Black Goo y otras monstruosidades amorfas en la ficción.
El Black Goo —concepto dentro del cual incluimos a todas las monstruosidades amorfas, indefinidas, anómalas, cambiantes y gelatinosas de la ficción— no es infrecuente en el relato de terror y la ciencia ficción. De hecho, prolifera en el Horror Cósmico como una espora proveniente de algún hongo interdimensional.
Tomemos como ejemplo una vaga descripción de estos seres en el cuento de H.P. Lovecraft: Él (He).
Una afluencia colosal y sin forma de una sustancia tintada con brillantes ojos malévolos.
(A colossal, shapeless influx of inky substance starred with shining malevolent eyes)
(A colossal, shapeless influx of inky substance starred with shining malevolent eyes)
O, en la misma línea:
Una nube levemente fosforescente de fungosa repugnancia.
(a seething dimly phosphorescent cloud of fungous loathsomeness)
(a seething dimly phosphorescent cloud of fungous loathsomeness)
La primera conclusión que podemos sacar es que la deformidad o la irregularidad de una criatura fantástica, dentro de la ficción, es directamente proporcional a la abundancia de adjetivos y adverbios con los que el autor intenta describirla, generalmente sin éxito. En otros términos: a mayor imprecisión de forma, más exuberante es el lenguaje empleado por el autor.
Sigamos con otra descripción de Lovecraft, este vez, de El color que cayó del espacio (The Colour Out of Space), según se cree, inspirado en el clásico de Anthony M. Rud: Ooze (Ooze).
Ese alboroto de luminiscencia amorfa, ese arco iris alienígena y no dimensionado de veneno críptico del pozo: hirviendo, sintiendo, lamiendo, alcanzando, centelleando, esforzándose y malignamente burbujeando.
(That riot of luminous amorphousness, that alien and undimensioned rainbow of cryptic poison from the well—seething, feeling, lapping, reaching, scintillating, straining, and malignly bubbling)
Lovecraft puede seguir durante páginas enteras describiendo seres que nunca podremos imaginar con algún grado de certidumbre. A pesar de la simpleza de estas No Formas, la manera de definirlas es notablemente compleja, algo que claramente contrasta con su biología, más bien elemental.
Clark Ashton Smith acertó casi siempre cuando recurrió a estas entidades, en las cuales no imaginó una naturaleza depredadora, ni siquiera malévola, sino que las concibió como el origen indiferenciado de la vida. Algo de eso puede observarse en Ubbo-Sathla (Ubbo-Sathla).
Sin cabeza, sin órganos ni miembros, se desprendió de sus lados húmedos, en una lenta e incesante ola, las formas amebianas que eran los arquetipos de la vida terrenal.
(Headless, without organs or members, it sloughed from its oozy sides, in a slow, ceaseless wave, the amoebic forms that were the archetypes of earthly life)
(Headless, without organs or members, it sloughed from its oozy sides, in a slow, ceaseless wave, the amoebic forms that were the archetypes of earthly life)
La preocupación de los escritores de la era del relato pulp y revistas como Weird Tales por esta clase de entidades creció hasta convertirse en obsesión. Esas monstruosidades, sin embargo, no siempre manifiestan una apetito voraz; de hecho, en ocasiones parecen ser una representación inacabada de la ira y el dolor reprimidos por el protagonista, algo que transforma esas emociones en un tipo de energía cambiante, sombría, y francamente asquerosa.
Algo de eso ocurre en el relato de Manly Wade Wellman: Arriba bajo el techo (Up Under the Roof):
La conciencia de ese sonido creció sobre mí, primero lenta y débilmente, luego con una claridad aterradora, durante varias noches cálidas e insomnes. El movimiento fue enorme, y pesado, de una masa que juzgué estaba muy por encima de la mía. No se si se arrastra o camina, pero se mueve. Años más tarde, observé en el microscopio el trabajo de una ameba. La cosa bajo el techo sonaba como una ameba se ve.
El narrador de este relato, un muchacho de doce años, escucha noche tras noche el sonido que emite la entidad en el ático. Los sonidos aumentan de forma progresiva, y su crecimiento parece responder al alejamiento y el desprecio que el chico experimenta como miembro no deseado de la familia.
En otras palabras, el Black Goo en la ficción, así como todas esas protuberancias gelatinosas, representan de algún modo los miedos del protagonista; miedos que, por otro lado, no tienen una forma definida, y que de hecho pueden o no ser imaginarios.
Un temor elemental requiere de una forma elemental para expresarse.
Quizás por eso este tipo de historias casi siempre culminan con un enfrentamiento entre el protagonista y la monstruosidad, sin la ayuda de terceros. Para vencerla debe darle una forma más o menos definida; es decir, comprender la naturaleza de sus miedos.
Esta explicación freudiana, sin embargo, no aplica sobre todos los casos, aunque en la mayoría podemos notar el tema de la impotencia y la desesperación muda frente a algo demasiado inquietante como para tener una forma precisa.
Por ejemplo, en Sombra, sombra en la pared (Shadow, Shadow on the Wall), de Theodore Sturgeon, un chico dibuja una entidad sombría, tentacular, sobre la pared de su cuarto, la cual termina absorbiendo a su madrastra, por cierto, muy cruel con él. En este sentido, el Black Goo no representa los miedos del muchacho, sino sus deseos reprimidos; en este caso, el deseo de vengarse.
Algo similar ocurre en el cuento de Richard Matheson: Nacido de hombre y mujer (Born of Man and Woman), donde el narrador, otra vez, un muchacho, es encerrado en un sótano, donde lentamente va acumulando una furia asesina contra sus padres, la cual se revela gradualmente como una criatura viscosa que manifiesta el impulso homicida que la originó en primer lugar.
Después de todo, ¿qué es el Black Goo —y por tal caso todas las monstruosidades amorfas de la ficción— sino algo elemental, primordial, y por lo tanto capaz de tomar la forma de nuestros propios miedos, ansiedades, pero también de nuestros deseos?
Tal vez por eso estas entidades son descritas de manera barroca, exuberante, y completamente ineficaz: uno puede hablar durante horas sobre sus propios miedos y ni siquiera comenzar a rascar la superficie.
Taller literario. I Universo Pulp.
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