El placer estético del Horror


El placer estético del Horror.




El Horror, sin lugar a dudas, constituye uno de los géneros más entrañables de la ficción. La verdadera pregunta, en todo caso, sería por qué lo disfrutamos, es decir, por qué una obra de ficción que pone de manifiesto nuestros propios miedos puede volverse tan atractiva.

Y así como existe una cierta atracción por lo Macabro en todos los seres humanos, el Horror logra trascender su propia naturaleza para convertirse en un motivo de placer.

Este placer, que por momentos roza el goce sensorial, puede ser entendido como un placer estético por el Horror, y el primer autor en entender este sutil mecanismo de la psique fue Edgar Allan Poe.

La literatura gótica forma parte de la obra de Edgar Allan Poe, del mismo modo en que forma parte del primer ejemplo del placer por la lectura (ver: Cómo las mujeres nos enseñaron a leer por placer). Lo Gótico, en E.A. Poe, se manifiesta en rebeldía, en la influencia del concepto del pecado original y el motivo del sujeto perturbado o degenerado que nace en el seno del puritanismo. En menos palabras: E.A. Poe expresa lo reprimido en nosotros mismos.

La lectura de E.A. Poe produce una especie de horror innombrable proveniente del fondo de nuestros corazones, pero también disfrute, un placer estético por aquello que nos aterroriza. ¿Pero qué es exactamente eso que nos atemoriza?

En Mensaje encontrado en una botella (Ms Found in a Bottle) se expresa el horror por lo sobrenatural; en El entierro prematuro (The Premature Burial), el miedo a la muerte; en El gato negro (The Black Cat), el horror al mal que subyace en el ser humano. Pero entre todos los miedos posibles, el miedo a la Nada es el más fuerte de todos.

Podemos temerle a cosas tangibles, como los crímenes en la vida real, y un sinnúmero de cosas horrorosas que suceden cotidianamente. Sin embargo, expresarlas directamente rara vez produce el placer estético que persigue E.A. Poe en sus obras. El horror a la Nada, en cambio, tan inherente al ser humano como inexplicable, puede adquirir cualquier forma, incluso una forma particular, de acuerdo a nuestros propios miedos (ver: Cómo funciona el Horror, y por qué pocos autores saben utilizarlo).

Pero, ¿cómo logra E.A. Poe presentar este miedo a la Nada, que por su propio carácter informe puede ajustarse perfectamente a nuestros miedos particulares?

En primer lugar, E.A. Poe trabajaba con minuciosidad. Cada cuento es un mecanismo de relojería donde el efecto deseado estaba planificado cuidadosamente. Más allá del simbolismo, hay un dispositivo diseñado para crear y mantener el suspenso en todos sus argumentos. Para mejorar la experiencia, E.A. Poe utiliza al narrador en primera persona, lo cual además le permite generar una atmósfera integral más eficiente y un estímulo constante de los sentidos del lector.

La mayoría de los relatos de Poe tienen un cierre claro, pero no todos, ciertamente. Por ejemplo, en Ligeia (Ligeia), el cuento parece finalizar antes de tiempo, como si la narrativa sencillamente se detuviera. ¿Era una ilusión, un delirio del protagonista, o Ligeia realmente volvió de la muerte? El autor no lo aclara, y esa omisión produce un efecto completamente nuevo hasta entonces (ver: E.A. Poe y la Locura como sublime forma de la inteligencia).

E.A. Poe nos ha enseñado que el Horror produce dolor, pero también que puede ser una fuente de belleza, un motivo capaz de hacernos experimentar un inexplicable placer estético. En este sentido, Poe no disocia el Horror de lo bello, sino que integra este matiz en el verdadero núcleo del miedo (ver: Los Monstruos y lo Monstruoso: la equilibrada fórmula del Horror).

En el prefacio de Cuentos de lo grotesco y lo arabesco (Tales of the Grotesque and Arabesque), Poe razona que el Horror es un sentimiento noble, como el amor. Después de todo, la oscuridad puede ser pura en su propia negrura. Esta interpretación razonable lo llevó a concluir resultados racionales en su ficción. Es por eso que la imaginación de Poe, su éxito y su influencia en la cultura, proceden de una dinámica sutil, un estado de constante cooperación entre autor y sus lectores, donde aquel nos ofrece un marco, un lienzo, para que lo llenemos con nuestros propios miedos.




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