El flebotomista: análisis de «El Vampiro» de John Stagg.


El flebotomista: análisis de «El Vampiro» de John Stagg.




«Cuando esté muerto, yo también buscaré tu vida,
tu sangre.»



Hoy en El Espejo Gótico analizaremos el poema de vampiros de John Stagg: El Vampiro (The Vampyre), publicado en la antología de 1810: El trovador del norte (The Minstrel of the North).

El Vampiro es el primer poema de la literatura inglesa dedicado exclusivamente al tema del vampirismo, e introduce una buena cantidad de temas que se convertirían en tropos comunes del géenero; entre ellos, el tema de la sexualidad, en particular, de la homosexualidad, una característica importante del vampiro literario posterior.

El poema desarrolla la historia de Herman, quien, una noche, mientras yace en cama, enfermo, pronostica su propia muerte a su esposa, Gertrude. La causa, afirma él, es su «querido amigo» Sigismund:


El fantasma de Segismundo vaga
y acecha terriblemente en mi cama.
Allí, revestido de un aspecto infernal,
(por medios que no entiendo),
a mi lado yace el duende
y bebe mi sangre vital.
¡Succiona de mis venas la vida que fluye
y drena la fuente de mi corazón!


Herman describe a su visitante e insiste en no hay forma de escapar. Él mismo está destinado a convertirse en vampiro y regresar de la tumba para alimentarse de la sangre de Gertrude [el consumo de sangre en el poema está claramente sexualizado]. Sin embargo, Gertrude logra escapar de esta profecía, motivada por la voluntad de matar a Herman; mejor dicho, de volver a matarlo después de que se convirtiera en vampiro.


Su rostro estaba ensangrentado,
roja su terrible mirada,
no quedaba ningún signo de vida anterior,
en absoluta inmovilidad yacía.
Se las ingenian para llevarse el cadáver de Herman
al mismo sepulcro y, atravesando ambos cadáveres
profundamente en la tierra, clavan la afilada estaca.


Gertrude es un personaje asombroso teniendo en cuenta que las mujeres en la literatura vampírica del siglo XIX son [casi exclusivamente] víctimas o victimarias. Pensemos en Carmilla [victimaria] y Laura [víctima], en las novias de Drácula [victimarias] y Mina Harker/Lucy Westenra [víctimas]. Es cierto, a menudo estas mujeres revierten la situación y al final se enfrentan con sus respectivos chupasangres, pero en general comienzan como víctimas. Gertrude es diferente, se niega a convertirse en víctima desde que se entera de la situación. No sucumbe a la seducción del vampiro, más bien lo contrario: se siente decepcionada de que su amado, Herman, haya sido feminizado por Segismundo, y resuelve matarlo de la manera más eficaz posible.

Si Mina hubiese tenido algo de Gertrude, habría ensartado a Jonathan Harker con una estaca en el convento de St. Mary; nunca se hubiese casado con él. En el lore del poema de John Stagg, ser víctima de un vampiro implica haber sido feminizado. Gertrude ataca el corazón [literalmente] de esta actividad moralmente contagiosa. Es importante señalar que la homosexualidad subyacente en la figura del Vampiro, o al menos su ambigüedad sexual, no era celebrada ni representada positivamente en la literatura gótica temprana.

El poema está enmarcado como un diálogo entre Herbert y Gertrude, en el que el primero asegura estar siendo atormentado por el espectro de su amigo fallecido, Segismundo, que viene a él por la noche y bebe su sangre. No se trata de un delirio de Herbert: en el momento de su muerte, Gertrude llega a ver por sí misma al Vampiro. A la mañana siguiente, los habitantes del pueblo colocan el cuerpo de Herbert sobre el de Segismundo en su tumba y clavan una estaca a través de ambos, evitándoles la condena de los no-muertos pero, al mismo tiempo, condenándolos a permanecer juntos en la muerte [ver: «No-Muertos» en el folklore y la psicología]

El contexto de El Vampiro parece vagamente aristocrático. No estoy seguro, pero los personajes pueden permitirse el lujo de tener «tumbas» en lugar de entierros comunes. Además, se percibe una diferencia entre los tres protagonistas y los aldeanos, quienes al final terminan obedeciendo las órdenes de Gertrude.

La luz del sol [en realidad, la luz] parece ahuyentar a los no muertos y una estaca en el corazón los anula de forma permanente. Cuando no andan por ahí chupando la sangre de los vivos, los vampiros de John Stagg se esconden en tumbas, hinchados y satisfechos.

Los nombres alemanes de los personajes quizás ofrecen tributo a la poesía vampírica que ya se estaba desarrollando en la literatura alemana. De todos modos, es curioso que John Stagg entregue un drama germano en una colección de poemas que exploran un conjunto de leyendas específicamente cumbrianas. El Vampiro no tiene ninguna conexión obvia con Inglaterra, y menos de Cumbria; de hecho, en el párrafo preliminar del poema se asocia su historia con el folclore húngaro y alemán.

En esta versión del mito de los vampiros, John Stagg emplea un lenguaje médico [resulta que los vampiros «drenan» a sus víctimas «por succión»] pero luego concluye que estas criaturas podrían andar por ahí en la forma de «caballos, vacas, ovejas, asnos, perros, gatos, etc.». Se trata de una estratagema ingeniosa para incluir este motivo foráneo [el vampiro] como algo meramente incidental: ¿usted vive en Cumbria y nunca ha visto a un vampiro? Eso es porque estos seres pueden esconderse en cualquier granja. Más aún, usted podría estar ordeñando a un vampiro sin notarlo.

Suena descabellado. ¿Por qué John Stagg cree que los vampiros pueden convertirse en ovejas? Si incluimos el párrafo preliminar del poema, titulado Argumento (Argument), los vampiros pueden convertirse en animales [¡o cordones umbilicales!]. A la parafernalia médica se le añaden conceptos como «fuerzas vitales» residuales, post-mortem, como causa de las actividades vampíricas. Otra explicación proporcionada por la introducción es la posesión: si no encuentra un cuerpo humano, el vampiro pasará el tiempo fingiendo ser un animal de granja.

No queda claro cuál es la posición del Vampiro del poema, y cuán en serio se supone que debemos tomar un Argumento en el que se ofrecen tanto explicaciones médicas, seculares, como clericales. Creo que John Stagg se esfuerza por emitir un discurso integral, incluyendo una terminología médica bastante inusual [como phlebotomised («flebotomizado»)], y, al mismo tiempo, respaldar un contexto espiritual para el vampirismo. Estas observaciones bien podrían formar parte del discurso de Van Helsing, que en la novela de Bram Stoker, Drácula, combina el conocimiento adquirido a través del folklore con concluisiones de orden médico.

A continuación compartimos el Argumento de John Stagg:


«La historia del vampiro se basa en una opinión o rumor que prevaleció en Hungría y varias partes de Alemania a principios del siglo pasado: se afirmaba entonces que los muertos abandonaban sus tumbas y, por la noche, volvían a las casas de sus amigos; a quienes, mediante la succión, les drenaban la sangre mientras dormían. La persona así flebotomizada seguramente se convertiría en vampiro a su vez; y de no haber sido por una afortunada idea del clero, que ingeniosamente recomendó clavarlos en sus tumbas, tendríamos una mayor multitud de chupasangres de la que tenemos actualmente. Muchas e ingeniosas fueron las críticas, tanto del profesorado como del clero, para adoptar razones probables para la causa física de un fenómeno tan inusual. Se afirmaba que una parte de los espíritus animales, al no escapar del cuerpo al morir, conservaba la capacidad de voluntad; y, al investirse con alguna parte del cuerpo que no se había corrompido inmediatamente, podían realizar esas prodigiosas salidas de la tumba y regresar a placer, sin aparente inconveniente. Otros opinaban que se trataba de una clase de demonios, supuestamente muy numerosos, que, al apoderarse de cualquier excrecencia humana, se volvían parcialmente corpóreos y perfectamente visibles a placer. Según algunos de nuestros viajeros modernos, la noción de la existencia de vampiros era muy conocida y aceptada entre los holandeses y algunos otros asentamientos de América. No creo que ni la milésima parte del mundo conozca la razón por la que la secundina, inmediatamente después del nacimiento del feto, es desprestigiada con tanto cuidado por la obstetra y otros que presiden el parto. Esto se basaba en la opinión de que esos numerosos demonios domésticos, en quienes tenían una fe tan profunda, eran tenaces al aprovechar cualquier oportunidad que les brindara un medio para obtener cualquier porción de humanidad, que ciertamente preferían a cualquier otra sustancia animal. Podemos suponer que el umbelicum sería un jubón muy deseable para uno de estos señores. De ahí que, dado su deseo de hacerse parcialmente corpóreos y visibles, a su antojo, cuando las excrecencias humanas no eran fáciles de obtener, se vieran obligados a acudir a los mataderos para ataviarse con los atuendos que la casualidad les ofrecía. De lo cual podemos inferir la razón por la que tantas de nuestras apariciones comunes se han visto obligadas, por fuerza, a aparecer en forma de caballos, vacas, ovejas, asnos, perros, gatos, etc., en fin, todo tipo de animales; de modo que muchos de ellos, de hecho, podría decirse que son los fantasmas de los animales que representan, más que de alguna persona en particular.»


La noción de que el Vampiro es, en realidad, un cadáver animado por fuerzas demoníacas, es muy antigua. Sobre estos cimientos folklóricos, John Stagg añade otros elementos que pasarían a formar parte del canon vampírico, como la idea de que los chupasangres pueden ser derrotados, o al menos debilitados, por la luz. En este caso, ni siquiera es necesaria la luz solar. Gertrude es capaz de ahuyentar al vampiro utilizándo una simple lámpara.

La forma en que los vampiros en el poema [Sigismund, y luego su víctima, Herman] son eliminados, los hace parecer una simple molestia, no una amenaza física y psicológica real. Un «consejo» decreta que una «plaga como esta» debe ser controlada de inmediato. En consecuencia, los dos vampiros son empalados [al parecer, juntos] para que «sus amigos no tengan nada que temer». El tono resulta casi patético; de hecho, ni siquiera queda claro si los vampiros han sido destruidos o controlados. La sugerencia es que Sigismund [no se menciona cómo se convirtió en vampiro] y Herman ya no podrán salir, no que están físicamente muertos. En cierto modo, ambos perpetúan un vínculo [¿homosexual?] en la [no] muerte, y finalmente son ensartados juntos en la misma tumba.

Más aún, John Stagg establece en el Argumento que los demonios se alojan [cuando pueden] en el cuerpo humano para interactuar con el mundo físico. No queda claro si son capaces de animar cadáveres, pero definitivamente necesitan materia orgánica que no se haya «corrompido». En este contexto, El Vampiro de John Stagg es fiel a las leyendas medievales. Sigismund y Herman han sido ensartados juntos, fijados a la tierra para que retornen al ciclo natural de putrefacción [ya no tendrán sangre fresca a mano] y las entidades que los ocupan se vean obligadas a desalojarlos. El poeta emplea un lenguaje burocrático al referirse a todo esto, pero la idea de permanecer vivo [o no-muerto] en la tumba hasta que tu cuerpo se pudra, es particularmente cruel.

Imagino que el procedimiento del fuego y la decapitación, muy común en las novelas de vampiros posteriores, responden a esta crueldad innecesaria.

Algunos años después encontraremos en Inglaterra a El Vampiro (The Vampyre) de Polidori y El Giaour (The Giaour) y El entierro (The Burial) de Lord Byron, entre otros poemas, donde los chupasangres adquieren características más humanas, y por lo tanto demandan métodos más humanos para aniquilarlos [ver: La marca de Lord Ruthven]. En cambio, el poema de John Stagg aborda la naturaleza animal del vampiro, básicamente una clase de demonios que desean «volverse corpóreos y visibles»; siendo esta densidad material obtenida gracias al consumo de sangre.

Es interesante notar que Herman se refiere a su visitante vampírico como goblin, que en tiempos recientes se asocia a los duendes y las hadas, pero que originalmente refería a una especie de Íncubo que [en la crónica de Ordericus Vitalis] rondaba la región de Evreux.

¿Quién fue John Stagg? Nadie lo sabe realmente. Sólo tenemos elementos biográficos aislados: perdió la vista [no completamente] en un accidente infantil no especificado, se ganaba la vida como violinista y bibliotecario, y formaba parte de una compañía teatral. Su carrera como poeta parece haber sido patrocinada por sus amigos, incluido el duque de Norfolk, a quien está dedicado El trovador del norte. Además de El Vampiro, su obra no recibe ningún comentario sustancial, con excepción de un puñado de poemas escritos en el dialecto de Cumberland.




Vampiros. I Taller gótico.


Más literatura gótica:
El artículo: El flebotomista: análisis de «El Vampiro» de John Stagg. fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Casas embrujadas»: Longfellow; poema y análisis.


«Casas embrujadas»: Longfellow; poema y análisis.




«Todas las casas donde los hombres
han vivido y muerto son casas embrujadas.»



Casas embrujadas (Haunted Houses) es un poema gótico del escritor norteamericano Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882), publicado originalmente en la antología de 1858: Aves de paso (Birds of Passage).

Casas embrujadas, uno de los poemas de Longfellow menos conocidos, elabora una idea que luego sería ampliada por la parapsicología, particularmente en la Teoría de la Cinta de Piedra: cada casa habitada por un ser humano conserva rastros de su presencia, incluso después de su muerte [ver: Espíritus que no abandonan su antigua casa]. En este contexto, Longfellow sostiene que todas las casas están inherentemente embrujadas, no por espíritus malignos, sino por los recuerdos e impresiones de sus habitantes pasados:


Todas las casas donde los hombres han vivido y muerto
son casas embrujadas. Por las puertas abiertas
se deslizan inofensivos fantasmas en sus quehaceres,
con pies que no hacen ruido sobre el suelo.

Los encontramos en la puerta, en la escalera,
a lo largo de los pasillos por donde van y vienen,
impresiones impalpables en el aire,
una sensación de algo que se mueve de un lado a otro.


Los fantasmas de Longfellow se mueven silenciosamente por los espacios de la casa, dejando «impresiones impalpables en el aire» [ver: Señales de que hay un espíritu en tu casa]. Más adelante, el poeta destaca la coexistencia pacífica de estos espíritus con los ocupantes vivos, pero el aspecto más interesante de Casas embrujadas es cómo estos fantasmas, en términos de energía residual que queda impregnada en el lugar, son indetectables para los extraños. Sólo pueden sentirlos aquellos que tienen una conexión más profunda con la casa.


El extraño junto a mi chimenea no puede ver
las formas que veo ni oír los sonidos que escucho;
sólo percibe lo que es, mientras que para mí
todo lo que ha sido es visible y claro.


Longfellow explora la idea de que los fantasmas aún conservan un sentido de propiedad sobre la casa, a pesar de su ausencia física [«desde tumbas olvidadas, extienden sus manos polvorientas y se aferran a sus antiguas propiedades»]. El poeta añade que no tenemos «títulos» que puedan prevalecer sobre los «dueños y ocupantes de fechas anteriores». En otras palabras, la verdadera propiedad de una casa es adquirida cuando uno ha vivido en ella [ver: Psicología de las casas embrujadas]

Esta reflexión sobre la idea de propiedad es interesante: a pesar de las escrituras y los contratos, los espíritus de los antiguos habitantes de una casa aún tienen derecho a quedarse. La ley de los vivos no tiene jurisdicción sobre ellos. Si esto fuera correcto, es comprensible que existan tantos rituales de destierro, exorcismos y otros ritos para desalojar a los espíritus de una casa. Sencillamente tienen derecho a quedarse, y para que no lo hagan deben ser expulsados.

Por supuesto, los fantasmas de Casas embrujadas no son los espíritus furiosos o traviesos del fenómeno poltergeist, que en última instancia buscan hacer daño. Son personas que recordamos con afecto, por eso nunca podremos desalojarlas del todo de los espacios donde esos recuerdos se originaron.

Longfellow presenta el mundo espiritual como una atmósfera sutil, etérea, que se entrelaza con el mundo material, influyendo constantemente en nuestras vidas. La «casa», entonces, es un territorio intermedio entre los mundos espiritual y terrenal; un espacio de encuentro, incluso, entre el pasado y el presente, entre vivos y muertos.

No estoy seguro si Longfellow pretende tranquilizarnos con su descripción de los fantasmas que se dedican apaciblemente a sus «quehaceres» cotidianos. Por un lado, es una visión desoladora de la muerte, con estos espíritus todavía atados al plano físico; por el otro, elabora un escenario donde no existe una separación real con nuestros seres queridos que han fallecido. Siguen ahí, en casa, ocupados de sus propios asuntos. Sin embargo, el final de Casas embrujadas provoca un escalofrío en el lector cuando empezamos a preguntarnos si nosotros podremos cruzar el «puente de la luz», o si, de lo contrario, terminaremos para siempre en el «tenebroso abismo»:


Así desde el mundo de los espíritus desciende
un puente de luz que lo conecta con éste,
sobre cuyo suelo inestable, que se balancea y se dobla,
vagan nuestros pensamientos sobre el tenebroso abismo.


Los fantasmas de Longfellow son los recuerdos de las personas que han vivido en una casa. Por eso no dan miedo [la mayoría de las veces] y se mueven silenciosamente. Uno puede sentir sus presencias aunque no dejan señales físicas. Los fantasmas, como los recuerdos, continúan con sus «quehaceres» cotidianos como si estuvieran vivos, es decir, se repiten en las actividades a través de las cuales el Orador los recuerda moviéndose por la casa [ver: ¿Los fantasmas saben que están muertos?]. Son «impresiones» en el aire, como si de algún modo estuvieran grabados en el lugar. En realidad, están grabados en la memoria de los vivos, y la activación y reproducción de estos recuerdos ocurre en el escenario donde se forjaron en primer lugar [ver: ¿Los fantasmas son «grabaciones» impresas en la realidad?]

En este contexto, el Orador imagina que, cuando los vivos se reúnen en la casa, hay más «comensales a la mesa» de los que podemos ver. Estos invitados adicionales son los fantasmas/recuerdos de los antiguos habitantes, que participan sin molestar a nadie. Se los compara con «cuadros en la pared»: silenciosos, inofensivos, pero presentes. El visitante ocasional de la casa no puede ver ni oír a estos fantasmas, precisamente porque no tiene recuerdos de ellos. Su mente está anclada en el espacio presente, donde solo hay personas vivas; es la consciencia del pasado lo que nos permite sentir la presencia de quienes alguna vez vivieron allí.

Si bien Longfellow no tiene ninguna intención de elaborar una investigación paranormal, Casas embrujadas explora al menos tres tropos comunes de la parapsicología:

a- Los fantasmas existen en una dimensión sutil, etérea, que se superpone a nuestra dimensión física, y continúan con sus actividades normales.

b- Mantienen una fuerte conexión con un espacio físico determinado.

c- Continúan ejerciendo su influencia sobre personas sensitivas.




Casas embrujadas.
Haunted Houses, Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Todas las casas donde los hombres han vivido y muerto
son casas embrujadas. Por las puertas abiertas
se deslizan inofensivos fantasmas en sus quehaceres,
con pies que no hacen ruido sobre el suelo.

Los encontramos en la puerta, en la escalera,
a lo largo de los pasillos por donde van y vienen,
impresiones impalpables en el aire,
una sensación de algo que se mueve de un lado a otro.

Hay más comensales a la mesa de los que invitamos,
el salón iluminado está atestado
de tranquilos y amables fantasmas,
tan silenciosos como los cuadros en la pared.

El extraño junto a mi chimenea no puede ver
las formas que veo ni oír los sonidos que escucho;
sólo percibe lo que es, mientras que para mí
todo lo que ha sido es visible y claro.

No tenemos títulos sobre casas ni tierras;
dueños y ocupantes de fechas anteriores,
de tumbas olvidadas, extienden sus manos polvorientas
y se aferran a sus antiguas propiedades.

El mundo espiritual alrededor de este mundo de los sentidos
flota como una atmósfera, y por todas partes
respira a través de estas nieblas y vapores terrenales
un soplo vital de aire más etéreo.

Nuestras pequeñas vidas se mantienen en equilibrio
gracias a atracciones y deseos opuestos:
la lucha entre el instinto que disfruta
y el instinto más noble que aspira.

Estas perturbaciones, este perpetuo alboroto
de deseos y  terrenales aspiraciones,
provienen de la influencia de una estrella invisible,
de un planeta no descubierto en nuestro cielo.

Y como la luna, desde algún oscuro portal de nubes
arroja sobre el mar un puente flotante de luz,
a través de cuyos tablones temblorosos nuestras fantasías
se agolpan en el reino del misterio y la noche,

Así desde el mundo de los espíritus desciende
un puente de luz que lo conecta con éste,
sobre cuyo suelo inestable, que se balancea y se dobla,
vagan nuestros pensamientos sobre el tenebroso abismo.


All houses wherein men have lived and died
Are haunted houses. Through the open doors
The harmless phantoms on their errands glide,
With feet that make no sound upon the floors.

We meet them at the door-way, on the stair,
Along the passages they come and go,
Impalpable impressions on the air,
A sense of something moving to and fro.

There are more guests at table than the hosts
Invited; the illuminated hall
Is thronged with quiet, inoffensive ghosts,
As silent as the pictures on the wall.

The stranger at my fireside cannot see
The forms I see, nor hear the sounds I hear;
He but perceives what is; while unto me
All that has been is visible and clear.

We have no title-deeds to house or lands;
Owners and occupants of earlier dates
From graves forgotten stretch their dusty hands,
And hold in mortmain still their old estates.

The spirit-world around this world of sense
Floats like an atmosphere, and everywhere
Wafts through these earthly mists and vapours dense
A vital breath of more ethereal air.

Our little lives are kept in equipoise
By opposite attractions and desires;
The struggle of the instinct that enjoys,
And the more noble instinct that aspires.

These perturbations, this perpetual jar
Of earthly wants and aspirations high,
Come from the influence of an unseen star
An undiscovered planet in our sky.

And as the moon from some dark gate of cloud
Throws o’er the sea a floating bridge of light,
Across whose trembling planks our fancies crowd
Into the realm of mystery and night,—

So from the world of spirits there descends
A bridge of light, connecting it with this,
O’er whose unsteady floor, that sways and bends,
Wander our thoughts above the dark abyss.


Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Henry Wadsworth Longfellow.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Longfellow: Casas embrujadas (Haunted Houses), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Sonata a la luz de la luna»: Alexander Woollcott; relato y análisis.


«Sonata a la luz de la luna»: Alexander Woollcott; relato y análisis.




«Vieron algo que no olvidarán mientras vivan.
Era el cuerpo de la cocinera.
Sólo el cuerpo. La cabeza había desaparecido.»



Sonata a la luz de la luna (Moonlight Sonata) es un relato de terror del escritor norteamericano Alexander Woollcott (1887-1943), publicado originalmente en la edición del 3 de octubre de 1931 del periódico The New Yorker.

Sonata a la luz de la luna, uno de los cuentos de Alexander Woolcott más celebrados, nos sitúa en el condado de Kent, Inglaterra. En una antigua casa en ruinas, un jóven médico es testigo de la aparición de un fantasma encorvado en una silla, aparentemente bordando algo en su regazo.

El narrador abre diciento que esta historia le fue contada por personas serias. De todos modos, es cauteloso y no menciona los nombres reales. «Gran Bretaña tiene leyes estrictas sobre la difamación», informa.

Alvan Barach —siendo médico se supone que su reporte es confiable— se aloja en la vieja mansión en ruinas de un amigo, llamado Ellery Cazalet. En mitad de la noche, Alvan advierte que no está solo en su habitación. Hay una figura oscura en un rincón. Su primera impresión es la de estar ante un fantasma, sin embargo, la actitud de la aparición es desconcertante. Parece estar cosiendo pacíficamente.

De todos modos, el médico sale corriendo de la habitación. Afuera se encuentra con su amigo y el miedo a lo sobrenatural se diluye. Deciden ir a saquear la cocina. En la oscuridad tropiezan «con un bulto en el suelo»:


«Con una alegre maldición, se inclinó para ver qué era y soltó un silbido de sorpresa. Junto a dos velas encendidas, él y el doctor vieron algo que no olvidarán mientras vivan. Era el cuerpo de la cocinera. Sólo el cuerpo. La cabeza había desaparecido.»


Ahora bien, al principio se nos informó que Cazalet puede permitirse unos pocos empleados para trabajar en la destartalada mansión: una pareja de ancianos y un jardinero, llamado John Scripture, quien cuenta con la ayuda de su padre «lunático». Evidentemente, concluye Cazalet, la decapitación fue obra del viejo loco.

En el último párrafo se revela que el fantasma en la habitación del médico es en realidad el «lunático». No está cosiendo, como se pensaba:


«El viejo lunático no había abandonado su asiento junto a la puerta. Entre sus rodillas todavía sostenía la cabeza de la mujer que había asesinado. Escrupulosamente, felizmente, canturreando en su trabajo, estaba arrancando los pelos grises uno a uno.»


Sonata a la luz de la luna de Alexander Woollcott ofrece poco en cuanto a terror psicológico para el lector experimentado, pero mucho en materia visual. Es una muestra sucinta que nos deja una imagen memorable: este viejo lunático sentado en la oscuridad, arrancándole uno a uno los pelos a la cabeza decapitada de la cocinera. Es destacable que este retrato macabro encuentre un contexto en una historia que sólo tiene un par de páginas.

Recomendación: olvídense del estilo florido. Entorpece y aburre. Sonata a la luz de la luna es una pintura que deleita por lo grotesca.




Sonata a la luz de la luna.
Moonlight Sonata, Alexander Woollcott (1887-1943)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Si este informe se publicara en Inglaterra, tendría que cruzar los dedos para escribir un pequeño prólogo que explicara que todos los personajes son ficticios, requisito estricto de la ley británica sobre difamación. Sin embargo, ninguno de los personajes es ficticio, y la historia (contada a Katharine Cornell por Clemence Dane, y luego por Katherine a mí) narra lo que, según mi leal saber y entender, le ocurrió a un joven médico inglés al que llamaré Alvan Barach.

Es el relato de una aventura que hasta ahora no se ha contado. Ocurrió hace dos años cuando fue a Kent a visitar a un viejo amigo (llamémosle Ellery Cazalet), que pasaba la mayor parte de los días en el campo de golf y la mayor parte de las noches preguntándose cómo haría para pagar los impuestos de sucesión de la mansión familiar en ruinas que había heredado.

Esta casa era una prima destartalada de Compton Wynyates, con tejas de color rojo Tudor que la hacían acogedora bajo el sol del mediodía y una campana ronca que, desde la torre del reloj, había estado esparciendo despectivamente las horas desde que Enrique VIII era un jovenzuelo. En su interior, Cazalet sólo podía permitirse el lujo de una pareja de ancianos que se ocuparan de él, y los jardines, antaño suntuosos, hacían lo que querían bajo el cuidado de un solo jardinero. Creo que debo arriesgarme a dar el verdadero nombre del jardinero, porque no se me ocurre ninguno que tuviera un sabor tan apropiado. Era John Scripture, y lo ayudaba, de vez en cuando, un padre anciano y lunático que, en sus intervalos lúcidos, salía de su cautiverio bajo los aleros de la cabaña para ocuparse de la lujuriosa extravagancia de los setos.

El doctor bajaría cuando pudiera, con la promesa de jugar al golf, largas noches de exquisito silencio y uno o dos fantasmas si así lo deseaba. Era característico de su humor un tanto pesado que, al escribir para fijar un día, se dirigiera a «The Creeps, Sevenoaks, Kent». Cuando llegó, se encontró con que su anfitrión estaba fuera de casa y no volvería hasta altas horas de la noche. Barach cenaría solo con un acomodador despectivo como compañero, y no lo esperaría levantado. Su dormitorio en la planta baja estaba bellamente revestido de paneles desde el pie de cama hasta el techo, pero alguna ama de llaves despistada, bajo el cuarto George, había dado a la hermosa carpintería con una lata de barniz negro. La dote que había traído una novia de Cazalet de la década malva se había invertido en unos cuantos cuartos de baño antiguos, y uno de ellos había sustituido a un armario de oración que antaño daba a este dormitorio. Sólo había una vela para leer, pero la luz de la luna llena se filtraba a través de las enredaderas que cubrían a medias las ventanas con parteluces.

En este museo, Barach se quedó dormido. No sabía cuánto tiempo había dormido cuando se encontró despierto de nuevo y consciente de que algo se movía en la habitación. Le llevó un momento localizar el movimiento, pero al final, en un retazo de luz de luna, distinguió una figura encorvada que parecía estar sentada con la cabeza inclinada y absorta en la silla junto a la puerta. Era la mano, o más bien el brazo entero, lo que se movía, trazando un recorrido recurrente aunque irregular en el aire. Al principio, el gesto le resultó burlonamente familiar, pero luego Barach lo reconoció como el que hace una mujer al bordar. Había una vacilación como si la aguja estuviera siendo introducida a través de un material tenso y resistente, y luego, cada vez, el tirón largo, rápido y seguro del hilo.

Al sorprendido huésped, aquella le pareció la actividad menos amenazante que jamás había oído atribuir a un fantasma, pero de todos modos sólo tenía una idea, y era salir de la habitación lo antes posible.

Su mente hizo un rápido reconocimiento. La puerta que daba al vestíbulo estaba descartada, pues la locura estaba por allí. Al menos tendría que pasar justo por delante de aquel brazo que tejía. Tampoco le apetecía lanzarse a ciegas entre los arbustos espinosos que había bajo su ventana y correr descalzo por el césped helado. Por supuesto, estaba el baño, pero eso no le serviría de mucho si no podía salir por otra puerta. En un espasmo de concentración, recordó que había visto otra puerta. Justo en el momento de darse cuenta de esto, oyó el reconfortante sonido de un coche que subía por el camino de entrada y adivinó que era su anfitrión que regresaba. Con un movimiento magnífico, saltó al suelo, entró en el baño y cerró la puerta tras de sí. El suelo de la habitación de al lado estaba cubierto de luz de luna. Avanzando entre ella, llegó sin aliento, pero sin ser molestado, al pasillo. Más adelante pudo ver la lámpara encendida en el vestíbulo de entrada y oír el ruido de su anfitrión al cerrar la puerta principal.

Cuando Barach salió corriendo de la oscuridad para saludarlo, Cazalet vociferó su alegría por tal afabilidad y, hambriento por el largo y frío viaje, propuso una redada inmediata en la despensa. El doctor, ya avergonzado por su reciente pánico, no dijo nada al respecto y se puso a comer. Con velas encendidas, el grupo de búsqueda descendió a las oficinas, y el anfitrión estaba describiendo los méritos de la carne asada fría, el queso y la leche como un refrigerio ligero de medianoche, cuando tropezó con un bulto en el suelo. Con una alegre maldición a la vieja cocinera que siempre dejaba algo por ahí, se inclinó para ver qué era y soltó un silbido de sorpresa. Entonces, junto a dos velas encendidas, él y el doctor vieron algo que no olvidarán mientras vivan. Era el cuerpo de la cocinera. Sólo el cuerpo. La cabeza había desaparecido. En el suelo, a su lado, yacía un cuchillo ensangrentado de carnicero.

—¡Viejo Scripture, por Dios! —gritó Cazalet.

Todavía agarrando una vela en una mano, arrastró a su compañero a través de la interminable casa hasta la habitación de la que había huido, indicándole que guardara silencio y dando los últimos pasos de puntillas. Esa precaución fue en vano, porque un regimiento no podría haber perturbado la extática satisfacción de la ceremonia que todavía se estaba desarrollando en el interior. El viejo lunático no había abandonado su asiento junto a la puerta. Entre sus rodillas todavía sostenía la cabeza de la mujer que había asesinado. Escrupulosamente, felizmente, canturreando en su trabajo, estaba arrancando los pelos grises uno a uno.

Alexander Woollcott (1887-1943)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de terror.


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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Alexander Woollcott: Sonata a la luz de la luna (Moonlight Sonata), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



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