¿El asesino de «El corazón delator» es mujer?


¿El asesino de «El corazón delator» es mujer?




El lector está condicionado por sus lecturas, pero también por cuestiones mucho más sutiles, institucionales, tal es así que nos cuesta imaginar una perspectiva diferente sobre una obra, en especial si se trata de un clásico, como El corazón delator (The Tell-Tale Heart, 1843) de Edgar Allan Poe.

¿Qué es lo primero que nos viene a la mente cuando pensamos en este relato?

Posiblemente en un asesino, un loco, un tipo desequilibrado que asesina a un viejo por el simple motivo de que este tiene un ojo particularmente irritante. Pero, ¿qué tal si no hubiese un asesino en esta brillante historia de E.A. Poe, sino una asesina?

En efecto, el narrador de El corazón delator podría ser una mujer.

De algún modo siempre lo imaginamos como un hombre, y resulta difícil evitar esa presunción, pero lo cierto es que E.A. Poe no utiliza ningún pronombre de género en el relato, nada específico que indique que se trata de un hombre, así como nada que indique que es una mujer... salvo en el momento clave de la historia.

El hecho concreto es que E.A. Poe nunca especifica que el narrador de El corazón delator sea un hombre, y eso lo cambia todo realmente. Nosotros, como lectores, simplemente hemos asumido que el narrador es un hombre porque esto es lo esperable (ver: Atrapado en el cuerpo equivocado: la identidad de género en el Horror)

Lo interesante de la posibilidad de que una narradora femenina de El corazón delator es que nos obliga a desalojar todo lo que creíamos saber sobre este relato. El hecho de que sea mujer cambia las motivaciones del asesino, su situación en relación con el viejo, con el espacio; básicamente todo adquiere un nuevo significado.

¿Por qué?

Porque la mujer era vista como inferior al hombre en tiempos de Edgar Allan Poe —no para Poe, evidentemente—. La mujer estaba encerrada en una dinámica de poder privativo, que actualmente el feminismo define como patriarcado: un sistema que automáticamente privilegia al hombre y margina a la mujer (ver: El Machismo en el Horror).

El corazón delator comienza describiendo los sentimientos del narrador sobre el cuidado del anciano, sin embargo, algo en su mirada lo trastorna, de manera tal que decide matarlo. El resto del relato se centra en el plan del narrador para cometer el asesinato y finaliza con la confesión del crimen. Marie Bonaparte, en su estudio psicológico de Edgar Allan Poe, enfatiza el elemento voyeurista en El corazón delator, pero ni siquiera sospecha que el narrador pueda ser una mujer (ver: Edgar Allan Poe por Marie Bonaparte).

La historia desarrolla la típica atmósfera macabra de Edgar Allan Poe, pero también un estilo deliberadamente contradictorio. En términos psicológicos, siempre se creyó que, al matar al anciano, el narrador practica una especie de castración simbólica, lo cual le permite asumir una posición indiscutible de superioridad, y de poder, sobre la víctima. Sigmund Freud probablemente hubiese dicho que este asesinato es la manifestación del deseo inconsciente del narrador por usurpar el lugar y la autoridad del anciano (ver: Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror).

Más aun, podemos suponer que los esfuerzos del narrador por aclarar repetidamente al lector que no está loco, sino perfectamente cuerdo, son un efecto secundario de la sensación de miedo que corresponde al ejercicio de la autoridad que poseía el anciano. La confesión final a los policías (figuras paternas) es una mezcla de sublimación de su ansia de poder y el miedo a la castración como desafío al nuevo poder del narrador.

La interpretación freudiana estándar de la escena culminante de El corazón delator, el asesinato del viejo en el dormitorio, sostiene que hay algo pasional en ese acto. El narrador revela explícitamente su enojo por el método simbólico de subyugación del anciano, mirarlo, y expresa su consiguiente deseo de matarlo. También toma represalias contra el Ojo vigilante al mirar al viejo mientras este duerme.

Así, la mirada, en términos de dominación, se desplaza del anciano al narrador, simbolizando el cambio de poder entre ellos. Luego, el narrador asfixia a su víctima, y se justifica diciendo que el Ojo del anciano de algún modo lo ha impulsado a cometer el crimen. El latido ensordecedor no procede de la culpa, sino más bien del miedo por haber usurpado la vigilancia y la autoridad del anciano.

Ahora bien, hay un problema con el análisis freudiano de El corazón delator: la identidad del narrador es masculina, lo cual excluye otras posibilidades. En contraste, la presencia de una narradora mujer arroja una interpretación inversa al mito edípico (ver: Lo que Sigmund Freud no te contó sobre el complejo de Edipo).

En lugar de un joven que desea el poder simbolizado por una figura paterna, tenemos a una mujer. Suponiendo que efectivamente lo es, ella acecha al anciano, la figura paterna, durante siete largas noches, y lo mata en un intento de escapar de la vigilancia del Ojo.

La narradora comienza en la posición femenina tradicional en la época de Poe: la de una cuidadora (ver: El cuerpo de la mujer en el Horror). Ella lleva al anciano a su casa, y hasta comenta con triste ironía después de aterrorizar al viejo con su ritual nocturno de observarlo mientras duerme:


Entré con coraje a su habitación y le hablé con valentía, llamándolo por su nombre en un tono cordial y preguntándole cómo había pasado la noche.


Pero algo le molesta profundamente a esta narradora: el escrutinio del Ojo, como si de algún modo se sintiese abusada, objetivada, por su vigilancia paternal. Enfurecida y humillada por su mirada, ella realiza la misma maniobra que hace el narrador masculino para revertir el camino de la mirada.

A diferencia del narrador masculino, su principal deseo es deshacerse de la dominante mirada masculina. Sin embargo, si en el caso del narrador masculino la escena del asesinato posee condimentos pasionales, en el escenario de una narradora femenina la escena culminante en el dormitorio posee implicaciones sexuales implícitas. Ella no solo se convierte en agresora, sino que asume una postura física dominante sobre él —tradicionalmente masculina— al asfixiarlo.

La escena culmina con una observación extraña:


No había nada que lavar, ninguna mancha de ningún tipo, ningún charco de sangre.


En este único acto, la narradora se apropia no solo de la mirada masculina, representada en el Ojo, sino también el rol masculino, al colocarse encima suyo para asfixiarlo. Y aquí, al apropiarse de la postura masculina, incluso se refiere a sí misma en términos explícitamente masculinos, afirmando repetidamente que sus acciones no son las de un loco (madman).

No es caprichoso que sea aquí, y no antes, donde Edgar Allan Poe masculiniza de algún modo a su narradora.

Sin embargo, irónicamente, la autoridad de su nuevo poder la hace más vulnerable. A diferencia del narrador masculino, el cual confiesa por temor a la castración simbólica, la condena de la narradora femenina es, paradójicamente, reconocer su feminidad.

Ante los policías se despoja de su poder adquirido y asume la postura tradicional de la mujer: se muestra pasiva, servil, expuesta ante los ojos de la Ley, es decir, del sistema. Como mujer, vuelve a ocupar su papel tradicional de objeto sumiso, victimizado, ofreciéndose a ser escudriñada una vez más por el Ojo.

Ella empieza y termina en la historia en una postura femenina estereotipada: la cuidadora que ha regresado a su posición de objeto servil.

De algún modo ella retorna a una posición de confinamiento. El latido del corazón, en este sentido, la obliga a obedecer los dictados del sistema, y confesar. Además, Edgar Allan Poe enfatiza algunas preocupaciones espaciales típicas de la conciencia femenina en la ficción del siglo XIX (ver: La Casa como representación del cuerpo de la mujer). La narradora asegura que su miedo la envuelve; de hecho, la hace sentir como envuelta en algodón. Más aun, Edgar Allan Poe hace que El corazón delator parezca un relato desarticulado, discontinuo, elementos que nunca se producen cuando el narrador es enfáticamente masculino en sus historias (ver: Ligeia y Lady Rowena: dos arquetipos femeninos en la obra de Edgar Allan Poe).

E.A. Poe le otorga a la narradora una postura masculina temporal, un rol activo, de poder, al asesinar al Ojo, y luego socava su rebeldía al devolverla a una posición tradicionalmente femenina.

El corazón delator parece sugerir que ciertos códigos de conducta, incluso discursivos, solo están permitidos para el hombre. Si una mujer se atreve a transgredir, será castigada por la Ley del Padre. En consecuencia, a la narradora se le permite desear el poder, incluso saborearlo por unos momentos, pero nunca podrá aspirar a poseerlo.

Y si opta por desobedecer este dictamen patriarcal elemental, deberá soportar las consecuencias morales. Es decir que lo que podemos interpretar como una dramatización edípica en el contexto de un narrador masculino, se convierte en una demostración de la cruda realidad de un sistema de opresión patriarcal del que nadie, hombres y mujeres, pueden liberarse.

En realidad, importa poco si el narrador de El corazón delator es hombre o mujer; lo curioso, al menos para mí, es que la mayoría de los lectores del cuento de Poe, independientemente de nuestra identidad de género, hemos aceptado mansamente esta Ley del Padre, junto con todas sus presuposiciones arbitrarias, de manera tal que la identidad del narrador se ha mantenido estable. Ni siquiera nos preguntamos si es hombre o mujer. Lo percibimos hombre, aun cuando hay muchos elementos en la historia que sugieren que no lo es.

El Ojo se convierte entonces en una representación del deseo de la narradora de obtener poder en una sociedad dominada por hombres. Sería raro encontrar este razonamiento en casi todos los autores de la época, pero no en un cuento de E.A. Poe.

En todo caso, el destino sigue siendo ingrato para cualquier tipo de narrador, pero adquiere un significado más acorde al discurso en el caso de una mujer. Ella intercambia la prisión de la Ley del Padre por las del sistema penal. Quizás por eso, retorciéndose como una mujer histérica estereotipada, bajo la mirada silenciosa de los policías, protesta:


¡Se estaban burlando de mi horror! Pero cualquier cosa era mejor que esta agonía, más tolerable que esta burla.

Estas burlas, en el narrador masculino, no parecen ser más que los delirios de un psicópata que cree, o imagina, que lo han descubierto. En el caso de una mujer, se parece a la percepción de un sistema que se ríe de una mujer que ha desafiado su rol tradicional, y que creyó, al menos por un rato, que podía salirse con la suya.

Es interesante que E.A. Poe se haya tomado el trabajo de mantener la verdadera identidad del narrador o narradora de El corazón delator en este territorio incierto, donde todas las interpretaciones son válidas, y parcialmente ciertas (ver: El Horror, los Absolutos, y la importancia de la diversidad). Solo un genio, un gigante, es capaz de semejante proeza.




Edgar Allan Poe. I Taller gótico.


Más literatura gótica:
El artículo: ¿El asesino de «El corazón delator» es mujer? fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Me gusta esta teoría, tiene mucho sentido.
No es casual que Poe haya evitado mencionar el género del narrador, tal vez mas fácil en inglés, implica toda una dedicación a elegir las palabras adecuadas, que mantengan la ambigüedad.
Es para adaptar a historieta, el cuento, teniendo en cuenta esta teoría.
Y creo no hay masculinización, si la teoría es cierta. Ella dice que no se comportó como un loco, que no se comportó como un hombre lo hubiera hecho.
Gran análisis.



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Relato de Walter de la Mare.
Mitología.
Poema de Emily Dickinson.

Relato de Vincent O'Sullivan.
Taller gótico.
Poema de Robert Graves.