demonológico]

Este tipo de fugaces apariciones demoníacas son muy frecuentes, sobre todo en la infancia, y pueden quedar grabadas a fuego en la memoria, e incluso atormentarnos durante toda la vida; sin embargo, podrían ser un síntoma mucho más saludable de lo que cabe imaginar.

Como siempre, comenzaremos con una experiencia personal de un lector de El Espejo Gótico.


***

No le he contado esto a nadie, y no he pensado en ello durante años, pero ahora he vuelto a tener horribles pesadillas en las que me torturan y me pasan cosas terribles. Honestamente ha estado afectando mi cordura.

Todo esto comenzó probablemente cuando nos mudamos a la primera casa en la que recuerdo haber estado, cuando tenía seis años. Sé que cuando eres tan pequeño puedes tener una imaginación hiperactiva, pero nunca había sentido algo así, tan real. Empecé a tener pesadillas recurrentes con cosas demoníacas que no puedo describir mucho [ver: Significado de soñar con el demonio]. Se intensificó con la sensación de que no estaba solo, una paranoia constante que no es normal para un niño de seis años.

La primera experiencia real que tuve, sinceramente, fue la cosa más horrible que haya visto en mi vida. Estaba sentado esperando que mi mamá terminara de vestirse para salir a comer. Mientras estaba sentado en la sala de estar, me sentí obligado a mirar hacia el comedor. Sentí que TENÍA que hacerlo. Cuando lo hice, vi esta cabeza gris que sobresalía del suelo con una sonrisa anormalmente amplia. Tenía cabello largo y negro y ojos blancos.

Detrás de esa cosa había una sombra alta de un hombre sin cabeza. Se sentían como entidades separadas, como si la cabeza fuera hostil y la sombra simplemente se sintiera triste. Sé que probablemente soy sensible a esas cosas porque todavía capto ese tipo de energías [ver: ¿Energía Residual o entidades inteligentes?]

Cuando los vi, incliné la cabeza hacia atrás y me quedé lo más quieto que pude. Estaba aterrorizado de moverme y sentí que estuve allí durante horas, aunque fueron unos segundos. Desde ese episodio las cosas empeoraron en casa. Tuvimos una invasión de insectos [moscas y cucarachas en su mayoría], y eran tantos que los exterminadores no pudieron erradicarlos [ver: Infección Astral: casas tomadas por los espíritus]

Las cosas se pusieron tensas entre la familia. Tuve gatitos y murieron a los pocos días a pesar de que gozaban de buena salud. Después de eso comencé a despertarme con rasguños y de vez en cuando sentía que algo frío me tocaba la cara [ver: Cuando algo invisible te respira en la cara]. Nos terminamos mudando cuando tenía once años, por otras razones que no mencionaré, pero cuando pasaba por el frente de esa casa sentía escalofríos.

Las cosas estuvieron bien por un tiempo hasta que mi madre falleció cuando yo tenía trece años. Entonces todo empeoró. En mi habitación, por la noche, veía esta sombra con forma humana en un rincón de mi habitación [ver: ¿Por qué siempre se asoman desde los rincones?]. Tuve parálisis del sueño durante dos meses seguidos y me volví insomne. Todavía lo sigo siendo hasta el día de hoy. A partir de estas experiencias, me convertí en cristiano y empecé a orar para tratar de protegerme. Al principio las pesadillas empeoraron. Me sentía físicamente agotado al despertar. Tuve sueños lúcidos en los que me atacaban y podía sentirlo.

Han pasado quince años, pero todavía tengo pesadillas cada dos noches, aunque no son tan malas y ya no me siento agotado a la mañana. Creo que este demonio, o lo que sea, se apegó a mí [ver: Apego espiritual: causas y síntomas]. Realmente me gustaría saber qué opinan en El Espejo Gótico sobre mi caso.

***


No es nuestra intención desestimar las creencias del otro. Más bien todo lo contrario. En El Espejo Gótico sentimos un profundo respeto por las experiencias de los demás. Dicho esto, cuando se trata de experiencias con demonios nos parece acertado dar un paso al costado y dejar que otros, más sabios que nosotros, nos ayuden a aclarar un poco el panorama. Esto dijo Carl Jung sobre el tema:


[«Es un pensamiento aterrador que el hombre también tenga un lado sombrío, que consiste no solo en pequeñas debilidades sino en un dinamismo positivamente demoníaco. El individuo rara vez sabe algo de esto; para él, como individuo, es increíble que alguna vez, en cualquier circunstancia, vaya más allá de sí mismo. Pero si estas criaturas inofensivas forman una masa, emerge un monstruo furioso; y cada individuo es sólo una diminuta célula en el cuerpo del monstruo, por lo que, para bien o para mal, debe acompañarlo en sus sangrientos desmanes e incluso asistirlo. Teniendo una oscura sospecha de estas sombrías posibilidades, el hombre hace la vista gorda ante el lado oscuro de la naturaleza humana.»]


La creencia en demonios no está en discusión aquí. Podemos tomarla o descartarla. En todo caso, podemos discutir verdadera naturaleza de esos demonios; su origen en términos psicológicos. Después de todo, aquello de los demonios interiores bien podría ser cierto; y solo cuando enfocamos la mirada hacia nosotros mismos podemos enfrentarlos [ver: Invité a un demonio a mi casa]

Entre los arquetipos más comunes que se manifiestan en el curso de cualquier tratamiento psicológico que penetre en lo más profundo de la psique, está la Sombra: esa personalidad oculta, reprimida, cargada de culpa, cuyas raíces se remontan a nuestros ancestros primates. A través del análisis de la Sombra, y de los procesos contenidos en ella, podemos descubrir la verdadera naturaleza de los demonios [ver: ¿Tocada por un ángel o quemada por un demonio?]

Superficialmente, la Sombra es proyectada por la mente inconsciente. Su inferioridad moral, en comparación con la mente consciente, puede ser considerada como una privación del bien. Sin embargo, en una inspección más detenida, la Sombra es una oscuridad que oculta factores autónomos. Cuando los observamos en pleno funcionamiento, literalmente poseen las características y atributos que las leyendas les atribuyen a los demonios [ver: Lingua Diaboli: el lenguaje del diablo]

La Sombra desafía a nuestro Yo, porque nadie puede volverse consciente de ella sin un esfuerzo moral considerable. Tomar conciencia de la Sombra implica reconocer los aspectos oscuros de la personalidad como algo presente y real. Esta es, según Carl Jung, «la condición esencial para cualquier tipo de autoconocimiento». Por lo tanto, al tratar de conocer e integrar a la Sombra a la mente consciente encontraremos una resistencia considerable. De hecho, durante este proceso la Sombra bien podría resistirse mediante su proyección externa, y de eso se trata la mayoría de experiencias con demonios.

Un examen detenido de los impulsos inferiores que constituyen la Sombra, revela que estos tienen una naturaleza emocional, una especie de autonomía y, en consecuencia, una cualidad obsesiva o, mejor dicho, posesiva.

Ahora bien, las emociones no son una actividad del individuo, sino algo que nos sucede. Podemos trabajar para entenderlas, pero no podemos controlarlas. En este contexto, la Sombra suele proyectarse allí donde las emociones del individuo lo vuelven más débil y, en cierto modo, revela la razón de esa debilidad. En este nivel inferior que es la Sombra, las emociones están descontroladas [o escasamente controladas]. Si uno pudiera integrar completamente su Sombra nos comportaríamos más o menos como un ser primitivo, elemental; que no es solo una víctima pasiva de sus emociones sino también singularmente incapaz de tener el más rudimentario juicio moral.

Estas son, básicamente, las características de las experiencias con demonios.

En la ficción [sobre todo en el cine], esta idea de Lucifer como un caballero elegante, bien hablado, dueño de una astucia y una malicia exquisitamente refinadas, funciona muy bien; pero eso no tiene nada que ver con las experiencias reales de personas reales. Los demonios, en términos de la Sombra proyectada, aúllan, babean, gritan, balbucean, se contorsionan, profieren las peores blasfemias. Son, en esencia, emociones en estado crudo. De hecho, son tan espantosas que resulta mucho más cómodo verlas como entidades exteriores que como proyecciones de nuestro propio ser.

Ahora bien, una buena forma de aproximarnos a nuestros propios demonios [sin quemarnos] es estudiando los de los demás. De eso se trata El libro rojo de Carl Jung.

Una de las razones del enigma que rodea al Libro Rojo de Carl Jung es que nunca pudo terminarlo. Termina abruptamente en medio de una oración, justo después de que su autor reconoce: «mi conocimiento de la alquimia me alejó de ella...». Es un final intrigante para un libro lleno de acertijos, un libro sobre la comunión con deidades y demonios [propios y ajenos].

El manuscrito del Libro Rojo se mantuvo en un armario, cerrado con llave, en la casa de Carl Jung en Kusnacht, en los suburbios de Zúrich, después de su muerte en 1961. En 1984, el manuscrito fue guardado en la bóveda de un banco. Fue publicado hace algunos años, casi exactamente medio siglo después de la muerte de su autor. Se tardaron cinco años tratando de descifrar e interpretar el manuscrito, y otros tres tratando de persuadir a la familia Carl Jung para que sea publicado.

Aunque los junguianos se han apresurado a restar importancia a cualquier sugerencia de que el Libro Rojo registre algo más que la crisis espiritual y mental de su autor, basta leer el libro, examinar sus imágenes, para advertir que Carl Jung realmente estaba tratando de integrar su Sombra [o buena parte de ella] e imprimirla simbólicamente sobre el papel.

El Libro Rojo, que Carl Jung bautizó en realidad como Liber Novus [«Libro Nuevo»], documenta asuntos tales como su conversaciones con el alado Filemón durante sus paseos diurnos. En ese momento, Carl Jung había estado tratando la esquizofrenia durante varios años; y aunque algunos acreditan que todo el libro es un experimento controlado, las inusuales alucinaciones de Carl Jung parecen haber sido involuntarias. En otras palabras, a medida que el psiquiatra suizo se sumergía más y más profundo en su psique, accediendo parcialmente al material provisto por su Sombra, los demonios comenzaron a aparecer, literalmente, ante él [ver: Si los ves, Ellos te ven]

En un estado de ensoñación, Carl Jung afirmó haber escuchado a una niña-pájaro anunciar: «Solo en la primera hora de la noche puedo convertirme en humana, mientras que el palomo está ocupado con los doce muertos». En otra ocasión, atormentado por las premoniciones de la Primera Guerra Mundial [o hiperconsciente de la creciente amenaza del militarismo europeo] vio un «paisaje sumergido por un río de sangre que transportaba no solo detritos sino también cuerpos»; posiblemente una premonición de la devastación que persistiría en Europa durante los próximos cinco años. Y estos son algunos ejemplos, digamos, benévolos, de las visiones demoníacas de Carl Jung.


[«Desgraciadamente, no cabe duda de que el hombre es, en general, menos bueno de lo que imagina. Todo el mundo lleva una Sombra, y cuanto menos esta se encarna en la vida consciente del individuo, más negra y densa es. Si una inferioridad es consciente, uno siempre tiene la oportunidad de corregirla. Además, la Sombra está constantemente en contacto con otros intereses, por lo que está continuamente sujeta a modificaciones. Pero si se reprime y se aísla de la conciencia, nunca se corrige»]


Las apariciones demoníacas son, en general, manifestaciones o proyecciones de la Sombra. De hecho, el Diablo es uno de los principales arquetipos del subconsciente humano. Ahora bien, Carl Jung creía fundamentalmente en la mente humana, no en los demonios en términos de entidades autónomas, aunque también afirmó haber tenido experiencias paranormales, algunas de las cuales ya hemos analizado en El Espejo Gótico [ver: La aterradora experiencia de Carl Jung en una casa embrujada]

En este contexto, agregó que era posible que la soledad pudiera agudizar los sentidos para ver lo que normalmente no se puede ver ni sentir. El año antes de su muerte dijo que las personas, cuando son empujadas a estados mentales extremos, y además poseen «cierto genio creativo de carácter», pueden tener experiencias paranormales e incluso visiones extremadamente aterradoras.

En definitiva, no es posible distinguir con absoluta certeza entre posesión y enfermedad mental porque nadie ha sido capaz de probar definitivamente que los demonios existen en primer lugar. Los exorcistas generalmente asumen la demonización, y si la persona que está «afligida» no responde de la manera que creen que lo haría un demonio, entonces apuntan a una enfermedad mental. En cambio, si la persona responde de la manera que creen que lo haría un demonio, entonces se habla de demonización. Básicamente, si quieres creer que se trata de un demonio siempre puedes encontrar una manera de creerlo [ver: Qué siente una persona poseída: síntomas de posesión]

Desde que los seres humanos existen hemos estado explicando lo que no entendemos con lo sobrenatural. No digo que lo sobrenatural no exista, porque personalmente creo que sí; pero no debe usarse para fingir que entendemos cosas que no entendemos. Nosotros, como seres humanos, sabemos muy poco sobre las capacidades del cerebro humano, y menos aun sobre sus profundidades. Proponemos teorías para explicar lo que vemos, pero lo que sabemos es muy poco en comparación con lo que hay que saber. Explicarlo todo con lo sobrenatural, en lugar de tratar de descifrarlo y estudiarlo, es una actitud simplemente perezosa.

Personalmente creo que cuando hablamos de apariciones demoníacas lo más acertado es aprovechar la conceptualización de Carl Jung sobre el tema. Para él, los demonios son una forma extrema de presencia arquetípica que puede abrumar a la personalidad. En estos términos teóricos, esta estructura psicológica extremadamente desequilibrada podría producir este tipo de visiones. Eso no significa que el individuo esté padeciendo una enfermedad mental severa, sino simplemente atravesando una crisis en la integración equilibrada de su Sombra.

En Los Arquetipos y el Inconsciente Colectivo, Carl Jung distingue el «nivel del sujeto» y el «nivel del objeto». En otra parte [El método constructivo], sostiene que la represión, el proceso de suprimir contenido mental problemático en el inconsciente, nunca puede eliminar este contenido que reaparece como condiciones neuróticas. Este problema, básico de la tradición psicoanalítica, puede tener lugar en lo que Carl Jung llama el «nivel de objeto»: nuestra relación con los demás en nuestra vida.

El «nivel de objeto» es el nivel que se relaciona con los objetos externos en el mundo del paciente. Pero Carl Jung agrega otro nivel, el «nivel del sujeto», basado en la idea de que cada objeto en la vida del paciente representa un cierto aspecto de su inconsciente: el sujeto. Por eso, a diferencia de Freud y Lacan, Carl Jung se preocupa por el sujeto mismo, y no por sus relaciones con el objeto. Esto quiere decir que, si estamos desconectados de una parte reprimida de nuestro inconsciente, esta se proyectará sobre un objeto exterior. Esa podría ser la verdadera explicación de las apariciones demoníacas.

Por extraño que parezca, este tipo de manifestaciones, aunque sin dudas aterradoras, pueden ser muy saludables. De hecho, una parte del proceso psicoanalítico es la transferencia de esta proyección al terapeuta, lo cual posibilita su manifestación y resolución. Al psicoanalizar un sueño, por ejemplo, podemos tratar los símbolos en el sueño como manifestaciones de objetos en nuestra vida [este es el «nivel de objeto»]. Además, podemos interpretarlos como símbolos que apuntan a ciertos elementos en nosotros mismos [este es el «nivel de sujeto»]. Dicho esto, una aparición demoníaca es una forma extrema de exteriorización de la Sombra, tan terrible, tan aterradora, que difícilmente lleguemos a aceptarla como parte de nosotros mismos. Sin embargo, lo es.

Una parte central de la teoría de Carl Jung en Los Arquetipos del Inconsciente Colectivo es el concepto de «demonio». Este, según Jung, es un aspecto de nuestra psique que se experimenta como negativo, y por lo tanto no puede concebirse como parte de lo que somos. Reprimir al demonio solo lo hace más poderoso, y nuestro miedo aumenta.

Ahora bien, nuestros ancestros creían honestamente en la existencia de dioses y demonios que jugaban diferentes papeles en su realidad diaria, sin comprender que ambos son proyecciones del ser arrojadas sobre el mundo exterior. El hombre y su mundo, por lo tanto, no se distinguían entre sí. El hombre [racional] moderno, por otro lado, es consciente del hecho de que los dioses y los demonios son de su propia creación y, por lo tanto, siendo racional, niega su existencia y los reprime en el inconsciente. Este proceso racionalista hace que la energía mental, que antes estaba proyectada sobre el mundo, sea redirigida hacia adentro. Mientras nuestros ancestros [supuestamente ignorantes y primitivos] proyectaban su lado más oscuro [la Sombra] sobre el mundo real a través del arquetipo del demonio, podían permanecer relativamente limpios de esos impulsos. El hombre moderno, por el contrario, sobrecarga su propio inconsciente con energías mentales negativas, pierde el contacto con sus propios demonios, que ya no se manifiestan en el mundo exterior, sólo se reprimen.

Por todo esto, las apariciones demoníacas [y por tal caso cualquier manifestación exterior de la Sombra], aunque evidentemente aterradoras, son en realidad una purga saludable, una válvula de escape que le permite a nuestro inconsciente expresar ciertos aspectos de nosotros mismos que, por su propia naturaleza, no podemos reconocer como propios.

Volviendo a la experiencia que compartíamos al principio, es importante destacar que nuestro amigo, a pesar de estar aterrorizado por la visión, consiguió comprender de qué se trataba:


[«Detrás de esa cosa había una sombra alta de un hombre sin cabeza. Se sentían como entidades separadas, como si la cabeza fuera hostil y la sombra simplemente se sintiera triste.»]


Algo tan simple como interpretar el rango de emociones que proyectan este tipo de manifestaciones [en este caso, «hostilidad» y «tristeza»], puede decirnos todo lo que necesitamos saber sobre la naturaleza de nuestros propios demonios, y por qué se han manifestado en una visión fugaz. Eso, colocado en el contexto y las circunstancias de nuestra vida en ese momento en particular, es suficiente para captar el mensaje.




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«Tractatus Contra Daemonum Invocatores»: la sustancia de la que están hechos los demonios


«Tractatus Contra Daemonum Invocatores»: la sustancia de la que están hechos los demonios.




Tractatus Contra Daemonum Invocatores [«Tratado contra los invocadores de demonios»] es un libro de demonología del teólogo e inquisidor Jean Vineti (1410-1470), publicado de manera póstuma en 1487. El libro, a diferencia de otros tratados demonológicos, se enfoca en una particular forma de herejía: la invocación del diablo [ver: El Dragón Rojo: el grimorio para invocar a Lucifer]

Si bien la invocación de demonios y espíritus no era una novedad, el Tractatus Contra Daemonum Invocatores se propone probar, o bien descartar, la veracidad del fenómeno, el cual formaba parte del discurso demonológico desde hacía bastante tiempo. Más allá de condenar esta herejía, sobre todo practicada en las reuniones sabáticas [ver: el Baile de las Brujas], el propósito del libro es confirmar la veracidad de los encuentros entre seres humanos y demonios, y además examinar de qué forma estos espíritus malignos podían engañar a las brujas y hechiceros al acudir a sus invocaciones.

El Tractatus Contra Daemonum Invocatores es un libro muy interesante, precisamente porque se enfoca en la interacción entre demonios y brujas. Para que tal interacción se produzca, especula Vineti, entonces los demonios deben ser capaces de fabricar cuerpos sólidos, o al menos parcialmente visibles, para manifestarse en el plano terrenal. Por otro lado, el libro está interesado en conocer en detalle qué tipo de poderes sobrenaturales obtenían las brujas y hechiceros a través de estas invocaciones y pactos.

Para introducir al lector en el tema, la primera parte del Tractatus Contra Daemonum Invocatores realiza un examen bastante general de la demonología. En concordancia con las opiniones preponderantes del siglo XV, el libro asume que los demonios son criaturas sobrenaturales pertenecientes al orden divino, es decir, originalmente ángeles. En la segunda parte, el Tractatus Contra Daemonum Invocatores nos orienta hacia el Sabbat, aquellas reuniones clandestinas en los bosques y lugares apartados, donde supuestamente se realizaba la misa negra, cuyo momento cúlmine era la invocación de uno o varios demonios.

El libro, hay que decirlo, no vacila demasiado en este punto. El Tractatus Contra Daemonum Invocatores sostiene que los demonios existen, que las brujas existen, y que los procesos judiciales, incluida la tortura, contra personas acusadas de brujería, eran cuestiones indispensables para asegurar el bienestar general del rebaño católico.

La tercera parte del Tractatus Contra Daemonum Invocatores habla sobre la nigromancia [ver: Nigromancia: el arte de invocar a los muertos], así como de las herramientas, físicas y espirituales, que forman parte de esta práctica, como imágenes, astrología, maleficios, amuletos, talismanes, etc. En este sentido, el libro trata de distinguir aquellos acontecimientos desgraciados que ocurren naturalmente de aquellos que provienen de la intervención diabólica, naturalmente, después de haber practicado una invocación. De este modo, Vineti no solo no vacila sobre la existencia de los demonios, sino que además asegura que estos pueden intervenir directamente en el plano físico, por ejemplo, obsesionando a alguien, incluso llevándolo a cometer suicidio.

La última parte del Tractatus Contra Daemonum Invocatores estudia el tema de las posesiones demoníacas y los exorcismos. La conclusión de Vineti al respecto es la siguiente: siendo que el hombre posee libre albedrío, es perfectamente capaz de luchar contra el demonio utilizando su fe como principal arma, y a continuación enumera una gran cantidad de rituales de exorcismo que han probado su eficacia contra diversos demonios.

El Tractatus Contra Daemonum Invocatores presenta algunos puntos interesantes sobre un tema que, curiosamente, no era tan frecuente en los tratados demonológicos: las manifestaciones de los demonios en el plano material y cómo estos eran capaces de proyectar ilusiones sobre las mentes de las brujas y hechiceros, a los que Vineti les atribuye un grado de susceptibilidad inusitado. En otros términos, el libro propone la existencia real de entidades no humanas, o entidades inteligentes que nunca poseyeron un cuerpo físico, como los ángeles y los demonios, quienes pueden influir en los seres humanos, ya sea para el bien, como en el caso de los ángeles, como para el mal, al referirse a los demonios.

Ahora bien, si los ángeles y los demonios están formados esencialmente de la misma sustancia, esta debe provenir de la fuerza divina, lo cual plantea una serie de interrogantes que el Tractatus Contra Daemonum Invocatores se abstiene de comentar. Si los demonios están formados por esta sustancia divina, entonces sus acciones, por abominables que puedan parecer, forman parte del plan divino; es decir que el mal siempre actúa de acuerdo al deseo de Dios.

El Tractatus Contra Daemonum Invocatores se enreda un poco en vagos conceptos aristotélicos sobre el motor único, esta sustancia primigenia, Dios, de la cual se desprende todo el universo físico, rechazando tajantemente que las manifestaciones demoníacas sean un producto de la imaginación exaltada de las brujas [ver: Cómo las brujas causaban impotencia en los hombres]

Ahora bien, aunque los demonios son fundamentalmente entidades inteligentes no humanas, el Tractatus Contra Daemonum Invocatores asegura que estos pueden, en determinadas circunstancias, revestirse con un cuerpo real, es decir, un cuerpo físico. Más aún, el libro propone que los demonios podían engendrar hijos con las mujeres al ocupar o poseer un cuerpo humano masculino. Esto contradice la opinión generalizada de los tratados demonológicos, los cuales afirman casi sin excepción que los demonios no podían engendrar descendencia de ninguna manera. Sin embargo, la propuesta de Vineti añade un elemento más, sumamente extraño.

Uno podría pensar que basta que un demonio ocupe el cuerpo de un hombre para luego copular con una mujer y embarazarla, pero las cosas no son tan sencillas de acuerdo al Tractatus Contra Daemonum Invocatores. En efecto, un demonio puede poseer el cuerpo de un hombre, pero no puede utilizar ni emanar su líquido seminal. Este debe provenir de otra persona, es decir, no del hombre poseído por la inteligencia demoníaca. Esta operación, ciertamente enojosa, no es corroborada por ningún otro tratado demonológico [ver: Los Demonios, el amor, y el placer]

El Tractatus Contra Daemonum Invocatores, entonces, le atribuye el más alto grado de veracidad a los testimonios de las brujas que aseguraban que el coito diabólico era una de las prácticas más comunes del Sabbat. Por definición, era una práctica estéril, que no buscaba la procreación, sino el placer, por lo tanto, era odiosa a los ojos de la Iglesia. El grado de candor en este punto es sobrecogedor. Vineti concluye entonces que los demonios no pueden engendrar por sí mismos, y tampoco al poseer un cuerpo humano. Esta idea, por oscura que parezca, está basada en los escritos de Galeno, quien estableció que el líquido seminal solo podía tener propiedades generativas cuando el miembro era de algún modo guiado por el corazón, órgano del cuerpo humano que los demonios, aparentemente, no pueden poseer.

No deja de ser extraño que estas opiniones contradigan buena parte de la tradición bíblica. Recordemos el nacimiento de los Nephilim, gigantes engendrados por ángeles caídos y mujeres humanas [ver: Semihazah: el líder de los ángeles caídos]. Previamente, el Tractatus Contra Daemonum Invocatores estableció que los ángeles y los demonios estaban formados por la misma sustancia primigenia. ¿Por qué los ángeles [y además caídos] podían engendrar alegremente con las mujeres humanas, y los demonios en cambio debían recurrir a enojosas operaciones y maniobras para llegar al mismo resultado? El Tractatus Contra Daemonum Invocatores directamente rechaza esta tradición sencillamente porque no era compatible con sus afirmaciones.

Existe, sin embargo, una larga tradición de apasionados romances entre demonios y humanos, independientemente de los mitos bíblicos, como la historia de San Jerónimo y su amada Melusina, una íncubo [ver: Íncubos y Súcubos: ¿qué ocurre durante un encuentro paranormal?]; incluso el mago Merlín, según la leyenda, fue engendrado por un demonio; sin mencionar la relación entre Meridiana, un demonio femenino, y el papa. No obstante, el Tractatus Contra Daemonum Invocatores concluye que, para engendrar un ser humano, se necesita la intervención directa, y exclusiva, de un hombre y una mujer.

Otra inquietud que explora el Tractatus Contra Daemonum Invocatores es el vuelo de las brujas, y esta vieja tradición de que los demonios pueden transportar a sus acólitos de un lugar a otro en un instante [ver: ¿Por qué las brujas vuelan en escobas?]. Sin embargo, los testimoinos extraídos en los procesos judiciales son contradictorios en este asunto. Algunas brujas sostenían que el transporte diabólico sí existía, y que de hecho eran trasladadas desde sus casas al Sabbat por entidades incorpóreas, pero la mayoría de los inquisidores no daban demasiado crédito a estas habladurías.

Así como los demonios parecen tener muchas dificultades para manifestarse en el plano físico, el Tractatus Contra Daemonum Invocatores acepta que estos podían manipular el clima, incluso los aspectos más sutiles de la naturaleza, pero siempre con el permiso divino. De esta forma, buena parte de las capacidades de los demonios estaban sujetas a la aprobación de Dios, quien por alguna razón permitía ocasionalmente alguna tropelía.

En resumen: el Tractatus Contra Daemonum Invocatores amplía la frontera de la herejía tradicional, incluyendo muchas formas de magia popular, criminalizando de este modo prácticamente cualquier expresión de la brujería, aunque haciendo algunas distinciones, por ejemplo, entre los nigromantes [gente culta, según Vineti] y las brujas, cuyos conocimientos no eran adquiridos a través del estudio progresivo del ocultismo, sino que provenían directamente de fuerzas diabólicas; despojándolas incluso del intelecto, no siendo más que meras reproductoras de un saber blasfemo que les habría sido transferido en odiosas prácticas paganas.




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Los Demonios, el amor, y los placeres de la carne


Los Demonios, el amor, y los placeres de la carne.




La teología sostiene que los demonios no pueden sentir amor, algo perfectamente lógico si tenemos en cuenta su condición de expatriados de la bonanza celestial; sin embargo, los grimorios medievales presentan una enorme cantidad de ejemplos contrarios, es decir, historias de demonios que pueden enamorarse, o en su defecto disfrutar de los placeres de la carne.

Por otro lado, si los mitos bíblicos eximen a Dios de tales prácticas, es razonable deducir que su adversario, Satanás, haya elegido el camino inverso.

La demonología, entonces, observa que, contrariamente a lo que sucede con los ángeles, donde no hay ejemplos de feminidad, es decir, de ángeles mujeres, lo femenino abunda en el infierno. En este contexto, la diversidad de género parece ser un asunto exclusivo de los demonios, y si hay diversidad debemos admitir que tiene una función: la atracción.

John Milton, sin embargo, asegura en El Paraíso Perdido (Lost Paradise) que los demonios no poseen un género definido, y que asumen las características que necesitan para cumplir con su odiosa agenda. Esto contradice mitos como el de Baal, que originalmente era un demonio de la fecundidad, y de Yecum, un demonio femenino a la cual se le adjudica el poder de seducir incluso a los ángeles.

Muchos libros medievales suscriben la opinión de que los demonios asumen los rasgos predominantes de cada género en función de sus propias personalidades. En este contexto, Nicolás Remy asegura en el libro Demonolatría (Daemonolatriae) que los demonios son incapaces de amar, pero que sí pueden mantener relaciones, y que de hecho viven en un constante estado de lujuria, ya que para ellos el encuentro de los cuerpos no tiene ningún vínculo con el afecto, la ternura, el amor, y sobre todo con la saciedad. En todo caso, utilizan al amor como herramienta para humillar y someter a sus seguidores (ver: Belial: el demonio del amor estéril).

Esto parece ignorar algunas interesantes historias de amor entre demonios, como la de Pinet y Florina, por ejemplo, quienes mantienen una relación sentimental desde que fueron arrojados del cielo; y la de Kelen y Nisroch, otros dos demonios enamorados a pesar de las adversidades de existir en el infierno.

Por otro lado, Thomas de Aquino, Plutarco, y otros, sostienen que los demonios no sienten deseo, sino que lo simulan, aunque no rechazan la posibilidad de que puedan mantener encuentros detestables con humanos. Por allí andan las leyendas de Íncubos y Súcubos; y probablemente la más interesante de todas: Abrahel, una demonio a quien nadie, que se sepa, ha logrado resistirse.

Claramente los demonios utilizan el placer como arma. Barbatos, por ejemplo, se caracteriza por ser un maestro de la seducción. Prusias y Larimón, a su vez, conocen todos los secretos y fantasías de las mujeres. Incluso Samael fue lo suficientemente sagaz como para seducir a Eva y engendrar con ella a Caín.

El Malleus Maleficarum, por su parte, señala que nos demonios no aman a sus brujas, y que sus relaciones con ellas tienen la función de sellar con ellas algún tipo de compromiso infernal, o pacto satánico, con el objeto de arrancarlas del Libro de la Vida, haciéndoles imposible que el arrepentimiento las vuelva a acercar a Dios. Esto explicaría por qué las brujas necesitaban untar sus escobas con ungüentos que, quizás, servían para acelerar el deseo, ya que los demonios no podían safisfacerlo acabadamente (ver: ¿Por qué las brujas vuelan en escobas?).

William de Auvergne, contrario a las opiniones del Malleus Maleficarum, declara que los demonios no solo aman a las mujeres, sino que sienten una particular debilidad por las mujeres de cabello largo, oscuro, y corpulentas.

Evolucionista a pesar suyo, Plutarco también suscribe la opinión de que los demonios no sienten deseo, y para argumentar esa hipótesis declara que esa ausencia responde a una imposibildad de procrear. En este contexto, la lujuria demoníaca es una impostura más que busca exaltar las pasiones elementales del ser humano para ofender al Creador.

Boguet, en la misma sintonía, vocifera que los demonios no sienten atracción, o al menos tal como nosotros la concebimos, ya que son incapaces de dejar descendencia. El pensador incluso va más lejos, y razona que los demonios ni siquiera poseen los órganos indispensables para tales prácticas, pero que son capaces de ejecutar las más prodigiosas maniobras dactilares.

Pierre de Rostegny, sumamente perturbado por la idea, acusa a Lucifer de deleitarse en la seducción de mujeres casadas, agregando al adulterio al pecado venial de encamarse con el maligno. Esto, quizás, se apoya en el mito de Zar, un demonio que seducía a las mujeres casadas para vengarse de sus esposos. Además, De Rostegny prosigue, y aventura la noción, bien conocida en la Edad Media, de que el demonio jamás mantiene relaciones por las vías naturales, es decir, aquellas aprobadas por Dios para engendrar descendencia, sino que prefiere saciar sus instintos mediante otros accesos, muchas veces inaccesibles para el buen esposo cristiano.

Los ejemplos de demonios enamorados también nos permiten conocer algunas antiguas historias sobre violencia de género o, en este caso, de celos enfermizos. Asmodeo, por ejemplo, se sentía tan atraído por Sarah que asesinó a sus siete maridos consecutivamente, impidiéndoles sellar el vínculo matrimonial en la noche de bodas. Por suerte, el arcángel Rafael intercedió antes de que matara al octavo.

En La vida de San Bernardo (The Life of Saint Bernard), escrito en el siglo XI, se relata el repetitivo adulterio de una mujer casada con un demonio, con el cual habría vivido experiencias verdaderamente imborrables. Gregorio de Nyssa sube la apuesta, y menciona que los demonios pueden tener hijos con mujeres mortales, solo que con un número bastante reducido, y que esta tasa bajísima de natalidad los obliga a vivir en un perpetuo estado de lujuria.

Los Aquelarres y Sabbats eran el escenario ideal para este tipo de encuentros pecaminosos. Allí, el diablo se presentaba de numerosas formas, ya sea como un gato, un toro, un perro, e incluso un carnero. De hecho, abundan las declaraciones de brujas que afirmaban haber mantenido encuentros íntimos con el diablo en sus reuniones (ver: El baile de las brujas: los secretos de Sabbath), pero recordemos que en estas tertulias desenfrenadas el demonio no era una aparición real, es decir, física; sino que se manifestaba en el jefe regional. Así como el sacerdote católico es Dios, simbólicamente, durante la Eucaristía, el jefe regional era Satán durante el Sabbat.

Nicolás Remy la teoría inquietante de que los demonios de las altas jerarquías pueden incluso forzar a sus víctimas, sobre todo mujeres, aun cuando estas porten símbolos religiosos. En 1587, Catherine Latonia denunció haber sido atacada por un demonio, probablemente para no incriminar a alguien de su familia. Sylvester Prieras, un tanto confundido, coincide con Remy, pero asegura que el demonio no solo se gratifica al atacar a mujeres, sino también a monjas, las cuales, según este pensador, pertenecerían a un género desconocido.

Martín Lutero también sospecha que los demonios pueden dejar embarazadas a las mujeres, pero que el fruto de esas uniones ilegítimas no suele vivir mucho debido a un carácter heredado realmente salvaje, como el caso de Atila, según la leyenda, hijo de un demonio.

Dejando a los sabios de lado, el amor y el deseo de los demonios parecen expresar nuestro lado más primordial, y también un intento de aceptar esos instintos elementales. La liberación de los sentidos, de la sensualidad en estado puro, no es ciertamente un motivo romántico; por el contrario, requiere una fuerte presencia de espíritu, y una disposición al desenfreno, al extravío del Yo, que pocas personas están dispuestas a experimentar.




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Abyzou: el demonio femenino que persigue a las embarazadas


Abyzou: el demonio femenino que persigue a las embarazadas.




El Clavicula Salomonis, o Llave Mayor del rey Salomón, uno de los libros prohibidos por excelencia de la demonología, relata la historia de una escalofriante demonio femenino, ya casi olvidada: Abyzou, cuyo nombre era suficiente para aterrorizar a las embarazadas.

La leyenda sostiene que Abyzou, castigada por Dios a ser estéril, intentaba vengarse del Hacedor persiguiendo a las mujeres embarazadas. Los mitos hebreos la asocian con Lilith, que también recibió el mismo castigo, pero lo cierto es que la historia de Abyzou es distinta a la de la primera esposa de Adán.

El nombre Abyzou podría ser una deformación de la palabra griega abyssos, «abismo» —no en términos genéricos, sino en relación al abismo primordial e indiferenciado—. La raíz del nombre Abyzou se encuentra presente en las lenguas asirias, sumerias y babilónicas, y etimológicamente se vincula con el mito del mar primigenio. Recordemos que la gran mayoría de los demonios femeninos, según la leyenda, provienen de este mar primordial, sobre todo aquellos que se inscriben dentro de los mitos griegos.

Uno podría pensar que, debido a estos antecedentes, una criatura como Abyzou seguramente pertenece al folclore pagano, sin embargo, el cristianismo también cree en ella, ya que se la nombra siete veces en el Libro del Apocalipsis, no de forma directa, es cierto, pero la referencia es clara en este sentido. Ya veremos por qué.

La versión griega del Antiguo Testamento utiliza la palabra Abyssos, «abismo», como un sustantivo del género femenino, a pesar de que etimológicamente no lo es. Esto se debe a que la palabra era utilizada como un equivalente del término mesopotámico Abzu, especie de mar oscuro, caótico, anterior a la Creación. En la Biblia, este abismo se traduce habitualmente como «lo profundo», o más escabrosamente como «pozo sin fondo». No es, insistimos, un abismo convencional, sino una especie de patio trasero del infierno, lo más profundo de lo profundo.

Abyzou es una demonio, pero no un ángel caído, es decir, no perdió su estatus entre las jerarquías angélicas por seguir la insubordinación de Lucifer. Ella surgió de las aguas primigenias, del mar original, informe, primordial, de modo tal que su agenda es personal, y no responde a los caprichos del príncipe de las tinieblas.

En el Testamento de Salomon se habla de Abyzou con el nombre Obizuth, y se la describe como una mujer de rostro reluciente, pero de facciones desagradables, cubiertas por un limo verdoso y cabellos poblados de serpientes. El resto de su cuerpo está cubierto por sombras impenetrables que la rodean como si fueran un vestido.

Salomón, capaz de interpelar a cualquier demonio, los interroga repetidamente, los tortura, y luego les asigna un trabajo. Cuando llega el turno de Abyzou descubrimos algunas cosas interesantes sobre su historia.

En primer lugar, Salomón obliga a Abyzou a pronunciar su nombre, ya que este conocimiento le otorgaba el poder de controlar a cualquier demonio. Abyzou menciona cuarenta, y asegura tener muchos más en diversas lenguas, más de diez mil, así como infinitas formas. Al parecer, esos cuarenta nombres iniciales fueron suficientes para doblegar su voluntad.

Ya bajo el control de Salomón, Abyzou afirma que no duerme a causa de una maldición divina, y que su obsesión es vagar por todo el mundo en búsqueda de mujeres a punto de dar a luz. Si se le da la oportunidad, le quitará el aire a los recién nacidos.

No conforme, Salomón exige mayores especificaciones. Abyzou asegura también que ella es la fuente de otras afecciones más modestas, como la ceguera, la sordera, el dolor de garganta y la locura.

Asqueado, Salomón ordena que Abyzou sea colgada de su propio cabello en las puertas del Templo, a la vista de todo aquel que pasara por ahí; y determina que toda mujer embarazada que escriba el nombre de Abyzou en un papiro, cuando esté a punto de dar a luz, hará que esta demonio se mantenga alejada del niño por nacer.

El tema de la envidia está fuertemente presente en el mito de Abyzou. Al ser esteril, ella se empeña en hacer daño a las embarazadas, y ni siquiera el poderoso rey Salomón pudo mantenerla encerrada durante mucho tiempo.

Tal es así que, en la Edad Media, la leyenda de Abyzou continuó vigente como demonio del parto, es decir, una entidad oscura que acechaba a las mujeres embarazadas durante el trabajo de parto. De hecho, varios folcloristas sostienen que algunas piezas de arte bizantino podrían representar a Abyzou tratando de atacar a Jesús cuando era un recién nacido.

Hay un claro aspecto psicológico en la naturaleza de esta demonio. Siendo la culpable de abortos espontáneos, nacidos muertos, y muertes súbitas de bebés, su presencia explicaba estos terribles sucesos y, de algún modo, los evadía el sinsentido.

En este contexto, Abyzou es retratada como la mayoría de los demonios femeninos: es vieja, fea, y sobre todo con ansias de destruir la vida en su momento más frágil. Esto responde a una inversión de la idealización clásica de la mujer como joven, bella y portadora de vida.

Abyzou es exactamente lo contrario, pero también forma parte de la feminidad.

En todo caso, no sabemos qué hizo Abyzou para merecer semejante castigo del Hacedor, quien seguramente conocía de antemano lo que ella haría a otras mujeres como consecuencia de ese castigo.

La mayoría de los folcloristas hacen hincapié en la envidia como impulsor de los hábitos detestables de Abyzou, pero no van mucho más allá. Desde aquí arriesgamos una posibilidad más intuitiva que basada en argumentos académicos.

El rasgo común entre Abyzou y otros demonios femeninos que persiguen a las embarazadas es la decrepitud. Ella no puede tener hijos propios y, por lo tanto, busca envidiosamente destruir a los hijos de los demás. ¿No sería posible entonces que Abyzou, su castigo, la causa de sus actitudes perniciosas, sea simplemente la vejez?

Claramente la fuerza que impulsa su malevolencia es la envidia, quizás la envidia de la juventud de sus víctimas.

La preocupación por la salud, el bienestar y la seguridad de los bebés ha mantenido vivas estas leyendas durante mucho. A pesar de los cambios culturales, esas preocupaciones siguen siendo las mismas que hace miles de años; y la posibilidad de representar esos miedos, de darles una forma específica, un sentido, en la figura de Abyzou, permitía también conjurarlos.




Demonología. I Demonios femeninos.


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Pazuzu: el demonio de «El Exorcista», quizás no era el malo de la película


Pazuzu: el demonio de «El Exorcista», quizás no era el malo de la película.




Si la novela y el cine de terror poseen un auténtico icono del mal para compadrear, ése es Pazuzu, el demonio que poseyó a la pobre Regan MacNeil en: El exorcista (The Exorcist).

Sin embargo, la presencia de esta criatura es en sí misma contradictoria con sus supuestas intenciones. Después de todo, quizás Pazuzu no era el malo de la película.

Un par de consideraciones antes de entrar en la biografía de esta espeluznante e incomprendida criatura.

William Peter Blatty, autor de la novela y del guión de la película, eligió a Pazuzu; lo cual nos lleva a preguntarnos por qué no a Lucifer, a Satanás, a Belcebú, entre una larga lista de candidatos en los diccionarios demonológicos?

¿Por qué Pazuzu en particular?

¿Por qué este demonio, y no otro?

La respuesta requiere algunas explicaciones concretas y una buena dosis de especulación.

El principio, Pazuzu procede de los mitos mesopotámicos. Es hijo de Hambi, dios del mal, y hermano de Humbaba, un gigante encargado de custodiar los amplios bosques de cedros de la región. En resumen: Pazuzu es un demonio, pero no en el sentido que actualmente le damos al término. Es un daemon, un espíritu, y no precisamente uno maligno.

Los mitos mesopotámicos le asignan el título de Príncipe de los Vientos, más concretamente del viento del sudoeste; y a pesar de provenir de una familia integrada fundamentalmente por seres maliciosos, el propio Pazuzu lucha a favor del bien.

Es el principal antagonista de Lamashtu, un demonio femenino despreciable, cuya única ambición es causar daño a las mujeres. Está emparentada con Lilith, madre de los vampiros, condenada a parir diariamente y a ver cómo su prole se desvanece en el mismo lapso. Ambas, por rencor hacia el género que pertenecen, son enemigas de la maternidad.

En este sentido, Pazuzu lucha contra Lamashtu para mantenerla lo más lejos posible de las mujeres que lo han invocado, y en el proceso no vacila en emplear tormentas, sequías, y toda clase de fenómenos metereológicos.

Vistos de forma aislada, esos eventos parecen producto de una maldad ciega, insensata. Incluso el aspecto de Pazuzu, que integra rasgos más bien animalescos, infunde mas terror que piedad. Sin embargo, todos esos elementos funcionan como barreras para proteger a las mujeres de un mal mucho mayor.

Esta breve introducción a la naturaleza de Pazuzu nos permite responder la pregunta que formulamos anteriormente:

¿Por qué Pazuzu, y no otro demonio más conocido y poderoso, es el elegido por el autor para poseer a Regan?

Quizás porque Pazuzu es el único demonio cuya naturaleza no es maligna.

En otras palabras: porque es el único demonio capaz de hacer el bien. Salvo que pensemos que el autor lo incluyó como protagonista excluyente sin antes estudiar su historia y función dentro del mito que lo originó en primer lugar.

Ahora volvamos a El Exorcista.

¿Quiénes son las víctimas de Pazuzu?

En apariencia, Regan, la joven cuyo cuerpo es poseído, y también su madre, quien sufre horriblemente al ver el deterioro físico y psicológico de su hija. Pero si tenemos en cuenta la naturaleza de Pazuzu, de acuerdo a sus mitos, las cosas quizás son más complejas.

La única víctima fatal de Pazuzu en la historia es Burke Dennings. Sabemos objetivamente que este hombre subió solo al cuarto de Regan y que luego su cuerpo fue encontrado al final de aquellas largas y míticas escaleras. El detective Kinderman, encargado del caso, supone que su cuello fue roto antes de la caída.

Después de eso, y en muchas ocasiones a lo largo de la película, e incluso en la novela, donde se lo aclara específicamente, la voz de Pazuzu —en labios de Regan— asume el tono del propio Dennings, y siempre en relación a una actitud, digamos, abusiva, con respecto a la muchacha.

Son varios los que conjeturan con la posibilidad de que Dennings haya subido al cuarto de Regan muchas veces en el pasado, y que los síntomas de la muchacha, en apariencia, sin sentido, en realidad forman un discurso que repite la actitud violenta que la ha sufrido.

En este sentido, Regan pudo haber utilizado el tablero Ouija para indagar sobre algo que la perturbaba enormemente, algo que no comprendía del todo y que decididamente no podía hablar con su madre. Tal vez pidió ayuda, y la respuesta a esa invocación fue Pazuzu.

Si tomamos como posible esta hipótesis, la figura de Pazuzu aparece como un blindaje, una barrera que recubre a Regan para alejar a los acólitos de Lamashtu; es decir, a aquellos que han lastimado su feminidad: Dennings, el perpetrador; y su propia madre, cómplice por indiferencia o aceptación.

La voz de Dennings se presenta muchas veces en los labios de Regan, repitiendo órdenes que claramente dan a entender la naturaleza hostil de aquellas visitas a su cuarto. A su vez, la madre de Regan es cómplice, involuntaria o no, de aquel maltrato, y como tal es tratada por Pazuzu, quien, dentro de esta hipótesis, fue invocado para ayudar a la muchacha.

Finalmente tenemos a los dos sacerdotes: el padre Karras y el padre Merrin.

El segundo fallece durante el exorcismo debido a una delicada condición cardíaca.

El padre Karras, en cambio, se arroja voluntariamente por la ventana; no sin antes haber golpeado ferozmente a la chica, a pesar de que aquello indudablemente no podía producirle ningún daño a Pazuzu.

Entendiendo que las únicas dos maneras de salvarla son: matándola o bien recibiendo él mismo a Pazuzu en su cuerpo, se ofrece para esta segunda opción, y por fin se lanza escaleras abajo.

Recordemos que, a los ojos de Pazuzu, Karras es también culpable de traicionar a la feminidad sagrada; y constantemente le reprocha durante el exorcismo haber abandonado a su madre para que muera sola en un asilo para lunáticos.

Hay otros datos que, por cuestiones lógicas, no podemos abordar aquí con todo el detalle que requieren. Pero en otros lugares pueden encontrarse muy buenos análisis sobre la relación entre Regan y Dennings que podrían explicar la actitud vengativa de Pazuzu en relación a cualquier amenaza hacia la chica.

No es caprichoso que el demonio desaparezca cuando todas esas amenazas se neutralizan: Dennings ha muerto, su madre ha sido castigada, y los sacerdotes que la atan a la cama para someterla a un rito de exorcismo, creyendo que está poseída, y no siendo asistida con motivo de una invocación voluntaria, ya no pueden hacerle daño.

Desde aquí, consideramos que se trata de una teoría interesante, que echa luz sobre muchos puntos oscuros en la historia, y que en definitiva explica por qué Pazuzu, y no otro demonio, interviene en este asunto escabroso, donde lo principal es proteger a Regan, sin importar qué tormentas y vientos se utilicen para ganar la batalla.



Demonología. I Mitología.


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El artículo: Pazuzu: el demonio de «El Exorcista», quizás no era el malo de la película fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



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