Horror Cósmico: qué es, cómo funciona, y por qué el tamaño sí importa


Horror Cósmico: qué es, cómo funciona, y por qué el tamaño sí importa.




El Horror Cósmico puede definirse como una cuestión de perspectiva, de marcada diferencia de escala, donde el tamaño sí importa.

En términos más específicos podemos pensar en el Horror Cósmico como esa sensación de pequeñez que experimentamos en ocasiones al percibir que la humanidad y el mundo que habitamos son intrascendentes en comparación con el vasto universo y las fuerzas incomprensibles que lo pueblan.

Pero el Horror Cósmico va más allá de la literatura y el cine. De hecho, el Cosmicismo se manifiesta de tres maneras diferentes: como un dispositivo literario, como una postura filosófica, y finalmente como una perspectiva psicológica.

La presencia del Horror Cósmico, en términos de dispositivo literario, como ocurre en la obra de H.P. Lovecraft, Arthur Machen y Algernon Blackwood, tiene la función colocarnos en una posición desventajosa en relación al universo. Si los personajes humanos —y, por extensión, la humanidad misma— pueden volverse insignificantes e impotentes ante una criatura o una entidad enorme y poderosa, entonces la consiguiente pérdida de control se traduce en Horror. En la medida en que el autor haya logrado una buena caracterización de esos personajes, el lector también podrá experimentar la misma inquietud.

Como todo dispositivo literario, el Horror Cósmico no depende exclusivamente de sus ingredientes, sino más bien de cómo se los utiliza, tanto en el Horror como en la Ciencia Ficción. El solo hecho de que la humanidad sea representada como impotente ante alguna amenaza sobrenatural o cósmica no necesariamente funciona.

No es infrecuente que el Horror Cósmico, cuando es utilizado de forma vulgar, compare a la humanidad explícitamente con los insectos. La premisa: ¡somos hormigas!, es una declaración típica del Cosmicismo de vuelo rasante. Esto se hace presente con mayor intensidad en el cine de género, donde los humanos mueren como insectos, es decir: sin identidad, y sobre todo sin posibilidad de defenderse, literalmente como hormigas indefensas que son aplastadas por una fuerza superior.

El tamaño sí importa en el Horror Cósmico, pero claramente no es lo único que importa. En términos de dispositivo literario, el Cosmicismo busca reducir el tamaño y la importancia del ser humano para aumentar el terror que produce la amenaza, mucho más grande en escala, pero esa diferencia, por sí misma, no produce el efecto deseado porque prescinde de la caracterización.

Es así que en las películas del género podemos ver como mueren miles y miles de personas sin que lleguemos a sentir el más ínfimo escalofrío. No significan nada para nosotros. Son personas anónimas, o no personas, porque el autor, o el director, no ha logrado que formaran parte de lo que podríamos llamar un sujeto de empatía.

El esfuerzo por colocar a la humanidad en una situación desventajosa, o por generar la analogía de que somos hormigas sin importancia que corren desesperadamente bajo los pies de una amenaza colosal, nos hace responder como espectadores de la misma forma en la que reaccionaríamos ante alguien que pisa accidentalmente un hormiguero. Es decir, nada.

Ahora bien, como postura filosófica, el Horror Cósmico coquetea con el materialismo, y hasta con el ateísmo, pero de manera paradójica. Nos arrebata la creencia de que somos importantes dentro del esquema del universo, pero al mismo tiempo sostiene que no estamos solos en él, aunque esa compañía resulte indeseable en la mayoría de los casos.

En última instancia, el Horror Cósmico encarna una especie de menosprecio radical por uno mismo y, en consecuencia, por la humanidad. No en vano los protagonistas de los relatos de Lovecraft suelen ser individuos solitarios, incluso aislados y misántropos, que no participan de la sociedad justamente porque han tenido algún atisbo de esa grandeza interestelar, y de la diferencia de escala con nosotros mismos.

Un ejemplo práctico de la filosofía del Horror Cósmico puede verse en el siguiente poema de Lovecraft, el cual abre el relato: El morador de las tinieblas (The Haunter of the Dark).


He visto el oscuro universo bostezando
donde los planetas negros ruedan a la deriva,
donde ruedan en su horror sin ser escuchados,
sin conocimiento ni brillo ni nombre.


I have seen the dark universe yawning,
Where the black planets roll without aim—
Where they roll in their horror unheeded,
Without knowledge or luster or name.


Lovecraft maneja magistralmente la cuestión de perspectiva. Nos hace sentir pequeños en un universo demasiado vasto. Sin embargo, toda posibilidad de perspectiva parte de la comparación. Es decir, el tamaño sí importa, pero únicamente si podemos compararlo con algo más.

Comprendemos perfectamente por qué alguien querría comparar sus atributos viriles, sobre todo para los que salen airosos de las equivalencias, pero, ¿por qué un ser humano se compararía con una galaxia? ¿Por qué deberíamos comparar la vida humana con los soñolientos eones del cosmos? Desde luego que la Tierra, y todo lo que vive en ella, es apenas un grano de arena desde el punto de vista intergaláctico, pero para la realidad cuántica, por ejemplo, un solo ser humano constituye todo un universo.

El poema anterior ejemplifica de algún modo la perspectiva cosmicista, pero, ¿dónde está exactamente el Horror Cósmico? O mejor dicho, ¿quién lo siente?

Tan distantes están de nosotros esos planetas negros, tan alejados de nuestra percepción, incluso de nuestros dispositivos tecnológicos, que no deberían tener relevancia para nosotros; sin embargo, su sola existencia, y acaso la distancia inconmensurable que nos separa de ellos, de algún modo nos inquietan.

El Horror Cósmico, decíamos, necesita del materialismo y el ateísmo. Su escencia es descentralizar la importancia de los seres humanos, y eso contradice la noción de un Creador benevolente, y la idea de que nuestra vida tiene un propósito. En este sentido, la cosmovisión del Cosmicismo es totalmente opuesta a la de la fe, cualquiera sea.

Si bien parece alejado de los intereses comunes del ser humano, el Horror Cósmico nos representa mucho mejor que cualquier religión. Si el tamaño importa, y todo se reduce a una cuestión de perspectiva, el Cosmicismo nos brinda resguardo, nos dice por qué a veces nos sentimos intrascendentes, insignificantes, impotentes. No abriga esperanzas de un futuro de grandeza, donde esa sensación pequeñez será recompensada, sino que nos dice que nuestras vidas están a merced de fuerzas incomprensibles; que todo puede terminar en un instante, que no está mal para las hormigas sentirse con la autoestima baja de vez en cuando.




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