«Nekropompos»: la historia de Caronte, el barquero.


«Nekropompos»: la historia de Caronte, el barquero.




Allí está Caronte, que gobierna la costa lúgubre; un dios sórdido:
de su rostro cae una larga barba, despeinada, sucia;
sus ojos como llameante hornos huecos;
un cinturón sucio de grasa sujeta su atuendo obsceno.

[Eneida]


El arquetipo del Barquero está presente en todas las mitologías que presentan una transición de la vida al más allá. Su función es guiar, a través a través de obstáculos casi imposibles, hacia un destino específico más allá del plano terrenal. Es una figura solitaria, alguien a quien se llega a conocer de pasada. Quizás por eso el Barquero suele ser representado como una figura negativa, que vive en soledad junto al río mientras transporta a los muertos a cambio de un pago simbólico.

En este artículo de El Espejo Gótico le rendiremos honores, porque, ¿quién más podría realizar la lúgubre tarea de Caronte?

Caronte [del griego kharôn, «brillante»] era el Barquero de los muertos en los mitos griegos. No era un dios olímpico, tampoco un titán o un primordial, sino un daimón [espíritu] al servicio de Hades. Al parecer, Hermes guiaba a las sombras de los muertos y las conducía hasta las costas del río Aqueronte [del cual surgen el Estigia y el Cocito], donde Caronte las transportaba en su barca. Su tarifa era un óbolo, que se debía colocar en la boca del difunto antes de ser enterrado. En esto Caronte era inflexible: aquellos que no recibían un entierro adecuado no podían pagar la tarifa y se les dejaba vagando por la orilla terrenal del río, sin sentido, como fantasmas, acosados por bestias y espíritus subterráneos.

La palabra daimon proviene de la raíz indoeuropea da, que significa «dividir», «separar», «repartir». Podemos pensar en los daimones como divinidades menores que personifican un concepto abstracto. Caronte en particular obtuvo, al cabo de siglos, una genealogía olímpica, pero originalmente era un daimon. Algunos especulan que estos seres eran las almas de ciertos hombres que, en el imaginario popular, actuaban como espíritus tutelares. No son seres espirituales superiores, sino más bien abstracciones de oficios y funciones mundanas. Carecen de historia propia, incluso de personalidad, y son conocidos sólo por sus actos. Se dice que las personas de la Edad de Oro fueron transformadas en daimones por Zeus para servir a los mortales [ver: El «accidente» que convirtió a los Dioses en Demonios]. En este contexto, Caronte pudo haber sido el primer hombre en morir. Siendo el primero en llegar al río Aqueronte [o Estigia], y por lo tanto obligado a cumplir la función de Barquero de los muertos hasta que el último ser humano abandone el plano físico.

Esta es la premisa del cuento de Lord Dunsany: Caronte (Charon), el cual trata sobre el último sobreviviente de la humanidad que, al morir, libera al Barquero de su esforzado y monótono oficio:


»Entonces un hombre llegó solo. La pequeña sombra se sentó en la playa solitaria y el gran bote zarpó. Solo un pasajero. Caronte, agotado, remó y remó junto al pequeño, silencioso y tembloroso espíritu.

»—Soy el último —dijo.

Nunca nadie había hecho sonreír a Caronte, nunca nadie lo había hecho llorar.»


Caronte es representado como un hombre de aspecto desagradable: barbudo, sucio, de nariz torcida, vestido con una túnica raída y un sombrero cónico. Siempre está de pie en su esquife, sosteniendo un palo, esperando o remando. Su trabajo es inimaginablemente monónoto, en primer lugar, porque no existe el concepto de tiempo en el inframundo, de manera que lo que ocurre allí no se cuenta en años o siglos, sino más bien en un colosal bloque de permanencia. Lord Dunsany sostiene astutamente que «si los dioses le hubieran mandado siquiera un viento contrario, esto habría dividido todo el tiempo en su memoria en dos fragmentos iguales». Podemos suponer que el flujo de muertos, que puede variar en épocas de guerra, hambrunas y plagas, es el único factor de cambio en la vida de Caronte. Por lo demás, las diferencias y particularidades de los difuntos son impercepribles para él, aunque Caronte puede detectar cuando una persona viva intenta cruzar el río.

El nombre de Caronte es una forma poética de charopós, que significa «mirada brillante»; aunque otros le atribuyen la raíz indoeuropea ker, que significa «oscuridad» [asociada a lo subterráneo]. Los ojos centelleantes de Caronte pueden ser una necesidad en la negrura del Hades, pero también insinúan que el Barquero era una entidad irascible. En cualquier caso, la etimología no es segura; de hecho, algunos historiadores griegos, como Diodoro de Sicilia, pensaban que Caronte [y su nombre] habían sido importados de Egipto, aunque esto no está respaldado por pruebas. Lo cierto es que ninguna fuente antigua proporciona una genealogía de Caronte. Giovanni Boccaccio lo identificó como hijo de Erebo y Nix, pero eso podría haberse originado por una confusión con Cronos.

El Hades es uno de los tres reinos que componen el cosmos. La idea más antigua de la vida futura en los mitos griegos podría resumirse del siguiente modo: en el momento de la muerte, la esencia de un individuo [psique] se separa del cadáver y viaja al inframundo. En la Ilíada, sostenida por una mitología temprana, los muertos estaban agrupados indiscriminadamente y llevaban una existencia miserable; sin embargo, en la mitología posterior [platónica, por ejemplo], empezaron a surgir elementos de juicio: las personas buenas y las malas estaban separadas, no solo espacialmente, sino en el trato que se les dispensaba. Geográficamente, se creía que el Hades estaba ubicado en la periferia del mundo, rodeado por Oceanus, y luego debajo de la tierra. Tártaro es otro nombre para el inframundo, aunque a veces es un reino completamente distinto y separado del Hades. Hesíodo sostiene que el Tártaro está tán por debajo del Hades como la tierra del cielo. Zeus levantó este reino para encerrar a los titanes, entre ellos, a su padre, Cronos.

Los pasajeros que Caronte debía transportar no eran la mejor compañia. Para los griegos, la existencia en el más allá [por defecto] era un reflejo descolorido de la vida terrenal. La gente continuaba en sus funciones mundanas, como Orión, que seguía cazando en el inframundo; o Minos, que continuaba ejerciendo su potestad de juez. El hecho de que los difuntos permanezcan enfrascados en disputas legales es un indicador de esta continuidad con la vida en la tierra. El estatus social de las personas continuaba en el Hades, y se tenían derechos aristocráticos al placer y otras actividades recreativas [música, gimnasia, equitación], mientras que las personas de clases bajas hacían lo que podían. Es decir que persisten los mismos patrones que antes de la muerte, incluso si los rasgos de los muertos se reducen a los más destacados y sus actividades a las más elementales y representativas de su estatus social.

En otras historias, las Sombras son insustanciales y vagan por el Hades sin sentido ni propósito. Carecen de menos [«fuerza»] e ingenio, de modo que no son del todo conscientes de su entorno. En este aspecto son similares a nuestra idea moderna de «fantasma» [ver: ¿Los fantasmas saben que están muertos?]. El concepto de evolución no existe en el Hades: al momento de la muerte, la psique queda inmovilizada, no puede adquirir nuevos conocimientos ni aprender de sus experiencias. En esta variante del mito, las Sombras no cambian en ningún sentido, son exactamente iguales a como eran en vida. Esto traía dificultades adicionales: si morías en batalla tu Sombra conservaba todas las heridas recibidas, las manchas de sangre, la ropa desgarrada y la suciedad; y si morías pacíficamente podías permanecer así. Morir desnudo seguramente era un incordio.

Las Sombras son muy irritables. Las disputas son comunes y las personas que fueron poderosas intentan ejercer sus antiguos privilegios, pero en vano. Todo esto podría explicar el temperamento severo de Caronte. Debe lidiar con gente enojada y poco comunicativa, sobre todo si sienten una presencia hostil cerca de sus tumbas, pero no son realmente peligrosos, en especial si se les ofrece algo para apaciguarlos. Odiseo tuvo que ofrecerles sangre de oveja para que las Sombras se dignaran a respoderle.

No hay consenso sobre si los muertos pueden comer o no, pero Homero afirma que las Sombras eran incapaces de comer y beber, a menos que fueran invocadas a través de la nigromancia [ver: Nigromancia: el arte de invocar a los muertos]. Por alguna razón, los muertos no recuerdan con exactitud su pasado en la tierra, pero pueden ver el futuro con claridad. Son muchos los héroes griegos a quienes los difuntos les revelan aspectos desconocidos del porvenir.

Si bien no es la opinión unánime, varios mitos dan a entender que los muertos pueden tener relaciones sexuales [si no te molesta la falta de privacidad], aunque no pueden engendrar. Uno solo puede imaginar las dificultades de tales proezas cuando originariamente las Sombras eran descritas como simples esqueletos. En términos sociales esto los hacía casi indistinguibles unos de otros, de modo que no importaba quién era rico y poderoso y quién pobre, pero en materia de sexo seguramente producía algunas fricciones bastante grotescas. Por supuesto, esta no era la opinión general. Homero, por ejemplo, da a entender que los muertos preservan todas las características que tuvieron en vida.

La irrevocabilidad de la muerte está profundamente arraigada en los mitos griegos, tal es así que los vivos sólo pueden descender al Hades en casos excepcionales, y el regreso es posible únicamente para los héroes, como Eneas, Teseo, Orfeo y Heracles.

Un mundo o plano de existencia donde los muertos viven en la oscuridad no es exclusividad de los griegos. En los mitos hebreos, el Sheol también es una tierra de quietud y sombras, un sitio más bien miserable donde residen todos los muertos, independientemente de sus acciones en la vida. Volviendo a los griegos, se creía que los individuos excepcionales podían eludir el destino de vivir en la sombra después de la muerte. La única opción era ascender a la esfera divina, y por eso se veneraba a los héroes. Alejandro Magno estuvo inconsolable tras la muerte de Hefestión, probablemente el gran amor de su vida, hasta que un oportuno oráculo le reveló que el difunto era considerado un héroe, y por lo tanto gozaba del estatus de una divinidad.

Más significativa que la existencia post-mortem es la ruptura entre la vida y el más allá, presente en todas las culturas y a menudo representada por algún obstáculo o barrera que separa los mundos de los vivos y los muertos. El propio Caronte es uno de estos obstáculos. Nadie puede cruzar el profundo y aullante Aqueronte si no es en su barca, y ninguno puede regresar a la tierra de los vivos.

Homero ignora a Caronte, aunque en la Odisea describe extensamente la geografía del inframundo y las vicisitudes del viaje al Hades. Allí, el encargado de transportar las almas de los muertos es Hermes, pero Patroclo insinúa que el río sólo puede ser cruzado en una barca. Recién en el Minyad, un poema épico escrito en el siglo VI a.C. [comentado por Pausanias], se menciona a Caronte, el «viejo barquero». En algunas inscripciones del siglo V a.C. encontradas en Focis se lee: «Alégrate Caronte: nadie habla mal de ti, ni siquiera cuando mueren, cuando los liberaste del cansancio». En esta versión, Caronte no es el obstáculo, la barrera que separa los mundos de los vivos y el Hades, sino quien libera a ser humano de la agonía de la vida.

El hecho de que ni Homero ni Hesíodo mencionen a Caronte es, según algunos, prueba de que el Barquero fue importado desde Egipto; tal vez por eso vemos tantas rarezas en su historia. Salvo por Cicerón y Vergilio, Caronte nunca fue promovido al rango de dios, algo curioso en una mitología donde casi todo el mundo tiene lazos de sangre con los olímpicos o con los titanes. También hay discrepancias en su aspecto físico. Caronte aparece como una figura demoníaca, con una mirada feroz y aguda, con ojos que resplandecen en la oscuridad. Más adelante comenzó a ser representado como un anciano de gran porte, pero de apariencia sucia y desarreglada, incluso obscena. Cuando Eneas cruza las rugientes aguas del Aqueronte hace una descripción de Caronte casi como arquetipo de la muerte:


«Un horrendo barquero cuida estas aguas, Caronte,
de suciedad terrible y larga y descuidada barba sobre el mentón,
fijas llamas son sus ojos, sucio cuelga anudado de sus hombros el manto.
Con su mano empuja una barca con la pértiga y gobierna las velas
y transporta a los muertos en esquife herrumbroso, anciano ya,
pero con la vejez cruda y verde de un dios.»


Lo más aterrador de esta escena de la Eneida es la hueste de almas que luchan desesperadamente entre sí, mordiendo, arañando y pateando para subir a la barca de Caronte, incluso aquellos «cuyos huesos descansan debidamente». Más allá se oyen las «horrendas y roncas corrientes» que deberán cruzar; atrás están las sombras que deambulan sin rumbo mientras son acosadas por espíritus sin nombre.

Si el Aqueronte [o el Estigia] es el umbral entre la vida y la muerte, Caronte es el Guardián del Umbral, es decir, un arquetipo que proporciona una prueba necesaria para demostrar el compromiso del héroe con su misión. Si no hay un obstáculo insalvable, no hay héroe. En la ficción, el Guardián del Umbral puede ser cualquier cosa que se interponga en el camino del protagonista, como un bosque o una montaña. En esencia, el Guardián del Umbral asume el papel de custodiar el paso desde el mundo ordinario al extraordinario, de lo conocido a lo desconocido, de lo familiar a lo inexplorado. Puede ser un guardián simbólico, pero siempre está estratégicamente ubicado en momentos cruciales del viaje del Héroe. Este Guardián, como Caronte, va más allá de su forma física, adquiere un significado simbólico dentro de la historia y su función es proteger el Umbral, cuyo cruce es análogo a los obstáculos y desafíos internos que el Héroe debe enfrentar y superar.

En la teosofía, que ha intentado mapear la existencia en el plano astral, existe la amenazadora figura del Morador del Umbral, que cumple la misma función  queel Guardián: custodia y protege el cruce hacia esferas superiores de existencia. A menudo se manifiesta como una imponente silueta espectral, un anciano: canoso, barbudo y encorvado, pero con un brillo distintivo en sus ojos.

Tanto el nombre de Caronte como su función son probablemente de origen semítico. El concepto de Barquero en los ríos subterráneos de la muerte era popular en el Cercano Oriente. En la epopeya de Gilgamesh nos encontramos con el barquero Urshanabi, quien ayuda al héroe a cruzar las Aguas de la Muerte [con propiedades análogas a las del Aqueronte] que separan el Jardín del Sol de la paradisíaca Isla de Utnapishtim. Los asirios y babilonios tenían a Hamar-tabal [a veces llamado Humuttabal]. Para estos últimos, tras el apropiado entierro del cuerpo el espíritu se trasladaba al inframundo, donde debía cruzar el río Hubur. Para ello se debía contar con la ayuda de Humuttabal, un barquero de cuatro manos y cuatro pies con cabeza de pájaro, quien transportaba a los muertos en su barca.

Es desconcertante, considerando las semejanzas de estas epopeyas con los poemas homéricos, que el motivo de cruzar un río subterráneo con la ayuda de un barquero estuviera ausente en la Odisea, aunque de hecho hay un viaje hacia el Oeste, hasta las aguas del Okéanos, el río que divide el mundo superior e inferior y que rodea el mundo entero. Pero Odiseo no necesita ningún barquero. Navega solo guiado por las instrucciones recibidas de Circe.

En la mitología egipcia, Anubis, el dios con cabeza de chacal, era responsable de la momificación y del transporte de los muertos al inframundo. Su función como guía de las almas lo identificó con Caronte durante el periodo ptolemaico, y, con la consolidación del cristianismo, con San Cristóbal. Este último comenzó siendo un gigante, llamado Offero, que trabajaba en la orilla de un río transportando a los viajeros al otro lado, no en un bote, sino sobre sus anchos hombros. Un día, Offero llevó a hombros a un niño cuyo peso aumentaba a medida que cruzaba el río. El niño se revela como Cristo y Offero recibe la iluminación. Desde entonces se le conoció como Cristóbal, que significa «portador de Cristo».

Las fuentes de Caronte en la Antigua Grecia son sorprendentemente escasas. Importa poco si fue un dios importado o una divinidad pre-helénica, terminó siendo una criatura bastante descuidada por la tradición literaria griega. Es probable que esto tenga que ver con la superposición de tareas. Originalmente, Hermes se encargaba de todo el trabajo, lo cual tiene cierta lógica. Además de ser el heraldo y mensajero personal de Zeus, el veloz Hermes podía atravesar mundos con facilidad; de hecho, era el único dios olímpico capaz de visitar el Cielo, la Tierra y el Hades, algo de lo cual solía alardear. Sin embargo, luego se limitó a conducir a los muertos hasta la orilla del Aqueronte, donde Caronte los subía a su barca. En este punto no debemos olvidar a un tercero involucrado en la transición de psique: Tánatos, la muerte misma.

Podemos pensar que la limitada presencia del Barquero es una señal de que estaba más allá del panteón oficial de dioses, o bien que él mismo se transformó en una Sombra, quizás la sombra de una idea, de un concepto prehelénico, quedando únicamente su función.

A diferencia de otros Psicopompos [«guías de almas»], Caronte no trabajaba gratis. Sus servicios tenían un precio y las personas que no podían pagar estaban condenadas a vagar por las orillas del Aqueronte. Los Psicopompos [de psyque, «alma»; y pompein, «conducir»] son espíritus o divinidades cuya responsabilidad es escoltar las almas recién fallecidas al más allá. Su función no es juzgar a los difuntos, sino simplemente guiarlos a su destino. Para Carl Jung, el Psicopompo es un factor psicológico que media entre el consciente y el inconsciente. Todas las mitologías han utilizado este símbolo para describir entidades que guían a los espíritus en su viaje al inframundo. Este Guía de los Muertos no es necesariamente una figura ominosa. El cuervo, por ejemplo, es visto como un Psicopompo en el folklore celta, y quizás en esta función es utilizado por Edgar Allan Poe en el poema: El Cuervo (The Raven).

En términos jungianos, el Psicopompo [como Caronte] entra en funciones cuando nuestro Ego pierde poder, y por lo tanto carecemos de confianza en nosotros mismos. Hasta ese momento, el Ego [aquello en lo que nos reconocemos como Yo] había sido el centro de nuestra experiencia de vida. Habíamos tomado nuestras elecciones, decidido nuestro camino, pero de repente nos encontramos en un callejón sin salida. Perdemos la fe en nosotros mismos y es como si toda nuestra energía vital se volviera regresiva. Es entonces cuando nuestra psique reacciona invocando a ese mediador cuya función es guiarnos, sacarnos de la situación. Las Sombras que se agolpan ante la barca de Caronte están en la misma situación: están desposeídos de todo, incluso de la capacidad de elegir. En estas condiciones no pueden seguir adelante sin la ayuda de un guía.

Caronte, Anubis, las Valquirias, incluso el arcángel Miguel, que pesa las almas antes que puedan entrar por las Puertas del Cielo, representan este fragmento psicológico que emerge en tiempos de transición. El Mito vincula al Psicopompo con la gran transición: el fin de la vida y la posibilidad de un más allá, pero está presente en situaciones menos dramáticas donde la conciencia, la certeza del Ego, no son tan claras. Los límites se desvanecen en los sueños y los contenidos subconscientes se precipitan hacia nosotros como las aguas del Aqueronte, el río de la miseria y la aflicción. Al despertar revertimos esa encrucijada liminal, volvemos a la confianza de ser quienes pensamos que somos. Cada una de estas transiciones revelan la flexibilidad de nuestra psique. Bailamos constantemente entre realidades.

Carl Jung sostiene que el Psicopompo surge cuando el Ego ha alcanzado un límite que no puede cruzar sin comprometer su integridad. Cuando el control de nuestra psique flaquea nos sentimos aterrorizados, pero esto permite que otros contenidos emerjan y nos guíen a buen puerto. Estas figuras internas de ayuda y guía aparecen en tiempos de dificultades y cambios, cuando estamos explorando una nueva forma de ser y las viejas estructuras se vuelven obsoletas. Este cambio requiere la muerte [simbólica] de lo que solíamos ser, el reino arquetípico del Psicopompo.

En Roma, el óbolo que debía colocarse en la boca del difunto para abonar a Caronte era conocido como viaticum [que puede entenderse como «provisión para el camino»]. Este término luego sería utilizado por la Iglesia Católica para la Eucaristía [donde se coloca una hostia consagrada en la boca], pero también para la Unción de los Enfermos [Extremaunción]. Es decir que el «viático», la costumbre precristiana del óbolo de Caronte, sigue siendo parte de los últimos ritos.




Mitología griega. I Mitología.


El artículo: «Nekropompos»: la historia de Caronte, el barquero fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

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