Traductores que perdieron la cabeza (y algo más) al traducir el «Necronomicón»


Traductores que perdieron la cabeza (y algo más) al traducir el «Necronomicón».




Podríamos suponer que no hay mayor desafío para un traductor que traducir un libro prohibido, un libro en el que cada página, cada inciso, cada signo, requiera una minuciocidad tal que cualquier error, por ínfimo que sea, vuelva inadmisible el resultado general [ver: Historia y Prehistoria del Necronomicón de Lovecraft.]

Podríamos pensar en todo eso y estar en lo cierto, excepto cuando el libro en cuestión es el Necronomicón de los Mitos de Cthulhu.

Claro que esta tarea, por demás ingrata, tiene sus reservas profesionales. Después de todo, un traductor que se dispone a traducir el Necronomicón sabe que el trabajo puede ser riesgoso.

Traducir al español la terminología de Abdul Alhazred, el árabe loco, o las subsiguientes versiones en latín y en griego del libro, es una faena compleja. ¿Qué ocurriría, por ejemplo, si se tradujera mal una palabra? O peor aún, ¿qué pasaría si logramos traducirla correctamente?

Esa es una de las cuestiones que ponen al traductor en los relatos de terror de H.P. Lovecraft en un verdadero aprieto. La longevidad, según podemos conjeturar, no es precisamente una de las virtudes del oficio.

El primer traductor del Necronomicón fue Abdul Alhazred; en realidad, su primer compilador, aunque se supone que debió traducir algunos símbolos pertenecientes a los Antiguos. Esa versión fue llamada Al Azif, término que hace referencia al sonido nocturno que emiten algunos insectos y que, según se creía, sonaba parecido al aullido de los Djinns.

El propio Abdul Alhazred sufrió las consecuencias de ser el traductor de los textos que luego conformarían el Necronomicón en el 730 d.C.. H.P. Lovecraft asegura que el sabio fue capturado por un ser interdimensional a plena luz del día, y devorado horriblemente ante un gran número de testigos, presumiblemente aterrorizados.

Theodorus Philetas, otro traductor del Necronomicón, quien vertió la versión de Alhazred al griego en el 950 d.C, también padeció horrores indecibles, en este caso, como consecuencia de ciertas libertades poéticas que transgredieron la métrica del original.

Una curiosa referencia a los peligros de traducir este tipo de libros procede de un relato del Círculo de Lovecraft muy poco conocido: El regreso del brujo (The Return of the Sorcerer), de Clark Ashton Smith.

Allí, un traductor llamado Ogden es contratado por un erudito, John Carnby, para traducir dos secciones del Necronomicón tan pronto como sea posible. Apenas Ogden comienza a trabajar sobre el texto suceden algunos episodios sumamente extraños, como si el acto mismo de traducir fuese de algún modo una invocación, pero también una forma de blasfemia al original.

Clark Ashton Smith plantea una realidad inquietante que todo traductor conoce: no importa cuán certera sea la traducción de un texto, al transferir una palabra a otro idioma algo se pierde, o mucho, o todo, y eso es algo considerablemente peligroso cuando hay fuerzas oscuras operando en el medio.

En el caso de John Carnby, las consecuencias son nefastas, incluso cuando el erudito posee una copia original del Necronomicón, no la desmejorada versión en latín de Olaus Wormius.

A propósito, fue en 1228 cuando Olaus Wormius encontró de casualidad una versión del Necronomicón. Al empezar a traducirla al latín comenzó a tener terribles pesadillas sobre mundos inciertos, poblados por criaturas imposibles. A pesar de su desesperación, continuó el trabajo hasta el final. Lovecraft desliza el dato de que sobrevivió debido a que su traducción fue pésima, y que omite una gran cantidad de pasajes bajo el pretexto de que el lector no incurra en temerarias invocaciones.

Existen dos peligros fundamentales al intentar traducir el Necronomicón, o por tal caso cualquier otro libro apócrifo del canon lovecraftiano, como el Unaussprechlichen Kulten, el Liber Ivonis, el Cultes des Goules o el De Vermis Mysteriis, entre otros.

El primer peligro consiste en realizar una mala traducción, con lo cual el traductor sufriría toda clase de tormentos por haber profanado el original. Una palabra desacertada, un término demasiado ambicioso, o demasiado austero, puede perturbar enormemente a los Antiguos.

Si tomamos en cuenta que basta leer unos pocos párrafos del Necronomicón para perder la cabeza, es lógico imaginar que la muerte, o algo peor, es el destino habitual para quienes trabajan sobre el texto con fines altruistas, como por ejemplo difundir invocaciones y sortilegios entre los profanos.

El segundo peligro consiste en traducir correctamente el Necronomicón, tarea que nadie ha conseguido llevar a cabo, según Lovecraft, debido a que nadie conoce a la perfección las sutilezas de la lengua arcana.

De hecho, hay una razón perfectamente lógica para explicar porqué todos los lectores de La llamada de Cthulhu (The Call of Cthulhu) han podido leer las siguientes palabras, y vivir para contarlo:


Ph‘nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn.

(En su morada de R’lyeh, el difunto Cthulhu espera soñando)


Esto se debe a que Legrasse, uno de los protagonistas del relato, interpreta mal el significado de aquella lengua gutural.

La traducción de ciertos libros, tal como vemos, es un asunto peligroso, y que implica una gran responsabilidad de parte del traductor. Por otro lado, es justo decir que muchos traductores han logrado evadir el destino que pesa sobre las versiones deslucidas a través de un recurso perfectamente lícito.

Las mil y una noches está formado por un antiguo libro persa, llamado Hazâr Afsâna, que significa algo así como «mil leyendas». El primer traductor del libro fue un árabe, para nada loco, llamado Abu Abd-Allah Muhammad el-Gahshigar, que vivió en el siglo IX. Fue él quien instauró la tradición de que ningún traductor puede traducir la totalidad de las Mil y una noches, ya que hacerlo implicaría la muerte.

También la lectura íntegra del libro, y peor aún, su recitado, conduce a un final trágico, tal como lo puede atestiguar la desgraciada Scheherezade.

Desde entonces, todas las traducciones de las Mil y una noches, aún hoy, están incompletas, o mejor dicho, completas pero únicamente con la colaboración de dos o más traductores trabajando en varias secciones del libro de manera separada.

Alhazred, más pragmático, desoyó por imprudencia las reglas de los antiguos traductores, y se embarcó en la aventura de traducir el Necronomicón por completo; y si bien no pudo eludir a la muerte, al haber distribuido su versión en tres libros, dispersos en sitios distantes del mundo, quizás logró evitar el tormento eterno de su alma.




Mitos de Cthulhu. I H.P. Lovecraft.


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1 comentarios:

Anónimo dijo...

Una basura, es una estupidez que sigan creyendo que el Necronomicon es real.



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