«Érase una vez»: el MOMENTUM NARRATIVO por excelencia.
La literatura, y en especial la ficción, se diferencian de otras ramas del arte debido a una cuestión elemental: al contrario de lo que ocurre con la pintura, por ejemplo, que puede ser percibida como un todo, la literatura es el producto de una secuencia lineal de información.
Como lectores aceptamos ingresar en esa realidad por decisión propia, pero permanecer ahí, digamos, más allá de la página veinte, es absoluta responsabilidad del autor, y para eso se utiliza un recurso conocido como: MOMENTUM NARRATIVO.
Las palabras que desarrollan la historia van construyendo una imagen gradual, más o menos compleja, en la imaginación del lector; de modo tal que éste pueda ensamblarlas por sí mismo; pero sin el MOMENTUM NARRATIVO, en las dosis justas, en los lugares precisos, difícilmente terminaríamos un mísero libro.
El MOMENTUM NARRATIVO —esencialmente, un momento de quiebre, de ruptura, que precipita la acción— nos motiva a seguir adelante y a unir nuevas líneas informativas hasta el final. Si el autor nos alimenta adecuadamente, y sobre todo con astucia, estos chispazos de motivación funcionan muy eficientemente aún cuando sea fácil detectarlos.
Podemos pensarlos como interruptores instalados a lo largo de la historia, como el ÉRASE UNA VEZ (Once Upon a Time), que además de ser el MOMENTUM NARRATIVO por excelencia dentro de ciertos géneros, es también uno de los atajos más universales que existen.
Frente al ÉRASE UNA VEZ, el lector sabe que los hilos de información que se avecinan, como en toda ficción, parciales y sujetos a los intereses del argumento, pueden ser rellenados, aunque sea vagamente, con paquetes de conocimiento obtenidos de otras fuentes que ha leído o escuchado en el pasado.
Esto indica al lector que el mundo desarrollado dentro de la historia es, en definitiva, un mundo secundario, no un simulacro de nuestra realidad, y, por lo tanto, un sitio en el que se admiten cuestiones que resultarían inadmisibles en otro contexto.
El problema con muchas obras de ficción en las cuales se presentan, por ejemplo, criaturas fantásticas, como los dragones o vampiros; o bien oficios en desuso, como los magos, es que confunden simulacro con mundo secundario; de modo tal que esos paquetes de información de los que hablábamos antes, producto de la experiencia del lector, se vuelven inciertos, e incluso problemáticos para aceptar lo que está sucediendo en la historia.
De la verosimilitud al absurdo, incluso al ridículo, hay apenas un paso.
En este contexto, el ÉRASE UNA VEZ nos permite, por un lado, arrojarnos dentro de la historia sabiendo de antemano cuáles son sus reglas. Es un atajo simple, obvio desde nuestra perspectiva, pero también muy eficiente, precisamente porque se ubica al principio de la historia y evita enojosas descripciones que retrasan el inicio de la acción.
La fabricación del MOMENTUM NARRATIVO, como tantos otros aspectos de la escritura, es más intuitivo que mecánico. Uno puede programarlo y así y todo fracasar miserablemente. Si todos los autores pudiésemos ejecutarlo con excelencia, no tendríamos problemas en mantener al lector en un estado de continuo interés.
En síntesis: el MOMENTUM NARRATIVO equivale a movimiento, incluso en estilos discursivos que aparentemente no presentan apuros: un salto hacia adelante del cual es imposible retroceder sin que el autor pierda credibilidad. A menudo plantea un incidente, una situación dramática, el bosquejo de un misterio, y una invitación a resolverlo.
Esos saltos nos permiten avanzar sin perder el interés; y, en manos de autores talentosos, permiten que ese interés vaya en aumento hasta el clímax de la historia.
Esta herramienta inevitable también produce un terrible desencanto cuando se la utiliza mal; precisamente porque también funciona como un condicionante.
Los autores menos intuitivos suelen implementarla al principio y al final de cada capítulo, en el caso de la novela, pero esto va perdiendo eficacia a medida que la historia transcurre; justamente porque el MOMENTUM NARRATIVO debe ser sorpresivo, y no solo en el incidente que plantea, sino también en su ubicación dentro del texto.
De otro modo bien podría confundirse al lector y hacerle pensar que, en vez de estar leyendo una novela, se encuentra frente a una serie de Netflix, donde el MOMENTUM NARRATIVO se implementa de forma quirúrgica, mecánica, inorgánica, en todos los episodios y generalmente del mismo modo.
Esto funciona adecuadamente en ese contexto, es decir, cumple su propósito: generar el deseo de seguir avanzando, de ver otro capítulo; pero la literatura, cuando aspira a ser algo más que entretenimiento, requiere otras astucias, otras sutilezas, que acaso traducidas al lenguaje cinematográfico son capaces de producir más bostezos que sobresaltos.
Taller literario. I Libros extraños.
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