Carmilla, Lucy y Helen: el monstruo femenino como figura de resiliencia


Carmilla, Lucy y Helen: el monstruo femenino como figura de resiliencia.




Los Monstruos Femeninos clásicos son figuras problemáticas para analizar desde nuestra perspectiva en el siglo XXI. En su tiempo claramente funcionaban como antagonistas, pero aquí y ahora son percibidos más fácilmente como heroínas que como villanas (ver: La mujer en la literatura gótica)

Estos Monstruos Femeninos de la literatura gótica revelan los miedos de la cultura dominante que los forjó en primer lugar, presentando una serie de ansiedades que hacen temblar a los personajes normativos, y al lector, pero que en nosotros ejercen un efecto contrario. En primer lugar, el Monstruo Femenino del gótico es transgresor, de algún modo subvierte los estereotipos dominantes sobre el cuerpo de la mujer (ver: El cuerpo de la mujer en el Gótico), y eso revela una serie de cuestiones sumamente atractivas.

Dependiendo del pensamiento dominante y las corrientes culturales, en el auge del gótico las mujeres eran clasificadas en términos binarios que delineaban con rigurosidad los límites entre lo apropiado y lo inapropiado. Y los roles y comportamientos apropiados para las mujeres, definidos por la cultura, fueron perpetuados por las instituciones, como la ciencia, la religión y la educación. Se creía que las mujeres tenían una naturaleza innata, más salvaje y lasciva que la del hombre, de manera tal que la irrupción de lo sobrenatural —como un vampiro— revertía lo que la sociedad había ido modificando en ellas con tanto esfuerzo, degenerándola hacia su estado natural (ver: El Machismo en el Horror)

En este contexto, el Monstruo Femenino —como por ejemplo Carmilla, de Sheridan Le Fanu—, tiene un inquietante parecido con su contraparte angelical. De hecho, las características lascivas que están sugestivamente implícitas en la Damisela en Apuros, son explícitos en el Monstruo Femenino. En menos palabras: el Monstruo Femenino representa la maldad potencial que, se creía, formaba parte de la verdadera naturaleza de la mujer. De hecho, el Monstruo Femenino en el gótico nunca es fácil de reconocer hasta que es demasiado tarde, infundiendo terror en los demás personajes y, quizás, algo de paranoia en el lector, porque el mensaje aquí es que cualquier mujer es un potencial monstruo (ver: El Feminismo y la muerte del Gótico)

En el siglo XIX las mujeres vivían dentro de límites restrictivos muy difíciles de superar. Los Monstruos Femeninos actúan como figuras que rompen estos límites, lo cual, a simple vista, no sería motivo suficiente para causar espanto. Después de todo, una transgresión de este calibre puede ser aplastada fácilmente; sin embargo, el Monstruo Femenino no tiene objetivos tan inmediatos. Su sola presencia provoca una revisión del concepto de feminidad. Debido a sus aspectos transformadores, el Monstruo Femenino trasciende las restricciones pero sin manifestarse abiertamente; es decir, es impredecible (ver: Cómo las mujeres nos enseñaron a leer por placer)

Carmilla es un gran ejemplo de todo esto (ver: Carmilla y la leyenda de los nombres de los vampiros). No solo es una vampiresa, sino que además es una figura transformadora que sacude la vida de su víctima. Sheridan Le Fanu apovecha a Carmilla para discutir la irrupción del mal en la bondad, la fealdad en la pureza, y básicamente todas las cosas horribles que podrían suceder si las mujeres no están protegidas, y seguramente así fue entendido el relato en su tiempo, pero desde nuestra perspectiva resulta inevitable advertir las grietas de esa ideología.

Carmilla es bienvenida en un hogar y animada a convertirse en la compañera de una mujer joven, pero nadie advierte que, más allá de su gracia y belleza, hay un vampiro que pone en peligro el futuro de Laura dentro de su esquema social. Años después, Bram Stoker volvería sobre esta dinámica en la figura de Lucy Westenra (ver: Mina y Lucy: la ideología de género en «Drácula»), una mujer noble con un futuro brillante [como esposa], el cual se ve frustrado por Drácula. De repente, el cuerpo de Lucy se transforma de ángel en monstruo ante los ojos de los hombres que han jurado amarla y protegerla, y que debido a esa desviación de las expectativas recurren al estacamiento ritual (ver: ¡No salgas del camino! El Modelo «Caperucita Roja» en el Horror)

Algo similar sucede con Helen Vaughan, una de las villanas de la novela de Arthur Machen: El gran dios Pan (The Great God Pan), una mujer aparentemente normal, pero que en realidad termina siendo una sádica y perversa villana, hija de la unión carnal entre una mortal y el dios Pan. Helen Vaughan expone que los esfuerzos para determinar una naturaleza femenina compartida son inútiles [ver: La verdad sobre las tres Vampiresas de Drácula]

Hay un patrón interesante que podemos observar cuando Le Fanu, Stoker y Machen narran la muerte de estos tres Monstruos Femeninos: las existencias transgresoras de Carmilla, Lucy y Helen Vaughan son examinadas de cerca por expertos, todos hombres, y por lo tanto observadores agudos y autorizados de la feminidad. Ellas no tienen voz propia. No sabemos directamente qué sintieron. Lucy solo escribe sobre el miedo y la ansiedad que siente mientras se transforma, la mayoría de las palabras de Carmilla son arrebatos o susurros de pasión dirigidos a Laura, y Helen nunca comunica una mísera palabra que el lector pueda interceptar (ver: Bloofer Lady: la transformación de Lucy Westenra).

Debido al uso que hace el gótico de los ecos o reflejos entre los personajes [repulsión y atracción, dolor y placer], el Monstruo Femenino no solo es un antagonista, sino alguien representativo del miedo y la ansiedad. En este contexto, los grandes Monstruos Femeninos que sin dudas causaron espanto en los lectores de la época, hoy pueden ser percibidos como fundamentalmente liberadores, personajes cuya sola existencia desacredita las viejas ideologías (ver: El Gótico y la Belleza: las chicas lindas también pueden ser malas)

La mayoría de los Monstruos Femeninos, salvo casos excepcionales, terminan siendo destruidos por un grupo patriarcal que restituye el orden social, ya sea mediante el uso de estacas simbólicas o del purificador fuego medieval. Sin embargo, de alguna manera el Monstruo Femenino trasciende la muerte, parece perdurar al menos en los recuerdos y pesadillas de los otros personajes. Es decir que los efectos psicológicos y físicos del Monstruo Femenino permanecen. De hecho, hay otro patrón que se repite en el gótico: el Monstruo Femenino siempre escapa. Rara vez evita la muerte, pero escapa del olvido.

Carmilla es destruida, pero el final de la historia está dado por el conocimiento de que su encuentro con ella ha afectado profundamente el resto de la vida de Laura. Incluso cuando Laura termina su narración de los hechos, reconoce al final que el recuerdo de su amiga todavía la persigue:


Pasó mucho tiempo antes de que el terror de los acontecimientos recientes se apaciguara; y en esta hora la imagen de Carmilla vuelve a mi memoria con ambiguas alternancias, a veces como la niña juguetona, lánguida, hermosa; a veces como el demonio retorciéndose que vi en la iglesia en ruinas; y, a menudo, en medio de mis ensueños creo escuchar paso ligero de Carmilla en la puerta del salón.


Estas últimas líneas prueban el alcance del Monstruo Femenino como figura transformadora incluso después de que el cuerpo físico de Carmilla es destruido y los hombres teorizan su caso y deciden que todo ha terminado. Es la relación, el vínculo que el Monstruo Femenino establece con su víctima, lo que le permite perdurar en ella.

En cierto modo, Carmilla vive en Laura al final, y hasta podemos sugerir que los recuerdos de Laura restauran la vida física de Carmilla, haciendo que la proclamación de la vampiresa: Vivo en ti, y morirás por mí, se haga realidad. Por el contrario, cuando Drácula es destruido, Harker y Mina se casan, tienen un hijo, y básicamente viven sus vidas con normalidad; pero Carmilla y Laura se vuelven una, tal es así que Laura muere poco después de escribir su narración, consumida por la enfermedad (ver: Drácula y las mujeres)

Helen Vaughan, al igual que Carmilla, muere, pero los sentimientos extraños que deja en los demás flotan en el aire como el olor a humedad en una casa vieja y cerrada (ver: La Casa Embrujada como representación del cuerpo de la mujer). La influencia del Monstruo Femenino es resistente, duradera, sobrevive incluso cuando su vehículo es destruido. Quizás esta capacidad de resiliencia es lo que induce al lector moderno a interpretar al Monstruo Femenino como una heroína incomprendida (ver: El cuerpo de la mujer en el Horror)

El Monstruo Femenino está hecho para morir, o mejor dicho, para ser sacrificado por un bien mayor, pero esto siempre termina en una especie de resurrección; y la literatura gótica es uno de los pocos géneros, a veces inconscientemente, que subvierte la construcción de género y las ideologías de la feminidad natural. Después de todo, el Monstruo Femenino plantea un ataque radical a las limitaciones de la mujer y al ideal femenino en un contexto cultural específico.

El Monstruo Femenino rompe estos límites y se resiste a la normatividad. Puede llevar a los otros personajes, y a los lectores, a las oscuras profundidades de su existencia transformadora, y son imposibles de destruir por completo. Esto no es simplemente un caso de convención o moda literaria, sino una cuestión arquetípica (ver: Virgen o Bruja: la mujer según la literatura gótica)




Taller gótico. I El lado oscuro de la psicología.


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