El Gótico y la Belleza: las chicas lindas también pueden ser malas


El Gótico y la Belleza: las chicas lindas también pueden ser malas.




Tal vez el aspecto más rupturista de la novela gótica, en comparación con las novelas del romanticismo del mismo período, es la forma en la que el género observa la Belleza, un patrimonio exclusivamente femenino por aquel entonces. No me refiero aquí a estándares de Belleza, que naturalmente varían dependiendo de la época, sino más bien a una especie de código interno que fue decostruído radicalmente por el Gótico.

En la actualidad, el aspecto físico de un personaje, tanto en la literatura como en el cine, puede o no decirnos algo acerca de sus intenciones. Para los predecesores del Gótico, en cambio, las cosas eran mucho más simples: los feos eran los malos, y los lindos eran los buenos.

En este sentido, el género Gótico contribuyó a desacreditar la noción falaz de que las personas bellas son siempre buenas personas.

Antes de eso, cualquier descripción de una deformidad física, de una anomalía, de una asimetría, de cualquier cosa que indicara que el personaje no era bello, inmediatamente lo clasificaba como un Villano para el lector. En este contexto, la fealdad física era entendida como una manifestación exterior del mal subyacente en la persona (ver: El cuerpo de la mujer en el Horror).

El Gótico transformó este paradigma. Ya en El monje (The Monk), de Matthew Lewis, escrito en 1796, la mujer que parece encarnar todas las virtudes de la Belleza, Matilda, se revela como una bruja realmente malvada. Hasta entonces, la Belleza era un atributo vinculado a la inocencia, desde Lewis, una posible herramienta de manipulación. ¡Las chicas lindas también podían ser malas! (ver: El arquetipo de la mujer fatal)

Sin dudas esto causó una fuerte impresión en los lectores de la época, habituados a otro esquema; donde los actos viles tarde o temprano se reflejaban en el deterioro físico de los personajes, como si la fealdad fuese aflorando a medida que estos se entregaban al mal. Esto no sucede en el Gótico; por ejemplo, Ambrosio —siempre dentro de El monje—, conserva su belleza exterior aun cuando pierde toda su virtud moral.

El Gótico cambió el paradigma de que la Fealdad era un requisito indispensable para la Maldad. Se podía ser Bello y Malo, pero no Feo y Bueno, al menos no en los roles protagónicos.

De hecho, las heroínas del género siempre son hermosas, se sonrojan a menudo, se desmayan cotidianamente, tiemblan ante cualquier cosa que parezca y presagio, y se aferran a su virtud como la vida dependiera de ello. Y ciertamente dependía de ello, como veremos más adelante.

El Gótico continuó explorando estas variaciones hasta finales del siglo XIX. La Belleza seguía siendo un posible atributo del Mal, y a menudo era ejercida en un contexto complejo, donde la Belleza sin moral, y sobre todo sin castidad, combinaba exquisitamente la atracción y la repulsión.

Yendo de lo general a lo particular, esa noción posee es algo inquietante. Por ejemplo, Lucy Westenra, en el Drácula (Dracula) de Bram Stoker, expresa dos facetas de la Belleza: por un lado, Lucy posee una Belleza seductora, fría, cuando es una vampiresa; y una Belleza pacífica, virtuosa, casi beatífica, cuando Van Helsing y los otros la observan después de clavarle una estaca en el corazón.

Detengámonos un momento aquí.

Stoker no describe una transformación objetiva en las facciones de Lucy. En todo caso, ella vuelve a ser Bella, desde la perspectiva de aquellos caballeros victorianos, una vez que deja de ser una amenaza, en términos objetivos como metafóricos.

Casi todas las novelas de vampiros recurren a este dispositivo: el vampiro es seductor, atractivo, aunque en última instancia se revela como lo que realmente es: un cadáver.

El concepto de Belleza, en una noción amplia, nos permite entender qué características aprecia y desaprueba una sociedad determinada. En el Gótico, las mujeres que cumplen a rajatabla sus funciones de acuerdo a las espectativas del patriarcado, esto es, reproduciendo y sirviendo a sus esposos, son vistas como encarnaciones de la virtud. Por otro lado, el género trata con dureza a las mujeres que no son útiles para este esquema, por ejemplo, las solteronas, invariablemente obligadas a cumplir un rol secundario, cuando no directamente grotesco.

La mirada de la mujer, como lectora, también difiere de la mirada masculina sobre una misma obra.

Por ejemplo, las grandes novelas de Ann Radcliffe, como Los misterios de Udolfo (The Mysteries of Udolopho) y El italiano (The Italian), son siempre protagonizadas por mujeres que son perseguidas por hombres mayores. La lectura masculina de estas obras, como la de Walter Scott, pondera la habilidad de Radcliffe para representar una atmósfera y un clima superiores a los de la mayoría de las novelas contemporáneas. La lectura femenina, implícita en La abadía de Northanger (Northanger Abbey), de Jane Austen, revela, a través de las reacciones de Isabella Thorpe y Catherine Morland, que lo verdaderamente interesante de las obras de Radcliffe son sus personajes femeninos, y la forma en la que ellas proporcionan terror y deleite al ser perseguidas de este modo por señores maduros.

La difícil situación de estas mujeres, por cierto, bellísimas en la medida de su pureza, sin dudas provocó escalofríos en las lectoras al ser secuestradas y rescatadas sucesivamente, a veces en una misma novela. Ese tipo de Belleza, sin embargo, requería la presencia de lo masculino para su salvación final. El príncipe azul siempre llega para rescatarla del peligro, y de cualquier posible esperanza de autonomía.

Es decir que la recompensa por la Belleza, en términos virtuosos, era el matrimonio.

Esto no debería sorprender realmente, siendo que la ley, en la época de Radcliffe, declaraba el estatus secundario de la mujer en relación al hombre. ¿Qué podía hacer entonces la heroína sino casarse con su salvador? ¿Acaso había otro destino posible?

Los derechos de las mujeres a la propiedad, e incluso a cuestiones elementales, como la representación legal, quedaban suspendidos fuera de la órbita del matrimonio. Cualquier otro destino distinto del matrimonio implicaba una muerte civil para la mujer, además de la condena social. En ese contexto, los finales felices son casi una obligación.




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3 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Me pregunto si Matilda es realmente mala. Y me respondo que sí.
Así que la pregunta es cuál sería la forma en que se manifiesta su maldad.
Puede decirse que en ser cómplice en el plan de Ambrosio con Antonia, el de poseerla contra su voluntad.
Y tal vez en poner en manifiesto la maldad de Ambrosio, que deja de lado todo escrupulo para poseer a Antonia. Cuando pudo haber tenido como amante a la provocativa Matilda. No habría sido malvado si se hubiera limitado a caer en esa tentación, siendo que realmente no eligió ser un monje. Fue lo que tocó.

Es curioso como aparece representado el diablo.

Siempre sospecho que Vna Hellsing es el verdadero villano. Incluso al querer mantener lo establecido, a atacar esa belleza trangresora.

Interesante artículo. Tal vez haya algo de la belleza en los comics de superhéroes.

Poky999 dijo...

El demiurgo, Matilde realmente, fuera de los sobreinferencias es un claro ejemplo de que ella no fue mala, en todo sentido, pues ella se presenta como una prueba para Ambrosio, un desafío o quizás la verdadera revelación de un ser corrompido(aunque el término corrompido signifique de la verdadera naturaleza y esencia humana, en esta época se utiliza como inmoral) que intentó ocultar el verdadero horror en él, un violador, quien fue capaz de destruir todo lo que se le suprimió durante su infancia, el deseo sexual, lo cual provocó que fuera un ataque desenfrenado de lujuria.
Es por ello que Matilde, es un símbolo de desvelar ese verdadero horror, y no quien deseaba el mal para el personaje o tentación del diablo.

Ricardo Corazón de León dijo...

Muy buen artículo y, por desgracia, muy real. Las mujeres siempre eran dependientes de los hombres, tanto para ser malas, como para ser buenas. Siempre tenían que ser rescatadas o matadas o incitadas por un ente masculino. Muchas de las novelas del Gótico han perdido su esencia por el cambio de roles y la igualdad, que aún no existe, pero que tampoco es la desigualdad que antes había.
Siempre que leo gótico tengo que ponerme en la mentalidad de aquellos tiempos porque si no me ofrece una lastimosa versión de la mujer, quien no es nadie si no gira, vive o se pudre por un hombre.

Un abrazo.



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