El secreto de Madeline: análisis de «La Casa Usher» de E.A. Poe.


El secreto de Madeline: análisis de «La Casa Usher» de E.A. Poe.




En El Espejo Gótico hoy analizaremos el relato de Edgar Allan Poe: La caída de la Casa Usher (The Fall of the House of Usher), publicado originalmente en la edición de septiembre de 1839 de la revista Burton’s Gentleman’s Magazine, y luego reeditado en la antología de 1840: Cuentos de lo grotesco y lo arabesco (Tales of the Grotesque and Arabesque).


[«Sacudiendo de mi espíritu eso que tenía que ser un sueño, examiné más de cerca el verdadero aspecto del edificio. Su rasgo dominante parecía ser una excesiva antigüedad. Grande era la decoloración producida por el tiempo. Hongos se extendían por toda la superficie, suspendidos desde el alero en una fina y enmarañada tela de araña. Pero esto nada tenía que ver con ninguna forma de destrucción. No había caído parte alguna de la mampostería, y parecía haber una extraña incongruencia entre la perfecta adaptación de las partes y la disgregación de cada piedra.»]


El narrador anónimo comienza su viaje a caballo un aburrido día de otoño hacia «una extensión de país singularmente lúgubre». Su destino es una antigua casa solariega, cubierta de hongos pero curiosamente intacta. Árboles decrépitos y juncos rancios la rodean, al igual que un Tarn, un oscuro lago de montaña. Su atmósfera de «insoportable tristeza» infecta al Narrador con este mismo sentimiento. Ha llegado a la melancólica Casa Usher, hogar ancestral de su amigo de la infancia, Roderick Usher.


[«La estirpe de los Usher, siempre venerable, no había producido, en ningún periodo, una rama duradera; en otras palabras, que toda la familia se limitaba a la línea de descendencia directa y siempre, con insignificantes y transitorias variaciones, había sido así. Esta ausencia, pensé, mientras revisaba mentalmente el perfecto acuerdo del carácter de la propiedad con el que distinguía a sus habitantes, reflexionando sobre la posible influencia que la primera, a lo largo de tantos siglos, podía haber ejercido sobre los segundos, esta ausencia, quizá, de ramas colaterales, y la consiguiente transmisión constante de padre a hijo, del patrimonio junto con el nombre, era la que, al fin, identificaba tanto a los dos, hasta el punto de fundir el título originario del dominio en el extraño y equívoco nombre de Casa Usher, nombre que parecía incluir, entre los campesinos que lo usaban, la familia y la mansión familiar.»]


Así, Edgar Allan Poe nos informa que los varones Usher, de padre a hijo, podrían justificadamente considerarse a sí mismos como hijos de esta extraña y lúgubre morada [ver: Psicología de las Casas Embrujadas]. Sin embargo, de esta madre simbólica, a medida que el Narrador se aproxima a la Casa Usher, va surgiendo un aura cadavérica:

La descripción de la Casa Usher, la palidez mortal de su superficie cubierta con su «tejido de hongos», y la decadencia interior que contrasta con su aspecto exterior intacto, bien podría hacernos pensar en un cadáver conservado casi intacto en alguna bóveda olvidada. La «grieta» que corre de arriba-abajo vuelve a subrayar el simbolismo femenino de esta Casa-Madre [ver: La Casa Embrujada como representación del cuerpo de la mujer]

Dejemos esto de lado por un momento y examinemos más de cerca al último hijo que la Casa Usher dio a luz: Roderick, a quien el Narrador encuentra después de largas caminatas por pasillos tortuosos y escaleras oscuras. Los muebles del cuarto en el que Roderick espera a su invitado son «profusos, incómodos, antiguos y andrajosos». Hay muchos libros e instrumentos musicales, «pero no logran dar vitalidad a la escena». Desde las ventanas, «largas, estrechas y puntiagudas, débiles destellos de luz carmesí» caen sobre la figura de Roderick.

Cuando E.A. Poe escribió La Caída de la Casa Usher, poco tiempo después de casarse, era claro que Virginia Clemm, su esposa [y prima], no viviría mucho tiempo. Toda esta situación se desparrama en los primeros párrafos del relato para crear una atmósfera intensamente depresiva:


[«Me vi forzado a caer en la conclusión insatisfactoria de que, aunque hay combinaciones de objetos naturales muy simples que tienen el poder de afectarnos, todavía el análisis de este poder se encuentra entre consideraciones más allá de nuestra profundidad.»]


Roderick le ha suplicado al Narrador que lo visite para animarlo un poco, ya que sufre varios trastornos nerviosos comunes en su familia: es hipersensible a la mayoría de los estímulos, hipocondríaco y ansioso; además, está recluido en una cámara elevada acompañado únicamente por libros, instrumentos musicales y sombras.

Al ver a su amigo después de muchos años, el Narrador queda impresionado por la palidez y el brillo de sus ojos. La alegría de Roderick al ver al Narrador parece genuina, aunque exagerada. Confiesa que su estado de ánimo cambia radicalmente de «febrilmente vivaz» a «hosco y agitado». Roderick diserta sobre su enfermedad. También describe la «agudeza mórbida de sus sentidos», de modo que «solo la comida más insípida» le resulta soportable. Solo puede usar prendas de textura delicada; los olores de las flores le resultan opresivos y sus ojos no soportan la luz más tenue. Pero su mayor fobia es el MIEDO, el cual. cree, lo matará. También lo oprime la idea supersticiosa de que alguna afinidad espiritual lo une a la Casa Usher [ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror]

Es evidente que Roderick padece una mezcla de ansiedad y paranoia que sin duda ya es familiar para su amigo. En cuanto a la Casa Usher, siendo él su «hijo», Roderick revela que está «encadenado por ciertas impresiones supersticiosas (...) por la influencia que algunas peculiaridades en la mera forma y sustancia de la mansión». Evidentemente, Roderick teme este misterioso rasgo hereditario que se desprende de la mortífera Casa-Madre. En otras palabras, Roderick nos dice que la Casa Usher tiende a hacer que sus dueños sean como ella [ver: La Casa como entidad orgánica y consciente en el Gótico]

El amigo de Roderick Usher, como el marido de Ligeia, intuye así este misterioso «acorde» entre las personas y las cosas que emana del inconsciente [ver: Mi esposa nigromante: análisis de «Ligeia»].

El Narrador observa a su viejo amigo con una mezcla de lástima y asombro debido a «su tez cadavérica; los ojos, grandes, líquidos, incomparablemente luminosos; los labios, un tanto finos y muy pálidos, el sedoso cabello cuya desordenada textura de telaraña flotaba más que caía alrededor del rostro». Roderick se encuentra en un estado de intensa excitación nerviosa, lo cual no sorprende al Narrador, preparado por las oscuras insinuaciones de la carta:


[«Su voz varió rápidamente de una trémula indecisión a esa pronunciación gutural, plomiza, perfectamente modulada, que puede observarse en el borracho perdido o en el irrecuperable consumidor de opio.»]


Roderick habla de su única y «tiernamente amada» hermana, y de su «grave y prolongada enfermedad», la cual evidentemente juega un papel importante en su melancolía. Los médicos están desconcertados por sus síntomas de apatía y ataques catalépticos. Su posible muerte, cree Roderick, lo dejaría solo y desesperado, «el último de la antigua raza de los Usher». En este momento, Lady Madeline «pasa lentamente por una parte remota del apartamento» y desaparece sin notar la presencia del visitante.

La enfermedad de Lady Madeline, como la de todas las heroínas de Edgar Allan Poe, desconcierta a los médicos; del mismo modo en que la ciencia médica fue impotente para ayudar a la esposa del autor, Virginia Clemm, así como lo fue para asistir a su madre, Elizabeth Arnold, treinta años antes. Aquí, Edgar Allan Poe le atribuye a Madeline la «creciente apatía y debilidad» que observaba a diario en Virginia. A esto, sin embargo, agrega el síntoma premonitorio de ese último atributo que su inconsciente le otorgaba a cada mujer que amaba: trances catalépticos que simulan los signos externos de la muerte.

Lady Madeline, que hasta ahora había «soportado la presión de su enfermedad», se acuesta esa noche para no volver a levantarse.

Durante los próximos días, Roderick y el Narrador ni siquiera mencionan su nombre. Pintan y leen juntos, o se entregan a las «salvajes improvisaciones» de la guitarra de Roderick. La actitud de los dos es desconcertante, pero no para Edgar Allan Poe. Como él mismo, Roderick y el Narrador buscan aliviar su dolor en el arte. Sin embargo, las improvisaciones de Roderick son extrañas, «fantasmagóricas», como el cuadro que ha pintado. Parece una especie de expresionista abstracto, un pintor de ideas cuyos lienzos asombran como los de Fuseli [ver: Los secretos de «La pesadilla» de Henry Fuseli]


[«Una bóveda o túnel inmensamente largo, con paredes bajas, lisas, blancas, sin interrupción ni adorno alguno. Ciertos elementos accesorios del diseño servían para dar la idea de que esa excavación se hallaba a mucha profundidad bajo la superficie de la tierra. No se observaba ninguna saliencia en toda la vasta extensión, ni se discernía una antorcha o cualquier otra fuente artificial de luz; sin embargo, flotaba por todo el espacio una ola de intensos rayos que bañaban el conjunto con un espectral esplendor inapropiado».]


Roderick recita un poema de su propia cosecha [convenientemente proporcionado por Edgar Allan Poe como El palacio encantado (The Haunted Palace]. El Narrador interpreta estos versos sobre la disolución de un monarca y su corte como una representación subconsciente de que la propia razón de su amigo se tambalea.


[«Recuerdo bien que las sugestiones nacidas de esta balada nos lanzaron a una corriente de pensamientos donde se manifestó una opinión de Usher que menciono, no por su novedad (pues otros hombres han pensado así), sino para explicar la obstinación con que la defendió. En líneas generales afirmaba la sensibilidad de todos los seres vegetales. Pero en su desordenada fantasía la idea había asumido un carácter más audaz e invadía, bajo ciertas condiciones, el reino de lo inorgánico. Me faltan palabras para expresar todo el alcance, o el vehemente abandono de su persuasión.»]


El Narrador continúa:


[«La creencia, sin embargo, se vinculaba (como ya lo he insinuado) con las piedras grises de la casa de sus antepasados. Las condiciones de la sensibilidad habían sido satisfechas, imaginaba él, por el método de colocación de esas piedras, por el orden en que estaban dispuestas, así como por los numerosos hongos que las cubrían y los marchitos árboles circundantes, pero, sobre todo, por la prolongación inmodificada de este orden y su duplicación en las quietas aguas del estanque. Su evidencia —la evidencia de esa sensibilidad— podía comprobarse, dijo (y al oírlo me estremecí), en la gradual pero segura condensación de una atmósfera propia en torno a las aguas y a los muros. El resultado era discernible, añadió, en esa silenciosa, mas importuna y terrible influencia que durante siglos había modelado los destinos de la familia, haciendo de él eso que ahora estaba yo viendo, eso que él era. Tales opiniones no necesitan comentario, y no haré ninguno.»]


Así expresa Roderick la verdad interna de todo el asunto: su maldición no es más que la «transferencia» de alguien que una vez existió, un rasgo hereditario. En términos de Sigmund Freud, Roderick evoca a la madre muerta que aún sobrevive en la memoria inconsciente de su hijo. Aquí también nos enteramos que Roderick, como era de esperar, se deleita «en la lectura de un libro extremadamente raro y curioso», el manual de una iglesia olvidada: el Pigilite Mortuorum secundum Chorum Ecclesite Maguntinte.

Una noche, Roderick le informa a su amigo que Lady Madeline ha muerto, y declara su intención de «preservar su cadáver durante quince días», antes de su entierro final, en una de las bóvedas principales de la Casa. Su intención, afirma, es proteger el cuerpo de su hermana de «la curiosidad de los médicos que, intrigados por el carácter misterioso de la enfermedad, podían aventurarse a violar el panteón familiar». El Narrador no discute y está de acuerdo en que sus médicos parecían poco confiables y que sus síntomas eran «singulares».


[«A pedido de Usher, lo ayudé personalmente en los preparativos de la sepultura temporaria. Ya en el ataúd, los dos solos llevamos el cuerpo a su lugar de descanso. La cripta donde lo depositamos (por tanto tiempo clausurada que las antorchas casi se apagaron en su atmósfera opresiva, dándonos poca oportunidad para examinarla) era pequeña, húmeda y desprovista de toda fuente de luz; estaba a gran profundidad, justamente bajo la parte de la casa que ocupaba mi dormitorio. Evidentemente había desempeñado, en remotos tiempos feudales, el siniestro oficio de mazmorra, y en los últimos tiempos el de depósito de pólvora o alguna otra sustancia combustible, pues una parte del piso y todo el interior del largo pasillo abovedado que nos llevara hasta allí estaban cuidadosamente revestidos de cobre. La puerta, de hierro macizo, tenía una protección semejante. Su inmenso peso, al moverse sobre los goznes, producía un chirrido agudo, insólito.»]


Aquí, en esta «región del horror», Roderick y el Narrador colocan su «carga lúgubre sobre los caballetes», y luego corren parcialmente la tapa del ataúd para mirar, una vez más, el rostro de Madeline:


[«Un sorprendente parecido entre el hermano y la hermana fue lo primero que atrajo mi atención, y Usher, adivinando quizá mis pensamientos, murmuró algunas palabras, por las cuales supe que la muerta y él eran mellizos y que entre ambos habían existido simpatías de una naturaleza apenas inteligible. Nuestros ojos, sin embargo, no se detuvieron mucho en la muerta, porque no podíamos mirarla sin espanto. El mal que llevara a Madeline a la tumba en la fuerza de la juventud había dejado, como es frecuente en todas las enfermedades de naturaleza estrictamente cataléptica, la ironía de un débil rubor en el pecho y la cara, y esa sonrisa suspicaz, lánguida, que es tan terrible en la muerte.»]


Al igual que Lady Rowena y Ligeia, Madeline parece estar viva en la muerte [ver: Ligeia y Lady Rowena: dos arquetipos femeninos]. Los dos hombres vuelven a colocar la tapa del ataúd, lo atornillan y regresan a los apartamentos superiores.


[«Habiendo transcurrido algunos días de amargo dolor, se produjo un cambio observable en las características del trastorno mental de mi amigo. Su manera ordinaria se había desvanecido. Sus ocupaciones cotiianas fueron descuidadas u olvidadas. Deambulaba de cámara en cámara con paso desigual y sin objeto. La palidez de su semblante había adquirido, si acaso es posible, un matiz más espantoso... y un temblor, como de un terror extremo, caracterizaba habitualmente su pronunciación... Lo vi contemplando el vacío durante mucho tiempo; horas, en una actitud de la más profunda atención, como si escuchara un sonido imaginario.»]


El Narrador teme que los delirios de su amigo comiencen a «infectarlo» a él también. Una noche tempestuosa, el Narrador está demasiado inquieto para dormir. Roderick se une a él, conteniendo la histeria, y señala la extraña iluminación gaseosa que rodea la casa. Un fenómeno eléctrico, dice el Narrador. Este intenta distraer a su amigo leyendo en voz alta un romance sobre Ethelred, pero los sonidos parecen acentuarse, e incluso provenir desde las profundidades de la Casa: el crujir de la madera, un chirrido, un sonido metálico.


[«Un temblor incontenible invadió gradualmente mi cuerpo; y, finalmente, se posó en mi corazón un íncubo de alarma sin motivo alguno. Me levanté sobre las almohadas y, mirando con seriedad dentro de la intensa oscuridad de la cámara, escuché ciertos sonidos bajos e indefinidos que venían, a través de las pausas de la tormenta, a largos intervalos, no sabía de dónde.»]


Meciéndose en su silla, Roderick balbucea en voz baja. El Narrador se inclina para distinguir sus palabras. Roderick murmura que ha estado escuchado a Madeline revolviéndose en su ataúd durante días, pero no se atrevió a hablar de eso. Ahora ha escapado, y viene a castigar a Roderick.

Roderick se pone de pie de un salto y grita que no está loco. De repente, las puertas se abren. Ahí está Madeline, tambaleándose en el umbral, con su vestido de entierro ensangrentado por la terrible lucha por librarse. En agonía, se derrumba sobre Roderick y lo lleva al suelo, un cadáver él mismo. El MIEDO que temía finalmente lo ha matado.

El Narrador huye hacia la tormenta, justo a tiempo. Un extraño resplandor lo hace mirar hacia atrás: proviene de la luna roja como la sangre que se eleva detrás de la mansión, visible a través de una grieta que zigzaguea en la fachada. La grieta se ensancha hasta que toda la Casa Usher se derrumba en el tarn, que se cierra hoscamente sobre sus fragmentos.


El estilo de Edgar Allan Poe en La Caída de la Casa Usher puede describirse de muchas maneras, pero la moderación no influye en ninguna de ellas. Como Lovecraft en su momento más maníaco, E.A. Poe parece deleitarse en sus excesos góticos. Si La caída de la Casa Usher fuese un relato de Lovecraft diríamos que las telarañas de hongos que envuelven la Casa le han dado una especie de sensibilidad vegetal, o incluso la han convertido en una entidad fúngica consciente; pero como es un cuento de E.A. Poe, la Casa Usher solo muestra signos de depresión clínica, y Roderick Usher un trastorno de integración sensorial bastante extremo [ver: E.A. Poe por Lovecraft]

Todo en La Caída de la Casa Usher, desde los árboles podridos hasta piedras cubiertas de líquenes y las aguas fosforescentes del lago, comparten la penumbra de la Casa y sus habitantes. A propósito, usher significa «ujier», especie de encargado o portero de un palacio. No es caprichoso que E.A. Poe le diese este apellido a los habitantes de la Casa, casi como si fuesen personajes secundarios o subsidiarios de la mansión que son infectados por su atmósfera, generando una tendencia hereditaria a la hipocondría, manía, melancolía y diversas filias [ver: Lo Siniestro en los relatos de Edgar Allan Poe]

No es asombroso que Lovecraft se haya sentido profundamente atraído por este relato de Edgar Allan Poe, ya que ahonda en varias de sus fijaciones: la casa enferma [o embrujada] como metáfora del cuerpo/mente enfermo; el debilitamiento de la consanguinidad; el poder del lugar y del pasado sobre el individuo; entre otras. De hecho, El Extraño (The Outsider) bien puede ser visto como una secuela lovecraftiana de La Caída de la Casa Usher [ver: «El Extraño» de Lovecraft como secuela de «La Casa Usher»]

La forma en que Edgar Allan Poe habla de Madeline parece dejar en claro que, en general, representa a Virginia. Por ejemplo, Madeline es la hermana gemela de Roderick, como a Edgar Allan Poe le gustaba imaginar que Virginia [en realidad, su prima] era su hermana [solía llamarla sissy]. Por otro lado, las «simpatías de una naturaleza apenas inteligible» de las que habla el Narrador al referirse a la extraña relación entre Roderick y Madeline, también unen a Edgar Allan Poe a su [muy] joven esposa. Este sentimiento de inexplicabilidad tal vez se debió a la transferencia de los primeros amores reprimidos de E.A. Poe haciaa Virginia: fue el apego reprimido a su madre lo que debe haber ayudado a dar este carácter «apenas inteligible» a la misteriosa «simpatía» que Edgar Allan Poe sentía por su esposa.

El tema del incesto es el núcleo de La Caída de la Casa Usher, tal vez no en términos explícitos sino más bien a través de lo reprimido. E.A. Poe nos dice que los Usher nunca se han «ramificado», insinuando varios matrimonios entre primos, y acaso otros todavía más cercanos. Es fácil ver que en la prolongada y exclusiva intimidad entre Roderick y Madeline hay algo más que devoción filial [ver: Casa Tabú]. Al ver a su hermana enferma, Roderick derrama lágrimas «apasionadas»; y de todas sus pinturas, una se aventura más allá de la abstracción, y es la de un largo túnel, blanco y de paredes lisas, de significado inequívocamente vaginal. Además, este túnel o bóveda está iluminado con un esplendor «inapropiado» [ver: El Horror siempre viene desde el Sótano]

Cada vez más perturbado, Roderick entierra a la cataléptica Madeline en una especie de tumba-matriz de la que violentamente nacerá de nuevo. Esta bóveda es una réplica negra de la cámara subterránea blanca pintada por Roderick, la cual sugiere la mansión uterina de la que salió Madeline y él mismo [ver: Horror Uterino]. En términos psicoanalíticos, esto podría describirse como una fantasía de regreso al útero materno, pero transformado en una especie de cloaca al terminar la vida.

La blancura de la bóveda del cuadro de Roderick puede compararse con el paisaje blanco que cierra La narración de Arthur Gordon Pym, siendo ambos ejemplos del mismo simbolismo materno [ver: ¡Tekeli-li!: análisis de «La narración de Arthur Gordon Pym»]. Sin embargo, la negrura de la bóveda real de la Casa Usher [no la de la pintura de Roderick], con su revestimiento de metal, sugiere esas regiones intestinales de las que los niños, en sus teorías infantiles, imaginan que emergen.

Con una crueldad que puede sorprender a quienes no están familiarizados con el funcionamiento del inconsciente, el hermano relega a su hermana a estas regiones prenatales. Pero Madeline, hay que recordarlo, no solo es la hermana de Roderick, sino que también es el doble de la madre que antes representaba la Casa. Sin embargo, habiendo demostrado ser infiel a la madre, al ser capaz de amar a otra, Roderick debe recibir su castigo.

Al escuchar los movimientos desesperados de Madeline tratando de liberarse [o de renacer], Roderick se niega a ir a investigar. Afirma sentir pavor, pero su actitud se asemeja más a la ansiedad, la expectativa. Entonces Madeline regresa, renacida. En una inversión de los roles de género tradicionales en la literatura gótica, es ella quien irrumpe en la habitación, infundiendo la muerte de su aterrorizado hermano a través de un paroxismo de miedo. Nunca lo sabremos, pero probablemente hay una historia increíble desde el punto de vista de Madeline.

En este punto, la Casa Usher se derrumba. El Narrador escapa porque es casto, lo cual debería ponernos en guardia ante su visión de los ancontecimientos. En primer lugar, observa la relación de Roderick y Madeline desde una posición moral que acaso cree superior, y desde esa misma perspectiva insinúa constantemente que hay una vida oscura en las cosas inorgánicas, como si la Casa Usher y los hermanos compartieran un alma en común que se disuelve en el mismo momento.

¿Por qué Roderick «entierra» a su hermana, no en el cementerio familiar, como sería de esperar, sino en un sótano que alguna vez sirvió de mazmorra y que tiene una pesada puerta de hierro?

Quizás Roderick cree que su hermana es un Vampiro, y hay varias evidencias que apoyan esta posibilidad. Por ejemplo, Madeline es una figura espectral, distante, que se pasea por la Casa Usher; mientras que la palidez de Roderick quizás no es producto de sus «nervios», sino del hecho de estar siendo depredado por su hermana. Además, el Narrador describe su primer encuentro con Madeline como la última vez que la ve con vida; lo cual implica que la mujer NO ESTÁ VIVA cuando irrumpe por la puerta y ataca a su hermano al final de la historia.

Otro detalle a favor de la teoría del vampirismo de Madeline es su delicada y frágil condición física, sumadas al hecho de que ha pasado varios días en un estado catatónico, sin agua y comida, pero así y todo logra escapar de la mazmorra forzando una puerta de hierro que, incluso para los estándares de las puertas de hierro, cuenta como «pesada». Por otro lado, las mejillas sonrosadas post-mortem, junto con sus sonrisas espeluznantes, son cuestiones que cualquier lector de Drácula sabe cómo categorizar. Además, tenemos sus síntomas: emaciación [delgadez extrema], apatía y ataques catalépticos. En un punto, Roderick afirma que su hemana pasa largos períodos de tiempo inconsciente [¿tal vez todas las horas del día?].

La teoría del vampirismo de Madeline es interesante, pero hay otra todavía más inquietante: Roderick no confía en sus propios impulsos, en el deseo de seguir «visitando» a su hermana incluso después de muerta, de modo que coloca su cadáver en un lugar inaccesible para él. En este contexto, los síntomas que padece Madeline pueden explicarse como los de una víctima de abusos constantes.

Edgar Allan Poe es muy sutil aquí. Realmente no sabemos si Roderick y Madeline están teniendo una relación consensuada, platónica, o si Roderick la desea en secreto o incluso si está forzándola; de cualquier manera, esto desencadena su progresivo deterioro mental hasta que por fin decide deshacerse de Madeline.

Este núcleo incestuoso en el corazón de La Caída de la Casa Usher está inspirado en el poema de John Keats La víspera de Santa Inés (The Eve of St. Agnes, 1819). En ambas historias parece haber una relación no consentida, y en ambas la víctima es una mujer llamada Madeline. En el poema de John Keats, Madeline entra en una especie de trance autohipnótico [análogo a la catalepsia que experimenta la Madeline de Edgar Allan Poe] cuando este misterioso hombre, llamado Pórfiro, se acerca sigilosamente a ella y «entra en su sueño». Ahora bien, el lector no sabe si Pórfiro ha irrumpido astralmente en los sueños de Madeline o si tuvo relaciones no consensuadas con ella aprovechando su inmovilidad durante el trance autohipnótico. En La Caída de la Casa Usher, Madeline está casi paralizada por un brote nervioso que la desconecta del mundo exterior. Apenas está consciente y sus músculos están rígidos debido a «una condición similar a la catepsia».

Roderick se encuentra en un estado maníaco clásico. El Narrador nunca puede ver de primera mano qué está haciendo su amigo entre el momento en que Madeline se acuesta y el momento en que Roderick la declara muerta. Entonces, la implicación es que Rooderick podría haber estado teniendo sexo con ella mientras Madeline estaba en inmersa en un estado semicomatoso... como lo ha estado haciendo todas las noches durante la última década.

Como vemos, el tema de La Caída de la Casa Usher es peor que el vampirismo. Madeline está siendo sistemáticamente abusada por su hermano. De hecho, el problema de la lujuria descontrolada de Roderick es insinuado por Edgar Allan Poe al describir su «mentón débil», rasgo físico que, se creía, poseían los «degenerados». De hecho, es posible que Roderick incluso haya estado abusando del cuerpo «muerto» de Madeline durante los días que estuvo en la mazmorra, y que estos actos detestables hayan sido la razón por la que decidió colocar su «cadáver» allí y no en el cementerio familiar [ver: El cuerpo de la mujer en el Gótico]

Edgar Allan Poe realmente nos introduce en un territorio desconocido en La Caída de la Casa Usher. A simple vista, el horror de la historia debería provenir del entierro prematuro de Madeline [implícito en sus episodios de catalepsia]; sin embargo, esto es solo un aspecto secundario del verdadero tormento que atraviesa la muchacha. En mi opinión, Roderick asesinó a Madeline para ocultar sus repetidos abusos, pero, ¿ocultarlo ante quién? ¿Al Narrador que él mismo ha mandado a llamar? Es cierto, Roderick se rehusa a que el médico examine a su hermana porque probablemente habría encontrado señales de violencia en ella, pero la única persona a la que Madeline tiene a mano para confesar sus padecimientos es el Narrador. Aquí se abren dos posibilidades:

a- La llegada del Narrador, convocado por Roderick, despierta en Madeline la esperanza de haber encontrado alguien a quien contarle la situación; razón por la cual Roderick la despacha.

b- El Narrador es cómplice del asesinato al encubrir a Roderick en el «entierro» de Madeline sabiendo muy bien que la muchacha sufría una condición cataléptica. Muchas prácticas funerarias de la época tenían un período de vigilia, donde se velaba el cadáver. Roderick y el Narrador ignoran el protocolo y sellan a Madeline en una habitación hermética durante 15 días. Incluso si el Narrador no está al tanto de lo que ocurría, esto sólo sería suficiente para despertar sus sospechas, de modo que no es ilícito suponer que está encubriendo a su amigo.

La víspera de Santa Inés fue escrito décadas antes de que Edgar Allan Poe escribiera La Caída de la Casa Usher. El castillo en el poema de John Keats es muy parecido tanto al Palacio Encantado de los versos de Roderick como a la propia Casa Usher. Dicho esto, es tentador pensar que el Narrador anónimo de E.A. Poe es, de hecho... ¡Pórfiro!, el abusador de Madeline en el poema de Keats.

Eso explicaría muchas cosas, entre ellas, el hecho de que Roderick decida matar a su hermana justo cuando hay un testigo en la casa. En este contexto, el Narrador no sería un testigo casual, sino un cómplice, no solo en la comisión del [intento de] asesinato y su posterior encubrimiento, sino de los abusos propiamente dichos.

La palabra Pórfiro proviene del griego porphyros, que significa «violeta», y Edgar Allan Poe no es tímido a la hora de que el lector asocie al personaje de Keats con la Casa Usher, por ejemplo, utilizando un término insólito en El Palacio Encantado: porphyrogene [«porfirogéneto»], uno de cuyos múltiples significados es «hijo del violeta»; es decir, hijo de Pórfiro. Sin embargo, todo esto es simplemente especulativo.




Edgar Allan Poe. I Taller gótico.


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El artículo: El secreto de Madeline: análisis de «La Casa Usher» de E.A. Poe fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

El relato es inquietante, por los misterios que insinúa. Que no se llegan a especificar. Ni a responder.
La hipersensibilidad de de los sentido de Roderick es algo en común con el personaje narrador de El corazón delator. ¿Puede suponerse que está presente también en Madeline?
¿Por que cerrar herméticamente una sepultura provisoria, para una mujer que podría no estar muerta? Lo adecuado es que se pueda abrir fácil desde adentor.

Está claro que Roderick muerte, pero no se revela si también Madeline.
El narrador no lo revela, estando más preocupado por huir. Me pregunto si realmente ha escapado. O si está a punto de ser atrapado por Madeline.


Warlord dijo...

Buen análisis, se se quedo pegada la idea de que el narrador esta implicado y y por eso huyo.



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