Lo olfativo, lo visual, lo auditivo y lo táctil en el Horror Cósmico


Lo olfativo, lo visual, lo auditivo y lo táctil en el Horror Cósmico.




La literatura seria aborrece al Horror. En el mejor de los casos, lo desprecia con la condescendencia de su pretendida superioridad. Esto es perfectamente entendible, porque en el Horror, sobre todo en el Horror Cósmico, la vida interior de los personajes no tiene ninguna importancia.

En efecto, la vida interior de los personajes, sus pensamientos, sus ambiciones, incluso sus miedos, importan poco y nada en el Horror Cósmico (ver: Horror Cósmico: el universo conspira para destruirnos). Lo único que necesita este subgénero es un buen equipo sensorial para percibir la mierda que nos rodea.

¿Por qué?

Bueno, porque el mundo apesta.

Contar con un buen aparato olfativo es esencial si uno tiene que entrar en una realidad donde predomina una mezcla de olor a pescado podrido y cuerpos corruptos, donde no hay fantasmas decimonónicos arrastrando cadenas bajo la luz de la luna, sino cadáveres ennegrecidos, hinchados, que despiden un hedor rancio. En este contexto, la cuestión de la vida interior de los personajes se vuelve superflua (ver: El placer estético del Horror).

Y qué decir acerca del tacto.

Tocar a estas criaturas del Horror Cósmico es una experiencia repugnante. Todos podemos coincidir en eso. Esos pellejos decrépitos que supuran humores putrefactos, esos tentáculos con sus ventosas ávidas, esos apéndices y probóscides que capturan a sus víctimas en la oscuridad, que las licúan en una especie de brebaje amorfo y nauseabundo, ciertamente nos hace olvidar de las tendencias políticas o el pasado sentimental del protagonista (ver: Black Goo y otras monstruosidades amorfas en la ficción).

Lo visual también tiene su importancia en el Horror Cósmico. A veces la visión arroja imágenes inconcebibles de seres gelatinosos, pero también de arquitecturas imposibles y mundos fantásticos poblados por una biología que desafía todo lo que conocemos sobre la vida orgánica (ver: La biología del Horror: ¿por qué nos asusta lo que nos asusta?).

Y ya que la vida interior de los personajes, sus particularidades, son completamente irrelevantes en el Horror Cósmico, Lovecraft decidió proyectar su propia personalidad en sus protagonistas, a tal punto que es difícil diferenciar a uno de otro.

El protagonista lovecrafttiano por excelencia puede ser un estudiante, un profesor —preferiblemente de la Universidad de Miskatonic—, un antropólogo, un folclorista, un anticuario. Esto es lo de menos. Siempre posee un temperamento reservado, discreto, y hasta anodino. Es un hombre retirado de los intereses mundanos. Posee un rostro alargado, demacrado, y siente una particular atracción por lo desconocido. Por lo general, no sabemos mucho más sobre ellos.

En sus primeros relatos, mucho antes del Horror Cósmico, Lovecraft de hecho se tomaba el trabajo de crear un narrador diferente para cada historia, con su respectivo pasado, entorno, y psicología. Casi siempre ese narrador es un poeta, o bien alguien animado por sentimientos poéticos. Esa diversidad ha dado algunos de sus relatos más flojos. Recién cuando Lovecraft reconoció la inutilidad de forjar una psicología diferenciada para sus narradores en el contexto del Horror Cósmico, comenzaron a surgir sus mejores relatos (ver: Horror Cósmico: qué es, cómo funciona, y por qué el tamaño sí importa).

Por supuesto que la literatura seria, predominantemente introspectiva, desprecia a Lovecraft. ¿Cómo no habría de hacerlo, si los personajes lovecraftianos apenas necesitan una personalidad? A estos sujetos les basta un aparato sensorial en buenas condiciones, porque su única función está lejos del debate interno y los conflictos externos. Su única función es percibir.

Y el mundo apesta, recordemos.

No es que Lovecraft sea incapaz de construir un mundo interior para sus personajes. No le interesa. Incluso podemos pensar que la deliberada insipidez de sus personajes contribuye a la consistencia de su Mutiverso (ver: El Multiverso en los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft).

Cualquier rasgo psicológico demasiado marcado, cualquier cosa que anuncie un atisbo de personalidad propia, podría echar por tierra su consistencia y su credibilidad ante lo desconocido. Saldríamos entonces del terreno del Horror Cósmico para entrar en el Terror Psicológico. Y Lovecraft no tiene ningún interés en hablarnos de complejos y conflictos arraigados en la psique. No busca describir los matices de la neurosis o la psicosis. Lovecraft quiere contarnos que el mundo, el universo entero y sus inconcebibles dimensiones, apestan (ver:  Las propiedades terapéuticas del Horror).

El esquema del narrador lovecraftiano es fiel a la tradición de Edgar Allan Poe en un solo aspecto, y no precisamente en cuanto a su vida interior, en el caso de Poe, extremadamente rica. Esto quiere decir que generalmente el narrador lovecraftiano es consistente en afirmar que la historia que está a punto de narrar tal vez sea una pesadilla, o el fruto de una imaginación excitada por la lectura de libros blasfemos, como el Necronomicón o el De Vermis Mysteriis (ver: De Vermis Misteriis, el Vampiro Estelar y la biología extradimensional de los Mitos de Cthulhu). No importa el énfatis con el que este narrador trate de poner su testimonio bajo un manto de incertidumbre. No le creemos ni por un momento.

Sabemos que todo fue real.

Esta estructura indiferenciada del narrador lovecraftiano es funcional al Horror Cósmico. Poco importa su vida interior, si en definitiva tiene que comportarse como un obervador impotente. A veces nos asegura que hubiese querido huir del horror manifiesto, o hundirse en un piadoso desvanecimiento, pero es inútil. El narrador lovecraftiano se queda totalmente paralizado mientras la pesadilla más atroz se desarrolla frente a ellos (ver: Cómo funciona el Horror, y por qué pocos autores saben utilizarlo).

Es entonces cuando el fino aparato sensorial del narrador lovecraftiano se pone en marcha.

Las espantosas percepciones auditivas, visuales, olfativas y táctiles se multiplican, aumentan en un progresivo y aterrador ascenso, hasta que todo ese aparato sensorial se desordena y finalmente se derrumba ante la imposibilidad de procesar la información proveniente de las aberraciones extradimensionales que se manifiestan (ver: Seres Interdimensionales en los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft).

Tampoco es fácil identificarse con las descripciones del narrador. Por ejemplo, pocos lectores podremos sentirnos identificados por el repelente e infecto hedor yodado de las algas, ni siquiera encontrar en nuestras experiencias personales algo que se le parezca a esa aversión. Sin embargo, empatizamos con el asco del narrador, con su estado de repulsión desbordada.

Esto puede traer consecuencias imprevistas. Después de leer La sombra sobre Innsmouth (The Shadow Over Innsmouth) es difícil mirar a un batracio con indulgencia.

Lo extradimensional, lo de Afuera, lo que desafía la biología de nuestro mundo, incluso nuestra concepción del Bien y el Mal, también es secundario, porque el verdadero objetivo del Horror Cósmico es confrontar todo eso con las percepciones ordinarias de nuestros sentidos (ver: La biología de los Monstruos). Ése es el desafío, y Lovecraft utiliza las mejores herramientas para afrontarlo, justamente aquellas que son condenadas por la literatura seria.

Si uno tiene que describir algo excesivo, es imprescindible proceder con cierta exacerbación. De ahí que Lovecraft describa con macabra minuciosidad, pero también con desbordada excitación, a todos esos seres babosos, esos idiotas mestizos, esas criaturas amorfas, híbridas, esos humanoides de piel escamosa y narices dilatadas (ver: Vermifobia: gusanos y otros anélidos freudianos en la ficción).

Por lo que sabemos, Lovecraft no era un gran aficionado a la música, pero las percepciones auditivas tienen reservado un lugar especial en su obra. Pocos autores tienen un oído tan fino para el horror. A veces basta un débil sonido de succión, o una risa debajo de la cual se percibe un extraño matiz animal, como el gorgoteo de un batracio o el silbido de un insecto, para generar esta sensación de incomodidad en el ector, cuando no directamente de inquietud (ver: Los Monstruos y lo Monstruoso).

Podemos pensar aquí en una especie de banda de sonido lovecraftiano. Por supuesto, hay cuentos como La música de Erich Zann (The Music of Erich Zann), donde cierta combinación de notas musicales precipitan el Horror Cósmico, pero me refiero más a un ruido ambiental en sus historias, sonidos que se repiten, a veces de fondo, otras en primer plano: ruidos de cosas bulbosas que se arrastran y succionan.

En última instancia, se produce la confusión sensorial. Ya no sabemos si estamos escuchando o tocando algo, viéndolo u oliéndolo. Todo converge para que el narrador llegue a un estado de colapso nervioso, de paroxismo, ante los estímulos sensoriales excesivos, cuyos cinco sentidos son incapaces de procesar adecuadamente.

Tomemos por ejemplo el siguiente párrafo del relato: Bajo las pirámides (Imprisoned with the Pharaons), escrito por encargo, nada menos que por Harry Houdini (ver: Lovecraft como escritor fantasma)


«Llamó mi atención algo que agitó mis oídos antes que mi conciencia: desde las entrañas de la tierra llegaban sonidos acompasados, precisos. Intuitivamente, comprendí que eran muy antiguos. Los producía un grupo de instrumentos que mis conocimientos de egiptología me permitieron identificar: flauta, sambuca, sistro y pandero. El ritmo de aquella música me transmitió un sentimiento de espanto, un espanto extrañamente separado de mí mismo, semejante a una especie de piedad por nuestro planeta, que encierra en sus profundidades tantos horrores. Los sonidos aumentaron y sentí que se acercaban. Empecé a distinguir las mórbidas y múltiples pisadas de criaturas en movimiento. Lo más horrible era que pasos tan desiguales pudieran avanzar con un ritmo tan perfecto. Las monstruosidades venidas de lo más profundo debían de haberse entrenado durante miles de años para desfilar de aquella manera. Caminaban, cojeaban, reptaban, todo al son discordante de aquellos instrumentos infernales.»


Aquí no estamos ni siquiera en el clímax de la historia. De hecho, en este punto todavía no ha ocurrido nada, solo escuchamos estas cosas que se acercan. Sabemos que eventualmente las veremos, a través de los ojos desencajados del narrador, que su hedor impregnará nuestras fosas nasales, y que podremos darnos una idea aproximada del asco que nos produciría tocarlas, sentir sus apéndices que tantean nuestra piel buscando el mejor lugar para realizar un orificio estratégico.

Lovecraft es el mejor, por mucho, en lograr esa transferencia sensorial con el lector.




Taller gótico. I H.P. Lovecraft.


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El artículo: Lo olfativo, lo visual, lo auditivo y lo táctil en el Horror Cósmico fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

4 comentarios:

luis dijo...

Hola sebastian, coincido, el universo de Lovecraft es mezquino con sus protagonistas, tienen el destino de morir de forma espantosa o vivir en un Siquiatrico el resto de su vida y esto segundo con suerte, con ese destino hasta les conviene no tener vida interior, me acuerdo de un documental que leí sobre animales ponsoñosos, describía a las tarántulas no como animales peligrosos sino aterrorizados por percibir con sus innumerables ojos montañas en movimiento,(o sea los humanos), y atacando solo por miedo, un saludo.

Sebastian Beringheli dijo...

Una perspectiva interesante, Luis, esto que mencionas. Que yo recuerde al menos, no hay un solo relato de los Mitos escrito desde una mirada no humana. Hubiese sido interesante saber qué tendría para decir Lovecraft al respecto.

Unknown dijo...

La deshumanización del espíritu humano es el nombre de estos horrores cósmicos y también constituye su perspectiva, una perspectiva no humana cuyo lenguaje es parte de los abismos con los que chocan los pensadores y qué Lovecraft Puebla de entidades a nombre de simbolizar el cosmos, más vasto y virgen, tanto y no más que los océanos. Que hablen los que encarnan el mito no nos regalaría un bien mayor , en todo caso un extraño recurso argumental que vacilaria....

luis dijo...

Con más tiempo los mitos talvez serían otra cosa, ahora sólo podemos imaginarlo,saludos.



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