La atracción por lo Macabro en la ficción


La atracción por lo Macabro en la ficción.




El verdadero artista ansía lo Macabro, lo Grotesco, aquello que sacude la fibra más íntima del ser. Y lo Macabro nos atrae, ejerce sobre nosotros una repulsiva fascinación. No podemos dejar de mirarlo, de olerlo, de estirar los dedos temblorosos para tocarlo.

En general, el arte nos ofrece sustitutos de lo Macabro, coloridas representaciones que asquean, como mucho, pero que ni siquiera empiezan a rascar la superficie. No obstante, de vez en cuando surgen artistas capaces de evocar ese horror pretérito, aunque de hecho ellos también formen parte de la ficción.

En este caso hablaremos de dos de ellos: Cyprian Sincaul y Richard Upton Pickman, y de las dos inquietantes miradas que nos ofrecen sobre lo Macabro.


Quiero hacer en la escultura lo que Poe, Lovecraft y Baudelaire hicieron en la literatura, y lo que Rops y Goya hicieron en la pintura.

(I wanted to do in sculpture what Poe and Lovecraft and Baudelaire have done in literature, and what Rops and Goya did in pictorial art)


Esta es la primera declaración que escuchamos de Cyprian Sincaul, un artista plástico que protagoniza el relato Clark Ashton Smith: Los cazadores del más allá (The Hunters from Beyond), publicado en la edición de octubre de 1932 de la revista Strange Tales, y luego reeditado en la antología de 1944: Mundos perdidos (Lost Worlds).

Por otro lado, tenemos a Richard Upton Pickman, protagonista del cuento de H.P. Lovecraft: El modelo de Pickman (Pickman’s Model), publicado en la edición de octubre de 1927 de Weird Tales, y luego reeditado por Arkham House en la colección de 1939: El extraño y otros (The Outsider and Others).

Sincaul y Pickman se inspiran en lo Macabro para dar forma a sus horrendas creaciones, y si bien los dos beben del mismo pozo nauseabundo, lo que excretan a través del arte es diametralmente opuesto, aunque igualmente Macabro (ver: ¡No mires! Bueno, quizás un poco). Ambos artistas, además, son individuos solitarios, aislados de la sociedad, que ejercitan el arte a través del Realismo, no para representar los espeluznantes demonios de la imaginación, sino criaturas de la vida real.

Pickman es un pintor cuya única preocupación es lo Macabro, y despertar en su público una especie de miedo primordial. Claramente lo consigue. Sus pinturas son tan terroríficas, con representaciones de seres subterráneos, grotescos, similares a los Ghouls, que infunden incluso la locura.

Por su parte, Sincaul es un escultor que también está obsesionado con lo Macabro, especialmente con las obras de Goya. Su principal obra representa una criatura imposible, especie de Gárgola, que recuerda mucho a los Ghouls de Pickman: seres con facciones que integran lo humano y lo canino, con garras y ojos resplandecientes y profundos.

Después de un período de mediocridad, el escultor alcanza la maestría en sus representaciones al entrar en contacto directo su fuente de su inspiración: seres que él llama Cazadores del más allá; del mismo modo en que Pickman lo hace con sus odiosos seres subterráneos. Pero tanto los Ghouls de Pickman, como los Cazadores de Sincaul, tienen su propia agenda.

Lo Macabro, o mejor dicho, la atracción por lo Macabro, es el eje central de ambos relatos, pero también existe una diferencia significativa entre los sujetos de ambos artistas.

Los Ghouls de Pickman son criaturas tangibles, es decir, físicas, una especie olvidada que vive en catacumbas inaccesibles, pero sujetos a las mismas leyes naturales que nosotros en la superficie. Esa visión de lo Macabro representa la naturaleza animal reprimida en el ser humano, y particularmente en H.P. Lovecraft, ya solo buscan satisfacer sus impulsos básicos: comer y reproducirse. De hecho, el propio Pickman es un mestizo, producto de la unión blasfema entre una mujer y un Ghoul.

Los Cazadores de Sincaul, en cambio, son seres interdimensionales, es decir, etéreos, fantasmales, que de tanto en tanto aparecen en el plano físico pero siempre de forma intangibles, y hasta inofensiva, hasta que por fin consiguen seducir y atraer a sus víctimas a su propia dimensión. No ansían la carne, como los Ghouls, sino la sutil materia del alma humana.

El estudio de Sincaul es animado por la presencia de una mujer. En efecto, el artista ha contratado a una modelo, llamada Marta. Se nos dice que es hermosa, pero los estándares que maneja Sincaul nos alertan sobre su fealdad. Naturalmente, Marta es utilizada como carnada para los Cazadores, o como ofrenda, pero ella no parece estar demasiado preocupada. Antes de que su alma sea devorada por estas entidades interdimensionales confiesa que se ha enamorado del escultor, y que haría cualquier cosa por él.

Esto parece despertar el último rasgo de humanidad en Sincaul, quien en un ataque de pánico y remordimiento decide quemar todas sus esculturas. Si se tratara de un relato de Lovecraft, probablemente Sincaul habría escondido sus obras para perturbar a las generaciones posteriores; porque lo Macabro, uno de los rostros del mal, nunca pierde en los cuentos de Lovecraft, simplemente realiza un retiro momentáneo, acaso estratégico, para tomar impulso en el futuro.

Pero Sincaul es de Clark Ashton Smith, y su fascinación por lo Macabro esconde otros intereses, acaso más mundanos, como la ambición, la arrogancia y el deseo de reconocimiento. Al final, con Marta siendo desgarrada por feroces incisivos interdimensionales, Sincaul sigue siendo humano, y se arrepiente.

Pickman es animado por las mismas pasiones extrañas de Sincaul, por el mismo deseo y atracción por lo Macabro, pero no se arrepiente al final. Su desprecio por la raza humana es tan profundo que sucumbe a la otra parte de su naturaleza. Decide aceptar su mitad siniestra, y se hunde en aquellas catacumbas para reunirse con los Ghouls.

Podemos pensar que Sincaul era un impostor, un tipo que ansiaba lo Macabro pero que no estaba dispuesto a sacrificar su humanidad. En este sentido, Pickman sí se sacrifica, al menos su costado humano, y abandona la civilización para convertirse él mismo en su objeto de deseo.




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