«El pequeño huerto verde»: Walter de la Mare; poema y análisis.


«El pequeño huerto verde»: Walter de la Mare; poema y análisis.




«Cuando más solo estás,
todo menos el silencio se va.
Alguien está esperando y observando ahí,
en el pequeño huerto verde.»



El pequeño huerto verde (The Little Green Orchard) es un poema gótico del escritor inglés Walter de la Mare (1873-1956), publicado originalmente en la antología de 1913: Peacock Pie; y luego recopilado por August Derleth en la colección de Arkham House: El lado oscuro de la luna (Dark of the Moon)

El pequeño huerto verde. uno de los poemas de Walter de la Mare menos conocidos, nos sitúa en un huerto [simbólico] donde el Orador siente que alguien, o algo, «siempre está sentado allí».

Este «siempre» es precisamente eso: la presencia siempre está en el huerto, día y noche. No hay demasiados indicios, excepto por unas voces suaves que llaman al anochecer y ciertos sonidos nocturnos. El Orador no siente miedo; y si bien la sensación de estar siendo observado es extraña, tal vez incómoda, no es aterradora.

Visitemos primero el huerto de Walter de la Mare y luego intentemos desentrañar sus misterios:


Siempre hay alguien sentado ahí,
en el pequeño huerto verde;
incluso cuando el sol está alto
en el cielo despejado del mediodía
y la abeja va zumbando débilmente
de rosa en rosa,
siempre hay alguien sentado en la sombra,
en el pequeño huerto verde.

Sí, y cuando el crepúsculo cae suavemente
en el pequeño huerto verde;
cuando el perlado rocío destila
y cada copa de flor se llena;
cuando el último mirlo dice:
"¡Qué, qué!" y se va.
He oído voces que llaman delicadamente
en el pequeño huerto verde.

No es que tenga miedo de estar ahí,
en el pequeño huerto verde;
porqué, cuando la luna brilla,
derramando su luz solitaria
y las polillas vienen como fantasmas,
y el cornudo caracol abandona su hogar:
me he sentado ahí, susurrando y escuchando
en el pequeño huerto verde.

Sólo que es extraño sentarse ahí,
en el pequeño huerto verde;
ya sea que pintes o dibujes,
caves, martilles, cortes o serruches;
cuando más solo estás,
todo menos el silencio se va...
Alguien está esperando y observando ahí,
en el pequeño huerto verde.


Está sentado, esperando, observando, en el pequeño huerto verde. Pero, ¿quién?

Lo único claro es que el Orador siente una presencia en el huerto, invisible, tranquila, que aguarda. No es simplemente una experiencia aparicional, es decir, cuando sentimos que no estamos solos en un lugar [ver: Sentir «presencias» cuando estás solo]. El Orador percibe algunas características de la entidad, que podría definirse como algo consciente que espera y observa en silencio. De hecho, el Orador no siente miedo, sino que experimenta una sensación de asombro y serenidad.

Walter de la Mare es un maestro capturando misterios cotidianos: sensaciones y emociones que aparecen y desaparecen tan fugazmente que no podríamos asegurar que hayan ocurrido en primer lugar.

El misterio central de El pequeño huerto verde está cerrado a la lógica. Sabemos que es una presencia, que es constante, que observa, que espera, que está sentada a la sombra. Leído fríamente, Walter de la Mare fabrica una atmósfera serena pero inquietante, pero creo que el poeta busca que nos coloquemos en una perspectiva infantil, que volvamos a ser niños por un momento. En este sentido, el poema expresa la naturaleza imaginativa de la infancia, donde las cosas mágicas no son analizadas para desentrañar sus mecanismos internos. La magia, en el huerto de la infancia, se acepta. Simplemente está ahí.

Es agradable pesar que la presencia en el huerto tal vez sea el adulto que regresa en la memoria a los días de su infancia.

Esto explicaría porqué el Orador no siente miedo por la presencia; sin embargo, también dice que oye «voces» [en plural] que «llaman delicadamente». De todos modos, esto tampoco lo asusta ni le impide estar en el huerto. ¿Acaso la presencia es otro tipo de fuerza benévola, como un genius loci? Quizás seamos nosotros, quizás, mientras Walter de la Mare escribía su huerto, percibió la presencia silenciosa, observadora y expectante del lector.

El pequeño huerto verde no necesita estas interpretaciones. Todas son válidas y ninguna es incorrecta. En lo personal, creo que Walter de la Mare está hablando del proceso artístico, o, mejor dicho, de la creatividad, como sinónimo del acto de vivir. No importa realmente cuál sea la actividad, «ya sea que pintes o dibujes, caves, martilles, cortes o serruches; cuando más solo estás, todo menos el silencio se va». Sin embargo, «alguien está esperando y observando ahí, en el pequeño huerto verde».

En efecto, alguien está.

Y quien aguarda, y siempre aguardará, es la muerte.




El pequeño huerto verde.
The Little Green Orchard, Walter de la Mare (1873-1956)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Siempre hay alguien sentado ahí,
en el pequeño huerto verde;
incluso cuando el sol está alto
en el cielo despejado del mediodía
y la abeja va zumbando débilmente
de rosa en rosa,
siempre hay alguien sentado en la sombra,
en el pequeño huerto verde.

Sí, y cuando el crepúsculo cae suavemente
en el pequeño huerto verde;
cuando el perlado rocío destila
y cada copa de flor se llena;
cuando el último mirlo dice:
"¡Qué, qué!" y se va.
He oído voces que llaman delicadamente
en el pequeño huerto verde.

No es que tenga miedo de estar ahí,
en el pequeño huerto verde;
porqué, cuando la luna brilla,
derramando su luz solitaria
y las polillas vienen como fantasmas,
y el cornudo caracol abandona su hogar:
me he sentado ahí, susurrando y escuchando
en el pequeño huerto verde.

Sólo que es extraño sentarse ahí,
en el pequeño huerto verde;
ya sea que pintes o dibujes,
caves, martilles, cortes o serruches;
cuando más solo estás,
todo menos el silencio se va..
. Alguien está esperando y observando ahí,
en el pequeño huerto verde.


Some one is always sitting there,
In the little green orchard;
Even when the sun is high
In noon's unclouded sky,
And faintly droning goes
The bee from rose to rose,
Some one in shadow is sitting there,
In the little green orchard.

Yes, and when twilight is falling softly
In the little green orchard;
When the grey dew distils
And every flower-cup fills;
When the last blackbird says,
"What - what!" and goes her way - s-sh!
I have heard voices calling softly
In the little green orchard.

Not that I am afraid of being there,
In the little green orchard;
Why, when the moon's been bright,
Shedding her lonesome light,
And moths like ghosties come,
And the horned snail leaves home:
I've sat there, whispering and listening there,
In the little green orchard.

Only it's strange to be feeling there,
In the little green orchard;
Whether you paint or draw,
Dig, hammer, chop, or saw;
When you are most alone,
All but the silence gone...
Some one is waiting and watching there,
In the little green orchard.


Walter de la Mare (1873-1956)


(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Walter de la Mare.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Walter de la Mare: El pequeño huerto verde (The Little Green Orchard), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«En este pecho se obra un hechizo»: análisis de «Christabel» [Samuel Coleridge]


«En este pecho se obra un hechizo»: análisis de «Christabel» de Samuel Coleridge.




«En el roce de este pecho se obra un hechizo.»



Hoy en El Espejo Gótico analizaremos el poema de Samuel Taylor Coleridge: Christabel (Christabel), publicado en 1816 junto a Kubla Khan (Kubla Khan) y Los dolores del sueño (The Pains of Sleep). Antes de entrar en el poema es importante mencionar que se trata de una pieza dividida en dos partes. La primera fue escrita en 1797, y la segunda en 1800. Coleridge planeó tres partes más, que nunca se completaron.

Resumen:

Coleridge comienza hablando de sir Leoline, un poderoso barón muy apegado a su perra, una mastín que tiene la costumbre de responder al reloj del castillo. Cuando aúlla, dicen, la perra es capaz de ver el espíritu de la difunta baronesa. Pero el verdadero orgullo de sir Leoline es lady Christabel, su hija, que en esta medianoche camina sola por el bosque. Encuentra un viejo y robusto roble, se arrodilla ante él y reza por la salvación de su prometido; sin embargo, un lastimoso gemido interrumpe sus plegarias. Detrás del árbol hay una mujer vestida de blanco, descalza, pero con ricas gemas en su cabello.

Con una voz delicada, musical, le dice a Christabel que su nombre es Geraldine. Según cuenta, fue secuestrada por un grupo de caballeros. Logró deshacerse de ellos pero pronto volverán. Afirma no recordar nada mas. Christabel trata de consolarla. Le dice que su padre se encargará de que regrese a salvo a casa. Por ahora, lo mejor es pasar la noche en su cuarto.

Las dos mujeres llegan al castillo de sir Leoline sin incidentes, pero, al antes de cruzar las puertas de hierro, Geraldine se desploma en el suelo. No se desmaya, sino que tiene un súbito ataque de dolor. Christabel la ayuda a incorporarse y la invita a orar a la Virgen, pero Geraldine dice que está demasiado cansada. Al cruzar el patio, la perra ladra furiosamente y las brasas del salón se agitan en extrañas lenguas de fuego. Ya en la habitación, Christabel le ofrece a Geraldine un licor que preparó su madre, quien, según confiesa, murió al darla a luz. Entonces, como si Geraldine pudiera «ver a los muertos sin cuerpo», le advierte a Christabel que tiene un «espíritu guardián» junto a ella, y que ya es hora de liberarse de él, habida cuenta que la propia Geraldine se encargará de cuidarla.

Christabel cree que su nueva amiga está algo confundida por la terrible experiencia que acaba de tener, pero Geraldine le dice que «los habitantes del cielo» la aman y que incluso ella intentará corresponderle. Le pide a Christabel que se vaya a dormir mientras ella reza. Christabel obedece, pero no puede conciliar el sueño, así que observa a Geraldine mientras se desviste, «una visión para soñar, no para contar», porque uno de sus pechos y la mitad de su cuerpo son, digamos, indescriptibles.

Geraldine se acuesta en la misma cama y abraza a Christabel. Por alguna razón, el roce de sus senos hace Christabel sea incapaz de recordar lo que sucedió esa noche, excepto que encontró en el bosque a una «dama brillante», una muchacha «de una belleza excepcional» a quien ha traído a casa. En pocas horas, Christabel deja de ser aquella damisela inocente que rezaba por su prometido para yacer en los brazos de Geraldine. Durante este encuentro todos los «pájaros nocturnos» permanecen en silencio.

Al oír las campanas de servicio matutino, Geraldine se levanta para arreglarse. Christabel despierta y descubre que su nueva «amiga» es aún más hermosa que la noche anterior, antes de derramarle su «dulce agradecimiento». Está claro que Christabel es consciente de que ha pecado.

Sir Leoline, presa de una severa depresión, da la bienvenida a Geraldine. Se asombra al saber que su padre es Roland de Vaux de Tryermaine, un viejo amigo de la juventud con quien tuvo una disputa. No lo ha visto en décadas, pero piensa que no ha encontrado un mejor amigo desde entonces. Al ver a Roland en Geraldine, sir Leoline jura castigar a sus secuestradores [dice que les arrancará sus «almas de reptil»] y la abraza. Al observar esta escena, Christabel vuelve a notar el monstruoso pecho que Geraldine reveló la noche anterior. Advierte también una especie de «jadeo sibilante» en ella.

Sir Leoline dice que enviará a su bardo, Bracy, a informar a Roland que desea recuperar su amistad, por lo que cabalgará con sus tropas para llevar a su hija a casa. Bracy se conmueve, pero ruega que el viaje se retrase. Anoche tuvo un sueño extraño: vio a Christabel como una paloma, sola, gimiendo de angustia en el bosque, enroscada en una serpiente verde. Bracy teme que algo impío esté acechando, por lo que sugiere ir a purificar el bosque con su música.

Sir Leoline, estupefacto por la belleza de Geraldine, apenas escucha al bardo. Le dice a Geraldine que él y Roland son más fuertes que el arpa o la canción; y que juntos aplastarán a esa serpiente. Geraldine acepta su beso con un aire puro, virginal, pero sus ojos, que brillan con un «odio sordo y traicionero», como los de una serpiente, miran de reojo a Christabel.

Christabel cae de rodillas y le ruega a su padre que expulse a Geraldine. Sir Leoline, por supuesto, está indignado por esa deshonra a la hospitalidad de su casa, y todo por celos. Le ordena a Bracy que se vaya a Tryermaine de inmediato. Luego, sir Leoline se aleja de Christabel y acompaña a Geraldine fuera del salón para «expresar el exceso de su amor con palabras de amargura involuntaria».

***


Lo primero que salta a la vista de Christabel es su influencia en el relato de Sheridan Le Fanu: Carmilla (Carmilla). Por ejemplo, en ambas historias una vampiresa atrae a una joven inocente, logra ser invitada a su castillo y, una vez instalada, se gana el favor de su padre. Además, las dos heroínas, Christabel y Laura, son hijas de madres fallecidas durante el parto, y las dos están a cargo de sus padres enfermos. Más aún: la presencia de Geraldine provoca en Christabel síntomas similares a los que Carmilla estimula sobre Laura, y ambas protagonistas experimentan problemas de sueño y debilidad por la mañana después de pasar la noche con sus invitadas [ver: Carmilla y la leyenda de los nombres de los vampiros]

Si bien sabemos que Carmilla es una vampiresa, no conocemos la naturaleza de Geraldine. Puede ser una vampiresa, un súcubo, una lamia o una bruja. Uno de los «síntomas» de su maldad es la aversión por determinados símbolos; por ejemplo, se rehúsa a rezar a la Virgen, la luz ejerce una influencia negativa sobre ella, y se desmaya al rozar casualmente una cadena de plata. Es probable que Coleridge pensara brindar más información sobre ella en las siguientes tres partes del poema.

Se habla mucho de Christabel, pero el personaje más interesante es Geraldine. Es carismática y adapta su perfil de acuerdo a su víctima. Puede actuar como una damisela aterrorizada y, un momento después, ejercer una poderosa influencia sexual sobre hombres y mujeres por igual.

No está claro qué es Geraldine. Sabemos que hay algo extraño en su «pecho desnudo» y «la mitad de su costado», algo visible, y por lo tanto físico. La sugerencia es que Geraldine no es humana, o al menos no del todo humana. Sabemos también que el roce de su pecho hechiza a Christabel, la hace olvidar el encuentro sexual de la noche anterior, lo cual sugiere que no necesariamente es sangre, sino algún tipo de magia. Uno tiende a pensar que debe ser algo bello, atractivo, pero cuando Coleridge dice que es «una imagen para soñar, no para contar» podría estar hablando de un pecho de aspecto cadavérico, o, por otros indicios, escamado, como la piel de una serpiente. Tampoco puede descartarse que Christabel y Leoline se sientan atraídos por el pecho de Geraldine por motivos diferentes. La madre de Christabel murió en el parto, por lo que ella no pudo experimentar la lactancia. Leoline es viudo, y se encuentra privado de la cercanía de una amante. En ambos casos, el pecho de la difunta madre/esposa es una privación para la hija y el esposo [ver: La maternidad fallida en «Drácula»]

Si tuviese que jugar al detective literarios, diría que Geraldine se acuesta con Christabel para llegar a sir Leoline. Es decir, el sexo captura nuestra atención, pero es curioso que Geraldine resulte ser la hija de un viejo amigo, ahora adversario, y que su situación [secuestro] desencadene en sir Leoline una serie de arrepentimientos. Este podría ser el trasfondo político del poema. Leoline, ya anciano y con una salud frágil, cede a la influencia de Geraldine, incluso ignora las visiones del bardo [lo cual nunca es buena idea] pero Christabel interrumpe el hechizo lo suficiente como para plantear su desconfianza.

Supongo que, en las sucesivas partes, Christabel iría ganando terreno y terminaría imponiéndose sobre Geraldine. También veríamos más a Bracy y a la perra, y tal vez descubriríamos qué es Geraldine, su pasado, sus motivaciones.

El pecho de Geraldine es un aspecto misterioso del poema. Se dice que Percy Shelley, que poseía una sensibilidad morbosa, como la mayoría de los románticos, tuvo un ataque de pánico en Villa Diodati luego de escuchar a lord Byron recitando Christabel. Al parecer, Percy tuvo una visión de su esposa, Mary Shelley, con ojos en lugar de pezones, y salió corriendo de la habitación. Tuvo que ser atendido por John Polidori, que era médico. ¿Será que Percy Shelley, en su ataque de nervios, captó algo en las palabras de Coleridge? ¿Será que Geraldine tiene ojos en lugar de pezones?

Una lectura religiosa del poema de Coleridge sugiere que Geraldine es la serpiente del Edén que corrompe a Christabel, quien representa a Eva. Después de todo, tienta a Christabel en la naturaleza, cerca de un árbol, y libera su sexualidad, hasta ese punto latente e inexplorada. Pero esta figura termina aquí, porque Geraldine también influye sobre sir Leoline, quien se interesa sexualmente por ella. Leoline, evidentemente, no es Adán; de hecho, es el padre de Christabel, no su amante. Sin embargo, Coleridge insiste en recordarnos que la madre de Christabel murió en el parto, y que la chica se convirtió en una gran compañía para su padre; en cierto modo, asumió el rol de esposa, Tanto es así que Christabel reacciona únicamente cuando Geraldine pone en peligro la relación con su padre.

Coleridge es un maestro de la insinuación. Nunca vincula lo sobrenatural con nada concreto, trata de ser lo más impreciso posible, logrando en el lector un efecto de misterio que roza la frustración. Lo que en otros autores es «información», en Coleridge son detalles. Por ejemplo, es evocador que el poema comience a la medianoche, horario propicio para lo sobrenatural, y que todos los animales que menciona el poeta [los búhos, el gallo, la perra] se muestren inquietos, como si percibieran la llegada de un visitante del otro mundo. La insinuación de la presencia del espíritu de la madre de Christabel completa la atmósfera, y nos da la certeza de que algo sobrenatural está a punto de ocurrir. Sin afirmar nada en concreto, Coleridge nos prepara para la aparición de Geraldine.

El efecto que logra es más convincente que si solo proporcionara información directa. Lo sobrenatural en la ficción es un fenómeno mental, está lleno de dudas, contradicciones e incertidumbre. Christabel siente un temor vago al ver a Geraldine. No hay nada objetivamente sobrenatural aquí; solo tenemos la noche [con luna], el bosque, los animales inquietos, el roble [con una hoja roja que cuelga de la rama más alta], la mujer hermosa. Sin embargo, Coleridge logra el efecto deseado, que es insinuar la presencia de algo sobrenatural apelando a una secuencia de elementos naturales que, en sí mismos, no tienen nada de extraño.

Geraldine, por su parte, procede como un vampiro, aunque no sabemos si la sangre está involucrada. Sus ataques giran en torno a lo sexual, posee un gran atractivo físico, su personalidad es hipnótica y más fuerte por la noche, lleva una marca corporal que revela su naturaleza sobrenatural y, después del encuentro físico con sus víctimas, estas quedan incapacitadas. Si el vampiro se define únicamente por la acción de beber sangre, Geraldine no es un vampiro. Si se define por el resto de sus caracterísicas o atributos, evidentemente pertenece a esa estirpe [ver: Razas y clanes de vampiros]

Hay otro detalle que nos lleva a pensar que Geraldine es un vampiro: al llegar al umbral del castillo, finge un desmayo. No puede cruzar las puertas hasta que Christabel la carga en sus brazos. Una vez adentro, su dolor desaparece misteriosamente. El motivo folklórico de la invitación del vampiro terminó de definirse en la novela de Bram Stoker: Drácula, pero ya estaba presente en Carmilla y, antes de eso, en Christabel. La prevalencia de este motivo deja en claro que el problema del mal es un asunto complejo, tanto en la ficción como en el folklore. Indica que el mal necesita ser invocado, invitado a entrar en nuestras vidas, y por lo tanto se deduce que existe en una esfera externa [ver: ¿Por qué los vampiros deben ser invitados a entrar?]

En este sentido, Christabel, sobre todo su comienzo arquetípico, posee cierta atmósfera de cuento de hadas, con esta pura doncella vagando a medianoche por el bosque que rodea el castillo. Todo parece inocente, pero, en cierto modo Christabel se expone a la influencia del mal. Tiene buenas intenciones, es devota, buena hija y ama a su prometido, pero al salirse del camino, es decir, al andar por el bosque a la hora equivocada, se expone a la influencia del mal [ver: ¡No salgas del camino! El Modelo «Caperucita Roja» en el Horror]

Esto, en nuestros días, puede sonar inapropiado, como si estuviéramos culpando a la víctima, pero el folklore no tiene esos reparos. Aún la personas buenas que actúan con buenas intenciones deben tener algún tipo de afinidad con el mal; deben atraerlo, buscarlo inconscientemente. En definitiva, si Christabel es tan pura como parece, ¿por qué sale a rezar a medianoche en el bosque? ¿Cuál es el motivo por el que decide hacerlo a esta hora y no, digamos, al mediodía? ¿Acaso no es lógico deducir que a medianoche sus plegarias pueden ser respondidas por algo más?

Evidentemente, Christabel actúa con secretismo, oculta sus movimientos. Coleridge dice: «se escabulló sin decir nada», y, más tarde, sostiene que la chica se «arrastró sigilosamente» fuera del castillo. ¿Por qué procede de este modo? Bueno, ha tenido un sueño con su «caballero», un «sueño que la hizo gemir». En otras palabras, Christabel se escapa del castillo, a la medianoche, al bosque, en pleno despertar de su sexualidad. Simbólicamente, está buscando algo, está exponiéndose a un entorno poco seguro. Su sexualidad es como una baliza que solo puede atraer a alguien, o algo, como Geradine.

También es justo decir que, si bien Geraldine trae problemas, no está nada claro que el castillo estuviera en paz hasta su llegada: la madre de Christabel murió al dar a luz, sir Leoline culpa a su hija por el fallecimiento de su esposa e impone un luto interminable que hace que el castillo parezca una tumba más que un hogar. Geraldine, quizás, no genera el mal en la casa, simplemente explota los resentimientos y conflictos latentes. Ciertamente despierta los instintos sexuales que aún no se han manifestado [ver: El enlace entre el Vampiro y su víctima]

Christabel y Geraldine parecen aspectos opuestos; la primera es [supuestamente] «buena», la otra es [aparentemente] «mala». Cuando Bracy relata su sueño, donde una serpiente ataca a una paloma, Geraldine es claramente la serpiente y Christabel la paloma. Sin embargo, las dos se enfrentan del mismo modo, casi como un reflejo: la serpiente hincha su cuello mientras la paloma hincha el suyo. Podría decirse que cada una es el doppelgänger de la otra.

Para aquellos que quieran seguir explorando el lore de Christabel recomendamos el poema de Edgar Allan Poe: La durmiente (The Sleeper), así como en la pieza de Mary Elizabeth Coleridge [sobrina-nieta de Samuel] titulada La bruja (The Witch).




Vampiros. I Poemas de Samuel Taylor Coleridge.


Más literatura gótica:
El artículo: «En este pecho se obra un hechizo»: análisis de «Christabel» de Samuel Coleridge fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Un visitante de medianoche»: Elizabeth Akers Allen; poema y análisis.


«Un visitante de medianoche»: Elizabeth Akers Allen; poema y análisis.




«¿Quién es él, mi visitante de medianoche?
¿Por qué me atormenta,
viniendo de las sombras brumosas
de hace cien años?»



Un visitante de medianoche (A Midnight Visitor) es un poema gótico de la escritora norteamericana Elizabeth Akers Allen (1832-1911), publicado en la antología de 1902: La canción del atardecer y otros versos (The Sunset Song and Other Verses).

Un visitante de medianoche, uno de los grandes poemas de Elizabeth Akers Allen, versifica la historia de una mujer que todas las noches recibe en su habitación a su «visitante», un fantasma de tiempos antiguos que toca melodías olvidadas.

Esta aparición surge cuando «la casa está a oscuras» y lo único que se ve en la habitación es la «sombra nítida de la rama del olmo». Debe ser una casa señorial, aristocrática, y por lo tanto apartada, porque la Oradora menciona que «las luces del pueblo» también están apagadas y los perros [guardianes] duermen. En ese momento, en el «silencio mudo» de la medianoche, cuando «ni una hoja muerta se atreve a caer» y lo único que se escucha es el «tictac del reloj» en la pared, el Visitante aparece «con una mirada de saludo y una flauta antigua en su mano».

No hay dudas de que se trata de un espíritu. Se deja ver «desde el rincón sombreado por la cortina» y posee modales cortesanos. Es un músico, evidentemente, porque saca «un taburete de tres patas» que, afirma la Oradora, «no estaba allí antes» y nunca logra encontrarlo a la luz del día. El Visitante coloca el taburete al lado de la cama mientras ella lo observa en silencio, «hechizada por su mística presencia», se sienta y toca su música [ver: El hombre al pie de mi cama]

En este punto, la Oradora deja en claro que el Visitante es una aparición del pasado. Viste «jubón», «volantes», «hebillas de plata» y «medias de seda»; su cabello está «empolvado y trenzado». Todo el conjunto responde al «pintoresco y elaborado estilo de hace cien años» [ver: Espíritus que no abandonan su antigua casa]

Si nos adjudicáramos la profesión de parapsicólogos literarios, diríamos que el Visitante de Medianoche es es simplemente un brote de energía residual, habida cuenta que repite una y otra vez la misma operación, a la misma hora y en el mismo lugar [ver: ¿Los fantasmas son «grabaciones» impresas en la realidad?]. Además, no presenta fenómenos paranormales adicionales. Es como una cinta que se reproduce incesantemente cuando se dan las condiciones adecuadas [ver: Teoría de la Cinta de Piedra]

También es una aparición sutil. Si la Oradora se mueve, él «desaparece»; si habla, se retira, pero si se queda «en completo silencio, él se sienta y toca durante horas». ¿Qué tipo de música? «Melodías menores», algo «melancólicas», como «las que agradaban a las doncellas de hace cien años». A pesar de tratarse de un músico, el Visitante no canta, no cuenta «historias fantasmales de errores no confesados ni perdonados». «No dice una sola palabra», aunque muestra cierto grado de consciencia sobre el entorno. Si bien parece estar atrapado en un bucle, mira «fijamente» a la Oradora.

Al final de Un visitante de medianoche no encontramos ninguna explicación. No sabemos quién es el Visitante ni por qué repite el mismo acto. Es una decisión venturosa. El placer está en el misterio, pocas veces en su resolución. Sin embargo, hay algunas pistas que podemos seguir.

Por ejemplo, la melodía que toca es «como las que agradaban a las doncellas de hace cien años», en otras palabras, es una melodía amorosa, sentimental. El Visitante, tal vez, está cortejando a la Oradora, o quizás repitiendo una escena pasada, el cortejo a una antigua habitante de la casa, probablemente una ancestro de la Oradora. Sin embargo, está consciente de ella: la mira, responde a su voz y a sus movimientos. Si hubiese que dar un veredicto, presentaría dos opciones:

a- El fantasma, como lo dice el título del poema, simplemente está «visitando» a la nueva señora de la casa. Toca para ella como lo hizo para sus predecesoras.

b- La Oradora, de algún modo, se desliza hacia el pasado, donde el músico está vivo y también toca para ella.

Esta última opción invierte los términos del título y hace que la Oradora sea la visitante de medianoche.





Un visitante de medianoche.
A Midnight Visitor, Elizabeth Akers Allen (1832-1911)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Al final la casa está a oscuras,
el último delicado paso es silencioso
y la sombra nítida de la rama del olmo
parpadea en el alféizar de la ventana.
Cuando las luces del pueblo se apagan,
y todos los perros duermen,
y el resplandor plateado y brumoso
hace que la sombra parezca negra y profunda,
cuando la noche es tan silenciosa
que ni una hoja muerta se atreve a caer
y solo oigo el tictac del reloj
de la muerte en la pared,
cuando ningún ratón escondido se atreve
a roer el silencio muerto y mudo,
y el aire mismo parece esperar
algo que debería venir,
ningún susurro agita el aire;
sin embargo, él permanece allí, valiente y mudo,
con una mirada de saludo
y una flauta antigua en su mano.
Entonces, con toda la gracia cortesana
de la antigua escuela colonial,
desde el rincón sombreado por la cortina
saca un taburete de tres patas.
(¡Ah, no estaba allí antes!
¡Por más que lo busque,
nunca, nunca lo encontraré
a la luz del día!)
Lo coloca al lado de mi cama,
y mientras lo contemplo en silencio,
hechizada por su mística presencia,
se sienta allí y toca
con gracia, majestuoso, serio y alto,
vestido de pies a cabeza
con el pintoresco y elaborado estilo
de hace cien años.
Jubón, medias de seda
lleva mi melodista de medianoche,
volantes de nieve en su pecho,
volantes de nieve en su muñeca,
hebilla de plata en la rodilla,
hebilla de plata en el zapato;
cabello empolvado, peinado y trenzado
en una coleta rígida al estilo antiguo.
Si me muevo, desaparece;
si hablo, vuela;
si me quedo en completo silencio,
se sienta y toca durante horas;
toca viejas melodías menores,
melancólicas, salvajes y lentas,
tal vez como las que agradaban
a las doncellas de hace cien años.
En vano espero escuchar historias fantasmales
de errores no confesados ni perdonados,
no vengados y sufridos
durante mucho tiempo;
No cuenta ninguna historia,
no dice una sola palabra;
sólo se sienta y me mira fijamente,
y toca y toca.
¿Quién es él, mi visitante de medianoche?
¿Por qué me atormenta,
viniendo de las sombras brumosas
de hace cien años?


After all the house is dark,
And the last soft step is still,
And the elm-bough's clear-cut shadow
Flickers on the window sill—

When the village lights are out,
And the watch-dogs all asleep,
And the misty silver radiance
Makes the shade look black and deep—

When, so silent is the night,
Not a dead leaf dares to fall,
And I only hear the death-watch
Ticking, ticking in the wall—

When no hidden mouse dares gnaw
At the silence dead and dumb,
And the very air seems waiting
For a Something that should come—

Suddenly, there stands my guest,
Whence he came I cannot see;
Not a door has swung before him,
Not a hand touched latch or key,

Not a rustle stirred the air;
Yet he stands there, brave and mute,
In his eyes a look of greeting,
In his hand an old-time flute.

Then, with all the courtly grace
Of the old Colonial school,
From the curtain-shadowed corner
Forth he draws a three-legged stool—

(Ah, it was not there before!
Search as closely as I may,
I can never, never find it
When I look for it by day!)

Places it beside my bed,
And while silently I gaze
Spell-bound by his mystic presence,
Seats himself thereon and plays.

Gracious, stately, grave and tall,
Always dressed from crown to toe
In the quaint elaborate fashion
Of a hundred years ago.

Doublet, small-clothes, silk-clocked hose;
Wears my midnight melodist,
Snowy ruffles in his bosom,
Snowy ruffles at his wrist.

Silver buckle at his knee,
Silver buckle on his shoe;
Powdered hair smoothed back and plaited
In a stiff old-fashioned queue.

If I stir he vanishes;
If I speak he flits away;
If I lie in utter silence,
He will sit for hours and play;

Play old wailing minor airs,
Melancholy, wild and slow,
Such, mayhap, as pleased the maidens
Of a hundred years ago.

All in vain I wait to hear
Ghostly histories of wrong
Unconfessed and unforgiven,
Unavenged and suffered long;

Not a story does he tell,
Not a single word he says—
Only sits and gazes at me
Steadily, and plays and plays.

Who is he, my midnight guest?
Wherefore does he haunt me so;
Coming from the misty shadows
Of a hundred years ago?


Elizabeth Akers Allen (1832-1911)


(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de fantasmas.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Elizabeth Akers Allen: Un visitante de medianoche (A Midnight Visitor), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



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