La verdadera Entidad que se esconde Hill House


La verdadera Entidad que se esconde Hill House.




Era una casa carente de bondad, que no había sido pensada para ser habitada, un lugar inapropiado para la gente o para el amor o para la esperanza. Un exorcismo es incapaz de alterar el semblante de una casa; Hill House seguiría siendo igual hasta que fuera destruida.


Con la aparición de la serie muchos han descubierto a Shirley Jackson y La maldición de Hill House (The Haunting of Hill House), una de las grandes novelas de fantasmas del siglo XX y, sin dudas, la mejor historia de casas embrujadas de todos los tiempos.

No obstante, y a pesar de las diferencias entre el libro y la serie, Hill House todavía esconde un secreto inquietante: la verdadera Entidad que habita entre sus muros.

Para desentrañar la identidad de este fantasma nos basaremos específicamente en la novela, aunque el mismo razonamiento podría llevarnos a concluir lo mismo acerca de la serie.

Primero, un breve pero necesario resumen del argumento.

En La maldición de Hill House somos testigos de cómo Eleanor Vance, una joven introspectiva, que hasta entonces vivía como una reclusa al cuidado de su madre, lentamente va siendo absorbida por Hill House: una mansión impresionante construida por Hugh Crain. Junto a ella también aparece el doctor John Montague, un investigador paranormal; Theodora, una artista joven y extravagante; y Luke Sanderson, el reciente heredero de Hill House. [ver: «Y lo que fuera que caminase allí, caminaba solo»]

En la novela, Shirley Jackson apunta constantemente a Hugh Crain, diseñador y constructor de la casa, como la fuente inicial de los fenómenos paranormales que allí ocurren, pero estas conjeturas son apenas la punta del iceberg, ya que la verdadera Entidad de Hill House es la casa misma.

Así describe a Hill House el profesor Montague:


Cada ángulo —y el doctor hizo un gesto hacia la puerta— está ligeramente mal. Hugh Crain debió detestar a las personas y sus casas sensibles y cuadradas, porque hizo que la suya se adaptara a su mente. Los ángulos que usted asume como rectos, y con todo el derecho a esperar que así sea, en realidad están mal en una fracción de grado. Por supuesto, el resultado de todas estas pequeñas aberraciones de medición se suma a una distorsión bastante grande en la casa en su conjunto.


Es decir que, en apariencia, todo parece perfectamente normal con la arquitectura de Hill House, sin embargo, en cada ángulo de la casa hay una ligera alteración, una desviación, que tuerce por completo la geometría del lugar para reflejar el intrincado y perverso estado mental de su creador.

Esa alteración en la geometría de Hill House es percibida por los personajes a nivel subconsciente, y actúa sobre ellos sacando a la superficie sus propios traumas y miedos.

Más adelante en la novela, Eleanor y Theodora empiezan a describir ciertas alteraciones en la perspectiva de Hill House, algunas de las cuales les inducen la sensación de estar caminando por las paredes.

En este contexto, es mucho lo que La maldición de Hill House le debe a H.P. Lovecraft (de hecho, ¿Hill House podría pertenecer a los Mitos de Cthulhu?), donde la arquitectura a menudo asume formas impredecibles. Por ejemplo, en las cámaras subterráneas de R’lyeh, en La llamada de Cthulhu (The Call of Cthulhu), presenciamos la misma sensación de perplejidad que experimentan Eleanor y Theodora en relación a la arquitectura, digamos, antinatural, de ciertos espacios.

La demencial aunque sutil arquitectura de Hill House también resuena en la casona de Keziah Mason —Los sueños en la casa de la bruja (The Dreams on the Witch House)—; de hecho, la descripción que realiza Walter Gilman sobre esta anomalía edilicia se aplica a la perfección a Hill House:


La habitación de Gilman era de buen tamaño pero de forma irregular; la pared del norte se inclinaba perceptiblemente hacia el interior mientras que el techo, de poca altura, bajaba suavemente en igual dirección. No había ninguna entrada, ni señales de que la hubiera habido, al espacio que debía de existir entre la pared inclinada y la recta pared exterior de la parte norte de la casa. El desván situado encima del techo, que debía haber tenido inclinado el suelo, era asimismo inaccesible.


En Lovecraft encontramos indicios, ninguna certeza, sobre la naturaleza de aquella arquitectura invertida, pero en La maldición de Hill House resulta claro desde el inicio de la novela: es la estructura en sí misma una manifestación física de la Entidad que reside en su interior.


Ningún organismo vivo puede mantenerse cuerdo durante mucho tiempo en condiciones de realidad absoluta; incluso las alondras y las chicharras, suponen algunos, sueñan. Hill House, nada cuerda, se alzaba en soledad frente a las colinas, acumulando oscuridad en su interior; llevaba así ochenta años y así podría haber seguido otros ochenta años más. En su interior, las paredes mantenían su verticalidad, los ladrillos se entrelazaban limpiamente, los suelos aguantaban firmes y las puertas permanecían cuidadosamente cerradas; el silencio empujaba incansable contra la madera y la piedra de Hill House, y lo que fuera que caminase allí dentro, caminaba solo.


En este punto todo parece indicar que el perturbado Hugh Crain construyó una casa a la medida de su degradación mental y espiritual, pero Shirley Jackson va todavía más lejos.


(Hill House) de algún modo parecía haberse levantado a sí misma, dando forma a su poderosa configuración bajo las manos de sus constructores, ajustándose a su edificación de líneas y ángulos.


Esta es la clave para entender a Hill House: no fue Hugh Crain el realizador en el plano físico de sus propios pensamientos retorcidos, sino simplemente una herramienta, un vehículo, un canalizador de fuerzas mucho más oscuras que él mismo.

El motivo es analizado por Jorge Luis Borges al referirse al poema Kubla Khan, que versifica la construcción de un formidable palacio, el cual le habría sido revelado en un sueño a Samuel Taylor Coleridge. Veinte años después se descubrieron ciertos documentos que prueban que, ya en el siglo XIII, un emperador mongol, llamado Kubla Khan, soñó con un palacio y lo mandó a construir.


Un emperador sueña un palacio y lo edifica —dice Borges—; en el siglo XVIII, un poeta inglés, que no pudo conocer el dato, sueña un poema sobre el palacio. Acaso un arquetipo no revelado aún a los hombres, un objeto eterno, esté ingresando paulatinamente en el mundo; su primera manifestación fue el palacio; la segunda el poema. Quien los hubiera comparado habría visto que eran esencialmente iguales.


Borges estima que existen ciertos arquetipos, como los de Carl Jung, los cuales son interpretados por los mortales de diversas formas, llevándolos desde lo eterno a lo físico. Shirley Jackson le añade a esa hipótesis la posibilidad de traducir un Mal infinitamente superior, y acaso inclasificable, en formas y ángulos que lo representen en nuestro plano.


No hará falta que les recuerde —dice el profesor Montague— que el concepto de que ciertas casas son impuras, o quizá sagradas, es tan antiguo como la mente humana. Ciertamente existen lugares a los que inevitablemente se les atribuye una atmósfera de santidad y bondad; no sería por tanto demasiado fantasioso afirmar que algunas casas son malas de nacimiento. Hill House, sea cual sea la causa, ha resultado ser inapropiada para los seres humanos durante los últimos veinte años. Cómo era antes, si su personalidad quedó moldeada por la gente que vivió aquí o las cosas que hicieron, o si fue malvada desde el primer momento, son preguntas que no puedo responder.


Es decir que la Entidad o fantasma de Hill House anhelaba existir en nuestro plano, y para eso buscó a un hombre lo suficientemente perverso para construirla.

¿Y para qué una Entidad de estas características querría existir en nuestro plano?

Para alimentarse, naturalmente. En La maldición de Hill House la casa ya había consumido a cinco personas antes de que Eleanor llegara.

La trama de La maldición de Hill House estableció un modelo que encontraríamos una y otra vez en el género: un experto en lo paranormal y una colección de personalidades dispares se disponen, por azar o inexplicables circunstancias, a pasar una o varias noches en una casa embrujada. La razón y la ciencia se hacen presentes en la figura del investigador, pero su racionalidad (o su arrogancia) no son rivales para las fuerzas malignas que habitan allí.

Los personajes de Shirley Jackson en La maldición de Hill House, especialmente Eleanor, son víctimas de la nefasta influencia de la casa, a veces adoptando las actitudes de sus viejos ocupantes, confundiendo sus propios recuerdos con los de otros, recitando fragmentos de conversaciones y letras de canciones nunca oídas, o reiterando líneas de pensamiento que no son propias pero que están en resonancia con sus estructuras mentales.

No es casualidad que haya elementos de las vidas de los protagonistas de la novela que sean casi idénticos a los de los anteriores ocupantes de Hill House. La casa, como cualquier entidad consciente de este o cualquier otro plano, tiene sus gustos personales, sus apetitos, sus preferencias.

Lo que diferencia a La maldición de Hill House de Shirley Jackson de otros relatos de fantasmas es su forma de entender la naturaleza de las apariciones. No estamos aquí frente a una entidad que intenta comunicar algún tipo de trauma o de injusticia sufrida, menos aún advertir a los incautos, o bien frente a un fantasma vengativo que persiste en hacer daño desde el más allá.

Hill House quiere existir en el plano físico, y para eso buscó a Hugh Crain, capaz de construirla. Ya establecida, la casa vibra en una frecuencia en la cual ciertos patrones se repiten, y cuya fuerza depende de la presencia de personas con características específicas para alimentarse.

De este modo, Hill House y sus habitantes forman una relación simbiótica, no parasitaria: la casa obtiene el alimento o la energía que necesita, y sus ocupantes la posibilidad de revivir sus traumas, ya sin sentimientos de culpa o de remordimiento, aunque esto los conduzca eventualmente a la muerte.

En resumen, podemos pensar que la Entidad de Hill House es básicamente Egregore, algo así como un tipo de energía que toma forma de a partir de los pensamientos y miedos de personas lo suficientemente sensibles como para detectar su presencia, interactuar con ella, y quizás adorarla, o invocarla, como en el caso de Hugh Crain, o de temerle, como Eleanor.

Es así que Eleanor desciende lentamente al nivel emocional y psicológico en el cual Hill House puede alimentarse de ella. La mente de Eleanor está obsesionada, pero no por una sola Entidad, como un fantasma, sino más bien por un patrón: una secuencia de eventos y relaciones problemáticas. Ella y sus compañeros son parte de una representación, mucho más poderosa y persuasiva porque no se corresponde con este plano. Sus personalidades, sus historias individuales, los conectan con lo que sucedió antes en Hill House, y así son condenados a recrear esos mismos hechos, para que la casa se alimente.

Este es el aspecto más inquietante que proclama La maldición de Hill House: estrictamente hablando, no somos individuos con libre albedrío, sino más bien engranajes de un patrón mucho más grande, vulnerables al reciclaje generacional de eventos sufridos por otros.

En este contexto, no hay diferencia alguna entre los ocupantes de Hill House y la casa propiamente dicha: ninguno se corresponde con el concepto de individuos. A lo sumo, somos meros soportes pasajeros de una idea, de un arquetipo, que se reitera a través del tiempo, que se manifiesta en ciertos lugares, para alimentarse de sí mismo.




Fenómenos paranormales. I Taller literario.


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2 comentarios:

Artur dijo...

Increíble análisis
Leí esta novela en febrero y me gustó bastante, apenas voy a comenzar a ver la serie. Saludos y muchas felicidades por el blog.

Alejandro Herrnsdorf dijo...

Sebastián, impresionante análisis. Mientras iba leyendo este párrafo:

Cada ángulo —y el doctor hizo un gesto hacia la puerta— está ligeramente mal

me iba acordando de la forma equívoca de Chesterton, que a la vez decanta Borges (muy bien citado en el artículo) al describir los edificios de piedras negras en El Inmortal. Lovecraft también menciona este fenómeno.

Brillante como siempre. Abrazo.



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Poema de Hannah Cowley.
Relato de Thomas Mann.
Apertura [y cierre] de Hill House.

Los finales de Lovecraft.
Poema de Wallace Stevens.
Relato de Algernon Blackwood.