Lo Fantástico y la paradoja del Materialismo en la ficción.
En Hamlet, William Shakespeare casi acierta la fórmula perfecta para definir el territorio de lo Fantástico:
Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía.
(There are more things in heaven and earth, Horatio, than are dreamt of in your philosophy)
(There are more things in heaven and earth, Horatio, than are dreamt of in your philosophy)
En la época de Shakespeare, la idea del cielo era tanto o más objetiva que la de la tierra, es decir, la vida terrenal; de manera tal que solo podemos lamentar que el poeta no se hubiese referido a las cosas que hay entre el cielo y la tierra, no en ambas, porque es en ese territorio incierto, inexplorado, donde habita lo Fantástico.
No es extraño que muchos autores utilicen la figura del Materialismo, casi siempre en los zapatos de un personaje escéptico, cientificista, dogmático, para abordar lo Fantástico, olvidando a menudo que lo Fantástico es, en esencia, una advertencia contra el Materialismo.
Podemos reconocer fácilmente al Materialista en la ficción: es un científico, un médico, un profesor, un intelectual, un militar. Los buenos autores, para no fatigar, no insisten en sus atributos, pero los autores mediocres invariablemente lo reflejan como un sujeto arrogante, superior, seguro de sus convicciones e incapaz de creer en cualquier otra cosa que no pueda ser medida, pesada, cuantificada, resumida en una ecuación matemática o desarrollada a través de una teoría racional.
Este es el Materialista, y ha crecido de tal modo dentro de la ficción que actualmente nos resulta mucho más fácil relacionarnos con él, e incluso perdonar su vanidosa incredulidad, que comulgar con el Portador de lo Fantástico.
El Portador no es necesariamente contrario al Materialismo —y ahí reside la paradoja que más adelante desarrollaremos—, sino que más bien se trata de alguien que cree en la existencia de algo más entre el cielo y la tierra. No necesita evidencias. Para él, los Monstruos son posibles, aunque nunca los haya visto.
Podemos comenzar por Edgar Allan Poe, seguir hasta llegar a H.P. Lovecraft, Arthur Machen, Algernon Blackwood y Jorge Luis Borges, para hallar rastros de la dinámica entre el Portador de lo Fantástico y el Materialista. La tensión está siempre presente entre estas dos miradas del universo.
Y es la diferencia fundamental entre el Portador y el Materialista la que muchas veces derriba por completo una ficción, independientemente de lo bien construida que esté.
Al cultivar una filosofía capaz de aceptar lo maravilloso, lo Fantástico, el Portador asume una estatura espiritual superior. Es decir, se adapta con mayor facilidad a la intrusión de lo que supuestamente es imposible. Pero el Materialista, por carecer por completo de imaginación, posee una mente rígida, inflexible; y como es incapaz de doblarse, se rompe cuando se encuentra directamente con lo Fantástico.
Ahora bien, los grandes autores suelen sacarle el jugo a este quiebre en la mente del Materialista, que en definitiva lo hace crecer como personaje, pero los autores mediocres, en cambio, vindican una transformación radical, sin transiciones, haciendo que el Materialista deseche años de rígida filosofía frente a la más ínfima evidencia de lo Fantástico.
Tomemos el ejemplo de J.R.R. Tolkien. En este sentido, es justo clasificar a El Señor de los Anillos (The Lord of the Rings) dentro del género fantástico —aunque racionalista dentro de sus leyes internas—. ¿Dónde está el Materialista en la trilogía? No existe, al menos no entre los personajes principales.
Boromir, quizás, y Denethor, senescal de Gondor, pueden ser ejemplos secundarios del Materialismo, y como tales literalmente se quiebran mental y emocionalmente a lo largo de la historia. De hecho, en la obra de J.R.R. Tolkien todos los personajes principales son Portadores de lo Fantástico, es decir, seres que admiten la posibilidad de que haya algo más entre el cielo y la tierra, o que directamente lo saben.
Ahora vayamos a un ejemplo opuesto, mucho más cinematográfico y banal: Star Wars.
¿Quién es el Materialista de la historia? Han Solo, naturalmente.
En Episodio 4: Una nueva esperanza (Episode IV: A New Hope), Han Solo refiere el siguiente comentario a Luke:
Chico, he volado de un lado a otro de esta galaxia, y he visto muchas cosas extrañas, pero nunca he visto nada que me haga creer que hay una fuerza todopoderosa que lo controla todo. No hay campo de energía mística que controle mi destino. Es todo un montón de trucos simples y tonterías.
(Kid, I've flown from one side of this galaxy to the other, and I've seen a lot of strange stuff, but I've never seen anything to make me believe that there's one all-powerful force controlling everything. There's no mystical energy field controls my destiny. It's all a lot of simple tricks and nonsense)
(Kid, I've flown from one side of this galaxy to the other, and I've seen a lot of strange stuff, but I've never seen anything to make me believe that there's one all-powerful force controlling everything. There's no mystical energy field controls my destiny. It's all a lot of simple tricks and nonsense)
Básicamente, Han Solo afirma que no cree en la Fuerza, a pesar de que vive una realidad en donde la telepatía y la telequinesis no parecen fenómenos demasiado espectaculares si los comparamos con viajes a la velocidad de la luz. No obstante, no cree, y en esa inflexible no-creencia perpetúa los estigmas del Materialista: arrogancia, sentimiento de superioridad, etc.
Ahora bien, a pesar de esa filosofía, el materialismo de Han Solo no se rompe al observar por sí mismo que la Fuerza (lo Fantástico) realmente existe. Es decir, no enloquece, tal como podría sucederle a los materialistas de Lovecraft, inevitablemente locos, sino que se dobla como una rama joven, y enmascara la aceptación de esos fenómenos bajo una fachada, digamos, atorrante.
Casi siempre, el enfrentamiento del Materialista con lo Fantástico es el momento crítico del género. Si uno va a colocar a uno de esos sujetos frente a la verdadera naturaleza del universo, es deseable que este encuentro traiga algún tipo de consecuencia. Salir indemne, hacer que la conversión entre el escepticismo y la creencia sea inmediata, sin reservas, sin transición, resulta por lo menos ineficaz.
Podemos pensar que, en la mayoría de los casos, el Materialista es utilizado como un medio de identificación para el lector, o el espectador, en el caso del cine: algo así como un espantapájaros cuyo escepticismo es barrido poco a poco por los vientos de lo Fantástico, hasta convertirse él mismo en un creyente.
Pero la paradoja se vuelve todavía peor.
Tampoco es infrecuente que el Portador de lo Fantástico utilice medios materiales, e incluso ejemplos basados en la lógica, para mostrarle al Materialista que hay algo más entre el cielo y la tierra, es decir, que la fibra más íntima de la realidad no es materialista, sino tejida a partir de una naturaleza superior y desconocida.
En otras palabras: las obras mediocres —o para no ser tan severos, flojas— utilizan un recurso paradójico: revelar que el Materialista está equivocado en sus creencias dogmáticas al colocarlo frente a manifestaciones físicas, materiales, e incluso científicas, de fenómenos intangibles (lo Fantástico); es decir, fenómenos que, en esencia, no son materiales en absoluto.
Este patrón puede ser aplicado en el 99% de las obras fantásticas; ya sean acerca de fantasmas, seres sobrenaturales, o incluso sobre la desgastada Fuerza: el Materialista solo es capaz de creer en esos fenómenos cuando se le revelan en el plano material; es decir, cuando no ponen en riesgo su materialismo.
Las buenas ficciones, en cambio (y esto va a título personal), son aquellas que quiebran al Materialista y a sus creencias, aquellas que lo trastornan, que lo vuelven loco, que lo sumen en un pozo de desesperación del cual no hay salida posible. Pensemos en los protagonistas alienados de E.A. Poe, los desgraciados testigos de lo fantástico de H.P. Lovecraft, de Machen, de Borges: todos ellos terminan completamente desquiciados.
¿Y cómo no habrían de estarlo? ¿Cómo la cordura, y un elevado sentido de la camaradería —en el caso de Han Solo— pueden ser el resultado de un enfrentamiento directo con la verdadera naturaleza del cosmos, según lo Fantástico, contraria al Materialismo.
El auténtico Materialista, en las buenas ficciones, o muere o enloquece. No hay términos medios. No hay recuperación tras el encuentro con un demonio, un fantasma, un monstruo, un anillo mágico. Esas posibilidades excluyen al pensamiento Materialista, así como a la cordura, o a la vida, de quienes cultivan felizmente esa filosofía.
Taller literario. I Libros extraños.
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