Y la Muerte no tendrá dominio.
«Aunque se pierdan los amantes, el amor no,
y la muerte no tendrá dominio.»
y la muerte no tendrá dominio.»
Hoy en El Espejo Gótico analizaremos el poema de Dylan Thomas (1914–1953): Y la Muerte no tendrá dominio (And Death Shall Have No Dominion), publicado originalmente en la edición de mayo de 1933 de la revista New English Weekly.
Intentaremos, como siempre, responder las preguntas: ¿de qué trata el poema?, ¿qué significa?, aunque las respuestas puedan considerarse incompatibles entre sí.
Y la Muerte no tendrá dominio.
Los hombres desnudos han de ser uno
con el hombre en el viento y la luna de occidente;
cuando sus huesos queden limpios y limpios se dispersen,
ellos tendrán estrellas en el codo y el pie;
aunque se vuelvan locos serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar de nuevo surgirán,
aunque se pierdan los amantes, el amor no;
y la Muerte no tendrá dominio.
Y la Muerte no tendrá dominio.
Los que hace tiempo yacen
bajo los dédalos del mar no han de morir entre los vientos,
retorcidos de angustia cuando cedan los nervios,
Los hombres desnudos han de ser uno
con el hombre en el viento y la luna de occidente;
cuando sus huesos queden limpios y limpios se dispersen,
ellos tendrán estrellas en el codo y el pie;
aunque se vuelvan locos serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar de nuevo surgirán,
aunque se pierdan los amantes, el amor no;
y la Muerte no tendrá dominio.
Y la Muerte no tendrá dominio.
Los que hace tiempo yacen
bajo los dédalos del mar no han de morir entre los vientos,
retorcidos de angustia cuando cedan los nervios,
atados a una rueda no serán destrozados;
la fe, en sus manos, ha de partirse en dos,
y habrán de traspasarles los males unicornes;
rotos todos los cabos, ellos no quebrarán.
Y la Muerte no tendrá dominio.
Y la Muerte no tendrá dominio.
Y las gaviotas no gritarán en los oídos
ni romperán las olas sonoras en las playas;
donde alentó una flor, otra flor tal vez nunca
levante su cabeza a los embates de la lluvia;
y aunque ellos estén locos y totalmente muertos
sus cabezas martillearán en las margaritas;
irrumpirán al sol hasta que el sol sucumba,
y la Muerte no tendrá dominio.
la fe, en sus manos, ha de partirse en dos,
y habrán de traspasarles los males unicornes;
rotos todos los cabos, ellos no quebrarán.
Y la Muerte no tendrá dominio.
Y la Muerte no tendrá dominio.
Y las gaviotas no gritarán en los oídos
ni romperán las olas sonoras en las playas;
donde alentó una flor, otra flor tal vez nunca
levante su cabeza a los embates de la lluvia;
y aunque ellos estén locos y totalmente muertos
sus cabezas martillearán en las margaritas;
irrumpirán al sol hasta que el sol sucumba,
y la Muerte no tendrá dominio.
Dylan Thomas escribió Y la Muerte no tendrá dominio a los diecinueve años. A comienzos de 1933, entabló amistad con Bert Trick [dieciséis años mayor], un poeta aficionado que publicó varios poemas en periódicos. En la primavera de ese año, Trick sugirió que escribieran un par de poemas sobre la inmortalidad. Los versos de Trick, que se publicaron al año siguiente, incluían la línea: «Porque la Muerte no es el fin» [For death is not the end]. En abril, Dylan Thomas escribió Y la Muerte no tendrá dominio. Trick lo convenció de buscar un editor y el poema se imprimió en mayo.
Si bien se lo considera un clásico del Modernismo, Y la Muerte no tendrá dominio se aproxima mucho más a la poesía metafísica de John Donne, particularmente a su poema: Muerte no te enorgullezcas (Death Be Not Proud). También podemos hallar vestigios del poema de Dylan Thomas en el verso pareado de H. P. Lovecraft: Y con eones extraños incluso la Muerte puede morir. En los tres casos, la Muerte, tras un inconcebible período de tiempo, ya no tendrá dominio sobre la vida.
Y la Muerte no tendrá dominio no es un poema que pueda leerse de forma pasiva. Exige, como sugiere Roland Barthes, que el lector no sea simplemente un «consumidor» del texto, sino una fuerza creativa adicional, alguien capaz de descifrar las referencias y, a partir de ese conocimiento, construir un universo propio, personal.
El poema parece aludir directa e implícitamente al discurso bíblico. La referencia al Nuevo Testamento es evidente en el título. Este tiene su fuente en las Epístolas de San Pablo a los Romanos. Allí, Pablo manifiesta que aquellos que opten por la salvación [convirtiéndose a la nueva fe] resucitarían en el Día del Juicio, y se les otorgarán nuevos cuerpos espirituales en lugar de experimentar la condenación eterna [«Sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte ya no tiene dominio sobre él»]. La línea: «Tendrán estrellas en los codos y pies» implica que los muertos resucitarán para morar en el cielo. En este contexto, la palabra «estrellas» es una metonimia del cielo.
«Aunque se vuelvan locos serán cuerdos» refiere a la Primera Epístola a los Corintios, donde San Pablo sostiene que, en el Día del Juicio, lo deshonroso se volverá glorioso, lo débil se volverá poderoso, lo natural se volverá espiritual, etc. Aquí, el Orador insinúa que, después de la muerte, pasaremos de un estado incompleto [locura] a uno completo [codura]. Esta idea de transformación continúa más adelante, donde el Orador dice que aquellos que se hundan en el mar «surgirán», una imagen que hace pensar en el Sacramento del Bautismo. Luego, Dylan Thomas describe cuerpos [¿de mártires?] torturados en máquinas, «atados a una rueda», sugiriendo que, aunque el cuerpo físico puede ser desmembrado, el espíritu no puede romperse. La imagen de las cabezas que «martillean entre margaritas» parece referir a la idea de que los cadáveres proporcionan alimento a las plantas que crecen sobre ellos. Esto también resuena en las enseñanzas de San Pablo en la Primera Epístola a los Corintios, donde habla de la transformación del cadáver en un cuerpo diferente al que tenía en la tierra. Todas estas alusiones apuntan a la indestructibilidad espiritual.
La repetición del título [al principio y final de cada estrofa] establece que ése es el tema central del poema. Suena como una especie de mantra, una reafirmación de que la Muerte no dominará la vida. Dylan Thomas emplea la retórica de la fe, pero la sustancia, más que el estilo, apela a algo más.
El poema se abstiene de brindar una visión reconfortante del más allá; sólo menciona que nuestro cadáver se reincorporará al ciclo natural. En este punto podemos plantear algunas preguntas: ¿Y la Muerte no tendrá dominio es realmente un poema sobre la resurrección y la inmortalidad, o acaso versifica sobre los procesos naturales relacionados con la muerte? Y, en caso de ser así, ¿la decadencia corporal post-mortem funciona como una especie de procedimiento de «limpieza» previo al renacimiento?
Esta idea del retorno a la naturaleza tras la muerte posee otra cara, menos romántica, relacionada con la eliminación de la experiencia personal, de la individualidad, del Ser, a medida que el cuerpo físico se descompone. Si la Muerte es una plataforma hacia otra forma de vida, hacia una especie de renacimiento, la descomposición del cadáver es una instancia intermedia bastante incómoda.
La palabra «dominio» [dominion] le da impulso sonoro al poema. Sugiere la idea abstracta de «control» [o «poder», «autoridad», «jurisdicción»], pero también el concepto más tangible de «territorio» [o «reino», «país», «señorío»]. En el primer ejemplo, Dylan Thomas podría estar argumentando que, debido a que todos vamos a morir, al cruzar ese umbral la Muerte ya no tendrá «dominio» [o «poder», «autoridad», «jurisdicción»] sobre nosotros. En el segundo ejemplo, la Muerte simplemente no tiene «territorio». Toca a todos los seres vivos por igual, sin restricciones; su presencia y función son universales. No tiene «dominio» porque no necesita reinar sobre un aspecto u otro de la realidad física. Esta última es la raíz etimológica del inglés dominion; corresponde al latín medieval dominium, que significa «propiedad», «posesión». Incluso podríamos pensar que Dylan Thomas está diciéndonos que la Muerte no tendrá amo, habida cuenta que dominium proviene del latín dominus, «señor».
Entonces, ¿sobre qué la Muerte no tendrá dominio?
Es importante recordar que el tema de la versión original de 1933 era la «inmortalidad». En 1936, Dylan Thomas decidió realizar cambios importantes, y el poema que hoy conocemos es bastante diferente del original. Este tenía cuatro estrofas de diez versos cada una, en contraste con la versión final que comprende sólo tres estrofas de nueve. En el original queda claro que la idea central del poema era hablar sobre la resurrección, o al menos sobre una existencia post-mortem garantizada. El hecho de que Dylan Thomas decidiera abrir y cerrar cada estrofa con una [cuasi] cita de la epístola de San Pablo parece certificarlo. Independientemente de las controversias que aparecen dentro del poema, cada estrofa cierra aclarando que la Muerte no tendrá ningún «dominio», ya sea en términos de «control» como de dimensión «territorial».
Pero Dylan Thomas era un buen poeta, y todo buen poeta escribe en varios niveles, a veces deliberadamente contradictorios. Si Y la Muerte no tendrá dominio fuese simplemente una hermosa exposición de conceptos bíbicos, ¿dónde está la «revelación» sobre la realidad posterior a la muerte? Es decir, la creencia en una existencia espiritual. De hecho, la segunda estrofa parece negar cualquier renacimiento; y la tercera directamente habla de la transformación de un cadáver enterrado y su relación reproductiva con el mundo natural. Si hay un Dios en Y la Muerte no tendrá dominio, es la Naturaleza.
Dylan Thomas es astuto, porque cada una de las tres estrofas se centra en la Muerte desde una perspectiva diferente. Al principio, parece hablar de la resurrección del cuerpo después de la muerte, con un futuro «en el viento y la luna occidental», que puede ser en cualquier parte, incluído el Cielo [en términos de parodia de la creencia generalizada del cielo cristiano]. Tal renacimiento parece transformador: la locura será reemplazada por la cordura; los ahogados surgirán de las aguas; el amor será perpetuo, etc. En esta estrofa inicial, la vida eterna está predeterminada, y la Muerte no tendrá dominio sobre ella.
La segunda estrofa exhibe un punto de vista diferente, quizás una imagen del infierno donde no hay ninguna referencia [reconocible] a la resurrección. La tercera estrofa sí parece hablar de la vida eterna, pero en la Tierra. Se llora a los muertos y se lamenta la pérdida de placeres sencillos, como oír el canto de las gaviotas y el sonido de las «olas romper con fuerza en las orillas del mar». Las siguientes líneas no aluden a inmortalidad, a ningún ascenso al cielo, sino una forma de renacimiento natural. A medida que los cuerpos se descomponen, fertilizan el suelo donde crecen las margaritas. Este es el tipo de existencia sobre el cual la Muerte no tendrá dominio.
Dylan Thomas nunca se caracterizó por romantizar a la Muerte. De hecho, uno de sus poemas más conocidos: No entres dócil en esa buena noche (Do Not Go Gentle Into That Good Night), propone que uno no debe aceptar la muerte, y menos tranquilamente, sino que debe «rabiar contra la muerte de la luz». Da ejemplos de hombres sabios, salvajes, graves, buenos, y sugiere que no importa cómo hayan vivido sus vidas, o lo que sientan en el momento de su muerte, no deben darse por vencidos y entregarse. Esto no tiene mucho que ver con el mensaje religioso, donde la muerte debe ser bienvenida porque es una puerta de entrada a una existencia superior, más pura y cercana al Creador. Dylan Thomas desprecia las agonías pacíficas, las muertes plácidas durante el sueño, y vindica al ser humano que lucha desesperadamente por seguir respirando.
Y la Muerte no tendrá dominio intenta derribar la mortalidad mediante una serie de argumentos que no son cristianos. Dylan Thomas desarrolla la transformación de los muertos a través de imágenes estelares. Mientras que la luna en la primera estrofa implica una fase anterior en la transformación humana, la imagen del sol, que representa la fuerza dadora de vida, sugiere otra instancia en la que los muertos se oponen violentamente. Al final del escenario planteado en el poema se enfatiza cuán resilientes y decididos son los muertos una vez que se han convertido en parte del ciclo de la vida:
Y aunque ellos estén locos y muertos
sus cabezas martillearán en las margaritas;
irrumpirán al sol hasta que el sol sucumba,
y la Muerte no tendrá dominio.
sus cabezas martillearán en las margaritas;
irrumpirán al sol hasta que el sol sucumba,
y la Muerte no tendrá dominio.
Por supuesto, la Muerte no se niega del todo: existe, pero nunca podrá vencer la fuerza vital de la naturaleza. Los muertos vuelven a la vida como margaritas que brotan del suelo. Tan poderoso es este impulso de resucitar que los muertos pueden capturar el sol antes de que se ponga [para ellos]. Y al asumir el poder del sol, los muertos se elevan por encima de él. De este modo, el sol, dador de vida, es menos poderoso en comparación con el impulso regenerativo de los muertos.
En apariencia, incluso en su ritmo sonoro, Y la Muerte no tendrá dominio parece un poema sobre la resurrección bíblica, pero en realidad es panteísmo puro, al menos en términos de tensión entre lo físico y lo espiritual. Dylan Thomas cree que hay vida en la muerte, así como muerte en la vida. Después de todo, el propósito de la vida no es preservar el cuerpo orgánico, sino darle forma a la energía que lo constituye, que a su vez proviene de una vida anterior. La muerte destruye el cuerpo, pero la energía que libera permanece constante.
Dylan Thomas parece estar escribiendo sobre una verdad científica. La Muerte no tiene dominio porque la energía no se destruye, cambia. No existe ninguna fuerza destructiva en el universo, sólo la mutación de la energía. En términos metafísicos, afines a John Donne, aquello que llamamos Muerte no es sino la devolución de la energía que el ser humano lleva dentro de sí al universo del que la recibió en primer lugar. No hay muerte excepto la del cuerpo, y poco después del final de la vida ya no hay cuerpo. Nuestra consciencia, quizás, no es más que una de las formas que asume esa energía. Todo lo que es verdaderamente vital permanece activo en el universo.
Por supuesto, la muerte es una realidad para nosotros, y una muy dolorosa, porque no podemos conceptualizar que las fuerzas que nos hacen vivir son indestructibles. No resulta particularmente reconfortante considerar que nuestra consciencia, tal como la conocemos, mutará en algo más. Por eso, la muerte es trascendental para nosotros.
Donde alentó una flor, otra flor tal vez nunca
levante su cabeza a los embates de la lluvia;
y aunque ellos estén locos y totalmente muertos
sus cabezas martillearán en las margaritas;
irrumpirán al sol hasta que el sol sucumba,
y la Muerte no tendrá dominio.
levante su cabeza a los embates de la lluvia;
y aunque ellos estén locos y totalmente muertos
sus cabezas martillearán en las margaritas;
irrumpirán al sol hasta que el sol sucumba,
y la Muerte no tendrá dominio.
La energía que surge de los cuerpos enterrados hace que crezcan flores sobre sus tumbas. Las margaritas y los hombres son manifestaciones del mismo espíritu. Es decir que el «dominio» de la Muerte ni siquiera es la tumba.
Dylan Thomas era un talento inusual. Escribió Y la Muerte no tendrá dominio a los diecinueve años, una hazaña que inspira envidia en aquellos que, a esa edad, pasábamos el tiempo con amigos y bebiendo cerveza. Dylan Thomas también hizo esas cosas, pero escribió este poema, mientras que yo sólo recuerdo la cerveza y los amigos. Sin embargo, a pesar de toda su madurez, el sentimiento es el de un hombre joven. De algún modo, ese desafío a la Muerte tiene una cualidad ingenua, prepotente, típica de la juventud, que se permite deleitarse en el hecho de que la Muerte puede tomar el cuerpo cuando quiera, pero no puede quebrar el espíritu.
Un par de décadas después, en 1951, Dylan Thomas escribió No entres dócil en esa buena noche. Su padre estaba agonizando y, afectado por la mortalidad de una manera muy cercana, su desafío aquí es algo diferente. En este poema, la Muerte sí tiene dominio. La única respuesta humana ante esta realidad es la rabia, la ira. Frente a la Muerte ya no queda rastro de heroísmo romántico. Sólo un grito impotente de rabia contra la silenciosa oscuridad que se avecina.
Finalmente, cuando el propio Dylan Thomas fue alcanzado por la muerte, uno de los poemas [inconclusos] que dejó fue Elegía (Elegy), una lúgubre reflexión sobre la muerte de su padre que comienza con estas líneas:
Demasiado orgulloso para morir, destrozado y ciego murió
de la manera más oscura, y no regresó,
amable aunque frío en su mezquino orgullo.
de la manera más oscura, y no regresó,
amable aunque frío en su mezquino orgullo.
No hay aquí ningún vestigio de desafío, de rabia, de triunfo; sólo un sentimiento de resignación. La actitud de Dylan Thomas ante la Muerte había cambiado; y ese cambio se debe no sólo a su madurez como poeta, sino como hombre. El desafío planteado en Y la Muerte no tendrá dominio reside en su fuerza retórica, pero para alguien que ha perdido a un ser querido, esa retórica resulta vacía. La Muerte sí tiene dominio, al menos en este plano de existencia.
Podemos guardar recuerdos felices de nuestros muertos, pero están sobreescritos en una especie de palimpsesto donde, eventualmente, hasta los recuerdos más brillantes se van opacando. Sólo cuando logremos pensar en nuestros seres queridos que han fallecido sin sentir una punzada de dolor por su ausencia, entonces sí, tal vez, podremos decir que la Muerte no tiene dominio. Pero, ¿no dejaríamos entonces de ser verdaderamente humanos?
Dylan Thomas cerró Elegía con una línea conmovedora sobre su padre fallecido:
«Hasta que yo muera, él no se apartará de mi lado».
Esto fue, quizás, lo último que escribió. Desde aquí compartimos esa opinión. Uno no acepta la muerte de un padre, simplemente se aprende a vivir con su ausencia.
Dylan Thomas. I Taller gótico.
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