Horror: 300 años de un género que agoniza exquisitamente


Horror: 300 años de un género que agoniza exquisitamente.




Los géneros literarios no mueren, pero sí sufren períodos de decaimiento, incluso de agotamiento. Este proceso es seguido por una especie de reciclaje donde lo viejo se presenta como algo nuevo. El Horror, quizás como ningún otro género, atraviesa esta etapa desde hace unos trescientos años.

Lo cierto es que no sucede nada nuevo en el Horror desde hace tres siglos, salvo la aparición del Horror Cósmico en la primera mitad del siglo XX, de la mano de H.P. Lovecraft y sus exquisitos acólitos (ver: Cómo funciona el Horror, y por qué pocos autores saben utilizarlo).

Pensemos, por ejemplo, en los Poetas de Cementerio del siglo XVIII; en Thomas Gray y su Elegía escrita en un cementerio rural (Elegy Written in a Country Churchyard), en Robert Blair y La tumba (The Grave), quienes utilizaron escenarios góticos de cementerios, iglesias y castillos medievales como reflejo del estado emocional del ser. Esa misma matriz, ya deteriorada por un constante desgaste, sigue existiendo hoy en día como una parodia deslucida.

El sentimiento religioso ocupa la centralidad en el Horror, aun cuando ese sentimiento comenzó a desvanecerse de la sociedad en el siglo XIX. El mensaje moral, ético, de los Poetas de Cementerio, fue destituido, pero las imágenes, los escenarios que estos utilizaron, sobrevivieron, y sobre ellos se construye el Horror tal como lo conocemos (ver: El placer estético del Horror).

Este imaginario utilizado por los Poetas de Cementerio, y establecido de forma definitiva a través de la literatura gótica, se reutiliza constantemente, se recicla una y otra vez. Pensemos en todas las piezas de ficción que aún contienen escenarios vinculados a los cementerios, las tumbas, las iglesias, las casas embrujadas, antiguas y decrépitas. ¿Por qué, en una era marcadamente secular como la nuestra, esos escenarios siguen vigentes?

Uno puede tomar cualquier novela, relato o película de terror actual y observar que prácticamente todos los elementos tradicionales del Horror: escenarios, tramas, personajes y concepciones de lo sobrenatural, todavía están en uso, o mejor dicho, todavía siguen siendo reciclados en una especie de bucle cuyo resultado final se deteriora cada vez más (ver: Diferencias entre el Horror y el Terror).

Una vez que los Poetas del Cementerio hicieron su contribución, todo trabajo posterior fue motivado más por el entretenimiento que por el deseo de alcanzar cierta profundidad intelectual y espiritual, y ciertamente se centró en el negocio. El resultado, salvo algunas excepciones notables, es un género donde se enfatiza más el efecto, el impacto, que otras cualidades como la verosimilitud, la caracterización o el tema.

Por supuesto, decíamos, hay excepciones. Pero no deja de asombrar que un género en donde abunda la sangre, lo grotesco, lo aberrante, sea también una de las áreas más conservadoras de la literatura, como lo demuestra la constante y fatigosa repetición de temas, y donde toda desviación de los dispositivos habituales incomoda a sus fanáticos (ver: El Horror, los Absolutos, y la importancia de la diversidad).

No es necesario mirar muy lejos para advertir este elemento conservador. Pensemos en todas las secuelas, precuelas y recreaciones de películas clásicas, en autores modernos, aparentemente, que aspiran a contribuir algo al género pero que todavía dependen del vocabulario, de las imágenes y conceptualizaciones formuladas hace más de un siglo, en el mejor de los casos.

Existen, desde ya, verdaderos fanáticos del Horror; por otro lado, existen consumidores del género. Estos últimos se alimentan de los efectos, no de los dispositivos del género. Mientras predomine esta mirada, el Horror seguirá siendo conservador. Su mercado así lo exige.

El problema, en todo caso, lo sufrimos aquellos que sentimos una relación casi perversa con el género, aquellos que lo respetamos por ahondar en las profundidades del ser, más que por su capacidad para sobresaltar a un espectador con el rostro hundido en un balde de pochoclo. Con cierta resignación observamos la reintroducción continua de secuelas, precuelas y recreaciones en este bucle de perpetuo y cada vez más deficiente recliclaje.

Cuando algo se vuelve un bien de consumo el mercado busca satisfacer la demanda del consumidor; y los consumidores del Horror, no sus sinceros admiradores, son notablemente conservadores. Este camino tiene un solo final posible: eventualmente, el Horror se volverá cada vez más canónico, sus obras tradicionales se convertirán en un producto colectivo, cultural. Desde ya que esto no es algo necesariamente malo, salvo para la innovación.

La canonización de algo implica su sacralidad, su carácter inmutable, casi religioso, donde las formas, lo externo, importan más que el contenido. Cualquier variación implica un desafío a esas normas, y la imposibilidad de aceptar esos cambios dentro del cánon. Por suerte, hay que decirlo, también hay unos pocos evangelios apócrifos en el Horror, es decir, autores y obras que todavía comprenden la esencia subversiva del género.

Es probable que el refinamiento continuo de las técnicas cinematográficas haga que el Horror, al menos en éste ámbito, adquiera mayor realismo, lo cual, paradójicamente, atenta contra la esencia del género. Un monstruo vermiforme con texturas sumamente realistas puede ser motivo de admiración por esa técnica, pero no constituye un avance en el género, sino más bien un retroceso. Significa que nos estamos desviando de la verdadera matriz del Horror, de su naturaleza atávica, incluso espiritual, si se quiere.

Después de todo, el Arte, en cualquiera de sus formas, es un lenguaje para referirse a las grandes preocupaciones del ser humano, como el amor y la muerte, y el Horror, como una de las ramas del Arte, proporciona uno de los vocabularios más complejos para entablar esa conversación.

Quizás nuestra mirada sea un tanto pesimista. Lo admitimos. Tal vez estemos equivocados y la sensación de haber visto la misma película de terror, la misma novela, una y otra vez, sean impresiones de una mente deteriorada.

De todas formas, al salir del cine o al cerrar el último libro contemporáneo del género, no podemos evitar esta amarga sensación: en el Horror no hay nada nuevo, ni lo habrá, hasta que alguien rompa la hegemonía de lo canónico, hasta que alguien desafíe las viejas fórmulas para hacernos enfrentar el mismo destino pero desde otra perspectiva, para hacernos sentir un poco como Frodo, ya cerca del Monte del Destino, ante el Ojo sin párpado de Sauron, desnudos en la oscuridad.




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