«Sombra, sombra en la pared»: Theodore Sturgeon; relato y análisis.
Sombra, sombra en la pared (Shadow, Shadow, on the Wall) —a veces traducido al español como Sombras chinescas— es un relato de terror del escritor norteamericano Theodore Sturgeon (1918-1985), publicado originalmente en la edición de febrero de 1951 de la revista Imagination, y luego reeditado en la antología de 1955: Caviar (Caviar).
Sombra, sombra en la pared, sin lugar a dudas uno de los mejores cuentos de Theodore Sturgeon, relata la historia de un niño, su malvada madrastra, y una sombra en la pared del dormitorio que parece no querer desaparecer, incluso en la oscuridad (ver: Black Goo y otras monstruosidades amorfas en la ficción)
SPOILERS.
Bobby está encerrado en su cuarto y privado de sus juguetes. A través de indicios nos enteramos que su madre biológica ha muerto, y que su padre se ha casado con una mujer a la que llama Mami Gwen. En ausencia de su padre, esta madrastra psicópata intenta quebrar la voluntad de Bobby sometiéndolo a prolongados períodos de encierro. Sin embargo, el muchacho tiene una herramienta secreta para sobrevivir al maltrato: las sombras de su habitación.
En efecto, Bobby es excelente haciendo sombras chinescas en la pared. Es capaz de recrear una amplia variedad de animales, algunos reales, otros imaginarios. Una de estas sombras, sin embargo, parece continuar existiendo en la pared mucho después de que Bobby deje de maniobrar con sus manos, incluso cuando la habitación está a oscuras (ver: Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror)
Sombra, sombra en la pared de Theodore Sturgeon es una joya en todo sentido. En esencia, se trata de la historia de un chico cuya vívida imaginación le permite sobrevivir al maltrato de su madrastra, y eventualmente darle lo que se merece. La forma en la que el autor logra caracterizar a estos dos personajes únicamente a través de la mirada inocente del niño es admirable. En cierto modo, Sombra, sombra en la pared prefigura algunos de los principales temas en la obra de Stephen King: la infancia, la imaginación y la oscuridad; y lo hace de forma absolutamente original (ver: Georgie vs. Pennywise: el sótano arquetípico)
Eventualmente, Bobby decide hacer un teatro de sombras para divertirse un poco en su encierro. Cuando Gwen lo oye reír, irrumpe en la habitación, con la intención de quitarle los juguetes que cree que está escondiendo, y descubre que no todas las sombras en la pared son obra del chico. Hay una que se mueve, que existe, independientemente del movimiento de sus manos (ver: Lo Siniestro en la ficción: cuando lo familiar se vuelve extraño)
El carácter dulce y amable de Bobby casi siempre se expresa en las sombras que proyecta: habitualmente pequeños animales y formas divertidas, pero hay una válvula de escape para el maltrato que está sufriendo y el profundo dolor que siente y, al mismo tiempo, evita, en relación a la muerte de su madre biológica: la Sombra de esta criatura extraña —mezcla de araña y gorila—, la cual parece existir independientemente de él, y que en definitiva es su proyección más intensa y perfecta. Esta sombra monstruosa, vengativa, es una proyección del propio Bobby; es su Sombra, en términos jungianos (ver: Gente Sombra, el Horla, y el portal interdimensional de Maupassant).
Es decir que mientras él tolera el castigo con un estoicismo admirable, casi como un santo o un mártir, comiendo engrudos de harina, privado de sus juguetes, aislado de sus amigos, su imaginación proyecta algo capaz de expresar aquellas emociones reprimidas que sencillamente no está en condiciones de manifestar conscientemente. Por otro lado, no solo es la crueldad lo que condena a Gwen a ser abducida por la sombra en la pared, sino también su falta de imaginación.
Sombra, sombra en la pared de Theodore Sturgeon es el mejor relato de estos últimos que hemos traducido en El Espejo Gótico protagonizados por chicos: Arriba bajo el techo (Up Under the Roof), de Manly Wade Wellman, donde un muchacho es acechado por una criatura informe en el ático; La cosa en el sótano (The Thing in the Cellar) de David H. Keller, donde un chico es obligado a enfrentar su miedo al sótano (ver: El Horror siempre viene desde el Sótano); y Nacido de hombre y mujer (Born of Man and Woman) de Richard Matheson, probablemente el más similar al relato de Theodore Sturgeon, donde un chico deforme es mantenido encerrado en el sótano hasta que acumula la suficiente ira como para defenderse.
Sombra, sombra en la pared.
Shadow, Shadow, on the Wall, Theodore Sturgeon (1918-1985)
Era bastante después de la hora de acostarse y Bobby estaba dormido, soñando con un lugar con mariposas negras que y un perro con la nariz torcida y dientes de goma, afilados y amistosos. Era un lugar oscuro y cómodo con los contornos borrosos y suaves, y podía hacer que todos saltaran si quisiera.
Pero entonces hubo una afilada guadaña de luz que barrió todo (excepto en la suavidad sombreada de la pared en blanco al lado de la puerta: siempre había alguien viviendo allí) y mamá Gwen entró en la habitación con un pasillo resplandeciente detrás de ella. Accionó el interruptor alto, el que él no podía alcanzar, y la luz de la habitación llegó cruelmente. Mami Gwen pasó de ser un juego de triángulos de cartón, planos, negros y con bordes claros, a una especie de mami Gwen iluminada por la noche.
Su cabello era exuberante y su barbilla era estrecha. Sus hombros eran anchos y su cintura estrecha. Sus caderas eran anchas y su falda era estrecha, y debajo de todo estaban sus dos piernas duras y sedosas. Sus brazos colgaban de las anchas puntas de sus hombros, rectos y sin codos cuando caminaba. Nunca movía los brazos cuando caminaba. Ella nunca los movió en absoluto a menos que quisiera hacer algo con ellos.
—Estás despierto —su voz era dura, amplia, plana, puntiaguda también.
—Estaba dormido —dijo Bobby.
—No me contradigas. Levántate.
Bobby se sentó y cerró los ojos
—¿Y papá...?
—Tu padre no está. Se fue. No volverá en todo el tía, tal vez mañana tampoco. Así que no sirve de nada gritar por él.
—No iba a gritar por él, mami Gwen.
—Muy bien entonces. Levántate.
Bobby se levantó. Su pijama de franela le tiraba de los hombros y de las plantas de sus pies bien cubiertos. Se sintió despeinado.
—Trae tus juguetes, Bobby.
—¿Qué juguetes, mami Gwen?
Su voz se quebró como ropa mojada en la cuerda con un viento fuerte.
—Tus juguetes, ¡todos!
Fue a la caja de juguetes y levantó la tapa. Se detuvo, se volvió y la miró fijamente. Sus brazos colgaban rectos a los costados, tan rectos como sus dos ojos nivelados debajo del recto estante de la frente. Se inclinó hacia la caja de juegos. Gollywick, Humptydoodle y los bloques salieron; la pieza estrellada del viejo fonógrafo, el huevo de azúcar roto con la mirilla dentro, el caleidoscopio de cartón y el juego de magia con los siete anillos plateados que hacían un truco que él no pudo repetir, pero papá sí. Los sacó todos y los puso en el suelo.
—Aquí —dijo mami Gwen.
Movió un brazo en línea recta para señalar sus pies con un dedo en línea recta. Recogió los juguetes y se los llevó, uno a la vez, dos a la vez, hasta que estuvieron todos allí.
—Limpio, prolijo —murmuró. Se inclinó por la mitad, como la puerta de un garaje, e hizo cosas enérgicas con los juguetes, de modo que la pila dispersa de ellos se convirtió en una pila cuadrada—. Trae el resto —dijo.
Miró dentro de la caja de juguetes y sacó la vieja pizarra con marco de madera y la caja de lápices de colores; el libro de cuentos y una vela vieja, y eso era todo. En el armario había unos pequeños guantes de boxeo y una raqueta de tenis con cuerdas rotas y un viejo ukelele sin cuerdas; y eso era todo en el armario. Se los trajo y ella los apiló con los demás.
—Esas cosas también —dijo, y por fin dobló el codo para señalar alrededor.
De la cómoda salieron las dos ardillas y un mono que papá había hecho con limpiapipas, un pequeño cuadrado de vidrio que había encontrado en Henry Street; la tapa de un reloj que sonaba como una iglesia, y el reloj roto que Jerry había dejado en el porche la semana pasada. Bobby se los llevó todos a mami Gwen, todos.
—¿Me vas a poner en otra habitación?
—De hecho, no —Mamá Gwen tomó la ordenada pila de juguetes. Era alto en sus brazos. La parte superior se cayó y golpeó el suelo, rebotó, y comenzó a girar—. Tráemelo.
Bobby lo recogió y lo acercó a ella.
Se agachó hasta que él pudo ponerlo en la pila, cómodamente entre la raqueta de tenis y la caja de crayones. Mamá Gwen no dio las gracias, sino que se alejó por la puerta, dejando a Bobby de pie, mirándola. Escuchó sus pies duros caminar por el pasillo, escuchó el golpe cuando ella abrió la puerta de la habitación de invitados con la rodilla. Hubo un traqueteo y un clic cuando ella dejó sus juguetes en la cama de repuesto, la que no tenía colcha. Luego volvió de nuevo.
—¿Por qué no estás en la cama?
Ella aplaudió. Sus palmas sonaban secas, como palos rompiéndose. Sorprendido, volvió a meterse en la cama y se tapó hasta la barbilla con las mantas. Solía haber alguien que tenía una mejilla cálida y una palabra suave para él en esos momentos, pero eso fue hace mucho tiempo: yacía con los ojos redondos en la luz, mirando a mamá Gwen.
—Te has portado mal —dijo—. Rompiste una ventana en el cobertizo y llevaste barro a mi cocina y has sido ruidoso y grosero. Así que te quedarás aquí en esta habitación sin tus juguetes hasta que te diga que puedes salir. ¿Me entiendes?
—Sí —dijo; y agregó rápidamente, porque recordó a tiempo—. Sí, señora.
Ella accionó el interruptor rápidamente, sin previo aviso, de modo que la oscuridad lo deslumbró, lo hizo parpadear. Pero enseguida volvió a ser la habitación, con la guadaña de luz y la sombra que se escondía en la esquina superior de la pared junto a la puerta. Siempre había algo cambiando de forma allí.
Entonces ella se marchó, cerró la puerta de un golpe, dejando la oscuridad y quitando la luz, todo menos una raya amarilla borrosa de alfombra debajo de la puerta. Bobby apartó la mirada, y por un momento, solo por un momento, estuvo dentro de sus imágenes de sombras donde el perro de colmillos de goma y las carnosas mariposas negras se quedaban.
A veces se quedaban... pero la mayoría se había ido tan pronto como se movió. O tal vez se convirtieron en otra cosa. De todos modos, le gustaba estar allí, donde vivían todos, y deseaba poder estar con ellos, en el país de las sombras.
Justo antes de quedarse dormido, los vio moverse en la pared en blanco junto a la puerta. Les sonrió y se durmió.
Cuando se despertó, era temprano. Ni siquiera podía oler el café de abajo. Había un reloj de sol de un amarillo rojizo en la pared en blanco, un cuadrado torcido, esperándolo. Saltó de la cama y corrió hacia él. Se lavó las manos y se acuclilló en el suelo con los brazos extendidos.
—¡Ahora! —dijo él.
Juntó los pulgares y agitó las manos lentamente. Y allí en la pared había una mariposa negra, batiendo sus alas junto con él.
—Hola, mariposa —dijo Bobby.
La hizo saltar. La hizo girar y asentarse en el fondo del parche de luz, y doblar sus alas hacia arriba hasta que estuvieron juntas. De repente, apartó una mano, retiró la manga de su pijama, ¡y listo!, había un pato de cuello largo.
—¡Quack-ack! —dijo Bobby, y el pato abrió su pico amablemente y levantó la cabeza para graznar.
Entonces hizo que doblara el pico hasta convertirlo en un águila. No sabía qué tipo de ruido hacía un águila, así que dijo:
—Águila-águila-águila-águila —y eso sonó bien.
Rió.
Cuando se rió, mamá Gwen abrió la puerta de golpe y se quedó allí con una bata de baño blanca de líneas rectas y zapatillas.
—¿Con qué estás jugando?
Bobby levantó las manos vacías.
—Sólo estaba…
Ella dio dos pasos hacia la habitación.
—Levántate —dijo.
Sus labios estaban pálidos. Bobby se levantó, preguntándose por qué estaba tan enojada.
—Te escuché reír —dijo en una especie de susurro siseante. Ella lo miró de arriba abajo, miró el suelo a su alrededor—. ¿Con qué estabas jugando?
—Un águila —dijo Bobby.
—¿Una qué? ¡Dime la verdad!
Bobby agitó sus manos vacías vagamente y apartó la mirada de ella. Tenía una cara tan enojada.
Ella dio un paso, extendió la mano y le rodeó la muñeca con fuerza. Levantó su brazo tan alto que él se puso de puntillas. Con la otra mano palpó su cuerpo, de este lado, de aquel.
—Estás escondiendo algo. ¿Qué es? ¿Dónde está? ¿Con qué estabas jugando?
—Con nada realmente —jadeó Bobby mientras ella lo sacudía y revisaba.
Ella no estaba azotándolo. Nunca lo azotó, pero le hizo otras cosas.
—Estás castigado —dijo con su susurro agudo y enojado—. Estúpido, estúpido, estúpido… eres demasiado estúpido para saber que estás siendo castigado.
Ella lo dejó en el suelo de un golpe y fue hacia la puerta.
—No quiero escucharte de nuevo. Te has portado mal y no te quedarás en esta habitación para divertirte. Ahora quédate aquí y piensa en lo que has hecho: romper la ventana, embarrarlo todo…
Salió y cerró la puerta con una firmeza que fue como un portazo, pero silencioso.
Bobby miró hacia la puerta y se preguntó por un momento acerca de esa ventana rota. Lo había lamentado muchísimo; era solo que la pelota de golf rebotaba con tanta fuerza. Papá le había dicho que debería tener más cuidado y él había observado con tristeza mientras papá colocaba un panel nuevo. Entonces papá le había dado un pedacito de masilla para jugar y le pidió que nunca lo volviera a hacer y él le había prometido que no lo haría. Y todo el tiempo, mamá Gwen no le había dicho nada al respecto. Ella solo lo miraba de vez en cuando con los ojos y la boca recta y delgada, esperando… esperando hasta que papá se fuera.
Volvió a su rayo de sol y se olvidó por completo de mamá Gwen.
Después de haber hecho otra mariposa y una cabeza de perro y un cocodrilo en la pared, el rayo de sol se hizo tan delgado que no pudo hacer nada más, excepto, por un tiempo, pequeñas sombras negras de dedos que corrían arriba y abajo de la franja de luz como hormigas en un fósforo. Pronto no hubo ningún rayo de sol, por lo que se sentó en el borde de su cama y observó el vago parpadeo de algo que vivía en la pared del fondo. Era algo diferente. No era algo bueno y tampoco malo. Simplemente vivía allí, y la diferencia entre él y las otras cosas, las mariposas, los perros, los cisnes y las águilas que vivían allí, era que ese algo no necesitaba sus manos para que estuviera vivo.
El algo... se quedó.
Algún día haría una mariposa, un perro o un caballo que se quedaría después de que apartara las manos. Mientras tanto, el único que se quedó, el único que vivió todo el tiempo en el país de las sombras, fue este algo que parpadeó allí donde las dos paredes se encontraban con el techo.
—Voy a entrar y jugar contigo —le dijo Bobby—. Verás.
Había un carro rojo con tres ruedas en el patio, y un árbol retorcido al que trepar. Jerry vino y llamó por un rato, pero mami Gwen lo despidió.
—Se ha sentido enfermo.
Entonces Jerry se fue.
Malo, malo, malo. Es curioso cómo las cosas que hacía no solían ser malas antes de que papá se casara con mamá Gwen.
Mami Gwen no quería a Bobby. Eso estaba bien, Bobby tampoco quería a mamá Gwen. Papá a veces le decía a los adultos que Bobby estaba mucho mejor con alguien que lo cuidara. Bobby podía recordar tiempo atrás cuando solía decir eso con su brazo alrededor de los hombros de mamá Gwen. Podía recordar cuando papá lo dijo en voz baja, desde el otro lado de la habitación, como un enojado lo siento. Y ahora papá no lo había dicho en absoluto durante mucho tiempo.
Bobby se sentó en el borde de su cama y tarareó para sí mismo, pensando en estos pensamientos, y luego tarareó para sí mismo y no pensó en nada en absoluto. Encontró una mariquita trepando por la cómoda y la atrapó con cuidado, rodeándola con el pulgar y el dedo para que trepara por su mano por sí sola. Se paró en el alféizar de la ventana y buscó hasta que encontró el pequeño agujero en la pantalla por el que debía de haber entrado la mariquita. Dejó que el insecto caminara sobre la pantalla y lo guió hasta el agujero. Se fue volando, feliz.
La habitación se inundó con una luz cálida y opaca reflejada por el techo del cobertizo negro y brillante, y él no pudo hacer ninguna gente del campo en la sombra, así que los hizo en su cabeza hasta que sintió sueño. Entonces se acostó y tarareó suavemente para sí mismo hasta que se quedó dormido. Y durante la larga tarde, la cosa en la pared parpadeó, se movió y vivió.
Al anochecer regresó mami Gwen. Puede que Bobby la haya oído en las escaleras; de todos modos, cuando se abrió la puerta de la habitación oscura, él estaba sentado en la cama, frunciendo los ojos.
El techo ardió.
—¿Qué has estado haciendo?
—Estaba dormido, supongo. ¿Es de noche?
—Muy pronto lo será. Supongo que tienes hambre.
Tenía un plato tapado.
—Mmm.
—¿Qué tipo de respuesta es esa?
—Sí señora, tengo hambre, mami Gwen —dijo rápidamente.
—Eso está un poco mejor. Aquí —ella le arrojó el plato. Lo tomó, quitó el plato superior y lo puso debajo del cuenco. Harina de avena.
—¿Bien?
—Gracias, mami Gwen.
Comenzó a comer con la cucharadita que había encontrado hasta la empuñadura en el desastre marrón grisáceo. No tenía azúcar.
—Supongo que esperas que te traiga un poco de azúcar —dijo después de un rato.
—No —dijo con sinceridad, y luego se preguntó por qué su rostro se puso enojado y decepcionado.
—¿Qué has estado haciendo todo el día?
—Nada. Jugando. Luego me quedé dormido.
—Pequeño perezoso —dijo ella de repente—. ¿Qué pasa contigo? ¿Eres demasiado estúpido para tener miedo? ¿Eres demasiado estúpido para pedirme que te deje bajar? ¿Eres demasiado estúpido para llorar? ¿Por qué no lloras?
Él la miró con ojos redondos.
—Si te lo preguntara tampoco no me dejarías bajar, así que no lo hice —tomó un poco de avena—. No tengo ganas de llorar, mami Gwen, no me duele.
—Eres malo y estás siendo castigado y eso debería doler —dijo furiosa.
Apagó la luz con un violento golpe de su mano dura y recta y salió, cerrando la puerta.
Bobby se quedó quieto en la oscuridad y deseó poder ir al país de las sombras, como siempre soñó que podía hacerlo. Iría allí y jugaría con las mariposas y los perros y jirafas de dientes afilados y peludos, y ellos se quedarían y él se quedaría y mamá Gwen nunca podría entrar, nunca. Excepto que papá no podría venir con él, ni tampoco Jerry, y eso sería una lástima.
Se levantó silenciosamente de la cama y se quedó un momento mirando la pared junto a la puerta. Casi con seguridad podía ver la cosa parpadeante que vivía allí, incluso en la oscuridad. Cuando había luz en la pared, parpadeaba un tono más oscuro que la luz. Por la noche parpadeaba un tono más claro que el negro. Siempre estuvo ahí, y Bobby sabía que estaba vivo. Lo sabía sin dudarlo, como que su nombre era Bobby y que mami Gwen no lo quería.
En silencio, caminó de puntillas al otro lado de la habitación donde había una pequeña lámpara de mesa. La bajó y la dejó con cuidado en el suelo. Sacó el enchufe y lo pasó por debajo del peldaño inferior de la mesa para que atravesara el suelo hasta el receptáculo de la pared, y lo volvió a enchufar. Ahora podía mover la lámpara bastante hacia el interior de la habitación, casi hasta el centro.
La lámpara tenía una pantalla redonda que estaba abierta en la parte superior. Tumbada de lado, la persiana apuntaba con la parte superior abierta hacia la pared en blanco junto a la puerta. Bobby, con la seguridad de una larga práctica, se trasladó en la oscuridad a su armario y sacó su albornoz de franela rojo oscuro de un gancho bajo. Lo dobló una vez y lo colocó sobre el extremo inferior grande de la pantalla de la lámpara.
Apretó el botón.
En la pared del país de sombras apareció un brillante disco de luz, atravesado solo por las pistas de los cuatro cables que mantenían la pantalla en su lugar. Había una mancha oscura en el medio donde se encontraron.
Bobby la miró críticamente. Luego, acuclillado entre la lámpara y la pared, extendió la mano.
Un pato.
—Quackle-ackle —susurró.
Un águila.
—Águila, águila, águila, águila —dijo en voz baja.
Un cocodrilo.
—Bap bap —dijo el caimán mientras abría y cerraba su largo hocico.
Retiró las manos y estudió la luz redonda y llena de cicatrices en la pared.
La sombra central borrosa y sus líneas radiantes se parecían un poco a una chinche de agua, del tipo que puede correr por la superficie de un arroyo. Pronto lo dejó insatisfecho; simplemente se quedó ahí sin hacer nada. Se llevó el pulgar a la boca y lo mordió suavemente hasta que se le ocurrió una idea. Luego se arrastró hasta la cama, debajo de la cual encontró sus pantuflas. Dejó una en el suelo frente a la lámpara y apoyó la otra contra él. Contempló la pared con seriedad durante un rato y luego se tumbó boca abajo en el suelo. Observando atentamente la sombra, juntó los codos sobre la alfombra, entrelazó los antebrazos y fusionó la sombra de sus manos con la sombra de la pantufla.
El resultado le encantó. Era algo parecido a una araña y algo parecido a un gorila. Era algo nuevo que nadie había visto antes.
Retorció los dedos y luego los mantuvo quietos. La nudosa cabeza de la cosa tenía ojos triangulares, luminosos, y una mandíbula que se balanceaba abierta. Tenía brazos largos para alcanzar y una delicada espiral de tentáculos. Se movió un poquito su gran cabeza y parpadeó hacia él. Al mirarlo, sintió de repente que la cosa parpadeante que vivía en el rincón alto se había deslizado hacia la bestia que él había creado, cada vez más cerca hasta que, ¡zas!, se fundió silenciosamente con la bestia, un acto tan rápido y completo como el matrimonio de las gotas de lluvia en el cristal de una ventana.
Bobby gritó de alegría.
—Quédate, quédate —suplicó—. ¡Oh, quédate ahí! ¡Te acariciaré! ¡Te daré cosas buenas para comer! ¡Quédate, por favor!
La cosa le fulminó con la mirada. Pensó que se quedaría, pero no se arriesgó a apartar las manos todavía.
La puerta se abrió de golpe, el interruptor hizo clic, la habitación se llenó con una explosión de luz.
—¿Qué estás haciendo?
Bobby yacía paralizado, con los codos en la alfombra frente a él, los antebrazos juntos, las manos torcidas de manera extraña. Apoyó la barbilla en el hombro para poder mirarla allí, rígida y amenazadora.
—Yo estaba… sólo...
Ella se abalanzó sobre él. Lo levantó del suelo y lo dejó caer en la cama. Pateó y esparció sus pantuflas. Agarró la lámpara, tirando del cable de la pared con el movimiento.
—No debías tener juguetes —dijo con voz sibilante—. Eso significa que no debías hacer ningún juguete. Por eso estás aquí. ¿Qué estás mirando?
Bobby extendió las manos y las juntó, extasiado, sujetándolas con fuerza. Sus ojos brillaron y sus pequeños dientes blancos se asomaron en una sonrisa.
—Se quedó, lo hizo —dijo Bobby—. ¡Se quedó!
—No sé de qué estás hablando y no me quedaré aquí para averiguarlo —espetó mami Gwen—. Creo que eres un caso mental.
Se dirigió a la puerta y pulsó el interruptor alto.
La habitación quedó a oscuras, excepto por la pared en blanco junto a la puerta.
Mami Gwen gritó.
Bobby se cubrió los ojos.
Mami Gwen volvió a gritar, esta vez con voz ronca. Era como el ladrido de un perro, pero prolongado y extendido.
Hubo un largo silencio.
Bobby miró a través de sus dedos a la pared que brillaba tenuemente. Bajó las manos, se sentó derecho, acercó las rodillas al pecho y las rodeó con los brazos.
—¡Bien! —dijo.
Unos pies subieron las escaleras con fuerza.
—¡Gwen! ¡Gwen!
—Hola, papi.
Papá entró corriendo y encendió la luz.
—¿Dónde está mami Gwen, Bob? ¿Qué pasó? Escuché un...
Bobby señaló la pared.
—Ella está ahí —dijo.
Papá quizás no entendió a qué se refería, porque se volvió y salió corriendo por la puerta gritando:
—¡Gwen! ¡Gwen!
Bobby se quedó quieto y observó la sombra que se desvanecía en la pared, bastante visible incluso bajo el resplandor de la luz del techo. La sombra se movía, se movía. Era un triángulo de punta hacia abajo empujado hacia otro triángulo de punta hacia abajo que estaba montado en un tercero, y debajo estaban los dos duros palos de piernas. Tenía los brazos en alto, los puños de sombra cerrados, y golpeaba, golpeaba silenciosamente la pared.
—Ahora nunca voy a ir al país de la sombra —dijo Bobby con complacencia—. Ella está allí.
Así que nunca lo hizo.
Relatos góticos. I Relatos de Theodore Sturgeon.
Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Theodore Sturgeon: Sombra, sombra en la pared (Shadow, Shadow, on the Wall), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
Sombra, sombra en la pared de Theodore Sturgeon es el mejor relato de estos últimos que hemos traducido en El Espejo Gótico protagonizados por chicos: Arriba bajo el techo (Up Under the Roof), de Manly Wade Wellman, donde un muchacho es acechado por una criatura informe en el ático; La cosa en el sótano (The Thing in the Cellar) de David H. Keller, donde un chico es obligado a enfrentar su miedo al sótano (ver: El Horror siempre viene desde el Sótano); y Nacido de hombre y mujer (Born of Man and Woman) de Richard Matheson, probablemente el más similar al relato de Theodore Sturgeon, donde un chico deforme es mantenido encerrado en el sótano hasta que acumula la suficiente ira como para defenderse.
Sombra, sombra en la pared.
Shadow, Shadow, on the Wall, Theodore Sturgeon (1918-1985)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Era bastante después de la hora de acostarse y Bobby estaba dormido, soñando con un lugar con mariposas negras que y un perro con la nariz torcida y dientes de goma, afilados y amistosos. Era un lugar oscuro y cómodo con los contornos borrosos y suaves, y podía hacer que todos saltaran si quisiera.
Pero entonces hubo una afilada guadaña de luz que barrió todo (excepto en la suavidad sombreada de la pared en blanco al lado de la puerta: siempre había alguien viviendo allí) y mamá Gwen entró en la habitación con un pasillo resplandeciente detrás de ella. Accionó el interruptor alto, el que él no podía alcanzar, y la luz de la habitación llegó cruelmente. Mami Gwen pasó de ser un juego de triángulos de cartón, planos, negros y con bordes claros, a una especie de mami Gwen iluminada por la noche.
Su cabello era exuberante y su barbilla era estrecha. Sus hombros eran anchos y su cintura estrecha. Sus caderas eran anchas y su falda era estrecha, y debajo de todo estaban sus dos piernas duras y sedosas. Sus brazos colgaban de las anchas puntas de sus hombros, rectos y sin codos cuando caminaba. Nunca movía los brazos cuando caminaba. Ella nunca los movió en absoluto a menos que quisiera hacer algo con ellos.
—Estás despierto —su voz era dura, amplia, plana, puntiaguda también.
—Estaba dormido —dijo Bobby.
—No me contradigas. Levántate.
Bobby se sentó y cerró los ojos
—¿Y papá...?
—Tu padre no está. Se fue. No volverá en todo el tía, tal vez mañana tampoco. Así que no sirve de nada gritar por él.
—No iba a gritar por él, mami Gwen.
—Muy bien entonces. Levántate.
Bobby se levantó. Su pijama de franela le tiraba de los hombros y de las plantas de sus pies bien cubiertos. Se sintió despeinado.
—Trae tus juguetes, Bobby.
—¿Qué juguetes, mami Gwen?
Su voz se quebró como ropa mojada en la cuerda con un viento fuerte.
—Tus juguetes, ¡todos!
Fue a la caja de juguetes y levantó la tapa. Se detuvo, se volvió y la miró fijamente. Sus brazos colgaban rectos a los costados, tan rectos como sus dos ojos nivelados debajo del recto estante de la frente. Se inclinó hacia la caja de juegos. Gollywick, Humptydoodle y los bloques salieron; la pieza estrellada del viejo fonógrafo, el huevo de azúcar roto con la mirilla dentro, el caleidoscopio de cartón y el juego de magia con los siete anillos plateados que hacían un truco que él no pudo repetir, pero papá sí. Los sacó todos y los puso en el suelo.
—Aquí —dijo mami Gwen.
Movió un brazo en línea recta para señalar sus pies con un dedo en línea recta. Recogió los juguetes y se los llevó, uno a la vez, dos a la vez, hasta que estuvieron todos allí.
—Limpio, prolijo —murmuró. Se inclinó por la mitad, como la puerta de un garaje, e hizo cosas enérgicas con los juguetes, de modo que la pila dispersa de ellos se convirtió en una pila cuadrada—. Trae el resto —dijo.
Miró dentro de la caja de juguetes y sacó la vieja pizarra con marco de madera y la caja de lápices de colores; el libro de cuentos y una vela vieja, y eso era todo. En el armario había unos pequeños guantes de boxeo y una raqueta de tenis con cuerdas rotas y un viejo ukelele sin cuerdas; y eso era todo en el armario. Se los trajo y ella los apiló con los demás.
—Esas cosas también —dijo, y por fin dobló el codo para señalar alrededor.
De la cómoda salieron las dos ardillas y un mono que papá había hecho con limpiapipas, un pequeño cuadrado de vidrio que había encontrado en Henry Street; la tapa de un reloj que sonaba como una iglesia, y el reloj roto que Jerry había dejado en el porche la semana pasada. Bobby se los llevó todos a mami Gwen, todos.
—¿Me vas a poner en otra habitación?
—De hecho, no —Mamá Gwen tomó la ordenada pila de juguetes. Era alto en sus brazos. La parte superior se cayó y golpeó el suelo, rebotó, y comenzó a girar—. Tráemelo.
Bobby lo recogió y lo acercó a ella.
Se agachó hasta que él pudo ponerlo en la pila, cómodamente entre la raqueta de tenis y la caja de crayones. Mamá Gwen no dio las gracias, sino que se alejó por la puerta, dejando a Bobby de pie, mirándola. Escuchó sus pies duros caminar por el pasillo, escuchó el golpe cuando ella abrió la puerta de la habitación de invitados con la rodilla. Hubo un traqueteo y un clic cuando ella dejó sus juguetes en la cama de repuesto, la que no tenía colcha. Luego volvió de nuevo.
—¿Por qué no estás en la cama?
Ella aplaudió. Sus palmas sonaban secas, como palos rompiéndose. Sorprendido, volvió a meterse en la cama y se tapó hasta la barbilla con las mantas. Solía haber alguien que tenía una mejilla cálida y una palabra suave para él en esos momentos, pero eso fue hace mucho tiempo: yacía con los ojos redondos en la luz, mirando a mamá Gwen.
—Te has portado mal —dijo—. Rompiste una ventana en el cobertizo y llevaste barro a mi cocina y has sido ruidoso y grosero. Así que te quedarás aquí en esta habitación sin tus juguetes hasta que te diga que puedes salir. ¿Me entiendes?
—Sí —dijo; y agregó rápidamente, porque recordó a tiempo—. Sí, señora.
Ella accionó el interruptor rápidamente, sin previo aviso, de modo que la oscuridad lo deslumbró, lo hizo parpadear. Pero enseguida volvió a ser la habitación, con la guadaña de luz y la sombra que se escondía en la esquina superior de la pared junto a la puerta. Siempre había algo cambiando de forma allí.
Entonces ella se marchó, cerró la puerta de un golpe, dejando la oscuridad y quitando la luz, todo menos una raya amarilla borrosa de alfombra debajo de la puerta. Bobby apartó la mirada, y por un momento, solo por un momento, estuvo dentro de sus imágenes de sombras donde el perro de colmillos de goma y las carnosas mariposas negras se quedaban.
A veces se quedaban... pero la mayoría se había ido tan pronto como se movió. O tal vez se convirtieron en otra cosa. De todos modos, le gustaba estar allí, donde vivían todos, y deseaba poder estar con ellos, en el país de las sombras.
Justo antes de quedarse dormido, los vio moverse en la pared en blanco junto a la puerta. Les sonrió y se durmió.
Cuando se despertó, era temprano. Ni siquiera podía oler el café de abajo. Había un reloj de sol de un amarillo rojizo en la pared en blanco, un cuadrado torcido, esperándolo. Saltó de la cama y corrió hacia él. Se lavó las manos y se acuclilló en el suelo con los brazos extendidos.
—¡Ahora! —dijo él.
Juntó los pulgares y agitó las manos lentamente. Y allí en la pared había una mariposa negra, batiendo sus alas junto con él.
—Hola, mariposa —dijo Bobby.
La hizo saltar. La hizo girar y asentarse en el fondo del parche de luz, y doblar sus alas hacia arriba hasta que estuvieron juntas. De repente, apartó una mano, retiró la manga de su pijama, ¡y listo!, había un pato de cuello largo.
—¡Quack-ack! —dijo Bobby, y el pato abrió su pico amablemente y levantó la cabeza para graznar.
Entonces hizo que doblara el pico hasta convertirlo en un águila. No sabía qué tipo de ruido hacía un águila, así que dijo:
—Águila-águila-águila-águila —y eso sonó bien.
Rió.
Cuando se rió, mamá Gwen abrió la puerta de golpe y se quedó allí con una bata de baño blanca de líneas rectas y zapatillas.
—¿Con qué estás jugando?
Bobby levantó las manos vacías.
—Sólo estaba…
Ella dio dos pasos hacia la habitación.
—Levántate —dijo.
Sus labios estaban pálidos. Bobby se levantó, preguntándose por qué estaba tan enojada.
—Te escuché reír —dijo en una especie de susurro siseante. Ella lo miró de arriba abajo, miró el suelo a su alrededor—. ¿Con qué estabas jugando?
—Un águila —dijo Bobby.
—¿Una qué? ¡Dime la verdad!
Bobby agitó sus manos vacías vagamente y apartó la mirada de ella. Tenía una cara tan enojada.
Ella dio un paso, extendió la mano y le rodeó la muñeca con fuerza. Levantó su brazo tan alto que él se puso de puntillas. Con la otra mano palpó su cuerpo, de este lado, de aquel.
—Estás escondiendo algo. ¿Qué es? ¿Dónde está? ¿Con qué estabas jugando?
—Con nada realmente —jadeó Bobby mientras ella lo sacudía y revisaba.
Ella no estaba azotándolo. Nunca lo azotó, pero le hizo otras cosas.
—Estás castigado —dijo con su susurro agudo y enojado—. Estúpido, estúpido, estúpido… eres demasiado estúpido para saber que estás siendo castigado.
Ella lo dejó en el suelo de un golpe y fue hacia la puerta.
—No quiero escucharte de nuevo. Te has portado mal y no te quedarás en esta habitación para divertirte. Ahora quédate aquí y piensa en lo que has hecho: romper la ventana, embarrarlo todo…
Salió y cerró la puerta con una firmeza que fue como un portazo, pero silencioso.
Bobby miró hacia la puerta y se preguntó por un momento acerca de esa ventana rota. Lo había lamentado muchísimo; era solo que la pelota de golf rebotaba con tanta fuerza. Papá le había dicho que debería tener más cuidado y él había observado con tristeza mientras papá colocaba un panel nuevo. Entonces papá le había dado un pedacito de masilla para jugar y le pidió que nunca lo volviera a hacer y él le había prometido que no lo haría. Y todo el tiempo, mamá Gwen no le había dicho nada al respecto. Ella solo lo miraba de vez en cuando con los ojos y la boca recta y delgada, esperando… esperando hasta que papá se fuera.
Volvió a su rayo de sol y se olvidó por completo de mamá Gwen.
Después de haber hecho otra mariposa y una cabeza de perro y un cocodrilo en la pared, el rayo de sol se hizo tan delgado que no pudo hacer nada más, excepto, por un tiempo, pequeñas sombras negras de dedos que corrían arriba y abajo de la franja de luz como hormigas en un fósforo. Pronto no hubo ningún rayo de sol, por lo que se sentó en el borde de su cama y observó el vago parpadeo de algo que vivía en la pared del fondo. Era algo diferente. No era algo bueno y tampoco malo. Simplemente vivía allí, y la diferencia entre él y las otras cosas, las mariposas, los perros, los cisnes y las águilas que vivían allí, era que ese algo no necesitaba sus manos para que estuviera vivo.
El algo... se quedó.
Algún día haría una mariposa, un perro o un caballo que se quedaría después de que apartara las manos. Mientras tanto, el único que se quedó, el único que vivió todo el tiempo en el país de las sombras, fue este algo que parpadeó allí donde las dos paredes se encontraban con el techo.
—Voy a entrar y jugar contigo —le dijo Bobby—. Verás.
Había un carro rojo con tres ruedas en el patio, y un árbol retorcido al que trepar. Jerry vino y llamó por un rato, pero mami Gwen lo despidió.
—Se ha sentido enfermo.
Entonces Jerry se fue.
Malo, malo, malo. Es curioso cómo las cosas que hacía no solían ser malas antes de que papá se casara con mamá Gwen.
Mami Gwen no quería a Bobby. Eso estaba bien, Bobby tampoco quería a mamá Gwen. Papá a veces le decía a los adultos que Bobby estaba mucho mejor con alguien que lo cuidara. Bobby podía recordar tiempo atrás cuando solía decir eso con su brazo alrededor de los hombros de mamá Gwen. Podía recordar cuando papá lo dijo en voz baja, desde el otro lado de la habitación, como un enojado lo siento. Y ahora papá no lo había dicho en absoluto durante mucho tiempo.
Bobby se sentó en el borde de su cama y tarareó para sí mismo, pensando en estos pensamientos, y luego tarareó para sí mismo y no pensó en nada en absoluto. Encontró una mariquita trepando por la cómoda y la atrapó con cuidado, rodeándola con el pulgar y el dedo para que trepara por su mano por sí sola. Se paró en el alféizar de la ventana y buscó hasta que encontró el pequeño agujero en la pantalla por el que debía de haber entrado la mariquita. Dejó que el insecto caminara sobre la pantalla y lo guió hasta el agujero. Se fue volando, feliz.
La habitación se inundó con una luz cálida y opaca reflejada por el techo del cobertizo negro y brillante, y él no pudo hacer ninguna gente del campo en la sombra, así que los hizo en su cabeza hasta que sintió sueño. Entonces se acostó y tarareó suavemente para sí mismo hasta que se quedó dormido. Y durante la larga tarde, la cosa en la pared parpadeó, se movió y vivió.
Al anochecer regresó mami Gwen. Puede que Bobby la haya oído en las escaleras; de todos modos, cuando se abrió la puerta de la habitación oscura, él estaba sentado en la cama, frunciendo los ojos.
El techo ardió.
—¿Qué has estado haciendo?
—Estaba dormido, supongo. ¿Es de noche?
—Muy pronto lo será. Supongo que tienes hambre.
Tenía un plato tapado.
—Mmm.
—¿Qué tipo de respuesta es esa?
—Sí señora, tengo hambre, mami Gwen —dijo rápidamente.
—Eso está un poco mejor. Aquí —ella le arrojó el plato. Lo tomó, quitó el plato superior y lo puso debajo del cuenco. Harina de avena.
—¿Bien?
—Gracias, mami Gwen.
Comenzó a comer con la cucharadita que había encontrado hasta la empuñadura en el desastre marrón grisáceo. No tenía azúcar.
—Supongo que esperas que te traiga un poco de azúcar —dijo después de un rato.
—No —dijo con sinceridad, y luego se preguntó por qué su rostro se puso enojado y decepcionado.
—¿Qué has estado haciendo todo el día?
—Nada. Jugando. Luego me quedé dormido.
—Pequeño perezoso —dijo ella de repente—. ¿Qué pasa contigo? ¿Eres demasiado estúpido para tener miedo? ¿Eres demasiado estúpido para pedirme que te deje bajar? ¿Eres demasiado estúpido para llorar? ¿Por qué no lloras?
Él la miró con ojos redondos.
—Si te lo preguntara tampoco no me dejarías bajar, así que no lo hice —tomó un poco de avena—. No tengo ganas de llorar, mami Gwen, no me duele.
—Eres malo y estás siendo castigado y eso debería doler —dijo furiosa.
Apagó la luz con un violento golpe de su mano dura y recta y salió, cerrando la puerta.
Bobby se quedó quieto en la oscuridad y deseó poder ir al país de las sombras, como siempre soñó que podía hacerlo. Iría allí y jugaría con las mariposas y los perros y jirafas de dientes afilados y peludos, y ellos se quedarían y él se quedaría y mamá Gwen nunca podría entrar, nunca. Excepto que papá no podría venir con él, ni tampoco Jerry, y eso sería una lástima.
Se levantó silenciosamente de la cama y se quedó un momento mirando la pared junto a la puerta. Casi con seguridad podía ver la cosa parpadeante que vivía allí, incluso en la oscuridad. Cuando había luz en la pared, parpadeaba un tono más oscuro que la luz. Por la noche parpadeaba un tono más claro que el negro. Siempre estuvo ahí, y Bobby sabía que estaba vivo. Lo sabía sin dudarlo, como que su nombre era Bobby y que mami Gwen no lo quería.
En silencio, caminó de puntillas al otro lado de la habitación donde había una pequeña lámpara de mesa. La bajó y la dejó con cuidado en el suelo. Sacó el enchufe y lo pasó por debajo del peldaño inferior de la mesa para que atravesara el suelo hasta el receptáculo de la pared, y lo volvió a enchufar. Ahora podía mover la lámpara bastante hacia el interior de la habitación, casi hasta el centro.
La lámpara tenía una pantalla redonda que estaba abierta en la parte superior. Tumbada de lado, la persiana apuntaba con la parte superior abierta hacia la pared en blanco junto a la puerta. Bobby, con la seguridad de una larga práctica, se trasladó en la oscuridad a su armario y sacó su albornoz de franela rojo oscuro de un gancho bajo. Lo dobló una vez y lo colocó sobre el extremo inferior grande de la pantalla de la lámpara.
Apretó el botón.
En la pared del país de sombras apareció un brillante disco de luz, atravesado solo por las pistas de los cuatro cables que mantenían la pantalla en su lugar. Había una mancha oscura en el medio donde se encontraron.
Bobby la miró críticamente. Luego, acuclillado entre la lámpara y la pared, extendió la mano.
Un pato.
—Quackle-ackle —susurró.
Un águila.
—Águila, águila, águila, águila —dijo en voz baja.
Un cocodrilo.
—Bap bap —dijo el caimán mientras abría y cerraba su largo hocico.
Retiró las manos y estudió la luz redonda y llena de cicatrices en la pared.
La sombra central borrosa y sus líneas radiantes se parecían un poco a una chinche de agua, del tipo que puede correr por la superficie de un arroyo. Pronto lo dejó insatisfecho; simplemente se quedó ahí sin hacer nada. Se llevó el pulgar a la boca y lo mordió suavemente hasta que se le ocurrió una idea. Luego se arrastró hasta la cama, debajo de la cual encontró sus pantuflas. Dejó una en el suelo frente a la lámpara y apoyó la otra contra él. Contempló la pared con seriedad durante un rato y luego se tumbó boca abajo en el suelo. Observando atentamente la sombra, juntó los codos sobre la alfombra, entrelazó los antebrazos y fusionó la sombra de sus manos con la sombra de la pantufla.
El resultado le encantó. Era algo parecido a una araña y algo parecido a un gorila. Era algo nuevo que nadie había visto antes.
Retorció los dedos y luego los mantuvo quietos. La nudosa cabeza de la cosa tenía ojos triangulares, luminosos, y una mandíbula que se balanceaba abierta. Tenía brazos largos para alcanzar y una delicada espiral de tentáculos. Se movió un poquito su gran cabeza y parpadeó hacia él. Al mirarlo, sintió de repente que la cosa parpadeante que vivía en el rincón alto se había deslizado hacia la bestia que él había creado, cada vez más cerca hasta que, ¡zas!, se fundió silenciosamente con la bestia, un acto tan rápido y completo como el matrimonio de las gotas de lluvia en el cristal de una ventana.
Bobby gritó de alegría.
—Quédate, quédate —suplicó—. ¡Oh, quédate ahí! ¡Te acariciaré! ¡Te daré cosas buenas para comer! ¡Quédate, por favor!
La cosa le fulminó con la mirada. Pensó que se quedaría, pero no se arriesgó a apartar las manos todavía.
La puerta se abrió de golpe, el interruptor hizo clic, la habitación se llenó con una explosión de luz.
—¿Qué estás haciendo?
Bobby yacía paralizado, con los codos en la alfombra frente a él, los antebrazos juntos, las manos torcidas de manera extraña. Apoyó la barbilla en el hombro para poder mirarla allí, rígida y amenazadora.
—Yo estaba… sólo...
Ella se abalanzó sobre él. Lo levantó del suelo y lo dejó caer en la cama. Pateó y esparció sus pantuflas. Agarró la lámpara, tirando del cable de la pared con el movimiento.
—No debías tener juguetes —dijo con voz sibilante—. Eso significa que no debías hacer ningún juguete. Por eso estás aquí. ¿Qué estás mirando?
Bobby extendió las manos y las juntó, extasiado, sujetándolas con fuerza. Sus ojos brillaron y sus pequeños dientes blancos se asomaron en una sonrisa.
—Se quedó, lo hizo —dijo Bobby—. ¡Se quedó!
—No sé de qué estás hablando y no me quedaré aquí para averiguarlo —espetó mami Gwen—. Creo que eres un caso mental.
Se dirigió a la puerta y pulsó el interruptor alto.
La habitación quedó a oscuras, excepto por la pared en blanco junto a la puerta.
Mami Gwen gritó.
Bobby se cubrió los ojos.
Mami Gwen volvió a gritar, esta vez con voz ronca. Era como el ladrido de un perro, pero prolongado y extendido.
Hubo un largo silencio.
Bobby miró a través de sus dedos a la pared que brillaba tenuemente. Bajó las manos, se sentó derecho, acercó las rodillas al pecho y las rodeó con los brazos.
—¡Bien! —dijo.
Unos pies subieron las escaleras con fuerza.
—¡Gwen! ¡Gwen!
—Hola, papi.
Papá entró corriendo y encendió la luz.
—¿Dónde está mami Gwen, Bob? ¿Qué pasó? Escuché un...
Bobby señaló la pared.
—Ella está ahí —dijo.
Papá quizás no entendió a qué se refería, porque se volvió y salió corriendo por la puerta gritando:
—¡Gwen! ¡Gwen!
Bobby se quedó quieto y observó la sombra que se desvanecía en la pared, bastante visible incluso bajo el resplandor de la luz del techo. La sombra se movía, se movía. Era un triángulo de punta hacia abajo empujado hacia otro triángulo de punta hacia abajo que estaba montado en un tercero, y debajo estaban los dos duros palos de piernas. Tenía los brazos en alto, los puños de sombra cerrados, y golpeaba, golpeaba silenciosamente la pared.
—Ahora nunca voy a ir al país de la sombra —dijo Bobby con complacencia—. Ella está allí.
Así que nunca lo hizo.
Theodore Sturgeon (1918-1985)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Relatos góticos. I Relatos de Theodore Sturgeon.
Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Theodore Sturgeon: Sombra, sombra en la pared (Shadow, Shadow, on the Wall), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
6 comentarios:
Gracias por la traducción de este tremendo, gran cuento. De un gran escritor, que puede manipular a los lectores, para que estén a favor de Bobby, que se revela como cruel. Algo que podría ser una característica infantil, sólo que el personaje tiene poder para manifestar esa crueldad.
Está claro que Gwen se muestra como malvada, que ni siquiera castiga a Bobby con un propósito, quiere que sufra. Y como una mujer notablemente bella, que atrajo al padre de Bobby, quien se disculpó por sus actos. Tal vez haya sido intimidado por ella, con la amenaza de dejarlo.
Me pregunto si Bobby nota lo que su padre ve en "Mami Gwen". Si lo nota sombra proyectada por él. Y que hace la sombra personificada con ella. ¿Habrá algo de lujuria, en ese rapto de sombra?
Sería interesante un relato, con un personaje más crecido, aunque aún infantil, que esté descubriendo el deseo.
Que gran relato.
Uso maestro de los adjetivos :)
Soy Naty
Hola sebastian, la verdad que es una joya este relato, una historia tan triste, por el niño maltratado, por como bien mencionas su inocencia y dulzura, duele leerlo, porque la realidad es mil veces peor que la ficción, en la realidad los monstruos no son licántropos o vampiros, no son zombis o demonios, son seres humanos comunes y corrientes que saludan con una sonrisa a los extraños y en la intimidad de sus hogares dan rienda suelta a su maldad,no tiene que ver ésto con los méritos literarios del relato, pero si con su esencia, un saludo.
Hola, Alguien tiene una lista de todos los cuentos de weird tales? así podría leerlos en orden.
Gracias!
Hola Anónimo, yo también desearía saber la fuente de extracción de los cuentos de Weird Tales, sería genial si lo podrías compartir, por favor.
Si buscan una lista o índice de títulos publicados en Weird Tales, en Wikipedia se consigue. Algunos ejemplares digitalizados pueden buscarse en https://archive.org/ Saludos.
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