El horror en el patio trasero: análisis de «El grabado en la casa».


El horror en el patio trasero: análisis de «El grabado en la casa».




Hoy analizaremos el relato de H.P. Lovecraft: El grabado en la casa (The Picture in the House), publicado originalmente en la edición de julio de 1919 de la revista The National Amateur, y luego reeditado en la edición de enero de 1924 de Weird Tales. En 1939 sería reeditado por Arkham House en la antología: El extraño y otros (The Outsider and Others).


[El paisaje más horrible es aquel que puede verse a gran distancia de los caminos transitados, casitas de madera sin pintar, generalmente agazapadas bajo alguna ladera húmeda y cubiertas de hierbas. Durante doscientos años han estado en aquellos parajes mientras las enredaderas reptaban por el suelo y los arboles se multiplicaban. Hoy las casas están prácticamente ocultas entre la vegetación, pero las ventanas siguen observando fijamente, como si parpadearan en medio de un estupor letal que detuviera la locura a la vez que disipara el recuerdo de las cosas inexpresables.]


RESUMEN:

Un narrador sin nombre [Randolph Carter, ¿eres tú?] está haciendo un recorrido en bicicleta por el Valle de Miskatonic en busca de datos genealógicos. Señala que los buscadores del horror acechan en lugares extraños y lejanos; él, sin embargo, encuentra las antiguas granjas de los bosques de Nueva Inglaterra mucho más aterradoras. Combinan fuerza y soledad, grotesco e ignorancia, en la perfección de lo espantoso. ¿Por qué? Porque mientras buscaban la libertad en el aislamiento, los puritanos siguieron siendo esclavos de sus lúgubres creencias y su mórbida represión. Sus antiguas casas [lo que queda de ellas] son los únicas testigos de sus pecados [ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror]

H.P. Lovecraft nos sitúa en noviembre de 1896, donde nuestro narrador queda atrapado en una tormenta en los campos de Arkham. Busca refugio en una decrépita casa al pie de una colina rocosa. Aunque está cubierta de maleza, no parece desierta, por lo que llama a la puerta. Nadie responde, pero la puerta resulta estar abierta. El narrador entra a un vestíbulo donde las paredes transpiran yeso y acecha un olor tenue pero odioso. Una puerta conduce a una sala de estar cuyo mobiliario no incluye nada posterior de mediados del siglo XVIII. Lo oprime un aire de vejez impía. Entonces descubre un libro sobre la mesa: el Regnum Congo de Pigafetta, editado en 1598. Hojea el texto en latín, sus curiosos grabados [uno de ellos encabeza este artículo] que describen el paroxismo de una carnicería caníbal.

De repente se oyen pasos en el piso de arriba. Después de todo la casa no está desierta. Los pasos, inquietantemente sigilosos, descienden por las escaleras. El hombre que entra en la sala de estar tiene una larga barba blanca y viste harapos, es alto y de aspecto poderoso a pesar de su evidente edad. Su rostro está rubicundo, sus ojos azules, penetrantes. A pesar de su apariencia poco atractiva, saluda a su visitante inesperado con hospitalidad y un dialecto anticuado.

Nuestro narrador hizo bien en salir de la lluvia, dice el anciano. Y es bueno ver una cara nueva. El narrador es un hombre de la ciudad, ¿no es así?, como ese maestro de escuela del distrito que desapareció en el ochenta y cuatro [risa inexplicable]. El narrador le pregunta por su copia de Regnum Congo. El anciano se vuelve aún más locuaz. Le quitó ese libro al Capitán Ebenezer Holt en el sesenta y ocho. Extraño, piensa el narrador. En su investigación genealógica ha visto referencias a Holt, pero no en ningún registro desde la Guerra de la Independencia.

Extrañamente, el anciano no sabe leer latín, pero le gusta mirar los grabados. Parson Clark, de quien dicen que se ahogó en el estanque, solía traducirle el libro. ¿Podría su visitante hacer lo mismo? El narrador obedece, y el anciano lo premia enseñándole el mejor grabado de todos: la carnicería caníbal. El narrador está poco emocionado por la macabra representación de miembros amputados y un carnicero empuñando un hacha. El anciano obviamente lo disfruta. Confiesa que solía mirar el grabado antes de matar ovejas, lo que hacía que la matanza fuera más divertida de alguna manera.

Mientras el narrador se estremece, afuera retumba un oportuno trueno. El anciano continúa diciendo que el grabado le abrió el apetito. Al parecer, cree que la carne tiene propiedades especiales, entre ellas, la de hacer que un hombre viva más tiempo [ver: «In Articulo Mortis»: Lovecraft y algunas opciones para retrasar la muerte]

Entonces cae una gota sobre el libro abierto. ¿Una gotera en el techo? No. La lluvia no es roja. El anciano mira hacia el techo, que debe ser el piso de la habitación de la que salió en primer lugar. Una mancha irregular, húmeda, carmesí, se filtra a través del yeso. El narrador no grita ni se mueve. Cierra los ojos. Un momento después, un rayo golpea la casa maldita, dejándole un olvido que salva su cordura.

En El grabado en la casa, Lovecraft prescinde del horror cósmico. Solo una breve descripción de las catacumbas de Ptolomeo, las torres del Rin iluminadas por la luna y algunas ciudades asiáticas olvidadas, quizás para contrastar con el horror más próximo de las viejas casas de Nueva Inglaterra. En este contexto, los pobres de las zonas rurales constituyen la perfección del horror porque son los descendientes caídos de una raza conquistadora, que prosperan [o involucionan] libres de las restricciones de la civilización; por ejemplo, adoptando las prácticas bárbaras del Congo. Las casas, sin embargo, ahuyentan la locura a través de un estupor que embota el recuerdo de las cosas indecibles que ocurieron en ellas.

La gente que vive en esas casas es aún peor.

En cuanto a los Mitos de Cthulhu, en El grabado en la casa encontramos la primera mención tanto del Valle de Miskatonic como de Arkham. El grabado en cuestión está en un libro extremadamente raro, pero real. Es evidente que Lovecraft nunca lo leyó, pero no importa. Utiliza su versión en una historia que no se trata de África en absoluto. Tampoco de ningún otro país exótico que los buscadores demasiado perspicaces de lo macabro puedan acechar sin comprender; ya que el mayor horror está en el patio trasero: Nueva Inglaterra.

El resto de la biblioteca de la casa incluye una Biblia, El progreso del peregrino (Pilgrim's Progress) y el Magnalia Christi Americana de Cotton Mather.

El grabado en la casa comienza como un manifiesto sobre el horror, pero su germen, quizás, fue un sueño. El incidente central tiene la inquietante lógica de una pesadilla, de esas en las que recuerdas detalles tan nítidos que tienes que hacer algo con ellos. Aquí esos detalles serían la casa, el libro, el anciano y la gota de sangre. ¿Qué hacer con todo esto? Bueno, quizás encuadrarlos con el manifiesto y el viaje de un genealogista.

El rayo final, tomado quizás de La caída de la Casa Usher (The Fall of the House of Usher) de Edgar Allan Poe [y también de La tumba (The Tomb) del propio Lovecraft] es una salida poco elegante, incluso torpe. ¿Debemos suponer que la casa y su monstruoso propietario son destruidos, mientras que el narrador sobrevive, físicamente intacto y cuerdo? ¿Y su bicicleta? ¿Tendrá que caminar hasta Arkham ahora? ¿O acaso todo el incidente fue soñado? [ver: «El Extraño» de Lovecraft como secuela de «La Casa Usher» de Poe]

La naturaleza personificada y las casas son elementos frecuentes en las historias de Lovecraft. Las enredaderas se arrastran, los árboles estiran sus brazos y las ventanas parpadean y observan maliciosamente. Los puritanos, toda su nostalgia, fanatismo y represión [convertidos en perversión], reciben una buena dosis de desprecio por parte de Lovecraft. No le agradaban sus antepasados ​​del siglo XVII. Es demasiado duro con los puritanos, creo. Después de todo, Cotton Mather se arriesgó a vacunarse contra la viruela, Samuel Sewall luego se arrepentiría de su participación en los juicios de Salem, y Roger Williams predicaría la separación de la iglesia y el Estado [ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft]

La evidencia sugiere que los puritanos ocasionalmente tenían estos brotes de locura y perversión en sus comunidades aisladas, pero hay algo fascinante en la intensidad de su experiencia, en esa desconcertante concepción de la Gracia como algo que no se gana solo con la observancia religiosa. En cierto modo, se consideraban predestinados a la salvación. Si es así, bueno, podrías pecar tranquilamente, incluso asar algunas hamburguesas hechas con extremidades y miembros amputados, sin comprometer tu salvación final.

En otras palabras, Lovecraft propone que la brutalidad de los puritanos no es consecuencia de su caracter insalvable, todo lo contrario, podían ser caníbales precisamente porque ya estaban salvados. Solo necesitas recibir un par de azotes y estás redimido. Eso sí, sé prudente; no dejes que nadie sepa sobre las hamburguesas. Digamos que el maestro de escuela desapareció, que el párroco se ahogó en el estanque. Cosas que pasan.

Volviendo al manifiesto en la apertura de El grabado en la casa, creo que Lovecraft tiene razón sobre cómo la familiaridad puede aumentar el terror de una situación [ver: Lo Siniestro en la ficción: cuando lo familiar se vuelve extraño]. Quiero decir, uno espera que los vampiros merodeen por las noches de Transilvania, pero cuando invaden Londres, como en el Drácula de Bram Stoker, o un pequeño pueblo de la campiña inglesa, como en Señora Amsworth (Mrs. Amsworth) de E.F. Benson, o cuando flotan fuera de las ventanas en los suburbios de un pueblito de Maine, como lo hacen en Jerusalem's Lot de Stephen King, las cosas se ponen mucho más interesantes [ver: Drácula visita Salem's Lot]

Lo Siniestro en tu propio vecindario es el más eficaz, el más perverso. ¡Oye, yo vivo aquí! Esto no debería ser así. No en mi patio trasero.

Y Nueva Inglaterra era el patio trasero de Lovecraft.

Más aún, Lovecraft amplía ese entorno de peligro inminente sobre nuestro patio trasero incluyendo a todo el planeta. De eso se trata el horror cósmico. A gran escala, incluso a escala cósmica, Lovecraft sigue aferrándose al poder del horror doméstico, local. Después de todo, la Tierra es nuestro vecindario, nuestro patio trasero en ese vasto y caótico cosmos poblado de Dioses Exteriores [ver: Cosmicismo: la filosofía del Horror Cósmico]

Un detalle revelador en El grabado en la casa es lo que el narrador encuentra más extraño e inquietante sobre el grabado de la carnicería caníbal. Se supone que esto sucede en África, un lugar exótico con gente exótica donde pueden suceder cosas horribles, por supuesto. Sin embargo, el artista ha dibujado a los caníbales [y a sus víctimas] como hombres blancos. El anciano también nota esta discrepancia, pero simplemente la acepta como otras maravillas cuestionables del libro, entre ellas, los hombres-mono y el dragón con cabeza de caimán. El anciano está más abierto que el narrador a nuevas sensaciones, nuevas experiencias. O más susceptible a las sugerencias blasfemas del libro, lo cual plantea una seria cuestión filosófica.

Si el anciano no se hubiera encontrado con la copia del Regnum Congo, ¿se habría convertido en un caníbal de todos modos?

Es lícito preguntarse si el narrador anónimo de El grabado en la casa no es Randolph Carter. Después de todo, está realizando una investigación genealógica en torno a Arkham, el lugar de nacimiento de Carter, y el anciano supone que el narrador es oriundo de Boston, la última morada conocida de Carter. Toda la aventura parece una en la que Randolph Carter podría haber estado involucrado, aunque menos angustiosa que muchas.

Si reducimos un poco la escala de lo que plantea Lovecraft, apuesto a que todos nos hemos visto atrapados en este tipo de conversación como la que mantienen el narrador y el anciano. Pensabas que estabas conversando casualmente con alguien que actúa un poco fuera de lugar, pero no; de repente te das cuenta que estás atrapado en una charla con un tipo muy extraño, incluso peligroso.

El grabado en la casa coquetea con el racismo de Lovecraft, y también con una autocrítica sobre esa actitud. El narrador observa el grabado de los caníbales en el Congo e inmediatamente los etiqueta como «negros». Piensa que lo son simplemente porque el libro [supuestamente] habla sobre África, pero una mirada más exhaustiva revela que son «negros de piel blanca y rasgos caucásicos». Entonces, si son de piel blanca, ¿por qué no decir directamente que son antropófagos blancos? En este punto, Lovecraft parece ser muy autocrítico con sus propios prejuicios a través de la mirada del narrador [ver: «La Sombra sobre Innsmouth»: del odio racial a la empatía]

Con respecto al grabado, en realidad es un poco simpático. Me gusta cómo la cabeza del tipo asesinado observa la situación con un ceño crítico.

El canibalismo siempre ha representado el máximo comportamiento bárbaro. Actualmente es un cliché de la ficción post-apocalíptica que representa, en pocas palabras, cuán apocalípticas se han vuelto las cosas. El narrador de El grabado en la casa [y Lovecraft] preferirían que el canibalismo fuera practivado únicamente por los «salvajes» en la África más oscura. Pero no hay evidencia de eso aquí. En el grabado, de hecho, solo se observa que los blancos lo practican, no solo en África, donde las condiciones precarias quizás podrían justificarlo, sino también en el Valle de Miskatonic.

Hay una conexión aquí. Tal vez los caníbales de Nueva Inglaterra sean los antepasados caídos del narrador. Después de todo, este viaja para realizar una investigación genealógica. Y obtiene una pista de su anfitrión antes de que las cosas empiecen a ponerse feas. El verdadero horror, expuesto explícitamente al comienzo de la historia, es que la gente «civilizada» [la propia familia conquistadora de clase alta] puede caer y degradarse tan pronto como se alejen de las restricciones de la civilización.

La configuración de El grabado en la casa es bastante estándar para un cuento de Lovecraft: un sujeto atrapado en una tormenta y el refugio más cercano resulta albergar sus peores miedos; como asesinos caníbales y ese tipo de cosas. Con frecuencia esos refugios son casas de clase alta, o casas que alguna vez fueron de clase alta: mansiones en ruinas, viejos hoteles de lujo [los ricos siempre son los más voraces]. Pero aquí se trata de un tugurio. Por supuesto, es una casa en la que vive un descendiente de personas que cambiaron el lujo por la libertad de seguir sus peores impulsos [ver: Las «familias extrañas» de Lovecraft]

El final de la historia es extraño y sugiere que Lovecraft no sabía cómo manejar exactamente este miedo en particular. ¿Hay un anciano real? ¿Es todo el asunto una especie de visión extraña provocada por una combinación de agotamiento y exceso de investigación genealógica? ¿El narrador solo se desmaya porque de lo contrario tendría que hacer algo, por ejemplo, enfrentarse a sus miedos?

Si no fuera Lovecraft diría que El grabado en la casa es un relato más interesante que bueno. La historia del canibalismo es un poco absurda, y el narrador es salvado al final por un deus ex machina especialmente incongruente. Pero hay algunos elementos interesantes que se pierden un poco en los detalles absurdos. Si bien exagera un poco, Lovecraft hace un trabajo brillante de ambientación, pero también parece vacilar en sus fortalezas. El flaco de Providence era joven aquí, y posiblemente no confiaba tanto en sí mismo, de modo que varios pasajes parecen una mala imitación de Poe. Pero, como sí se trata de Lovecraft, no diremos nada de todo eso.

El grabado en la casa se derrumbaría si no hubiera sido por el dominio de Lovecraft de la atmósfera. Porque la lógica del viejo caníbal de que la carne te haría vivir más tiempo parece un poco exagerada [salvo si eres un practicante de la dieta paleo]. Me pregunto cómo pudo el anciano matar tanta gente como para vivir durante siglos sin plantear una investigación seria sobre la desaparición de cientos de ciudadanos [ver: Lovecraft y el veganismo en el Horror Cósmico]

Además, en esta historia encontramos el gérmen de una idea que sostiene, literalmente, todo el edificio de Shirley Jackson en La maldición de Hill House (The Haunting of Hill House): la idea de una casa sensible que acecha y depreda a los viajeros desprevenidos [ver: La verdadera Entidad que se esconde Hill House]. En este contexto, Lovecraft juega con la idea de que las viejas casas de Nueva Inglaterra tienen pensamientos y sentimientos, pero siguen siendo esencialmente víctimas pasivas de las perversidades de sus decadentes ocupantes [ver: ¿Hill House pertenece a los Mitos de Cthulhu?]

El grabado en la casa es un gran trabajo atmosférico. Me hubiese gustado Lovecraft hubiera sido lo suficientemente valiente como para eliminar la línea final. Si tan solo la historia hubiera terminado con la gota de sangre y el narrador cerrando los ojos... [ver: Lovecraft contra los finales de mierda]

Pero el horror no se trata de que las cosas tengan sentido. Si se analizan conscientemente, la mayoría de las cosas que dan miedo pierden su esencia. Pensemos en La Llamada de Cthulhu (The Call of Cthulhu) y su famosa frase acerca de que la mente humana es misericordiosamente incapaz de correlacionar sus contenidos. Tal vez sea así, y por eso el género suele repetir la historia de una persona que analiza conscientemente la realidad con la esperanza de disipar el horror, y fracasa miserablemente; no por torpeza, sino porque la consciencia [así como sus herramientras, como la ciencia y la razón], no nos liberarán del miedo, sino que revelarán que la naturaleza básica del universo es aterradora.




H.P. Lovecraft. I Taller gótico.


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