El limbo de la Rue d’Auseil: análisis de «La música de Erich Zann»


El limbo de la Rue d’Auseil: análisis de «La música de Erich Zann».




La música de Erich Zann (The Music of Erich Zann) fue escrito por H.P. Lovecraft en diciembre de 1921 y publicado en la edición de marzo de 1922 de la revista National Amateur. Antes de analizar este gran cuento de Lovecraft hagamos un breve repaso de su argumento.


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El narrador de la historia nunca más ha podido encontrar la misteriosa Rue d’Auseil; de hecho, nunca ha encontrado a nadie que haya oído hablar de ella. Pero cuando era estudiante, un muchacho joven, pobre y enfermizo, alquiló una habitación allí. No debería ser tan difícil encontrarla, porque lo cierto es que la zona tenía algunas características muy singulares.

La calle es muy estrecha y empinada [casi una escalera en algunas partes] y está recubierta con losas de piedra, adoquines y tierra desnuda. Las casas se inclinan hacia ella, sonámbulas, formando un arco sobre la calle.

El narrador, en su juventud, ocupa una habitación en la tercera casa desde lo alto de la calle. Desde el quinto piso oye un violín tocando salvajes y extrañas armonías que nunca antes había escuchado. Su casero le informa que Erich Zann, un músico alemán [y mudo] alquila el último piso. El narrador se encuentra con Zann en la escalera y le ruega que le permita escuchar su música. Las habitaciones del viejo son espartanas, y tienen una sola ventana con cortinas. Toca para él, pero ninguna de las armonías salvajes que había escuchado desde abajo. El músico está inquieto; todo el tiempo mira a la ventana con aparente miedo.

El narrador entonces intenta mirar por la ventana, la única en la Rue d'Auseil lo suficientemente alta como para tener una vista sobre la muralla de la ciudad. Pero Erich Zann, asustado y enojado, lo aparta y le indica que se siente mientras escribe una nota, donde se disculpa por sus nervios y excentricidades. Odia que alguien escuche sus composiciones originales. No sabía que podían ser escuchadas desde abajo y pagará para que el narrador viva en un piso inferior, aunque promete invitarlo a subir a veces. Una vez que el narrador se ha trasladado al tercer piso, descubre que el entusiasmo de Zann por su compañía se desvanece; de hecho, el anciano hace todo lo posible por evitarlo.

La fascinación del narrador con la música de Erich Zann continúa, y a veces se acerca sigilosamente y presiona su oído contra la puerta, donde puede escuchar fragmentos de su genio. Es difícil creer que un solo violín pueda producir melodías sinfónicas tan... de otro mundo.

Una noche, la música se convierte en un caos horroroso, roto únicamente por el grito inarticulado de Zann. El narrador golpea la puerta y lo llama. Oye que el viejo se acerca a la ventana y la cierra, luego busca a tientas la puerta. El hombre parece genuinamente aliviado por la presencia del narrador. Lo lleva adentro, le escribe una nota rápida y luego se sienta a escribir más. La primera nota le ruega que espere mientras escribe un relato detallado de las maravillas y horrores que ha encontrado, un relato que presumiblemente explicará el misterio detrás de su música.

Una hora más tarde, todavía escribiendo, Erich Zann se detiene y mira a la ventana. Una sola nota sobrenatural suena en la distancia. Zann deja caer su lápiz, toma su violín y comienza la música más salvaje que el narrador jamás haya escuchado. Está claro, mirando su rostro, que su motivo es el miedo. Zann toca más fuerte, más desesperadamente, y una nota burlona se oye como respuesta.

El viento nocturno agita las ventanas, las abre de golpe y se lleva la confesión manuscrita de Erich Zann. El narrador trata de recuperar los papeles, pero de repente se encuentra mirando no a la ciudad por la ventana, sino al espacio interestelar como algo vivo, algo con movimiento y música inhumanas. Se tambalea. Intenta agarrar a Zann y sacarlo de la habitación, pero el hombre está atrapado en su desesperada interpretación y no se mueve. Por fin, el narrador huye: sale de la habitación, sale de la casa, baja por la Rue d'Auseil y, por fin, cruza el puente hacia la ciudad ordinaria. No hay viento. El cielo está lleno de estrellas ordinarias.

Desde entonces nunca ha podido encontrar la Rue d'Auseil de nuevo, aunque no parece lamentarlo del todo. Tampoco la pérdida de las terribles epifanías que la confesión perdida de Erich Zann podría haber ofrecido. El narrador insinúa [aunque no lo declara abiertamente], que puede que no haya estado del todo en su sano juicio durante su estancia en la Rue d’Auseil.

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El tono poético de la La música de Erich Zann, su nostalgia generalizada, lo coloca más en el rango dunsaniano del espectro de influencia de Lovecraft; por lo tanto, la historia se desarrolla en un no lugar. Por eso el narrador no es Erich Zann, porque entonces Lovecraft no habría podido ocultar los misterios de su música.

En cambio, tenemos a un estudiante de metafísica sin nombre, que asiste a una universidad sin nombre en una ciudad sin nombre, aunque hay bulevares y teatros, y las luces permanecen encendidas toda la noche, como sería de esperar en una ciudad como París.

Uno de los aspectos más interesantes de La música de Erich Zann es que los principales motivos literarios de Lovecraft desaparecen aquí, como las memorias de Zann en el viento. No sabemos si lo que hemos leído son los desvaríos de un loco o una experiencia objetiva. Pero la pérdida de cualquier explicación detallada, ya sea fantástica, metafísica o materialista, no es la única forma en que esta historia se destaca.

Ciertamente el narrador conoce los peligros de la erudición y el conocimiento; después de todo, algo en sus estudios metafísicos lo ha llevado a la Rue d’Auseil. Pero esta es una historia sobre las tentaciones y los peligros del arte. El narrador se confiesa ignorante de la música, y Erich Zann es claramente un genio; de qué tipo, no lo sabemos, pero ambos se ven arrastrados por su poder: uno como creador, el otro como público.

¿Qué hay realmente en ese abismo que vigila Erich Zann?

Lovecraft parece hacer un intento deliberado de no revelar completamente el horror aquí. Por otro lado, esta no es la única vez que retrata música loca y salvaje vibrando en el frío del espacio. ¿Es este uno de los horrores familiares de los Mitos de Cthulhu? ¿O las similitudes son solo una coincidencia? Si uno acepta lo primero, se queda con la fascinante pregunta de cómo Erich Zann atrajo la atención de Azathoth y qué tipo de tenue poder ha logrado adquirir contra esa fuerza primordial [ver: El libro de Azathoth: ¿los pactos de sangre son una muestra de ADN para los Antiguos?]

Lovecraft enfatiza en esta idea de que la calle, la Rue d'Auseil, es en cierto modo más intrigante que la vista desde la ventana. Sus pendientes y rarezas en el trazo impiden el tráfico ordinario. Es una zona liminal, que no forma parte de la ciudad ordinaria ni ha caído del todo en el abismo que se encuentra más allá de la muralla exterior. Está habitada por ancianos, enfermos, discapacitados, personas que tampoco encajan en los ámbitos normales.

El lector actual quizás no se sienta del todo cómodo con ese tipo de clasificaciones, pero basta pensar cómo nuestra sociedad también empuja al límite [y a sus límites] a las personas que no encajan con la norma. Creo que los enfermos, a pesar de la fingida piedad de la mayoría de las personas saludables, fácilmente entran en esta categoría [ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft]

Y el narrador, además, tiene una visión de la calle desde adentro, no como un forastero. Él también es diferente, pobre, un padeciente de los efectos psicológicos y físicos de sus estudios. No está en posición de juzgar a sus vecinos y en su mayor parte no intenta hacerlo.

Si bien el racismo y la misoginia del flaco de Providence suelen ser apuntados con dureza por la crítica, es importante saber que este también era Lovecraft, que aquí se despoja relativamente de sus defectos típicos: verbosidad y tendencia a explicar demasiado los horrores representados. Pero lo que es más importante [y raro], Lovecraft demuestra afecto y compasión por uno de sus personajes: Erich Zann [ver: Del odio racial a la empatía: análisis de «La Sombra sobre Innsmouth»]

Erich Zann cae en el mismo espacio intersticial. No sabemos si se quedó mudo como resultado de mirar demasiado tiempo al abismo, o de hablar con él. Por lo poco que sabemos, bien podría haberse visto obligado encontrar nuevas formas de comunicarse, como la música; y no al revés, como parece plantearlo la narrativa.

Es un hombre diminuto, encorvado y con rasgos de sátiro, de profesión no más respetable que la de violinista de teatro, afligido por el mutismo y múltiples tics nerviosos. Sin embargo, está varado en circunstancias extraordinarias. Es capaz de escuchar la música de las esferas extradimensionales; e intenta [en vano] dejar un testimonio de sus vivencias. El viento, quizás, ha sido gentil con él, y con nosotros, al llevarse sus notas, porque lo que sabe Erich Zann está más allá de la comprensión humana.

El nombre de esa calle misteriosa parece tener importancia para Lovecraft. ¿Qué significa Auseil? No es una palabra francesa. Por lo tanto [salvo que pensemos que eso refleja la ignorancia de Lovecraft] podría tratarse de un juego similitudes [¿quizás con la palabra assail, que significa «atacar»], o bien la sugerencia de que esta rue fue nombrada en honor a alguien llamado Auseil.

La característica más llamativa de la Rue d'Auseil es que constituye algún tipo de refugio [o último recurso] para las personas... dañadas.

El narrador nos dice que su salud física y mental se vio gravemente alterada. Todos los inquilinos son muy mayores. El casero Blandot está paralítico. Zann está encorvado y mudo. La casa antigua en la que vive el narrador está «tambaleándose», y otras casas vecinas se inclinan «locamente» en todas direcciones, mientras que el pavimento es «irregular» y la vegetación es «gris». Todo, incluso la calle y la casa, parecen espacios decrépitos, como un cuerpo humano muy viejo [ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror]

De hecho, el único residente que se describe sin hacer referencia a la vejez o la enfermedad es el «respetable tapicero» del tercer piso, aunque cualquier persona respetable que se digne a vivir en la Rue d'Auseil debe tener algo mal. No es un lugar para personas sanas. Más aún, me pregunto si esta es una condición para encontrar la Rue d'Auseil. Apuesto a que las personas sanas y fuertes nunca podrían encontrarla, ni siquiera notar su existencia. Tal vez por eso el narrador, ya aliviado de sus padecimientos al final de la historia, no puede volver a encontrarla.

Puede parecer simplista ver la Rue d'Auseil como una mera [aunque compleja] metáfora de la enfermedad y la vejez, pero esa sería la crítica que haría una persona sana, es decir, una persona que no podría encontrar la Rue d'Auseil; un espacio físico que representa, no la enfermedad en sí, sino un estado mental enfermo; más aún: un lugar al que solo pueden entrar los enfermos que se preparan para dar el paso final hacia las sombras, no ya sobre el Río Estigia, sino sobre esas estrechas calles adoquinadas por el sufrimiento [la calle se encuentra «al otro lado de un río oscuro»].

Los enfermos graves [y eso puedo decírtelo con conocimiento de causa] ven las cosas de manera diferente. Han alterado sus simpatías, como el narrador que dice que su propia enfermedad lo ha vuelto más indulgente con el extraño Zann. También dice que el estudio metafísico lo ha hecho bondadoso. ¿Quizás amplió sus percepciones, abrió su mente a concepciones menos comunes del universo, precisamente por estar enfermo? [ver: Autopsias lovecraftianas: el arte de diseccionar lo innombrable]

Creo que cierto grado de locura o [más neutralmente] de conciencia alterada a causa de la enfermedad o la vejez podría ser el único pasaporte a la Rue d'Auseil. No es un limbo, pero casi.

La Rue d'Auseil parece ser una sala de espera, una estación de paso. Solo unos pocos logran salir. La mayoría se marchita, atrapada en este espacio intermedio entre lo mundano y el más allá. Solo una habitación tiene una ventana que da al alto muro, y Zann es su ocupante, aterrorizado y celoso de ese privilegio. Pero, ¿que ha puesto a Erich Zann en esta posición? Es un genio, capaz no solo de escuchar la música de las esferas, sino de darle una voz sobrenatural. Mudo, al fin y al cabo, la música es su voz.

La música de Erich Zann exhibe la inquietante unidad-dispersión de una pesadilla, aunque Lovecraft aclaró más tarde que el argumento del relato no se basó enteramente en una pesadilla, pero informó que sí había soñado con subir una calle estrecha y empinada, que terminaría siendo el modelo de la Rue d'Auseil. En este contexto, el relato aprovecha una técnica onírica que Lovecraft emplea en varias de sus historias: un cambio sutil en la apariencia física del paisaje [terreno, arquitectura, iluminación] para indicar que el personaje ha entrado en una especie de frontera o umbral, un lugar «delgado» donde diferentes mundos, dimensiones o tiempos se entremezclan [ver: Einstein, la Relatividad y los Antiguos]

El mismo dispositivo puede encontrarse en El ceremonial (The Festival), Él (He) y La llave de plata (The Silver Key), entre otros, donde los personajes deambulan por un paisaje intermedio, fronterizo, que los lleva gradualmente al pasado, al futuro, o simplemente a otro plano o realidad [ver: Seres Interdimensionales en los Mitos de Cthulhu]

El narrador de La música de Erich Zann es un estudiante de metafísica empobrecido y, como Lovecraft, sufre de mala salud física y mental. A su vez, entre el narrador y Zann se repite otro patrón interesante en las obras del flaco de Providence: el hombre mayor que intenta transmitir algún tipo de conocimiento superior a uno más joven en una habitación con vistas a una especie de paisaje sobrenatural. La extraña casa elevada entre la niebla (The Strange High House in the Mist) y Aire frío (Cool Air), en cierta medida, también siguen este patrón.

La naturaleza patética y reservada de Erich Zann, así como su incapacidad para hablar, amplifican el terror no compartido que experimenta cuando toca su extraña música. Hay algo fuera de su ventana, algo tan extraño que uno puede confundir el temperamento reacio del anciano con incapacidad para explicarle al narrador lo que está sucediendo. Zann está agonizando. Está gravemente enfermo, sumido en su propia frontera física: su cuerpo; y los demás, aunque desmejorados, no alcanzan a captar la realidad con la misma agudeza. Los sentidos de Erich Zann se han ensanchado, están trabajando al máximo, precisamente porque su vida está a punto de extinguirse.

Hay una sugerencia inquietante de que Erich Zann en realidad está tocando un dúo, y no un solo, en un vano esfuerzo por mantener a raya a esta entidad, que no es otra cosa que la Muerte [ver: Horror Cósmico: la vida no tiene sentido, la muerte tampoco]

Cerca del final, escribe lo que sabe, pero antes de que el estudiante pueda leer las notas, la explicación es succionada por la ventana durante la última y horrible confrontación con la oscuridad exterior. Pero la verdadera conmoción de la historia parece residir en el miedo, la soledad y la lucha del anciano por comunicarse. Si gran parte de nuestra propia tranquilidad depende de las emociones y conocimientos que podemos compartir a través del habla, la música, la escritura, el arte; los muertos, o los que se encuentran en la transición entre planos, parecen condenados a la incomprensión de los vivos.




H.P. Lovecraft. I Taller gótico.


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