Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror


Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror.




A riesgo de caer en una excesiva simplificación del tema, más por cuestiones de formato de publicación que por verdadera irresponsabilidad, en El Espejo Gótico nos gusta analizar todos los aspectos del Horror; y en ocasiones también nos gusta analizar a los analistas (ver: Lo Siniestro en la ficción: cuando lo familiar se vuelve extraño)

Lo cierto es que los enfoques psicoanalíticos sobre la literatura, incluso sobre una obra en particular, arrojan perspectivas asombrosas sobre la naturaleza del Horror, y eso es algo demasiado tentador como para dejarlo pasar.

En 1919, Sigmund Freud publicó un ensayo brillante: Lo siniestro (Das Unheimliche), donde aplica la teoría psicoanalítica sobre el Horror literario y las experiencias sobrenaturales en general. Realmente no se necesita estar de acuerdo con sus teorías, en términos amplios, para apreciar lo que Freud tiene para decir sobre la naturaleza de lo extraño.

La palabra alemana Unheimliche es opuesta a Heimliche, que tiene que ver con el hogar, con lo familiar. Es decir que lo Unheimliche, por oposición, es algo que pertenece a una esfera exterior de lo familiar: es lo extraño, lo desconocido, lo que está oculto, lo que permanece en secreto. Sin embargo, ambas palabras están unidas, son complementarias, y en esa región incierta quizás nace el gérmen del Horror (ver: Cómo funciona el Horror, y por qué pocos autores saben utilizarlo).


Lo Siniestro es esa clase de terror que se desprende de algo que conocemos desde hace mucho tiempo, algo que una vez fue familiar.


Pero, ¿cómo es posible que algo que fue heimliche para nosotros, que fue familiar y seguro, de repente se vuelva unheimliche, es decir, algo extraño, siniestro?

Freud sugiere que el Horror es una experiencia que proviene de la duda intelectual, de cierta desorientación sobre los eventos percibidos. Este motivo aparece constantemente en el género: objetos inanimados que de hecho cobran vida y son capaces de moverse con un propósito. Entre los ejemplos más destacados podemos incluir a los vampiros, los zombis y otros monstruos que se rehusan a permanecer muertos, cuyas apariciones amplifican el estado incertidumbre de sus víctimas humanas.

Las muñecas, súbitamente animadas, los maniquíes, las estatuas, incluso las máquinas, ordinariamente obedientes, también se encuentran en esta categoría de lo siniestro.

Este dispositivo también funciona en sentido inverso: cuando algo, o alguien, que se supone forma parte del mundo de los vivos, en un examen más detallado se descubre pertenece a la categoría de los muertos.

Es decir que el papel de la incertidumbre, y en cierto grado el de la ambigüedad, son ingredientes indispensables en el Horror.

Si bien Sigmund Freud reconoce la importancia de estos elementos, como la ambigüedad y incertidumbre, cuestiones que corresponden a la esfera de la percepción, también considera que son insuficientes para explicar el verdadero núcleo del Horror. Para eso utiliza un colosal relato de terror: El hombre de arena (Der Sandman), de E.T.A. Hoffmann, escrito en 1816.

Esta historia es demasiado compleja y sutil como para discutirla aquí en detalle. Lo más importante es que a Nathaniel, uno de los personajes principales, siendo un niño pequeño se le cuenta una fábula a la hora de acostarse: la historia del Hombre de Arena.


El Hombre de Arena es un hombre malvado que viene cuando los niños no se van a la cama. Les tira un puñado de arena a los ojos para que estos salten de sus cuencas, sangrando. Luego guarda los ojos en un saco y los lleva a la luna para alimentar a sus hijos. Se sientan allí en su nido, sus picos son ganchudos, como los de los búhos, y los usan para picotear los ojos de niños y niñas más traviesos.


(La hora de irse a la cama para los niños de principios del siglo XIX parece haber constituido una experiencia intensa)

Naturalmente, Nathaniel queda aterrorizado, incluso de adulto, y a pesar que sabe racionalmente que se trata de una fantasía, la marca que la historia ha dejado en su psique es imborrable.

A lo largo de su vida, Nathaniel continúa experimentando una serie de eventos extraños en los que ciertos elementos de esta historia parecen repetirse. Esas extrañas coincidencias finalmente lo llevan a la locura.

Freud usa principalmente la historia del Hombre de Arena para aplicar su teoría psicoanalítica sobre los temores de la primera infancia, las ansiedades por la castración y el supuesto deseo inconsciente de todos los niños pequeños de matar a sus padres. Todo eso es muy interesante, aunque no viene al caso.

Lo interesante para nuestro tema de hoy es el concepto freudiano sobre lo Siniestro, una experiencia que está conectada a la etapa infantil de la conciencia (la época en la que Nathaniel escuchó el aterrador cuento de buenas noches) y que posteriormente se manifiesta a través de una serie de recurrencias, o similitudes, que nos vinculan directamente con aquellos miedos infantiles.

Es decir que lo Unheimliche, lo extraño, es en realidad una parte de la estructura mental que teníamos en la infancia, la forma de percibir e interpretar el mundo, que abandonamos en cierto momento.


Lo Siniestro es esa clase de terror que se desprende de algo que conocemos desde hace mucho tiempo, algo que una vez fue familiar.


El tema de la recurrencia, de la repetición, de las coincidencias, forman parte del Horror porque también forman parte de la obsesión neurótica. De hecho, las personas obsesivas parecen predispuestas a buscar coincidencias, patrones, los cuales, según Freud, pueden rastrearse hasta su origen, que más o menos podemos situar en el comportamiento repetitivo de los niños pequeños.

Cualquiera que le haya leido una historia a un niño sabe que, si efectivamente le gustó, pedirá que se la cuenten otra vez, y otra, y otra, exponencialmente.

A modo ilustrativo de esta creencia ritualista en los patrones y las coincidencias, Freud brinda un ejemplo interesante, que también puede utilizarse para explicar el surgimiento del Horror:

Un hombre internado en un centro de salud es atendido por una enfermera atractiva. Unas semanas después de ser dado de alta, regresa, con la esperanza de obtener la misma habitación, pero descubre que está ocupada por un señor mayor. «Bien —piensa—, espero que sufra un derrame cerebral y muera». Esto es exactamente lo que le sucede al hombre no mucho después.

Freud se sorprende —no se sabe bien por qué— acerca de cómo su paciente realiza toda clase de conexiones significativas entre lo que pensó, molesto por no obtener la habitación, y lo que sucedió, la muerte del otro sujeto. Son hechos indudablemente casuales, sin conexión entre si, pero que al mismo tiempo son percibidos como parte de una misma trama.

Parecería que cada uno de nosotros ha pasado por una fase de desarrollo que se corresponde con esa etapa animista, donde los pensamientos y los hechos no están claramente diferenciados. En este contexto, el Horror utiliza ciertos vestigios de esa estructura mental infantil para reactivarla. De hecho, todo lo que ahora nos parece siniestro cumple la condición de agitar esos vestigios de actividad mental animista dentro de nosotros.

Porque ninguna persona, nadie, logra disipar completamente el pensamiento animista, incluso personas que están emocionalmente bien adaptadas y poseen libros de Freud en sus bibliotecas, y a veces también un portarretratos. Nadie es inmune al Horror, solo hay que encontrar la nota adecuada.

Claro que hay personas más o menos sensibles, más o menos impresionables, aunque todas nos confesarían, en el ámbito privado, que han experimentado o escuchado algo que les ha producido esta sensación de extrañeza y familiaridad, un miedo que los haya proyectado súbitamente de vuelta a la infancia.

Aquí podríamos incluir a todos aquellos que detestan al Horror, y que argumentan que ese desagrado procede de una escasa sensibilidad para el tema. ¡Mentirosos! En realidad, ese desagrado tiene que ver con una extrema vulnerabilidad ante lo extraño.

En resumen: el Horror de una experiencia extraña se produce cuando los complejos infantiles reprimidos son revividos por alguna impresión o estímulo, o cuando las creencias primitivas sobre el mundo —hay un monstruo debajo de mi cama—, descartadas en la adultez, de repente se confirman por eventos recientes.

Para finalizar, Freud se hace una serie de preguntas que bien podrían servir para perfilar, o analizar, una buena historia de terror. Todas proporcionan algún dispositivo frecuente en el género:


1- ¿El escenario de la historia es heimlich (familiar) o unheimlich (extraño)?

2- ¿La trama incluye un retorno figurativo, o literal, a una situación o evento perturbador?

3- ¿Hasta qué punto hay ambigüedad o incertidumbre sobre los hechos que suceden?

4- ¿Los números, palabras, imágenes, nombres y otros detalles se repiten en la historia, contribuyendo a formar coincidencias extrañas o misteriosas?

5- ¿Un personaje principal experimenta un evento traumático que colorea episodios posteriores en la historia?

6- ¿Hay un doppelgänger o un doble presente? ¿Hay atributos o características de un personaje principal que se reflejan en otro, borrando las fronteras alrededor de sus identidades?

7- ¿Hay imágenes que evoquen oscuridad, soledad, silencio o confinamiento, simbólicamente, imágenes de retorno a la existencia intrauterina? (ver: Horror uterino)

8- ¿Los personajes están sujetos a regresar a ciertas situaciones o ubicaciones? ¿Se ven obligados a repetir ciertas acciones?

9- ¿La historia contiene aspectos de creencias primitivas, animistas u ocultas en un entorno moderno?


Podemos tomar prácticamente cualquier historia de terror y responder que, en efecto, ésta posee varios de los elementos que menciona Freud en su ensayo. Después de todo, el hombre sabía perfectamente dónde cavar para exhumar nuestros miedos (ver: El Horror siempre viene desde el Sótano: escaleras abajo hacia el subconsciente en la ficción).




Taller Gótico. I El lado oscuro de la psicología.


Más literatura gótica:
El artículo: Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

nito dijo...

Interesantísimo!!!



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Relato de Thomas Mann.
Apertura [y cierre] de Hill House.
Los finales de Lovecraft.

Poema de Wallace Stevens.
Relato de Algernon Blackwood.
De la Infestación al Poltergeist.