Georgie vs. Pennywise: el sótano arquetípico


Georgie vs. Pennywise: el sótano arquetípico.




Hay encuentros dentro del Horror que parecen repetirse, como un bucle, aunque el resultado no siempre sea el mismo. Uno de estos enfrentamientos memorables, cíclicos, es el de Georgie Denbrough con Pennywise en la novela de Stephen King: It.

No nos referimos aquí al episodio de la boca de tormenta, sino al primer encuentro entre estos dos antagonistas, en el sótano de los Denbrough, donde el pequeño Georgie enfrenta sus miedos en una misión difícil: bajar al sótano y conseguir un frasco de parafina para que su hermano, Bill, impermeabilice un barco de papel.

El objetivo de la misión parece exiguo, pero de eso se trata la infancia: grandes miedos y pequeñas recompensas (ver: «IT»: el gran cuento de hadas moderno)

Eventualmente, la cosa no termina bien para Georgie, pero supera la prueba. Desciende al Sótano —esa versión doméstica del infierno—, y asciende, victorioso, con el frasco de parafina. Al igual que muchos héroes mitológicos, el trofeo conseguido terminará siendo su perdición: es el barco de papel, ya impermeabilizado, lo que atrae a Georgie a una boca de tormenta, donde el payaso lo espera (ver: ¿Qué es «IT» en realidad?).

No es necesario ser un gran conocedor del Horror, como género, para sentirse identificado con el miedo de Georgie. De hecho, ni siquiera hace falta haber tenido un sótano en la infancia para empatizar con este pequeño Orfeo. A veces, es el miedo a la oscuridad, a dormir en ella, a ir al baño en medio de la noche, a una habitación en particular de la casa, a un familiar en particular...

En fin, el todos hemos vivido alguna situación análoga a la de Georgie (ver: El suicidio de Stanley Uris)

Este enfrentamiento arquetípico entre el Niño y sus Miedos, como todo gran dispositivo literario, se repite con frecuencia, a veces con resultados imprevisibles.

Si las casas son una metáfora de la psique, con sus distintas habitaciones, pisos y rincones, entonces el Sótano pertenece al domino del subconsciente (ver: El Horror siempre viene desde el Sótano). Este es el escenario habitual donde se desarrolla el conflicto entre el Niño y sus Miedos.

El caso de Georgie Denbrough es paradigmático, pero hay otros, algunos muy interesantes. Particularmente, uno de los que me gusta es el de Tommy Tucker en el relato de David H. Keller: La cosa en el sótano (The Thing in the Cellar), publicado en la edición de marzo de 1932 de la revista Weird Tales, el cual traduciremos al español en poco tiempo (ya puede leerse aquí).

En un relato de terror, una Casa a veces funciona como un símbolo, una representación, una especie de mapa o diagrama de la psique (ver: Lo Subterráneo en la ficción). Cada habitación, cada nivel, puede tener su importancia oculta, y a veces su propia historia. En este contexto, el Sótano es una dependencia local del infierno, y acaso una metáfora hogareña del subconsciente. Allí, Georgie se salva por poco de It. Tommy Tucker, en cambio...

David H. Keller, además de escritor, era psiquiatra, y La cosa en el sótano es esencialmente un caso clínico sobre cómo no manejar los miedos infantiles (ver: Drácula visita Salem's Lot)

El pequeño Tommy Tucker siente horror por el sótano. Incluso la puerta a las dependencias subterráneas de la casa, a la cual se accede desde la cocina, le produce un miedo particularmente intenso. No sabemos exactamente qué hay en el sótano de los Tucker, ni siquiera si hay algo. Keller apenas describe una gran cantidad de basura se ha ido acumulado a lo largo de los años allá abajo, y un rincón inaccesible, oscuro, detrás de ese montículo de desperdicios. Esto funciona excepcionalmente bien como metáfora del subconsciente (ver: Beverly Marsh: el mito de Blancanieves en «IT»)

La puerta del sótano, especie de entrada a una caverna arquetípica, es en sí misma algo aterrador. Está hecha de roble macizo, con bisagras antiguas, de hierro forjado, y una confiable cerradura. Esa robustez nos hace pensar en una puerta más apropiada para colocar como entrada de una casa, es decir, para impedir que algo del exterior ingrese, pero a medida que transcurre la historia comenzamos a intuir que su función, en realidad, es impedir que lo que está en el Sótano, sea lo que sea, ascienda hacia la superficie.

La casa de Tommy es más precaria que el domicilio de Georgie. Se trata de una casa apartada, empobrecida, de comienzos del siglo XX, anterior al tendido del suministro eléctrico en las zonas rurales pobres, y ausente de las comodidades más elementales. En un hogar como este, donde la iluminación es algo que realmente se necesita, la familia Tucker debe conformarse con velas y lámparas a gas.

No es que Georgie viviese en la opulencia, pero la casa de los Denbrough en Derry no estaba nada mal, tampoco su educación, su contención familiar, de manera tal que no resulta extraño que nadie haya obligado a Georgie a descender al Sótano para enfrentar a sus miedos. Su expedición, en todo caso, responde a un desafío personal.

Lo de Tommy es peor.

Durante años, Tommy sufrió repentinos accesos de llanto, e incluso convulsiones, cuando se veía obligado a acompañar a su madre a la cocina mientras ella trabajaba allí todo el día. Su comportamiento parece ser activado por la puerta del sótano. Extrañamente, cuando es un poco mayor —pero todavía un niño—, desarrolla un apego inusual a la cerradura de la puerta. Frecuentemente, casi compulsivamente, la toca, la acaricia, la besa, cuando nadie lo está observando.

En este punto las historias de Georgie y Tommy se distancias, para reencontrarse de nuevo al final.

Georgie baja al sótano por voluntad propia para conseguir la parafina. Sus padres, y por tal caso todo el mundo adulto, no interviene en el proceso. Tommy, en cambio, padece la angustia de sus padres, quienes lo llevan a ver a un joven médico, el cual insiste en la importancia de que se le demuestre, de una vez por todas, que no hay nada ahí abajo.

El médico recomienda una terapia de choque, rudimentaria y peligrosa. Le indica al padre de Tommy que abra la puerta del sótano, y haga que su hijo, ahora de unos seis años de edad, sea encerrado en la cocina, totalmente a oscuras, frente a la puerta abierta, durante una hora.

Lejos de poder elegir, Tommy es obligado a enfrentar sus miedos, y es la ciencia, el mundo de los adultos, quien practica esta especie de cirugía psicológica sin anestesia.

No revelaremos aquí el destino de Tommy Tucker. Habrá que esperar a leer el relato para conocer qué sucede. Baste decir que David H. Keller, que era psiquiatra, entendía demasiado bien los peligros de obligar a alguien a enfrentar sus temores cuando no está preparado.

El médico, entonces, recomienda encerrar a Tommy durante una hora en la cocina, con la puerta del sótano abierta de par en par. Solo una pequeña vela ilumina la habitación y ni siquiera los padres, ni él mismo, están presentes durante la terapia. Sin embargo, tras hacer una breve consulta con un colega, regresa apresuradamente a la casa de los Tucker, creyendo que el tratamiento podría ser, después de todo, demasiado duro para el niño.

Esto es lo que menciona aquel colega:


Los niños son raros. Quizás sean como los perros. Puede que sus sentidos sean más agudos que los de un adulto. En lo personal, creo firmemente que existen formas de vida que no podemos ver, ni oír, ni oler; y también que el muchacho de los Tucker puede sentirlas de algún modo. Puede apreciar, tal vez vagamente, la existencia de algo en el sótano que no es apreciable para sus padres.


El diagnóstico, expuesto en términos más bien brutales, no parece desacertado.

Tommy, en efecto, podría tener un nivel de sensibilidad lo suficientemente agudo como para permitirle sentir cosas que pasan desapercibidas para los demás.

Georgie Denbrough, en todo caso, es un héroe que, voluntariamente, se plantea un desafío, una búsqueda, y la emprende con éxito, aunque al final la cosa no termine del todo bien para él.

Tommuy Tucker, en cambio, es un mártir, alguien que es obligado a luchar cara a cara con sus miedos cuando claramente no está preparado para entablar ese combate.

Ambas historias, ambos destinos, transitan por senderos divergentes. Georgie y Tommy son diferentes, en efecto, sus circunstancias lo son, también sus motivaciones. Pero el Sótano, extrañamente, parece el mismo, y casi siempre gana.




Taller literario. I Universo Pulp.


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