«Menos es Más», salvo en el Horror


«Menos es Más», salvo en el Horror.




Recuerdo algunas objeciones de mis mayores cuando, muy pequeño, resolví leer un volumen de cuentos de Edgar Allan Poe. Era imposible que lo entendiera —decían, con toda razón— debido al amplio vocabulario que utilizaba el autor, palabras y conceptos que estaban muy por encima de mis posibilidades en aquel entonces.

De todos modos, quizás para darme una lección, me permitieron que vagara por las ruinas de la Casa Usher. Ciertamente hubo muchas palabras que no entendí, probablemente más de las que pensaba en primer lugar, pero lo cierto es que comprendí lo esencial: todas esas palabras extrañas describían algo realmente malo.

Con el transcurso de los años, y de las sucesivas lecturas, el vocabulario de Poe, antes indescifrable, se me reveló como las plumas majestuosas de un pavo real: algo rico, variado, colorido, pero el efecto inicial permaneció intacto.

Hoy en día se exhorta a los escritores a seguir un dudoso axioma: «menos es más», es decir, se les aconseja escribir oraciones cortas, evitar palabras oscuras, complejas, difíciles. En síntesis, se les recomienda imitar a Hemingway, entre otros autores de estilo más bien tajante. Aquellos que disfrutamos pasar tiempo en el pantanoso terreno del Horror observamos, con cierto espanto, que llevará décadas deshacer las consecuencias de este desafortunado consejo.

Hay una devoción servil a esta regla del «menos es más» en la ficción, la cual, por cierto, puede dar excelentes resultados si uno tiene por objetivo escribir un manual de instrucciones para el uso de una amoladora, pero no en el Horror.

Sobre todo no en el Horror.

Bajo el pretexto de la eficacia se emplea una norma que restringe la creatividad. El acto de escribir, por sí mismo, implica la libertad de hacer uso de la generosa gama de matices de nuestro vocabulario y formas gramaticales disponibles. El «menos es más» equivale a privarse de esos recursos, a utilizar una serie definida de ingredientes, cuando en realidad podemos disponer de todas las especias en la despensa.

Los defensores del «menos es más» rechazan la utilización de arcaísmos, términos ostensosos, incluso recubiertos por una delgada película de vanidad intelectual. Pero lo cierto es que las palabras tienen un poder secreto, y hay sonidos que poseen connotaciones antiguas, desde ya, pero aún poderosas.

Por otro lado, resulta absurdo suponer que la expresión de emociones sutiles, matices de pensamientos y de recuerdos, o bien situaciones inquietantes, en el contexto del Horror, puedan ser expresadas de forma eficaz sin la utilización de herramientas con un mismo grado de complejidad.

Si uno piensa navegar por aguas superficiales, es probable que la caja de herramientas que todo autor lleva consigo no necesite esos recursos para lograr la eficacia, pero si vamos a sumergirnos en las profundidades del océano, entonces el concepto mismo de eficacia literaria adquiere un significado completamente diferente.

El «menos es más» se apoya sobre la idea falaz de que cada problema tiene múltiples soluciones, y que la más simple es siempre la más eficaz. En el Horror no funciona de este modo, y tampoco en otros géneros literarios que se sumergen en los abismos del ser. A veces es menos importante encontrar una solución eficaz —en este caso, resolver un párrafo, un cuento, una novela—, que la elegancia con la cual se expone el proceso que deriva en esa solución, por definición, más compleja que la primera.

La eficacia, ciertamente, puede ser elegante, pero también puede ser banal.

Desde luego que aquí no promovemos el uso excesivo de una terminología oscura, sino más bien de las palabras correctas para ser utilizadas en un contexto particular. Cruzar del otro lado del muro es casi tan peligroso como el «menos es más».

Si un personaje, por ejemplo, se empeña en una tarea menor, como desordenar las secciones de un periódico para leer el horóscopo, es ilícito utilizar palabras como eviscerar, la cual suena como algo mucho más horrible de lo que la tarea realizada por el personaje podría sugerir.

Todo se resume a una cuestión de equilibrio.

Hay excelentes autores que, lejos de escribir bajo el lema: «menos es más», utilizan una terminología exacerbada, incluso aparentemente desconectada del contexto, pero que de algún modo impacta subliminalmente en el inconsciente del lector. A veces las palabras poco eficaces, según este axioma, sirven para ir construyendo indirectamente una atmósfera, un estado de ánimo, que sobrevuelan por el rabillo del ojo del lector, sugiriendo la inminencia de algo demasiado atroz como para enfrentarlo, o describirlo, directamente.

Cuando el autor sabe lo que hace, es fácil pasar por alto esas referencias incidentales; y el lector, cuando está acostumbrado a la eficacia, al «menos es más», probablemente no comprenderá exactamente de dónde proviene el sentimiento de inquietud, de perturbación, que le produce el material. Cuando esta técnica funciona, el efecto es demoledor, y superior a los mejores ejemplos del «menos es más».

Hay palabras, en determinados contextos, que saltan de la página y nos escupen en el rostro. Generalmente son palabras que no son necesarias, es decir, que no están ahí por cuestiones de eficacia, sino más bien para provocar algo. Abusar de este recurso es como utilizar demasiados condimentos en un plato. Sus notas, sus texturas, sus sabores, se perciben mejor cuando trabajan en función del contexto en el que se emplean.

Hoy en día ya no necesito tener un diccionario al lado para leer a Poe, pero el conocimiento cabal del significado de su terminología no aumentó mi aprecio por su obra. Aún sin saber lo que esas extrañas palabras querían decir, entendí lo suficiente; entendí que eran palabras importantes, que referían a cosas importantes, cosas oscuras y horrorosas, y que describirlas en términos simples, superficiales, constituiría un acto de empobrecimiento, y acaso de traición, al lector dispuesto a sumergirse en las profundidades.




Taller literario. I Universo pulp.


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1 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Es cierto.
Lóbrego es una palabra rara, desterrada al olvido. Pero sirve para describir ambientes propicios para el terror. Y que de bien en las traducciones de Lovecrat. Lúgubre no es lo mismo, aunque se acerca bastante. Y también es efectiva palabra.



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