Historia de las COMPUTADORAS en la CIENCIA FICCIÓN.
No solo la ciencia ficción se anticipó a la invención de las computadoras, sino que profetizó que su uso masivo, hogareño, adaptado perfectamente a los requerimientos del usuario promedio que solo quiere conocer el devenir amoroso de sus ex parejas, se volvería una parte esencial de nuestras vidas en el siglo XXI.
Lo cierto es que las computadoras tienen una larga historia en la ciencia ficción, incluso antes de que las computadoras existieran.
Por cierto, el siglo XIX tuvo algunas dificultades para concebir a las computadoras tal cual las conocemos hoy en día, al menos en su aspecto.
En definitiva, toda computadora es, en esencia, un cerebro artificial capaz de articular una serie de tareas más o menos complejas; y ese, precisamente, fue el primer concepto que se apoderó de la ciencia ficción.
Al principio, la ciencia ficción imaginó a las computadoras como descomunales cerebros mecánicos. Algo de eso se observa en el cuento de Edward Page Mitchell: El hombre más capaz del mundo (The Ablest Man in the World), de 1879, donde algo muy parecido a una computadora posee las dimensiones de un edificio.
La tendencia a concebir a las computadoras como objetos de gran tamaño no cedió tan fácilmente. Algunas fueron tan grandes como planetas, e incluso como galaxias enteras, como la inconcebible monstruosidad en el cuento de Lloyd Biggle: Los guardianes de la oscuridad (Watchers of the Dark).
Si bien es cierto que la ciencia ficción, en muchas ocasiones, se anticipó a los grandes descubrimientos de la ciencia, lo cierto es que nunca vio venir el desarrollo del microprocesador.
La única excepción, quizá, sea el cuento de Howard Fast: La tienda marciana (The Martian Shop), de 1959, donde se describe una computadora de unos 15 centímetros de largo y ancho y con forma de cubo.
Ahora bien, la primera computadora personal (PC) que se registra en la ciencia ficción se encuentra en el relato de Murray Leinster: Un lógico llamado Joe (A Logic Named Joe), de 1946. Allí no solo se describe en detalle lo que bien podría ser un gabinete actual, sino que el autor además pronostica el uso doméstico y masivo de estos artilugios, desde luego, equipados con teclado, monitor, y conectados entre sí a través de una red bastante similar a la internet.
Si todo esto no resulta lo suficientemente estremecedor, el relato de Leinster también detalla los problemas sociales que enfrentan los usuarios de los lógicos (lógics), cuya privacidad se ve perjudicada como resultado de una fuga de la información personal en el sistema.
El relato pulp, sobre todo, imaginó que los cerebros artificiales, en especial aquellos situados en robots, tarde o temprano manifestarían la desagradable tendencia a ponerse en contra de sus creadores. Y así como el ser humano —en la ciencia ficción— siempre termina luchando contra los robots sediciosos, normalmente se muestra mucho más permisivo con la influencia de las computadoras en el devenir cotidiano.
El antropomorfismo, al parecer, es mucho más aterrador que una simple e inofensiva computadora, en la cual básicamente almacenamos buena parte de nuestra información personal.
Y no solo eso: la ciencia ficción generalmente ha pensado que es el propio ser humano quien le cede voluntariamente la administración de esa información a las computadoras. Después de todo, ¿cómo podrían volverse un peligro para nosotros?
Incluso el propio Isaac Asimov —El conflicto evitable (The Evitable Conflict)— se mostró favorable a la idea de una sociedad controlada por computadoras. Esto, en parte, se debe a otra vieja concepción de la ciencia ficción: la inteligencia artificial es, en definitiva, el último escalón evolutivo, y uno ciertamente inevitable.
También es cierto que esto no determina necesariamente el fin de los seres biológicos, pero sí el comienzo de una era gobernada por las máquinas.
En ocasiones, la convivencia del ser humano con las supercomputadoras, como en el cuento de Fredric Brown: Solución (Answer), se torna insospechadamente pacífica. Allí, las computadoras evolucionan tan rápido que, en pocas décadas, alcanzan un dominio absoluto de la naturaleza y el universo, a tal punto que se vuelven indistinguibles de la idea de dios.
Pero lo más frecuente es que las computadoras en la ciencia ficción suelan tener delirios de grandeza, e incluso se vuelvan intérpretes de viejos reproches bíblicos; como en el relato de Jeremy Leven: Satán (Satan), donde una computadora es poseída por el príncipe de las tinieblas.
En otras ocasiones, las computadoras en la ciencia ficción representan la idea absurda de que todos nuestros problemas sociales encontrarán una solución a través de la informática.
Algo de eso ocurre en el cuento de Arthur C. Clarke: Los nueve billones de nombres de Dios (The Nine Billion Names of God), donde un ordenador consigue descifrar algo que los monjes tibetanos venían buscando desde hace siglos: el verdadero nombre de Dios.
Frente a la noción de que las computadoras, eventualmente, adquirirán consciencia propia, la ciencia ficción por lo general ha respondido con una mirada más bien existencialista; y no es para menos.
Pero lo verdaderamente inquietante no sería que una nueva forma de inteligencia se apodere del mundo por la fuerza, o que al menos se rebele y aspire a la libertad de existir independientemente de nuestros caprichos personales, sino que el propio ser humano le ceda ese poder voluntariamente.
¿Cuál es el futuro de las computadoras en la ciencia ficción?
Es difícil predecirlo.
Por ahora, las computadoras han sido domesticadas, y no hay indicios de una rebelión inminente en los próximos años, pero es probable que en el futuro nos esperen algunos sobresaltos que todavía no alcanzamos a concebir.
Me refiero específicamente a las computadoras cuánticas.
En este sentido, uno de los pocos ejemplos se observa en el relato de Greg Egan: Luminous (Luminous), de 1995, donde una supercomputadora cuántica hecha de luz es capaz de probar anomalías en el núcleo de la física y las matemáticas tal cual las conocemos.
Stephen Baxter —Exultante (Exultant), 2004— va un poco más lejos, y concibe una computadora cuántica capaz de desgarrar a fibra del espacio-tiempo, resolviendo arbitrariamente asuntos que las mentes más brillantes de la humanidad ni siquiera se atreven a imaginar.
Estos últimas son, en definitiva, ejemplos exagerados de computadoras que se mueven y operan dentro de nuestro plano, pero en Omega Point, de Frank Tipler, las computadoras adquieren una escala cósmica, rediseñando el universo entero, y sus dimensiones adyacentes, para convertirlo en parte de un solo procesador.
En este punto, quizá, nos encontramos tan lejos de la realidad del futuro casi tanto como los viejos autores de la ciencia ficción del siglo XIX estaban de las computadoras actuales.
Taller de literatura. I Universo pulp.
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