El nido de Nyarlathotep: análisis de «Las [¿ratas?] en las paredes».
Las ratas en las paredes (The Rats in the Walls), publicado en la edición de marzo de 1924 de Weird Tales, y luego reeditado en la antología de 1939: El extraño y otros (The Ousider and Other), tiene uno de los títulos más sugestivos del multiverso lovecraftiano. Por un lado, probablemente sea dispositivo consciente para atraer a los lectores de Weird Tales; sin embargo, debajo de esa intención comercial se esconde un sutil guiño a Edgar Allan Poe, más precisamente a La caída de la Casa Usher (The Fall of the House of Usher). Allí, Roderick Usher comenta que su oído es tan anormalmente sensible que «puede oír a las ratas en las paredes» (ver: «El Extraño» de Lovecraft como secuela de «La Casa Usher» de Poe). También hay referencias sutiles al cuento de o Irvin S. Cobb: La cadena sin romper (The Unbroken Chain); y a Más allá de la puerta (Beyond the Door) de J. Paul Suter.
Antes del análisis de Las ratas en las paredes, hagamos un breve resumen de la historia; sin interpretaciones, solo hechos:
En 1923, Delapore [el narrador], último descendiente de la familia De la Poer, se muda a su finca ancestral en Inglaterra tras la muerte de su único hijo durante la Primera Guerra Mundial. Para consternación de los vecinos, restaura el finca, llamada Exham Priory. Después de mudarse, Delapore y su gato escuchan con frecuencia los sonidos de las ratas corriendo detrás de las paredes. Al investigar más a fondo, se entera de que su familia mantuvo una ciudad subterránea durante siglos, donde criaron generaciones de «ganado humano». Esto se detuvo cuando el antepasado de Delapore mató a toda su familia mientras dormían y abandonó el país. Enloquecido por las revelaciones del pasado de su familia, Delapore ataca a uno de sus amigos en la oscuridad de los túneles y comienza a devorarlo mientras divaga en una mezcla de Inglés Medio, latín y gaélico, antes de convertirse en una cacofonía de gruñidos bestiales. Posteriormente es sometido e internado en un manicomio. Poco después, Exham Priory es destruido y los investigadores deciden encubrir la existencia de la ciudad subterránea. Delapore mantiene su inocencia, proclamando que fueron «las ratas, las ratas en las paredes», quienes se comieron al hombre desaparecido.
Antes de la publicación de La llamada de Cthulhu (The Call of Cthulhu) se consideraba que el mejor cuento de Lovecraft era Las ratas en las paredes, y en general se coincide con la explicación de que estas ratas son, en esencia, entidades sobrenaturales. Pero, ¿lo son? ¿Podemos confiar en el criterio de Delapore? ¿Hay ratas en Las ratas en las paredes?
H.P. Lovecraft rara vez recibe crédito por su sutileza. Fritz Leiber, por ejemplo, comenta elegantemente que Lovecraft emplea con mayor frecuencia la confirmación en lugar de la revelación en sus finales, y esto ciertamente se ajusta a Las ratas en las paredes, un cuento cuyo narrador, Delapoer, parece destinado a un final terrible en el momento en que se muda a Exham Priory (ver: Lovecraft contra los finales de mierda). Aún así, Las ratas en las paredes es, de hecho, una acabada muestra de sutileza. La historia tiene aparentemente dos tramas diferentes, una sobre una familia caníbal y otra sobre ratas, y ninguna de las dos existe en el mismo nivel de realidad. Mientras que la primera es realista, la segunda es [o podría ser, para mantener las formas] fantástica.
La mayoría de los analistas de Lovecraft prefieren ver a los roedores de Delapore de una manera realista, pero hay elementos que apuntan hacia otra explicación, acaso más simple: El narrador está loco y las ratas provienen de su locura. Sin embargo, Lovecraft no hace ningún esfuerzo por esclarecer estas dos posibles explicaciones para las ratas, naturales o sobrenaturales, lo cual sitúa a Las ratas en las paredes en el sutil territorio de la vacilación. Es decir que, no importa tanto si las ratas son sobrenaturales o los desvaríos de un loco, sino la incertidumbre entre las dos posibilidades. El estado ontológico ambiguo de las ratas es, claramente, una muestra extraordinaria de la sutileza que muy pocos le adjudican a Lovecraft.
Repasemos algunas opciones:
a- Todo es verdad.
b- Delapore está loco.
c- Todo es verdad y Delapore está loco.
Instintivamente el lector ve a las ratas de Delapore a la luz de la filosofía materialista de Lovecraft. En cambio, Carl Jung tal vez podría insinuar que las ratas son la expresión de una mente trastornada, incluso que la exploración arquitectónica de los túneles es una especie de descenso simbólico al inconsciente colectivo (ver: Lo Subterráneo en la ficción). Por otro lado, Sigmund Freud quizás afirmaría que Exham Priory es algo más que un lugar físico, acaso una metáfora extendida de los diferentes estados mentales por los que atraviesa el narrador.
Dada la predominancia de las tres posiciones que expusimos antes [a, b, c] vale la pena tomarse un tiempo para examinar la evidencia que las respalda. En general, hay dos pilares principales, uno interno y otro externo al texto. La evidencia interna se deriva de la declaración textual de que solo Delapore puede escuchar a las ratas. Ni Edward ni los enfermeros de Hanwell, el manicomio que eventualmente alberga al pobre y loco Delapore, escuchan al incesante correteo de los roedores:
Deberían saber que fueron las ratas, las escurridizas e insaciables ratas con su continuo ajetreo que no me deja conciliar el sueño, las endiabladas ratas que corretean tras los acolchados muros de la habitación en que ahora me encuentro y me reclaman para que las siga en pos de horrores que no pueden compararse con los hasta ahora conocidos, las ratas que ellos no pueden oír, las ratas, las ratas de las paredes.
La evidencia externa, por el contrario, proviene de la facilidad con la que Las ratas en las paredes se presta a la interpretación psicoanalítica, la cual generalmente tiene pocas razones para aceptar cualquier intrusión de lo sobrenatural si no es a través de un velo simbólico. Hacerlo [quiero decir, aceptar que una rata es solo una rata, aunque demoníaca] evitaría la posibilidad de que Delapore, por ejemplo, represente las ansiedades patológicas de Lovecraft por la sangre corrupta (ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft). De hecho, son muchos los intérpretes de Lovecarft que vinculan a Las ratas en las paredes con un sueño analizado por Carl Jung [que Lovecraft nunca pudo haber leído], donde el analista suizo menciona que el inconsciente se estructura como una casa (ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror). Cuanto más profundo se entra en esa casa, más primarios son los miedos que uno descubre. Por lo tanto, las ratas de la historia corretean por la propia estructura psicológica de Delapoer, son criaturas del apetito y el deseo, un vínculo con la naturaleza animal del hombre.
Desafortunadamente [porque estas interpretaciones son muy interesantes], la evidencia textual también lleva a la conclusión opuesta, es decir, las ratas son bastante reales. Si bien solo una persona puede escucharlas [Delapore], el pequeño grupo de gatos de Exham Priory puede sentirlas perfectamente bien. De hecho, las notan por primera vez el 22 de julio, un día antes que el narrador. Además, para el 24 de julio, las trampas para ratas se activaron simultáneamente, aunque no quedaba rastro de lo que había sido capturado y escapado. Por último, está la convincente evidencia histórica de 1610 sobre la dramática epopeya de las ratas. Tres meses después de que Walter de la Poer sellara Exham Priory, las hambrientas ratas de alguna manera escapan de los túneles y arrasan la aldea local.
Por tentador que sea analizar a las ratas y los oscuros túneles debajo de Exham Priory en términos psicológicos, la muerte de «aves, gatos, perros, cerdos, ovejas e incluso dos desventurados seres humanos» son eventos materiales difíciles de ignorar. Con todo esto en mente, Delapore parece mucho menos loco de lo que los intérpretes psicoanalíticos quieren hacernos creer.
Sin embargo, entre estas dos posiciones [las ratas existen o Delapore es un lunático] se encuentra una tercera opción: la posibilidad de que ambas sean ciertas.
Tzvetan Todorov sostiene que, como género, lo fantástico surge en el momento preciso en que el lector duda entre las explicaciones naturales y sobrenaturales de un evento de la historia (ver: Lo Fantástico y la paradoja del Materialismo en la ficción). Como tal, lo fantástico es un género peligrosamente evanescente; existe sólo mientras dure esa incertidumbre, esa vacilación. Por supuesto, pocos relatos pueden sostener ese estado durante mucho tiempo.
Una de las pocas excepciones es Otra vuelta de tuerca (The Turn of the Screw) de Henry James. Curiosamente, antes de 1934, la mayoría de los lectores interpretaron la historia como sobrenatural. En El horror sobrenatural en la literatura, Lovecraft incluso elogió el «aire verdaderamente potente de siniestra amenaza; representando la horrible influencia de dos sirvientes muertos y malvados, Peter Quint y la institutriz Miss Jessel, sobre un niño y una niña que habían estado bajo su cuidado». Sin embargo, en 1934, Edmund Wilson, un crítico marcadamente hostil hacia el horror en general, propuso una interpretación que, hasta ahora, sigue siendo aceptada servilmente: los fantasmas de Otra vuelta de tuerca son en realidad manifestaciones psicológicas de los anhelos y neurosis sexuales reprimidos de la narradora.
En El horror sobrenatural en la literatura, Lovecraft le otorga al lector un papel vital en la comprensión de la atmósfera, de la sensación de «pavor inexplicable y sin aliento» dentro de un texto. La verdadera prueba de la ficción extraña, afirma Lovecraft, radica en si surge o no esta atmósfera de pavor, que ocurre con mayor frecuencia en contacto con lo sobrenatural [Al flaco de Providence, hay que decirlo, le disgustaban las historias de terror que explicaban sus horrores por medios naturales]. Para Todorov, Lovecraft se equivoca al permitir que su definición del género dependa exclusivamente del lector, en lugar de las cualidades estructurales inherentes. Como tal, Todorov sostiene que una vacilación en la lectura solo puede aplicarse al lector implícito del texto, nunca al lector real. Sin embargo, independientemente del tipo particular de lector propuesto, la teoría de lo fantástico de Todorov parece especialmente relevante para Las ratas en las paredes, dada la evidencia interna contradictoria de la historia.
La mayoría de los críticos reconocen que el miedo al atavismo es la matriz de Las ratas en las paredes. El desafortunado descenso de Delapore a las entrañas de Exham Priory, que termina en un retorno lingüístico a lenguas antiguas, muertas hace mucho tiempo, indica la preocupación real de Lovecraft de que la regresión evolutiva pueda ocurrir en cualquier momento (ver: Lovecraft y las lenguas prehumanas). Inglaterra, para Lovecraft, representa el Viejo Mundo, una tierra repleta de horribles religiones de origen prehistórico, suprimidas (pero no erradicadas) por el cientificismo y la Ilustración. En contraste, Estados Unidos representa el Nuevo Mundo, un nuevo comienzo para Walter Delapore, quien en 1610 cruza el Atlántico huyendo de su familia de nigromantes. Sin embargo, cuando el narrador invierte la travesía transatlántica de su antepasado en 1923, Delapore simbólicamente reclama de algún modo su herencia, plagada de monstruos y atrocidades (ver: Las «familias extrañas» de Lovecraft)
Este retorno constituye un tema central de Las ratas en las paredes, donde Lovecraft sugiere cuán fácilmente podría ocurrir una regresión atávica a pesar del superficial barniz de la civilización. La marcha del progreso, parece decir Lovecraft, es una quimera. Todas las civilizaciones retrocederán hacia el primitivismo porque todas las entidades biológicas —incluídas la familia y la cultura— están sujetas al deterioro y a la degradación. Este catastrófico declive ciertamente afecta a los Antiguos con cabeza de estrella de En las montañas de la locura (At the Mountains Of Madness) y a los pólipos voladores en La sombra fuera del tiempo (The Shadow Out of Time), que siguen el mismo camino de degeneración que los Delapore (ver: La tecnología de los Antiguos). El ascenso, apogeo, declive y caída de la familia de nuestro narrador es un microcosmos de la trayectoria histórica que inevitablemente condenará a todas y cada una de las civilizaciones, de acuerdo a Lovecraft (ver: Lovecraft y la IA: el futuro es de los Shoggoth)
La vacilación de Todorov hace que sea incierto dónde, exactamente, podría estar el límite entre lo real y lo irreal, lo cual crea una sensación vertiginosa de estar al borde del abismo. La ciencia y la razón son dos de las herramientas favoritas de la modernidad y, como tal, la modernidad rechaza por completo las supersticiones de épocas anteriores, en particular el frenesí dionisíaco e irracional del éxtasis religioso. Promover una descripción naturalista de las ratas de Delapore, entonces, es ponerse del lado de la modernidad. Un Delapore loco, podríamos decir, es un Delapore seguro. Su aflicción es particular, aislada. Sin embargo, si las ratas son reales, entonces tambalea todo el edificio del positivismo moderno.
Lovecraft maltrata a los ancestros del narrador, como Gilbert de la Poer y Randolph Delapore, afirmando que «se fueron entre los negros y se convirtieron en sacerdotes vudú». Si las ratas son reales, entonces el narrador está siendo arrastrado contra su voluntad a un espiritualismo retrógrado. Se está convirtiendo en un acólito involuntario, en el sacerdote de un culto familiar cuyos orígenes prehistóricos se encuentran, posiblemente, en Nyarlathotep. Pero la evidencia textual contradictoria proporcionada por Lovecraft hace que los lectores vacilen entre un narrador que está loco y un narrador horriblemente lúcido. Esta vacilación también nos deja preguntándonos cuán susceptible podría ser la humanidad moderna a la situación del narrador: si la civilización y su descontento conducen a ciertas personas a la locura, o si la civilización misma será derribada, como el último heredero vivo de los Delapore, por fuerzas ancestrales, demoníacas, más allá de nuestro conocimiento.
La fugaz referencia a Nyarlathotep es desconcertante. Sin embargo, sabemos que el culto familiar es anterior a Gilbert de la Poer en 1261 d.C., e incluso a su integración con el culto de Cibeles durante el reinado de los Césares. Aunque el primer templo prehistórico conocido del culto se construyó contemporáneamente con Stonehenge, Delapore conjetura que eventos impensables deben haber ocurrido en el sitio «hace mil, dos mil o diez mil años». Dada la evidente inmortalidad de Nyarlathotep, no hay razón para suponer que no haya presidido directamente esta fundación. El poema en prosa: Nyarlathotep (Nyarlathotep), menciona que este surgió de Egipto hace solo veintisiete siglos, pero los atributos de Nyarlathotep cambian con frecuencia entre los cuentos de Lovecraft. Las ratas en las paredes bien podría haber sido un intento temprano de una historia sobre el origen de Nyarlathotep que luego sería abortado. De hecho, esta versión primaria tiene muchos atributos de Azathoth (ver: El libro de Azathoth: ¿los pactos de sangre son una muestra de ADN para los Antiguos?)
Aún más importante, sin embargo, Sir William Brinton afirma inequívocamente que el túnel que conduce a Exham Priory ha sido cincelado desde abajo. Esto requiere algo, o alguien, poderoso y antiguo. La realidad de este túnel es innegable y constituye una prueba más de que las ratas de Delapore podrían ser reales. Durante su descenso final debajo de Exham Priory, se nos dice que el túnel de las ratas conduce a Delapore hasta las intrincadas cavernas del centro de la tierra donde Nyarlathotep, el enloquecido dios sin rostro, aúlla a ciegas en la más tenebrosa oscuridad al son de los acordes de dos necios y amorfos flautistas. De esas cavernas, Nyarlathotep excavó originalmente el túnel que conduce a Exham Priory; y, como Señor de las Ratas, parece usar psíquicamente a sus pequeños secuaces para traer de vuelta a su último sacerdote vivo (ver: Lovecraft y el culto secreto de los Antiguos)
La vacilación de Todorov en Las ratas en las paredes agrega un atributo único más al cuento. Existe un extraño consuelo en la certeza de que nuestra civilización sea tan precaria. Dado que los lectores saben que la humanidad está en una situación desesperada, el fatalismo es tan razonable como la locura. En Las ratas en las paredes, sin embargo, nuestra vacilación entre explicaciones naturales y sobrenaturales elimina el triste consuelo del fatalismo. Si las ratas se derivan de la propia imaginación desordenada de Delapore, podemos dar un suspiro de alivio. Aunque nuestra civilización probablemente colapse algún día, podemos dejar que nuestros tataranietos se preocupen por eso. Sin embargo, si las ratas son reales, y además son los vehículos de un dios pagano, entonces surge la posibilidad de que la civilización, en este momento, esté amenazada. El colapso no ocurrirá después de un proceso de declive de siglos. Hay fuerzas que existen actualmente, solo esperando ser liberadas, y no podemos saber cuándo atacarán (ver: Horror Cósmico: el universo conspira para destruirnos)
Las ratas en las paredes ofrece un chispazo de esperanza a sus lectores. Si lo deseamos, podemos convencernos a nosotros mismos de que ratas de Delapore son simplemente alucinaciones en lugar de vehículos sobrenaturales que inevitablemente traerán de vuelta a Nyarlathotep.
En este punto podemos preguntarnos: ¿Lovecraft introdujo deliberadamente estas dos explicaciones igualmente plausibles pero acaso incompatibles? No lo creo [aunque eso no significa nada en realidad]
Lovecraft se burla a cada paso de los lugares comunes de la literatura gótica en Las ratas en las paredes. ¿Cómo? Multiplicándolos. La historia está repleta de clichés como huesos ensangrentados, asesinatos secretos, y hasta un gato cuyo comportamiento anuncia la presencia de lo sobrenatural. Tales elementos de parodia, por suaves que sean, sugieren a un autor joven que se está divirtiendo un poco y no a alguien que trata seriamente de evocar el terror atmosférico. Pero, como vimos en la historia de la recepción de Otra vuelta de tuerca, la intención original de un autor no tiene por qué afectar el resultado.
Uno tiende a pensar en Lovecraft como un autor que estaba en todos los detalles, pero lo cierto es que a veces era bastante indiferente sobre la consistencia de los hechos que narraba, sobre todo en esta etapa juvenil; por ejemplo, cuando Delapore habla gaélico en lugar de cymric [un dialecto céltico] durante su descenso lingüístico al atavismo. Cuando Robert E. Howard cuestionó este punto en una carta a Lovecraft [por cierto, su primera carta a Lovecraft, lo que se dice un atrevido], Lovecraft admitió haber creído que nadie se daría cuenta.
Aún así, tales inconsistencias tienen poco impacto en resultado. Las ratas en las paredes es un cuento que nos permite ver a las ratas como producto de los engañosos desvaríos de Delapore, como la manifestación psicológica de una neurosis más profunda, o como auténticas entidades sobrenaturales que guían al narrador hacia una terrible fatalidad. Como tal, Las ratas en las paredes crea un efecto estético muy intersante, y normalmente ausente en el horror cósmico, donde el pavor atmosférico depende de la diferencia de escala entre los humanos y el universo (ver: Horror Cósmico: qué es, cómo funciona, y por qué el tamaño sí importa)
H.P. Lovecraft. I Taller gótico.
Más literatura gótica:
Uno tiende a pensar en Lovecraft como un autor que estaba en todos los detalles, pero lo cierto es que a veces era bastante indiferente sobre la consistencia de los hechos que narraba, sobre todo en esta etapa juvenil; por ejemplo, cuando Delapore habla gaélico en lugar de cymric [un dialecto céltico] durante su descenso lingüístico al atavismo. Cuando Robert E. Howard cuestionó este punto en una carta a Lovecraft [por cierto, su primera carta a Lovecraft, lo que se dice un atrevido], Lovecraft admitió haber creído que nadie se daría cuenta.
Aún así, tales inconsistencias tienen poco impacto en resultado. Las ratas en las paredes es un cuento que nos permite ver a las ratas como producto de los engañosos desvaríos de Delapore, como la manifestación psicológica de una neurosis más profunda, o como auténticas entidades sobrenaturales que guían al narrador hacia una terrible fatalidad. Como tal, Las ratas en las paredes crea un efecto estético muy intersante, y normalmente ausente en el horror cósmico, donde el pavor atmosférico depende de la diferencia de escala entre los humanos y el universo (ver: Horror Cósmico: qué es, cómo funciona, y por qué el tamaño sí importa)
H.P. Lovecraft. I Taller gótico.
Más literatura gótica:
- ¡Warren NO está muerto! [análisis de «La declaración de Randolph Carter»]
- El adverbio que cayó del espacio: Lovecraft y «lo innombrable».
- De la luz a la oscuridad: psicología de «El modelo de Pickman».
- «La Sombra sobre Innsmouth»: del odio racial a la empatía.
- ¡Vamos a R'lyeh! [con Freud y Kristeva]
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