Máquinas del Tiempo: el problema de viajar al futuro y encontrarse en el pasado


Máquinas del Tiempo: el problema de viajar al futuro y encontrarse en el pasado.




La ciencia ficción no necesariamente se construye sobre sí misma. De hecho, es el presente quien la obliga a proyectarse hacia el futuro.

A finales del siglo XIX la exploración del planeta había avanzado considerablemente; razón por la cual los autores de distopías y utopías abandonaron la idea de reinos escondidos y mundos extraviados en el presente. Acorralados por la falta de espacio virgen, los grandes especuladores de sociedades arcanas las ubicaron en el futuro.

En términos narrativos, toda historia sobre viajes en el tiempo comienza con un prólogo ubicado en el tiempo en el que la novela fue escrita. Esto permite que el lector, también del presente, conozca al protagonista, asuma sus hábitos, costumbres, estructura mental, y luego lo acompañe en la aventura con una mirada igualmente fresca sobre los sucesos futuros.

El 99% de los viajes en el tiempo son protagonizados por hombres y el destino siempre resulta extraño y hasta absurdo en términos de interés científico.

¿Por qué?

Tal vez porque la Máquina del Tiempo es el peor vehículo imaginable para realizar ese viaje.

La idea de que puede fabricarse una Máquina del Tiempo estuvo disponible para los autores de ciencia ficción durante muchísimos años, sin embargo, fueron realmente pocos los que la utilizaron. Pensemos en H.G. Wells y La máquina del tiempo (The Time Machine), de 1895, tal vez la novela de ciencia ficción que mejor estableció el concepto de un dispositivo para viajar en el tiempo. Su éxito fue descomunal, sin embargo, el autor no volvió a utilizarlo.

¿Cuántos autores estarían dispuestos de abandonar un artefacto comercialmente infalible que, por su propia naturaleza, le permitiría admitir todos los tiempos posibles, desde el pasado prehistórico hasta el más inconcebible futuro?

La respuesta, lejos de considerar aspectos filosóficos, podría resumirse de la siguiente manera: porque una máquina del tiempo, paradójicamente, entorpece la posibilidad de viajar en el tiempo.

El propio H.G. Wells exploró la posibilidad de viajar en el tiempo sin mediación de la tecnología en la novela: Cuando el durmiente despierta (When the Sleeper Wakes), de 1899, estableciendo el paradigma del protagonista que se duerme en el presente y despierta en un futuro lejano, motivo comercialmente exiguo pero muy significativo dentro de la ciencia ficción.

Este yeite, conocido como Sleeper Awakes, comparte con la Máquina del Tiempo la posibilidad justificar cualquier salto hacia el futuro de forma más sustentable. No en vano las mejores novelas sobre viajes en el tiempo no se apoyan sobre dispositivos tecnológicos, como por ejemplo Mirando atrás (Looking Backward), de Edward Bellamy; o Noticias de ninguna parte (News From Nowhere), de William Morris.

Las Máquinas del Tiempo son un motivo colorido en una historia fantástica; sin embargo, carecen de toda elegancia, y en cierta forma demuestran el ocio creativo del autor. Indicios de ese pudor pueden hallarse en un dato estadístico de suma relevancia: no hay una sola novela en donde la Máquina del Tiempo no sea destruida al final.

Alguien podría objetar que las Máquinas del Tiempo no solo se utilizan para viajar al futuro, sino también al pasado; no obstante, en estos casos el viaje hacia atrás mediante la tecnología es completamente superfluo. Lo único que importa, tanto desde la perspectiva del argumento como del protagonista que se extravía en el pasado, es regresar al presente, desde su actual punto de vista, el futuro.

Pero las objeciones no terminan ahí: tampoco es posible viajar al futuro en una Máquina del Tiempo y encontrarse con otra cosa que no sea el pasado.

Tomemos cualquier novela acerca de este motivo y veremos que el futuro que el autor nos presenta SIEMPRE aparece atravesado por sistemas totalitarios y/o decadentes propios del pasado. En otras palabras, las novelas sobre viajes al futuro siempre nos transportan al pasado.

Las mejores historias sobre viajes en el tiempo son aquellas en las que ni siquiera se advierte el inicio viaje, o directamente se omite.

¿Ejemplos?

El Señor de los Anillos, de J.R.R. Tolkien.

Recordemos que los sucesos de El Señor de los Anillos, y por tal caso todas las historias de la Tierra Media (dentro de la trama argumental de J.R.R. Tolkien), fueron recuperadas por un marino inglés durante la Edad Media, el cual se extravió con su embarcación y llegó a una isla desconocida, es decir, fuera de la continuidad del tiempo tal como lo conocemos, donde seres de talla prodigiosa, Elfos, básicamente, le enseñaron los fundamentos de las lenguas antiguas y posteriormente le entregaron algunos libros sobre el verdadero pasado de la humanidad.

Este marino inglés regresó al presente, es decir, a la Edad Media, tradujo esos libros al Inglés Antiguo, y Tolkien, muchos años después, al inglés moderno.

Hay algo absurdo en las Máquinas del Tiempo, y más aún, algo obsoleto y hasta innecesario. Tal vez por eso fueron abandonadas rápidamente, incluso en obras que fácilmente podrían haberse convertido en sagas muy exitosas.

Si un dispositivo tecnológico puede sustituirse por otro entonces su valor simbólico tiende a ser insignificante. En este contexto, el tema se resume a una cuestión de simpatías y desagrados: habrá quien prefiera acomodarse en el DeLórean o dormirse en la bruma de los mares para encallar en islas desconocidas, fuera del tiempo y la tendenciosa rigurosidad de cartógrafos mal remunerados.

La magia ni siquiera está en el viaje en el tiempo, tanto hacia el pasado o el futuro. Íntimamente, el viaje que a todos nos interesa no es aquel con destino incierto, sino el que se realiza sin saber desde dónde se viene.




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1 comentarios:

Anónimo dijo...

¿¿Qué??
¿Y qué es eso de lo de Tolkien?



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