Aprendiendo a viajar en el tiempo.
Tras una áspera negociación logramos que el profesor Lugano nos acompañara al cine del barrio a ver una película de ciencia ficción, básicamente una mala adaptación del clásico de H.G. Wells: La máquina del tiempo (The Time Machine).
Encaramos el camino de regreso al bar ya bien entrada la madrugada. Buenos Aires estaba envuelta en una neblina ansiosa. Los adoquines transpiraban, exhaustos, tras el incesante tráfico diurno. El ruido de nuestros pasos era lo único que se escuchaba en la oscuridad.
—Sería fascinante aprender a viajar en el tiempo —dijo alguien, tal vez por temor al silencio sagrado de la noche.
—Lo que sería realmente fascinante es encontrar a alguien que no haya viajado en el tiempo —dijo el profesor Lugano.
Antes de que pudiéramos interrogar al profesor vimos que una silueta, un hombre, emergía de la niebla. Era un anciano, pequeño, encorvado, que caminaba lentamente apoyado en un bastón. Silbaba.
Nos sonó como arena y tiempo en los oídos.
Murmuraba.
Se oyó como el rugido de los tigres.
Al pasar junto a nosotros saludó cordialmente al profesor y luego se perdió en la noche. Sus pasos repiquetearon a lo lejos. Como en un laberinto.
—Profesor, ¿ése hombre era...?
—Sí, era.
—¡Pero Borges lleva muerto treinta años!
—Para nosotros, efectivamente, está muerto —admitió el profesor—. Pero el tiempo es una cosa muy extraña. Se dobla, se estira, se repite, se fragmenta. Una noche cualquiera, en cualquier tiempo y lugar, puede encontrarse con otra que aún no ha ocurrido.
—¿Entonces cree en la posibilidad de realizar viajes en el tiempo?
—Por supuesto. Lo hacemos constantemente.
—Profesor, yo jamás he viaj...
—Claro que sí. Salvo que piense que la realidad está ahí afuera, por ejemplo, en esa rata que corretea entre la basura o en esa flor que se asoma desde aquel balcón, y no en sus pensamientos.
—¿Entonces?
—Entonces la cuestión se resume en un problema, o, para ser más precisos, en una elección: la mayoría de las personas se extravían en su pequeño vértice del tiempo. Los más sensatos no advierten que el mundo, una mujer, una melodía, un verso, los distraen hacia el aquí y ahora. Los más inteligentes, los que se entregan al sueño, caminan por la eternidad.
La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.
El artículo: Aprendiendo a viajar en el tiempo fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com.
6 comentarios:
Como siempre geniales las anécdotas del profe Lugano. Adelante, amigos de El Espejo... ¡Saludos!
Como siempre geniales las anécdotas del profesor Lugano. ¡Saludos!
una poderosa expolicion del relativismo virtual humano cruzando la linea de lo real a lo imaginario para darnos cuenta que vivimos en una mente,EXELENTE...
Eso ni existe
Excelente blog, no me canso de explorar y leer y cada uno de sus artículos
Bonito, pero etereo, viajamos en nuestra mente, viajamos en nuestras ideas, pero si en este momento pudiesemos viajar en el tiempo de otros.... muchos problemas resolveriamos y esto seria directamente proporcional al sufrimiento que causaria nuestra alegria.
En pocas palabras... que bonito es usar la imaginacion.
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