Regan MacNeil vs Lovecraft: el fenómeno de la posesión en la ficción


Regan MacNeil vs Lovecraft: el fenómeno de la posesión en la ficción.




El fenómeno de la posesión demoníaca está ampliamente extendido en la ficción, particularmente en las novelas, relatos de terror, y en general en toda la literatura gótica, casi siempre de forma ineficaz.

El primer ejemplo que se nos ocurre para refutar esa afirmación es El Exorcista (The Exorcist). Pocas veces el cine de terror produjo tantas pesadillas, sin embargo, hay un último umbral que ni siquiera esta obra paradigmática del género ha logrado atravesar.

Todo funciona perfectamente en esta historia, salvo que el fenómeno de la posesión nunca es resuelto del todo. Pazuzu, el demonio de «El Exorcista», es un personaje más bien chato —aunque aterrador—, y nunca nos enteramos realmente cómo logra poseer a Regan MacNeil. ¿Fue el tablero Ouija? ¿Cualquiera que utilice este tipo de dispositivos, como el juego de la copa, puede ser poseído por fuerzas demoníacas con el mismo grado de facilidad? En ese caso, la cifra de posesos sería alta, demasiado alta.

No, tiene que haber algo más.

Ese algo más es el umbral inexplorado que mencionamos anteriormente: una posibilidad, por cierto, remota, de que el fenómeno de la posesión en la ficción tenga algún tipo de relación con el conocimiento.

Uno de los pocos autores que ha metido las narices a través ese umbral fue H.P. Lovecraft. En sus historias, e fenómeno de la posesión ocurre de manera involuntaria. Al igual que Regan MacNeil, el héroe lovecraftiano evoca a la entidad demoníaca por accidente y; por lo general, su propia voluntad termina siendo dirigida y articulada por el invasor.

En ambos casos observamos un elemento que se repite en los casos de posesión en la ficción: el protagonista no es alguien que firma un pacto con el demonio, o un invocador voluntario, ni tampoco tiene el control sobre el proceso. Regan es una chica solitaria, al igual que el héroe de lovecraftiano, por lo general, un erudito académico que se topa con algún libro prohibido, como el Necronomicón, mientras se debilita progresivamente a medida que la entidad se sincroniza con su mente y su cuerpo.

Regan no recurre a ningún grimorio, pero sí a la Ouija, es decir, a la palabra escrita como umbral o portal interdimensional que nos conecta con otra realidad.

En La tumba (The Tomb), Lovecraft relata la gradual posesión de un joven que visita obsesivamente la cripta familiar, a tal punto que esa repetición nos hace pensar en algún tipo de ritual simbólico e inconsciente. En Las ratas en las paredes (The Rats in the Walls), el descendiente de una familia infame sucumbe ante la manifestación de un ancestro caníbal. Incluso la mera proximidad física del protagonista, Walter Gilman, con los restos desecados de Keziah Mason, su ancestro, es suficiente para alterar su personalidad y llevarlo a cometer ritos abominables en Los sueños en la casa de la bruja (The Dreams in the Witch House).

Otros ejemplos notables son El morador de las tinieblas (The Haunter of the Dark), donde presenciamos la posesión psíquica de un tal Robert Blake, quien inadvertidamente invoca a Nyarlathotep en una iglesia profanada. Pero el ejemplo más logrado de posesión en la obra de Lovecraft se encuentra en El caso de Charles Dexter Ward (The Case of Charles Dexter Ward), donde un nigromante, llamado Joseph Curwin, es capaz de reconstituirse a través de la erudición y la curiosidad —es decir, el conocimiento— de su descendiente, Charles Ward.

En todos estos casos podemos encontrar algo de Regan MacNeil: el protagonista no invoca activamente el horror, sino que es una víctima pasiva, dominada por fuerzas sobrenaturales que no comprende. Sin embargo, para que todo eso ocurra primero debe abrirse una puerta, que en Lovecraft adquiere la silueta de la erudición anticuaria, y en Regan MacNeil la de la curiosidad. De cualquier forma, la clave es el deseo de conocimiento.

A pesar de que existen algunas variaciones, esta es la secuencia típica de la posesión demoníaca en la ficción: el protagonista invoca —involuntariamente— y luego sucumbe ante la manifestación de alguna entidad del más allá.

Quizás lo que Regan MacNeil y los desgraciados héroes lovecraftianos finalmente han invocado es el conocimiento, pero no en términos de sabiduría, o de poder, sino de algún tipo de saber aterrador y olvidado, probablemente reprimido, sobre la verdadera naturaleza de la realidad.

¿No es acaso conocimiento lo que buscan los practicantes del ocultismo? ¿No es acaso conocimiento lo que se busca cuando alguien se dispone a utilizar un tablero Ouija? Ese conocimiento, en todo caso, llega de forma traumática, como si no fuésemos lo suficientemente fuertes como para asimilarlo.

Y si el conocimiento es poder, el conocimiento absoluto es poder absoluto, con lo cual no es extraño que la personalidad de quien lo haya invocado sea irremediablemente desalojada de su cuerpo, mientras éste es ocupado por un saber demasiado antiguo y horrible como para coexistir con nuestra ineficaz percepción de la realidad.




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1 comentarios:

Luciano dijo...

Excelente artículo!



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