Mostrando entradas con la etiqueta poemas de muerte. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta poemas de muerte. Mostrar todas las entradas

«Embrujada»: Amy Lowell; poema y análisis.


«Embrujada»: Amy Lowell; poema y análisis.




«Sus uñas arañan las copas de los árboles,
sus labios succionan la ventana abierta,
su aliento se desliza por mi cuerpo
se acumula en charcos bajo mis rodillas.»



Embrujada (Haunted) es un poema de vampiros de la escritora norteamericana Amy Lowell (1874-1925), publicado originalmente en la antología de 1919: Imágenes del mundo flotante (Pictures of the Floating World); y luego reeditado por Margaret Widdemer en La hora embrujada (The Haunted Hour, 1920). Finalmente volvería a aparecer gracias a August Derleth en la colección de Arkham House de 1947: El lado oscuro de la luna: poemas de fantasía y lo macabro (Dark of the Moon: Poems of Fantasy and the Macabre).

Emrbujada, uno de los grandes poemas de Amy Lowell, comienza dirigiendo la vista del lector: «¡Mira!», exclama; y agrega: «él arrastra los dedos de los pies / bajo los largos rayos de la luna». La Oradora añade varios detalles más sobre su misterioso visitante: las «uñas de sus dedos [esta vez de las manos] brillan» y «arañan entre las copas de los árboles».

En este punto, el visitante es un misterio. Puede ser un fantasma, un vampiro, incluso un recuerdo que retorna durante la noche. Si enfocamos la mirada un poco más veremos que, en apariencia, se trata de una criatura de tamaño colosal. Los dedos de sus pies se arrastran «bajo la luz de la luna», pero los de sus manos «arañan entre las copas de los árboles».

La Oradora de Amy Lowell sostiene que los «labios» de la criatura «succionan mi ventana abierta». A la luz de todo lo anterior, la «ventana abierta» parece ser eso, una ventana, pero inmediatamente añade: «su aliento se desliza por mi cuerpo / se acumula en charcos bajo mis rodillas». Creo que esto no requiere demasiado análisis: la Oradora está excitada. Lo mismo podría decirse de los siguiente: «puedo ver su boca temblando / pegándose al marco de mi ventana» [ver: La Casa Embrujada como representación del cuerpo de la mujer]

El final de Embrujada deja abiertos otros interrogantes: mientras la boca se «pega» y «succiona» la «ventana abierta», la Oradora advierte que «la luz de la luna brilla en el suelo / sin sombras»; es decir, la criatura no proyecta sombra. Esto puede deberse al carácter sobrenatural de la criatura [un íncubo, por ejemplo], o bien a su naturaleza imaginaria, una fantasía nocturna que llega con fuerza pero que carece de consistencia física. Sin embargo, el poema comienza diciéndole al lector que mire, que observe, por lo que el visitante, de acuerdo al contexto, debe ser visible,

El poema concluye con un cambio de sentidos. Primero, la Oradora nos pide que miremos; al final, nos dice que agudicemos el oído: «¡Escucha!», exclama: «una liebre se ahoga [es decir, grita en agonía] en el bosque / y el viento arranca una contraventana». ¿Acaso estamos ante el clímax de la Oradora, que gime agónicamente mientras la boca que «succiona» la «ventana abierta» termina arrancando un postigo?. Es posible, también que el misterioso visitante sea simplemente el viento: se arrastra por el suelo, sacude las ramas de los árboles, succiona, agita las ventanas. Pero, si es el viento, ¿por qué «se acumula en charcos» bajo las rodillas de la Oradora? ¿Se trata de una tormenta?

Embrujada es todo eso, y probablemente más. Amy Lowell fue una gran poeta, por lo que sus piezas tienen diferentes niveles de interpretación. La idea del amante sobrenatural resulta plausible, pero la propia Lowell era lesbiana, y el poema aclara específicamente que el visitante es un «él». De todos modos, la Oradora bien podría estar sufriendo, y no gozando, como especulamos anteriormente.




Embrujada.
Haunted, Amy Lowell (1874-1925)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


¡Mira! Él arrastra los dedos de los pies
bajo los largos rayos de la luna,
y las uñas de sus dedos brillan;
destellan y arañan entre las copas de los árboles.
Sus labios succionan mi ventana abierta,
su aliento se desliza por mi cuerpo
se acumula en charcos bajo mis rodillas.
Puedo ver su boca temblando,
pegándose al marco de la ventana,
pero la luz de la luna brilla en el suelo,
sin sombras.
¡Escucha! Una liebre se ahoga en el bosque,
y el viento arranca una contraventana.


See! He trails his toes
Through the long streaks of moonlight,
And the nails of his fingers glitter;
They claw and flash among the tree-tops.
His lips suck at my open window,
And his breath creeps about my body
And lies in pools under my knees.
I can see his mouth sway and wobble,
Sticking itself against the window-jambs,
But the moonlight is bright on the floor,
Without a shadow.
Hark! A hare is strangling in the forest,
And the wind tears a shutter from the wall.


Amy Lowell (1874-1925)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Amy Lowell.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Amy Lowell: Embrujada (Haunted), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Sonríe, Muerte»: Charlotte Mew; poema y análisis.


«Sonríe, Muerte»: Charlotte Mew; poema y análisis.




«Nada en la tierra era para mí como este espacio barrido por el viento,
nada era como el camino, pero al final había una visión o un rostro
y los ojos no siempre eran amables.»



Sonríe, Muerte (Smile, Death) es un poema gótico de la escritora norteamericana Charlotte Mew (1869-1928), publicado en la antología de 1916: La esposa del granjero (The Farmer's Bride).

Sonríe, Muerte, como buena parte de los poemas de Charlotte Mew, se enfoca en el tema de la muerte, no como una entidad ominosa sino como un anhelo de paz y descanso. Dada la difícil vida de Charlotte Mew, no es una sorpresa que viera la muerte como un escape a un lugar mejor, incluso como una amiga que trae buenas noticias.

En la poesía de Charlotte Mew vemos constantemente una batalla entre la esperanza y la desesperación. En el centro está la tristeza, una emoción que funciona como un reconfortante tono musical. Esto le brinda a Sonríe, Muerte, su aire gótico. Es un lamento, una interpelación a la muerte al estilo del poema de Dylan Thomas: Y la muerte no tendrá dominio (And Death Shall Have No Dominion).

Esta noción de la muerte como fuente de creatividad es frecuente en la poesía de Charlotte Mew, donde nunca se encuentra la noción de Dios o de una autoridad absoluta fuera del yo. En este contexto, la Muerte no es el fin, sino un medio para el fin; es decir, una vía de escape. Lo que hay más allá, si es que hay algo, permanece fuera de la órbita del poema. En Sonríe, Muerte vemos esta noción claramente: la Muerte no es «algo» que suceda repentinamente, un momento trágico o dramático. Es un proceso, a veces incluso un proceso de cambio y crecimiento.

En este caso, la Muerte se personifica y la oradora imagina patinar con ella por el «arroyo helado» [el otro lado], habiendo dejado atrás «el páramo» [la vida terrenal], que en el poema se asocia con la idea del sueño, en términos de algo ilusorio. La Muerte es diferente. No es el sueño [de la vida terrenal] pero es un estado deseable para la oradora. Le proporciona su gran anhelo, olvidar:


«Muéstrame tu rostro, por qué los ojos son amables.
y no hablaremos de la vida ni creeremos en ella ni la recordaremos mientras andamos.»


Este último verso clarifica todo el poema, e introduce una pequeña contradicción. Cuando la oradora dice «no hablaremos de la vida» en realidad está hablando de la vida, cree en ella y la recuerda, porque son condiciones previas a la muerte, que al final termina siendo una reafirmación de la vida. La Muerte, por lo tanto, cumple dos funciones. En primer lugar, es una fuente de creatividad [al menos la fuente de este poema], y también un proceso dinámico de cambio.

En cierto modo, la Muerte afirma la vida: le da un significado, un propósito, que la oradora no puede encontrar en la vida misma.




Sonríe, Muerte.
Smile, Death, Charlotte Mew (1869-1928)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Sonríe, Muerte, mira que sonrío mientras llego a ti
desde el camino y el páramo que dejo atrás,
nada en la tierra era para mí como este espacio barrido por el viento,
nada era como el camino, pero al final había una visión o un rostro
y los ojos no siempre eran amables.

Sonríe, Muerte, mientras fijas las hojas a mis pies,
adelante, adelante, patinemos junto a los sauces dormidos cubiertos de nieve;
rápido, rápido río abajo por el arroyo helado, con el páramo y el camino y la visión detrás,
(¡Muéstrame tu rostro, por qué los ojos son amables!)
y no hablaremos de la vida ni creeremos en ella ni la recordaremos mientras andamos.


Smile , Death, see I smile as I come to you
Straight from the road and the moor that I leave behind,
Nothing on earth to me was like this wind-blown space,
Nothing was like the road, but at the end there was a vision or a face
And the eyes were not always kind.

Smile, Death, as you fasten the blades to my feet for me,
On, on let us skate past the sleeping willows dusted with snow;
Fast, fast down the frozen stream, with the moor and the road and the vision behind,
(Show me your face, why the eyes are kind!)
And we will not speak of life or believe in it or remember it as we go.


Charlotte Mew (1869-1928)


(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Charlotte Mew.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Charlotte Mew: Sonríe, Muerte (Smile, Death), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«A Quoi Bon Dire»: Charlotte Mew; poema y análisis.


«A Quoi Bon Dire»: Charlotte Mew; poema y análisis.




«Hace diecisiete años dijiste
algo que sonó como un adiós;
y todos piensan que estás muerto,
menos yo.»



A Quoi Bon Dire (À quoi bon dire) es un poema de amor de la escritora inglesa Charlotte Mew (1869-1928), publicado originalmente en la antología de 1916: La novia del granjero (The Farmer’s Bride).

A Quoi Bon Dire, uno de los poemas de Charlotte Mew menos conocidos, presenta una visión esperanzadora del amor que trasciende el tiempo y la mortalidad.

El título en francés del poema: À quoi bon dire, puede traducirse [discutiblemente] como «¿qué sentido tiene decirlo?». No estoy seguro, pero no creo que la autora se refiera a algo que está sobreentendido [como el español: «está de más decir»], sino que ciertas cosas no necesitan ser dichas.

La narradora del poema, separada físicamente de su amado durante diecisiete años, se mantiene firme en la certeza de que él no ha fallecido, como parecen creer los demás:


«Hace diecisiete años dijiste
algo que sonó como un adiós;
y todos piensan que estás muerto,
menos yo.»


Así como su amado permanece en su memoria con el mismo aspecto que tenía en vida, ella también, imagina, siente que él la ve como era hace diesiciete años.


«Así que yo, que me vuelvo rígida y fría
ante esto y aquello, también digo;
y todos ven que soy vieja,
menos tú.»


La última estrofa ofrece un contraste conmovedor: mientras una joven pareja se encuentra y experimenta la alegría de su amor, la narradora y su difunto amante comparten una mirada cómplice y un gesto de mutuo cariño:


Y una hermosa mañana en una calle soleada
un chico y una chica se encontrarán y se besarán y jurarán
que nadie podrá volver a amar de esa manera
mientras tú, por allá,
habrás sonreído y yo habré jugado con tu cabello.


El estilo de Charlotte Mew se caracteriza por su contención emocional. Evita el lenguaje florido y emplea en su lugar un estilo sencillo y evocador que transmite emociones profundas sin caer en la empalaguez de la poesía amorosa. De hecho, A Quoi Bon Dire versifica sobre el tema del amor que trasciende las fronteras físicas y temporales sin golpear el lector con un martillo, sino hablando sobre la pérdida, el duelo y el poder transformador de la memoria.

En esa simpleza, A Quoi Bon Dire es un poema complejo. Las dos primeras cuartetas tienen una simetría perfecta en su enfoque entre el destinatario y la narradora, respectivamente; y todo el conjunto juego con los tiempos verbales, cambiando del pasado al presente y al futuro al futuro perfecto, que de alguna manera se lee como un regreso al pasado.

Aunque «todos piensan» que el amante ha muerto diecisiete años antes, la narradora lo mantiene vivo su recuerdo. Esto plantea algunas dificultades temporales: él se conserva en su recuerdo tal como era, mientras que ella ha envejecido. Está «rígida» y «fría», no emocionalmente; sus sentimientos no se han entumecido o trasmutado en insensibilidad e indiferencia. Está «rígida» y «fría» en términos físicos. Su muerte parece inminente; sin embargo, en lugar de expresar alarma ante los efectos del tiempo, la narradora se centra en cómo quienes la rodean [«todos»] sólo parecen ver los efectos físicos del tiempo. De hecho, la proximidad con la muerte parece ser un motivo de júbilo para la narradora. El momento del reencuentro se aproxima, y detrás, en el mundo de los vivos, el amor vuelve a encarnarse en esta joven pareja que establece una sutil comparación con ellos y su propia historia de amor.

La presencia de la joven pareja [«un chico y una chica» en una situación similar a la suya] expresa que, a pesar de los efectos negativos del tiempo, este también se renueva y permite el renacimiento del amor en otros intérpretes. Algo similar sostiene Dylan Thomas en el poema: Y la muerte no tendrá dominio: Though lovers be lost, love shall not [«Aunque los amantes se pierdan, el amor no lo hará»]. En el contexto de A Quoi Bon Dire, esto traza una comparación entre el optimismo de la juventud hacia el amor y la ignorancia de los desafíos que plantean la mortalidad y el tiempo [ver: Y la Muerte no tendrá dominio]

Si a todo esto añadimos el título del poema, A Quoi Bon Dire se debate entre la necesidad de hablar y la sensación de que las palabras no son suficientes. Creo que esta es la razón por la que Charlotte Mew juega con el futuro perfecto [ese pequeño cambio de will have a shall have no es un error] como una especie de preludio de la retrospección. La precisión y la seguridad de las palabras de Charlotte Mew son tales que resulta difícil imaginar otras palabras para lo que su poema evoca. No hay términos opcionales ni arbitrarios.

La memoria funciona en el poema como un elemento disruptor del Tiempo. De hecho, perturba la relación de la narradora con el pasado, el presente y el futuro. «Para todos» el amante está muerto hace diecisiete años, menos para ella. «Todos ven» que ella ha envejecido, excepto el recuerdo imperturbable de su amado que, a su vez, es la existencia viviente de una experiencia pasada. Es frecuente en la poesia encontrar piezas que, al evocar al pasado, se preocupan por cuestiones como la pena o el arrepentimiento. Charlotte Mew, en cambio, representa ese pasado como recuerdo pero también como futuro imaginado, y es capaz de hacerlo con la autoridad de la economía y la naturalidad.

Por supuesto, es más difícil hacer lo que hace Charlotte Mew. La mayoría de los buenos poetas le hacen justicia al desamor, a la pérdida y el sufrimiento; pero Charlotte Mew va un paso más allá. Ella concibe la certeza de que las grandes pérdidas quiebran la continuidad del tiempo. La narradora de A Quoi Bon Dire existe emocional e intelectualmente diecisiete años antes, no en estado de suspensión o tormento; no está atrapada en el pasado, sino que permance fuera del tiempo lineal común, donde «todos piensan que estás muerto».




A Quoi Bon Dire.
À quoi bon dire, Charlotte Mew (1869-1928)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Hace diecisiete años dijiste
algo que sonó como un adiós;
y todos piensan que estás muerto,
menos yo.

Así que yo, que me vuelvo rígida y fría
ante esto y aquello, también digo;
y todos ven que soy vieja,
menos tú.

Y una hermosa mañana en una calle soleada,
un chico y una chica se encontrarán y se besarán y jurarán
que nadie podrá volver a amar de esa manera,
mientras tú, por allá,
habrás sonreído y yo habré jugado con tu cabello.


Seventeen years ago you said
Something that sounded like Good-bye;
And everybody thinks that you are dead,
But I.

So I, as I grow stiff and cold
To this and that say Good-bye too;
And everybody sees that I am old
But you.

And one fine morning in a sunny lane
Some boy and girl will meet and kiss and swear
That nobody can love their way again
While over there
You will have smiled, I shall have tossed your hair.


Charlotte Mew (1869-1928)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Charlotte Mew.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Charlotte Mew: A Quoi Bon Dire (À quoi bon dire), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Las apariciones»: William Butler Yeats; poema y análisis.


«Las apariciones»: William Butler Yeats; poema y análisis.




«Quince apariciones he visto;
la peor, un abrigo colgado en una percha.»



Las apariciones (The Apparitions) es un poema del escritor irlandés William Butler Yeats (1865-1939), publicado de manera póstuma en la antología de 1940: Últimos poemas (Last Poems).

Las Apariciones, uno de los poemas de W. B. Yeats menos conocidos, fue escrito entre marzo y abril de 1938. Con 73 años, el poeta sentía que estaba acercándose al final de su vida. En este contexto, abordó el tema de su muerte con una imagen muy curiosa: «un abrigo colgado en una percha».

Los poemas de Yeats a menudo emplean recursos místicos [era aficionado al ocultismo] que no son sencillos de seguir para el lector, pero en ocasiones también apelan a una sencillez cruda. En estas piezas encontramos una voz coloquial y directa. Las Apariciones es una combinación de estas dos tendencias: es un poema sobre la realidad de la muerte, que todos deberemos enfrentar, a través de la imagen desconcertante de «un abrigo colgado en una percha», el cual podría interpretarse como una alusión a la ausencia física, incluso al cadáver que dejamos atrás: su abrigo está allí, pero él no.

Anticipándose a la recomendación de Dylan Thomas [No entres dócil en esa buena noche], que nos invita a sentir «rabia», no resignación, ante la inminencia de la muerte, W.B. Yeats estaba indignado con el progresivo deterioro físico de la vejez; y ese enojo fue el combustible para los poemas de sus últimos años. Curiosamente, esto comenzó bastante temprano en su vida. Para los estándares modernos, W.B. Yeats no era «viejo» cuando empezó a considerarse un anciano [ver: Y la Muerte no tendrá dominio]

A medida que Yeats sentía que estaba acercándose al final, se obsesionó con su escritura. Creía que el poeta debe trabajar sin cesar especialmente en la vejez, cuando puede ofrecer el fruto de toda una vida de experiencia acumulada. En este sentido, la proximidad de la muerte debe ser el momento de mayor actividad creativa; no como forma de evasión de los miedos lógicos de encontrarse cerca de partir del plano físico, sino de concentración en esa proximidad.

Una característica de los poemas de Yeats es su afición por los estribillos al final de cada estrofa. En Las Apariciones, las estrofas terminan con:


«Quince apariciones he visto;
la peor, un abrigo colgado en una percha.»


Esta afinidad podría tener su origen en el amor de Yeats por las baladas medievales. Al final de cada estrofa se nos recuerdan los hechos, como un tambor que repite el mismo patrón. Es la frase clave del poema, el mensaje principal que el poeta quiere transmitir. Yeats ha visto «quince apariciones», y la «peor» es solo «un abrigo colgado en una percha». ¿Cuál es el significado de esta imagen? ¿Por qué es la «peor» de las apariciones?

Creo que el abrigo tiene que ver con la propia muerte de Yeats. En su vida seguramente experimentó cosas bastante horribles, como todos: tristezas, desengaños, duelos por el fallecimiento de seres queridos, pero esta es la primera vez que su propia existencia está amenazada. El abrigo es su cuerpo, que su alma pronto dejará de vestir.

En Las Apariciones, el poeta habla de cómo en la vejez hay una mayor profundidad y una respuesta más aguda a las imágenes. ¿Cómo la ropa colgada puede ser una imagen tan poderosa? La respuesta radica en el compromiso del miedo. Cuando no reconocemos nuestros miedos, no podemos acceder a los sentimientos análogos inscritos en una imagen. Pero conocer nuestros miedos nos permite ser lo suficientemente vulnerables como para recibir una imagen poética [u onírica]. Este no es un proceso racional: no analizamos las imágenes, no las convertimos en símbolos, no las interpretamos como si fueran piezas de un rompecabezas. Debemos involucrarnos, aportar nuestros propios sentimientos para que la imagen poética nos transmita su carga emocional.

En cierto modo podría decirse que el abrigo colgado en la percha es una imagen onírica, una representación que sólo adquire significado cuando somos conscientes de nuestra propia vulnerabilidad. Un abrigo colgado en una percha no significa nada, pero si es el abrigo de un ser querido que ha muerto, asume una carga simbólica. En la poesía, como en los sueños, debemos aportar algo de nosotros mismos para activar sus imágenes. Este es el compromiso de W. B. Yeats con su imagen: es una representación de su temor a la muerte.




Las apariciones.
The Apparitions, William Butler Yeats (1865-1939)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Porque hay seguridad en la incertidumbre,
hablé sobre una aparición,
no me tomé la molestia de convencer
ni de parecer plausible a un hombre sensato.
Desconfiaba de la mirada popular,
ya fuera atrevida o astuta.
Quince apariciones he visto;
la peor, un abrigo colgado en una percha.

No he encontrado nada mejor
que mi planeada soledad,
donde puedo pasar la mitad de la noche
con algún amigo con el ingenio suficiente
para evitar que su mirada delate
cuando soy ininteligible.
Quince apariciones he visto;
la peor, un abrigo colgado en una percha.

Cuando un hombre envejece, su alegría
se hace más profunda día tras día,
su corazón vacío por fin se llena,
pero tiene necesidad de toda esa fuerza
a causa de la creciente Noche
que abre su misterio y su espanto.
Quince apariciones he visto;
la peor, un abrigo colgado en una percha.


Because there is safety in derision
I talked about an apparition,
I took no trouble to convince,
Or seem plausible to a man of sense.
Distrustful of thar popular eye
Whether it be bold or sly.
Fifteen apparitions have I seen;
The worst a coat upon a coat-hanger.

I have found nothing half so good
As my long-planned half solitude,
Where I can sit up half the night
With some friend that has the wit
Not to allow his looks to tell
When I am unintelligible.
Fifteen apparitions have I seen;
The worst a coat upon a coat-hanger.

When a man grows old his joy
Grows more deep day after day,
His empty heart is full at length,
But he has need of all that strength
Because of the increasing Night
That opens her mystery and fright.
Fifteen apparitions have I seen;
The worst a coat upon a coat-hanger.


William Butler Yeats (1865-1939)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de William Butler Yeats.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de William Butler Yeats: Las apariciones (The Apparitions), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«La casa embrujada»: Thomas Hood; poema y análisis.


«La casa embrujada»: Thomas Hood; poema y análisis.




«Sobre todo se cernía la sombra de un miedo,
una sensación de misterio que intimidaba al espíritu
y decía, tan claro como un susurro en el oído:
el lugar está embrujado.»



La casa embrujada (The Haunted House) es un poema gótico del escritor inglés Thomas Hood (1799-1845), publicado originalmente en la edición de enero de 1944 de la revista Hood's Magazine and Comic Miscellany.

La casa embrujada, uno de los mejores poemas de Thomas Hood, es una pieza extensa dividida en tres partes. Hoy en El Espejo Gótico compartiremos la traducción al español y el análisis de la sección que, a nuestro juicio, es la más interesante por su fuerte asociación con la literatura gótica.

La casa embrujada es una obra maestra. Pertenece a un orden elevado, si no al más elevado de la poesía gótica. Edgar Allan Poe lo consideró como la contribución más significativa de Thomas Hood al género, y con muy buenos argumentos.

Thomas Hood es un maestro en la ambientación gótica, en el caso de este poema, de una casa embrujada recubierta por una sensación de muerte, decadencia, amenaza y misterio. Si una de las condiciones esenciales de este tipo de espacios encantados es la posesión de una historia macabra, oculta, un pasado traumático que de algún modo se manifiesta en el presente, la Casa Embrujada de Thomas Hood cumple a rajatabla con este precepto.


Lúgubre es la casa del dolor,
donde caen lágrimas mientras dobla la campana,
con todas las oscuras solemnidades que muestran
que la Muerte está en la morada.

Muy, nuy tétrica es la habitación
donde el Amor, el Amor doméstico, ya no anida,
sino que, herido por el golpe común del destino,
el cadáver yace sobre los caballetes.

Pero la casa de la aflicción, el coche fúnebre, la negra mortaja,
el estrecho hogar del mortal difunto,
nunca lucieron tan lúgubres como ese Salón Fantasmal,
con su portal desierto.


Uno de los aspectos más interesantes de La casa embrujada es la perspectiva del Orador del poema, que suena como un explorador recorriendo un territorio inhóspito. Su minuciosa descripción del lugar funciona como una especie de tratado sobre la fauna de las antiguas mansiones abandonadas. Tenemos arañas, murciélagos, búhos, hormigas, polillas, escarabajos, crisálidas, un ciempiés arrastrándose por el umbral, gusanos durmiendo en las sábanas, incluso cochinillas [woodlouse], pequeños crustáceos terrestres que se alimentan de materia orgánica en descomposición. La presencia de estos necrófagos implica que han subsistido en la Casa alimentándose de un cadáver:


El ciempiés se arrastraba por el umbral,
la telaraña colgaba en una maraña laberíntica,
y en su sábana sinuosa el gusano dormía
en cada ángulo y rincón.

El ojo de la cerradura albergó a la tijereta y a sus crías,
las hormigas de los escalones tenían antigua posesión
y marcharon en busca de su alimento diurno
en tranquila procesión.

Tan imperturbable como la célula prensil
de una polilla o un gusano, o el tejido de una araña,
pues nunca un pie pisó ese umbral,
para entrar o salir.

Sobre todo se cernía la sombra de un miedo,
una sensación de misterio que intimidaba al espíritu
y decía, tan claro como un susurro en el oído:
el lugar está embrujado.


La casa embrujada es un poema que resiste la prueba del tiempo debido a su carácter visual. El estilo es antiguo, pero las imágenes que evoca se impregnan con claridad en la imaginación del lector. Uno realmente puede acompañar al Orador en cada paso que da por la Casa [ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror]

Thomas Hood parece menos interesado en explorar el tema de la muerte que el del olvido. Mientras el Orador explora la Casa, encuentra signos de las personas que alguna vez vivieron allí. Evidentemente fueron personas de la nobleza, guerreros, con sus «banderas» y «estandartes». El Orador aprovecha estos símbolos de fuerza para reflexionar sobre el paso del tiempo y cómo estas personas que alguna vez se sintieron poderosas han sido barridas hacia el olvido.

El poema empieza con una descripción de una casa abandonada que, se dice, está embrujada. El Orador menciona que los habitantes etéreos de la Casa son «fantasmas» y «espectros» que «revolotean y se deslizan»; y alude a ellos como «prisioneros» que están «condenados a quedarse». En la primera sección [que no hemos traducido], Thomas Hood sugiere que los fantasmas no sólo están atrapados en la casa, sino en el tiempo. Están «congelados en el pasado» y «atormentados por viejos recuerdos». Todo esto se asemeja mucho a nociones más modernas sobre la naturaleza de las casas embrujadas, de los fenómenos poltergeist, etc [ver: ¿Energía Residual o entidades inteligentes?]

Thomas Hood añade otra capa de complejidad a la permanencia de estos espíritus. Además de estar atrapados en la Casa y en el Pasado [«condenados a rondar para siempre»], también están atrapados en sus propias emociones. El Orador los describe como «torturados por el remordimiento» y «atormentados por el dolor», como si fueran víctimas de un ciclo que se renueva constantemente [ver: ¿Los fantasmas saben que están muertos?]

A pesar de todo esto, los fantasmas de La casa embrujada no son hostiles con el Orador; de hecho, no pueden serlo, ya que están atrapados en su propio tiempo, ensimismados en sus propias emociones. Por eso el Orador los llama «inofensivos», desafiando la visión tradicional sobre estos habitantes espectrales. Los fantasmas de Thomas Hood simplemente habitan la Casa, tristes y melancólicos, pero no coexisten con el presente [ver: ¿Fantasmas o deslizamientos de tiempo?]. En ningún momento se insinúa que sean capaces de percibir al Orador mientras explora la Casa. El hecho de que sean «inofensivos» modifica la actitud del lector; cambia la narrativa tradicional de los fantasmas como seres agresivos y vengativos y nos mueve hacia la empatía.

La casa embrujada es un poema brillante; en parte, debido a que no conduce a ninguna parte, no cuenta ninguna historia, no posee narrativa ni rastros de metafísica sensacionalista: es pura atmósfera. Y es a través de esa ambientación [simple y sin discordancias] que Thomas Hood despliega todo su genio. En cada detalle, en cada observación del Orador, hay una pieza del rompecabezas.

En 1829, Thomas Hood dejó la ciudad de Londres para vivir en el campo, primero en Winchmore Hill y luego en Lake House. Aquí, se cree, encontró inspiración para este poema. La casa en la que se instaló estaba parcialmente en ruinas pero aún conservaba signos de su esplendor pasado. Al parecer, Thomas Hood disfrutaba escribir en el salón principal, cubierto de paneles pintados, debajo de los cuales las ratas se asomaban al anochecer. «Un lugar muy bonito —escribió Thomas Hood en una de sus cartas—, o lo fue en sus viejos tiempos, pero algo le pasa ahora; el lugar está maldito».




La casa embrujada.
The Haunted House, Thomas Hood (1799-1845)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Lúgubre es la casa del dolor,
donde caen lágrimas mientras dobla la campana,
con todas las oscuras solemnidades que muestran
que la Muerte está en la morada.

Muy, nuy tétrica es la habitación
donde el Amor, el Amor doméstico, ya no anida,
sino que, herido por el golpe común del destino,
el cadáver yace sobre los caballetes.

Pero la casa de la aflicción, el coche fúnebre, la negra mortaja,
el estrecho hogar del mortal difunto,
nunca lucieron tan lúgubres como ese Salón Fantasmal,
con su portal desierto.

El ciempiés se arrastraba por el umbral,
la telaraña colgaba en una maraña laberíntica,
y en su sábana sinuosa el gusano dormía
en cada ángulo y rincón.

El ojo de la cerradura albergó a la tijereta y a sus crías,
las hormigas de los escalones tenían antigua posesión
y marcharon en busca de su alimento diurno
en tranquila procesión.

Tan imperturbable como la célula prensil
de una polilla o un gusano, o el tejido de una araña,
pues nunca un pie pisó ese umbral,
para entrar o salir.

Sobre todo se cernía la sombra de un miedo,
una sensación de misterio que intimidaba al espíritu
y decía, tan claro como un susurro en el oído:
el lugar está embrujado.

Sin embargo, la puerta que empujé (o eso soñé)
se abrió lenta, muy lentamente, con las bisagras chirriando
con oxidada elocuencia,
parecía que el propio Tiempo estaba hablando.

Pero el Tiempo enmudecía en aquella vieja mansión,
o dejaba su relato a los estandartes heráldicos
que colgaban de las paredes corroídas
y hablaban de hombres y costumbres de antaño.

Aquellas banderas destrozadas, con la puerta abierta,
parecían recordar la vieja ola de batalla,
mientras los fragmentos caídos bailaban sobre el suelo
como hojas muertas en diciembre.

Los asustados murciélagos volaron, pájaro tras pájaro,
el búho chillón comenzó a revolotear
y parecía burlarse del grito
que había oído de alguna víctima moribunda.

Un quejido resonó desde el techo de vigas,
y subió por las escaleras, más y más lejos,
hasta que en alguna lejana cámara resonante
cesó su historia de asesinato.

Mientras tanto, la armadura oxidada se sacudía,
el estandarte se estremecía y la banderola deshilachada;
todas cosas que el horrible tenor del sonido
reconocía con un temblor.

Las astas donde colgaban el casco y el cinturón
se movieron como la tempestad agita las ramas del bosque,
o como el ciervo tiembla cuando siente
al sabueso en sus ancas.

La ventana vibró en su marco desmoronado,
y a través de sus muchos resquicios de miseria
llegaban gemidos dolorosos y suspiros huecos,
como los de la disolución.

El gusano cayó y se hizo una bola,
tocado por algún impulso oculto o mecánico;
y escarabajos sin nombre corrieron
a lo largo de la pared en universal pánico.

La sutil araña que, desde arriba, se cernía
como una espía sobre la culpa y el error humano,
giró de pronto y por su fino hilo
corrió con ágil espanto.

Las propias manchas y grietas en la pared,
asumiendo solemnes y terribles rasgos,
insinuaban alguna tragedia en ese viejo salón
encerrada en jeroglíficos.

Alguna historia que, acaso, pudiera resolver la duda,
el por qué, entre aquellas banderas opacas y lívidas,
brillaba tan siniestramente vívida
la bandera de la mano ensangrentada.

Alguna clave para ese atractivo inescrutable
que sacudía el propio cuerpo de la Naturaleza,
y que cada nervio y fibra sintieran un temblor
parecido a un escalofrío.

Porque sobre todo colgaba una nube de miedo,
una sensación de misterio que intimidaba al espíritu
y decía, tan claro como un susurro en el oído:
¡el lugar está embrujado!

Indicios proféticos llenaban el alma de pavor,
pero apuntaban a una entrada sombría,
mientras una secreta inspiración decía:
«¡Esa cámara es fantasmal!»

Al otro lado de la puerta no se balanceaba
ninguna telaraña, ningún fleco polvoriento,
ninguna sedosa crisálida o capullo blanco
en sus rincones y bisagras.

La araña evitó la habitación prohibida, la polilla,
el escarabajo y la mosca fueron desterrados
y cuando el rayo de sol cayó a través de la penumbra,
incluso el mosquito desapareció.

Un solitario haz de luz se posaba sobre una cama,
como si apuntara con terrible precisión,
para mostrar la Mano Ensangrentada,
en rojo ardiente, bordada en la cortina.


Oh, very gloomy is the house of woe,
Where tears are falling while the bell is knelling,
With all the dark solemnities that show
That Death is in the dwelling!

Oh, very, very dreary is the room
Where Love, domestic Love, no longer nestles,
But smitten by the common stroke of doom,
The corpse lies on the trestles!

But house of woe, and hearse, and sable pall,
The narrow home of the departed mortal,
Ne’er looked so gloomy as that Ghostly Hall,
With its deserted portal!

The centipede along the threshold crept,
The cobweb hung across in mazy tangle,
And in its winding sheet the maggot slept
At every nook and angle.

The keyhole lodged the earwig and her brood,
The emmets of the steps has old possession,
And marched in search of their diurnal food
In undisturbed procession.

As undisturbed as the prehensile cell
Of moth or maggot, or the spider’s tissue,
For never foot upon that threshold fell,
To enter or to issue.

O’er all there hung the shadow of a fear,
A sense of mystery the spirit daunted,
And said, as plain as whisper in the ear,
The place is haunted.

Howbeit, the door I pushed—or so I dreamed--
Which slowly, slowly gaped, the hinges creaking
With such a rusty eloquence, it seemed
That Time himself was speaking.

But Time was dumb within that mansion old,
Or left his tale to the heraldic banners
That hung from the corroded walls, and told
Of former men and manners.

Those tattered flags, that with the opened door,
Seemed the old wave of battle to remember,
While fallen fragments danced upon the floor
Like dead leaves in December.

The startled bats flew out, bird after bird,
The screech-owl overhead began to flutter,
And seemed to mock the cry that she had heard
Some dying victim utter!

A shriek that echoed from the joisted roof,
And up the stair, and further still and further,
Till in some ringing chamber far aloof
In ceased its tale of murther!

Meanwhile the rusty armor rattled round,
The banner shuddered, and the ragged streamer;
All things the horrid tenor of the sound
Acknowledged with a tremor.

The antlers where the helmet hung, and belt,
Stirred as the tempest stirs the forest branches,
Or as the stag had trembled when he felt
The bloodhound at his haunches.

The window jingled in its crumbled frame,
And through its many gaps of destitution
Dolorous moans and hollow sighings came,
Like those of dissolution.

The wood-louse dropped, and rolled into a ball,
Touched by some impulse occult or mechanic;
And nameless beetles ran along the wall
In universal panic.

The subtle spider, that, from overhead,
Hung like a spy on human guilt and error,
Suddenly turned, and up its slender thread
Ran with a nimble terror.

The very stains and fractures on the wall,
Assuming features solemn and terrific,
Hinted some tragedy of that old hall,
Locked up in hieroglyphic.

Some tale that might, perchance, have solved the doubt,
Wherefore, among those flags so dull and livid,
The banner of the bloody hand shone out
So ominously vivid.

Some key to that inscrutable appeal
Which made the very frame of Nature quiver,
And every thrilling nerve and fiber feel
So ague-like a shiver.

For over all there hung a cloud of fear,
A sense of mystery the spirit daunted,
And said, as plain as whisper in the ear,
The place is haunted!

Prophetic hints that filled the soul with dread,
But through one gloomy entrance pointing mostly,
The while some secret inspiration said,
“That chamber is the ghostly!”

Across the door no gossamer festoon
Swung pendulous, --no web, no dusty fringes,
No silky chrysalis or white cocoon,
About its nooks and hinges.

The spider shunned the interdicted room,
The moth, the beetle, and the fly were banished,
And when the sunbeam fell athwart the gloom,
The very midge had vanished.

One lonely ray that glanced upon a bed,
As if with awful aim direct and certain,
To show the Bloody Hand, in burning red,
Embroidered on the curtain.


Thomas Hood (1799-1845)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Thomas Hood.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Thomas Hood: La casa embrujada (The Haunted House), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Las formas que enterramos»: Emily Dickinson; poema y análisis.


«Las formas que enterramos»: Emily Dickinson; poema y análisis.




Las formas que enterramos (The Shapes we buried) —a veces publicado como De cercanía a sus Cosas alejadas (Of nearness to her sundered Things)— es un poema gótico [607] de la escritora estadounidense Emily Dickinson (1830-1886), escrito en 1862 y publicado de manera póstuma en la antología de: Poemas (Poems).

Las formas que enterramos, uno de los grandes poemas de Emily Dickinson, posee una cualidad etérea que resulta apropiada para el tema que aborda: hay momentos en los que nuestros muertos parecen mucho más cercanos que los vivos. En lugar de la tenue penumbra con la que a menudo los recordamos, a veces a través de un olor, de una nota musical, irrumpen nítidamente en medio de la vida cotidiana. Los detalles siempre están frescos en la memoria si no tenemos miedo de explorarlos.

En el caso de Emily Dickinson, está el amigo de la infancia que reaparece con la misma chaqueta que usaba; los amados difuntos aparecen y «nos saludan con sus alas». Las formas que enterramos concluye que son los vivos quienes que sufren y envejecen, en consecuencia, son los muertos los que lloran a los vivos.

Esto contrasta con otro poema de Emily Dickinson que hemos analizado hace poco en El Espejo Gótico: El único fantasma que he visto (The only Ghost I ever saw), donde la oradora encuentra «horrible» su encuentro con un fantasma tímido e inofensivo. De algún modo, Las formas que enterramos parece más cercano a los verdaderos sentimientos de la autora acerca de la muerte.

La primera línea del poema [Of nearness to her sundered Things] podría traducirse como «de la cercanía a sus Cosas alejadas», y alude al apego y proximidad de nuestros muertos, quienes en realidad están en el lugar más alejado posible. Es interesante que Emily Dickinson haya utilizado la palabra sundered [«separado», «alejado»], una elección extraña pero bien caluculada. De algún modo atrae inmediatamente la atención del lector hacia el tema de la separación y la distancia al comienzo del poema.


De la cercanía a sus Cosas alejadas,
el Alma tiene singulares temporadas
en las que la Oscuridad parece rara,
y la claridad resulta fácil.

Las Formas que enterramos descansan,
familiares; en las Habitaciones
inmaculadas del Sepulcro,
el podrido compañero de juegos regresa

con la misma chaqueta que llevaba,
abotonada hace mucho en el moho,
desde que los dos, en mañanas viejas,
de Niños jugábamos divididos por un mundo.


¿Cuáles son las «Cosas» de las que estamos separados?

Emily Dickinson vuelve a referirse a ellas como «las formas que enterramos» para que sepamos que son nuestros muertos. Ambas palabras [«Cosas» y «Formas»] son plurales, y hacen de los dolientes un sujeto colectivo. Esto es apropiado porque el poema pasa de la abstracción inicial a una especie de lamento colectivo, es decir, abarcativo a todos los seres humanos. Sin embargo, en un instante todo se vuelve personal; ya no tenemos «Cosas» y «Formas» genéricas; aparece en la memoria algo «inmaculado» en el sepulcro: un compañero de juegos, un amigo de la infancia que lleva mucho tiempo en su tumba.

Este pequeño amigo [Little Friend] recordado todavía tiene el mismo abrigo que llevaba cuando estaba vivo [probablemente con el que fue enterrado], pero cubierto de moho y podredumbre. De a poco, las «Cosas» muertas se convierten en los «Niños» del pasado; y a medida que las «Formas» enterradas ascienden a la superficie se vuelven reales para «el ojo de la mente». De este modo, Emily Dickinson esboza una exquisita forma de resurrección de los muertos en la memoria de los vivos.


La Tumba devuelve lo arrebatado,
los Años, nuestras Cosas robadas,
nudos radiantes de Apariciones
nos saludan con sus alas.

Como si fuéramos nosotros,
y no ellos, los que aguardan el reencuentro,
como si fueran ellos, y no nosotros,
quienes hacen el duelo.


Los muertos que retornan en la memoria «nos saludan con sus alas»: son figuras aéreas, angélicas. En este momento, los difuntos nos dan la bienvenida a su reino, como si fuéramos nosotros, los vivos, los que hemos fallecido; y ellos, en el más allá, nos estuvieran esperando. De repente, los llorados son los que lloran por nuestra ausencia [ver: «Y con eones extraños incluso la muerte puede morir»]

Emily Dickinson reescribe el lenguaje bíblico, donde la muerte a menudo es llamada «ladrón». Los muertos no resucitarán al final de los tiempos, están presentes, son accesibles para los vivos. La autora también ataca la autoridad de la «Tumba», que devuelve lo que se ha llevado; también al tiempo [«los Años»], que al final entrega «nuestras Cosas robadas», como si fueran criminales de poca monta. En cierta forma, el poema confirma la suposición de John Donne: al final, la Muerte no tendrá dominio.

En esencia, el poema es una meditación sobre la distancia y la separación [física y emocional], y las innumerables maneras en las que podemos sentirnos cerca de las personas que están lejos. De hecho, sugiere que la distancia entre los vivos y los muertos puede ser una fuente de claridad, permitiéndonos ver nuestras «Formas» enterradas como realmente son. Por supuesto, Emily Dickinson no está siendo tan vulgar como nuestro análisis. La «cercanía» de las «cosas alejadas» es una experiencia fugaz, casi intangible. En medio de la cotidianeidad, de repente, sentimos cerca aquello de lo que el tiempo nos ha separado. Por un momento, la vida y la muerte parecen intercambiar lugares. Ya no somos nosotros quienes lloramos a nuestros muertos; son ellos «quienes hacen el duelo». Desde la perspectiva del otro lado, somos los vivos quienes hemos muerto.




Las formas que enterramos.
The Shapes we buried, Emily Dickinson (1830-1886)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


De la cercanía a sus Cosas alejadas,
el Alma tiene singulares temporadas
en las que la Oscuridad parece rara,
y la claridad resulta fácil.

Las Formas que enterramos habitan,
familiares; en las Habitaciones
inmaculadas del Sepulcro,
el podrido compañero de juegos regresa

con la misma chaqueta que llevaba,
abotonada hace mucho en el moho,
desde que los dos, en mañanas viejas,
de Niños jugábamos divididos por un mundo.

La Tumba devuelve lo arrebatado,
los Años, nuestras Cosas robadas,
nudos radiantes de Apariciones
nos saludan con sus alas.

Como si fuéramos nosotros,
y no ellos, los que aguardan el reencuentro,
como si fueran ellos, y no nosotros,
quienes hacen el duelo.


Of nearness to her sundered Things
The Soul has special times—
When Dimness—looks the Oddity—
Distinctness—easy—seems—

The Shapes we buried, dwell about,
Familiar, in the Rooms—
Untarnished by the Sepulchre,
The Mouldering Playmate comes—

In just the Jacket that he wore—
Long buttoned in the Mold
Since we—old mornings, Children—played—
Divided—by a world—

The Grave yields back her Robberies—
The Years, our pilfered Things—
Bright Knots of Apparitions
Salute us, with their wings—

As we—it were—that perished—
Themself—had just remained till we rejoin them—
And 'twas they, and not ourself
That mourned—


Emily Dickinson (1830-1886)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Emily Dickinson.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Emily Dickinson: Las formas que enterramos (The Shapes we buried), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El castillo»: Robert Graves; poema y análisis.


«El castillo»: Robert Graves; poema y análisis.




«Morir y despertar sudando a la luz de la luna,
en el mismo patio, sin dormir como antes.»



El Castillo (The Castle) es un poema gótico del escritor inglés Robert Graves (1895-1985), publicado en la antología de 1940: No más fantasmas (No More Ghosts).

El Castillo, uno de los mejores poemas de Robert Graves, describe un espacio dantesco, deprimente, repleto de imágenes macabras, que acaso representa un tipo de encierro más psicológico que físico.

El Orador enumera las experiencias que lo afligen en este lugar y describe sus intentos de escapar. Al final, no hay escape, porque el Castillo es, de hecho, su propia mente. A pesar de todos sus intentos, se ve obligado a repetir una y otra vez su experiencia traumática:


«Morir y despertar sudando a la luz de la luna,
en el mismo patio, sin dormir como antes.»


El autor luchó en la Primera Guerra Mundial, y El Castillo, publicado un par de décadas después, evoca sus recuerdos de las trincheras. Al igual que muchos adolescentes traumatizados en la Gran Guerra, Robert Graves sólo deseaba no ver más fantasmas —de ahí el título de la antología—, pero eso rara vez es concedido. Al igual que para Sigmund Freud, los «fantasmas» de Robert Graves son manifestaciones del trauma; o más específicamente, la intrusión no deseada de sentimientos y recuerdos asociados con traumas personales.

Los seres humanos nos apoyamos en la experiencia de continuidad, es decir, en la sensación de que vivimos en una relación continua, rítmica y predecible con el mundo: actividad/descanso, obligaciones/ocio, obtener/gastar, sociabilizar/soledad, etc. Si decidimos desviarnos un poco de estos ciclos, por ejemplo, durante las vacaciones, estos cambios no representan ninguna amenaza. Sin embargo, si la continuidad de la vida se ve alterada por causas que no son predecibles ni están bajo nuestro control, serguramente reaccionaremos con una buena dosis de ansiedad y estrés. El «trauma», en su forma más genérica, podría definirse como una violación grave del ritmo y la continuidad esperados en la vida del individuo.

Siendo adolescente, Robert Graves fue arrancado de la vida que conocía y llevado, como millones de muchachos, a la inimaginable miseria de la guerra de trincheras. Ante una situación de peligro extremo, el instinto humano se debate entre luchar o huír, pero la guerra de trincheras prohibía estas acciones. Avanzar o retroceder [luchar o huir] no eran opciones. El soldado estaba atrapado, como un niño que no puede accionar el mecanismo de lucha o huída ante la agresión de un adulto.

Robert Graves se encuentra entre los muchos soldados sobrevivientes sufrieron secuelas emocionales. Desde 1919 en adelante [al menos hasta 1928], experimentó ensoñaciones que, según él, «persistieron como una vida alternativa». En estos episodios, los rostros de personas desconocidas en la calle adquirían las facciones de amigos que habían muerto en las trincheras. No podía utilizar el teléfono [por miedo a escuchar la voz de sus compañeros fallecidos], se sentía mal si viajaba en tren y ver a más de dos personas en un día le impedía conciliar el sueño. En su autobiografía menciona algunos síntomas adicionales:


«El miedo al gas me obsesionaba tanto que incluso el aroma de las flores del jardín era suficiente para hacerme temblar, mientras que el ruido del motor de un coche me hacía caer de bruces o correr a esconderme.»


Todas estas anomalías son equivalentes a los «fantasmas» [recuerdos traumáticos] que perturban el «castillo» [la mente], llevándolo al extremo opuesto del concepto de Hogar [en términos de espacio seguro y pensamientos ordenados]. En cierto modo, los «fantasmas» [recuerdos traumáticos] están desvinculados del tiempo lineal que experimentamos en la «normalidad». Son fragmentos del pasado a los que no sólo se puede acceder a través de la memoria, sino que irrumpen en el presente, avasallando todo a su paso. Por supuesto, Robert Graves sabía que sus amigos habían muerto en las trincheras, pero sus «fantasmas» seguían apareciendo en los rostros de personas desconocidas, y él mismo, como alguien que vive en una casa embrujada y nada puede hacer para evitar que sus entidades se manifiesten, estaba indefenso ante sus intrusiones [ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror]

Toda historia de fantasmas nos aleja del tiempo tradicional [donde el presente es el presente, el pasado el pasado y cada uno permanece dentro de sus propios límites] y nos transporta a un espacio donde el pasado irrumpe violentamente en el presente. Las analogías que pueden establecerse entre esto y la experiencia traumática son claras: atrapado en un pasado del que no puede escapar [trastorno de estrés postraumático], Robert Graves está encerrado en un bucle de apariciones fantasmales:


No hay escapatoria,
no hay tal cosa; soñar con nuevas dimensiones,
burlar el jaque mate pintando la túnica del rey
para que se deslice como una reina;
o gritar: «¡Pesadilla, pesadilla!»
como un cuerpo en el pozo del cólera,
bajo una carga de cadáveres;
o golpear la cabeza contra esas paredes ciegas,
entrar en la mazmorra, atormentar los ojos
con duplicadas apariciones encadenadas,
y volverse frenético de miedo...
Morir y despertar sudando a la luz de la luna
en el mismo patio, sin dormir como antes.


Robert Graves poseía un humor extraordinario, a tal punto solía bromear con su apellido, sugiriendo que él mismo funcionaba como una especie de «tumba» itinerante de recuerdos desagradables. Esa pequeña distancia ganada con el humor le permitió tomar en serio a los fantasmas, dándoles diferentes usos y resonancias a lo largo de su obra. El Castillo es una de ellas.




El Castillo.
The Castle, Robert Graves (1895-1985)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Muros, montículos, apretadas corrugaciones de oscuridad,
luz de luna sobre la hierba seca.
Caminando por este patio, sin dormir, afiebrado;
planeando usar —pero por definición
no hay salida, no hay salida—
escaleras de cuerda, vigas de madera, poleas,
un cohete zumbando sobre los muros y el foso,
máquinas fáciles de improvisar.

No hay escapatoria,
no hay tal cosa; soñar con nuevas dimensiones,
burlar el jaque mate pintando la túnica del rey
para que se deslice como una reina;
o gritar: «¡Pesadilla, pesadilla!»
como un cuerpo en el pozo del cólera
bajo una carga de cadáveres;
o golpear la cabeza contra esas paredes ciegas,
entrar en la mazmorra, atormentar los ojos
con duplicadas apariciones encadenadas,
y volverse frenético de miedo...
Morir y despertar sudando a la luz de la luna
en el mismo patio, sin dormir como antes.


Walls, mounds, enclosing corrugations
Of darkness, moonlight on dry grass.
Walking this courtyard, sleepless, in fever;
Planning to use — but by definition
There’s no way out, no way out —
Rope-ladders, baulks of timber, pulleys,
A rocket whizzing over the walls and moat —
Machines easy to improvise.

No escape,
No such thing; to dream of new dimensions,
Cheating checkmate by painting the king’s robe
So that he slides like a queen;
Or to cry, ‘Nightmare, nightmare!’
Like a corpse in the cholera-pit
Under a load of corpses;
Or to run the head against these blind walls,
Enter the dungeon, torment the eyes
With apparitions chained two and two,
And go frantic with fear —
To die and wake up sweating by moonlight
In the same courtyard, sleepless as before.


Robert Graves (1895-1985)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Robert Graves.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Robert Graves: El Castillo (The Castle), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«En casa»: Christina Rossetti; poema y análisis.


«En casa»: Christina Rossetti; poema y análisis.




«... salí de la habitación familiar,
yo, a quien el amor había dejado de amar,
como el recuerdo de un huésped
que sólo se queda un día.»



En casa (At Home) es un poema prerrafaelita de la escritora inglesa Christina Rossetti (1830-1894), publicado originalmente en la antología de 1862: El mercado de los duendes y otros poemas (Goblin Market and Other Poems).

En casa, uno de los poemas de Christina Rossetti menos conocidos, plantea un escenario inquietante: el fantasma de una mujer regresa a su casa y descubre que sus seres queridos la han olvidado.

Nuestra fantasmal Oradora regresa para merodear por la «habitación familiar» donde alguna vez se regocijó en compañia de sus seres queridos, y sufre al darse cunta que a nadie parece importarle que haya muerto. Los pensamientos de los vivos están en el «hoy» y el «mañana; imaginando un futuro feliz. No se enfocan in por un instante en el «ayer», cuando la Oradora todavía estaba entre ellos. Christina Rossetti parece sugerir que los vivos intentan sepultar el recuerdo de los muertos en el ruido de la vida, quizás para olvidar y hasta negar la idea de que ellos también morirán algún día.

No hay indicios en el poema sobre las circunstancias del regreso de la Oradora. Quizás han pasado años desde su muerte; en ese caso, la fiesta que encuentra en su vieja casa es algo lógico y esperable. No es que sus seres queridos la hayan olvidado, están demasiado ocupados en borrar de sus vidas todo vestigio de la muerte, y para eso es necesario deleitarse con los placeres terrenales, pensar en un «mañana» mejor. En esencia, lo que la Oradora resiente es que sus amigos estén vivos, actuando y pensando como lo hacen los vivos.

Más aún, la Oradora ni siquiera puede [o quiere] entrar en la «casa tan frecuentada». Sólo mira hacia adentro y observa actividades para las cuales es necesario poseer un cuerpo físico: comen, beben, cantan, ríen. Pero no es esto lo que ofende a la Oradora. Lo que verdaderamente la estremece es escuchar cómo sus amigos hablan de sus planes para el futuro. Ella pertenece al «ayer».

Sin embargo, su desconsuelo no se transforma en ira. No arroja «un escalofrío sobre el mantel» [no se manifiesta], simplemente se regodea en sus emociones. Está triste por quedarse y mirar, pero también por dejarlos. Al final se compara con el recuerdo intrascendente de un invitado que se quedó solo un día en la fiesta de la vida.

En casa es más un comentario sobre los vivos que sobre los muertos, particularmente un comentario sobre la búsqueda incesante del placer, a tal punto que la muerte se convierte en un intruso, en un invitado inesperado que viene a arruinar la fiesta.

Christina Rossetti a menudo era acusada de inyectar en sus versos su ideología cristiana, pero no hay nada cristiano en esta crítica a la actitud de que hay un mañana y que éste será mejor. Más bien, En casa evalúa el contraste entre la alegría sensual de los vivos, la necesidad de una gratificación inmediata, y las elecciones ascéticas de Christina Rossetti. No obstante, no hay una condena abierta de parte de la Oradora. Aunque evidentemente está triste porque sus amigos siguen adelante con sus vidas, no quiere atormentarlos de ninguna manera. Siente [o entiende] que ella sólo fue una fugaz invitada en sus vidas; lo cual retrata al amor humano como algo descepcionante. De hecho, hay cierta sensación de traición en el poema.

La presencia de estas jugosas y dulces frutas que los comensales devoran con placer [«chupaban la pulpa de ciruelas y melocotones» enfatiza el sonido de comer vorazmente; casi podemos oír sus labios chasqueando] son elementos recurrentes en la poesía de Christina Rossetti. Tanto en El mercado de los duedes (Goblin Market) como en La ciudad muerta (The Dead City) representan las tentaciones de los placeres físicos, un eufemismo para el sexo. Christina Rossetti había renunciado al amor [consideraba que la fisicalidad era inadecuada para el tipo de vida espiritual que deseaba], de hecho era considerada prácticamente como una asceta por el grupo prerrafaelita, que cultivaba una inclinación contraria. ¿Podría ser entonces que En casa sea una crítica a sus amigos por estar demasiado interesados en en el sexo? La línea: «yo, a quien el amor había dejado de amar», podría significar que la Oradora eligió rechazar el amor, en lugar de estar realmente muerta.

No hay condena, insisto, en esta mirada espiritual de los desbordes de la vida. Incluso podríamos decir que la Oradora expresa cierta nostalgia por este pasado intensamente físico.




En casa.
At Home, Christina Rossetti (1830-1894)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Cuando estuve muerta mi espíritu se volvió
a buscar la casa tan frecuentada:
pasé por la puerta y vi a mis amigos
festejando bajo ramas verdes y naranjas,
de mano en mano apuraban el vino,
chupaban la pulpa de ciruelas y melocotones;
reían, bromeaban y cantaban,
pues todos eran amados por todos.

Escuché su charla honesta. Dijo uno:
«Mañana caminaremos por las arenas indistintas
y recorreremos kilómetros y kilómetros de mar».
Dijo otro: «Antes de que cambie la marea
llegaremos a la zona de aguileña».
Dijo un tercero: «Mañana será como hoy,
pero mucho más dulce».

«Mañana», decían, llenos de esperanza,
y seguían adelante con su agradable camino.
«Mañana», gritaban todos,
mientras nadie hablaba del ayer.
Sus vidas se había completado en el bendito mediodía;
yo, sólo yo, había fallecido.
«Mañana y hoy», gritaban;
yo era del ayer.

Me estremecí, desconsolada, pero
no lancé un escalofrío sobre el mantel;
yo, olvidada, me estremecí,
triste por quedarme, y sin embargo
cuán reacia a separarme:
salí de la habitación familiar,
yo, a quien el amor había dejado de amar,
como el recuerdo de un huésped
que sólo se queda un día.


When I was dead, my spirit turned
To seek the much-frequented house:
I passed the door, and saw my friends
Feasting beneath green orange boughs;
From hand to hand they pushed the wine,
They sucked the pulp of plum and peach;
They sang, they jested, and they laughed,
For each was loved of each.

I listened to their honest chat:
Said one: 'To-morrow we shall be
Plod plod along the featureless sands,
And coasting miles and miles of sea.'
Said one: 'Before the turn of tide
We will achieve the eyrie-seat.'
Said one: 'To-morrow shall be like
To-day, but much more sweet.'

'To-morrow,' said they, strong with hope,
And dwelt upon the pleasant way:
'To-morrow,' cried they, one and all,
While no one spoke of yesterday.
Their life stood full at blessed noon;
I, only I, had passed away:
'To-morrow and to-day,' they cried;
I was of yesterday.

I shivered comfortless, but cast
No chill across the tablecloth;
I, all-forgotten, shivered, sad
To stay, and yet to part how loth:
I passed from the familiar room,
I who from love had passed away,
Like the remembrance of a guest
That tarrieth but a day.


Christina Rossetti (1830-1894)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Christina Rossetti.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Christina Rossetti: En casa (At Home), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Desaparecida de mi vista»: Luther F. Beecher; poema y análisis.


«Desaparecida de mi vista»: Luther F. Beecher; poema y análisis.




«Y justo en el momento en que alguien
dice a mi lado: «Bueno, ella se ha ido»,
hay otros ojos que la ven llegar, y otras voces
listas para repetir el grito de alegría:
«¡Aquí viene!»
Y eso es morir.»



Desaparecida de mi vista (Gone From My Sight) —también conocido como Parábola de la inmortalidad (Parable of Immortality), ¿Qué es morir? (What Is Dying?) y Estoy de pie en la orilla del mar (I Am Standing Upon the Seashore)— es un poema de gótico del escritor norteamericano Luther F. Beecher (1813-1903), publicado en 1904.

La autoría de Desaparecida de mi vista es motivo de debate. La mayoría lo atribuye al reverendo Luther F. Beecher; otros al poeta Henry Van Dyke, y los más aventureros a Victor Hugo. La primera opción es la más consistente.

Desaparecida de mi vista emplea la imagen de un barco que se desplaza más allá del horizonte como metáfora de la muerte de un ser querido. Sin embargo, el hecho de que el barco se pierda de vista no significa que haya desaparecido; de hecho, sólo ha desaparecido desde la perspectiva de los vivos, en la estructura del poema, la persona que observa desde la orilla. Para alguien que está «al otro lado», el barco se está acercando.

La fuerza de Desaparecida de mi vista reside en su aparente sencillez. El barco que se convierte en un punto distante podría representar el paso del tiempo, y su desaparición detrás del horizonte la inevitabilidad de la muerte. Sin embargo, el poeta enfatiza la idea de que el barco [la vida humana] permanece inalterable, independientemente de su presencia cada vez más alejada del plano físico [la orilla]. En definitiva, el poema es una reflexión sobre la naturaleza subjetiva de la muerte y la continuidad de la vida más allá de nuestra limitada percepción [ver: Si la vida es sueño, ¿la muerte es el despertar?]

Desaparecida de mi vista es un poema que aspira a brindar consuelo a quienes han perdido a alguien. Intenta decirnos que, aunque nuestros seres queridos ya no sean visibles para nosotros, de algún modo continúan su viaje. En este sentido, el poema sugiere que la muerte no es el final, sino una transición hacia un nuevo comienzo [ver: Y la Muerte no tendrá dominio]

A simple vista, esta orilla distante parece referir al cielo tradicional, pero el poeta acierta al evitar imágenes cristianas; de hecho, abre todo un abanico de posibilidades paganas. Tal es así que este barco que se pierde en horizonte es pertinente tanto para un funeral vikingo como para el mito griego de Caronte, y hasta podría decirse que el autor tenía en mente un cielo arquetípico cuando imagina aquellos «otros ojos» y «otras voces» que esperan del otro lado [ver: «Y con eones extraños incluso la muerte puede morir»]

La [aparente] sencillez de Desaparecida de mi vista va perdiendo consistencia a medida que profundizamos en él. Uno podría pensar que el poema exige que el lector primero acepte el concepto de un cielo, o al menos de otro plano de existencia, para obtener consuelo de su lectura. En este contexto, el poema perdería fuerza para quienes no creen en la continuidad de la consciencia después de la muerte corporal. Sin embargo, hay otra lectura posible, una que ofrece otro significado y una relación diferente entre la muerte, la pérdida y la memoria.

El Orador reconoce que el barco se ve disminuido sólo por su perspectiva desde la orilla. No sólo especula que otros ojos quizás lo estén observando y recibiendo en la orilla opuesta, sino que recuerda su «belleza y fuerza», es decir, conserva el recuerdo del barco tal como era. Esto sugiere que, cuando nos despedimos del cuerpo de un ser querido, le damos la bienvenida en la riqueza de nuestra memoria viva. Más allá de nuestras creencias sobre el más allá, profundas o circunstanciales, los muertos son preservados en la memoria de los vivos: sus historias, sus voces, el ritmo de sus pasos, la singular forma de abrir la puerta de calle, forman parte del tapiz de nuestros recuerdos, y nunca serán olvidados [ver: La segunda muerte]




Desaparecida de mi vista.
Gone From My Sight, Luther F. Beecher (1813-1903)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)



Estoy de pie en la orilla del mar.
Un barco a mi lado despliega sus velas blancas
a la brisa matinal y comienza a navegar
por el océano azul.

Ella es un objeto de belleza y fuerza.
Me paro y la observo hasta que, por fin,
queda suspendida como una mota de nube blanca
justo donde se encuentran el cielo y el mar.

Entonces, alguien a mi lado dice:
«Bueno, ella se ha ido».

«¿Ido a dónde?»
Desaparecida de mi vista. Eso es todo.
Es tan grande el mástil, casco y carajo
como lo era cuando me dejó,
y es igual de capaz de llevar
su carga viva a su puerto destinado.
Su diminuto tamaño está en mí, no en ella.

Y justo en el momento en que alguien
dice a mi lado: «Bueno, ella se ha ido»,
hay otros ojos que la ven llegar, y otras voces
listas para repetir el grito de alegría:
«¡Aquí viene!»
Y eso es morir.


I am standing upon the seashore.
A ship at my side spreads her white
sails to the morning breeze and starts
for the blue ocean.

She is an object of beauty and strength.
I stand and watch her until at length
she hangs like a speck of white cloud
just where the sea and sky come
to mingle with each other.

Then, someone at my side says;
"There, she is gone!"

"Gone where?"
Gone from my sight. That is all.
She is just as large in mast and hull
and spar as she was when she left my side
and she is just as able to bear her
load of living freight to her destined port.
Her diminished size is in me, not in her.

And just at the moment when someone
at my side says, "There, she is gone!"
There are other eyes watching her coming,
and other voices ready to take up the glad shout;
"Here she comes!"
And that is dying.


Luther F. Beecher (1813-1903)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de muerte.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Luther F. Beecher: Desaparecida de mi vista (Gone From My Sight), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Análisis de «Christabel» de Samuel Coleridge.
Poema de Elizabeth Akers Allen.
Relato de Carl Jacobi.


Poema de Amy Lowell.
Poema de Dora Sigerson Shorter.
Poema de Thomas Lovell Beddoes.