«Las apariciones»: William Butler Yeats; poema y análisis.


«Las apariciones»: William Butler Yeats; poema y análisis.




«Quince apariciones he visto;
la peor, un abrigo colgado en una percha.»



Las apariciones (The Apparitions) es un poema del escritor irlandés William Butler Yeats (1865-1939), publicado de manera póstuma en la antología de 1940: Últimos poemas (Last Poems).

Las Apariciones, uno de los poemas de W. B. Yeats menos conocidos, fue escrito entre marzo y abril de 1938. Con 73 años, el poeta sentía que estaba acercándose al final de su vida. En este contexto, abordó el tema de su muerte con una imagen muy curiosa: «un abrigo colgado en una percha».

Los poemas de Yeats a menudo emplean recursos místicos [era aficionado al ocultismo] que no son sencillos de seguir para el lector, pero en ocasiones también apelan a una sencillez cruda. En estas piezas encontramos una voz coloquial y directa. Las Apariciones es una combinación de estas dos tendencias: es un poema sobre la realidad de la muerte, que todos deberemos enfrentar, a través de la imagen desconcertante de «un abrigo colgado en una percha», el cual podría interpretarse como una alusión a la ausencia física, incluso al cadáver que dejamos atrás: su abrigo está allí, pero él no.

Anticipándose a la recomendación de Dylan Thomas [No entres dócil en esa buena noche], que nos invita a sentir «rabia», no resignación, ante la inminencia de la muerte, W.B. Yeats estaba indignado con el progresivo deterioro físico de la vejez; y ese enojo fue el combustible para los poemas de sus últimos años. Curiosamente, esto comenzó bastante temprano en su vida. Para los estándares modernos, W.B. Yeats no era «viejo» cuando empezó a considerarse un anciano [ver: Y la Muerte no tendrá dominio]

A medida que Yeats sentía que estaba acercándose al final, se obsesionó con su escritura. Creía que el poeta debe trabajar sin cesar especialmente en la vejez, cuando puede ofrecer el fruto de toda una vida de experiencia acumulada. En este sentido, la proximidad de la muerte debe ser el momento de mayor actividad creativa; no como forma de evasión de los miedos lógicos de encontrarse cerca de partir del plano físico, sino de concentración en esa proximidad.

Una característica de los poemas de Yeats es su afición por los estribillos al final de cada estrofa. En Las Apariciones, las estrofas terminan con:


«Quince apariciones he visto;
la peor, un abrigo colgado en una percha.»


Esta afinidad podría tener su origen en el amor de Yeats por las baladas medievales. Al final de cada estrofa se nos recuerdan los hechos, como un tambor que repite el mismo patrón. Es la frase clave del poema, el mensaje principal que el poeta quiere transmitir. Yeats ha visto «quince apariciones», y la «peor» es solo «un abrigo colgado en una percha». ¿Cuál es el significado de esta imagen? ¿Por qué es la «peor» de las apariciones?

Creo que el abrigo tiene que ver con la propia muerte de Yeats. En su vida seguramente experimentó cosas bastante horribles, como todos: tristezas, desengaños, duelos por el fallecimiento de seres queridos, pero esta es la primera vez que su propia existencia está amenazada. El abrigo es su cuerpo, que su alma pronto dejará de vestir.

En Las Apariciones, el poeta habla de cómo en la vejez hay una mayor profundidad y una respuesta más aguda a las imágenes. ¿Cómo la ropa colgada puede ser una imagen tan poderosa? La respuesta radica en el compromiso del miedo. Cuando no reconocemos nuestros miedos, no podemos acceder a los sentimientos análogos inscritos en una imagen. Pero conocer nuestros miedos nos permite ser lo suficientemente vulnerables como para recibir una imagen poética [u onírica]. Este no es un proceso racional: no analizamos las imágenes, no las convertimos en símbolos, no las interpretamos como si fueran piezas de un rompecabezas. Debemos involucrarnos, aportar nuestros propios sentimientos para que la imagen poética nos transmita su carga emocional.

En cierto modo podría decirse que el abrigo colgado en la percha es una imagen onírica, una representación que sólo adquire significado cuando somos conscientes de nuestra propia vulnerabilidad. Un abrigo colgado en una percha no significa nada, pero si es el abrigo de un ser querido que ha muerto, asume una carga simbólica. En la poesía, como en los sueños, debemos aportar algo de nosotros mismos para activar sus imágenes. Este es el compromiso de W. B. Yeats con su imagen: es una representación de su temor a la muerte.




Las apariciones.
The Apparitions, William Butler Yeats (1865-1939)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Porque hay seguridad en la incertidumbre,
hablé sobre una aparición,
no me tomé la molestia de convencer
ni de parecer plausible a un hombre sensato.
Desconfiaba de la mirada popular,
ya fuera atrevida o astuta.
Quince apariciones he visto;
la peor, un abrigo colgado en una percha.

No he encontrado nada mejor
que mi planeada soledad,
donde puedo pasar la mitad de la noche
con algún amigo con el ingenio suficiente
para evitar que su mirada delate
cuando soy ininteligible.
Quince apariciones he visto;
la peor, un abrigo colgado en una percha.

Cuando un hombre envejece, su alegría
se hace más profunda día tras día,
su corazón vacío por fin se llena,
pero tiene necesidad de toda esa fuerza
a causa de la creciente Noche
que abre su misterio y su espanto.
Quince apariciones he visto;
la peor, un abrigo colgado en una percha.


Because there is safety in derision
I talked about an apparition,
I took no trouble to convince,
Or seem plausible to a man of sense.
Distrustful of thar popular eye
Whether it be bold or sly.
Fifteen apparitions have I seen;
The worst a coat upon a coat-hanger.

I have found nothing half so good
As my long-planned half solitude,
Where I can sit up half the night
With some friend that has the wit
Not to allow his looks to tell
When I am unintelligible.
Fifteen apparitions have I seen;
The worst a coat upon a coat-hanger.

When a man grows old his joy
Grows more deep day after day,
His empty heart is full at length,
But he has need of all that strength
Because of the increasing Night
That opens her mystery and fright.
Fifteen apparitions have I seen;
The worst a coat upon a coat-hanger.


William Butler Yeats (1865-1939)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de William Butler Yeats.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de William Butler Yeats: Las apariciones (The Apparitions), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«La casa espectral»: Ambrose Bierce; relato y análisis.


«La casa espectral»: Ambrose Bierce; relato y análisis.




«Los únicos objetos dentro de las paredes
de esa habitación eran cadáveres humanos.»



La casa espectral (The Spook House) es un relato de terror del escritor norteamericano Ambrose Bierce (1842-1914), publicado originalmente en la edición del 7 de julio de 1889 del periódico San Francisco Examiner, y luego recopilado en la antología de 1910: ¿Pueden estas cosas existir? (Can Such Things Be?).

La Casa Espectral, uno de los grandes cuentos de Ambrose Bierce, nos sitúa en 1858: una familia entera [de siete personas] desaparece inexplicablemente de una casa en el este de Kentucky, dejando todas sus pertenencias intactas. Años después, dos hombres se acercan a la casa buscando refugio de una tormenta y descubren casualmente la causa de esas desapariciones, añadiendo una persona más a la lista.

Los últimos propietarios de la casa simplemente desaparecieron un día, dejando atrás sus posesiones [entre ellas, esclavos]. Desde entonces, la plantación abandonada ha sido fuente de muchos rumores:


«Se la conocía como la Casa Espectral. Nadie dudaba de que allí habitaban espíritus malignos, visibles, audibles y activos (...) él [propietario] y su familia desaparecieron una noche y nunca se encontró rastro de ellos. Dejaron todo como estaba: los enseres domésticos, la ropa, las provisiones, los caballos en el establo, las vacas en el campo, los negros en el cuartel; no faltaba nada, excepto un hombre, una mujer, tres niñas, un niño y un bebé.»


Un año después de la desaparición de la familia, dos hombres [el coronel J. C. McArdle y el juez Myron Veigh] viajan desde Kentucky cuando se ven atrapados en una tormenta eléctrica. Ansiosos por resguardarse, dejan a sus caballos en el establo y entran en la Casa Espectral.

El lugar está tan oscuro que McArdle, por un momento, cree haber perdido la vista. Desesperado, tantea la puerta para salir, con la esperanza de probar sus ojos a la luz intermitente de la tormenta. Sin embargo, su mano abre otra puerta que da a una habitación oculta. Está iluminada con una luz tenue, «verdosa», por lo que puede vislumbrar entre ocho y diez cadáveres en distintas etapas de descomposición:


«Eran de diferentes edades, o más bien tamaños, desde la infancia en adelante. Todos estaban postrados en el suelo, excepto uno, aparentemente una mujer joven, que estaba sentada con la espalda apoyada en un ángulo de la pared. Un bebé era abrazado por otra mujer mayor. Un muchacho medio crecido yacía boca abajo sobre las piernas de un hombre con barba. Uno o dos estaban casi desnudos, y la mano de una niña sostenía el fragmento de un vestido que había rasgado por el pecho.»


Horrorizado por los cuerpos putrefactos que emiten esta fosforescencia verdosa, McArdle nota que la puerta está hecha de hierro, y equipada con una cerradura de resorte que se activa cuando se cierra. No hay picaporte en el interior.

Mientras McArdle examina esto, advierte a Veigh que no entre en la habitación [para ahorrarle el trauma], pero este se abre paso a pesar de las súplicas de su amigo. Veigh examina la «cabeza ennegrecida» de un cuerpo. McArdle se siente abrumado por el hedor y pierde el conocimiento. Su último recuerdo es el de la puerta cerrándose.

Seis semanas después, despierta en un hospital. Al parecer, lo encontraron en una carretera delirando de fiebre. Se horroriza al saber que Veigh sigue desaparecido y lidera una expedición para localizar la habitación oculta. No se puede encontrar ninguna, y años después todo queda destruido por un incendio provocado por soldados de la Unión durante la Guerra Civil.

En el ensayo de 1927: El horror sobrenatural en la literatura (Supernatural Horror in Literature), H. P. Lovecraft escribe:


«La Casa Espectral, contada con un aire severamente familiar de verosimilitud periodística, transmite terribles indicios de impactante misterio.»


Ambrose Bierce es capaz de fabricar casas embrujadas tan escalofriantes como las de Edgar Allan Poe o Shirley Jackson, con el valor agregado de prescindir casi por completo de la trama y la ambientación. La Casa Espectral es un ejemplo de esa economía y eficacia. En un par de páginas el autor nos invita a reconstruir en nuestra imaginación la espantosa muerte de estas personas atrapadas en una habitación, incluso a recostruir las relaciones entre ellos a partir de la posición de los cuerpos, y recién entonces hacer que uno de sus protagonistas atraviese por la misma tragedia.

Ambrose Bierce no utiliza a los fantasmas en el sentido tradicional, sino que emplea las emociones de los muertos: miedo, odio, remordimiento, desesperación, que de algún modo sobreviven al quedar impregnadas en sitios donde perdieron la vida [ver: Teoría de la Cinta de Piedra]. En estas historias, los protagonistas son sacudidos por las emociones residuales de los muertos que infestan la materia física de una casa. En La Casa Espectral en particular, McArdle es golpeado por esta energía residual impregnada en la habitación oculta, y actúa motivado por las emociones que la forjaron en primer lugar: horror, hambre, sed; de modo tal que sólo piensa en salir, aún cuando eso signifique dejar atrás al pobre Veigh.




La casa espectral.
The Spook House, Ambrose Bierce (1842-1914)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


En la carretera que conduce al norte desde Manchester, en el este de Kentucky, hasta Booneville, a treinta kilómetros de distancia, se alzaba en 1862 una casa de plantación, hecha de madera, de una calidad algo mejor que la mayoría de las viviendas de esa región. La casa fue destruida por un incendio al año siguiente, probablemente por algunos rezagados de la columna en retirada del general George W. Morgan, cuando fue expulsado de Cumberland Gap al río Ohio por el general Kirby Smith. En el momento de su destrucción, llevaba cuatro o cinco años vacía. Los campos que la rodeaban estaban cubiertos de zarzas, las vallas habían desaparecido, incluso los pocos alojamientos para negros y las dependencias en general estaban en ruinas por el abandono y el pillaje; porque los negros y los blancos pobres de los alrededores encontraron en el edificio y las vallas un abundante suministro de combustible, del que se valieron sin dudarlo, abiertamente y a la luz del día. Después del anochecer, ningún ser humano, excepto los extraños que pasaban por allí, nadie se acercaba al lugar.

Se la conocía como la Casa Espectral. Nadie dudaba de que allí habitaban espíritus malignos, visibles, audibles y activos, como tampoco de lo que decía el predicador ambulante los domingos. Se desconocía la opinión de su propietario al respecto; él y su familia habían desaparecido una noche y nunca se había encontrado rastro de ellos. Dejaron todo como estaba: los enseres domésticos, la ropa, las provisiones, los caballos en el establo, las vacas en el campo, los negros en el cuartel; no faltaba nada, excepto un hombre, una mujer, tres niñas, un niño y un bebé. No era del todo sorprendente que una plantación en la que podían desaparecer siete seres humanos simultáneamente sin que nadie que se enterara de ello fuera sospechada.

Una noche de junio de 1859, dos ciudadanos de Frankfort, el coronel J. C. McArdle, abogado, y el juez Myron Veigh, de la milicia estatal, viajaban en coche desde Booneville hasta Manchester. Su asunto era tan importante que decidieron seguir adelante, a pesar de la oscuridad y los murmullos de una tormenta que se acercaba, que finalmente estalló sobre ellos justo cuando llegaban frente a la Casa de los Espectros. Los relámpagos eran tan incesantes que encontraron fácilmente el camino a través del portón y entraron en un cobertizo. Luego fueron a la casa, bajo la lluvia, y llamaron a todas las puertas sin obtener respuesta. Atribuyéndolo al continuo estruendo de los truenos, empujaron una de las puertas, que cedió. Entraron sin más ceremonias y cerraron la puerta.

En ese instante estuvieron a oscuras y en silencio. Ni un rayo del incesante resplandor del relámpago penetró por las ventanas o las grietas; ni un susurro del terrible tumulto que se escuchaba fuera los alcanzó. Fue como si de repente se hubieran quedado ciegos y sordos. McArdle dijo después que creyó haber sido asesinado por un rayo al cruzar el umbral. El resto de esta aventura también puede relatarse con sus propias palabras, tomadas del Frankfort Advocate del 6 de agosto de 1876:


»Cuando me recuperé un poco del efecto aturdidor de la transición del alboroto al silencio, mi primer impulso fue abrir de nuevo la puerta que había cerrado y de cuyo pomo no había retirado la mano; lo sentía claramente, todavía en el apretón de mis dedos. Mi idea era comprobar, entrando de nuevo en la tormenta, si me habían privado de la vista y el oído. Giré el pomo y abrí la puerta. ¡Esta daba a otra habitación!

»Esta habitación estaba bañada por una tenue luz verdosa, cuya fuente no pude determinar, lo que hacía que todo fuera visible, aunque nada estaba claramente definido. Todo, digo, pero en verdad los únicos objetos dentro de las paredes de piedra lisa de esa habitación eran cadáveres humanos.

»En número, tal vez, eran ocho o diez, bien puede entenderse que no los conté realmente. Eran de diferentes edades, o más bien tamaños, desde la infancia en adelante, y de ambos sexos. Todos estaban postrados en el suelo, excepto una, aparentemente una mujer joven, que estaba sentada, con la espalda apoyada en un ángulo de la pared. Un bebé era abrazado por otra mujer mayor. Un muchacho medio crecido yacía boca abajo sobre las piernas de un hombre con barba. Uno o dos estaban casi desnudos, y la mano de una niña sostenía el fragmento de un vestido que había rasgado por el pecho. Los cuerpos estaban en diversos estados de descomposición, todos muy encogidos en rostro y figura. Algunos eran poco más que esqueletos.

»Mientras yo estaba de pie, estupefacto de horror ante aquel espectáculo espantoso, y mientras mantenía abierta la puerta, por una inexplicable perversidad mi atención se desvió de la escena impactante y se concentró en nimiedades. Tal vez mi mente, con un instinto de autoconservación, buscó alivio en asuntos que relajaran su peligrosa tensión. Entre otras cosas, observé que la puerta que mantenía abierta era de placas de hierro pesadas, remachadas. Equidistantes entre sí y de arriba a abajo, sobresalían tres fuertes cerrojos del borde biselado. Giré el pomo y se retrajeron al ras del borde; lo solté y salieron disparados. Era una cerradura de resorte. En el interior no había pomo ni ningún tipo de saliente: una superficie lisa de hierro.

»Mientras observaba estas cosas con un interés y una atención que ahora me asombra recordar, sentí que me empujaban a un lado y que el juez Veigh, a quien en la intensidad y las vicisitudes de mis sentimientos había olvidado por completo, entró en la habitación.

»—¡Por el amor de Dios! —grité—, ¡No entre! ¡Salgamos de este lugar espantoso!

»No hizo caso de mis súplicas, sino que (el caballero más intrépido que haya vivido en todo el Sur) caminó rápidamente hasta el centro de la habitación, se arrodilló junto a uno de los cuerpos para examinarlo más de cerca y levantó con ternura su cabeza ennegrecida y arrugada entre sus manos. Un fuerte olor entró por la puerta y me abrumó por completo. Mis sentidos se tambalearon; sentí que caía y, al agarrarme al borde de la puerta para sostenerme, la empujé para cerrarla con un fuerte clic.

»No recuerdo nada más: seis semanas después recuperé la razón en un hotel de Manchester, adonde me habían llevado unos desconocidos al día siguiente. Durante todas esas semanas había sufrido una fiebre nerviosa, acompañada de un delirio constante. Me habían encontrado tirado en el camino a varias millas de la casa; pero nunca supe cómo había escapado para llegar allí. Cuando me recuperé, o tan pronto como mis médicos me permitieron hablar, pregunté por el destino del juez Veigh, a quien (para tranquilizarme, como ahora sé) ubicaban en su casa.

»Nadie creyó una palabra de mi historia, ¿y quién puede sorprenderse? ¿Quién puede imaginar mi dolor cuando, al llegar a mi casa en Frankfort dos meses después, me enteré de que nunca se había sabido nada del juez Veigh desde esa noche? Entonces lamenté amargamente el orgullo que, desde los primeros días después de la recuperación de mi razón, me había impedido repetir mi desacreditada historia e insistir en su veracidad.

»Todo lo que ocurrió después —el examen de la casa; el hecho de no encontrar ninguna habitación que se correspondiera con la que he descrito; el intento de que me declararan loco y mi triunfo sobre mis acusadores— es algo que los lectores del Advocate conocen bien. Después de todos estos años, sigo confiando en que las excavaciones, que no tengo ni el derecho legal de emprender ni los recursos económicos para conseguir, revelarán el secreto de la desaparición de mi desdichado amigo y, posiblemente, de los antiguos ocupantes y propietarios de la casa abandonada y ahora destruida. No pierdo la esperanza de llevar a cabo todavía esa búsqueda, y me causa un profundo pesar que se haya retrasado por la hostilidad inmerecida y la insensata incredulidad de la familia y los amigos del difunto juez Veigh.»


El coronel McArdle murió en Frankfort el día trece de diciembre del año 1879.

Ambrose Bierce (1842-1914)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Ambrose Bierce.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Ambrose Bierce: La casa espectral (The Spook House), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

El mundo sin sol: análisis de «La Tierra Nocturna» de W.H. Hodgson.


El mundo sin sol: análisis de «La Tierra Nocturna» de W.H. Hodgson.




«Una extraña inquietud se apoderaba de la Tierra;
sin embargo, no la percibía con mis oídos: mi espíritu la oía,
y era como si la angustia y una expectativa de horror me rodearan.»



Hoy en El Espejo Gótico analizaremos la novela de William Hope Hodgson: La tierra nocturna (The Night Land), publicada en 1912. Una versión abreviada apareció ese mismo año con el título: El sueño de X (The Dream of X). La historia incluye viajes en el tiempo [no mecanizados], proyecciones astrales, y un examen de la flora, fauna y civilización de la Tierra en un futuro post-solar.

Resumen:


«Lo que me ha ocurrido no es soñar, sino que he despertado allí, en la oscuridad, en el futuro de este mundo.»


La Tierra Nocturna comienza con un caballero del siglo XVII llorando la muerte de su amada, Lady Mirdath. No conocemos el nombre del Narrador, ni siquiera si realmente es del siglo XVII [se infiere por su estilo de escritura], sólo que es un caballero inglés, atlético y adinerado, que se enamora perdidamente de Mirdath la Hermosa [Mirdath the Beautiful]. La historia de su noviazgo se extiende durante docenas de páginas, pero constituye el prólogo de la novela.

Después de la muerte de Mirdath, el Narrador tiene una visión del futuro lejano: se reencarnará mucho después de que el sol haya muerto, cuando los restos de la humanidad vivan en una pirámide de once kilómetros de altura llamada Último Reducto [Last Redoubt], una fortaleza contra los seres monstruosos que acechan el mundo frío y oscuro del exterior: seres primordiales [surgidos de la tierra misma], productos indeseables de experimentos científicos, variantes degeneradas de la humanidad; y, lo peor de todo, criaturas innombrables del espacio exterior [o de dimensiones superiores] que pueden devorar las almas humanas.

Si bien el Último Reducto es una fortaleza, su protección radica en el Círculo, un tubo de energía que rodea la pirámide, alimentado por la Corriente de la Tierra [Earth Current], una fuerza telúrica que es beneficiosa para los humanos pero dañina para los monstruos. W.H. Hodgson no proporciona información adicional sobre todo esto, pero el Círculo funciona como un dispositivo a gran escala del mismo principio utilizado por Carnacki [su personaje más reconocido] en varias historias. Por otra parte, muchos de los «monstruos» son entidades espirituales. Estos seres, como en Los piratas fantasma (The Ghost Pirates), no son espectros tradicionales, sino entidades de dimensiones superiores [ver: Biología extradimensional en los Mitos de Cthulhu]

Los habitantes del Último Reducto tienen poderes psíquicos básicos, como proyectar mensajes a distancia. El Narrador tiene habilidades más amplias, como el Oído Nocturno [Night Hearing], que lo sintoniza con los monstruos. Gracias a esta habilidad, se une a los Monstruwacans [Vigilantes de Monstruos] que observan la Tierra Nocturna a través de su enorme telescopio en el pináculo de la pirámide. Allí, el Narrador recibe mensajes telepáticos que resultan ser de otros seres humanos: En el pasado distante, se construyó un segundo reducto, y sus habitantes han logrado enviar un mensaje, pero su suministro de energía está fallando y pronto caerán. Por supuesto, la mujer que ha enviado el mensaje desde el Reducto Menor es la reencarnación de Mirdath la Hermosa, llamada Naani.

La primera misión de rescate termina en catástrofe. Varios jóvenes pierden sus almas a manos del enemigo más temible de la humanidad: la Casa del Silencio [House of Silence]. El Narrador finalmente decide aventurarse solo en la Tierra Nocturna y traer de vuelta a Mirdath. El viaje requiere preparativos, tanto físicos como espirituales, como una armadura finamente elaborada para repeler a los monstruos y una capa para protegerse del frío. Su principal arma es el diskos, una mezcla de hacha y sierra eléctrica. El Narrador no puede comer nada que crezca en la Tierra Nocturna, por lo que sus único alimentos son tabletas nutritivas y un polvo que se convierte en agua cuando se expone al aire. La última precaución antes del viaje es implantarse quirúrgicamente una cápsula envenenada en el antebrazo en caso de ser capturado.

Entonces, las luces del primer piso del Reducto se apagan y la gran puerta se abre. El Narrador comienza su viaje, sin muchas probabilidades de regresar.

Lo que sigue debería ser lo mejor de La Tierra Nocturna; desafortunadamente, han pasado cientos de páginas para llegar a este punto, y lo que viene parece deslucido. Es cierto, hay algo de aventura, combates cuerpo a cuerpo con los seres del yermo y algunos roces con las entidades superiores [tan extrañas y maravillosas como deberían ser]; pero lo mejor ha quedado atrás.

***


Adentrarse en la Tierra Nocturna es peligroso. Uno entiende rápidamente porqué inspiró a autores como H. P. Lovecraft, Robert E. HowardClark Ashton Smith, y también porqué es una de las novelas más detestadas de su tiempo. Por un lado, La Tierra Nocturna es uno de los despliegues más exhuberantes de imaginación y originalidad de su tiempo, por el otro, contiene largos y lánguidos pasajes que resultan casi ilegibles [ver: El adverbio que cayó del espacio]

No creo que sea imposible reconciliar estos dos aspectos. W.H. Hodgson sabía que tenía entre manos una obra maestra, tal vez por eso dejó de lado su competencia habitual y se entregó a un estilo de escritura pretencioso; y eso está muy bien. No se puede ser discreto y mesurado cuando vas a lanzar a un inglés acartonado del siglo XVII a un futuro post-apocalíptico donde el sol ha muerto y la tierra es reclamada por entidades de otra dimensión. Sin embargo, sí puede decirse que W.H. Hodgson llevó las cosas demasiado lejos. La Tierra Nocturna es un lugar tan inhóspito para su protagonista como para el lector.

Dicho esto, no puedo juzgar si la prosa arcaica de W.H. Hodgson es deficiente [en el sentido técnico] o no; pero en la primera mitad del libro funciona. Por forzado que sea el estilo [y es un verdadero lastre], resulta eficaz. Después de todo, ¿quién sabe cómo hablarán los seres humanos en un futuro inconcebiblemente lejano? No como nosotros, ciertamente; tampoco como una persona de 1912. En este sentido, utilizar un color isabelino [de cientos de años atrás] para transmitir las enormes profundidades del tiempo parece una solución razonable, a pesar de todas las dificultades que causa al lector.

En el ensayo de 1927: El horror sobrenatural en la literatura (The Supernatural Horror in Literature), Lovecraft escribió:


«La Tierra Nocturna es un relato extenso (583 páginas) sobre el futuro infinitamente remoto de la Tierra: miles de millones y millones de años por delante, después de la muerte del sol. Está narrado de una manera bastante torpe, como los sueños de un hombre del siglo XVII, cuya mente se funde con su propia encarnación futura; y está seriamente estropeado por una verborrea dolorosa, repeticiones, un sentimentalismo romántico, artificial y nauseabundo, y un intento de lenguaje arcaico aún más grotesco y absurdo que el de Glen Carrig


El Flaco de Providence es duro, pero justo.

W.H. Hodgson tiene la necesidad obsesiva de narrar detalles triviales hasta el punto de la monotonía. Lovecraft cita atinadamente el relato Los botes del Glen Carrig (The Boats of the ‘Glen Carrig’) como ejemplo de esa obsesión. Cerca del clímax de esta historia, un grupo de marineros que intentan escapar de una isla pasan una semana trenzando cuerdas para el bote. Hodgson, por supuesto, no escribe «pasamos siete días trenzando cuerdas», sino que describe cada día, individualmente, hasta el más mínimo detalle, usando las mismas palabras ya que la acción [trenzar cuerdas] es la misma. La Tierra Nocturna eleva esta compulsión por el detalle y la repetición a lugares inéditos.

Por ejemplo, tenemos decenas y decenas de páginas sucesivas donde el Narrador habla de qué ha comido, cuánto ha caminado, de su descanso; y aunque esos detalles son interensantes en su justa medida, resultan abrumadores por su extensión. Es como si W.H. Hodgson no pudiera omitir los momentos, o los días, en los que no sucede nada; por lo que nos brinda capítulos enteros donde sólo se camina, come y duerme.

Cuando Lovecraft habla de lo «grotesco y absurdo» que resulta el «intento de lenguaje arcaico» del protagonista, se refiere a la intención de W.H. Hodgson de escribir su novela como lo haría un hombre del siglo XVII. El problema es que el protagonista se enfrenta a una realidad futura para la cual no tiene palabras, de modo que debe emplear muchísimas [y en inglés isabelino]. Pero la dificultad, insisto, no radica tanto en el estilo, sino en la minuciosidad con la que el Narrador divaga sobre temas superficiales para la trama.

Además de la trama principal, que el Flaco de Providence calificó de «un sentimentalismo romántico, artificial y nauseabundo», La Tierra Nocturna crea un mundo fascinante, surrealista. Lamentablemente, W.H. Hodgson empleó el recurso más interesante de su novela como telón de fondo de la historia principal, de modo que sólo entró en detalles cuando era necesario. Me hubiese gustado saber más sobre este ecosistema que se desarrolla sin la energía del sol; y si bien el autor aclara que la energía disponible proviene de fuentes geotérmicas, su funcionamiento es un misterio. De todos modos, podemos hacer algunas suposiciones.

El Narrador no menciona la presencia de nieve o hielo, por lo cual es lícito suponer que la temperatura ambiente está por encima del nivel de congelación del agua. Hay ríos, y la actividad geotérmica cerca del Gran Mar hace hervir las aguas, de modo que el vapor asciende y se condensa en forma de lluvia. La vegetación es exigua. En el área del Último Reducto hay «arbustos de musgo» [moss-bushes], pero no otro tipo de plantas; sin embargo, cerca del Gran Mar hay bosques. Esto parece curioso, teniendo en cuenta que no hay luz solar para que se produzca la fotosíntesis. El autor sugiere que estas plantas han aprendido a subsistir de la luz emitida por la actividad volcánica.

De hecho, carecer de luz solar no significa que no pueda haber fotosíntesis. Algunas clorofilas operan en la región infrarroja; de modo que estas plantas sólo necesitarían una fuente de calor, y el vulcanismo de la Tierra Nocturna podría servir muy bien. En este sentido, W.H. Hodgson describe las enormes «colinas de fuego», montañas en la distancia que brillan «como pequeños soles». El modelo básico sería el de una biosfera alimentada por actividad geotérmica.

La fauna de la Tierra Nocturna es bastante elemental. Casi todas las criaturas que el Narrador encuentra son grandes, mamíferas y de aspecto humanoide [con la excepción de serpientes, que son el bocado predilecto de los Perros-Rata (Rat-Dogs); enormes babosas, y también están Sabuesos Nocturnos (Night Hounds), canes del tamaño de un caballo y con dientes de tiburón]. Todas estas formas de vida son depredadoras; sin embargo, no se menciona ningún tipo de herbívoro o ser intermediario entre los carnívoros y la vida vegetal.

Además de una flora y fauna terrenal, la Tierra Nocturna cuenta con un ecosistema psico-espiritual inspirado en la teosofía. Veamos en qué consiste:

Entre los humanos están los Sensitivos [Sensitives], que poseen poderes telepáticos. Si uno es atacado por un animal, o asesinado, o muere por enfermedad o vejez, experimenta la muerte física que conocemos, pero en la Tierra Nocturna existe otra forma de aniquilación llamada Destrucción [Destruction], que consiste en la muerte del Alma Inmortal. Frente a esta posibilidad, la mayoría de las personas se quitan la vida antes de ser destruidas.

Los seres capaces de devorar el alma humana son los Pneumávoros [Pneumavores], básicamente carnívoros espirituales con ciertas similitudes con las entidades del bajo astral descritas en la teosofía. No viven del todo en el plano físico, aparecen intermitentemente cuando un alma notable los activa de su letargo. Un grupo muy reducido de seres vigilan constantemente el Gran Reducto, llamados Vigilantes [Watchers]. Estas entidades son colosales, alcanzan el tamaño de montañas y se mueven con la velocidad de un glaciar. Casi nadie sabe qué hay más allá de las Puertas de la Noche [Doorways in the Night], sólo que es una entrada a dimensiones superiores habitada por poderes malignos [ver: Horror Cósmico: qué es, cómo funciona, y por qué el tamaño sí importa]

W.H. Hodgson insinúa que algunas de estas formas de vida son el resultado ordinario de millones de años de evolución, o de involución, habida cuenta que ciertos habitantes de la Tierra Nocturna parecen ser formas degeneradas de la humanidad. Pero también hay formas de vida no autóctonas, entidades extraordinarias que se congregan alrededor del Reducto y que probablemente llegaron desde el «Exterior» cuando las condiciones de la Tierra fueron propicias para su existencia.

En la Tierra Nocturna existe una enigmática fuerza del bien [o al menos a favor de la humanidad] que se manifiesta cuatro veces en la historia [en todas como deus ex machina], a veces como una cúpula brillante, otras como una estrella, otras como una barrera de luz. Todas estas formas impiden que los Pneumávoros y los humanos salvajes irrumpan en el Gran Reducto. Nada de lo que entra en esa luz vuelve a ser visto.

El Gran Reducto no solo está protegido por esta fuerza benévola, cuenta con la Corriente de la Tierra como una especie de halo protector, que tiene un efecto holístico sobre los humanos que viven allí. Abrigados con esa energía, la fuerza física y los poderes psíquicos proliferan. Esto es evidente cuando la Corriente mengua en el Reducto Menor; y las personas se vuelven lo suficientemente estúpidas como para abrir las puertas y permitir que las criaturas de la Tierra Nocturna se alimenten de sus almas. Por otro lado, el Gran Reducto cuenta con una gigantesca arma giratoria de «metal viviente», con la cual el artillero debe establecer un enlace psíquico, un concepto asombroso para la época.

William Hope Hodgson también proporciona una geografía repleta de sitios misteriosos. Tenemos El Sendero Donde Caminan Los Silenciosos (The Road Where The Silent Ones Walk), un camino prohibido por el que a veces se ven seres extraños, muy altos y cubiertos con sudarios, que simplemente caminan en silencio. Otros sitios escalofriantes son El País de Donde Viene la Gran Risa (The Country Whence Comes The Great Laughter), un territorio remoto desde el cual llegan risas y carcajadas guturales, pero nadie sabe qué las está causando; o La Cosa Que Asiente (Thing That Nods), un ser descomunal, como una placa tectónica viviente, que repta constantemente como si asintiera. Sin embargo, el sitio más peligroso es La Casa del Silencio (The House Of Silence), una especie de mansión victoriana situada al norte de la pirámide. Este lugar emite un brillo perpetuo, y atrae a los incautos a su interior realizando pequeños juegos psicológicos [ver: La Casa como entidad orgánica y consciente en el Gótico]

Lovecraft no era amigo del «sentimentalismo romántico» [sobre todo si es «artificial y nauseabundo»], pero ése no es el mayor pecado de W.H. Hodgson. El problema del cortejo y el amor romántico en La Tierra Nocturna es dónde se desarrolla: a pesar de estar solos en el yermo, rodeados de peligros, enfrentados al agotamiento físico, a la amenaza de la muerte, incluso de la aniquilación de sus almas, el Narrador y Naani [reencarnación de Mirdath] se comportan como dos adolescentes, bromeando y coqueteando sin descanso. La situación es vergonzosa para el lector; se nos obliga a escuchar el ida y vuelta de palabras edulcoradas entre dos noviecitos. También es indignante, por lo inapropiado del lugar. ¿No podríamos centrarnos en los monstruos devoradores de almas mientras estamos en el yermo? ¿No podrían guardar ese «sentimentalismo romántico» [«artificial y nauseabundo»] hasta que lleguemos al Reducto Menor?

Naani, en particular, es exasperante. En una ocasión, deja sus zapatos [deliberadamente] cerca de una fuente termal, y hace que el Narrador vuelva sobre sus pasos [varios kilómetros] para recuperarlos. A pesar de que están exhaustos, con su suministro de comida y agua cada vez más escaso, ella hace esta broma idiota, que significa una posibilidad real de muerte o algo peor, y el Narrador le sigue el juego.

Creo que esto se refiere Lovecraft cuando habla de «artificial y nauseabundo»; afortunadamente, también utilizó tropos de La Tierra Nocturna para su concepción del Horror Cósmico, como la indiferencia del universo, la insignificancia del ser humano, etc. [ver: Horror Cósmico: la vida no tiene sentido, la muerte tampoco]. En este sentido, el Flaco de Providence es un crítico justo: duro [incluso despiadado] con los aspectos más deslucidos de una obra, pero capaz de reconocer y valorar sus puntos fuertes. La Tierra Nocturna es una obra ideal para hacer esta distinción: la primera parte funciona muy bien, la segunda falla esterepitosamente.

El episodio del zapato es absurdo, pero forma parte de un problema estructural: esto sucede cuando el Narrador y Naani están regresando; es decir, estamos volviendo por el mismo camino que ya hizo el Narrador para rescatarla. Creo que W.H. Hodgson quiso aportar algunos incidentes en el viaje de regreso, pero el problema de fondo es que ya hemos estado aquí, ya hemos atravesado este territorio en nuestro camino hacia la Naani. De todas formas, la responsabilidad es del Narrador. Naani puede ser bastante estúpida, pero su proximidad física, durante el regreso al Reducto, proporciona al Narrador infinitas oportunidades para divagar sobre el amor. Hay unas 200 páginas de esto.

Si La Tierra Nocturna fuera un lugar exótico, y su lectura un viaje, sería justo advertir al viajante que deberá hacer el recorrido al lado de una pareja de recién casados que constantemente se harán promesas de amor y sacrificio; pero el lugar en sí, sus criaturas, su geografía, su dinámica social, sus ecosistemas, hacen que lo anterior sea soportable. El lugar es único.




Más de William Hope Hodgson. I Taller gótico.


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El artículo: El mundo sin sol: análisis de «La Tierra Nocturna» de W.H. Hodgson fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



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