Lovecraft vs. Dante: el infierno es la locura


Lovecraft vs. Dante: el infierno es la locura.




El descenso a los infiernos es un motivo frecuente en la literatura (ver: El Horror siempre viene desde el Sótano: escaleras abajo hacia el subconsciente en la ficción). El más famoso, sin dudas, es el de DanteLa Divina Comedia—, pero hay otros, quizás de ejecución menos elegante, es cierto, pero que descartan cuestiones banales, como el concepto de pecado, para utilizar ese viaje como metáfora de nuestros conflictos psicológicos y emocionales.

Dada su traumática historia familiar, no sorprende que H.P Lovecraft haya merodeado con frecuencia por el infierno, quiero decir, por los niveles inferiores de su mente, de sus recuerdos, ancestrales y propios. Su obra es casi una metáfora del género. Después de todo, ¿qué es el Horror sino un descenso hacia los oscuros cimientos del ser, o incluso más abajo? (ver: Lo Subterráneo en la ficción: descenso hacia un estado elemental del ser).

¿Qué estaba buscando el maestro de Providence en las profundidades? ¿Lo encontró alguna vez?

Y nosotros, como lectores del género, ¿qué buscamos? ¿Seríamos capaces de reconocerlo si lo encontráramos?

Lovecraft nos invita a acompañarlo en muchos descensos al infierno. Ninguno, sin embargo, posee los matices psicológicos de Las ratas en las paredes (The Rats in the Walls), publicado en la edición de marzo de 1924 de la revista Weird Tales, y luego reeditado por Arkham House en la antología de 1939: El extraño y otros (The Outsider and Others).

En el Horror, las Casas Embrujadas a menudo representan nuestra propia estructura psicológica. Cada habitación, cada nivel, es como una pequeña celda de nuestra conciencia.

En esa estructura, el Sótano pertenece al dominio del Inconsciente, aquel lugar sombrío donde guardamos —o reprimimos— todo aquello que no tiene una función práctica en el hogar —o para permitirnos funcionar en sociedad— (ver: Casas Embrujadas vs. Casas Malditas). En este contexto, los sótanos lovecraftianos son dependencias anexas a una especie de infierno personal.

Para el maestro de Providence, lo que hay allá abajo es su propia historia desconocida, un pasado que se extiende desde lo profundo para apoderarse del presente, un horror autobiográfico, genealógico, si se quiere, un infierno personalizado.

Las ratas en las paredes, tal como lo sugiere su título, está poblado de ratas espectrales y extrañas visiones de una gruta o un pasadizo subterráneo debajo de la casa del protagonista: De la Poer, un acaudalado descendiente de una familia con un pasado tétrico, quien se instala en la vieja casa que ha heredado para restaurarla.

El tema de restaurar la casa y la posición social de una familia decrépita es un motivo recurrente en Lovecraft, quien no pudo hacer lo mismo con su propia familia, obligada a subsistir en pequeños apartamentos y a perder, progresivamente, el bienestar que alguna vez conoció.

El mismo motivo se utiliza hasta el hartazgo en nuestros días, sobre todo en el cine de terror, donde incontables protagonistas se mudan a una casa prácticamente en ruinas y descubren, con espanto, que ésta esconde un pasado nefasto.

(SPOILER adelante)

De la Poer reconstruye la casona familia, situada sobre las ruinas de un edificio mucho más antiguo. Se insinúa que sus ocupantes originales, antepasados del protagonista, fueron contemporáneos de los druidas. Con el transcurso de los siglos se produjo una contaminación genética en la familia, a causa de un mal subterráneo, enterrado, olvidado, debajo de la casa.

¿Qué secreto familiar inconfesable corroía a los Lovecraft? ¿Qué secreto puede ser tan atroz como para contaminar genéticamente a sus descendientes con el gérmen de la locura. ¿Acaso fue la vergonzosa muerte de su padre, a causa de sífilis?

—Algo similar le sucede a la familia Martense en El horror oculto (The Lurking Fear)

Los lectores de Lovecraft seguramente saben que De la Poer no logra exactamente lo que pretende. Es internado en un hospital psiquiátrico al final de la historia, junto con Thornton, el psíquico que trata de expandir sus sentidos (ver: ¿Cómo se siente el Sexto Sentido?).

No podía ser de otro modo. Para Lovecraft, todo descenso a los infiernos desemboca en la locura, o mejor dicho, el infierno es la locura.

Lovecraft, a diferencia de Dante —más bien un turista en el infierno—, supone que, a medida que nos internamos más y más profundamente en la tierra, corremos el riesgo de encontrarnos con algo peor que el Mal y la Monstruosidad. El verdadero riesgo es convertirnos en parte de la fauna infernal.

Este descenso al atavismo diabólico se asemeja al de Dante, pero solo en apariencia. Menos inclinado espiritualmente, y menos limitado por el concepto de pecado, el enfoque de Lovecraft puede definirse del siguiente modo: el camino hacia el infierno es el camino hacia la locura.

En términos psicológicos y, por qué no, también arquitectónicos, De la Poer reconstruye su conciencia familiar, diurna, en los niveles superiores de la casa, mientras el viejo sótano, la bóveda, la caverna, esconden la verdad reprimida sobre sus orígenes.

Esto no sería demasiado notable si no fuese por la sensibilidad de De la Poer, extremadamente aguda, como la de los gatos, la cual le permite escuchar ruidos inaudibles para los demás: ratas que rascan, mordisquean y se escabullen detrás de los muros de piedra.

La extrema sensibilidad de De la Poer ante los ruidos extraños que provienen del sótano, casi como si fueran pensamientos y recuerdos reprimidos que nos inquietan en medio de la noche, aquí representados en la figura de ratas espectrales, se asemeja muchísimo a la del protagonista de Más allá de la puerta (Beyond the Door), de J. Paul Suter; cuento que, por cierto, Lovecraft tenía en muy alta estima.

En el relato de Suter también hay un sótano que llama al protagonista, un entomólogo, y ratas que hambrientas que merodean por la casa.

Ahora bien, si el camino al infierno es el camino hacia la locura, ese viaje solo puede empezar en un lugar: la razón.

En efecto, el cuento de Lovecraft, y básicamente todos los relatos sobre descensos al sótano, como metáfora del infierno, comienzan con una investigación racional, a la luz del día, o de la razón.

El Sótano, como nuestro Subconsciente, guarda secretos en la oscuridad. Uno puede tratar de sacarlos a la luz para examinarlos, pero lo más probable es que seamos nosotros quienes terminemos siendo atraídos hacia las profundidades.

Así se entienden las últimas frases de De la Poer: desesperadas, inconexas, una corriente de elipses que dan a entender que el narrador ha perdido la cordura.

Ese el destino ingrato de aquellos que descienden al infierno, con excepción de Dante, claro, que poseía cierta inmunidad.

De la Poer, como los protagonistas de otros descensos lovecraftianos memorables —Los amados muertos (The Loved Dead), El sabueso (The Hound), El morador de las tinieblas (The Haunter of the Dark)—, se convierte en la monstruosidad atávica que estaba tratando de trascender, sin entender que cada paso que daba en ese sentido lo conducía inexorablemente a la locura.




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