Autopsias lovecraftianas: el arte de diseccionar lo innombrable.
En sus últimos relatos, H.P. Lovecraft emplea un estilo de informe forense, con un lenguaje minucioso y frío, que está ausente en sus primeras historias. Estas autopsias lovecraftianas obedecen al siguiente principio: cuanto más inconcebibles sean los acontecimientos y entidades, más clínica, más precisa debe ser su descripción (ver: Lovecraft y las lenguas prehumanas).
Curiosamente, estas autopsias lovecraftianas constituyen el principal punto de apoyo de los detractores de Lovecraft, acusado de emplear innecesariamente un lenguaje arcaico, distante, sin comprender que para practicar una autopsia se necesita un bisturí.
En efecto, si uno se propone diseccionar lo innombrable necesita un escalpelo, un pulso firme, y todo eso implica excluir cualquier tipo de impresionismo, aun cuando el resultado sea una prosa inflexible. Las autopsias lovecraftianas son vertiginosas, y no hay vértigo sin una desproporción de escala, sin cierto contraste entre lo ilimitado y lo minucioso, entre lo preciso y lo eterno (ver: Horror Cósmico: qué es, cómo funciona, y por qué el tamaño sí importa)
Este juego de contrastes se pone de manifiesto en historias como En las montañas de la locura (At the Mountains of Madness), donde Lovecraft insiste en actualizar hasta el hartazgo la latitud y longitud donde ocurren los hechos, y a la vez puebla esas locaciones con entidades interestelares, cuando no directamente interdimensionales (ver: Seres Interdimensionales en los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft). Con ello, Lovecraft crea una sensación de oscilación, donde los personajes se desplazan físicamente entre puntos geográficos concretos, pero al mismo tiempo se enfrentan a lo desconocido.
Las autopsias lovecraftianas son un estilo que uno desearía que aplicaran todas aquellas personas que experimentan algún suceso extraño, paranormal o extradimensional. En cambio, el estilo de este tipo de narraciones es más emocional que quirúrgico. Lovecraft, por su parte, supone que la manifestación de seres provenientes de los confines de la galaxia, o desde otro universo o dimensión, exige datar con precisión toda la información posible. En este contexto, pocos autores del género son tan respetuosos del intelecto de sus lectores (ver: Lovecraft y los viajes en el tiempo: la tecnología de los Antiguos)
La mayoría de las autopsias lovecraftianas son practicadas por el narrador. Pensemos por ejemplo en el narrador de La sombra fuera del tiempo (The Shadow Out of Time), un atildado profesor de economía de la Universidad de Miskatonic, y descendiente de una intachable familia de Massachussets. Nada hace sospechar que algo increíble le sucederá. La mañana del 14 de mayo de 1908, Nathaniel Wingate Peaslee despierta con una migraña; de todos modos, se dirige a impartir sus clases, pero entonces ocurre algo:
A eso de las diez y veinte de la mañana, mientras impartía a mis alumnos de primer año una clase sobre las diversas tendencias de la economía política, vi formas extrañas bailando delante de mis ojos y creí encontrarme en una sala con una decoración estrafalaria. Mis palabras y mis pensamientos se desviaron del tema que estaba tratando, y los alumnos comprendieron que algo grave me sucedía. Luego perdí el conocimiento y me derrumbé en mi silla, sumiéndome en un letargo del que nadie logró sacarme. Pasaron cinco años, cuatro meses y trece días antes de que recobrara el uso normal de mis facultades y una visión ajustada del mundo.
La autopsia lovecraftiana continúa cuando Nathaniel Wingate Peaslee recobra el conocimiento. Es el mismo, físicamente, pero su personalidad parece haber sufrido una sutil modificación. Manifiesta una probervial ignorancia de las cuestiones elementales de la vida cotidiana y, al mismo tiempo, un profundo conocimiento del pasado y el futuro.
Si bien el aspecto de Nathaniel Wingate Peaslee es el mismo, sus músculos faciales realizan muecas extrañas. Su familia y sus amigos comienzan a experimentar una repugnancia instintiva hacia él. De hecho, su mujer acabará por pedirle el divorcio, argumentando que se trata de un intruso en el cuerpo de su esposo. En efecto, el cuerpo de Nathaniel Wingate Peaslee ha sido invadido por la mente de un miembro de la Gran Raza (ver: Lovecraft, la Gran Raza y viajes en el tiempo), una especie con forma de cono que reinó sobre nuestro planeta mucho antes de la aparición del ser humano, quienes desarrollaron la habilidad de proyectar su mente hacia el futuro.
La restitución de la mente de Nathanial Wingate Peaslee a su cuerpo físico se produce el 27 de septiembre de 1913. Las primeras palabras del profesor, tras cinco años de ausencia de su organismo, serán la continuación de la clase de economía política que estaba impartiendo a sus alumnos al principio del relato.
Este es un ejemplo paradigmático de la autopsia lovecraftiana, que si bien prescinde de los elementos emocionales que tanto reclaman los detractores de Lovecraft, posee un hermoso efecto de simetría (ver: ¿La palabra «CTHULHU» es un código secreto?)
El estilo de Lovecraft siempre fue criticado, generalmente por aquellos que no entienden del todo sus intenciones. Para el maestro de Providence, el Horror Cósmico existe en la intersección de entidades monstruosas, situadas en esferas inconcebibles, con el plano de nuestra existencia ordinaria (ver: Cosmicismo: la filosofía del Horror Cósmico). Las autopsias lovecraftianas le permiten al autor que el trazo de esa intersección sea lo más preciso posible, y a nosotros, los lectores, aproximarnos a la encrucijada sin sentirnos insultados en nuestra inteligencia.
A veces Lovecraft practica más de una autopsia en un mismo relato. Un ejemplo evidente es La llamada de Cthulhu (The Call of Cthulhu). Aquí, el maestro de Providence multplica los recursos narrativos fríos, precisos, que refuerzan la impresión de objetividad: informes policiales, artículos de prensa, actas de sociedades científicas, todo ello permite que el encuentro final con Cthulhu resulte verosimil. Sin embargo, es poco y nada lo que el bisturí de Lovecraft nos dice sobre el aspecto de la criatura (ver: ¿Cómo se pronuncia «CTHULHU» en realidad?):
Nadie podría describir al monstruo; ninguna lengua sería capaz de poner en palabras aquella visión de locura, aquel caos de gritos inarticulados, aquella espantosa contradicción de todas la leyes de la materia y el orden cósmico.
La fisionomía desconcertante de Cthulhu, Hastur, Nyarlathothep, Azathoth y Yog-Sothoth, los principales elementos de la mitología lovecraftiana, contrastan con el rigor quirúrgico con el que los protagonistas de estas historias intentan describir lo indescriptible. En esta intersección florece lo mejor de Lovecraft. El contraste deja rincones en sombras, lo cual evita que los Mitos de Cthulhu sean una mitología de contornos definidos.
La autopsia lovecraftiana es simplemente una aproximación humana a lo desconocido, un intento de diseccionar lo innombrable. Paradójicamente, ese rigor descriptivo no logra precisar la distribución de poderes, fuerzas y atributos de las entidades que aborda. De hecho, la naturaleza de estas criaturas está más allá de cualquier concepto humano. Los libros prohibidos que les rinden culto, lo hacen en términos confusos, y a veces contradictorios (ver: Libros de los Mitos de Cthulhu).
En este contexto, donde apenas podemos entrever de manera fugaz el espantoso poder y las intenciones siniestras de estas criaturas, Lovecraft impone un riguroso estilo forense para acercarnos lo más posible a ellas. El coraje de estos cronistas es admirable, y en cierto modo honran el espíritu de su autor. Porque todos los personajes que toman el escalpelo e intentan descubrir algo más sobre los seres que habitan el Multiverso de Lovecraft, lo pagan, inexorablemente, con la locura o la muerte.
H.P. Lovecraft. I Taller gótico.
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