El Horror siempre viene desde el Sótano: escaleras abajo hacia el subconsciente en la ficción.
Sería absurdo señalar una procedencia geográfica o espacial del Horror, pero si tuviésemos que arriesgar una orientación en particular seguramente sería abajo. Después de todo, los Monstruos se esconden debajo de la cama, no en el gallinero.
Si tomamos como referencia a H.P. Lovecraft, quizás el gran maestro del género, el Horror generalmente viene desde abajo, ya sea bajo tierra o desde las profundidades del mar. Relatos como Dagón (Dagon), El extraño (The Outsider), En las montañas de la locura (At the Mountains of Madness), La sombra sobre Innsmouth (The Shadow Over Innsmouth), Las ratas en las paredes (The Rats in the Walls), son indicios de esta fascinación por lo subterráneo que se expande por la toda ficción.
Por su parte, la ciencia ficción nos enseñó a mirar hacia arriba con cierto temor, pero salvo excepciones muy honrosas, el verdadero Horror proviene desde abajo; incluso el Horror Cósmico, que desarrolla su esquema al presentar al ser humano como un ser insignificante ante la magnitud del universo, frecuentemente sitúa a los visitantes interestelares e interdimensionales en una posición acechante desde las profundidades.
Mucho se ha escrito sobre la fascinación del ser humano por lo subterráneo, por las catacumbas, los sótanos, los túneles, las criptas, las oscuras mazmorras de algún castillo embrujado. La mayoría coincide en afirmar que el origen arquetípico de estos oscuros habitáculos representa el destino subterráneo que le asignamos a nuestros muertos.
Pero no solo los muertos están debajo de nosotros.
En este sentido, el Sótano Arquetípico (por llamarlo de algún modo) también puede presentarse desde una perspectiva inversa sin perder en absoluto sus cualidades. Pensemos en el ático de El exorcista (The Exorcist) —o en el de Hellraiser (Hellraiser) y Psicosis (Psycho)—, donde el Horror no proviene desde abajo, sino desde arriba. Un ejemplo interesante de esto puede verse en el cuento de M. Humphreys: El piso de arriba (The Floor Above).
¿Pero acaso estos áticos y altillos donde acechan extrañas criaturas no son, en términos estéticos, indistinguibles de un sótano?
El cliché de la Casa Embrujada y sus interminables pasillos y habitaciones, como los de Hill House, son una manifestación de la psique humana. A su vez, el Sótano es una representación del subconsciente, así también como lo es el Ático desde una perspectiva más metafísica. Después de todo, ambos espacios cumplen la misma función: almacenar aquellas cosas que no necesitamos en nuestra vida (consciente) para funcionar como individuos.
Los desechos de nuestra mente, aquellas ideas e impulsos que no podemos enfrentar, son almacenados en el subconsciente, del mismo modo en que guardamos en el sótano aquellos objetos que ya no son útiles, y que incluso obstaculizan nuestra vida diaria, sin que podamos deshacernos completamente de ellos.
El propio Sigmund Freud conjeturó en qué medida la figura de una casa puede representar la mente humana y sus complejos sustratos. Sin vacilar, dedujo que el Sótano es el lugar donde se asienta nuestro lado más oscuro; nuestra Sombra, diría Carl Jung en un acercamiento al concepto mucho más apropiado (ver: Las Casas como metáfora de la psique en el Horror).
La interpretación freudiana de este Horror que viene desde abajo se mezcla con deducciones más bien simplistas acerca del significado de los sótanos, túneles y cavernas. En definitiva, Freud propone que este tipo de descensos, tanto en los sueños como en la ficción, representan el deseo del regresar al útero materno.
Una mirada despojada de prejuicios acerca de esta teoría nos permite sacar un par de conclusiones al respecto:
a- Evidentemente la vida intrauterina no nos ha dejado el mejor recuerdo.
b- Ese supuesto deseo de regresar a un estado primordial de existencia se parece suficientemente al horror como para ser indistinguible de este.
La mitología también se ocupó frecuentemente del descenso al Sótano Arquetípico; desde Odiseo a Eneas, pasando por una vasta cifra de héroes y dioses. En El poder del mito (The Power of Myth), Joseph Campbell analiza este recurso como parte de la Jornada del Héroe (Hero's Journey) —también llamado: Monomito (Monomyth)—; es decir, como un motivo universal con el cual todos podemos identificarnos a nivel personal, cultural, psicológico y espiritual.
A tal punto estamos programados para identificar lo subterráneo con el peligro, que basta observar cualquier película de terror, o cualquier novela o relato del género en donde el protagonista tiene que descender al sótano para saber que la cosa no terminará precisamente bien.
Lo sabemos, y también lo sabe el protagonista que baja las escaleras hacia la oscuridad, temblando como una hoja, cuando en realidad siempre hay otras opciones, como salir corriendo en la dirección contraria y olvidarse para siempre del asunto.
¿Acaso este protagonista no parece estar obligado a bajar al sótano, como si alguna fuerza desconocida lo arrastrara escaleras abajo? (Ver: Más allá de la puerta (Beyond the Door), de J. Paul Suter).
En el cine es frecuente que esa decisión nos parezca un poco absurda, y hasta el producto falaz de guionistas mal remunerados. Todos sabemos que lo peor que puede hacer esta persona es bajar al sótano. Pero de todos modos lo hace, como si no pudiera evitarlo.
Y así, casi sin darnos cuenta, también el espectador (y el lector) descienden al mismo nivel. ¿Por qué? Para que proyectemos los horrores de nuestro sótano personal sobre el del protagonista. ¿Funciona? A veces. Muy pocas, en realidad, pero cuando lo hace el sobresalto es memorable.
Abajo, en el Sótano, hay cosas horribles, multiformes, cosas que no andan a la luz del día, cosas que únicamente salen de noche. Y nos aterrorizan, claro, pero no por ser desconocidas, sin más bien por causas opuestas.
Al bajar las escaleras, sintiendo el aire fétido, estancado, y telarañas que nos acarician el rostro como dedos lívidos, está aquello que vive en el Sótano; un sujeto callado la mayoría del tiempo, taciturno, paciente. Puede que en ese momento experimentemos el deseo incontenible de encender la luz, de apuntar con nuestra linterna y revelar las facciones del Otro, seguramente horripilantes, pero no lo hacemos.
Es mejor la incierta inquietud de la oscuridad que la certeza de la luz, al menos cuando estás en el Sótano.
Encender nuestra linterna implicaría ver de frente al sujeto del Sótano, y observar que se parece mucho a nosotros.
Quizás por eso la ficción (y los sueños) reinician ese descenso hacia las catacumbas del ser una y otra vez. Casi nunca nos traemos algo de vuelta, además del espanto de la experiencia, y tal vez nunca encontremos lo que estamos buscando. El secreto todavía está debajo de nosotros, en algún lugar, y desde ahí nos sigue acechando.
Taller literario. I Autores con historia.
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2 comentarios:
Muy buen artículo con sus referencias a relatos y novelas leídos unos y otros sin leer, pero con verdadero interés por hacerlo. Gracias por compartir.
Feliz Navidad!!!
Tal vez haya una explicación más obvia. Y que un ático tiene un espacio limitado, con suerte se podría escapar. Pero las profundidades son vastas, un laberinto podría derivar en pasillos que derivaran en otros, y así sucesivamente. Podría existir el riesgo de ser atrapado por multitudes de seres extraños.-
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