H.P. Lovecraft y los viajes en el tiempo: la tecnología de los Antiguos.
Uno de los clichés de la ciencia ficción que más nos gustan son los viajes en el tiempo. Al parecer, a H.P. Lovecraft también, y mucho, solo que fue lo suficientemente inteligente como para disimular en sus cuentos, bajo la máscara de cierto misticismo pagano, la tecnología capaz de realizar esos viajes.
De hecho, lo que a menudo percibimos como mágico o cósmico en sus relatos es, en realidad, una hábil descripción de un tipo de tecnología tan avanzada que nos resulta irreconocible como tal.
Pero vayamos por parte, porque el tiempo es un elemento tan importante en la obra de Lovecraft, y tan agudo su entendimiento o intuición sobre su funcionamiento, que conviene avanzar de forma más bien newtoniana, esto es, sin saltos abruptos.
En Yo soy Providence (I Am Providence), de S.T. Joshi, se afirma que H.P. Lovecraft fue un hombre que se sentía atrapado en el tiempo. Su celda ni siquiera era el aquí y ahora, ya que se consideraba a sí mismo un hijo del racionalismo del siglo XVIII. Esto nos obliga a deducir que el presente de H.P. Lovecraft en las primeras décadas del siglo XX se sentía en realidad como el futuro.
No es extraño que muchos relatos de H.P. Lovecraft —en definitiva, concebidos por alguien a destiempo con su época— tengan que ver con viajes en el tiempo, portales interdimensionales y universos paralelos. Lo que sí es extraño es que esas realidades hayan sido forjadas por un hombre que aceptaba las teorías científicas de su tiempo pero que las imprimía en sus historias utilizando recursos en desuso.
Después de todo, Lovecraft nos habla de seres tan antiguos y poderosos que nos resultan inimaginables, incluso cuando logran adoptar una forma material o cuando se revela parte de su arquitectura imposible, producto de una matemática que acaso observa las leyes físicas de otras dimensiones.
Nuestros sentidos e intelecto son sencillamente incapaces de asimilarlo. En este contexto, la tecnología que aplican estos seres no solo nos resultaría ininteligible, sino que ni siquiera podríamos comprender que se trata de tecnología. En síntesis: la percibiríamos como algo mágico, oscuro, siniestro, impuro, del mismo modo en el que reaccionan los protagonistas de los cuentos lovecraftianos.
Sabemos que Albert Einstein perturbó los cimientos más profundos de la filosofía de H.P. Lovecraft respecto del universo y el tiempo, y que eventualmente aceptó las teorías del científico y las adaptó a la cosmogonía de los Mitos de Cthulhu. Esto se resume en el paradigma lovecraftiano de un universo donde predomina la indiferencia en relación a la pequeñez de la humanidad.
Einstein, decíamos, sacudió esa visión racionalista. La nave blanca (The White Ship) y La sombra fuera del tiempo (The Shadow Out of Time) son dos ejemplos evidentes de la rebelión de Lovecraft contra sus antiguas creencias. Si bien allí no hay máquinas del tiempo, la percepción lineal del flujo del tiempo desaparece.
A pesar de sus recelos, Lovecraft abrazó las teorías de Einstein en estos dos relatos, donde el espacio y el tiempo están estrechamente vinculados. Después de todo, si el tiempo no es una línea recta, viajar a través de él quizá era posible.
Para Newton, y una larga lista de físicos después de él, el tiempo era una especie de flecha que viaja en línea recta y cuya dirección es inalterable. Con la llegada de Einstein, el Tiempo-Espacio tal cual es concebido en la Teoria General de la Relatividad puede, digamos, doblarse. Esto tuvo un tremendo impacto en Lovecraft. A partir de entonces, el tiempo ya no fue visto en términos lineales, sino más bien como el flujo inconstante de un río, que acelera, decrece, y hasta se detiene y retrocede en ciertos tramos.
Lovecraft no construyó un bote para recorrer el curso de ese río. No hay máquinas del tiempo en sus obras, al menos no en un sentido convencional, como veremos más adelante. Lo que sí hay son intrépidos nadadores que, por azar o sutil burla del destino, se ven atrapados en remolinos y estanques y crecidas donde el río del tiempo se torna imprevisible.
Cuando Lovecraft, no sin esfuerzo, por fin aceptó que el viaje en el tiempo era posible, empezó a concebir la mejor manera de utilizar este recurso sin caer en dispositivos clásicos.
En todos los escenarios posibles para el viaje en el tiempo sería necesario utilizar una inconcebible cantidad de energía, lo cual, sin dudas, destruiría al viajero. Quizás por eso las criaturas de los Mitos de Cthulhu pertenecen a universos con diferentes leyes, fuerzas naturales, y, en ciertos casos, a una especie de Multiverso que les permite transgredir las mismas leyes físicas que a nosotros nos impiden siquiera soñar con una forma de viajar en el tiempo.
Lovecraft sostiene en varios de sus relatos que los Antiguos poseen la habilidad de controlar grandes cantidades de energía para moverse en diferentes planos del Espacio-Tiempo, sin embargo, también los dotó con una impericia: son incapaces de adoptar una forma material estable que les permita ingresar en nuestro plano. Al parecer, lo lograron en algún momento, como en el caso de Dagón y Cthulhu, quienes paseaban sus inmensos traseros invertebrados por nuestro mundo en edades olvidadas; pero cualquiera haya sido ese poder, lo han perdido.
Para lograr esa transición hacia nuestro Espacio-Tiempo, los Antiguos necesitan algo, algo nuestro, y ahí es donde entran a jugar los libros apócrifos de Lovecraft y su grupo de seguidores, como el Necronomicón, De Vermis Mysteriis, Unaussprechlichen Kulten, El libro de Eibon, Cultes des Goules, entre otros, que a simple vista parecen libros prohibidos, pero cuyo saber ancestral acaso tiene que ver directamente con la ciencia.
Si nos ponemos realmente minuciosos, veremos que en todos los cuentos de Lovecraft donde la continuidad del tiempo se desgarra, permitiendo que seres de otras dimensiones ingresen a la nuestra, ocurre algo más que la simple lectura de un libro maldito. Después de todo, Abdul Alhazred quizás fue un científico brillante.
Podemos pensar que ese algo nuestro que necesitan los Antiguos para estabilizarse materialmente en nuestro Espacio-Tiempo es una muestra de nuestro ADN. Tengamos en mente esta posibilidad al leer relatos como El horror de Dunwich (The Dunwich Horror) y Los sueños en la casa de la bruja (The Dreams in the Witch-House).
Repasemos brevemente este último ejemplo para observar cómo funcionan los viajes en el tiempo en la obra de Lovecraft.
Un estudiante de la Universidad de Miskatonic, llamado Walter Gilman, realiza un trabajo sobre matemáticas y mecánica cuántica; quizá al sospechar que la Teoría General de la Relatividad empieza a descomponerse a nivel cuántico, de manera tal que, para que el viaje en el tiempo sea posible, ambas deben unificarse, y eso solo puede ocurrir en dimensiones más elevadas.
Estas dimensiones más altas, a las que Lovecraft suele referirse empleando una terminología mística, podrían ser el único medio para viajar a través de enormes distancias y tiempos. De hecho, eso es lo que Walter Gilman y la bruja Keziah Mason logran hacer; y de un modo tan sagaz que nadie en su sano juicio clasificaría al relato como de ciencia ficción.
Ahora bien, la energía necesaria para abrirse paso hacia las altas dimensiones no está disponible para nosotros, y menos aún para nuestra tecnología. H.P. Lovecraft lo sabía, desde luego, y por eso es Nyarlathotep quien la proporciona.
Empleando una hábil combinación de matemáticas y magia —acaso especialidades de una misma ciencia cósmica— Gilman obtiene la atención de los Antiguos. Luego firma con sangre el libro de Nyarlathotep, acto que, en apariencia, refiere a los pactos satánicos del esoterismo y el ocultismo, aunque en realidad podría ser visto como una forma de proporcionar una muestra de ADN a los Antiguos, los cuales, recordemos, la necesitan para ingresar y permanecer físicamente en nuestro Espacio-Tiempo.
Los sueños en la casa de la bruja es claramente un relato de ciencia ficción sobre viajes en el tiempo, solo que Lovecraft no se regodea en la técnica ni intenta explicar la compleja articulación científica y tecnológica de los Antiguos, la cual, desde el punto de vista del protagonista, resulta imposible de reconocer como tal.
Aquello que Lovecraft vincula a la magia negra, a la nigromancia, al saber arcano de libros prohibidos y símbolos que, como ecuaciones avanzadísimas, conducen a la locura y la muerte del no iniciado, es en realidad la descripción de la ciencia y la técnica de los Antiguos desde la perspectiva de alguien que no puede entenderla, y que por lo tanto la inscribe en el marco de la magia.
Sin saberlo, el maestro de Providence coincide en este punto con una de las Tres leyes de Clarke, propuesta por Arthur Clarke en 1962:
Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
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4 comentarios:
Siempre lo digo, Lovecraft era un visionario!!!
Interesante explicación.
Muy buen articulo
EXCELENTE ARTICULO
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