Puérpera, loca y poseída: análisis de «El empapelado amarillo» de Charlotte Perkins Gilman.


Puérpera, loca y poseída: análisis de «El empapelado amarillo» de Charlotte Perkins Gilman.




[«Conozco un poco el principio del diseño, y sé que esta cosa no se dispuso según ninguna ley de alternancia, repetición, simetría o cualquier otra cosa de la que haya oído hablar. Se repite, por supuesto, a lo ancho, pero no de otro modo. Visto de una manera, cada ancho está solo, las curvas hinchadas y las florituras, una especie de románico degradado con delirium tremens, suben y bajan en columnas aisladas de fatuidad. Pero, por otro lado, se conectan en diagonal, y los contornos en expansión corren en grandes olas oblicuas de horror óptico, como un montón de algas revolcándose en plena persecución».]


Hoy analizaremos el relato de Charlotte Perkins Gilman: El empapelado amarillo (The Yellow Wall-paper) —a veces traducido al español como El tapiz amarillo y El papel tapiz amarillo—, publicado originalmente en la edición de enero de 1892 de la revista The New England Magazine.

Comencemos por un breve resumen de la historia:

La narradora anónoma y su marido, John, han alquilado una mansión colonial con amplios terrenos para pasar el verano. Ella se pregunta por qué ha estado desocupada durante tanto tiempo y por qué la han conseguido tan barato. Le gustaría pensar que el lugar está encantado románticamente, pero el práctico John se ríe de tal superstición. Se supone que la narradora no debe «trabajar», es decir, escribir, pero esta narración garabateada en secreto la alivia.

Aunque John se niega a pensar que ella está enferma, admite que sufre depresión nerviosa y ligeras tendencias histéricas. El ejercicio y el aire fresco [y varias drogas] pronto la dejarán como nueva, cree. Es por el aire fresco que John eligió para ella la habitación del último piso. Tiene muchas ventanas y evidentemente se usó como guardería. Las ventanas están enrejadas y el empapelado está arrancado en algunos lugares, probablemente obra de niños revoltosos. La narradora considera la posibilidad de que los niños odiaran el papel tapiz tanto como ella.

Si bien fue estudiante de diseño, no puede encontrar ningún orden estético en sus curvas, ángulos inciertos y áreas bulbosas como ojos fijos. El empapelado amarillo está lleno de «grandes olas oblicuas de horror óptico», un «románico degradado con delirium tremens que sube y baja en columnas aisladas de fatuidad». En cuanto al color, está lejos del alegre amarillo de la luz del sol y los ranúnculos. Donde está desteñido, está sucio. En otros lugares es «un naranja opaco pero espeluznante» o un «azufre enfermizo». A la luz de la luna, el papel parece tener un tenue dibujo en el reverso, una mujer que se desliza detrás de los barrotes fungosos del diseño frontal, como si tratara de escapar.

John no accede a sus súplicas de cambiar de habitación o abandonar la casa por completo. Está dejando que peligrosas fantasías entren en su mente. Por su bien, y el de su hijo recién nacido [a quien no puede soportar tener cerca], ella debe controlar su imaginación. ¿Acaso no ha visto a John mirando el empapelado amarillo y ese extraño trazo que recorre la habitación? Su hermana, Jennie, afirma que es por eso que la ropa de John y de la narradora a menudo tiene marcas, como pequeños trazos amarillos, al rozar el papel. Deberían tener cuidado con eso [ver: La depresión posparto en el relato de terror]

La narradora continúa estudiando el papel tapiz. Además de hacer crecer nuevos zarcillos de hongos y cambiar los tonos, exuda un olor amarillo que impregna la casa y se adhiere a su cabello. ¿Y qué es esa marca de roce, a la altura de sus hombros, que rodea toda la habitación excepto detrás de la cama? [la cama, observa, está clavada al piso] Por la noche, la mujer detrás del patrón del empapelado [¿o son muchas mujeres?], gatea muy rápido, sacude los barrotes y asoma la cabeza a través del hongo entrelazado solo para ser estrangulada. Durante el día parece salir, porque la narradora puede espiarla por cada ventana, siempre arrastrándose, a veces «rápida como la sombra de una nube en un fuerte viento».

John finge ser cariñoso y amable. Cuando él está fuera, Jennie se ofrece a dormir con la narradora, pero ésta se niega. Necesita estar sola para ayudar a la mujer detrás del empapelado amarillo. La narradora empuja, la mujer tira. Para el amanecer se han quitado varios metros del papel tapiz. Al día siguiente, la narradora cierra la puerta y sigue arrancando, al otro, ella y John saldrán de la casa, justo cuando la narradora empieza a disfrutar de la desnudez de su habitación. No puede alcanzar el papel tapiz más cercano al techo, por desgracia, y no puede mover la cama. Mira lo roído que está. Ella misma lo muerde en su rabia. Está lo suficientemente enojada como para saltar por una ventana, pero las ventanas están enrejadas; además, es un acto que podría malinterpretarse.

Las mujeres de afuera se arrastran, y se arrastran rápido. ¿Salieron de papel tapiz amarillo como lo hizo la narradora, a pesar de la oposición de John? ¿Tendrá que volver a regresar al extraño patrón por la noche? No quiere escabullirse afuera, donde todo es verde, no amarillo. Quiere seguir arrastrándose por las paredes. Se siente muy bien allí.

John llega y amenaza con derribar la puerta. La narradora le dice dónde tiró la llave, repitiendo sus instrucciones muy suave y lentamente hasta que él va a buscarla. Cuando John entra en la habitación, ella se arrastra, gatea; mira por encima del hombro y le dice que escapó a pesar de él. Ha arrancado la mayor parte del empapelado, así que no puede volver a dejarla atrás. Ahora, ¿por qué ese hombre se desmayó justo en su camino junto a la pared, por lo que tiene que arrastrarse sobre él cada vez?


A simple vista, El empapelado amarillo insinúa que el patriarcado es más espeluznante que cualquier monstruosidad lovecraftiana. Charlotte Perkins Gilman ciertamente rivaliza con R.W. Chambers por el color amarillo más repugnante [ver: La maldición del Rey de Amarillo], y aventaja a Lovecraft por unas tres décadas en los horrores de la geometría. Aquí, el empapelado amarillo posee todos los atributos y poderes destructores de la cordura que luego se atribuirán al Necronomicón.

¿Qué tiene el color amarillo que ha inspirado tantas fantasías aterradoras en narradores poco confiables? Está El Rey de Amarillo (The King in Yellow) en el relato de Robert W. Chambers: El signo amarillo (The Yellow Sign); incluso tenemos El misterio del cuarto amarillo (Le Mystère de la Chambre Jaune) de Gastón Leroux; pero el mejor de todos, por mucho, es El empapelado amarillo de Charlotte Perkins Gilman [ver: Ciclo de Carcosa: ¡vamos a las Híades con el Rey de Amarillo!]

De hecho, el Amarillo es un color con escasa o ninguna connotación negativa. Es el color de muchas flores, no sólo de los ranúnculos, como menciona Charlotte Perkins Gilman, sino también de las caléndulas, los dientes de león, los lirios. Es el color del sol, de los campos de trigo, de las especias exóticas, como el azafrán y la cúrcuma. Pero la Naturaleza también elige el amarillo para cosas «viejas, sucias, malas». Amarilla es la piel con ictericia. Amarillos son los dientes manchados, los ojos de los depredadores asomándose entre el follaje. Amarillo es el pus, una yema de huevo podrida.

El empapelado amarillo de nuestra historia tiene todos los tonos asquerosos del amarillo. Es como el pellejo moteado de una anciana decrépita muriendo de hepatitis. En realidad, hay una mujer detrás del empapelado, o el alma de una mujer, o las almas de todas las mujeres encerradas allí hasta volverse locas, a veces con tranquila resignación, a veces gritando y pataleando [ver: En el Manicomio: la locura en la ficción gótica]

Apropiadamente, el empapelado amarillo está en una habitación en una especie de ático, y las ventanas del ático están enrejadas [no para la seguridad de los niños], los pisos están astillados, el yeso está arrancado y el armazón de la cama roído, no por niños traviesos, sino por una lunática, o muchas. En El horror sobrenatural en la literatura (Supernatural Horror in Literature), Lovecraft sugiere que la narradora del El papel tapiz amarillo de Charlotte Perkins Gilman se encuentra en la celda de una antigua loca. En efecto, el buen esposo y destacado médico, John, no eligió esta casa de vacaciones por sus vistas, por agradables que sean. La eligió para el alojamiento adecuado de su esposa en plena depresión postparto [ver: La Casa Embrujada como representación del cuerpo de la mujer]

Desde luego, ella está hecha un desastre emocional, pero no está «enferma». Al menos su esposo nunca la ha llamado «enferma» en la cara. Si lo hiciera, no podría manejarlo. Su imaginación congénitamente sobreexcitada se saldría de control. Por suerte tiene su escritura. Lejos han quedado aquellas estimulantes salidas con sus primos, Henry y Julia. Solo tiene aire fresco, tranquilidad, y ese empapelado amarillo.

¿Es la narradora de El empapelado amarillo la única «loca» que ha ocupado esa habitación? ¿Acaso hubo otra? ¿Acaso todavía hay otra «loca», sumergida espiritualmente en el papel tapiz, esperando un cuerpo y una mente susceptibles? ¿O es solo la imaginación patológica de la narradora la que crea a la mujer, a las mujeres, para ser poseída por ellas? [ver: Regan MacNeil vs Lovecraft: el fenómeno de la posesión en la ficción]

No son preguntas fáciles de responder.

¿Hasta qué punto podemos confiar en la narradora de El empapelado amarillo de Charlotte Perkins Gilman? Su narración se lee como la de una mujer educada, vivaz, una escritora y artista, justo el tipo de mujer que difícilmente cedería a cualquier tipo de fantasía alocada. La prosa de Charlotte Perkins Gilman enfatiza el aplomo intelectual de la narradora, incluso en medio de este supuesto brote psicótico. Es una prosa sencilla, coloquial, vívida en sus descripciones, y a menudo irónica.

Si John no fuera un médico, y un esposo tan dedicado, ella estaría bien. Sus instintos de «enferma» son correctos: necesita actividad, estimulación y trabajo, no reclusión y un médico autoritario, incluidas quién sabe qué drogas. Con todos sus «tónicos», no es de extrañar que esté demasiado cansada para escribir o hacer otra cosa que no sea tumbarse y mirar las paredes...

... Y el empapelado amarillo.

Solo hay dos posibilidades para explicar el tratamiento que John le impone a su esposa: o es un médico incompetente [a pesar de su «alto prestigio»], o está engañándola, haciéndola pasar por loca. ¿O acaso hay algo más que no sabemos? El hecho de que la narradora parezca inteligente y talentosa no significa que no pueda ser paranoica también, y quizás al borde de la psicosis. Luego está el tema general de las mujeres socialmente atrapadas y restringidas, algo que la narradora tal vez está proyectando en el empapelado amarillo. Ese tema funciona bien tanto si uno piensa que ella está realmente al borde de la psicosis al comienzo de la historia, y luego empujada por el maltrato, como si ella tiene razón en que la casa era extraña, que de verdad está embrujada por un fantasma, o varios, que eventalmente terminan poseyéndola hasta el punto en que ya no reconoce a John, refiriéndose a él como «ese joven» que está bloqueando su camino [ver: El Feminismo en el Slasher: Simone de Beauvoir vs. Jason Voorhees]

La interpretación más «intelectual» de este tipo de historias siempre suele excluir la explicación sobrenatural; en cambio, se suele buscar algo más «profundo». Aquí en El Espejo Gótico nos gusta mantener las ventanas abiertas [aunque tengan barrotes] a varias interpretaciones. Sí, queremos creer que realmente hay un Rey de Amarillo, no solo un lunático; queremos creer que hay algo en el papel tapiz, fantasmas de mujeres que se arrastran por la pared, que se esconden debajo de los arbustos y cruzan el campo abierto como «sombras de nubes». Sin embargo, sería necio excluir otras posibilidades.

En lo personal, puedo relacionarme con la narradora sobre la seductora extrañeza de ciertos patrones geométricos, sobre todo si uno los observa en un estado mental, digamos, ligeramente expandido por el humo de ciertas hierbas. Pido disculpas por la autorreferencia, pero ahora recuerdo el empapelado en el dormitorio de mis abuelos [con patrones de hojas, flores y enredaderas], que cierta noche, solo [con mis abuelos oportunamente muertos], observé en uno de estos estados alterados. De repente, las hojas sinuosas adquirieron la silueta de voluptuosos torsos femeninos. Fue, digamos, una experiencia más psicosexual que aterradora. De todos modos, me gusta pensar que hubiese soportado un poco del empapelado amarillo de Charlotte Perkins Gilman. Todo se hubiese evitado con unas buenas cortinas. Lástima que John las rechazó como un gasto excesivo para un mero alquiler de verano.

Aquellos de ustedes que han llegado hasta aquí probablemente sepan que El empapelado amarillo de Charlotte Perkins Gilman es LA historia feminista simbólica por excelencia; no tanto a causa de la historia en sí misma, sino de sus exégetas [ver: El Feminismo de hoy desde la ficción de ayer]. Por supuesto, la interpretación feminista es válida, pero solo si decidimos que la narradora está loca, o mejor dicho, empujada a la locura por el patriarcado victoriano, considerablemente más radical que el actual. En cambio, la interpretación feminista de El empapelado amarillo de Charlotte Perkins Gilman queda relegado a un segundo plano, o tercero, si decidimos que la casa realmente está embrujada, que realmente el fantasma de una mujer se arrastra desde el papel tapiz [ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror]

Tampoco es justo situar El empapelado amarillo entre la locura y lo sobrenatural; cualquiera de las dos posibilidades, aun simultáneamente, trabajan a favor de algo más grande. El relato de Charlotte Perkins Gilman [en lo personal, claustrofóbicamente espeluznante] tiene que ver con esa línea muy, muy fina. Porque no importa si la narradora está poseída por la decoración no euclidiana del empapelado, o si los «cuidados» de su esposo la llevan de la depresión posparto a la manía disociativa. El efecto es el mismo; y es un efecto francamente horroroso.

Ahora bien, si optamos por lo sobrenatural, ¿qué está pasando realmente? La narradora comienza con la fantasía de una casa encantada, una sugerencia inevitable, dada la tradición gótica de la época. Sin embargo, la habitación donde hace su «cura de reposo» [¡ideal para sofocar esos úteros histéricos!] sugiere un aspecto diferente del horror gótico: rejas en las ventanas, paredes opresivas, candados, cerrojos, camas atornilladas al suelo... si alguna vez vivieron niños allí... bueno, es mejor no pensar demasiado en eso [ver: Psicología de las Casas Embrujadas]

El hecho de que sea una habitación en el ático, además, sugiere que es el lugar tradicional para encerrar al «loco» de la familia, especialmente a las mujeres. En cuanto a la mujer en el papel tapiz que se deleita en arrastrarse y gatear, «fantasma» parece un término demasiado simple. Supongo que podría ser el espíritu de la anterior ocupante de la habitación, pero también podría ser el papel tapiz en sí; ese empapelado amarillo fungoso, parecido a algas marinas, con patrones y ángulos que ningún ojo humano puede seguir y seguir cuerdo. Después de todo, es una antigua tradición gótica que la casa en sí sea un personaje más en la historia, e incluso el villano [ver: La Casa como entidad orgánica y consciente en el Gótico]

Incluso si consideramos que la historia es sobrenatural, no simbólicamente feminista, John sigue siendo un imbécil, no ya por tratar a su esposa como una enferma, cuando no lo está, sino por precipitar el devenir de lo que sea que está esperando en esa casa al confinar a su esposa en la habitación y negarse a escuchar sus reclamos. Es decir que las restricciones que impone a su esposa hacen de John un perfecto idiota en cualquier contexto. Si ella está sufriendo una depresión posparto, confinarla bordea la tortura; si está sujeta a fuerzas desconocidas, encerrarla es entregarla a esas fuerzas [ver: La maternidad fallida en «Drácula»]. En ambos casos, la actitud de John hace que el espacio incierto detrás del papel tapiz amarillo parezca un escape tentador para la narradora.

La brillantez de Charlotte Perkins Gilman consigue algo inédito hasta entonces: que un relato sea excelente desde una perspectiva feminista convencional, y que también funcione en el marco del relato de casas embrujadas tradicional. Deberemos esperar hasta Shirley Jackson para encontrar algo parecido y, en ciertos aspectos, superador [ver: La verdadera Entidad que se esconde Hill House]

No es casual que, solo tres años después de que se publicara El empapelado amarillo, Robert. W. Chambers escribiera las historias del Rey de Amarillo, presentando una obra con efectos similares al papel tapiz de Charlotte Perkins Gilman. Tampoco es caprichoso que El empapelado amarillo, [supuestamente] un ícono del feminismo, haya sido tan bien recibido por H.P. Lovecraft, [supuestamente] un misógino moderado. Hasta entonces, las historias de casas embrujadas a menudo involucraban a un matrimonio sólido o un par de amigos entrañables que tenían la desgracia de mudarse a una casa ocupada por fuerzas desconocidas, un tropo que aún hoy se repite en muchas películas. Para Charlotte Perkins Gilman, todo se centra en relaciones poco saludables, sofocantes, donde un miembro de la pareja obliga al otro a reprimir su individualidad.

El empapelado amarillo es un hito que se sacude los viejos motivos del género y adquiere una forma más sofisticada psicológicamente. En las décadas siguientes, esta dinámica se volverá más común. Ya no hay espectros balbuceantes ni el sonido de cadenas que se arrastran. Las mayores amenazas a la cordura, y a la vida, provienen de aquellas personas que están más cerca de nosotros. Lovecraft comenta:


[«En El empapelado amarillo, Charlotte Perkins Gilman se eleva a un nivel clásico al delinear sutilmente la locura que se arrastra sobre una mujer que ocupa una habitación horriblemente empapelada donde una vez estuvo confinada una loca.»]


La explicación de Lovecraft es interesante, pero creo que dice más sobre él que sobre la historia de Charlotte Perkins Gilman. La locura contagiosa era uno de sus mayores temores; tiene sentido que la vea aquí [ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft]. De hecho, hay mucho de El empapelado amarillo en El color que cayó del espacio (The Color out of Space). En el cuento de Lovecraft, Nabby percibe algo que su esposo e hijos no notan, finalmente la encierran en el desván y la reducen a gatear, como la narradora en el cuento de Gilman:


[«La pobre mujer gritaba cosas indescriptibles. En su delirio no había un solo sustantivo específico, sólo verbos y pronombres. Las cosas se movían, cambiaban y revoloteaban, y los oídos hormigueaban con impulsos que no eran del todo sonidos (...) Thaddeus casi se desmaya por la forma en que ella le hacía muecas, y decidió mantenerla encerrada en el desván. Para julio había dejado de hablar y gateaba en cuatro patas.»]


Más aún, el Empapelado Amarillo y el Color parecen afectar a las personas del mismo modo. Allí donde Lovecraft menciona: «Por su olor, a veces, los hombres pueden percbirlos» [ver: Lo olfativo en el Horror Cósmico], Gilman declara:


[«Una especie de subpatrón en un tono diferente, particularmente irritante, porque solo se puede ver con ciertas luces, y no claramente entonces (...) En un patrón como este, a la luz del día, hay una falta de secuencia, un desafío a la ley, irritante para una mente normal. Pero hay algo más en ese papel: ¡el olor! Lo noté en el momento en que entramos en la habitación, pero con tanto aire y sol no estaba tan mal. Ahora hemos tenido una semana de niebla y lluvia, y ya sea que las ventanas estén abiertas o no, el olor está aquí. Solo yo lo percibo, pero estoy segura de que a John y Jennie les afecta en secreto.»]


El relato adquiere otra dimensión cuando descubrimos cuánto se basó Charlotte Perkins Gilman en sus propias experiencias. Al igual que la narradora, sufrió de depresión posparto después del nacimiento de su hija, y se vio obligada a tomar una «cura de reposo» sin escribir, sin actividad ni nada que se pareciera vagamente a la estimulación mental. Más tarde dijo que el tratamiento casi la había vuelto loca y que tanto su esposo como su médico la habían tratado con una crueldad intolerable. Era una creencia común a fines del siglo XIX que la locura provenía del sobreesfuerzo mental, y que las mujeres eran especialmente suceptibles y vulnerables. En otras palabras, pensar era nocivo [ver: El cuerpo de la mujer en el Gótico]. Analizaremos esto más adelante.

Las buenas historias nunca son sobre una sola cosa. Quiero decir, nunca hay un solo motivo. Por supuesto, El papel tapiz amarillo de Charlotte Perkins Gilman es una historia que aborda el tratamiento de las mujeres [supuestamente] desequilibradas mentalmente, el cual consistía en encerrarlas y prohibirles cualquier actividad hasta quedar aptas para retomar sus obligaciones como esposas y madres, lo cual también puede ser visto como una forma de encierro. Todo eso es cierto, pero no es lo único. La interpretación feminista, como cualquier enfoque ideológico, encuentra únicamente lo que está buscando; y deja de lado otros elementos igualmente importantes [ver: El Feminismo y la muerte del Gótico]

Si El empapelado amarillo de Charlotte Perkins Gilman es SOLO este manifiesto sobre las horribles torturas que padecían las mujeres a fines del siglo XIX, ¿cómo explicar la reacción de John, el villano, al final de la historia? Si este es el típico ejemplo del macho patriarcal que decide por su esposa, aun cuerda, a someterla a un tratamiento que potencialmente puede trastornarla del todo, ¿es realmente el tipo de hombre que se desmayaría al ver un simple empapelado roto y a su esposa, a quien ya considera «desequilibrada», arrastrándose por la habitación? ¿No sería lógico encontrarla en ese estado? Después de todo, por algo la encerró en primer lugar. ¿Por qué habría de sorprenderlo que una loca actúe como una loca?
 
Este es el elemento que la interpretación feminista omite, no intencionalmente [ni malintencionadamente], sino por afán de ver en El empapelado amarillo ÚNICAMENTE una confirmación ideológica, en este caso, del innegable maltrato que sufrían las mujeres. Si esto fuese así, John no se desmayaría al ver una escena tan pueril. Sabría, como buen macho patriarcal, que las locas a veces se comportan como locas. Pero no es el caso aquí. John se desmaya como el protagonista lovecraftiano estandar: porque ve algo demasiado horrible para ver y permanecer cuerdo.

Charlotte Perkins Gilman sugiere, entonces, que algo más está pasando en esa habitación. Por supuesto, la narradora está atravesando una depresión posparto aguda, y el encierro solo logró acentuar su estado disociativo, pero John está «cuerdo», de modo que no hay ninguna razón para que se desmaye, salvo que realmente haya algo extraño en la habitación. Charlotte Perkins Gilman es tan brillante que no se compromete con una sola opción [locura vs. sobrenatural], sino que las integra de modo que un mismo elemento puede cumplir dos funciones alternativamente: John se desmaya porque vio algo en el empapelado [sobrenatural] y esa reacción, además, es una respuesta tradicionalmente «femenina» a una crisis [locura] [ver: Mina y Lucy: la ideología de género en «Drácula»]

Entonces, ¿es el desmayo de John al final un comentario irónico sobre su masculinidad, no tan imperturbable después de todo? ¿Acaso él ve lo que hay detrás o dentro del papel tapiz amarillo, o bien alguna terrible transformación en el rostro de su esposa? Si nos inclinamos por una explicación más bien psicológica [es decir, que la narradora por fin enloqueció] también debemos darle un descanso de todos esos gateos. Después de todo, tiene que tomarse el tiempo para escribir todas estas cosas en un tono racional, ¿verdad? En cualquier caso, El empapelado amarillo produce menos una sensación de «manuscrito encontrado» que de monólogo interno.

Y dado que John permanece inconsciente mientras la narradora, o lo que sea que la haya sustituido o asumido el control de su cuerpo, se arrastra repetidamente sobre él, puede haber sucedido algo peor que un shock nervioso. No podemos saberlo, pero me pregunto si la narradora no está arrastrándose sobre el cadáver de su esposo al final.

Charlotte Perkins Gilman sabía lo que es padecer el tratamiento impuesto a las mujeres con depresión posparto. Durante su propia depresión, tomó notas extensas sobre sus síntomas, muchos de los cuales son análogos a los de la narradora de El empapelado amarillo. En cierto momento, le envió una carta al célebre neurólogo S. Weir Mitchell, quien le recetó de inmediato una «cura de reposo». Un poco de descanso no está tan mal, ¿verdad? El problema es que la «cura de reposo» excluía cualquier tipo de actividad, tanto física como intelectual. La paciente no podía ni siquiera leer. En este contexto, no era mucho lo que podías hacer excepto mirar el empapelado [ver: El Machismo en el Horror]

Lamentablemente, Charlotte Perkins Gilman siguió la recomendación del médico. En su autobiografía: La vida de Charlotte Perkins Gilman (The Living of Charlotte Perkins Gilman, 1935), ella explicó:


[«Estuve peligrosamente cerca de perder la cabeza. La agonía mental se volvió tan insoportable que me sentaba sin comprender, moviendo la cabeza de un lado a otro, para salir del dolor.»]


Más tarde, Charlotte Perkins Gilman abandonó la cura de reposo del doctor Mitchell, escribió y publicó El empapelado amarillo y se convirtió en una exitosa escritora y conferenciante. En cierto modo, se «curó» al evitar el reposo físico e intelectual. En este contexto, El empapelado amarillo es, quizás, un ejemplo de lo que podría haberle ocurrido si no hubiese escapado a tiempo.

Por suerte, lo hizo, y en El empapelado amarillo le dedica algún comentario al doctor Mitchell. Cuando su recuperación se estanca, John amenaza a la narradora con un tratamiento más drástico:


[«Si no respondo más rápido, me enviará a Mitchell en el otoño. Pero yo no quiero ir allí en absoluto.»]


El tratamiento que la narradora teme es el régimen de reposo forzado en cama, aislamiento, alimentación forzada y masajes:


[Me acostaron y me mantuvieron allí. Me alimentaron, bañaron, frotaron. Por lo que él pudo ver, no me pasaba nada, así que después de un mes de este agradable trato me envió a casa con esta receta: Viva una vida tan doméstica como sea posible. Tenga a su hija con usted todo el tiempo. Acuéstese una hora después de cada comida. Tenga sólo dos horas de vida intelectual al día. Y nunca toque la pluma, el pincel o el lápiz mientras viva.»]


En este contexto, sería desatinado excluir por completo la interpretación feminista de El empapelado amarillo; sin embargo, sí debemos relativizarla. Al menos la autora lo hizo. En su ensayo de 1913: ¿Por qué escribí El papel tapiz amarillo? (Why I Wrote the Yellow Wallpaper?), Charlotte Perkins Gilman recuerda al lector que la historia contiene algunos «adornos y adiciones» a sus propias experiencias personales. A diferencia de la narradora, por ejemplo, Charlotte Perkins Gilman sostiene: «nunca tuve alucinaciones u objeciones a mis decoraciones murales».

Lo cierto es que varios relatos posteriores repiten este modelo donde un establecimiento médico, dominado por hombres, intenta silenciar a las mujeres. Historias como La vendimia (Vintage), La cruz (The Crux) y El lugar del doctor Clair (Dr. Clair's Place) muestran a médicos que prescriben toda clase de tratamientos restrictivos para las mujeres; y también a mujeres que eluden estos tratamientos mediante la lectura y la escritura como herramienta para conservar la salud mental y física [ver: ¡No salgas del camino! El Modelo «Caperucita Roja» en el Horror]

Vista en retrospectiva, la «cura de reposo» parece un medio eficaz para reforzar los roles de género tradicionales. Al acostar a las pacientes y prohibirles cualquier tipo de actividad intelectual, Mitchell y sus colegas se aseguraban de que estas mujeres permanecieran en su esfera adecuada. Mitchell creía que el logro intelectual socavaba la salud general de la mujer, en particular su función reproductiva. Por lo tanto, disuadía a las pacientes de buscar empleo profesional o participar en estudios prolongados. Para una feminista como Charlotte Perkins Gilman, tal actitud estaba destinada a rebelarla [ver: El cuerpo de la mujer en el Horror]

Finalmente, sería injusto omitir una tercera posibilidad, más allá de la locura y lo sobrenatural. Es bien sabido que las tinturas utilizadas en el siglo XIX para teñir el empapelado incluían, entre otras sustancias nocivas, algunas neurotoxinas. También había algunos pigmentos y tintes de arsénico altamente tóxicos. Entonces, tal vez no sea extraño que un simple color amarillo terminara produciendo asociaciones tan desagradables en alguien que pasa tiempo encerrado en este contexto.

Cualquier persona razonable hubiese pensado que en realidad podría haber algo tóxico en las paredes y el papel tapiz en sí, pero ni John ni la narradora lo consideran. Sin embargo, este tipo de intoxicación no era completamente desconocido en la época de Charlotte Perkins Gilman. De hecho, en 1874, un químico estadounidense publicó una obra cuyo título le habría gustado a Lovecraft: Sombras desde las paredes de la muerte (Shadows From The Walls of Death), donde se habla de este tipo de intoxicación. Es decir que, además del patriarcado tóxico, es probable que la narradora de El empapelado amarillo realmente estuviese siendo intoxicada [ver: Casas Embrujadas vs. Casas Malditas]

Hasta aquí creo que hemos sido justos con la interpretación feminista de El empapelado amarillo de Charlotte Perkins Gilman, incluso hemos incluído la posibilidad racionalista de que los hechos relatados hayan sido consecuencia de algún tipo de intoxicación. Sin embargo, en El Espejo Gótico no podemos omitir la explicación sobrenatural. Ya hemos dicho algo acerca de eso, y ahora vamos a profundizar un poco más en el tema.

Desde su publicación en 1892, El empapelado amarillo de Charlotte Perkins Gilman suele leerse como un relato aterrador, pero realista, del progresivo deterioro mental de una mujer sometida a la entonces popular cura de reposo para enfermedades nerviosas. Esta, de hecho, parece haber sido la intención original de la autora. Sin embargo, la crítica feminista ha ido más allá de las apreciaciones de Charlotte Perkins Gilman. De acuerdo con esta interpretación, la figura que la narradora ve en el papel tapiz representa no solo a su propio yo dividido o separado, sino a todas las mujeres que están encarceladas por una sociedad que insiste en que las mujeres son como niños, entidades meramente decorativas e incapaces de autorrealización.

Es decir que el papel tapiz en sí mismo, como las convenciones sociales que representa, es terriblemente feo; y cualquier intento de imponer la razón en un patrón tan tortuoso se traduce en locura. El hecho de que Charlotte Perkins Gilman fuera, de hecho, feminista, tiende a apoyar esta interpretación [ver: Virgen o Bruja: la mujer según la literatura gótica]

Si bien esta interpretación feminista es válida, deja algunos cabos sueltos. Por otro lado, los argumentos feministas y psicológicos a menudo caen en las mismas falacias bienintencionadas, por ejemplo, tratar de encajar una historia de ficción con la historia de vida del autor. Si bien esto puede resultar práctico, y hasta colorido en algunos casos, también puede destrozar por completo una ficción. Porque lo cierto es que una tercera interpretación, la sobrenatural, puede explicar satisfactoriamente los mismos puntos, incluso los cabos sueltos. Para eso primero debemos asumir la misma lectura literal que propone Lovecraft:


[«En El empapelado amarillo, Charlotte Perkins Gilman se eleva a un nivel clásico al delinear sutilmente la locura que se arrastra sobre una mujer que ocupa una habitación horriblemente empapelada donde una vez estuvo confinada una mujer loca.»]


Esta interpretación sobrenatural de Lovecraft puede resumirse del siguiente modo: la habitación tenía una ocupante anterior que poco a poco trata de poseer a la narradora, hasta que finalmente lo consigue [ver: «El Extraño» de Lovecraft como metáfora del parto]

Para analizar la historia en términos sobrenaturales es necesario asumir que la narradora es confiable, a pesar de su dudoso estado mental. El hecho de que se cuente en forma de diario, comenzando cada entrada con lo que es, en efecto, un nuevo punto de vista, es útil en este sentido. Su primera entrada, hecha durante su primer día en la casa, nos dice que la naturaleza de su trastorno, según su esposo, un médico, es «depresión nerviosa temporal y una ligera tendencia histérica». También nos habla de la casa en sí, que han alquilado para el verano:


[«Hubo algunos problemas legales… el lugar ha estado vacío durante años. Eso estropea mi fantasmalidad, tengo miedo, pero no me importa, hay algo extraño en la casa, puedo sentirlo.»]


Charlotte Perkins Gilman nos presenta un escenario en el que una mujer nerviosa, imaginativa y emocionalmente inestable, pasa interminables horas en una habitación sin nada que hacer más que mirar el papel tapiz amarillo. Como es de esperar, pronto comienza a ver cosas. Ve a una mujer, a veces detrás del patrón del papel tapiz amarillo; a veces afuera, siempre arrastrándose, como si gateara. Las críticas feministas le han dado a esta mujer una interpretación simbólica, pero en un nivel literal hay dos posibilidades: la narradora puede estar alucinando, o puede ser presa de algo en la habitación que es muy real. ¿Siente al principio algo fantasmal acerca de la casa porque es imaginativa, y tal vez romántica, o porque realmente percibe una presencia sobrenatural en la casa? [ver: El ABC de las historias de fantasmas]

Sus síntomas empeoran poco a poco, algunos son indicativos de una enfermedad mental real, otros parecen indicar que la narradora está siendo afectada por una agencia externa. En este punto es importante tener en cuenta que la habitación, el único escenario de la historia, «primero fue una guardería y luego un cuarto de juegos, porque las ventanas están enrejadas para los niños pequeños, y hay argollas y cosas en las paredes». Más adelante se nos informa que la cama está clavada y el piso está perforado y astillado. Sin embargo, no tenemos que aceptar todo esto. En repetidas ocasiones ella atribuye el daño causado a la habitación a niños hipotéticos que alguna vez jugaron allí. Pero, ¿qué clase de guardería tiene una cama atornillada al suelo y argollas en las paredes? Como sugiere Lovecraft, suena como una habitación donde una loca ha sido confinada [ver: E.A. Poe y la Locura como sublime forma de la inteligencia]

La mayoría de las interpretaciones feministas del relato de Charlotte Perkins Gilman aceptan que la habitación fue una guardería, argumentando que simboliza el trato infantil a las mujeres. Algunos han ido tan lejos como para sugerir que la cama clavada simboliza la sexualidad de la narradora. Son pocos, de hecho, quienes mencionan lo extraño de esta «guardería», la cual se asemeja más a una antigua cámara de tortura. Si aceptamos que esta habitación fue un lugar de confinamiento para locos, también debemos aceptar que la idea de una ocupante anterior, o muchas, es bastante real. Y la prueba de esto la proporciona el propio papel tapiz amarillo:


[«Está arrancado, el papel, en grandes parches alrededor de la cabecera de mi cama, hasta donde puedo alcanzar.»]


¿Por qué el papel tapiz amarillo está arrancado hasta donde ella, o cualquier persona en una cama clavada al piso, puede alcanzar?

Evidentemente, solo alguien que ha sido atado a la cama ha podido romper el empapelado de ese modo, y hasta ese punto en particular, es decir, hasta donde da el alcance de sus brazos desde la cama. Ahora bien, es posible que la propia narradora haya arrancado el papel y lo haya omitido en su diario. Es un punto justo. Sin embargo, más adelante ella menciona cada vez que investiga y arranca pedazos de papel. Aquí no lo hace, y además hace la observación en su primer día en la casa, cuando se encuentra en su estado mental más «normal». Por lo tanto, no es irracional creer que el empapelado ya estaba arrancado cuando ella se instaló en la habitación [ver: Casa Tabú: análisis de «Casa Tomada» de Julio Cortázar]

Pero, si la narradora no arrancó el empapelado, ¿quién lo hizo? ¿Podrían haber sido los niños de los que ella sigue hablando?

El problema aquí es que incluso si hubo niños en la habitación, presumiblemente habrían tenido un alcance más corto. El papel fue rasgado por alguien que podía llegar tan lejos como la narradora. La evidencia forense, para emplear un término presuntuoso, apunta a la loca de Lovecraft como anterior ocupante de la habitación. Esto es respaldado por una marca inusual que la narradora descubre más tarde en la pared, cerca de la pizarra. La describe como:


[«Un trazo que corre alrededor de la habitación. Va detrás de cada mueble excepto la cama, un trazo largo, recto y uniforme, como si lo hubieran frotado una y otra vez.»]


Barbara Hill Rigney tiene una hipótesis interesante al respecto. Ella sostiene que, quizás, la narradora siempre ha estado encerrada en la habitación, arrastrándose hasta que su propio hombro ha dejado los surcos o trazos que nota en el papel tapiz. Interesante, sin dudas, pero eso nos obliga a enfrentar de nuevo el problema de la confiabilidad de la narradora; y, como hemos visto, para seguir la pista sobrenatural necesitamos aceptar que lo que ella dice es realmente lo que está sucediendo. En este contexto, quizás la prisionera anterior, o varias de ellas, simplemente han dejado ese trazo en la pared mientras deambulaban por la habitación.

Además, la narradora nos dice que ella y su esposo tuvieron que subir todos los muebles, excepto la cama, desde la planta baja. Por lo tanto, dado que la marca en la pared pasa detrás de los muebles [recientemente colocados], ya estaba allí cuando se mudaron. El misterioso trazo se interrumpe donde está la cama [clavada al piso], que también ya estaba allí. Teniendo todo esto en cuenta, y la posterior declaración de la narradora de que el trazo en la pared se encuentra a la altura de sus hombros, la evidencia apunta nuevamente a la «loca» de Lovecraft.

Ahora bien, hay varias interpretaciones posibles para la existencia de esta loca. Una es natural. La narradora deduce que había una loca en la habitación que causó el daño y comienza a imitarla. Por otro lado, la narradora parece genuinamente convencida de que fueron los niños los que perforaron el yeso, rasgaron el papel y astillaron el piso. También parece desconcertada por la marca en la pared:


[«Me pregunto cómo se hizo, quién lo hizo, y para qué. Vueltas y vueltas y vueltas.»]


¿Podría ser esta oscura cavilación la que eventualmente la lleva a dar vueltas y vueltas sobre sí misma al final de la historia? Es improbable, porque se nos muestra que ella está imitando a la mujer que gatea detrás del papel tapiz. Tendríamos que suponer que la narradora está imitando una alucinación elaborada a partir de un conocimiento inconsciente de la anterior ocupante de la habitación.

Una interpretación más plausible es que la habitación misma vuelve locos a sus ocupantes. Tanto la narradora como la loca que tiene delante son víctimas, y posiblemente no las únicas, de su nefasta influencia. En cierto punto, la narradora dice:


[«Hay tantas de esas mujeres que se arrastran, y se arrastran tan rápido. Me pregunto si todas salieron del papel tapiz como lo hice yo.»]


¿Está viendo una sucesión de víctimas? Posiblemente, pero antes dice:


[«A veces creo que hay muchas mujeres detrás y a veces solo una, y ella se arrastra rápidamente.»]


¿Acaso la habitación está embrujada por la loca, cuyo espíritu se apodera gradualmente de la narradora? Esto encaja bastante bien con sus acciones. Por ejemplo, hacia el final ella se da cuenta de un lugar en la cabecera que «los niños habían roído», y unos párrafos más tarde ella misma muerde la cabecera. Es posible que la misma habitación la haya vuelto loca exactamente de la misma manera que a las ocupantes anteriores, pero parece más probable que haya sido poseída por el espíritu de una sola ocupante anterior y que esté condenada a repetir sus acciones y movimientos.

Por supuesto, esto deja abierta la pregunta de por qué ve tantas mujeres gateando. Si ha sido poseída, ¿por qué continuaría viendo lo que la poseyó? Una posibilidad es que, aunque está poseída, todavía conserva algo de su propia personalidad y, por lo tanto, una especie de doble conciencia. Hay dos pistas al final de la historia que apoyan la idea de posesión. En la última página, la narradora dice:


[«Por fin salí... a pesar de ti y de Jane.»]


Esta es la primera referencia en la historia a una «Jane» [en algunas ediciones «Jane» se ha cambiado por «Jeannie», asumiendo que se trató de un error tipográfico], quien puede ser el nombre propio de la narradora. Es decir, ella se refiere a sí misma en tercera persona porque está libre de su yo [«Jane»]. Pero, ¿no es más sencillo interpretar la declaración literalmente? Quizás se refiere a sí misma como Jane porque literalmente se ha convertido en una persona diferente [ver: Atrapado en el cuerpo equivocado: la identidad de género en el Horror]

La última pista llega cuando la narradora escucha a su esposo en la puerta de la habitación y piensa:


[«No sirve de nada, joven, no puedes abrir.»]


¿Por qué se refiere a su esposo como «joven»? Si se supone que es una indicación de locura, es bastante arbitraria. Por otro lado, tiene más sentido si ella lo vea desde el punto de vista de otra persona; por ejemplo, una mujer mucho mayor que murió en la casa hace mucho tiempo.
pospa



Taller gótico. I Charlotte Perkins Gilman.


Más literatura gótica:
El artículo: Puérpera, loca y poseída: análisis de «El empapelado amarillo» de Charlotte Perkins Gilman fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Y hay algo más con el amarillo, es el color que representa al Sinestro Corps, cuya emoción es el miedo, Como el verde es a la voluntad, que es la fuente del poder del Grenn Lantern Corps.
Incluso Parallax, la encarnación del miedo, tiene la apariencia de un demonio, o parásito, cósmico, amarillo. Capaz de poseer a Hal Jordan, el más destacado Linterna Verde.

nito dijo...

Ya conocía este cuento pero nunca logré que me interesara lo suficiente, HASTA QUE LEÍ TU ANáLISIS!!!



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Análisis de «La pequeña habitación» de Madeline Yale Wynne.
Poema de Emily Dickinson.
Relatos de Edith Nesbit.


Paranormal.
Poema de Charlotte Mew.
Relato de Walter de la Mare.