«Más allá de la puerta»: J. Paul Suter; relato y análisis.
Más allá de la puerta (Beyond the Door) es un relato de terror del escritor norteamericano J. Paul Suter (1884-¿?), publicado originalmente en la edición de abril de 1923 de la revista Weird Tales, y luego reeditado por Dashiell Hammett en la antología de 1931: Escalofríos por la noche (Creeps by Night).
Más allá de la puerta, quizás uno de los pocos cuentos de J. Paul Suter que obtuvo su merecido reconocimiento, relata la historia de Godfrey Sarston, un entomólogo obsesionado con su trabajo, cuyo estudio está literalmente tapizado, desde las paredes hasta el techo, con insectos de toda clase, quien tras sufrir una terrible pérdida, comienza a tener la sensación de que algo extraño lo acecha desde el sótano.
Esa presencia se va volviendo cada vez más inquietante, cada vez más densa, como si poco a poco fuese ganando fuerza a medida que las defensas emocionales y psicológicas del científico se van debilitando. Comienza a tener alucinaciones, la sensación de que descomunales ratas, u otras criaturas peores de la oscuridad, rascan las paredes del pasillo, buscando ingresar en su estudio.
Por el diario del entomólogo sabemos que en el sótano hay una losa, que cubre la abertura de un pozo insondable. Desde allí parece surgir esa fuerza sombría, que lentamente lo va atrayendo hacia las profundidades (ver: El Horror siempre viene desde el Sótano).
Hasta aquí hemos dado una visión general de Más allá de la puerta de Paul Suter. A continuación iremos analizando algunos matices que conviene evitar antes de leer el relato (SPOILERS adelante).
J. Paul Suter es un autor prácticamente desconocido —inédito, hasta hoy, en español—, y buena parte de su obra ha sido olvidada. Sin embargo, H.P. Lovecraft estimaba particularmente el cuento que hemos traducido: Más allá de la puerta, y con muy buenas razones para hacerlo.
La especialidad de Paul Suter son los asesinatos espeluznantes, extraños, muchas veces inexplicables. Algo de eso ocurre en Más allá de la puerta, cuya mayor virtud está en la ambientación, en el desarrollo psicológico de su personaje principal, en el lento e irreversible deterioro de sus capacidades mentales a medida que la culpa va corroyendo su alma, hasta que finalmente sus alucinaciones lo llevan a arrojarse al interior del pozo en el sótano.
Más allá de la puerta resuelve con excelencia las tensiones entre lo sobrenatural y lo psicológico. Sabemos que la muerte de Lucy Lawton, quien se suicidó en el sótano, responde a las obsesiones del científico con su trabajo. Ese sentimiento de culpa, quizás, es lo que se materializa en sus alucinaciones, y lo que lo conduce hacia el mismo final.
Más allá de la puerta.
Beyond the Door, J. Paul Suter (1884- ¿?)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli)
—Todavía no me ha dicho cómo sucedió —le dije a la señora Malkin.
Ella apretó los labios y me miró bruscamente.
—¿No habló con el forense, señor?
—Sí, por supuesto —admití—; pero prefiero escuchar su versión. Después de todo, usted fue quién encontró al tío.
—Bueno, no me gustaría decir nada al respecto —dijo con decisión.
Esta ama de llaves de mi tío era algo más alta que yo, y mucho más pesada, dos argumentos que le daban ventaja sobre mí. Al notar su amplia mandíbula, su amplitud general, el brillo poco sentimental de sus ojos, decidí conciliarme. Puse una silla para ella, allí en el estudio de mi tío Godfrey.
—Antes de recorrer el resto de las habitaciones, propongo que descansemos un poco —sugerí, de la manera más untuosa—. El lugar le pone a uno los nervios de punta, ¿no le parece?
Pura suerte. No reclamo ningún crédito por el acierto de mi comentario, que pareció haber encontrado un punto débil en sus fortificaciones. Ella respondió con un indudable tono de satisfacción:
—Hace más de siete años que he estado trabajando para el señor, llevándole sus comidas regularmente, como un reloj, manteniendo su ropa limpia, tanto como me lo permitía. En ese tiempo he llegado a la conclusión de que no hay otra casa en Nueva York tan extraña como esta.
—¿Sí? —la animé, con una sonrisa; y sus confidencias abrieron otra muesca:
—Como le he dicho muchas veces al pobre señor Sarston, está bastante bien tener insectos como pasatiempo. Puedes permitírtelo; si eres soltero. No tienes que considerar los gustos y disgustos de otras personas. Pero cuando se trata de pinchar insectos y tenerlos pegados en las paredes, en los techos, en los muebles, bueno, eso ya es ir demasiado lejos —dijo.
—¿Nunca trató de reformar sus costumbres cuando usted le dijo eso? —pregunté sonriendo.
—Para ser sincero con usted, señor Robinson, cada vez que le hablaba de este modo generalmente me aumentaba la paga.
—No puedo ver cómo Lucy Lawton se quedó en este lugar en esas condiciones —observé, observando la cara roja de la señora Malkin muy de cerca.
Se tragó el anzuelo y se inclinó hacia adelante con las manos sobre las rodillas.
—Pobre niña, toda la situación la puso nerviosa. Pero ella era del tipo callado, delgada y descolorida, con el cabello claro y apenas una palabra para decir por sí misma. No creo que conociera ni siquiera a la vecina de al lado en todo el año que vivió con tu tío. Era huérfana, ¿verdad?
—En efecto. Godfrey Sarston y yo éramos sus únicos parientes vivos. Por eso vino de Australia, para quedarse con él, después de la muerte de su padre.
La señora Malkin asintió.
Tenía la esperanza de que, al controlar mi entusiasmo, pudiera llevarla a un terreno distinto, más confidencial. Hasta el momento en que conseguí que el ama de llaves me llevara a recorrer la extraña casa de mi tío Godfrey, todo el asunto había sido un misterio. A nadie logré arrancarle una palabra. Incluso el forense se rehusó a decirme cómo había muerto mi tío.
—Tengo entendido que usted pensaba vivir con él —dijo la señora Malkin, mirándome fijamente.
Me limité a asentir.
—Bueno, yo también. En todo caso, después de un año, ella se fue.
—Así, de repente —sugerí.
—Tan repentinamente que nunca supe nada hasta después de que ella se fue. Un día vine a hacer mis quehaceres y ella estaba aquí. Vine el siguiente, y ella no estaba. Así de repente.
—Deben haber tenido una pelea —conjeturé—. Supongo que fue por la casa.
—Tal vez, tal vez no.
—¿Sabe usted algo más?
—Tengo ojos en la nuca —dijo—. Pero no voy a hablar de eso.
Intenté otra estrategia:
—No había visto a mi tío en cinco años. Parecía terriblemente cambiado. No era un hombre viejo, de ninguna manera, pero cuando lo vi en el funeral...
Hice una pausa, expectante. Para mi alivio, ella respondió rápidamente:
—Se veía así durante los últimos meses, especialmente la última semana. Hablé con él al respecto, dos días antes… antes de que sucediera. Le dije que haría bien en volver a ver al médico. Pero él lo descartó. Mi hermana se enfermó el mismo día y me llamaron fuera de la ciudad. La próxima vez que lo vi, él ya estaba... —Hizo una pausa y luego continuó, sollozando—. Pensar en él, yaciendo allí, en ese horrible lugar, y llamando y llamando por mí, como sé que debió hacerlo, y que yo no estuviese cerca para escucharlo. ¡Qué espanto!
Cuando se detuvo de nuevo, de repente, me lanzó una mirada de sospecha. Me apresuré a insertar una pregunta práctica:
—¿Parecía enfermo ese último día?
—No tanto enfermo, era como si…
Estuvo en silencio mucho tiempo, mientras esperaba, temerosa de que alguna palabra mía le hubiera devuelto su antigua actitud de hostilidad. Entonces ella pareció decidirse.
—No debería decir una palabra más. Ya he dicho demasiado. Pero usted ha sido amable conmigo, señor, y sé algo que tiene derecho saber, algo que, creo, nadie más quiere decirle. Mire el detrás de la puerta de su estudio un minuto, señor.
Seguí su dirección. Lo que vi me llevó a caer sobre mis manos y rodillas, para examinarlo mejor.
—¿Por qué debería poner una tira de goma en la base de su puerta? —le pregunté, levantándome.
Ella respondió con otra sugerencia enigmática:
—Él dormía en este estudio.
—¡Rayos! —exclamé.
Doble cerrojo en el interior de la puerta de su habitación. Una habitación en el piso de arriba. ¿Cuál era la necesidad? La señora Malkin negó portentosamente con la cabeza y suspiró.
—Tenía miedo de algo, señor. Algo que venía en las noches.
—¿Qué cosa?
—No lo sé, señor.
—Ese algo, ¿también vino la noche en que murió? —le pregunté.
Ella asintió; entonces, como si hubiera preparado mi mente lo suficiente, sacó algo de su delantal.
—Es un diario. Estaba tirado aquí, en el piso. Lo guardé para usted, antes de que lo viera la policía.
—¿Lo leyó usted?
Ella se encontró con mi mirada.
—Lo leí, señor, tal como lo hará usted. ¡Y por nada del mundo lo volvería a hacer!
—Noté alguna referencia aquí a una losa en el sótano. ¿Qué losa es esa?
—Cubre un pozo viejo y seco, señor.
—¿Me lo mostraría?
—Puede encontrarlo usted mismo, señor. No voy a bajar allí —dijo, decididamente.
—Bueno, ya he visto suficiente por hoy —le dije—. Llevaré el diario a mi hotel y lo leeré.
No volví a mi hotel, sin embargo. En mi breve vistazo al librito, había visto algo que me había mordido el alma; solo unas pocas palabras, pero me habían acercado mucho a ese extraño y solitario hombre que había sido mi tío.
Despedí a la señora Malkin y me quedé en el estudio. Allí era el lugar apropiado para leer el diario.
Su personalidad permanecía como un vapor en ese estudio. Me acomodé en su profunda silla Morris y la giré para captar la luz de la única y estrecha ventana, la luz, sin duda, por la cual se había escrito su trabajo sobre entomología. Esa misma iluminación jugó trucos sombríos con huestes de insectos crucificados en la pared, que parecían dedicados a un esfuerzo conjunto para gatear en líneas sinuosas. Algunos de ellos, clavados en el techo, miraban temblorosamente a la multitud debajo. Toda la casa, con sus crujientes muertos, susurrando con cualquier brisa vagabunda, me hizo pensar en la voluntad que los había sujetado, uno por uno, a la pared y a los muebles. Una mano amable, reflexioné, aunque excéntrica.
¿Era justo que muriera de ese modo, cara a cara con Horror, luchando con lo que más temía? Todavía reflexiono sobre esta pregunta.
Las entradas en el diario comienzan el 15 de junio. Todo antes de esa fecha había sido arrancado. Allí, en la habitación donde había sido escrito, leí el diario de mi tío Godfrey.
Estoy temblando. De modo que las palabras apenas se formarán debajo de mi pluma, pero mi mente está concentrada. ¿Y si me hubiera casado con ella? Es probable que ella no hubiera estado dispuesta a vivir en esta casa. Al principio, sus deseos se habrían interpuesto entre mi trabajo y yo, y eso habría sido solo el comienzo.
Como hombre casado, no podría haberme concentrado adecuadamente, no podría haberme rodeado de la atmósfera indispensable para escribir mi libro. Mi mensaje científico nunca habría sido entregado. Tal como están las cosas, aunque me duele el corazón, reprimiré estos recuerdos. Sólo diré que desearía haber sido más amable con ella, especialmente cuando se arrodilló ante mí, y besó mi mano.
No debería haberla rechazado tan bruscamente. Mis palabras podrían haber sido mejor elegidas. Le dije con amargura: ¡Levántate, y no me acaricies la mano como un perro!. Ella se levantó, sin decir una palabra, y me dejó. ¿Cómo iba a saber eso? En gran parte tengo la culpa. Sin embargo, si hubiera tomado otro curso de acción, las autoridades no habrían visto lo que verdaderamente ocurrió.
(Sigue un espacio donde se habían arrancado algunas páginas; pero a partir del 16 de julio todas estaban intactas. Algo había pasado en la escritura también. Todavía era precisa y claro, la mano característica de mi tío Godfrey, pero el trazo era menos firme. A medida que las entradas se acercaban al final, esta diferencia se hizo aún más marcada.
Aquí sigue, entonces, el resto de su historia. Dejaré que sus palabras hablen por él, sin más interrupciones).
Mis nervios están cada vez más afectados. Si ciertas molestias no cesan en breve, estaré obligado a buscar asesoramiento médico. Para ser más específico, me encuentro, a veces obsesionado por un deseo casi incontrolable de descender al sótano y levantar la losa sobre el viejo pozo.
Nunca he cedido ante ese impulso, pero ha persistido con tanta intensidad que tuve que dejar el trabajo a un lado y, literalmente, mantenerme en mi silla. Este deseo loco se produce solo en la oscuridad de la noche, cuando su efecto inquietante se ve incrementado por los diversos ruidos de la casa.
Por ejemplo, a menudo hay una corriente de aire a lo largo de los pasillos, lo que provoca un susurro entre los especímenes empalados en las paredes. Últimamente, también, ha habido otros sonidos nocturnos, muy sugestivos, como el clamor de ratas y ratones. Esto requiere investigación. He tenido un gasto considerable para hacer que la casa sea a prueba de roedores, lo que podría destruir algunos de mis mejores especímenes. Si algún defecto estructural les ha abierto el camino, la situación debe corregirse de inmediato.
17 de julio: Los cimientos y sótano fueron examinados hoy por un trabajador. Afirma positivamente que no hay lugar de entrada para los roedores. Se contentó con mirar la losa sobre el viejo pozo, sin levantarlo.
19 de julio: Mientras estaba sentado en esta silla, anoche, escribiendo, el impulso de descender al sótano repentinamente se apoderó de mí con una enorme insistencia. Me rendí, lo cual, tal vez, era inevitable. Por lo menos me convencí de que la inquietud que me posee no tiene una causa externa.
El largo viaje a través de los pasillos fue difícil. Varias veces, fui consciente de los mismos sonidos (tal vez debería decir, las mismas IMPRESIONES de sonidos) que erróneamente les había atribuido a las ratas. Ahora estoy convencido de que son simples síntomas de mi condición nerviosa. Otro indicio de esto se observa en el hecho de que, cuando abrí la puerta sótano, los pequeños ruidos cesaron abruptamente. No se oyó el correteo típico que sugiere la presencia de ratas perturbadas que huyen repentinamente al sentir pasos.
De hecho, era consciente de una cierta impresión de silencio expectante, como si la cosa detrás de los ruidos, fuera lo que fuese, se hubiera detenido para verme entrar en su dominio. A lo largo de mi tiempo en el sótano, parecía estar rodeado de esta misma atmósfera. En general, me mantuve bajo control. Sin embargo, cuando estaba a punto de abandonar la bodega, volví la vista por encima del hombro hacia la losa de piedra que cubría el viejo pozo.
30 de julio: Durante más de una semana todo ha estado bien. El tono de mis nervios parece claramente mejor. La señora Malkin, quien ha comentado varias veces últimamente sobre mi palidez, expresó esta tarde la convicción de que me veía mucho mejor. Esto es alentador. Estaba empezando a temer que la severa tensión de los últimos meses me había dejado una marca indeleble. Con salud continua, podré terminar mi libro para la primavera.
31 de julio: La señora Malkin permaneció despierta hasta tarde en relación con algún trabajo doméstico, y estaba bastante oscuro cuando regresé a mi estudio tras cerrar la puerta de la calle tras ella. La oscuridad de la sala superior, que el antiguo propietario de la casa no pudo conectar a la electricidad, era profunda. Así llegué a la parte superior del segundo tramo de las escaleras. Algo se aferró a mi pie y, por un instante, casi me hizo retroceder. Me liberé y corrí al estudio.
3 de agosto: De nuevo la terrible insistencia. Me siento aquí, con este diario sobre mis rodillas, y siento que algo me está desgarrando por dentro. ¡Voy por algo caliente! Puede que mis nervios vuelvan a estar completamente desatados (me temo que sí), pero por el momento los sigo controlando.
4 de agosto: No cedí anoche. Después de una lucha amarga, que debe haber durado casi una hora, el deseo de ir al sótano se fue de repente. No debo rendirme en ningún momento.
5 de agosto: Esta noche, los ruidos de las ratas (los llamaré así por falta de un término más apropiado) son muy notables. Llegué al extremo de abrir la puerta y salir al pasillo para escuchar. Después de unos minutos, me di cuenta de que algo grande y gris me observaba desde la oscuridad al final del pasillo. Esta es una declaración extraña, por supuesto, pero describe exactamente mi impresión. Me retiré rápidamente al estudio y cerré la puerta.
Ahora que mi estado nervioso está afectando tan palpablemente el nervio óptico. No debo demorar mucho más en ver a un especialista. Pero, ¿cuánto de todo esto le diré?
8 de agosto: Varias veces, esta noche, mientras estaba sentado aquí en mi estudio, me pareció oír suaves pasos en el pasillo. Nervios, otra vez, por supuesto, o de lo contrario algún nuevo truco auditivo de los especímenes en las paredes.
9 de agosto: Según mi reloj, son las cuatro de la mañana. Mi mente está decidida a registrar la experiencia que he pasado. La calma puede venir de esa manera.
Sintiéndome bastante fatigado anoche, por la tensión de un largo día de investigación, me retiré temprano a descansar. Mi sueño fue más refrescante de lo habitual, sin embargo, me desperté (debe haber sido hace aproximadamente un hora) con un tremendo sacudón. Había luz de luna en la habitación. Mis nervios estaban al límite, pero, por un momento, no vi nada inusual. Luego, mirando hacia la puerta, percibí lo que parecían ser dedos finos y blancos, asomándose debajo de ella, exactamente si alguien intentara llamar mi atención de esa manera. Me levanté y encendí la luz, pero los dedos no estaban.
No hace falta decir que no abrí la puerta. Escribo este suceso tal como ocurrió.
10 de agosto: He pegado pesadas tiras de goma en la parte inferior de la puerta de mi habitación.
15 de agosto: Todo tranquilo por varias noches. Espero que las tiras de goma, siendo algo tangible, hayan tenido un efecto protector sobre mis nervios. Quizás no necesite ver a un médico después de todo.
17 de agosto. Una vez más me he despertado abruptamente. Las interrupciones parecen llegar siempre a la misma hora, alrededor de las tres de la mañana. Había estado soñando con el pozo en el sótano, el mismo sueño, una y otra vez, todo negro excepto la losa, y una figura con la cabeza inclinada y la cara desviada, sentada allí. Además, tuve vagos sueños sobre un perro. ¿Puede ser que mis últimas palabras para ella me hayan impresionado? En particular, no debo, bajo ninguna presión, ceder, y visitar la bodega después del anochecer.
18 de agosto: Me siento mucho más esperanzado. La señora Malkin comentó algo sobre esto mientras servía la cena. Esta mejora se debe, en gran parte. a la consulta que tuve con el doctor Sartwell, el especialista en enfermedades nerviosas. Entré en detalles sobre lo que me ocurría, excepto algunas cuestiones sobre las que mantuve una absoluta reserva. El doctor exploró la idea de que mis experiencias podrían ser distintas a las de una simple alucinación mental.
Cuando me recomendó un cambio de lugar (lo que yo había estado esperando), le dije positivamente que el tema estaba fuera de discusión. Dijo entonces que, con la ayuda de un tónico y unas buenas noches de descanso, era probable que progresara lo suficientemente bien en casa. Esto es claramente alentador. Me equivoqué al no ir a visitarlo al principio de todo esto. Sin duda, la mayoría de mis alucinaciones, si no todas, podrían haberse evitado.
He estado sufriendo una pena innecesaria, la de mis nervios, por una acción que realicé únicamente en interés de la ciencia. No tengo la disposición de ánimo para tolerarlo más. Prometo que, desde hoy, iré a visitar regularmente al doctor Sartwell.
19 de agosto: Bebí el tónico para dormir anoche, con resultados gratificantes. El médico dice que debo repetir la dosis durante varias noches, hasta que mis nervios estén nuevamente bajo control.
21 de agosto: Todo en orden. Parece que he encontrado la salida, una forma muy simple y prosaica. Podría haber evitado muchas molestias innecesarias al buscar el asesoramiento de un experto al principio. Antes de retirarme, anoche, abrí la puerta de mi estudio y di una vuelta por el pasillo. No sentí temor. El lugar era como solía ser, antes de que estas fantasías me asaltaran. Una visita al sótano después del anochecer será la prueba final de mi completa recuperación, pero aún no estoy listo para eso. ¡Paciencia!
22 de agosto: Acabo de leer la entrada de ayer. Es alegre, casi feliz; y hay otras entradas como esta en las páginas anteriores. Soy un ratón, en las garras de un gato. Se me da algo de libertad, durante un tiempo muy corto, empiezo a alegrarme por mi posible escape; entonces la pata del gato, implacable, desciende de nuevo.
Son las cuatro de la mañana, la hora habitual. Me retiré bastante tarde, anoche, después de administrarme el tónico. En lugar de caer en un descanso sin sueños, como hasta ahora, caí en una pesadilla con visiones recurrentes de la losa, y con la figura inclinada sobre ella. Además, tuve un sueño conmovedor en el que el perro estaba involucrado.
Finalmente, me desperté y busqué mecánicamente el interruptor de la luz al lado de mi cama. Cuando mi mano no encontró nada, de repente me di cuenta de la verdad. Estaba parado en mi estudio, con mi otra mano sobre el pomo de la puerta. Solo requirió un momento, por supuesto, para encontrar la luz y encenderla. Entonces vi que el cerrojo había sido corrido. La puerta estaba completamente abierta. Mi despertar debe haberme interrumpido en el acto mismo de abrirla. Podía escuchar algo moviéndose inquieto en el pasillo al otro lado de la puerta.
23 de agosto: Debo tomar la precaución de dormir. Sin confiarle el hecho al doctor Sartwell, he comenzado a tomar el medicamento durante el día. Al principio, la opinión de la señora Malkin sobre el tema fue pronunciada, pero mi explicación de que era «órdenes del médico» la ha tranquilizado. Estoy despierto para el desayuno y la cena, y duermo en las horas intermedias. Ella me deja, cada noche, un almuerzo frío para comer a medianoche.
25 de agosto: Varias veces me sorprendí asintiendo con la cabeza en mi silla. La última vez, estoy seguro que, al despertarme, percibí que la tira de goma debajo de la puerta se doblaba hacia adentro, como si algo la empujara desde el otro lado. No debo, bajo ninguna circunstancia, permitirme quedarme dormido.
2 de septiembre: La señora Malkin debe estar lejos, debido a la enfermedad de su hermana. No puedo evitar temer su ausencia. Aunque solo está aquí durante el día, esa compañía es muy bienvenida.
3 de septiembre: Déjame poner esto por escrito. El mero trabajo de composición tiene una influencia relajante sobre mí. ¡Dios sabe que necesito relajarme como nunca antes! A pesar de toda mi vigilancia, me quedé dormido, esta noche, sobre mi cama. Debo haber estado completamente exhausto. El sueño que tuve fue el del perro. Estaba acariciando la cabeza de la criatura, una y otra vez.
Me desperté, por fin, para encontrarme en la oscuridad y de pie. Había una sensación de frío y tierra en el aire. Mientras, todavía somnoliento, trataba de orientarme, me di cuenta que algo me acariciaba la mano, como lo haría un perro. Embotado como estaba, esto no me sorprendió mucho. Extendí mi mano para acariciar la cabeza del animal. Eso despertó mis sentidos. Estaba parado en el sótano y LA COSA ANTE MÍ NO ERA UN PERRO.
No puedo decir cómo salí del sótano. Sin embargo, sé que, cuando me volví, la losa era visible, a pesar de la oscuridad, con algo sentado sobre ella. Mientras subía las escaleras sentí constantemente el arañar de garras en mis pies…
(Esta entrada parecía terminar el diario, porque una serie de páginas en blanco la seguían; pero recordé la hoja arrugada, cerca de la parte posterior del libro. Estaba parcialmente arrancada. La escritura estaba marcadamente en contraste con la caligrafía precisa, aunque nerviosa, incluso de la última entrada que había leído. Me vi obligado a sostener el garabato a la luz para descifrarlo. Esto es lo que leí)
Mi mano sigue escribiendo, a pesar de mí mismo. ¿Qué es esto? No deseo escribir, pero me obliga. Sí, sí, diré la verdad, diré la verdad…
(Siguió una fuerte mancha, cubriendo en parte la escritura. Con dificultad, logré descifrar lo siguiente)
La culpa es mía, solo mía. La amaba demasiado, pero no estaba dispuesto a casarme, aunque ella me lo suplicara de rodillas, aunque besara mi mano. Le dije que mi trabajo científico estaba primero. Ella se encargó de hacerlo por sí misma. No esperaba eso. Juro que no lo esperaba. Pero tenía miedo de que las autoridades entendieran todo el asunto al revés. Después de todo, ella no tenía amigos aquí que preguntaran.
Está esperando más allá de la puerta. Lo siento. Me empuja, a través de mis pensamientos. Mi mano sigue escribiendo. No debo quedarme dormido. Debo pensar solo en lo que estoy escribiendo. Debo hacerlo.
(Luego llegaron las palabras que vi cuando la señora Malkin me entregó el libro. Fueron escritas con mucha presión. En algunos lugares, la pluma había perforado el papel. Aunque estaban garabateadas, los leí de un vistazo)
¡No, la losa en el sótano! ¡Eso no! ¡Dios mío, cualquier cosa menos eso! Cualquier cosa.
¿Qué extraña compulsión obligó a mi mano a escribir eso?
***
La luz gris del exterior, que se inclinaba a través de dos pequeñas ventanas opacas, se hundió en el pozo húmedo cerca de la pared interior. El forense y yo nos paramos en el sótano, pero no demasiado cerca del pozo. Un hombre pequeño, demostrativo y oscuro, el jefe de detectives, estaba un poco apartado de nosotros, con los ojos fijos. Estábamos mirando los hombros encorvados de un agente de policía, que estaba pescando en el pozo.—¿Ves algo, Walters? —preguntó el detective, áspero.
El policía sacudió la cabeza. El hombrecillo me dirigió sus preguntas.
—¿Está seguro?.
—Pregúntale al forense. Él vio el diario —le dije.
—Me temo que no puede haber ninguna duda —confirmó el forense, con su voz pesada y cansada.
Era un hombre viejo, con ojos mediocres. Me pareció mejor que haya el diario de mi tío. Su posición le dio derecho a todos los hechos disponibles. Lo que estábamos buscando en el pozo podría preocuparle especialmente. Me miró opacamente ahora, mientras el policía se doblaba de nuevo. Luego habló, como alguien que, de mala gana, finalmente cumple con su deber. Asintió con la cabeza hacia la losa de piedra gris, que se encontraba en la sombra a la izquierda del pozo.
—No parece muy pesada, ¿verdad? —sugirió, en voz baja.
Sacudí la cabeza.
—Aun así, es piedra —objeté—. Un hombre tendría que ser bastante fuerte para levantarla.
—Para levantarla, sí —Echó un vistazo al sótano—. Ah, lo olvidé —dijo abruptamente—. Está en mi oficina, como parte de la evidencia —continuó, medio para sí mismo—: Un hombre, aunque no muy fuerte, podría tomar un palo, por ejemplo, el palo que ahora está en mi oficina, y apuntalar la losa, si quisiera mirar dentro del pozo —susurró.
El policía lo interrumpió, se enderezó nuevamente con un gemido y dejó su lámpara al lado del pozo.
—Me está rompiendo la espalda —se quejó—. Hay tierra allí abajo. Alguien tendrá que bajar.
El detective intervino:
—Soy más ligero que tú, Walters.
—No tengo miedo, señor.
—No dije que lo tuvieras —espetó el hombrecito—. De todos modos, no hay nada ahí abajo, aunque tendremos que probar eso, supongo.
Me miró con seriedad, pero continuó hablando con el agente:
—Ata bien la cuerda a mi alrededor. No tengo ninguna intención de caer y romperme una pierna.
—Hay algo allí abajo —susurró el forense, lentamente, para mí.
Sus ojos dejaron al pequeño detective y al policía, atando y probando nudos cuidadosamente, y volvieron a mirar la losa cuadrada de piedra.
—Supongamos que, mientras un hombre miraba por ese pozo, con la piedra apoyada, accidentalmente esta se resbala y lo hace caer —susurró.
—Una piedra tan liviana como para que ese supuesto hombre la sostenga no sería lo suficientemente pesada como para hacerle caerle —me opuse.
—No —puso una mano sobre mi hombro—. Quizás si la losa cayera sobre él, mientras estaba apoyada, no sería suficiente para matarlo, no, pero sí para paralizarlo, sobre todo si golpeara su columna vertebral de cierta manera. Lo dejaría indefenso, claro, pero no inconsciente. Naturalmente, la autopsia lo revelaría a través de las contusiones en el cuerpo.
El policía y el detective finalmente quedaron satisfechos con el ajuste de los nudos. Ahora estaban discutiendo sobre los detalles del descenso.
—¿Eso causaría la muerte? —susurré.
—Debes recordar que el ama de llaves estuvo ausente durante dos días. Y en dos días, incluso esa presión de la losa, que no sería letal en otras condiciones, puede terminar asfixiando a cualquiera que quedara atrapado debajo —me miró fijamente, para asegurarse de que entendía.
De nuevo el policía interrumpió:
—Estoy de pie junto al pozo. Si ustedes, caballeros, agarran la cuerda detrás de mí, se los agradeceré. No será un gran esfuerzo. Yo haré la mayor parte.
Dejamos caer al hombrecillo, con lámpara atada a su cintura, y algún tipo de implemento, una llana o una pala pequeña, en la mano. Pasó mucho tiempo antes de que su voz, curiosamente hueca, nos indicara que nos detuviéramos.
El pozo debe haber sido profundo.
Nos preparamos. Yo era el segundo entre los que sujetaban la línea, luego el forense. El policía alivió un poco la tensión enganchando la cuerda contra el borde del pozo, pero de todos modos me asombró la facilidad con la que sostenía gran parte del peso.
Un ruido extraño, como un rasguño amortiguado, nos llegó desde abajo. La cuerda se sacudió. Por fin, se oyó la voz hueca del detective.
—¿Qué dice? —preguntó el forense.
El policía volvió su rostro cuadrado y obstinado hacia nosotros.
—Creo que ha encontrado algo —dijo.
La cuerda se sacudió y volvió a moverse. Una especie de forcejeo parecía estar produciéndose abajo. El peso aumentó de golpe y, repentinamente, disminuyó, como si algo hubiera sido agarrado y luego lograra eludir el agarre y escabullirse.
Ahora pude captar la respiración rápida del detective; también el sonido de un discurso inarticulado en su voz hueca. Las siguientes palabras que capté llegaron más claramente. Eran una orden para detenerse. En el mismo momento, el peso de la cuerda aumentó, y se mantuvo así.
Los grandes hombros del policía comenzaron a tensarse, rítmicamente.
—Todos juntos —dirigió—. Con tranquilidad. Tiren cuando yo lo haga.
Lentamente, la cuerda pasó por nuestras manos. Con cada nuevo tirón, una pequeña sección del suelo cayó detrás de nosotros. Comencé a sentir la tensión en mis brazos. Por la respiración trabajosa del forense, me di cuenta que él la sentía más, siendo un anciano. El policía, sin embargo, parecía incansable.
La cuerda se tensó, de repente, y hubo un espasmo desde abajo, justo debajo. Todavía sosteniéndose, el policía se las arregló para agacharse y mirar. Nos tradujo así lo que había visto.
—Aflojen la tensión un poco. Está atrapado con eso contra el costado.
Aflojamos la cuerda, hasta que la voz del detective nos dio la palabra nuevamente. El tirón rítmico continuó. Entonces algo oscuro, abruptamente, se asomó por el pozo. Mis nervios saltaron, pero era simplemente la parte superior de la cabeza del detective: su cabello oscuro. Luego vino algo blanco: su rostro pálido, sus ojos. Luego sus hombros, inclinados hacia adelante para sostener lo que llevaba en sus brazos. Cuando dejó su carga junto al pozo, el detective nos susurró:
—La tenía cubierta de tierra, completamente cubierta.
Comenzó a reír, un poco, una carcajada alta, como la de un niño, hasta que el forense lo tomó por los hombros y lo sacudió deliberadamente. Entonces el policía sacó el bulto del sótano.
No fue entonces, sino después, que hice la siguiente pregunta al forense.
—Dígame —exigí—. La gente pasa por allí afuera a toda horas. Es una zona bastante transitada ¿Por qué no pidió ayuda? Quizás hubiese sido posible salvarla.
—He pensado en eso —respondió—. Creo que lo hizo. Creo que, probablemente, gritó. Pero ella cayó de modo tal que su rostro quedó boca abajo, y quizás no pudo levantarlo lo suficiente. Sus gritos deben haber sido tragados por el pozo.
—¿Está usted seguro de que mi tío no la asesinó?
Me había dado esa respuesta antes, pero volví a preguntarlo de todos modos.
—Casi seguro —declaró—. Aunque tuvo algo de responsabilidad, sin duda, en el hecho de que ella se suicidara. Pocos de nosotros somos castigados con tanta precisión por nuestros pecados como él.
Debería estar agradecido por conocer la verdad. Y lo estoy, la mayor parte del tiempo. Pero hay momentos en que la cara de mi tío se aparece ante mí. Después de todo, éramos de la misma sangre; nuestras simpatías tenían mucho en común. En cualquier circunstancia, nuestros pensamientos y sentimientos deben haber sido en gran medida los mismos. A veces me parece verlo por un largo pasadizo no iluminado, obedeciendo una convocatoria imperativa, avanzando, paso a paso, bajando las escaleras hasta el primer piso, bajando las escaleras del sótano, levantando la losa.
Intento no pensar en la expiación final. Sin embargo, no puedo evitar preguntarme: ¿La última puerta de todas, cuando se abrió, lo encontró dispuesto a cruzarla? ¿O había algo más esperándolo más allá de la puerta?
J. Paul Suter (1884-¿?)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli)
Relatos góticos. I Relatos J. Paul Suter.
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2 comentarios:
Muy bien por traducir cuentos.
Un relato con más preguntas que respuestas, es lo inquietante.
¿Se suicidó ella por el rechazo o fue asesinada por algo de lo que el tío del narrador quiso alejarla, con su rechazo?
Exacto, Demiurgo. No hay aclaración al respecto. Es quizás lo que más me interesó del cuento, que prescinde de explicaciones rotundas.
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