Poe vs. Lovecraft: dos miradas opuestas sobre el Horror


Poe vs. Lovecraft: dos miradas opuestas sobre el Horror.




Edgar Allan Poe y H.P. Lovecraft parecen estar unidos inseparablemente en el imaginario popular. Ciertamente hay una correspondencia, una influencia que va desde Boston a Providence, pero también una oposición absoluta en el concepto de Horror que manejan ambos autores.

Las similitudes entre Poe y Lovecraft son, en definitiva, cosméticas. En lo esencial toman caminos diametralmente opuestos.

A pesar de la clara influencia de Edgar Allan Poe, Lovecraft desarrolló una concepción individual, y muy particular, sobre el Horror. Esta concepción se pone de manifiesto no solo en una variación de las técnicas narrativas de Poe, sino también en las representaciones divergentes de miedo, muerte, y decadencia, que claramente presentan visiones opuestas del universo, y de nuestro lugar en él.

La crítica, y también el público, parecen encontrar cierta gratificación en las semejanzas entre Poe y Lovecraft. Ciertamente existen, y son evidentes, sobre todo en las primeros relatos de Lovecraft, que imitan sin eficacia el estilo de Poe. Pero a diferencia de esas historias, donde hay una correspondencia estética entre ambos autores, Lovecraft desarrolló un tratamiento único sobre el Horror, y hasta contrario a la filosofía implícita en los cuentos de Edgar Allan Poe.

Dejemos de lado las similitudes de estilo entre ambos autores —algo meramente cosmético— para analizar aquello que constituye el eje del miedo para cada uno de ellos.

En lugar del impulso psicosensual, mediante el cual Edgar Allan Poe, en el contexto de la primera mitad del siglo XIX, mantenía en un estado de placentera hipnosis a sus lectores, en particular a través del dispositivo de la muerte de una mujer hermosa (ver: Ligeia y Lady Rowena: dos arquetipos femeninos en la obra de Edgar Allan Poe), una especie de horror cerebral atraviesa el Multiverso de Lovecraft, basado en la insignificancia del ser humano y en la indiferencia cósmica.

Sí, hablamos del Horror Cósmico (ver: Horror Cósmico: el universo conspira para destruirnos).

Por otro lado, en el centro de los cuentos de Edgar Allan Poe siempre se encuentra un individuo varón, joven, generalmente de temperamento artístico, sensible al extremo de parecer un nervio expuesto, que se ve impulsado al aislamiento, a la autodestrucción, a causa de una obsesión que nace de su propia personalidad deviada.

No hay Horror Cósmico en Poe, aunque la imagen pesimista de su protagonista estándar, compulsivo e impulsivo, arroje ciertas dudas sobre la autonomía del hombre en el universo. Poe desnuda la noción de que las tendencias destructivas son, tarde o temprano, impulsos autodestructivos; y que hasta el acto creativo más noble puede llevarnos por ese camino cuando se altera el equilibrio entre el intelecto y la imaginación.

En este contexto, para Poe la locura es la forma más elevada de inteligencia, precisamente porque combina lo racional con lo irracional, permitiendo un acercamiento distinto con la realidad (ver: E.A. Poe y la Locura como sublime forma de la inteligencia)

En este proceso, visto como disociación desde afuera, pero que se manifiesta como una profunda comprensión de la realidad a través de la locura, lleva a la perversión y a la destrucción, pero no deja de ser el producto de una psique individual, sin la intervención de fuerzas externas, y mucho menos de amorfos y gelatinosos seres interdimensionales (ver: Black Goo y otras monstruosidades amorfas en la ficción).

En los relatos de Edgar Allan Poe, el ser humano es la verdadera medida de todas las cosas. En cierto modo, el hombre asume un rol preponderante, superior, sobre la base de su intelecto y su creatividad, y se concibe a sí mismo como una deidad, en términos de autonomía sobre su destino. En otras palabras, el destino de los protagonistas de Poe sucede como consecuencia de sus propias acciones (ver: La psicología de E.A. Poe).

Lovecraft transita un camino opuesto, y para ello habitualmente elige la figura de un investigador, o de un erudito, apartado de una sociedad impía, que cae bajo la influencia de poderosas fuerzas externas que no comprende, pero por las cuales se siente fatalmente atraído.

En este camino el héroe lovecraftiano es despojado de su poder como individuo. Está expuesto ante una amenaza colosal de otro mundo, tan distante de nuestros intereses como seres humanos que nos resulta incomprensible. Su destino no se produce como consecuencia de un exceso de sensibilidad e imaginación, sino a través de la búsqueda del conocimiento, a menudo encarnado en un libro prohibido, como el Necronomicón (ver: Traductores que perdieron la cabeza, y algo más, al leer el «Necronomicón»).

Es decir que el Horror, en Lovecraft, no se resuelve a través de la catarsis, representada en la muerte del protagonista, tal como sucede en casi todos los cuentos de Poe, sino que persiste, y sigue siendo una amenaza en el futuro para otros incautos que sientan el mismo deseo imprudente de conocimiento.

Aunque en los Mitos de Cthulhu finalmente se logra expulsar, o mejor dicho, demorar la manifestación de aquel peligro cósmico e indiferente, éste sigue siendo una amenaza latente para la humanidad. En cierto modo, el Horror en Lovecraft es más concreto y expresivo, a pesar de su caracter indefinible debido a la extraña biología de aquellos seres antiguos que pueblan el universo.

Los personajes de Lovecraft carecen de un mundo interior, carecen de matices, y de una descripción física siquiera superficial. Sabemos sus nombres, sus intereses, y no mucho más. De hecho, resulta mucho más sencillo para cualquier seguidor del maestro de Providence describir a grandes rasgos el aspecto de Cthulhu, Yog-Sothoth, y hasta del evasivo Nyarlathotep, que brindar referencias concretas sobre el aspecto de cualquier protagonista humano.

Esta forma de aproximarse al Horror quizás sea menos sutil que la de Poe, donde el complejo mundo interior de sus personajes realmente lo es todo. Esta última observación no esconde una crítica, sino más bien una profunda admiración por ambos autores. En definitiva, Poe y Lovecraft construyen edificios de aspecto similar en el exterior, pero con una disposición distinta en su interior. El primero se adentra en las tenebrosas catacumbas del subconsciente, el otro se proyecta hacia los horrores innombrables que habitan en el universo.

Y aunque a esta altura constituya una declaración redundante, hay que decir que en ambos edificios, al menos aquí en El Espejo Gótico, nos sentimos como en casa.




Taller Gótico. I H.P. Lovecraft. I E.A. Poe.


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