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«Nekropompos»: la historia de Caronte, el barquero.


«Nekropompos»: la historia de Caronte, el barquero.




Allí está Caronte, que gobierna la costa lúgubre; un dios sórdido:
de su rostro cae una larga barba, despeinada, sucia;
sus ojos como llameante hornos huecos;
un cinturón sucio de grasa sujeta su atuendo obsceno.

[Eneida]


El arquetipo del Barquero está presente en todas las mitologías que presentan una transición de la vida al más allá. Su función es guiar, a través a través de obstáculos casi imposibles, hacia un destino específico más allá del plano terrenal. Es una figura solitaria, alguien a quien se llega a conocer de pasada. Quizás por eso el Barquero suele ser representado como una figura negativa, que vive en soledad junto al río mientras transporta a los muertos a cambio de un pago simbólico.

En este artículo de El Espejo Gótico le rendiremos honores, porque, ¿quién más podría realizar la lúgubre tarea de Caronte?

Caronte [del griego kharôn, «brillante»] era el Barquero de los muertos en los mitos griegos. No era un dios olímpico, tampoco un titán o un primordial, sino un daimón [espíritu] al servicio de Hades. Al parecer, Hermes guiaba a las sombras de los muertos y las conducía hasta las costas del río Aqueronte [del cual surgen el Estigia y el Cocito], donde Caronte las transportaba en su barca. Su tarifa era un óbolo, que se debía colocar en la boca del difunto antes de ser enterrado. En esto Caronte era inflexible: aquellos que no recibían un entierro adecuado no podían pagar la tarifa y se les dejaba vagando por la orilla terrenal del río, sin sentido, como fantasmas, acosados por bestias y espíritus subterráneos.

La palabra daimon proviene de la raíz indoeuropea da, que significa «dividir», «separar», «repartir». Podemos pensar en los daimones como divinidades menores que personifican un concepto abstracto. Caronte en particular obtuvo, al cabo de siglos, una genealogía olímpica, pero originalmente era un daimon. Algunos especulan que estos seres eran las almas de ciertos hombres que, en el imaginario popular, actuaban como espíritus tutelares. No son seres espirituales superiores, sino más bien abstracciones de oficios y funciones mundanas. Carecen de historia propia, incluso de personalidad, y son conocidos sólo por sus actos. Se dice que las personas de la Edad de Oro fueron transformadas en daimones por Zeus para servir a los mortales [ver: El «accidente» que convirtió a los Dioses en Demonios]. En este contexto, Caronte pudo haber sido el primer hombre en morir. Siendo el primero en llegar al río Aqueronte [o Estigia], y por lo tanto obligado a cumplir la función de Barquero de los muertos hasta que el último ser humano abandone el plano físico.

Esta es la premisa del cuento de Lord Dunsany: Caronte (Charon), el cual trata sobre el último sobreviviente de la humanidad que, al morir, libera al Barquero de su esforzado y monótono oficio:


»Entonces un hombre llegó solo. La pequeña sombra se sentó en la playa solitaria y el gran bote zarpó. Solo un pasajero. Caronte, agotado, remó y remó junto al pequeño, silencioso y tembloroso espíritu.

»—Soy el último —dijo.

Nunca nadie había hecho sonreír a Caronte, nunca nadie lo había hecho llorar.»


Caronte es representado como un hombre de aspecto desagradable: barbudo, sucio, de nariz torcida, vestido con una túnica raída y un sombrero cónico. Siempre está de pie en su esquife, sosteniendo un palo, esperando o remando. Su trabajo es inimaginablemente monónoto, en primer lugar, porque no existe el concepto de tiempo en el inframundo, de manera que lo que ocurre allí no se cuenta en años o siglos, sino más bien en un colosal bloque de permanencia. Lord Dunsany sostiene astutamente que «si los dioses le hubieran mandado siquiera un viento contrario, esto habría dividido todo el tiempo en su memoria en dos fragmentos iguales». Podemos suponer que el flujo de muertos, que puede variar en épocas de guerra, hambrunas y plagas, es el único factor de cambio en la vida de Caronte. Por lo demás, las diferencias y particularidades de los difuntos son impercepribles para él, aunque Caronte puede detectar cuando una persona viva intenta cruzar el río.

El nombre de Caronte es una forma poética de charopós, que significa «mirada brillante»; aunque otros le atribuyen la raíz indoeuropea ker, que significa «oscuridad» [asociada a lo subterráneo]. Los ojos centelleantes de Caronte pueden ser una necesidad en la negrura del Hades, pero también insinúan que el Barquero era una entidad irascible. En cualquier caso, la etimología no es segura; de hecho, algunos historiadores griegos, como Diodoro de Sicilia, pensaban que Caronte [y su nombre] habían sido importados de Egipto, aunque esto no está respaldado por pruebas. Lo cierto es que ninguna fuente antigua proporciona una genealogía de Caronte. Giovanni Boccaccio lo identificó como hijo de Erebo y Nix, pero eso podría haberse originado por una confusión con Cronos.

El Hades es uno de los tres reinos que componen el cosmos. La idea más antigua de la vida futura en los mitos griegos podría resumirse del siguiente modo: en el momento de la muerte, la esencia de un individuo [psique] se separa del cadáver y viaja al inframundo. En la Ilíada, sostenida por una mitología temprana, los muertos estaban agrupados indiscriminadamente y llevaban una existencia miserable; sin embargo, en la mitología posterior [platónica, por ejemplo], empezaron a surgir elementos de juicio: las personas buenas y las malas estaban separadas, no solo espacialmente, sino en el trato que se les dispensaba. Geográficamente, se creía que el Hades estaba ubicado en la periferia del mundo, rodeado por Oceanus, y luego debajo de la tierra. Tártaro es otro nombre para el inframundo, aunque a veces es un reino completamente distinto y separado del Hades. Hesíodo sostiene que el Tártaro está tán por debajo del Hades como la tierra del cielo. Zeus levantó este reino para encerrar a los titanes, entre ellos, a su padre, Cronos.

Los pasajeros que Caronte debía transportar no eran la mejor compañia. Para los griegos, la existencia en el más allá [por defecto] era un reflejo descolorido de la vida terrenal. La gente continuaba en sus funciones mundanas, como Orión, que seguía cazando en el inframundo; o Minos, que continuaba ejerciendo su potestad de juez. El hecho de que los difuntos permanezcan enfrascados en disputas legales es un indicador de esta continuidad con la vida en la tierra. El estatus social de las personas continuaba en el Hades, y se tenían derechos aristocráticos al placer y otras actividades recreativas [música, gimnasia, equitación], mientras que las personas de clases bajas hacían lo que podían. Es decir que persisten los mismos patrones que antes de la muerte, incluso si los rasgos de los muertos se reducen a los más destacados y sus actividades a las más elementales y representativas de su estatus social.

En otras historias, las Sombras son insustanciales y vagan por el Hades sin sentido ni propósito. Carecen de menos [«fuerza»] e ingenio, de modo que no son del todo conscientes de su entorno. En este aspecto son similares a nuestra idea moderna de «fantasma» [ver: ¿Los fantasmas saben que están muertos?]. El concepto de evolución no existe en el Hades: al momento de la muerte, la psique queda inmovilizada, no puede adquirir nuevos conocimientos ni aprender de sus experiencias. En esta variante del mito, las Sombras no cambian en ningún sentido, son exactamente iguales a como eran en vida. Esto traía dificultades adicionales: si morías en batalla tu Sombra conservaba todas las heridas recibidas, las manchas de sangre, la ropa desgarrada y la suciedad; y si morías pacíficamente podías permanecer así. Morir desnudo seguramente era un incordio.

Las Sombras son muy irritables. Las disputas son comunes y las personas que fueron poderosas intentan ejercer sus antiguos privilegios, pero en vano. Todo esto podría explicar el temperamento severo de Caronte. Debe lidiar con gente enojada y poco comunicativa, sobre todo si sienten una presencia hostil cerca de sus tumbas, pero no son realmente peligrosos, en especial si se les ofrece algo para apaciguarlos. Odiseo tuvo que ofrecerles sangre de oveja para que las Sombras se dignaran a respoderle.

No hay consenso sobre si los muertos pueden comer o no, pero Homero afirma que las Sombras eran incapaces de comer y beber, a menos que fueran invocadas a través de la nigromancia [ver: Nigromancia: el arte de invocar a los muertos]. Por alguna razón, los muertos no recuerdan con exactitud su pasado en la tierra, pero pueden ver el futuro con claridad. Son muchos los héroes griegos a quienes los difuntos les revelan aspectos desconocidos del porvenir.

Si bien no es la opinión unánime, varios mitos dan a entender que los muertos pueden tener relaciones sexuales [si no te molesta la falta de privacidad], aunque no pueden engendrar. Uno solo puede imaginar las dificultades de tales proezas cuando originariamente las Sombras eran descritas como simples esqueletos. En términos sociales esto los hacía casi indistinguibles unos de otros, de modo que no importaba quién era rico y poderoso y quién pobre, pero en materia de sexo seguramente producía algunas fricciones bastante grotescas. Por supuesto, esta no era la opinión general. Homero, por ejemplo, da a entender que los muertos preservan todas las características que tuvieron en vida.

La irrevocabilidad de la muerte está profundamente arraigada en los mitos griegos, tal es así que los vivos sólo pueden descender al Hades en casos excepcionales, y el regreso es posible únicamente para los héroes, como Eneas, Teseo, Orfeo y Heracles.

Un mundo o plano de existencia donde los muertos viven en la oscuridad no es exclusividad de los griegos. En los mitos hebreos, el Sheol también es una tierra de quietud y sombras, un sitio más bien miserable donde residen todos los muertos, independientemente de sus acciones en la vida. Volviendo a los griegos, se creía que los individuos excepcionales podían eludir el destino de vivir en la sombra después de la muerte. La única opción era ascender a la esfera divina, y por eso se veneraba a los héroes. Alejandro Magno estuvo inconsolable tras la muerte de Hefestión, probablemente el gran amor de su vida, hasta que un oportuno oráculo le reveló que el difunto era considerado un héroe, y por lo tanto gozaba del estatus de una divinidad.

Más significativa que la existencia post-mortem es la ruptura entre la vida y el más allá, presente en todas las culturas y a menudo representada por algún obstáculo o barrera que separa los mundos de los vivos y los muertos. El propio Caronte es uno de estos obstáculos. Nadie puede cruzar el profundo y aullante Aqueronte si no es en su barca, y ninguno puede regresar a la tierra de los vivos.

Homero ignora a Caronte, aunque en la Odisea describe extensamente la geografía del inframundo y las vicisitudes del viaje al Hades. Allí, el encargado de transportar las almas de los muertos es Hermes, pero Patroclo insinúa que el río sólo puede ser cruzado en una barca. Recién en el Minyad, un poema épico escrito en el siglo VI a.C. [comentado por Pausanias], se menciona a Caronte, el «viejo barquero». En algunas inscripciones del siglo V a.C. encontradas en Focis se lee: «Alégrate Caronte: nadie habla mal de ti, ni siquiera cuando mueren, cuando los liberaste del cansancio». En esta versión, Caronte no es el obstáculo, la barrera que separa los mundos de los vivos y el Hades, sino quien libera a ser humano de la agonía de la vida.

El hecho de que ni Homero ni Hesíodo mencionen a Caronte es, según algunos, prueba de que el Barquero fue importado desde Egipto; tal vez por eso vemos tantas rarezas en su historia. Salvo por Cicerón y Vergilio, Caronte nunca fue promovido al rango de dios, algo curioso en una mitología donde casi todo el mundo tiene lazos de sangre con los olímpicos o con los titanes. También hay discrepancias en su aspecto físico. Caronte aparece como una figura demoníaca, con una mirada feroz y aguda, con ojos que resplandecen en la oscuridad. Más adelante comenzó a ser representado como un anciano de gran porte, pero de apariencia sucia y desarreglada, incluso obscena. Cuando Eneas cruza las rugientes aguas del Aqueronte hace una descripción de Caronte casi como arquetipo de la muerte:


«Un horrendo barquero cuida estas aguas, Caronte,
de suciedad terrible y larga y descuidada barba sobre el mentón,
fijas llamas son sus ojos, sucio cuelga anudado de sus hombros el manto.
Con su mano empuja una barca con la pértiga y gobierna las velas
y transporta a los muertos en esquife herrumbroso, anciano ya,
pero con la vejez cruda y verde de un dios.»


Lo más aterrador de esta escena de la Eneida es la hueste de almas que luchan desesperadamente entre sí, mordiendo, arañando y pateando para subir a la barca de Caronte, incluso aquellos «cuyos huesos descansan debidamente». Más allá se oyen las «horrendas y roncas corrientes» que deberán cruzar; atrás están las sombras que deambulan sin rumbo mientras son acosadas por espíritus sin nombre.

Si el Aqueronte [o el Estigia] es el umbral entre la vida y la muerte, Caronte es el Guardián del Umbral, es decir, un arquetipo que proporciona una prueba necesaria para demostrar el compromiso del héroe con su misión. Si no hay un obstáculo insalvable, no hay héroe. En la ficción, el Guardián del Umbral puede ser cualquier cosa que se interponga en el camino del protagonista, como un bosque o una montaña. En esencia, el Guardián del Umbral asume el papel de custodiar el paso desde el mundo ordinario al extraordinario, de lo conocido a lo desconocido, de lo familiar a lo inexplorado. Puede ser un guardián simbólico, pero siempre está estratégicamente ubicado en momentos cruciales del viaje del Héroe. Este Guardián, como Caronte, va más allá de su forma física, adquiere un significado simbólico dentro de la historia y su función es proteger el Umbral, cuyo cruce es análogo a los obstáculos y desafíos internos que el Héroe debe enfrentar y superar.

En la teosofía, que ha intentado mapear la existencia en el plano astral, existe la amenazadora figura del Morador del Umbral, que cumple la misma función  queel Guardián: custodia y protege el cruce hacia esferas superiores de existencia. A menudo se manifiesta como una imponente silueta espectral, un anciano: canoso, barbudo y encorvado, pero con un brillo distintivo en sus ojos.

Tanto el nombre de Caronte como su función son probablemente de origen semítico. El concepto de Barquero en los ríos subterráneos de la muerte era popular en el Cercano Oriente. En la epopeya de Gilgamesh nos encontramos con el barquero Urshanabi, quien ayuda al héroe a cruzar las Aguas de la Muerte [con propiedades análogas a las del Aqueronte] que separan el Jardín del Sol de la paradisíaca Isla de Utnapishtim. Los asirios y babilonios tenían a Hamar-tabal [a veces llamado Humuttabal]. Para estos últimos, tras el apropiado entierro del cuerpo el espíritu se trasladaba al inframundo, donde debía cruzar el río Hubur. Para ello se debía contar con la ayuda de Humuttabal, un barquero de cuatro manos y cuatro pies con cabeza de pájaro, quien transportaba a los muertos en su barca.

Es desconcertante, considerando las semejanzas de estas epopeyas con los poemas homéricos, que el motivo de cruzar un río subterráneo con la ayuda de un barquero estuviera ausente en la Odisea, aunque de hecho hay un viaje hacia el Oeste, hasta las aguas del Okéanos, el río que divide el mundo superior e inferior y que rodea el mundo entero. Pero Odiseo no necesita ningún barquero. Navega solo guiado por las instrucciones recibidas de Circe.

En la mitología egipcia, Anubis, el dios con cabeza de chacal, era responsable de la momificación y del transporte de los muertos al inframundo. Su función como guía de las almas lo identificó con Caronte durante el periodo ptolemaico, y, con la consolidación del cristianismo, con San Cristóbal. Este último comenzó siendo un gigante, llamado Offero, que trabajaba en la orilla de un río transportando a los viajeros al otro lado, no en un bote, sino sobre sus anchos hombros. Un día, Offero llevó a hombros a un niño cuyo peso aumentaba a medida que cruzaba el río. El niño se revela como Cristo y Offero recibe la iluminación. Desde entonces se le conoció como Cristóbal, que significa «portador de Cristo».

Las fuentes de Caronte en la Antigua Grecia son sorprendentemente escasas. Importa poco si fue un dios importado o una divinidad pre-helénica, terminó siendo una criatura bastante descuidada por la tradición literaria griega. Es probable que esto tenga que ver con la superposición de tareas. Originalmente, Hermes se encargaba de todo el trabajo, lo cual tiene cierta lógica. Además de ser el heraldo y mensajero personal de Zeus, el veloz Hermes podía atravesar mundos con facilidad; de hecho, era el único dios olímpico capaz de visitar el Cielo, la Tierra y el Hades, algo de lo cual solía alardear. Sin embargo, luego se limitó a conducir a los muertos hasta la orilla del Aqueronte, donde Caronte los subía a su barca. En este punto no debemos olvidar a un tercero involucrado en la transición de psique: Tánatos, la muerte misma.

Podemos pensar que la limitada presencia del Barquero es una señal de que estaba más allá del panteón oficial de dioses, o bien que él mismo se transformó en una Sombra, quizás la sombra de una idea, de un concepto prehelénico, quedando únicamente su función.

A diferencia de otros Psicopompos [«guías de almas»], Caronte no trabajaba gratis. Sus servicios tenían un precio y las personas que no podían pagar estaban condenadas a vagar por las orillas del Aqueronte. Los Psicopompos [de psyque, «alma»; y pompein, «conducir»] son espíritus o divinidades cuya responsabilidad es escoltar las almas recién fallecidas al más allá. Su función no es juzgar a los difuntos, sino simplemente guiarlos a su destino. Para Carl Jung, el Psicopompo es un factor psicológico que media entre el consciente y el inconsciente. Todas las mitologías han utilizado este símbolo para describir entidades que guían a los espíritus en su viaje al inframundo. Este Guía de los Muertos no es necesariamente una figura ominosa. El cuervo, por ejemplo, es visto como un Psicopompo en el folklore celta, y quizás en esta función es utilizado por Edgar Allan Poe en el poema: El Cuervo (The Raven).

En términos jungianos, el Psicopompo [como Caronte] entra en funciones cuando nuestro Ego pierde poder, y por lo tanto carecemos de confianza en nosotros mismos. Hasta ese momento, el Ego [aquello en lo que nos reconocemos como Yo] había sido el centro de nuestra experiencia de vida. Habíamos tomado nuestras elecciones, decidido nuestro camino, pero de repente nos encontramos en un callejón sin salida. Perdemos la fe en nosotros mismos y es como si toda nuestra energía vital se volviera regresiva. Es entonces cuando nuestra psique reacciona invocando a ese mediador cuya función es guiarnos, sacarnos de la situación. Las Sombras que se agolpan ante la barca de Caronte están en la misma situación: están desposeídos de todo, incluso de la capacidad de elegir. En estas condiciones no pueden seguir adelante sin la ayuda de un guía.

Caronte, Anubis, las Valquirias, incluso el arcángel Miguel, que pesa las almas antes que puedan entrar por las Puertas del Cielo, representan este fragmento psicológico que emerge en tiempos de transición. El Mito vincula al Psicopompo con la gran transición: el fin de la vida y la posibilidad de un más allá, pero está presente en situaciones menos dramáticas donde la conciencia, la certeza del Ego, no son tan claras. Los límites se desvanecen en los sueños y los contenidos subconscientes se precipitan hacia nosotros como las aguas del Aqueronte, el río de la miseria y la aflicción. Al despertar revertimos esa encrucijada liminal, volvemos a la confianza de ser quienes pensamos que somos. Cada una de estas transiciones revelan la flexibilidad de nuestra psique. Bailamos constantemente entre realidades.

Carl Jung sostiene que el Psicopompo surge cuando el Ego ha alcanzado un límite que no puede cruzar sin comprometer su integridad. Cuando el control de nuestra psique flaquea nos sentimos aterrorizados, pero esto permite que otros contenidos emerjan y nos guíen a buen puerto. Estas figuras internas de ayuda y guía aparecen en tiempos de dificultades y cambios, cuando estamos explorando una nueva forma de ser y las viejas estructuras se vuelven obsoletas. Este cambio requiere la muerte [simbólica] de lo que solíamos ser, el reino arquetípico del Psicopompo.

En Roma, el óbolo que debía colocarse en la boca del difunto para abonar a Caronte era conocido como viaticum [que puede entenderse como «provisión para el camino»]. Este término luego sería utilizado por la Iglesia Católica para la Eucaristía [donde se coloca una hostia consagrada en la boca], pero también para la Unción de los Enfermos [Extremaunción]. Es decir que el «viático», la costumbre precristiana del óbolo de Caronte, sigue siendo parte de los últimos ritos.




Mitología griega. I Mitología.


El artículo: «Nekropompos»: la historia de Caronte, el barquero fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Breve historia del Dragón medieval.


Breve historia del Dragón medieval.




No existe tal cosa como «el Dragón»; de hecho, es imposible aproximarse a una definición más o menos precisa de esta criatura. Sin embargo, «el Dragón» ocupa un lugar privilegiado en la jerarquía de los Monstruos [ver: Monstruología: cuatro categorías para lo monstruoso]

La mayoría de las historias medievales que incluyen dragones omiten aquellos elementos que podrían ayudarnos porque eran bien conocidos por la audiencia. Para que un Dragón, o por tal caso cualquier otra criatura sobrenatural, sea eficaz, debe ser parte de una tradición con la que el público está familiarizado. La audiencia medieval, sobre todo anglo y germanoparlante, no necesitaba demasiados detalles para entender al Dragón, de modo que estas historias dan muchas cosas por sentadas.

No sabemos exactamente qué es un Dragón, pero incluso para nosotros, en la actualidad, la palabra viene con una carga de significado y asociaciones que nos hacen pensar más o menos en lo mismo. Cuando alguien dice dragón, no es una palabra semánticamente vacía. Por eso es peligroso examinar cualquier palabra, incluso una que tiene un referente físico y objetivo, como si fuera un medio transparente para la comunicación de un significado único.

La mayoría de los estudios sobre dragones tienden a centrarse en un dragón en particular, como Fáfnir o el dragón de Beowulf, dejando de lado los orígenes en común del mito. A esto hay que añadirle nuestra familiaridad con los dragones, lo cual puede llevarnos a malinterpretar la percepción de estas criaturas en un contexto más antiguo. En este sentido, es menos importante enfocarse en qué es un dragón de manera aislada que en descubrir los conceptos con los cuales dialoga esa palabra.

El mayor peligro al que nos enfrentamos si deseamos reconstruir el horizonte de expectativas medievales en torno a los dragones no es hallar demasiados significados, sino limitar arbitrariamente al dragón a uno solo. Dicho esto, continuemos.

Uno de los primeros eruditos en interesarse en los dragones fue Jacobo Grimm. En Mitología alemana (Deutsche Mythologie) intenta establecer un modelo de dragones dentro del marco medieval germánico. Grimm escribe:


«... los dragones respiran fuego; llevan coronas de oro (...) hay propiedades especiales en el corazón y la sangre del dragón (...) los dragones son viejos (...) el tesoro del dragón se origina en los enanos; ellos guardan tesoros.»


Algunas características que menciona Jacobo Grimm nos resultan familiares. De hecho, el aliento de fuego y la obsesión por los tesoros [de los Enanos] resuena poderosamente en el Smaug de J.R.R. Tolkien, quien se instala en la Montaña Solitaria y reclama para sí todas las riquezas de los herederos de Dúrin [ver: Khuzdul: la lengua secreta de los Enanos]. Grimm enfatiza la importancia del oro:


«Ninguna bestia tiene más que ver con el oro y los tesoros que la serpiente... nuestra más remota antigüedad tiene famosas leyendas de serpientes y dragones sobre el oro.»


En el modelo propuesto por Jacobo Grimm, la riqueza y la codicia son aspectos centrales del Dragón, pero esta interpretación no sirve de nada cuando hablamos de dragones escandinavos, donde los tesoros rara vez tienen alguna relevancia y de ningún modo pueden ser vistos como un rasgo esencial.

En Los monstruos y los críticos (The Monsters and the Critics), J.R.R. Tolkien se centra en sus afinidades, por lo tanto, limita lo que él acepta como un dragón, tal es así que solo admite dos dragones significativos: Fáfnir y «la perdición de Beowulf». El enfoque de Tolkien es muy interesante, y es una verdadera lástima que haya descartado tantos dragones tangenciales que se habrían beneficiado de su erudición. En cualquier caso, Tolkien estaba interesado en analizar cómo y cuándo los dragones se utilizaron con éxito y no en las características de la criatura.

Pero, ¿acaso podríamos responder con algún grado de verosimilitud qué sentían, pensaban e imaginaban las personas en la Edad Media ante la palabra «dragón»? En los romances y sagas posteriores, no solo el Dragón, sino toda una corte de criaturas sobrenaturales, funcionan como contrastes para el héroe, pero estos ejemplos son fáciles de descartar ya que siguen un patrón en común:

a- El Monstruo existe para probar y afirmar la condición del Héroe.

b- El Monstruo se aprovecha de la sociedad, permitiendo que el Héroe ponga su fuerza al servicio de los demás.

Sin embargo, el dragón medieval no siempre se involucra en aspectos sociales, como en el caso de Beowulf. Tampoco son meros accesorios para ser asesinados por el Héroe. En las historias trilladas [y estas abundan en la Edad Media] la lucha entre el Héroe y el Dragón no tiene demasiadas instancias: el dragón tiene un punto vulnerable, generalmente el vientre, y el Héroe lo aprovecha sin piedad. Jacobo Grimm menciona que «los dragones son viejos», pero esto solo es así cuando el Dragón habla; por lo general, los dragones no tienen voz [o voluntad de hablar], y el Héroe no siempre está individualizado.

Para fines de la Edad Media los dragones existían únicamente para ser asesinados por el Héroe, pero eso no significa que siempre hayan sido los malos de la película. De hecho, la idea de que el Héroe es bueno y el Dragón [o cualquier otro Monstruo] es el malo, es una categorización impuesta por una lectura moderna, es decir, por los principios actuales sobre los que se basa nuestro juicio. Que un dragón desaloje a un grupo de Enanos de una montaña y se instale cómodamente sobre sus tesoros no lo hubiese hecho necesariamente «malo» a los ojos de los vikingos. Debemos tener cuidado de juzgar a los dragones en función de la mentalidad moderna.

Si la codicia es la fuerza dominante en el Dragón, con su obsesión por el oro y las riquezas, el Héroe también ambiciona las posesiones de la criatura. La Saga Völsunga, que es una de las historias más famosas que involucra a un dragón, no es el único modelo, ni siquiera el modelo dominante. Muchos de los primeras matanzas de dragones no involucran posesiones en absoluto, en consecuencia, el «vientre blando» del dragón, su punto débil, también está ausente [excepto en Fáfnismál].

Jacobo Grimm, en cambio, afirma que la codicia es uno de los elementos centrales del Dragón germano, pero no necesariamente de su antecesor, el Dragón indoeuropeo, que no está relacionado con la codicia, el oro o los tesoros. Por alguna razón, quizás sostenida por las afinidades del público, el motivo del oro, la codicia y el atesoramiento se volvieron muy populares, oscureciendo un poco a los dragones que no parecen tener intereses económicos o de propiedad. Por lo tanto, esta no puede ser la función central de los dragones.

En las historias medievales, un Héroe estandar podía encargarse de un Dragón. Para los nórdicos, sin embargo, los cazadores de dragones parecen haber pertenecido a una clase propia, exclusiva, con solo dos miembros [o tres, si contamos a Beowulf]: Sigurðr y Ragnar Loðbrók [ver: El epicedio de Ragnar Lodbrok]. Tolkien, creo, es demasiado duro al asumir que solo los dragones relevantes son representativos, llegando incluso a decir que la palabra dreki [dragón] «puede no ser la mejor guía para los antagonistas de Sigurðr y Ragnar». Desde luego, las historias de Sigurðr y Ragnar fueron muy populares, pero esta no es razón para descartar al resto.

A partir del siglo XIII, los dragones empezaron a perder sus rasgos tradicionales y a absorber otros importados. Snorri [¡gracias a Havi!] se esforzó por preservar el material mítico más antiguo, pero el aumento de la alfabetización y la importación de material religioso fue deteriorando a los dragones. En general, los nórdicos percibían al Dragón como un reptil que posee algunos rasgos sobrenaturales o fantásticos; y es importante señalar que estas criaturas, a las que originalmente se hacía referencia en Nórdico Antiguo como ormr [serpiente], comenzaron a a denominarse con el término dreki, que no es una palabra norsa sino un préstamo del término latino draco, que a su vez es una palabra prestada del griego δράκων [drákon].

El ormr nórdico era esencialmente una serpiente de grandes dimensiones. En Inglés Antiguo, ormr se convertiría en wyrm [«serpiente»], que menudo era utilizado como sinónimo de «dragón» en la literatura anglosajona. Ambos términos derivan del indoeuropeo wurmiz.

Ahora bien, la palabra griega drakón [δράκων], que eventualmente desplazaría a ormr entre los anglo y germanoparlantes, significa «vista aguda», en otras palabras, «observador», y está relacionada con el verbo dérkomai, «ver». La palabra está registrada entre los griegos desde la Ilíada de Homero, y si bien no está claro cómo y porqué terminó siendo el nombre de los dragones, algunos asumen que este cambio se produjo cuando estas criaturas comenzaron a aparecer como celosos y vigilantes guardianes del tesoro.

Esto cambió a los ormrs serpenteantes, es decir, a los dragones como enormes serpientes, en dreki, mucho más parecidos a los dragones que escupen fuego [que podría estar relacionado con el veneno de la serpiente y la sensación de ardor que provoca su mordedura.]. El cambio no fue abrupto. Hubo un período de transición donde dreki y ormr se usaron simultáneamente, como en la saga Völsunga, donde Sigurðr se refiere a Fáfnir como dreki y Regin responde usando ormr.

La innovación griega [drakón], que pasó al latín y de allí al mundo germánico a principios de la Edad Media, hizo que la serpiente, ormr, dejara un poco de lado sus atributos reptantes y se centrara más en la mirada. Esto, combinado con la relación ctónica de la serpiente con los minerales y las joyas, probablemente derivó en la construcción del Dragón como guardián del tesoro. En este sentido, el Dragón no roba el oro de los Enanos: el oro es suyo, originalmente, y luego fue transformado en joyas por los Enanos.

Al igual que las serpientes que surgían debajo de las rocas, los dragones eran vistos como parte de un mundo subterráneo, que reforzaba su vínculo con el tesoro arquetípico pero también con el reino de los muertos. La asociación de los dragones con el oro surge en varias tradiciones, incluida la griega, en la que el dragón Ladón protege las manzanas de oro en el Jardín de las Hespérides, y el dragón de Cólquida, siempre despierto [y por lo tanto observante], guarda el vellocino de oro. Si bien la vigilia de los dragones no es universal en las leyendas de estas criaturas, su presencia en la narración siempre es significativa.

A diferencia del dragón griego, la tradición germánica creó una variante que no era tanto una fuerza cósmica, primordial, sino más bien el síntoma de un mal social. En otras palabras, el Dragón anglo y germanoparlante se ocupa más de las comunidades que del cosmos; por eso se utilizaba la palabra ormr [y wrym en Inglés Antiguo], que deriva del indoeuropeo wurmiz y, luego, del latín vermis, que significan simplemente «gusano» [ver: De Vermis Mysteriis]. Por lo tanto, este tipo de dragón local, presente en las sagas y en Beowulf, no tiene más connotaciones que las de una criatura serpentina sin relación con el atributo de «ver», como en el griego drakón, que derivaría en un tipo de dragón más sofisticado.

En los mitos griegos, el dragón que custodia el oro no posee el estilo ritualista e iniciático de los mitos nórdicos. Más bien es como un perro guardián establecido por otra persona para vigilar sus pertenencias, como cuando Hera coloca a Ladón en el Jardín de las Hespérides para proteger sus manzanas doradas. Estos dragones, a diferencia de los que podemos encontrar en las obras germánicas, no pretenden reclamar los tesoros para sí; por lo tanto, no están explícitamente relacionados con la codicia y la avaricia.

El dragón griego, entonces, no desea los tesoros para sí, pero cumple su trabajo con gran observacia, de hecho, a menudo es un guardián insomne, como en la historia de Jasón y el vellocino de oro, que no se encuentra en la tradición germánica autóctona, donde el ormr sí reclamaba el oro para sí, pero no siempre está alerta. Es decir que el dragón germánico original se ajusta a las preocupaciones de las comunidades de donde procede, y solo con la importación del término drakón empezó a mostrar otros intereses y atributos.

En las sociedades que aspiran a la riqueza, el dragón es una fuerza destructiva que acapara aquello que debe circular. Para los pueblos germánicos, la función del Dragón es proteger el tesoro, es decir, impedir que la riqueza circule, algo capaz de desestabilizar a una sociedad basada en el intercambio de regalos y, en algunos casos, en la generosa distribución de riquezas. En este sentido, el Dragón ataca directamente el núcleo de la sociedad indoeuropea.

Naturalmente, para matar a un Dragón se necesita un Héroe, y solo puede ser Héroe aquel que sigue un patrón de hazañas o ritual de iniciación.

El encuentro del Héroe con el Dragón, o con cualquier otra criatura sobrenatural que amenaza a la sociedad, se produce en un espacio liminal, intermedio, en el que los seres humanos y lo sobrenatural pueden encontrarse. La condición de este espacio es la de no ser de este mundo, ni del más allá. Este es el lugar donde apuntan todos los ritos de iniciación, calendáricos y de crisis. Beowulf, por ejemplo, se enfrenta a Grendel en lo que puede verse como un rito de iniciación, mientras que su posterior lucha con el dragón, ya en el ocaso de su vida, constituye un ritual de crisis [ver: Grendel y la misteriosa raza de los «Eotens»]. Además, el Héroe no solo se embarca en la aventura de matar al dragón [o al monstruo en general], sino que su viaje lo abre a nuevos valores espirituales. De este modo, el Héroe recibe respuestas a las grandes preguntas de la vida, regresando a la sociedad como un ser elevado.

La iniciación, entonces, consiste en llegar a este espacio liminal, una transición entre el mundo material y el Otro Mundo, donde habita el Dragón, luchar con él, derrotarlo, y regresar al plano material con la aquicisión de nuevos conocimientos y, por lo tanto, nuevos derechos que le garantizan al Héroe su estatus. En este sentido, el Dragón es casi inevitable en este espacio liminal. Si pensamos en un espacio intermedio, un umbral entre este y el otro mundo, la cueva parece el más apropiado. ¿Qué otra criatura mitológica podría vivir en esta cueva arquetípica si no el Dragón?

Después de todo, el Dragón es una serpiente y está relacionado con lo subterráneo. De hecho, la serpiente misma parece vivir en un estado liminal: puede trepar a los árboles, nadar, habitar en cuevas o debajo de las piedras. Además, muda su piel, hiberna y varía en cuanto a ser vivíparas u ovíparas. Sigmund Freud seguramente no hubiese pasado por alto la forma fálica de la serpiente. Si bien su conexión con la cópula está presente en muchos mitos indoeuropeos, su forma fálica es casi inevitable cuando se debe idear un monstruo que habite en el interior de una cueva [ver: Vermifobia: gusanos y otros anélidos freudianos en la ficción]

Otro atributo importante del dragón-serpiente es su lengua, un símbolo de sabiduría y conocimiento que a menudo abarca lo prohibido. En las historias escandinavas, cuando encontramos a un personaje con un nombre que alude a atributos serpentinos, podemos estar seguros de que se trata de un skald o un orador persuasivo. J.R.R. Tolkien [que estaba en TODOS los detalles], introduce a Gríma Wormtongue [«lengua de serpiente»], el odioso consejero del rey Théoden que, en realidad, es un infiltrado de Saruman. Cuando Gandalf confronta a Gríma, dice:


«Los sabios hablan sólo de lo que saben, Gríma hijo de Gálmód. En un gusano tonto te has convertido. Por tanto, guarda silencio y mantén tu lengua bífida detrás de tus dientes. No he pasado por el fuego y la muerte para intercambiar palabras torcidas con un sirviente.»


Es casi como si Gandalf dijera: «no he pasado por el fuego y la muerte» [su rito de iniciación] para «intercambiar palabras» con un «gusano tontro», mi misión es enfrentarme al verdadero Dragón. En este caso, el Dragón, en términos de desafío del Héroe, es Sauron, quien casualmente está desesperando buscando un anillo de oro que le ha sido robado [ver: ¿Qué significa realmente la inscripción en el Anillo Único?]. En este punto, Gandalf ya es un Héroe porque ha vuelto de la muerte, y no tiene paciencia para lidiar con imbéciles [ver: Gandalf, como Señor del Anillo, sería peor que Sauron]

La interacción de Gríma Lengua de Serpiente con Gandalf es muy similar a la de Beowulf con Unfert, el consejero [también mentiroso y manipulador] del rey Hrothgar. Unferth es desacreditado por Beowulf del mismo modo que Gríma por Gandalf. Las dos escenas, además, ocurren en los respectivos salones reales: Meduseld y Heorot. Por otro lado, Gríma es un agente de Saruman, que «envenena» la mente de Théoden, nublando su buen juicio. En este sentido, Théoden está siendo presa del aliento del dragón a través de las palabras «torcidas» de Gríma.

Volviendo a los Héroes, el patrón heroico también se aplica a los dioses, y la matanza de dragones es uno de los más frecuentes entre los dioses indoeuropeos: Marduk mata a Tiamat, así como Ra y Apolo matan a Apep y Pitón respectivamente, que a su vez tienen semejanzas con miðgarsormr. En estos casos, los dragones-serpiente no son amenazas locales, como los ormr germánicos, sino un peligro para el orden cósmico. En cierto modo, son agentes del caos, de la disolución del orden que los dioses tratan de establecer. De hecho, los semidioses griegos basan buena parte de sus hazañas matando dragones-serpiente: Perseo, Cadmo, Belerofonte, Jason, Heracles [de los 12 trabajos, 2 contienen serpientes].

Cuando pensamos en dragones nos viene a la mente la imagen de enormes reptiles con extremidades, alas, que escupen fuego, incluso cuando esos elementos no se mencionan específicamente, como en el caso de Beowulf. Este dragón en particular, que ha servido de modelo para muchos que vinieron después, es más bien una gran serpiente que vuela [aunque no se menciona que tenga alas], similar al dragón oriental. El dragón de Beowulf escupe fuego y, por supuesto, guarda un tesoro. En parte, su aspecto lo relaciona con el dragón griego: serpiente gigante, sin extremidades, sin alas, aunque con afinidad con el fuego y el veneno, algo que no ocurre con los dragones helénicos. Esta combinación de rasgos no es extraña en un poema épico que incluye tanto elementos cristianos como paganos.

Ya hemos visto que, en la cultura germánica, los dragones son guardianes de tesoros. En Beowulf encontramos que este dragón es el guardián de un tesoro que además está maldito. Evidentemente es el Villano que se enfrenta al Héroe, pero realmente no hay ninguna maldad que pueda atribuírsele: el dragón reacciona agresivamente pero solo en un papel defensivo. Fuera de eso, parece casi benévolo, custodiando celosamente el tesoro que el último superviviente de una tribu depositó en la cueva. Al devolver el tesoro [hecho de minerales] a la tierra, el guerrero pretendía que todo el conocimiento de su tribu moribunda sea protegido para siempre por esta criatura. Por lo tanto, el papel del dragón de Beowulf, y acaso el de otros guardianes de tesoros, es el de un legítimo protector. Después de todo, el dragón no solo está protegiendo un tesoro material, sino el legado de los muertos. En cierta forma, el dragón como guardián de tumbas está relacionado con la creencia vikinga en los draugar, cadáveres que volvían a la vida para custodiar los tesoros que estaban enterrados con ellos [ver: Draugr y el concepto de no-muerte entre los nórdicos]

Al parecer, nadie se había atrevido a desafiar este último deseo de la tribu extinguida y perturbar la seguridad de la cueva, y cuando alguien lo hace, es accidentalmente. El dragón descansaba en la tranquilidad de su cueva hasta que un esclavo encontró el tesoro de la criatura y decidió tomar una de las piezas, una copa, sin saber su origen. Cuando el dragón se da cuenta de que su tesoro ha sido profanado, se enfurece, sale de la cueva y destruye todo lo que encuentra. Cualquier similitud con el Smaug de Tolkien es intencional.

Al igual que Grendel antes, el dragón está motivado por sentimientos humanos. El autor de Beowulf intenta establecer que lo que motiva a la criatura a atacar a las comunidades es la codicia, pero sus incursiones se desatan después de la profanación; es decir, deben tomarse como defensivas ya que solo está reaccionando para defender su tesoro [Gollum lo habría entendido perfectamente].

Otro detalle interesante en relación a los tres monstruos presentes en el poema [Grendel, la madre de Grendel y el dragón], además de los sentimientos humanos que expresan, es el hecho de que solo atacan de noche, algo que se puede relacionar con su marginalidad en el mundo de los humamos.

En resumen: el dragón de Beowulf cumple su promesa al proteger el tesoro, reacciona violentamente cuando este es profanado y, sin embargo, es el malo de la historia. En realidad, Grendel es el villano, el dragón solo es un vehículo utilizado por el poeta para tratar de decir que el tesoro no trajo ningún bien, ni al dragón ni a Beowulf.

Para finalizar nos quedamos con una frase de G.K. Chesterton que resume de manera brillante un concepto muy profundo, no solo en relación a los dragones, sino a la importancia de la fantasía en general.


«Los cuentos de hadas no les enseñan a los niños que los dragones existen. Los niños ya saben que los dragones existen. Los cuentos de hadas les enseñan a los niños que a los dragones se los puede matar.»




Mitología. I Mitos nórdicos.


Más literatura gótica:
El artículo: Breve historia del Dragón medieval fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Lamia»: Clark Ashton Smith; poema y análisis.


«Lamia»: Clark Ashton Smith; poema y análisis.




Lamia (Lamia) es un poema de vampiros del escritor norteamericano Clark Ashton Smith (1893-1961), publicado por Arkham House en la edición de invierno de 1948 de la revista The Arkham Sampler, y luego reeditado en la antología de 1951: El Chateau oscuro y otros poemas (The Dark Chateau and Other Poems).

Lamia, uno de los grandes poemas de Clark Ashton Smith, está directamente relacionado con el relato: Morthylla (Morthylla) y su evocador final:


[«Para asombro suyo, una mujer, o lo que parecía serlo, se sentaba al lado del mausoleo. No podía verla con claridad, pues la sombra de la tumba la envolvía desde los hombros hasta abajo. Sólo el rostro, resplandeciendo débilmente, se elevaba hacia la luna. Su perfil era como el que había visto en monedas antiguas.

—¿Quién eres?—preguntó con una curiosidad que sobrepasaba su cortesía.

—Soy la lamia Morthylla —contestó ella.»]


El poema de Clark Ashton Smith: Lamia exuda el mismo ambiente sepulcral, y vuelve a situarnos en la guarida de la vampiresa:


Su letal belleza, como un filtro, se agitó
a través mi sangre y llenó mi corazón de luz:
la desposé con ardor sin dejarme intimidar

por las extrañas manchas de su cuerpo blanco,
por las cosas que se arrastraban en su guarida
y los muertos que yacían a nuestro lado.


Los vínculos temáticos entre los relatos y poemas de Clark Ashton Smith suelen ser estrechos, y el ciclo Zothique a menudo proporciona el hilo conductor. Este parece ser el caso de Lamia, ya que el poema proporciona una especie conclusión de Morthylla.


Pero, ah, fue hace mil años
que tomé a la encantadora lamia por esposa...
y jamás los que me encuentren
sabrán que hace mil años que he muerto.


Morthylla, publicado en la edición de mayo de 1953 de Weird Tales, está ambientado en Zothique, el último continente de la Tierra en un futuro donde «el sol es una estrella decadente, envejecida más allá de la crónica, más allá de la leyenda». La acción tiene lugar en la ciudad de Umbri, donde un poeta, llamado Valzain, no logra encontrar placer ni siquiera en las célebres orgías de su mentor, Famurza, donde hay «vinos, licores, afrodisíacos, y carnes y frutas que hinchaban las legumbres flácidas». Valzain está presente en estas celebraciones, pero espiritualmente ausente, «con una indiferencia que se convierte en repugnancia». Famurza toma nota de la apatía de su protegido y le pregunta si hay algo que pueda hacer para aliviar su aburrimiento.


[—No hay medicina para lo que me aqueja —replicó Valzain—. En cuanto al amor, ya no me importa si es correspondido o no. El tedio acecha en medio de todos los besos.]


Famurza siente lástima por Valzaín, y admite que, a pesar de tener el doble de edad, aún encuentra placer en «las buenas carnes jugosas, las mujeres, el vino, y la música». Valzain afirma que sus únicos placeres están en los sueños.


[«He abrazado a súcubos que eran más que carne, habiendo conocido deleites demasiado intensos para que el cuerpo despierto los sostenga. ¿Tienen tales sueños alguna fuente fuera del propio cerebro terrenal? Daría mucho por encontrar esa fuente, si existe. Mientras tanto, no hay nada para mí más que desesperación.»]


Al escuchar esto, Famurza le cuenta a Valzain sobre una «antigua necrópolis» que está embrujada por el espíritu de la princesa Morthylla, quien murió hace varios siglos y, en raras ocasiones, toma amantes mortales. Si Valzain realmente no se complace en los placeres mundanos, tal vez debería buscar a Morthylla. De camino a casa después de la fiesta, Valzain busca el cementerio, donde decide pasar la noche. En medio de su ensoñación, observa a una mujer sentada junto a un mausoleo, una mujer cuyo «perfil era como el que había visto en monedas antiguas».


[—¿Quién eres?

—Soy la lamia Morthylla —respondió ella, con una voz que dejaba tras de sí una vibración débil y esquiva como la de un arpa—. Ten cuidado conmigo, porque mis besos están prohibidos para aquellos que están entre los vivos.]


Valzain duda de que esta mujer sea Morthylla, pero decide seguirle el juego y, al hacerlo, se siente intrigado por ella: «había una dulzura en su boca, una sombra de fatiga o tristeza en sus ojos». Durante las semanas posteriores, los dos se reúnen todas las noches en el cementerio, conversando animadamente hasta cerca del amanecer, ya que Morthylla, según ella, es «una criatura de la noche».

Escéptico, Valzain ve a Morthylla como una mujer con inclinaciones macabras afines a las suyas, sin embargo, no puede encontrar en ella ningún indicio de mundanalidad, ningún conocimiento de las cosas presentes, sino una extraña familiaridad con el pasado y la leyenda de la Lamia. Sus ojos, sus labios, parecen ocultar secretos olvidados y prohibidos. Sus respuestas siempre son vagas y ambiguas.


[—He soñado con la vida—le dijo ella crípticamente—. Y he soñado también con la muerte. Ahora bien, quizá haya otro sueño... en el que tú has entrado.

—Yo también quisiera soñar—dijo Valzaín.]


Morthylla es uno de los mejores cuentos de Clark Ashton Smith. En una carta a L. Sprague de Camp, fechada el 21 de octubre de 1953, el autor comenta que se trata de la historia de «una pseudo-lamia que, en realidad, es una mujer normal que intenta complacer los gustos de su amante». En otras palabras, la mujer intenta complacer las fantasías de Valzain, pero interpreta tan bien el papel de Lamia que este termina suicidándose. Pero la historia no termina ahí. Después de que el Valzain se suicida, olvida que está muerto, y se encuentra con Morthylla una vez más, solo que esta vez no es su amante mortal interpretando un papel, sino una Lamia real.

Todos los Vampiros de Clark Ashton Smith viven en los reinos de Averoigne y Zothique, entre otros, y la mayoría son mujeres, generalmente Lamias. Estas criaturas de los mitos griegos son muy antiguas, pero Clark Ashton Smith se basa especialmente en el escritor griego del siglo II d.C., Flegón, sobre todo en la historia de una novia muerta que regresa de la tumba para cazar a su prometido [ver: Lamias: vampiresas de la mitología griega]. Esta misma estructura es la base del poema de Goethe: La novia de Corinto (Die Braut von Korinth). [ver: La primera Vampiresa moderna: análisis de «La Novia de Corinto»]

Para Clark Ashton Smith, la figura de la Lamia es una versión sexualizada de lo que él entendía como la característica definitoria de la ficción: escapar de la realidad, pero no hacia el consuelo y la esperanza [como por ejemplo en las obras de J.R.R. Tolkien], sino hacia la autodestrucción. Por otro lado, la similitud entre las actividades y apetitos de la Lamia en diversas obras de ficción [seducir y devorar a su amante] no es caprichosa, sino más bien una cuestión etimológica. La palabra Lamia [lit. «tragadora»] proviene de laimos, que significa «garganta» [o «esófago»]. Eso es lo que vemos en las Lamias de Clark Ashton Smith y Goethe: depredadoras que devoran a sus víctimas.




Lamia.
Lamia, Clark Ashton Smith (1893-1961)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


De su guarida en el desierto surgió la lamia,
una hermosa serpiente con forma de mujer.
Al encontrarme allí, me saludó con el nombre
que mis amados labios habían usado en días lejanos;
y cuando la lamia cantaba, me parecía escuchar
la voz del amor en algún viejo avatar.
Su letal belleza, como un filtro, se agitó
a través mi sangre y llenó mi corazón de luz:
la desposé con ardor, sin dejarme intimidar
por las extrañas manchas de su cuerpo blanco,
por las cosas que se arrastraban en su guarida
y los muertos que yacían a nuestro lado durante la noche.
Más fría su carne que las serpientes del pantano,
sin embargo, en su pecho perdí mi antiguo dolor
y encontré el gozo prohibido a los hombres vivos.
Pero, ah, fue hace mil años
que tomé a la encantadora lamia por esposa...
y jamás los que me encuentren
sabrán que he muerto hace mil años.


Out of her desert lair the lamia came,
A lovely serpent shaped as women are.
Meeting me there, she hailed me by the name

Belovèd lips had used in days afar;
And when the lamia sang, it seemed I heard
The voice of love in some old avatar.

Her lethal beauty like a philtre stirred
Through all my blood and filled my heart with light:
I wedded her with ardor undeterred

By the strange mottlings of her body white,
By the things that crept across us in her den
And the dead who lay beside us through the night.

Colder her flesh than the serpents of the fen,
Yet on her breast I lost mine ancient woe
And found the joy forbid to living men.

But, ah, it was a thousand years ago
I took the lovely lamia for bride...
And nevermore shall they that meet me know

It is a thousand years since I have died.


Clark Ashton Smith
(1893-1961)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Clark Ashton Smith.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Clark Ashton Smith: Lamia (Lamia), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Piras y tumbas»: Théophile Gautier; poema y análisis.


«Piras y tumbas»: Théophile Gautier; poema y análisis.




Piras y tumbas (Bûchers et tombeaux) es un poema gótico del escritor francés Théophile Gautier (1811-1872), publicado originalmente en la antología de 1852: Esmaltes y camafeos (Emaux et Camées).

Piras y tumbas, uno de los mejores poemas de Théophile Gautier, expresa una idea muy extendida en el Romanticismo: la Muerte puede ser bella para quien sabe mirarla [ver: Filosofía del Romanticismo]

Por supuesto, esta belleza está más relacionada con lo natural que con lo estéticamente agradable. En la mayoría de sus poemas [y Piras y tumbas no es la excepción], Théophile Gautier asocia la Muerte con esta belleza producto del ciclo natural de las cosas. En este contexto, la Muerte no aparece bajo su típica máscara gótica; es decir, como un cadáver corrupto o una momia disecada. Su sonrisa no es la de un esqueleto desdentado sino la de una amante que muestra sus hermosos dientes blancos y desnudos.

Al eliminar todo rastro de corrupción, Théophile Gautier intenta redescubrir la relación armoniosa que los seres humanos tenían con la Muerte antes del surgimiento del cristianismo. El tiempo del paganismo fue, para Théophile Gautier, el de la belleza; una época en la que los seres humanos representaban a la Muerte no como un reseco cadáver andante, sino con símbolos que sugieren la naturalidad del ciclo de vida. En este contexto, el lamento del paganismo irrumpe en Piras y tumbas. Es un largo grito de resentimiento contra el cristianismo que sembró en el hombre la idea de que su futuro es el polvo, no la continuidad en la naturaleza:


Ahora el Olimpo cede al Calvario;
¡Júpiter al Nazareno!
Las voces están llamando, «¡Pan está muerto!»
El anochecer se profundiza.
Sobre la negra sábana de la pena extendida
brilla el esqueleto blanqueado.


Con la muerte de Pan y el advenimiento del cristianismo, el crepúsculo se hace más profundo y el esqueleto empiez a brillar; es decir, a reemplazar las antiguas imágenes y representaciones de la Muerte [ver: ¡Pan no ha muerto!]

Piras y tumbas es un anhelo, un sueño imposible: el regreso a la visión de la Muerte del paganismo clásico. Pero Théophile Gautier no es un pitagórico. No cree que el tiempo realmente puede retroceder, «traer de vuelta el orden de los viejos tiempos». Pero cree posible el olvido, una especie de Leteo que borre las pesadillas nacidas de la civilización cristiana.


¡Vuelve, vuelve, hermoso Arte antiguo!
¡Y cubre con tu brillo de mármol
este esqueleto gótico! ¡Cada parte
consúmase en las llamas del fuego supremo!
Si el hombre es entonces una criatura
hecha a la imagen de Dios, cuando
la imagen se desvanezca, destrozada,
¡que los fragmentos alimenten el fuego!


En Piras y tumbas, Théophile Gautier critica el arte cristiano por haber establecido al Esqueleto como representación de la Muerte, y ansía el regreso del paganismo, de su arte que representaba a la Muerte de una manera más elegíaca, mediante símbolos tomados de la naturaleza, como la mariposa, los pájaros, los árboles.

En este contexto, Théophile Gautier intenta recuperar la dignidad de la Muerte, salvarla de la «degradación de la tumba»:


¡Forma inmortal! ¡Elévate en llamas
de nuevo a la fuente de la belleza,
no dejes que tu barro soporte la vergüenza,
la degradación de la tumba!




Piras y tumbas.
Bûchers et tombeaux, Théophile Gautier (1811-1872)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Ningún cadáver sombrío mostró sus defectos
en los días felices del arte pagano,
y el hombre, contento con lo que vio,
no despojó el velo del corazón de la belleza.

Ninguna forma una vez amada que yacía enterrada,
un espectro espantoso para horrorizar,
dejó caer poco a poco su carne,
como una a una nuestras vestiduras caen;

o, cuando los días habían pasado
y las piedras abovedadas se encogían,
se mostraban desnudos al ojo atrevido
un montón de huesos que traqueteaban.

Rescatadas de la pira funeraria,
las cenizas de la vida, el residuo de luz,
yacía suave, y, gastado el fuego purificador,
la dulce urna conservaba la suma del cuerpo,

La suma de todo lo que la tierra puede reclamar
de la mariposa del alma,
todo que queda de la llama gastada
sobre el trípode al final.

Entre hojas de acanto y flores
en el mármol blanco iban alegremente
los amores y las bacantes todas las horas,
bailando alrededor del monumento.

A lo sumo, un pequeño Genio salvaje
pisoteaba una llama en la penumbra,
y el florecimiento armonioso del arte sonreía
sobre la tristeza de la tumba.

La tumba era entonces un lugar agradable.
Como el lecho de un niño que se adormece,
con muchas bellas y risueñas gracias,
la alegría de la vida rodeaba a la muerte.

Entonces la muerte ocultaba su faz demacrada,
en cuyas cuencas profundas, nariz hundida
y boca reseca rondan nuestros espíritus,
más allá de cualquier sueño que muestre el horror.

El monstruo vestido de carne
ocultaba profundamente su grosera forma espectral,
y miradas vírgenes, alegres por la belleza,
se dirigían francamente al joven desnudo.

Dioses, a quienes el Arte siempre debe confesar,
gobernaron la propiedad del cielo marmóreo.
Ahora el Olimpo cede al Calvario;
¡Júpiter al Nazareno!

Las voces están llamando, «¡Pan está muerto!»
El anochecer se profundiza dentro, fuera.
Sobre la negra sábana de la pena extendida
brilla el esqueleto blanqueado.

Se desliza hasta la lápida desnuda,
y la firma con un párrafo salvaje,
cuelga una corona de huesos para brillar sobre
el sepulcro profanado por la muerte.

Levanta la tapa del ataúd, bebe
el aire mohoso, y mira dentro,
muestra un anillo de costillas y se ríe
para siempre con su horrible mueca.

Impulsa a la flota de la Muerte a danzar,
al Emperador, al Papa, al Rey,
y hace brincar al pálido corcel,
y abatir al valeroso guerrero;

detrás la cortesana se acerca sigilosamente
y hace muecas en su espejo;
bebe de la copa temblorosa del enfermo;
se adentra en la misa dorada del avaro.

Por encima de la yunta hace girar la correa,
con hueso por aguijón para apresurarla,
sigue el camino del labrador
y guía los surcos a un pozo.

Viene, el huésped no deseado,
y acecha debajo de la silla del banquete,
sin que la pálida novia lo vea, para arrebatarle
su pequeña liga de seda.

El número aumenta: los jóvenes dan la mano
a los viejos, y ninguno puede huir.
La irresistible sarabanda
compele a toda la humanidad.

Adelante corre el espantoso alto y desgarbado,
jugando al rabel, bailando locamente,
contra la oscuridad,
como lo dibujó Holbein —horror-triste—,

o, si los tiempos son frívolos,
ata el sudario alrededor de sus caderas:
entonces, como un Cupido travieso,
salta por el salón de baile,

Y hacia tumbas talladas vuelve,
donde descansan marquesas recatadas,
hastiadas de amor, con un disfraz exquisito,
en capillas sombrías y pomposas.

¡Pero oculta por fin tu espantosa forma,
actor carcomido! El tiempo suficiente,
en el lánguido melodrama de la muerte,
has interpretado tu papel sin rechazo.

¡Vuelve, vuelve, oh, Arte antiguo!
¡Y cubre con tu brillo de mármol
este esqueleto gótico! ¡Cada parte
consúmase en las llamas del fuego supremo!

Si el hombre es entonces una criatura
hecha a la imagen de Dios, cuando
la imagen se desvanezca, destrozada,
¡que los fragmentos solitarios alimenten el fuego!

¡Forma inmortal! ¡Elévate en llamas
de nuevo a la fuente de la belleza,
no dejes que tu barro soporte la vergüenza,
la degradación de la tumba!


Le squelette était invisible,
Au temps heureux de l'Art païen;
L'homme, sous la forme sensible,
Content du beau, ne cherchait rien.

Pas de cadavre sous la tombe,
Spectre hideux de l'être cher,
Comme d'un vêtement qui tombe
Se déshabillant de sa chair,

Et, quand la pierre se lézarde,
Parmi les épouvantements,
Montrait à l'oeil qui s'y hasarde
Une armature d'ossements;

Mais au feu du bûcher ravie
Une pincée entre les doigts,
Résidu léger de la vie,
Qu'enserrait l'urne aux flancs étroits;

Ce que le papillon de l'âme
Laisse de poussière après lui,
Et ce qui reste de la flamme
Sur le trépied, quand elle a lui!

Entre les fleurs et les acanthes,
Dans le marbre joyeusement,
Amours, aegipans et bacchantes
Dansaient autour du monument
;

Tout au plus un petit génie
Du pied éteignait un flambeau;
Et l'art versait son harmonie
Sur la tristesse du tombeau.

Les tombes étaient attrayantes:
Comme on fait d'un enfant qui dort,
D'images douces et riantes
La vie enveloppait la mort;

La mort dissimulait sa face
Aux trous profonds, au nez camard,
Dont la hideur railleuse efface
Les chimères du cauchemar.

Le monstre, sous la chair splendide
Cachait son fantôme inconnu,
Et l'oeil de la vierge candide
Allait au bel éphèbe nu.

Des dieux que l'art toujours révère
Trônaient au ciel marmoréen;
Mais l'Olympe cède au Calvaire,
Jupiter au Nazaréen;

Une voix dit: Pan est mort ! - L'ombre
S'étend. - Comme sur un drap noir,
Sur la tristesse immense et sombre
Le blanc squelette se fait voir;

Il signe les pierres funèbres
De son paraphe de fémurs,
Pend son chapelet de vertèbres
Dans les charniers, le long des murs,

Des cercueils lève le couvercle
Avec ses bras aux os pointus;
Dessine ses côtes en cercle
Et rit de son large rictus;

Il pousse à la danse macabre
L'empereur, le pape et le roi,
Et de son cheval qui se cabre
Jette bas le preux plein d'effroi;

Il entre chez la courtisane
Et fait des mines au miroir,
Du malade il boit la tisane,
De l'avare ouvre le tiroir;

Piquant l'attelage qui rue
Avec un os pour aiguillon,
Du laboureur à la charrue
Termine en fosse le sillon;

Et, parmi la foule priée,
Hôte inattendu, sous le banc,
Vole à la pâle mariée
Sa jarretière de ruban.

A chaque pas grossit la bande;
Le jeune au vieux donne la main;
L'irrésistible sarabande
Met en branle le genre humain.

Le spectre en tête se déhanche,
Dansant et jouant du rebec,
Et sur fond noir, en couleur blanche,
Holbein l'esquisse d'un trait sec.

Quand le siècle devient frivole
Il suit la mode; en tonnelet
Retrousse son linceul et vole
Comme un Cupidon de ballet

Au tombeau-sofa des marquises
Qui reposent, lasses d'amour,
En des attitudes exquises,
Dans les chapelles Pompadour.

Mais voile-toi, masque sans joues,
Comédien que le ver rnord,
Depuis assez longtemps tu joues
Le mélodrame de la Mort.

Reviens, reviens, bel art antique,
De ton paros étincelant
Couvrir ce squelette gothique;
Dévore-le, bûcher brûlant!

Si nous sommes une statue
Sculptée à l'image de Dieu,
Quand cette image est abattue,
Jetons-en les débris au feu.

Toi, forme immortelle, remonte
Dans la flamme aux sources du beau,
Sans que ton argile ait la honte
Et les misères du tombeau!


Théophile Gautier
(1811-1872)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Théophile Gautier.


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El análisis, traducción al español y resumen del poema de Théophile Gautier: Piras y tumbas (Bûchers et tombeaux), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

El despertar de la Diosa Madre: análisis de «El pantano de la luna» de Lovecraft.


El despertar de la Diosa Madre: análisis de «El pantano de la luna» de Lovecraft.




Hoy en El Espejo Gótico analizaremos el relato de H.P. Lovecraft: El pantano de la luna (The Moon-Bog), escrito en 1921 y publicado originalmente en la edición de junio de 1926 de la revista Weird Tales. Posteriormente sería reeditado por Arkham House en la antología de 1943: Más allá del muro del sueño (Beyond the Wall of Sleep).


[«Y esa noche mis sueños de flautas y peristilos de mármol llegaron a un final repentino e inquietante; porque sobre la ciudad en el valle vi descender una pestilencia, y luego una espantosa avalancha de laderas boscosas que cubrieron los cadáveres en las calles y solo dejaron sin enterrar el templo de Artemisa en el alto pico, donde yacía la anciana sacerdotisa de la luna, Cleis, fría y silenciosa con una corona de marfil en su cabeza de plata.»]


El narrador de El pantano de la luna visita a un viejo amigo en el condado de Meath, Irlanda. Denys Barry hizo una fortuna en los Estados Unidos, que está utilizando para restaurar su ancestral hogar en Kilderry. Los lugareños inicialmente aprueban estas reformas, pero para el momento de la visita del narrador, todos han abandonado el pueblo. Barry planea drenar el pantano junto a su castillo, y no tiene paciencia para escuchar las leyendas sobre su sombrío espíritu guardián y la antigua ciudad de piedra que duerme bajo el pantano.

Se dice que los hijos de Partholón construyeron la ciudad en años fabulosos, antes de morir a causa de la peste. Su diosa de la luna los enterró bajo las colinas. Solo unas extrañas ruinas blancas permanecen sobre la superficie, brillando espectralmente desde su islote en el pantano. Nuestro narrador puede ver las ruinas desde su habitación en la torre, y en su primera noche en Kilderry cree escuchar una música tenue flotando sobre las aguas.

Barry ha reemplazado a los supersticiosos aldeanos de Kilderry con sirvientes y trabajadores del norte. El cambio de aire no parece ser beneficioso para ellos. Se despiertan exhaustos por sueños que no pueden recordar. Interrogados por el narrador, algunos recuerdan haber escuchado sonidos extraños.

La segunda noche, el narrador sueña con una ciudad de mármol. La peste destruye al populacho. Las colinas se deslizan hacia abajo para cubrir a los muertos, dejando expuesto solo el templo de Artemisa. Se despierta con un silbido salvaje. Desde su ventana mira hacia abajo, hacia un grupo de personas que bailan. La mitad son los trabajadores que deberían estar dormidos. La otra mitad son mujeres vestidas de blanco, como náyades. Lógicamente, los trabajadores están exhaustos a la mañana siguiente. El narrador, hasta entonces emocionado por drenar el pantano y sondear sus secretos arqueológicos, ahora teme la idea de perturbarlo. Barry, sin embargo, se ríe de sus vacilaciones.

La tercera noche el narrador despierta en una habitación llena de un resplandor rojo. Suenan las reverberaciones de una flauta. Teme mirar por las ventanas. Se viste y se prepara para escapar del castillo. Sin embargo [no puede evitarlo] primero mira hacia el este a través del pantano y ve las distantes ruinas de mármol. Este edificio restaurado de manera imposible arroja rayos escarlata que hacen que todo el paisaje parezca infernal. Entonces mira hacia el norte, hacia el pueblo. Una vez más, los espectros del pantano y los trabajadores bailan juntos, los humanos se tambalean, ciegos e idiotas, como si fueran arrastrados por una voluntad demoníaca. Los sirvientes de Barry se unen a la procesión hacia el pantano. Las náyades se derriten con gracia en las aguas; los humanos se sumergen sin luchar. La música se detiene. La luz roja se apaga. Una luna pálida comienza a ascender.

El narrador se descubre a sí mismo orando a cada deidad griega que puede recordar. Tal vez eso lo salve del viento helado que sopla a través del pantano. Cae, indefenso, mientras sus gritos alcanzan un tono indescriptible. En algún momento se anima a huir. Avanzando a lo largo del borde del pantano, se da cuenta de que sus profundidades, antes sin vida, ahora albergan enormes ranas. Entonces observa un rayo de luz que forma un camino pálido hacia las ruinas lejanas. En el rayo está el horror supremo: una sombra que se retuerce como si estuviera en las garras de unos captores invisibles, una sombra en la que el narrador ve una efigie blasfema de su viejo amigo, Denys Barry.

Nuestro narrador se encuentra al día siguiente cerca de un pueblo vecino, vagando sin sentido. Cuando sale de su misericordioso olvido, no puede explicar a las autoridades la desaparición de Barry y de los trabajadores. Desde entonces se estremece en los lugares pantanosos, a la luz de la luna.


Lo primero que salta a la vista al analizar El pantano de la luna, es que uno esperaría que Lovecraft sea mordaz, cuando no directamente despectivo, con los irlandeses, pero excepto por la suposición de que los campesinos son supersticiosos, su interpretación aquí es bastante comprensiva, tal vez por estar influenciada por Lord Dunsany, quien suele acentuar la deferencia hacia los señores por parte de las clases bajas rurales [ver: Los Mitos de Pegana: la mitología de Lord Dunsany]

Si bien no parece ser exactamente una historia de los Mitos de Cthulhu, es difícil no relacionar esas flautas enloquecidas con las de algunos cultos humanos a los dioses antiguos [ver: Lovecraft y el culto secreto de los Antiguos]. Por otro lado, El Libro de los Invasiones [Leabar Ghabhala] es real, una pseudohistoria medieval que mezcla las mitologías pagana, cristiana y celta. Además de ofrecer una base para la historia de fondo de El pantano de la luna, su mención justifica el empleo de todas esas mitologías junto con los tropos más habituales de Lovecraft.

El Libro de las Invasiones básicamente relata la historia de Partholón y sus seguidores, quienes descienden de Noé. Después de vagar por lugares tan variados como Grecia, Anatolia, Sicilia e Iberia, se establecieron en el oeste de Irlanda y se ocuparon de introducir la agricultura, la cerveza, el comercio y la arquitectura [presumiblemente en mármol blanco] a los rudimentarios locales. Una plaga cayó sobre ellos y acabó con todos, según se dice, en una semana. Tuan supuestamente sobrevivió a una serie de metamorfosis en animales y luego volvió a adoptar un cuerpo humano en el siglo VI para poder contar la triste historia de Partholón y los suyos.

El narrador de El pantano de la luna de Lovecraft es propenso a las alucinaciones; sin embargo, no es un narrador poco confiable, sobre todo porque generalmente se las arregla para distinguir sus alucinaciones de la realidad, lo cual hace que su incertidumbre al final de la historia sea mucho más efectiva.

Es relativamente sencillo ceder ante los dispositivos superficiales de El pantano de la luna. Después de todo, tiene casas antiguas y espeluznantes, pantanos terroríficos y criaturas incomprensibles más allá del espacio-tiempo que llevan a los durmientes a su perdición. Todo eso está muy bien, pero el motivo central resulta mucho más interesante. En definitiva, estas criaturas están tratando de proteger a su amado pantano de la lógica del progreso, representado en la historia por este sujeto dispuesto a reformar toda el área, a profanar su historia bajo pretextos banales. Porque el verdadero error de Denys Barys no está en reclamar su herencia, sino en tratar de modernizarla [ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft]

Hay mucho que salta a la vista en El pantano de la luna que luego se derrumba en una lectura posterior. Estoy seguro de que la mayoría opinará que es una excelente combinación de horror cósmico con los aspectos más oscuros de los mitos celtas; sin embargo, Lovecraft solo menciona explícitamente nombres y leyendas de los mitos griegos, aunque las propias criaturas, y la trama misma, se basan en los cuentos de hadas irlandeses [ver: Los cuentos de hadas y una Teoría sobre la Imaginación]

Curiosamente, esta fusión es eficaz. En lugar del esperable sincretismo profano entre los Dioses Mayores y los humanos, El pantano de la luna de algún modo lima los bordes entre las mitologías y las integra en un mismo marco de forma creíble.

No puedes obtener la misma reacción del lector al utilizar Hadas, Dioses Mayores, extraterrestres o seres interdimensionales. Hay una escala de miedo e incomprensibilidad. Por ejemplo, las Hadas [al menos para mí] pueden, a lo sumo, ser criaturas benévolas o malévolas, pero en cierto modo cómodas, familiares; en esencia, terráqueas. Los seres de los Mitos de Cthulhu son mucho más incomprensibles. Poseen una agenda que está muy por encima de nuestra comprensión. Sin embargo, El pantano de la luna ajusta esa escala, haciendo que estos simpáticos seres de nuestras mitologías resulten congruentes con las entidades imposibles de los Mitos, a pesar de que Lovecraft no las mencione específicamente [ver: Seres Interdimensionales en los Mitos de Cthulhu]

Lovecraft es un verdadero maestro al proporcionar y administrar esta escala de incomprensibilidad. En algunas historias tenemos a estos seres que van desde lo relativamente comprensible, como los Yith y el propio Cthulhu, a los decididamente alienígenas, como los pólipos voladores. Muy pocos escritores pueden hacer funcionar la incomprensibilidad total. Uno de ellos es Lovecraft, quien a menudo juega con la idea de que la comprensión de algo es en sí mismo el destino más horrible al que podemos aspirar.

En este contexto, emplear a las Hadas es una jugada arriesgada. Su familiaridad atenta contra el efecto sorpresivo. Pero, cuando la gente parece haber estado bailando en el bosque toda la noche, pero a la mañana siguiente solo recuerda que se fue a dormir, sabes muy bien lo que está pasando. Por lo tanto, tratar de unir a las Hadas con el Horror Cósmico requiere un trabajo meticuloso, y El pantano de la luna realmente lo consigue.

Es importante mencionar que El pantano de la luna fue escrito por Lovecraft para ser leído el Día de San Patricio durante una reunión de periodistas aficionados en el Hub Club de Boston, en marzo de 1921. El flaco de Providence es un poco laxo en su geografía. Sitúa al pueblo de Kilderry en el condado de Meath, al noroeste de Irlanda, cuando en realidad está ubicado en el condado de Kerry, en el extremo suroeste de la isla. Hay un Ballinlough en Meath, que supongo que podría ser el Ballylough de Lovecraft, la parada de tren más cercana al castillo condenado de Barry.

Supongo que si Lovecraft tenía la intención de leer El pantano de la luna después de la cena, no era conveniente hacerlo demasiado largo. De hecho, la descripción y el ritmo sufren menos en esta historia que la caracterización. Denys Barry es un cifrado casi total. Es rico, se ríe mucho, quiere salirse con la suya, y tiene un vago pero no redentor interés por la antigüedad. El narrador es todavía peor. Es amigo de Barry y una especie de psíquico. Le gusta la antigüedad, ha tenido una educación clásica, y está bien preparado para huir del horror final, que convenientemente olvidará.

Si bien son descendientes de Noé, Lovecraft llama al Pueblo de Partholón «hijos de Grecia», y con buenas razones. Algunas leyendas sostienen que Partholón era hijo de Sera, rey de Grecia. Tuvo que salir del país después de deshacerse de sus padres y terminó en Irlanda. Hay otras historias interesantes de Partholón matando al amante y al perro de su esposa, no necesariamente en ese orden. El asesinato del amante de su esposa es comprensible, pero, ¿el perro? Parece excesivo. Tal vez por eso la plaga cayó sobre él y sus descendientes, incluida la rama que menciona Lovecraft. La diosa patrona de Partholón y los suyos era Artemisa, la cazadora, notoriamente aficionada a los perros. Así que podría ser que ella quién se vengó por la ofensa, aunque después se haya apiadado de sus víctimas lo suficiente como para enterrarlos bajo las colinas.

Barry encarna la atroz cultura occidental de hacer uso del espacio «desperdiciado», en este caso, por esa molesta naturaleza. Barry se propone «despojar al pantano prohibido de su musgo verde y brezo rojo, y ahogar a los pequeños arroyos y tranquilos estanques azules bordeados de juncos.» Uno podría pensar que alterar este ecosistema podría producir algún tipo de pequeño desastre ecológico localizado. En este contexto, el sueño posterior del narrador no es caprichoso, porque el desastre ecológico realmente ocurre:


[«Y luego una espantosa avalancha de laderas boscosas cubrieron los cadáveres en las calles y solo dejaron sin enterrar el templo de Artemisa en el alto pico, donde la anciana sacerdotisa de la luna, Cleis, yacía fría y silenciosa con una corona de marfil sobre su cabeza plateada.»]


Evidentemente, Cleis y las ranas, que una vez fueron los desventurados trabajadores privados de sueño, no están dispuestos a que un desarrollo inmobiliario convierta su santuario pagano en una zona urbanizada [ver: ¡Vamos a Arkham!: Lovecraft y sus paisajes]

Además de ser una historia temprana, El pantano de la luna padece el hecho de haber sido escrito para una lectura de sobremesa. Deberíamos ver muchas interacciones entre Berry, los aldeanos y los trabajadores posteriores, pero no obtenemos nada de eso. La tendencia de Lovecraft a contar, en lugar de mostrar, es mucho más fuerte aquí que en otros relatos más desarrollados. Por ejemplo, elementos muy interesantes como las ranas y la falta de vida en el pantano durante el curso de la narración, apenas son mencionados, lo cual hace difícil concluir que todos esos trabajadores y sirvientes se convirtieron en ranas. Después de todo, a Artemisa le gustaba convertir a las personas en animales; lo cual contecta esta historia con El Templo (The Temple).

Como muchos cuentos de Lovecraft, El pantano de la luna es una historia donde el motivo principal es la transgresión de un tabú. Barry obtiene suficientes señales de que está metiéndose donde no debe. Conoce las tradiciones locales sobre el pantano y además presencia cómo todos los trabajadores que viven en el área empacan sus cosas y se van. Lamentablemente para él, sus reemplazantes no han crecido al abrigo de estas «supersticiones», por lo que no están atentos a las señales de que algo anda mal. Es cierto, se despiertan cansados, pero eso no es suficiente para infundirles miedo. Después de todo, las personas que realizan trabajos manuales intensos se despiertan cansadas. No, la responsabilidad de romper el tabú del pantano recae exclusivamente sobre Barry.

En este contexto, Lovecraft revierte la dinámica de los cuentos de hadas tradicionales. Por ejemplo, en un cuento popular tradicional que trate este tipo de cosas, la gente ignoraría las advertencias y las tradiciones; y solo el sobreviviente final tendría una idea clara de la transgresión. En definitiva, se salvaría por ser el único que respeta el tabú. Pero eso no es lo que hace Lovecraft. En El pantano de la luna, el responsable de romper el tabú de algún modo consigue sobrevivir hasta el final. Es un universo inseguro donde ninguna precaución es suficiente, la salvación a veces proviene del azar.

El escenario de El pantano de la luna es ideal. Los pantanos, ciénagas y humedales son, en esencia, territorios intermedios. No estamos completamente en el agua ni en tierra firme, lo cual puede ser fuente de desorientación y temor. Este es el reino de los anfibios, seres nacidos en el agua pero capaces de arrastrarse por la tierra, atraídos por la luz, pero siempre ligados física y espiritualmente a su oscuro origen acuoso. Lo típicamente separado u opuesto [como el agua y la tierra] se une temporalmente en un equilibrio inestable. Las categorías pierden sus límites; las cosas cambian de forma [ver: El Pantano Arquetípico en el Horror]

El Pantano también encuentra algunas expresiones femeninas en la obra de Lovecraft, desde escenarios hasta apellidos, desde el pantano donde se encuentra la estatua de Cthulhu hasta las lúgubres marismas en las afueras de Arkham donde Walter Gilman es enviado por la bruja Keziah Mason. No obstante, el Pantano más significativo en términos de expresión de la feminidad sagrada en Lovecraft es El pantano de la luna, cuyas aguas turbias ocultan un verdadero reino de maravillas femeninas: Hadas, Náyades, un templo de Artemisa y, por supuesto, el poder y la influencia de la feminidad sagrada sobre los hombres.

Los pantanos también figuran incidentalmente en Polaris (Polaris) y La declaración de Randolph Carter (The Statement of Randolph Carter), asociados en este último relato con la «exuberancia bruta de la vegetación malsana» típicamente pagana [ver: ¡Warren NO está muerto!]. Esto forma un escenario que Randolph Carter denomina «sombras amorfas», las cuales participan en «alguna procesión ceremonial blasfema», una imagen muy parecida a la procesión hipnótica, femenina, fatal, que Lovecraft desarrolla en El pantano de la luna [ver: Cultos paganos en los Mitos de Cthulhu]

Es importante mencionar que Lovecraft no está explorando un terreno desconocido aquí. Los Pantanos a menudo se asocian en la mitología con poderes femeninos. Por ejemplo, el antropólogo Erich Neumann escribe en La Gran Madre (Die große Mutter) sobre la legendaria «Dama del Agua» de los mitos nórdicos, donde se la consideraba como la Madre Primordial. En El miedo a lo femenino (Die Angst vor dem Weiblichen), Neumann va más lejos y sugiere una conexión entre las palabras germánicas mutter [«madre»] y morast [«pantano»], una conexión etimológica que se parece mucho a una relación similar, pero en términos psicológicos, establecida por Ernest Jones, quien sugirió que las palabras femeninas marsh [«pantano»], mare [«yegua»] y mara [la bruja nocturna de la pesadilla] proceden de la misma raíz [ver: Lovecraft y las lenguas prehumanas]

Aunque es arriesgado simplificar demasiado, muchas de las visiones más poderosas de Lovecraft pueden situarse en este territorio intermedio y arquetípico que es el Pantano. Además, buena parte de la obra del flaco de Providence tiene que ver con los sueños, es decir, con imágenes que progresan de la oscuridad del subconsciente a la luz de la consciencia.

La mayoría de los críticos de Lovecraft, entre ellos, S.T. Joshi [Yo soy Providence (I am Providence)], coinciden en afirmar que El pantano de la luna es un relato mediocre. Ciertamente es un relato con motivos convencionales [venganza sobrenatural], pero también es justo decir que El pantano de la luna es una de las historias más abiertamente sobrenaturales de Lovecraft, y eso la conecta significativamente con muchas de sus historias posteriores de los Mitos de Cthulhu.

El pantano de la luna es interesante en varios niveles. La legendaria ciudad que acecha bajo el pantano era un puesto de avanzada de una antigua sociedad griega. De este modo Lovecraft superpone creativamente su fascinación por la mitología y la cultura griega en el campo irlandés. En la escena culminante, las ruinas se transforman en el espléndido «ápice de un templo en la cima de una montaña», y el narrador se encuentra rezando a las antiguas deidades griegas. Lovecraft vincula ingeniosamente el canto de las ranas en el pantano con el sonido salvaje de la flauta que se escucha en la noche mientras los antiguos rituales se desarrollan espectralmente. Como en un sueño [y la mitad de esta historia es una serie de sueños recordados que tienen lugar a la luz de la luna], las imágenes del pasado se mezclan con el presente y los sonidos de la naturaleza se mezclan con los del extático culto religioso [ver: H.P. Lovecraft vs. Freud: la interpretación de los sueños según Cthulhu]

A propósito, y a pesar de su reserva general, Lovecraft identifica de manera conmovedora la atracción libidinosa de los ritos impíos:


[«Temblando con un terror extrañamente mezclado con éxtasis, crucé la habitación circular hacia la ventana norte. Allí mis ojos se dilataron de nuevo con un asombro salvaje.»]


Los lectores de Lovecraft encontrarán en El pantano de la luna algunas conexiones interesantes. Por ejemplo, un descendiente de antiguos nobles ingleses, como Barry lo es de la aristocracia irlandesa, regresa a sus tierras ancestrales para restaurar Exham Priory en Las ratas en las paredes (The Rats In the Walls), con consecuencias igualmente desastrosas [ver: El nido de Nyarlathotep: análisis de «Las ratas en las paredes»]. Hay una referencia al monte Menalo, la ubicación de los escultores condenados, Kalos y Musides, en El árbol (Te Tree), escrito el mismo año que El pantano de la luna. En esencia, la misma ansiedad del autor por los batracios puede encontrarse en Dagón (Dagon) y luego en La sombra sobre Innsmouth (The Shadow Over Innsmouth) [ver: El despertar del Dios-Pez: análisis de «Dagón»]

Ahora bien, no es esta la primera vez que Lovecraft asocia una isla relativamente pequeña con cultos paganos. Por allí tenemos las islas levantadas de R'lyeh, los islotes en el Miskatonic descritos en El color que cayó del espacio (The Colour Out Of Space), Los sueños en la casa de la bruja (The Dreams in the Witch House); y los «monolitos siniestros en islas deshabitadas» en El grabado en la casa (The Picture in the House) [ver: El horror en el patio trasero: análisis de «El grabado en la casa»]

De hecho, es frecuente que Lovecraft asocie estas islas con algún tipo de culto oscuro, probablemente debido a su juventud clasicista. Aunque evidentemente es un cuento irlandés, el elemento clásico en El pantano de la luna predomina en la narración, en este caso, bajo la figura maléfica de una sacerdotisa de Artemisa, llamada Cleis, enterrada en un templo sumergido en un pantano irlandés. El mito de Partholón vincula a los mitos griegos y los mitos celtas, como ya hemos visto, también la figura de Deméter [la cual se menciona en la historia] quien, según el mito, también fue adorada en Irlanda.

El mayor avance que hace Lovecraft en El pantano de la luna, en términos de su cosmología posterior, es su atribución del Mal a una fuente clásica: en este caso, la diosa Artemisa, que incluso en el período clásico integraba aspectos tanto benévolos como malévolos. Artemisa también estaba asociada con la luna creciente y ciertos ritos sádicos que incluían el sacrificio humano. Conocida por los romanos como Diana, Artemisa ocupó un lugar destacado en los cultos de fertilidad de la Edad Media, que también desempeñaron un papel importante en la ficción de Lovecraft. [ver: Diosas en los Mitos de Cthulhu]

Las Ninfas y Náyades, compañeras de Artemisa, también aparecen en El pantano de la luna, llevando a los campesinos a la muerte en el pantano [después de lo cual algunos de ellos aparentemente se transforman en ranas]. Lovecraft finalmente invoca el espíritu orgiástico de la bacanal, que ya no es únicamente una fuerza de retribución o venganza justa, sino una fuerza negativa, con el baile, las procesiones ceremoniales y los ritmos hipnóticos y femeninos que conducen a una muerte inevitable.

Lovecraft también asocia tentativamente este trasfondo griego con la locura en la escena en la que el narrador cruza la línea hacia la locura y comienza a rezar [como lo hizo Lovecraft durante su juventud] a las diosas clásicas, «mientras los horrores de la situación despertaban mis más profundas supersticiones». Las flautas de Pan también hacen su aparición en El pantano de la luna, [«el sonido de las flautas salvajes en la noche»], y son asociadas específicamente a los mitos griegos como «aires extraños y salvajes que me hicieron pensar en una danza de faunos en el lejano Ménalo».

A pesar de los males provocados por las fuerzas femeninas en El pantano de la luna, Lovecraft sigue siendo ligeramente equívoco en su inversión de la mitología griega. Al igual que en La calle (The Street) y En las Montañas de la Locura (At the Mountains of Madness), donde los narradores son capaces de discernir espejismos de una gloria pasada que brillan sobre ruinas decadentes, el narrador de El pantano de la luna tiene una visión de la ciudad de Artemisa sobre las ruinas del pantano, elevándose «majestuosa e intacta, espléndida y rodeada de columnas». Al mismo tiempo observa «con asombro y terror, formas oscuras, saltantes, recortadas grotescamente contra la visión de mármol y refulgencia». Aquí Lovecraft muestra una especie de coexistencia entre la grandeza clásica, por un lado, y la decadencia bacanal, por el otro. Es inevitable no pensar en la civilización de los Antiguos en su apogeo y su período de decadencia inducido por los Shoggoth [ver: Lovecraft y la IA: el futuro es de los Shoggoth]

Otro detalle interesante en relación con la feminidad sagrada es esta influencia o hipnosis que arrastra a los trabajadores a la muerte; ya sea por las Náyades, la sacerdotisa, o por la propia diosa Artemisa. Reducidos a un estado de sumisión perruna por las fuerzas femeninas que emanan del pantano, los trabajadores siguen la procesión de hembras «con pasos ciegos, descerebrados, tambaleantes, como si fueran arrastrados por una voluntad demoníaca, torpe pero irresistible», hasta que finalmente se ahogan o se transforman en batracios. Y, al igual que En las Montañas de la Locura, El pantano de la luna culmina con el avistamiento de la escalera lunar, descrita aquí por el narrador como «uno de los incidentes fantásticos que me trastornó por completo», donde cree ver la sombra espectral de su amigo, Denys Barry, «retorciéndose lentamente, una vaga sombra contorsionada que lucha como si fuera atraída por demonios invisibles».

La reducción de los hombres a bestias por parte de las mujeres es un tema común en los mitos clásicos. Pensemos en la transformación de los amantes de Ishtar en animales, o la de la tripulación de Ulises en cerdos por parte de Circe. Algo similar sucede en El pantano de la luna, donde los trabajadores son convertidos en batracios por esta abrumadora voluntad femenina representada en las Náyades. Estos elementos de lo Femenino [el hipnotismo, la bacanal y la parálisis], se combinan en Lovecraft con la imagen recurrente de procesiones ceremoniales femeninas a lo largo de sus escritos, que a menudo conducen a la muerte de sus participantes masculinos. El mismo dispositivo se encuentra en El horror en Red Hook (The Horror at Red Hook), El horror en la Playa Martin (The Horror at Martin’s Beach), La declaración de Randolph Carter y en el poema: Unda o La novia del mar (Unda; or, The Bride of the Sea). Todas estas imágenes de procesiones ceremoniales femeninas parecen reflejar alguna ansiedad palpable en la mente de Lovecraft, y todas ellas, evidentemente, están alejadas de cualquier noción de lo cósmico.

Es tentador trazar aquí un paralelo entre las visiones de Lovecraft sobre la maternidad, y como sus propias referencias maternales cobran gran importancia en su ficción; por supuesto, transfiguradas a través de procesos inconscientes [sueños y pesadillas]. En El pantano de la luna nuevamente encontramos a Lovecraft invocando los motivos de tamaño y edad que también caracterizan a la Gran Raza y a los Antiguos. No importa si se trata de una bruja o una «envejecida sacerdotisa de la luna», estas figuras femeninas primordiales reflejan la persistente visión infantil de Lovecraft con respecto a la maternidad [ver: La maternidad fallida en «Drácula»]




H.P. Lovecraft. I Mitos de Cthulhu.


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El artículo: El despertar de la Diosa Madre: análisis de «El pantano de la luna» de Lovecraft fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



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