«Y lo que fuera que caminase allí, caminaba solo».


«Y lo que fuera que caminase allí, caminaba solo».




Hoy en El Espejo Gótico analizaremos uno de los párrafos más brillantes de toda la literatura de terror. Me refiero al párrafo de apertura [y cierre] de la novela de Shirley Jackson: La maldición de Hill House (The Haunting of Hill House).


«Ningún organismo vivo puede mantenerse cuerdo durante mucho tiempo bajo condiciones de realidad absoluta; incluso las alondras y las chicharras, suponen algunos, sueñan. Hill House, nada cuerda, se alzaba en soledad frente a las colinas, acumulando oscuridad en su interior; llevaba así ochenta años y así podría haber seguido otros ochenta más. En su interior, las paredes se mantenían erguidas, los ladrillos se entrelazaban limpiamente, los suelos aguantaban firmes y las puertas permanecían cuidadosamente cerradas; el silencio presionaba incansable contra la madera y la piedra de Hill House, y lo que fuera que caminase allí, caminaba solo


Toda la novela de Shirley Jackson está contenida en este párrafo. La Casa, en términos de «organismo vivo», tiene antecedentes en la ficción gótica, pero, ¿cuáles son las «condiciones de realidad absoluta» que promueven la locura? ¿Por qué Hill House está loca? ¿Por qué acumula oscuridad? ¿Y por qué «lo que fuera que caminase allí, caminaba solo»?

En una primera lectura, Shirley Jackson sugiere que el estado más alejado de la «realidad absoluta» es soñar; y da a entender que cualquier «organismo vivo» que no sueñe perderá la cordura. Aquí se nos informa que Hill House no está cuerda; la implicación, por supuesto, es que la Casa es un «organismo vivo» y que existe en la «realidad absoluta». Más aún, se nos dice cuánto tiempo ha existido en esta «realidad absoluta» [ochenta años] y que podemos esperar que continúe así durante el mismo lapso. En cuanto a «lo que fuera que caminase allí», bueno... no sólo estamos leyendo la historia de un casa que está viva, sino que está loca [ver: La Casa como entidad orgánica y consciente en el Gótico]

Esta relación entre la percepción de la «realidad absoluta» como condición de la locura me recuerda la frase de H. P. Lovecraft que abre La llamada de Cthulhu (The Call of Cthulhu): «Lo más misericordioso del mundo es la incapacidad de la mente humana para correlacionar todos sus contenidos». Ambos autores dicen que no podemos ver el mundo tal como es. Si lo hiciéramos, si accediéramos a la «realidad absoluta», si pudiéramos «correlacionar» todos los «contenidos», nos volveríamos locos. En cierto modo, caminaríamos solos.

Todo esto plantea preguntas adicionales: Hill House no está «cuerda», lo cual le proporciona a las personas que entran en la casa este estado de «realidad absoluta» que induce a la locura. ¿Se supone que Hill House está loca porque no sueña? ¿Acaso las casas normales, «cuerdas», sueñan? [ver: Psicología de las Casas Embrujadas]

Stephen King acuñó el concepto de Bad Place para referirse a lugares como Hill House o la Casa Marsten de Salem's Lot; y propone que la fórmula convencional de este arquetipo puede resumirse en «una casa con una historia desagradable» [ver: «The Bad Place»: análisis de la Casa Marsten]. Es decir que un buen relato de casas embrujadas no puede ser simplemente un repertorio de apariciones y sucesos paranormales. Si Sigmund Freud se hubiese interesado en las casas embrujadas seguramente hablaría del retorno de algún hecho traumático del pasado que logra abrirse paso hacia la conciencia [ver: Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror]

El párrafo de apertura [y cierre] de La maldición de Hill House trasciende las palabras que lo componen, pero también proporciona una gran cantidad de información: Hill House es un «organismo vivo» que existe en condiciones de «realidad absoluta», no sueña, no está cuerda, existe desde hace ochenta años [y podemos esperar que continúe durante ochenta más]; y concluye diciéndonos que «algo» camina por sus pasillos y habitaciones. Uno esperaría que este fuera inicio de la historia de una típica Casa Gótica: un lugar en ruinas, antiguo y melancólico, con catacumbas y habitaciones donde uno no debería merodear de noche, pero Hill House está en buenas condiciones edilicias; excepto por su inusual arquitectura [ver: Borges, Lovecraft y el Feng Shui de la cuarta dimensión]

Ese primer párrafo también sugiere la presencia de una fuerza primordial, ajena e indiferente a la humanidad. Al final de la novela, Eleanor Vance debe descartar la creencia de que la casa ha estado esperando a alguien como ella, y entiende que Hill House la ha estado manipulando desde el principio. Esta revelación le llega en el último instante de su vida, que ella misma está a punto de quitarse:


«Realmente lo estoy haciendo —pensó, girando el volante para dirigir el coche hacia el gran árbol en la curva del camino de entrada—. Realmente lo estoy haciendo, lo estoy haciendo yo sola, ahora, por fin; ésta soy yo. Realmente lo estoy haciendo yo... yo... yo.»

En el interminable segundo del impacto antes de que el coche se empotrara en el árbol, Eleanor pensó con toda claridad:

«¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué no me detienen?»


«Ésta soy yo», piensa Eleanor mientras conduce a toda velocidad hacia el árbol, y es ella, no una fuerza sobrenatural, la que termina con su vida. Su último pensamiento no es Hill House. La novela termina con una repetición del primer párrafo, cerrando el circuito, o abriendo una especie de bucle.

La crítica feminista sugiere que Hill House representa el tipo de opresión familiar que conduce [a mujeres como Eleanor] hacia la autodestrucción, e incluso que la novela explora la relación preedípica entre madres e hijas [ver: La Casa Embrujada como representación del cuerpo de la mujer]. Estos enfoques son interesantes, sobre todo porque Shirley Jackson trata a Hill House como un personaje que se mantiene firme y erguido a pesar de estar completamente loco. Por supuesto, esto podría representar a las viejas estructuras sociales y familiares que, originalmente, tenían la función de contener y proteger al individuo, como una casa protege de las amenazas del exterior, pero que al final terminan destruyéndote. Creo que la novela es más que eso. Hill House pone a prueba los límites de la realidad. En cierto modo, está relacionada con la Casa Usher de Edgar Allan Poe, la cual parece resistir cualquier intento de comprenderla por estar más allá «de la espantosa caída del velo» [ver: El secreto de Madeline: análisis de «La Casa Usher»]

Este motivo [común en la ficción de terror] donde el protagonista debe enfrentarse a fuerzas que están más allá de su capacidad de comprensión, esta directamente relacionado con el concepto de Unheimliche [«lo Siniestro»]. Freud lo explica en estos términos:


«Ocurre una experiencia extraña cuando los complejos infantiles que han sido reprimidos son revividos una vez más por alguna impresión, o cuando las creencias primitivas que han sido superadas parecen ser confirmadas.»


«¡Los fantasmas no existen!», aseguran los padres, y la mayoría de los niños eventualmente terminan reprimiendo esa «creencia primitiva», pero entonces, algún día, ocurre algo «extraño», algo que parece confirmar nuestros miedos primordiales. Esa mezcla de extrañeza y familiaridad es lo Unheimliche. Hill House lleva a la superficie todos estos recuerdos dolorosos de Eleanor durante el tiempo que cuidó a su madre enferma y se descuidó a sí misma. El cierto modo, Hill House se convierte en la madre simbólica de Eleanor. Constantemente la llama a «regresar a casa», la infantiliza.

Shirley Jackson elude un tropo común en las historias de casas embrujadas: la idea de que estos lugares fueron contaminados en el pasado, a veces por algún asesinato, otras por la presencia de personas malignas o por la comisión de actos ligados al ocultismo. En este sentido, Shirley Jackson toma un camino similar al de H. P. Lovecraft: Hill House es una fuerza preexistente, algo no-humano y que no depende de los actos humanos; simplemente es [ver: ¿Hill House pertenece a los Mitos?]. Por esta razón existe en la «realidad absoluta», porque está desprovista de humanidad:


«Ningún ojo humano puede aislar la desafortunada coincidencia de línea y lugar que sugiere el mal en el aspecto de una casa y, sin embargo, de alguna manera una yuxtaposición maníaca, un ángulo errado, un encuentro casual entre el techo y el cielo, convirtió a Hill House en un lugar de desesperación, más aterrador porque el rostro de Hill House parecía despierto, con una vigilancia desde las ventanas vacías y un toque de alegría en la ceja de una cornisa.»


Toda casa está cargada con los recuerdos de las personas que vivieron en ella. Nuestras pertenencias, y las de nuestros seres queridos, nos vinculan con nuestro pasado, incluso con nuestros ancestros. Hill House existe en una instancia diferente. Eleanor comenta:


«Era una casa sin bondad, nunca destinada a ser habitada, nunca un lugar apropiado para la gente o para el amor o la esperanza.»


Gradualmente, los sentimientos de Eleanor cambian, hasta que corre por los pasillos, de noche, llamando a su madre muerta:


«—Estás aquí en alguna parte —dijo, y el pequeño eco se fue por el pasillo, deslizándose en un susurro por las corrientes de aire—. En algún lugar —dijo—. En algún lugar.»


Uno de los subtextos de La Maldición de Hill House resuena en relatos como El empapelado amarillo (The Yellow Wallpaper) de Charlotte Perkins Gilman, donde una mujer se encuentra confinada en una casa y luego empieza a aceptar ese mundo hasta que se vuelve reconfortante [ver: Puérpera, loca y poseída]. En su viaje a Hill House, huyendo de una vida dependiente con la desagradable familia de su hermana, Eleanor observa a una niña que se niega a beber su leche del vaso del restaurante; quiere su taza favorita [con estrellas estampadas], que se ha dejado en casa:


«—No lo hagas —le dijo Eleanor [en silencio] a la niña—: insiste; una vez que te hayan atrapado para que seas como las demás, nunca volverás a ver tu taza de estrellas; no lo hagas.»


El mensaje de Eleanor es claro: «no dejes que te quiten tu magia, pequeña. La necesitarás». Por ejemplo, cuando una casa haga todo lo posible para que te quedes eternamente allí, para que no puedas soñar con otra vida, para que existas en su «realidad absoluta».

Eleanor puede intuir esto pero. al mismo tiempo, se engaña a sí misma y es poseída por fuerzas que su propia creencia en ellas hace reales. Al llegar a Hill House se permite sentirse atraída por Luke, lo cual podría darle una vía de escape al curso de su vida, pero este interés se disuelve bajo el peso de sus propias proyecciones obsesivas. Al final, la única fantasía que le queda es pertenecer a un hogar, y el único hogar que alguna vez la deseó es Hill House:


«La casa me estaba esperando—pensó—, nadie más que yo podría satisfacerla.»


El párrafo de apertura [y cierre] de la novela enfatiza el rol de la percepción y la fantasía en la configuración de la realidad: «Ningún organismo vivo puede mantenerse cuerdo durante mucho tiempo bajo condiciones de realidad absoluta». Esta formulación hace de la percepción una condición de la vida; ya que [dentro de la lógica de la afirmación], sólo los muertos están libres de soñar. En este contexto, hacer de los sueños una condición de la cordura [y la «realidad absoluta» una condición de la locura] prefigura la forma en la que Eleanor maneja su destrozada vida familiar y su consiguiente soledad. Ser incapaces de filtrar la realidad a través de nuestros sueños e ilusiones, según Shirley Jackson, es un pasaje a la locura.

Terminamos la novela como la empezamos, con el mismo párrafo. Con esta simetría, Shirley Jackson envuelve la historia dentro de sí misma, dejando implícito que nada ha cambiado. Al final, la muerte de Eleanor no resuelve nada. Ella es absorbida por la fuerza que la ha estado siguiendo. Podría haber vivido en un mundo de sueños, fantasía e ilusiones, incluso vanas: podría haber detenido el coche camino a Hill House y empezar una nueva vida en otro lugar, con o sin una familia sustituta. En cambio, sucumbe a la seducción de la nada, que siempre la ha estado esperando [ver: La verdadera Entidad que se esconde Hill House]

Es un lugar común aconsejarle a los demás que afronten la realidad. Parece un buen consejo, suena razonable, pero también algo que podrías encontrar escrito en las paredes de Hill House. Shirley Jackson forja una oposición entre soñar y afrontar la realidad [absoluta] como conflicto central de su novela. La norma, aparentemente, es soñar, pero esto no significa vivir en una versión idealizada pero falsa de la realidad. Soñar significa alimentar las ilusiones incluso en situaciones a las que no se les puede encontrar sentido. Por otro lado, la realidad [absoluta] carece de significado, es absurda y sin sentido, y nadie puede afrontar esta verdad sin perder la cordura.

Permanecer en la órbita de los sueños se vuelve mucho más difícil para las personas que han sufrido algún tipo de trauma. La palabra trauma proviene del griego, y significa «herida», pero también «ruptura». Para Sigmund Freud, el trauma es el dolor que una persona debe soportar después de una experiencia traumática, y la única forma de sanarlo es narrativizarlo, hablarlo; en otras palabras, darle sentido a través de la palabra. Este dolor a menudo se reprime y retorna asumiendo formas que la mente consciente no puede controlar. En este sentido, la Casa Embrujada es un arquetipo apropiado de la mente traumatizada, un espacio [psicológico] donde el trauma merodea como una entidad no deseada. De hecho, los traumas se manifiestan de manera similar a los fantasmas: dando portazos y derribando cosas; es decir, a través de pequeños estallidos violentos que no parecen tener una causa lógica [ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror]

El Trauma, como el Fantasma, es un remanente del pasado, un asunto pendiente, algo que no encaja dentro de los marcos lógicos. En la literatura gótica, el Trauma es la base de los horrores edilicios que presenta, es por esa razón que el arquetipo de la casa embrujada brinda a sus habitantes una incómoda mirada hacia adentro, los obliga a contemplar sus propias cicatrices. El concepto de «realidad absoluta» encaja en esta narrativa y muestra que la mente puede ser nuestro mayor enemigo. Las habitaciones de la Casa Embrujada [dependencias simbólicas de nuestra Psique] son los espacios donde el Trauma permanece activo, causando disturbios, debilitando la capacidad de soñar, abriendo grietas y hendiduras.

Eso es Hill House: una fuerza alimentada por el Trauma que trata de llevarnos a la «realidad absoluta». Para conseguir a Eleanor, Hill House no le insinúa una realidad idílica, libre de desdichas y dolores pasados, sino que actúa como un espejo que refleja sus traumas. Pero Hill House manipula no solo los traumas de Eleanor, sino que los transforma en el objetivo final de sus deseos; en este caso, tener un hogar propio.

Shirley Jackson presenta a Eleanor Vance como una mujer traumatizada. No sólo ha sufrido la muerte prematura de su padre, sino que ha sido objeto del abuso verbal y físico de su madre, y más tarde de su hermana y su cuñado. El resultado de estos años de sufrimiento es una mujer de treinta y dos años que afirma que «nunca ha sido querida en ningún lado». Además, Eleanor siente que siempre ha sido una intrusa en hogares ajenos. Sin embargo, este trasfondo no la ha vuelto una persona incapaz de soñar. Camino a Hill House se pierde en ensoñaciones; anhela encontrar un sitio donde su presencia sea deseada. Hill House es el único lugar que le abre las puertas, aunque sea para realizar un experimento paranormal. Recordemos que fue «elegida» por el doctor Montague debido a sus antecedentes. Al parecer, la pequeña Eleanor ha sido el foco de actividad poltergeist en su infancia.

Mientras el resto de los residentes [sobre todo Theodora y Luke] desconfían de Hill House, Eleanor descubre que su deseo de pertenecer es más fuerte que su sensatez. Su capacidad resistir a la «realidad absoluta» [en términos de ceder ante el Trauma] apenas existe, porque nunca en su vida ha tenido la oportunidad de desarrollarla. El doctor Montague explica:


«La amenaza de lo sobrenatural es que ataca donde las mentes modernas son más débiles, donde hemos abandonado nuestra armadura protectora de la superstición y no tenemos defensa sustituta. Ninguno de nosotros piensa racionalmente que lo que anoche corrió por el jardín fuera un fantasma.»


Esta «armadura protectora de la superstición» es representativa del soñar, de la posibilidad de encontrar alternativas a la realidad [absoluta], aunque de hecho estén alejadas de la verdad. Eleanor está indefensa, carece de los recursos para esconderse detrás de sus sueños. El doctor Montague también explica:


«El miedo es el abandono de la lógica, el abandono voluntario de patrones razonables. Nos rendimos ante él o lo combatimos, pero no podemos afrontarlo a mitad de camino (…) Creo que sólo tenemos miedo de nosotros mismos.»


Sus traumas han hecho de Eleanor una mujer que esencialmente siente miedo de sí misma: teme no ser lo suficientemente agradable, ser incapaz de tener un comportamiento apropiado y, como consecuencia, ser rechazada. Por supuesto, estos miedos hunden sus raíces en el hecho de que su familia siempre la ha hecho sentir excluida. Hill House se apoya en todo esto, toma esos miedos y los proyecta de vuelta. Poco a poco, Eleanor se va despojando de sus ensoñaciones, estas se vuelven insuficientes para que ella se aferre a la ilusión de una vida mejor, y a medida que avanza la historia la vemos descender gradualmente hacia las fauces de Hill House. Así como los traumas de Eleanor, profundamente arraigados en ella, parecen surgir de su infancia; es interesante notar que en el corazón de Hill House se encuentra la Guardería, que apesta a abandono.

La Casa ya ha «devorado» a otras personas antes de capturar a Eleanor, pero nunca se las ve deambulando como fantasmas, ni se las oye comunicándose con los vivos [una diferencia sustancial con la serie de Netflix]. De hecho, no hay ninguna sugerencia de espíritus en la novela. Los muertos simplemente pasan, no se vislumbra ninguna puerta a una existencia futura; sólo queda Hill House. Ese, quizás, es uno de los rostros de la «realidad absoluta»: la impermanencia, este estado inimaginable de no-existencia. En este sentido, no hay nada sobrenatural en Hill House; más bien lo contrario: la realidad dolorosamente natural de la muerte absoluta.

Algunos críticos han notado que los fundamentos de la relación de Eleanor con la Casa es análoga a la de una mujer con su abusador. Este último proporciona la sensación de que la mujer abusada es realmente deseada, y que los actos atroces que se cometen contra ella en realidad nacen de ese deseo. Hill House continúa esta probable analogía siguiendo el mecanismo estandar del abusador: aislar a su víctima, manipularla, controlarla, y finalmente poseerla, disponer de ella a su antojo.

El proceder de Hill House, su estrategia para capturar a Eleanor, es tan astuto que sólo puede calificarse de maquiavélico. El mayor miedo de Eleanor es la exclusión, el aislamiento, y la Casa convierte este miedo en su destino. Le proporciona un lugar, la «desea», pero, al final, Eleanor termina como siempre estuvo, caminando sola.




Taller gótico. I Shirley Jackson.


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El artículo: «Y lo que fuera que caminase allí, caminaba solo» fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

Warlord dijo...

Maravilloso análisis, saludos desde Jujuy



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