En el Manicomio: la locura en la ficción gótica


En el Manicomio: la locura en la ficción gótica.




E.A. Poe pensaba que la locura es una de las formas más elevadas de la consciencia (ver: E.A. Poe y la Locura como sublime forma de la inteligencia), probablemente porque nunca visitó un Manicomio.

En la literatura gótica la arquitectura suele ser una representación de la psique de protagonista (ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror). Teniendo esto presente, ¿cuál es la razón para que uno de los espacios más recurrentes en el género gótico sea el Manicomio? Porque convengamos que la posibilidad de que a uno lo encierren en un asilo para lunáticos, aunque posible, resulta muy improbable... salvo que uno además sea una mujer viviendo en el siglo XVIII y buena parte de XIX.

Si el Castillo Gótico representa en cierto modo lo mejor y lo peor de la sociedad, con sus altas torres de sabiduría y sus sótanos y catacumbas donde merodean los impulsos reprimidos (ver: Lo Subterráneo en la ficción), el Manicomio es una representación del Infierno.

Allí, en esa realidad espantosa, uno pierde toda clase de privilegios, entre ellos, la posibilidad de elegir. En el Infierno, como en el Manicomio, nuestra mente y nuestro cuerpo están a disposición de los carceleros.

En Los misterios de Udolfo (The Mysteries of Udolpho), de Ann Radcliffe, el Manicomio aparece como una versión actualizada de una sombría mazmorra medieval, que parece ser el destino inevitable de su protagonista, Emily St. Aubert, quien sufre de melancolía (ver: Melancolía: el octavo pecado capital), probablemente porque la acecha un psicópata llamado Montoni. De todos modos, se la encierra, y allí la joven virginal no solo sufre por estar confinada, lo cual ya es bastante desagradable, sino también por la sensación de peligro inminente que corre su virtud, es decir, de que su cuerpo literalmente esté a merced de las oscuras maquinaciones del villano.

Más adelante, en las novelas góticas del siglo XIX, en particular en La mujer de blanco (The Woman in White), de Wilkie Collins, el Manicomio reemplaza al calabozo tradicional como un lugar de ansiedad, donde uno no solo está encerrado, sino además sujeto a toda clase de maltratos psicológicos (ver: El Horror siempre viene desde el Sótano).

Tengamos presente que, durante casi todo el siglo XIX, una mujer podría ser confinada en un Manicomio por recomendación de un esposo, o de cualquier pariente masculino, siempre que estos pudiesen obtener el apoyo de dos médicos para confirmar un estado mental desequilibrado, e incluso una capacidad moral cuestionable (ver: El Feminismo y la muerte del Gótico).

Es decir que un marido irritado, o despechado, fácilmente podía articular los dispositivos legales que le permitieran encerrar a su esposa en un Manicomio. Y si tenemos en cuenta que la literatura gótica, en su forma madura, fue un género principalmente escrito por mujeres y para mujeres, entonces podremos entender fácilmente por qué el Manicomio es un espacio recurrente en el género. Sencillamente era un peligro real (ver: Cómo las mujeres nos enseñaron a leer por placer).

En estos casos, la mujer (supuestamente loca) podía caer fácilmente como víctima del prejuicio de un médico; o mejor dicho, de los prejuicios que existían acerca de qué tipo de comportamiento constituía la cordura en una mujer.

Al respecto se suele citar el caso real de Mary Huestis Pengilly, una viuda que decidió escribir un libro (probablemente gracias a que su marido había muerto), y que pasó varios días sin comer, producto de esa ansiedad contenida que por fin podía expresarse. Sus hijos, envueltos en los prejuicios de la época, que el comportamiento de su madre era demasiado transgresor. En resumen, se la encerró durante unos meses en un Manicomio bajo el pretexto de que la privación nutricional podía ser un síntoma precoz de locura.

Aunque las acciones de los hijos de la señora Pengilly pueden haber sido motivadas por buenas intenciones, revelan lo perverso de un mecanismo capaz de diagnosticar a una mujer desnutrida como loca, y encerrarla en consecuencia.

En este contexto, donde cualquier padre o esposo podía encerrar legalmente a una mujer en un Manicomio, sin sufrir ningún tipo de condena social, la literatura gótica se apropió de este espacio y lo utilizó como un escenario recurrente en sus ficciones (ver: La Casa como entidad orgánica y consciente en el Gótico).

Una vez encerrada en el Manicomio, la mujer podría ser olvidada en gran medida por su familia. También podía verse sometida a un sistema de alimentación forzada, si la comida institucional no era de su agrado, o a una feroz restricción si su comportamiento se consideraba inaceptable. Por otro lado, la tortura también podía asumir la forma de tratamientos terapéuticos para paliar manías o delirios inexistentes en la mayoría de los casos.

Por aquel entonces existía la idea de que la mente podía ser entrenada para reemplazar los pensamientos y comportamientos perniciosos. Este entrenamiento, generalmente, consistía baños fríos, aislamiento, cuando no en castigos físicos aun más severos.

Es decir que cuando Emily St. Aubert es encerrada en Los misterios de Udolfo, las lectoras de la época sentían algo que a nosotros se nos escapa: el miedo real y concreto de padecer ese mismo destino algún día; miedo que, por otra parte, servía para reforzar el buen comportamiento de una dama.

A finales del siglo XIX, el Gótico fue cambiando las representaciones de este régimen terapéutico predominante, donde la locura femenina esencialmente estaba relacionada con un distanciamiento de las normas patriarcales. Uno de los ejemplos más realistas de este sistema, donde la experimentación médica ya comenzaba a ser cuestionada, es el Drácula de Bram Stoker (ver: Por qué Drácula nunca pudo enamorarse de Mina).

En la novela de Stoker conocemos a R.M. Renfield (ver: Síndrome de Renfield: el vampirismo como enfermedad mental), un paciente psiquiátrico que le ofrece al doctor John Seward, director del Manicomio Carfax, un estudio maravillosamente interesante, según sus palabras. Renfield es clasificado como un paciente peligroso, incuso potencialmente homicida debido a su tendencia a la zoofagia, esta última motivada por la extraña creencia de que al consumir seres vivos podía absorber su fuerza vital y así prolongar indefinidamente su existencia.

Dada la aparente severidad de la aflicción de Renfield, uno esperaría que el doctor Seward empleara los recursos típicos de la época para romper la fijación de su paciente con comer moscas, arañas y pájaros. Sin embargo, Seward decide llevar a Renfield al límite de su locura, es decir, estimular su trastorno al facilitarle arañas y pájaros (por poco, también un gato), algo que en el curso normal de un tratamiento él evitaría con cualquier otro paciente.

El lector centrado en la acción, y sobre todo en la figura elusiva de Drácula, probablemente deje pasar las migajas que deja Stoker. En definitiva, el tratamiento que realiza Seward no solo es poco ético, sino potencialmente perjudicial para el paciente. De hecho, Seward se refiere a Renfield como su lunatic pet, su «mascota lunática»; alusión que expresa claramente lo que el paciente significa para él: un animal de laboratorio con el cual puede experimentarse más allá de los límites morales y éticos de cualquier investigación médica seria.

La sugerencia de que existía cierta experimentación médica clandestina en sujetos humanos con enfermedades mentales, claramente expresada en Drácula, agrega una capa adicional de inquietud a la historia. De hecho, la mordida de Drácula parece mucho menos ultrajante que el tratamiento estandar en el Manicomio de Seward; sin embargo, el alienista nunca es visto como un psicópata, y un hijo de puta, además, por el lector.

Claro que Renfield está trastornado. El hombre conoce a Drácula, y sabe de lo que este es capaz. Su mente, naturalmente, se disoció ante semejante experiencia con el conde. En cierto modo, su comportamiento desequilibrado incluso parece justificar los brutales experimentos de Seward. En definitiva, Bram Stoker deja en claro que es imposible que un individuo se recupere (incluso de un trastorno supuesto) cuando la maquinaria médica pronuncia la sospecha de la locura.

¡Cuántos problemas se habría evitado Van Helsing si Seward hubiese escuchado a tiempo al loco!

Wilkie Collins va todavía más lejos.

En su novela, Lady Laura Glyde es maliciosamente internada en un manicomio por su esposo, Lord Percival Glyde. Durante el encarcelamiento se le intenta infundir la idea de que su verdadera identidad es la de Anne Catherick. Es decir que no solo su cordura es negada sistemáticamente, sino que además ella corre el riesgo de que su propia identidad sea destruída.

Laura es despojada de sus derechos como individuo debido a su supuesta condición psiquiátrica. No está loca, pero cualquier persona sana sometida a un período prolongado de encierro, donde efectivamente se la trate como a una lunática, podría finalmente quebrarse bajo la presión e incluso acostumbrarse a su papel de loca.

Para colmo, cuanto más uno insiste en que no está loco, esto más parece reafirmar en los demás la certeza de que uno efectivamente lo está.

Afortunadamente estamos bastante distanciados de aquellos horrores, ciertamente reales para muchas personas. La frontera es difusa aquí, porque los límites entre el tratamiento médico en un Manicomio de aquellos años, y los horrores ficticios de Radcliffe y Stoker se vuelven inquietantemente borrosos.

En resumen: el Manicomio es un motivo recurrente en la ficción gótica debido a que constituía una posibilidad real para muchas personas, sobre todo para las mujeres, quienes además eran las que más consumían las obras de este género. Por otro lado, las condiciones de estos establecimientos en aquellos años, y la naturaleza de sus tratamientos, eran lo suficientemente aterradores como para disuadir a cualquiera de transgredir las normas. Además, el carácter irreversible de prácticamente cualquier internación en el Manicomio Gótico nos hace pensar inmediatamente en el dispositivo del Entierro Prematuro, también una posibilidad concreta, e ingrata, para muchas personas. Si ni siquiera era posible diagnosticar con precisión la muerte de alguien, a menudo enterrándola viva, podemos deducir entonces que la eficacia de los tratamientos psiquiátricos durante ese período bien justifica su inclusión como uno de los grandes motivos de la ficción gótica.




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El artículo: En el Manicomio: la locura en la ficción gótica fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

DestinoLectura dijo...

Excelente. Sin Reinfeld la obra no sería lo mismo. Te recomiendo la novela Compañías Silenciosas de Laura Purcell
Saludos. Adoro este blog.



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