La biología del Horror: ¿por qué nos asusta lo que nos asusta?
Todos conocemos al menos una persona que detesta las películas de terror, y por tal caso las novelas de terror también, argumentando a veces que se trata de un género infantil, y otras sencillamente porque no se asustan. El argumento es absurdo, por muchas razones. Todo el mundo se asusta. Todo el mundo tiene miedo. Solo es cuestión de encontrar el mecanismo correcto para despertarlo.
El Miedo es un asunto interesante. Lovecraft lo definió del siguiente modo:
La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido.
Esta sentencia a menudo es tomada como una ley universal; sin embargo, no parece ajustarse necesariamente a lo que se observa en otras especies. Hay animales que, en estado salvaje, nunca han tenido contacto con los seres humanos, y cuando esto ocurre no se muestran particularmente horrorizados ante lo desconocido, sino más bien indiferentes.
El problema con el Horror son sus ejecutores: autores, guionistas, directores; en fin, la industria en su conjunto (ver: Cómo funciona el Horror, y por qué pocos autores saben utilizarlo). Cualquier imbécil puede asustar si se esconde detrás de una puerta y nos sobresalta de repente, o, en términos cinematográficos, haciendo retumbar la sala con un tétrico acorde en un momento de gran tensión. Ese Miedo equivale a la nada misma. Se diluye apenas recuperamos el aliento.
El verdadero Horror, ése que subyace detrás de lo cotidiano, ese que perdura en un estado emocional de inquietud y ansiedad, no se mira de frente. Uno se aproxima de refilón, oblicuamente, y a medida que nos acercamos a él vamos descubriendo que no tiene nada de desconocido; sino todo lo contrario (ver: El placer estético del Horror).
Hay una anécdota autobiográfica de Edith Wharton que describe muy bien la función simbólica del Horror en términos de expresión a través de la sensibilidad literaria. Todos podemos traducirla a alguna experiencia personal que hayamos tenido en el pasado.
Cuando tenía nueve años de edad, Edith Wharton vivía en Alemania con su familia. Allí contrajo la fiebre tifoidea y estuvo cerca de la muerte durante varias semanas. Esta experiencia, en la que su cuerpo fue violentado e invadido por una fuerza exterior, la dejó en un estado que ella definió del siguiente modo:
Me sentí presa de una especie de timidez física, interna, e irracional. Fue como si una amenaza oscura e indefinible me persiguiera, siempre al acecho.
Aparentemente, el episodio de la enfermedad le permitió a Edith Wharton comprender no solo su mortalidad, sino que su vida estaba sujeta al asalto físico y psicológico de fuerzas exteriores capaces de derrotarla en cualquier momento. Esta comprensión, para una niña de nueve años, sería un asunto oculto, intraducible en palabras, pero que germinó subconscientemente.
El cuerpo de Wharton con frecuencia recordaría esta experiencia de peligro biológico, un miedo interno y sin razón, y volvería a visitarla constantemente en su producción literaria (ver: La biología de los Monstruos).
En su autobiografía, Edith Wharton señala que la sensación de amenaza era más severa cuando regresaba a casa de sus paseos diarios con su padre o, en su defecto, con su institutriz, justo antes de que se abriera la puerta de entrada:
Podía sentir esa amenaza sin nombre detrás de mí, sobre mí; y si había alguna demora en abrir la puerta, era literalmente atrapada por una asfixiante agonía de terror.
En términos psicológicos, lo que Edith Wharton estaba atravesando entonces era un proceso mediante el cual la experiencia del peligro físico, y traumático, que sufrió durante su enfermedad, se expresaba de forma simbólica.
La ficción funciona de manera similar.
Mientras que la preocupación tradicional de la tragedia ha sido el destino, siempre inevitable, siempre en el futuro, se podría decir que el Horror se preocupa por esa amenaza sin nombre del pasado.
Al igual que la mente de Wharton, el género no puede expresar esos miedos de forma directa. Para ser eficaz, para que podamos identificarnos con él, para que podamos vernos reflejados y, de ese modo, exorcizarnos también nosotros, el Horror en la ficción, independientemente del formato, solo puede expresarse simbólicamente.
El Horror —en términos de ficción— es una representación, no el hecho en sí; de modo tal que su función no es asustarnos al exponer una serie de situaciones inquietantes, sino más bien despertar el recuerdo de nuestras propias amenazas sin nombre.
Esto es algo que el ser humano comprende desde los albores de la civilización, pero que por razones más bien banales ha sido olvidado por el género, o dejado de lado bajo diversos pretextos.
Pensemos por ejemplo en la Edad de Piedra, en un grupo de cazadores que realiza una danza ritual para lograr buenos resultados en su expedición. El ritual no puede confundirse con el hecho de la caza en sí mismo. El ritual es arte, tiene su propia energía, su propia función. Del mismo modo, el Horror literario y cinematográfico no es el Horror propiamente dicho, sino su representación simbólica.
Desde el lado del espectador, y del lector, las cosas están bastante claras. Al leer o ver una ficción del género participamos en la invocación del Horror, somos parte de la danza ritual.
Tal vez en un momento el shamán aparezca con una cabeza de toro en medio de la ceremonia, y nos sobresaltemos, del mismo modo que saltamos del asiento cuando el director decide jugarnos una mala pasada, pero en ambos casos rápidamente recuperamos la compostura. Sabemos que es el chamán con una cabeza de toro, y no el toro, sabemos que no hay nada de qué preocuparse cuando la orquesta se calla.
Ah, pero las grandes piezas del género van más allá.
La inquietud que nos infunden no termina con la última página del libro, no se desvanece con los créditos. Permanece, nos acompaña, como esa amenaza invisible que acechaba Wharton. Siempre está ahí. Solo basta que algo exterior, un libro, quizás, una película —experiencias, en definitiva— vibren en su misma frecuencia para energizarla nuevamente.
Taller Gótico. I Taller literario.
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1 comentarios:
Excelente artículo. Comparto la misma idea que el autor; el horror no se identifica con lo que nos hace sobresaltar.
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