«El Extraño» de Lovecraft como metáfora del parto


«El Extraño» de Lovecraft como metáfora del parto.




Así como los Mitos de Cthulhu abordan desde diferentes ángulos la insignificancia humana en el universo, y tratan con el horror que supone descifrar algunas verdades cósmicas, H.P. Lovecraft también examinó la naturaleza destructiva del autodescubrimiento en un nivel psicológico más personal (ver: «El Extraño» de Lovecraft como secuela de «La Casa Usher» de Poe)

En algún momento de 1921, Lovecraft escribió una de sus historias más interpretadas psicológicamente: El Extraño (The Outsider). En este cuento que parece ser un homenaje a Edgar Allan Poe (ver: Poe y Lovecraft: dos miradas complementarias sobre el Horror), el narrador en primera persona, el Extraño, vive miserablemente, solo, en las entrañas húmedas de un castillo antiguo y en ruinas, con cámaras vastas y lúgubres con tapices marrones y enloquecedoras filas de libros antiguos. El cuento es precedido por la cita de la última estrofa de The Eve of St. Agnes, de John Keats. El objetivo del epígrafe, tal vez, es insinuarle al lector que la historia que está a punto de leer es un sueño (ver: Los sueños como subrutinas del subconsciente en la ficción). ¿De qué otra manera explicar las siguientes incongruencias? ¿Por qué el Extraño pierde la memoria? ¿Cómo se reanimó? ¿Cómo llegó a vivir en un castillo con una biblioteca bien surtida de libros raros ubicado en una caverna subterránea? ¿Cuál es la fuente de luz en la caverna? ¿Por qué su amnesia es selectiva? No sabe quién es pero parece estar en buenas condiciones psicológicas y hasta es capaz de leer.

La historia abre con un primer párrafo críptico sobre una infancia de miedo y tristeza. El siguiente párrafo introduce enigmas adicionales cuando el narrador explica que no sabe dónde nació ni quién lo cuidó. Esta falta de conocimiento, junto con las connotaciones góticas de oscuridad, telarañas, sombras y torres, crea un estado de ánimo de pavor y anticipación por los horrores que se avecinan. Sin embargo, a medida que el narrador intenta alejarse de esta atmósfera, finalmente descubre un terror aún mayor dentro de sí mismo.

El Extraño anhela la luz y la alegría y alguna compañía que no sea la de las silenciosas ratas, murciélagos y arañas que comparten su morada. A veces se aventura al exterior, bajo los árboles oscuros, pero teme adentrarse en el bosque circundante. Por fin se atreve a subir a la decrépita torre que, cree, debe alzarse por encima de los árboles, aunque sólo sea para echar un vistazo a la luna:


Decidí escalar esa torre, aunque pudiera caer, ya que era mejor vislumbrar el cielo y perecer, que vivir sin jamás contemplar el día.


Aferrándose penosamente a la viscosa pared cilíndrica de piedra, el Extraño asciende por la torre. Al abrir una puerta en la cámara superior, encuentra a la luna llena, que nunca antes había visto salvo en sueños y en vagas visiones que no me atrevo a llamar recuerdos. Lo que descubre en lo alto de la torre es tan irracional como un sueño: En lugar de una perspectiva vertiginosa de copas de árboles vistos desde una elevada eminencia, no se extendía a mi alrededor nada menos que el suelo sólido. Caminando por el campo con algún recuerdo latente que hizo que mi progreso no fuera del todo fortuito, el Extraño finalmente llega a un venerable castillo cubierto de hiedra en un espeso parque arbolado; enloquecedoramente familiar, pero lleno de desconcertante extrañeza (ver: Lo Siniestro en la ficción: cuando lo familiar se vuelve extraño). Dentro del salón iluminado ve una compañía vestida de forma extraña; evidentemente se trata de algún tipo de fiesta o baile. El Extraño entra en el salón por una ventana, solo para ver a la alegre multitud convertirse en una manada de fugitivos delirantes, gritando y huyendo de una repentina amenaza.

Aquí Lovecraft emplea un recurso frecuente en sus relatos: hacer que el narrador esté muy por detrás del lector en darse cuenta de lo que está sucediendo. El Extraño ve movimiento más allá de la puerta de arco dorado que conduce a otra habitación algo similar, y se acerca, viendo allí una presencia espantosa, el eidolon pútrido y goteante de la revelación malsana; la espantosa desnudez de lo que la tierra misericordiosa siempre debe esconder... Una parodia lasciva y aborrecible de la forma humana. Tropezando, el Extraño inadvertidamente extiende la mano y toca la la cosa en el arco y, experimentando una única y fugaz avalancha de recuerdos aniquiladores, huye de regreso a su torre, tratando en vano de abrir la trampilla de piedra. Negado el regreso a su morada, se entrega a su situación: Ahora cabalgo con los burlones y amistosos ghouls en el viento de la noche, dice amargamente.

El cuento termina con una revelación que el lector probablemente ya ha adivinado en este punto. Cuando el Extraño se acercó al monstruo en el marco dorado, extendió sus dedos y tocó una superficie fría e inflexible del vidrio pulido; es decir, de un espejo. Aquí hay una clara reminiscencia a la escena en la que Frankenstein, de Mary Shelley, observa su reflejo en el agua y descubre que es un monstruo.

Si bien El Extraño puede interpretarse psicológicamente de diversas maneras, sobre todo dentro de los esquemas de Sigmund Freud y Carl Jung [la torre como el canal del parto, el viaje hacia la luz como la búsqueda de la integración de la psique, etc.] lo que observamos aquí va un poco más allá (ver: H.P. Lovecraft vs. Freud: la interpretación de los sueños según Cthulhu). El Extraño, al tocar el espejo, no se encuentra simplemente a sí mismo [ya que, por supuesto, no existe tal ser integrado] sino un repositorio de paradojas.

No cabe duda de que la figura que el Extraño ve en el espejo es un cadáver. En esa revelación, entonces, el Extraño, que busca la restauración de la vida y el paso del tiempo, se da cuenta de lo que realmente hay detrás la vida: un mero cadáver.

Apenas podemos leer el título de este cuento sin advertir que se trata de una oposición binaria entre lo externo y lo interno, una suplementariedad espacial en la que lo interno parece tener un privilegio sobre lo externo. El Extraño [Ousider] anhela estar dentro, en medio de la vida. Esta bipolaridad opera junto a otra, el contraste entre la luz y la oscuridad, con la luz como un polo aparentemente privilegiado, asociado a los interiores que ansía el narrador en la fiesta, y la oscuridad que caracteriza al exterior del que quiere escapar. En la denominación del Extraño, además, se encuentran conexiones etimológicas tan interesantes como problemáticas, sugiriendo en todo momento esas oposiciones espaciales en cuya tensión prospera el relato.

Out deriva de la raíz indoeuropea ud, que además de «afuera», «exterior», también significa «arriba». El escalado de la torre mortal [en términos de metáfora del canal de parto] sugiere que «arriba» está «afuera», pero tendremos motivos para preguntarnos si esto realmente es así. La misma raíz da lugar a un enunciado, una noción antitética a las autodescripciones del Extraño, quien en un momento asegura que nunca había pensado en intentar hablar en voz alta. En el momento en el que ve al monstruo en el espejo, naturalmente, sin saber que era un espejo, sostiene que ese fue el primer y último sonido que jamás pronunció: un aullido espantoso. ¿En serio? ¿Nunca? El Extraño no solo dice que nunca habló en voz alta, sino que nunca se le ocurrió hacerlo. ¿Por qué? Podemos aceptar que, en su soledad, no tenía la necesidad de hablar, o también que en esa especie de simbólica vida intrauterina, prenatal, en el interior del castillo, aun no sabía hablar, y, por lo tanto, el deseo o la intención de hablar estaban ausentes en él (ver: Horror Uterino: descenso hacia el inconsciente colectivo)

En la palabra Outsider también encontramos el término side, sugiriendo un movimiento lateral, indirecto, furtivo, como si algo se moviera tal como el relato se mueve. Como veremos, aquí no hay interiores o exteriores fijos, y cualquier movimiento textual hacia tales supuestos [interiores o exteriores] sólo puede ser, de hecho, una fuga.

Es significativo que, al principio de la historia, el problema del Extraño resida en el hecho de que está dentro, en la prisión de su lúgubre casa cubierta de telarañas, su castillo sepulcral (ver: La Casa como entidad orgánica y consciente en el Gótico). Espacialmente, es un Extraño solo en tránsito, tanto cuando se encuentra entre su interior inicial (el castillo en ruinas) y su nuevo interior (el salón iluminado). Literalmente está afuera solo en el campo abierto que une esos espacios. De la manera en que el texto subvierte sus propios simbolismos espaciales, el Extraño es más Extraño cuando está dentro, y menos cuando está en el exterior, cuando ha dejado atrás el castillo y tiene, al menos, la esperanza de encontrar compañía y alegría. Al final de la caminata, está nuevamente adentro, en medio de la «alegre compañía». En su presencia, sin embargo, se vuelve un Extraño más que nunca: es temido, rechazado, aborrecido.

La «alegre compañía» se ha convertido en una manada de fugitivos delirantes, es decir, en una multitud de extraños mientras él permanece en el pasillo. Tal vez, al escalar la torre y salir de su espacio seguro, el narrador ha ganado la oportunidad de conocerse a sí mismo, y de hecho lo hace, literalmente, al verse en el espejo. La «alegre compañía», sin embargo, cada miembro de la cual sin duda se ha mirado en el mismo espejo en el transcurso de la noche, no puede haber encontrado allí nada que aprender sobre sí mismos.

La supuesta adquisición de autoconocimiento por parte del Extraño está repleta de dificultades. Aunque experimenta una única y fugaz avalancha de recuerdos que aniquilan el alma, los pierde en el momento siguiente: Olvidé lo que me había horrorizado, y el estallido de memoria negra se desvaneció en un caos de imágenes repetidas. No obstante, sí recuerda lo que ha visto en el espejo; por lo tanto, esa experiencia debería haberlo integrado. Sin embargo, el Extraño es una mezcla de cualidades textuales apenas caracterizable en términos reduccionistas, por ejemplo, poseer un «Yo». No hay una naturaleza única presente en la criatura que está frente al espejo luchando por comprender lo que ve. Es incluso arbitrario referirse a él en términos masculinos. ¿Cómo sabemos que el Extraño no es una mujer? (ver: ¿El asesino de «El corazón delator» es mujer?)

Lovecraft solo utiliza el pronombre he, «él», dos veces en el relato; más precisamente en la apertura, pero no en relación al Extraño:


Unhappy is he to whom the memories of childhood bring only fear and sadness. Wretched is he who looks back upon lone hours in vast and dismal chambers with brown hangings and maddening rows of antique books.

[Infeliz es aquel a quien los recuerdos de la infancia solo le traen miedo y tristeza. Miserable es aquel que mira hacia atrás y ve horas solitarias en vastas y lúgubres cámaras con cortinas marrones y enloquecedoras filas de libros antiguos]


Sin embargo, las mujeres en los cuentos de Lovecraft son una rareza, lo cual hace que sea casi seguro que el narrador sea un varón (ver. Feminismo y misoginia en Lovecraft). No obstante, esto es un sueño, una pesadilla, lo cual nos permite preguntarnos lo siguiente y, al mismo tiempo, evadir cualquier respuesta concluyente: ¿La revelación del Extraño ante el espejo no podría ser el descubrimiento de que es mujer? Eso sería verdaderamente horroroso desde la perspectiva de Lovecraft (ver: Atrapado en el cuerpo equivocado: la identidad de género en el Horror).

Ahora bien, el proceso de autodescubrimiento del Extraño ante el espejo es defectuoso. Todavía posee lo suficiente de su mentalidad anterior como para regresar al castillo en ruinas e intentar reabrir la trampilla en la habitación de la torre. Se une a los ghouls sólo cuando se ve incapaz de volver a su estado habitual. Por otro lado, la «alegre compañía» parece no tener ninguna experiencia mental, excepto la primaria: el miedo; aunque podemos deducir que algo sí han aprendido de la parodia lasciva y aborrecible de la forma humana que es el Extraño. Al menos, en un nivel inconsciente, deben saber que el Extraño es aquello en lo que ellos mismos se convertirán algún día. A esta especie de autoconocimiento sólo pueden responder huyendo, curiosamente, huyendo simbólicamente de sí mismos.

El hecho de que el Extraño experimente una especie de revelación ante el espejo simboliza la falta de un «Yo» preexistente. Los espejos reflejan, iteran, multiplican, o, quizás más exactamente, reflejan las iteraciones que encuentran. El espejo en la sala iluminada se encuentra dentro de un gran marco dorado, y por lo tanto pretende enmarcar o fijar la imagen del Extraño. Si algo está enmarcado aquí, paradójicamente, es la imposibilidad de que el Extraño permanezca de pie, sin ambigüedades, retratado dentro de los límites de un marco.

Si la condición del Extraño [externidad vs. interioridad, autoconocimiento vs. autoignorancia] es indeterminada, entonces debemos reconocer que no lo es menos que sus propios sentimientos sobre esa condición. Casi al comienzo del cuento, al lamentarse de la soledad de sus aposentos, dice: y, sin embargo, estoy extrañamente contento, y me aferro desesperadamente a esos recuerdos amargos, cuando mi mente amenaza momentáneamente con ir más allá. Este más allá es presumiblemente la avalancha de recuerdos ruinosos que despertarán más adelante ante el espejo; es decir, al recibir la mirada del Otro, en este caso, un Otro inmerso en sí mismo..

Jacques Lacan se refiere a este interesante proceso de externalización por el cual el niño, a través de la adquisición y la inmersión en el lenguaje, llega a verse a sí mismo a través de los ojos de la estructura social circundante. A través de este proceso uno llega a codificarse a sí mismo como «Yo», una codificación que sólo es posible a través del lenguaje. Este proceso, para cualquiera, y ciertamente para el Extraño, está plagado de paradojas (ver: Lovecraft y las lenguas prehumanas)

En la teoría psicoanalítica de Lacan, el niño primero genera un «Yo Ideal» temprano que interactuará con el «Yo» posterior y más socializado. Pero el Extraño de Lovecraft, cuyas cámaras ancestrales no contienen espejos, nota cambios en este patrón al experimentar el encuentro en el espejo después de su desastrosa introducción en la sociedad. Como un niño, se niega a ser sistematizado, aunque está extrañamente contento cuando su mente amenaza con ir más allá , es decir, cuando su mente se inclina hacia la esperanza [insatisfactoria, por cierto] del autoconocimiento a través de la sociedad y el lenguaje. De hecho, el Extraño comenta lo siguiente al irrumpir en la fiesta: Al parecer, nunca antes había escuchado el habla humana; y sólo podía adivinar vagamente lo que se decía. Siendo un recién nacido, simbólicamente, es lógico que así sea.

Y en el momento en que ve su cuerpo monstruoso en el espejo dice: Ni siquiera puedo insinuar cómo era, aunque continúa haciéndolo, aparentemente sin darse cuenta de lo que hace. Es un forastero errante y torpe, un Extraño en la tierra del lenguaje. Pero, de nuevo, es más un outsider cuando está dentro. Está más exteriorizado por la contención.

El Extraño, que bien puede ser uno de los cuentos de Lovecraft más profundamente psicológicos, es también uno de las más alegóricos. La búsqueda de la luz por parte del narrador y el descubrimiento final de una verdad espantosa y dolorosa subraya el concepto de Lovecraft del poder destructivo del conocimiento. Si El Extraño realmente debe interpretarse como un sueño, la historia también ilustra el poder de la imaginación para descubrir la verdad. Desde el principio, el narrador, como una polilla, está obsesionado con un anhelo de luz. Esta es una inversión interesante de la búsqueda de la verdad en El modelo de Pickman (Pickman's Model), donde la figura del artista aborda la misma búsqueda de la verdad, pero en la oscuridad (ver: De la luz a la oscuridad: psicología de «El modelo de Pickman»)

El código de acción en El Extraño también es inverso al de El modelo de Pickman, donde los protagonistas encuentran el terror al descender a las profundidades, mientras que el Extraño encuentra la verdad y el horror al ascender a la superficie. De hecho, su largo y arduo ascenso a través del interior de la torre, como hemos visto, se asemeja a un viaje a través del canal de parto (ver: El cuerpo de la mujer en el Horror). Lovecraft era conciente de esa analogía, tal es así que, el Extraño emerge a la luz de la luna llena, sin saber quién era o qué era, o cuál podría ser mi entorno. Observando su búsqueda de la verdad desde una perspectiva psicológica, el Extraño es como un recién nacido que acaba de entrar en un mundo extraño, aterrador y maravilloso, lleno de luz. Su primer atisbo de la verdad lo sorprende. En este punto, el Extraño, como el recién nacido, ve el universo simplemente como una extensión de sí mismo. Y así como cuando el niño eventualmente debe descubrir la verdad: que él es solo una pequeña parte del universo, sufre al aceptarlo, tanto como el Extraño sufre al descubrir su lugar entre los demás. La mirada que recibe de los Otros, esta especie de familia simbólica, es de rechazo (ver: Las «familias extrañas» de Lovecraft)

El código cultural también entra en juego en la historia cuando el Extraño descubre que es una instancia diferente de lo que la sociedad considera normal. Lovecraft era un elitista en muchos aspectos, y se veía a sí mismo separado de lo que llamaba «la manada». Ateo declarado desde la infancia, sin duda se sintió aislado de sus prójimos, y se volvió hacia la imaginación como refugio pero también como herramienta para encontrar la verdad. Esto, junto con la creencia impuesta por su madre de que era «espantoso» y «feo», le da ciertos elementos autobiográficos a la historia, ya que Lovecraft sabía de primera mano lo que era sentirse diferente (ver: ¿Por qué a Lovecraft lo vestían de niña?)

Al igual que un niño, el Extraño aprende que la humanidad no siempre es hermosa, y que a menudo es horrible y grotesca. Si bien la mayoría de las personas aceptan esta dolorosa realidad, el Extraño no puede enfrentarla y trata de regresar al santuario de su útero simbólico, que naturalmente ahora está cerrado para él. Sin embargo, y a pesar del dolor que acompaña el descubrimiento de la verdad, el narrador no se arrepiente. De hecho, para él es mejor apenas vislumbrar el cielo que vivir sin contemplar el día. Al final, está satisfecho, a pesar de su dolor, dice: Estoy extrañamente contento y me aferro desesperadamente a esos recuerdos amargos. Esta idea refleja lo que pensaba Lovecraft sobre la vida, una especie de tranquilidad en la convicción científica de que nada importa demasiado (ver: Horror Cósmico: qué es, cómo funciona, y por qué el tamaño sí importa)

Además de todo esto, es bueno recordar que Lovecraft era un outsider literario que trabajaba en un género, y dentro de un formato, que no era respetado como literatura. Reconoció que el horror era un género para unos pocos, no para muchos, y nunca escribió para obtener dinero y fama [«Realmente ha dejado de interesarme si alguien lee mi basura o no. Solo quiero la diversión de escribirla» it has really ceased to be of any interest to me whether anyone reads my junk or not. I want the fun of writing it]. Sin embargo, Lovecraft también estaba preocupado por el horror como una forma de verdad. Y dado que la verdad puede ser dolorosa y potencialmente destructiva, equiparó la verdad con el horror, tanto es así que los horrores más espantosos en su obra siempre son verdades que se revelan al protagonista.

Esta búsqueda de la verdad puede haberle revelado a Lovecraft el terrible conocimiento personal de que su padre murió de sífilis. Basado en el hecho de que muchos de los protagonistas de Lovecraft están involucrados en la investigación genealógica —La sombra sobre Innsmouth (The Shadow Over Innsmouth) y El caso de Charles Dexter Ward (The Case of Charles Dexter Ward) son los ejemplos obvios—, esta premisa puede tener cierta validez, y de algún modo iluminar la preocupación de Lovecraft por el conocimiento prohibido (ver: «La Sombra sobre Innsmouth»: del odio racial a la empatía). Esto también podría explicar por qué tantos de sus cuentos tratan sobre la degeneración hereditaria y la cópula de seres humanos con monstruos (ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft)

Dicho esto, un buen escritor [como sin dudas lo era Lovecraft] es conciente del subtexto pero no permite que este se apodere completamente de la historia. En ese sentido estaríamos ante una alegoría, y no es el caso de El Extraño. Por el contrario, Lovecraft detecta claramente el simbolismo del parto y lo utiliza como subtexto de la historia en una especie de diálogo con el subconsciente del lector. En otras palabras, el parto, el acto de nacer, forma parte del subtexto de El Extraño, pero eso no significa que sea una historia alegórica.

A simple vista, El Extraño puede parecer un relato despojado de cualquier código metalingüístico, pero lo cierto es que aborda la naturaleza del lenguaje y el arte de contar historias. Inicialmente se nos dice que el Extraño vivía en un mundo de libros y que de esos libros aprendí todo lo que sé. Es interesante notar que, aunque el narrador aparentemente aprendió a leer por sí mismo, nunca pensé en intentar hablar en voz alta. Como nunca habló, simbólicamente no pudo comunicarse ni siquiera consigo mismo. Su búsqueda de la verdad, entonces, toma una forma externa, ya que no puede venir desde adentro. Si hubiera reconocido la verdad, no habría podido comunicársela a los demás ni a sí mismo. Una vez que el Extraño descubre la verdad, emite el primer y último sonido que pronuncié. La verdad, por su propia naturaleza, fuerza la comunicación, incluso si esta toma la forma de un aullido espantoso o, como en el caso del propio Lovecraft, una espantosa historia de terror.




H.P. Lovecraft. I Taller gótico.


Más literatura gótica:
El artículo: «El Extraño» de Lovecraft como metáfora del parto fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Interesante teoría. Pero un poco forzada.
El personaje sí encuentra alegría en los demás, tal vez belleza, en los otros, los que huyen de su presencia. O sea que si se trata del descubrimiento de la fealdad de la humanidad, la encuentra en si mismo.
Si se trata de un nacimiento, sería un nacimiento no deseado, a lo que sigue el rechazo, salvo por parte de seres extraños.

Prefiero una interpretación literal de un magistral cuento.

Isabel Carrasco dijo...

¿Y no podría ser un híbrido de los seres primordiales? En ningún momento su lectura me hizo pensar en un cadáver o vampiro, e incluso el final me llevó a pensar que El Extraño había recuperado sus recuerdos ancestrales y se había unido a esos seres.



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Análisis de «La pequeña habitación» de Madeline Yale Wynne.
Poema de Emily Dickinson.
Relatos de Edith Nesbit.


Paranormal.
Poema de Charlotte Mew.
Relato de Walter de la Mare.