Fantasía Póstuma: acompañar a un personaje en el más allá


Fantasía Póstuma: acompañar a un personaje en el más allá.




Términos novedosos como Fantasía Póstuma (Posthumous Fantasy) a menudo han sido empleados para describir un tipo específico de literatura, particularmente aquella que relata las aventuras, desgracias y revelaciones de personajes que han muerto.

Dentro de la Fantasía Póstuma podemos encontrar, por ejemplo, historias sobre el rito de pasaje entre la vida a la muerte, en ocasiones sin que el propio protagonista lo advierta; es decir, sin que sepa que está muerto y que el mundo que lo rodea es, después de todo, una ilusión residual.

Más allá de estas cuestiones, la Fantasía Póstuma es un subgénero dedicado específicamente a explorar ese estado de transición entre la vida en la tierra y una existencia más o menos pletórica en esferas superiores de conciencia; es decir, un rito de pasaje, de iniciación, cuyo vértice es la muerte y sus extremos son la ignorancia de la vida y el entendimiento absoluto en el más allá.

Esto se aprecia con delicada maestría en Un incidente en el puente de Owl Creek (An Occurrence at Owl Creek Bridge), de Ambrose Bierce, donde las peripecias del protagonista se revelan como las fantasías frenéticas de un hombre que se está ahogando.

Otros ejemplos notables de este efecto devastador se aprecian en: El amigo de la muerte, de Pedro de Alarcón; En el portal (On the Gate), de Rudyard Kipling; Mientras agonizo (As I Lay Dying), de William Faulkner; y Víspera de Todos los Santos (All Hallows' Eve), de Charles Williams.

La realidad póstuma, al menos en este tipo de historias, siempre representa algo más que su apariencia externa: funciona como una especie de mapa del alma. Un caso típico es el de la Divina Comedia; probablemente uno de los más exquisitos diseños de la Fantasía Póstuma como retrato del alma.

Ahora bien, gran parte de la Fantasía Póstuma es simbólica; de tal forma que sus protagonistas son, en esencia, una representación del alma que comienza su jornada hacia el más allá —a menudo a bordo de trenes, barcos u otros medios de transporte colectivo— en un estado de total ignorancia; es decir, sin saber realmente que su vida, en términos biológicos, ha terminado.

Muchos aspectos de la Fantasía Póstuma se deslizan silenciosamente dentro de un marco narrativo más amplio, siendo apenas una conclusión o cierre de ciertas historias. Por ejemplo, el paisaje que rodea al protagonista siempre se asemeja al de la realidad pero una sensación de inexorable extrañeza, de estupor, lo acecha desde todos esos sitios familiares.

Muy pronto esa sensación se convierte en la certeza de que algo anda mal, o mejor dicho, de que las cosas son diferentes en esencia, no en apariencia; al igual que nos ocurre al regresar de un largo viaje y nos encontramos de nuevo con los objetos de nuestra casa, invariablemente los mismos aunque todo parezca ligeramente cambiado.

El paisaje, el entorno, el escenario, asume paulatinamente las características de un Laberinto, es decir, un sitio que para ser transitado correctamente debe ser primero descifrado.

Por allí tenemos al protagonista de uno de los mejores cuentos de Conrad Aiken, el Señor Arcularis, quien es capaz de oir a la muerte en los lugares más insólitos mientras se aproxima a él; en una especie de preludio, de inevitable encuentro que trastorna su realidad para convertirla en un espacio de transición.

Algo similar ocurre en Las dos muertes de Christopher Martin (The Two Deaths of Christopher Martin), de William Golding, donde un hombre se aferra tenazmente a un islote luego de que su embarcación naufraga, rehusándose así morir, negándose al abandono hacia el más allá, lo cual lo obliga a repasar los hechos más significativos pero también los más insignificantes su vida, una y otra vez.

En este contexto, y al igual que ocurre en nuestros sueños, la Fantasía Póstuma apela a lo absurdo, a lo burocrático, a lo insignificante, como parte de una realidad que oprime al protagonista; hasta que eventualmente éste advierte que el mundo en el que habita constituye una especie de teatro, de puesta en escena, de ritual, donde todo lo conduce a entender que efectivamente ha muerto.

Para finalizar hay que decir que la Fantasía Póstuma aprovecha aquella idea de que, en los instante previos a la muerte, el sujeto observa cómo su vida pasa frente a sus ojos. ¿Pero qué ocurriría si fuésemos capaz de vivir esa vida?

Quiero decir, habitarla no ya como una especie de proyección de fotografías, de escenas más o menos memorables, de recapitulación, sino realmente vivirla.

Sin dudas experimentaríamos episodios insólitos, patéticos, alegres, tristísimos.

Probablemente esa vida también decline, como esta, y que en el crepúsculo incierto que precede a la muerte aparezcan otros recuerdos y otras vidas que podemos habitar incesantemente.

Después de todo, si admitimos la posibilidad de que existan sueños dentro de otros sueños, la probabilidad de que también existan vidas dentro de otras vidas no asombra demasiado.

El hombre que siente fobia por el agua, por las alturas, por los espacios cerrados, quizá esté habitando los recuerdos fulminantes de un otro yo que se ahoga, que cae desde una ventana, que está encerrado en un cuerpo decrépito, opresivo, cuyo corazón lentamente deja de latir.




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