El despertar del Dios-Pez: análisis de «Dagón».
Hoy analizaremos el relato de H.P. Lovecraft: Dagón (Dagon), escrito en julio de 1917 [«después de nueve años de silencio»] y publicado originalmente en la edición de noviembre de 1919 de la revista The Vagrant. Posteriormente aparecería en la edición de octubre de 1923 de Weird Tales y, finalmente, sería reeditado por Arkham House en la colección de 1939: El extraño y otros (The Outsider and Others).
Resumen:
El narrador está a punto de quedarse sin morfina. En lugar de enfrentarse a la vida sin el alivio que le proporciona la droga, planea arrojarse por la ventana. No es un «debilucho», afirma. Cuando leamos su historia comprenderemos por qué elige la «muerte o el olvido».
A principios de la Primera Guerra Mundial, los alemanes capturaron su barco. Tratan a sus prisioneros con gentileza, tal vez demasiada, ya que el narrador se escapa sin problemas. La amabilidad teutona probablemente se deba a que no les preocupa que un tipo escape en un bote diminuto en medio del Pacífico. El narrador anda a la deriva durante días, luego despierta para encontrar su barco encallado en una masa de lodo pútrido, estéril, salvo por los cadáveres de pescados en descomposición. Teoriza que alguna agitación volcánica ha levantado un antiguo trozo del fondo oceánico, exponiendo tierras ahogadas durante millones de años.
El suelo se seca durante el día; pronto debería ser posible viajar. Prepara un paquete y se pone en marcha, buscando el mar desaparecido y un posible rescate [porque siempre puede haber alguien, o algo, dispuesto a rescatarte en una isla recientemente levantada]. Se dirige hacia el oeste, en dirección a un montículo que se eleva por encima del resto de la llanura árida y sin rasgos distintivos [salvo por los peces muertos]. A la cuarta noche arma una base, donde duerme. Sus sueños son visiones salvajes y se despierta con un sudor frío.
El narrador advierte que es mucho más fresco y agradable viajar de noche, y se propone ascender al montículo. La monotonía ininterrumpida de la llanura ha sido un horror, pero no tanto como llegar a la cima del montículo y ver el abismo que cae al otro lado, demasiado profundo para que penetre la luz de la luna. Impulsado por la curiosidad, desciende hasta llegar al borde del abismo. En la ladera opuesta hay una piedra blanca gigante y, aunque ha estado bajo el agua desde que el mundo era joven, sus contornos no son del todo naturales. Es claramente un monolito, tal vez formado por criaturas pensantes.
Mientras la luna se asoma, el narrador examina el monolito con una mezcla de miedo y asombro científico. Está cubierto de jeroglíficos y bajorrelieves de figuras humanoides con pies palmeados, ojos saltones y otros rasgos menos agradables. Las dimensiones parecen desproporcionadas, porque hay una talla de una figura matando a una ballena no mucho más grande que ella. El narrador decide que deben ser los dioses de alguna tribu anterior a los neandertales [ver: Lovecraft y las lenguas prehumanas]. Pero luego ve una figura gigante, como la de las tallas, que emerge del agua y se lanza hacia el monolito, lo abraza con sus brazos escamosos, inclina la cabeza y emite «ciertos sonidos mesurados».
El narrador recuerda poco de su alucinado regreso al bote. Recuerda cantar y reír y una gran tormenta. Cuando vuelve en sí, está en un hospital de San Francisco. El capitán del barco que lo rescató prestó poca atención a sus desvaríos y no insiste en el tema. Más tarde, le pregunta a un etnólogo sobre la leyenda filistea del dios-pez Dagón, pero no obtiene respuestas útiles. La morfina apenas lo ayuda, y se ha vuelto completamente adicto. A veces se pregunta si su visión de la llanura viscosa, el monolito, la criatura, fue sólo una alucinación. Pero sus visiones son demasiado espantosas. Se estremece al pensar en las criaturas que se arrastran sobre el lodo del fondo oceánico, adorando a sus antiguos ídolos y tallando sus propias «imágenes detestables» en piedra.
[Sueño con un día en que puedan elevarse por encima de las olas para arrastrar con sus garras apestosas los restos de la humanidad débil y agotada por la guerra, con un día en que la tierra se hunda y el oscuro fondo del océano ascienda en medio del pandemonio universal. El final está cerca. Oigo un ruido en la puerta, como el de un inmenso cuerpo resbaladizo que se tambalea contra ella. No me encontrará. ¡Dios, esa mano! ¡La ventana! ¡La ventana!]
¿Es un Profundo de tamaño descomunal? ¿Una subespecie? ¿Algo que adoran los Profundos? ¿Alguna vez visitó Innsmouth? ¿Acaso se trata del mismísimo Cthulhu? [ver: ¡Dagón es Cthulhu!]
Dagón es un ejemplo de cómo el horror debe crear y mantener el suspenso. Lovecraft utilizó conscientemente una serie de recursos narrativos para lograr este efecto. La elección del punto de vista puede ser problemática en el género, porque un punto de vista en primera persona establece que el narrador vivirá para contar la historia. Para sortear este problema, la supervivencia del protagonista nunca está asegurada en Dagón, y Lovecraft lo consigue al convertir el relato en una potencial nota suicida:
[Escribo esto bajo una fuerte tensión mental, ya que cuando llegue la noche habré dejado de existir.]
Por lo tanto, si bien el protagonista puede sobrevivir para escribir el cuento, probablemente no vivirá mucho tiempo después. La certeza del final feliz se elimina de inmediato [ver: «¡Esa mano! ¡La ventana! ¡La ventana!»]
Por supuesto, el hecho de que el protagonista esté contemplando el suicidio pone en duda su fiabilidad como narrador. Admite que ha estado bajo «tensión mental» y es adicto a la morfina. Si bien muchos de sus protagonistas posteriores cuentan historias increíbles, Lovecraft tiene cuidado de convertirlos en narradores creíbles. ¿Cómo? Con la verificación de sus testimonios a través de periódicos, profesores y otras fuentes confiables. Uno de los principales defectos de Dagón radica en que Lovecraft no logró que este narrador en particular fuera confiable; incluso cuando en el primer párrafo intenta legitimarse:
[Pese a mi esclavitud a la morfina, no me considero un débil ni un degenerado.]
Pero el autotestimonio no es, en sí mismo, suficiente para darle credibilidad.
Sin embargo, a pesar de las fallas en la historia, Lovecraft ya ha demostrado habilidad para generar suspenso desde la primera oración, que predice la muerte del protagonista. En el primer párrafo alude a que este ha sufrido una terrible tortura mental y dice que su dolor es tan grande que debe tener «olvido o muerte». El lector, por supuesto, debe preguntarse exactamente qué ha causado su sufrimiento y qué terror debe olvidar. La respuesta a este enigma forma la base de la historia [ver: Autopsias lovecraftianas: el arte de diseccionar lo innombrable]
Dejando atrás su juvenilia, Dagón es una de las primeras obras maduras de H.P. Lovecraft; una historia que presagia todos los conceptos lovecraftianos y peculiaridades estilísticas que más adelante encontraremos en los Mitos de Cthulhu. De hecho, incluso en 1923, Lovecraft afirmó que apenas había podido igualar a Dagón. Si bien muchas de sus historias posteriores muestran a un Lovecraft mucho más hábil, este esfuerzo temprano manifiesta todos los elementos que el flaco de Providence consideraba esenciales para el cuento extraño [ver: ¿Qué es el «Weird»?]
La historia cuenta con un narrador anónimo que admite su inestabilidad mental. Sin embargo, no siempre fue inestable. Al menos estaba sano mentalmente como para ser el oficial a cargo de su barco, y el único de su tripulación con la iniciativa necesaria para escapar de sus captores alemanes —¡cuán escandalizado se habría sentido Karl de El templo por esta laxitud de los guardias prusianos! [ver: El misterio del U-29: análisis de «El Templo»]—. Como muchos de los protagonistas de Lovecraft, el narrador de Dagón experimenta sueños salvajes; de hecho, pudo haber soñado o imaginado todo el incidente central. Al menos él espera haberlo soñado o imaginado. Sin embargo, al final, la realidad lo alcanza, y su relato debe terminar abruptamente, no con los habituales garabatos sino con una improbable repetición: ¡La ventana! ¡La ventana! [Amigo, ¿tienes prisa o no?]
La región oculta y espantosa [a veces bajo el mar, otras, subterránea] es otra idea que Lovecraft explorará muchas veces, y es el asombro y el terror las emociones que el narrador experimenta cuando la encuentra [ver: Lovecraft y los mundos subterráneos]. Aunque esta región oculta es de una antigüedad espantosa, posiblemente anterior al homo sapiens, todavía conserva ruinas con tallas extrañas y habitantes de algún tipo [ver: Lovecraft y las lenguas extraterrestres]. La aparición de la criatura deja boquiabierto al narrador, y este huye sin saber cómo, porque su mente consciente ha sido desplazada por su instinto de supervivencia. Más tarde, los rescatistas no prestan atención a sus balbuceos.
Y luego están los desaforados sellos estilísticos de Lovecraft. Todo en Dagón es «indescriptible», «insondable», «interminable», «ignoto», «inaudito» [ver: El adverbio que cayó del espacio]. Y además está esa luna que ilumina el clímax: «gibosa y fantástica, proyectando extraños reflejos y sombras». En muchos cuentos de Lovecraft, la luna actúa como un observador semidivino, un testigo sardónico. Recomiendo leer La sombra fuera del tiempo (Shadow Out of Time) para ver un ejemplo acabado de esta presunción.
Algunos precursores de las ideas centrales de los Mitos de Cthulhu también están vívidamente presentes aquí. Incluso se podría decir que Dagón proporciona un esquema tentativo para La Llamada de Cthulhu (The Call of Cthulhu). En éste último, Lovecraft desarrollará el ascenso y hundimiento de una masa de tierra sumergida en una zona poco conocida del Pacífico, precedida por sueños salvajes proyectados por Cthulhu sobre un puñado de mentes sensibles [ver: Un sueño, un terremoto, y el nacimiento de Cthulhu]. No obstante, hay discrepancias cruciales. En La Llamada de Cthulhu, los monstruos necesitan que los humanos les abran las puertas de su prisión, o los invoquen desde otras dimensiones; en cambio, el proto-Cthulhu de Dagón parece libre de esos lazos con la humanidad. No se ocupa del narrador, simplemente hace lo suyo. Y más aún, al contrario de Cthulhu, no parece buscar ser adorado, sino que él mismo se manifiesta en un claro acto de adoración [ver: Lovecraft y el culto secreto de los Antiguos]
Dagón incluso presagia la premisa central de los Mitos de Cthulhu: el ser humano no es la única ni la mayor criatura inteligente del universo, y su momentáneo reinado puede terminar no con un estallido, sino con un gemido gutural:
[«Sueño con un día —dice el narrador—, en el que puedan elevarse por encima de las olas para arrastrar con sus garras apestosas los restos de la humanidad insignificante y agotada por la guerra, con un día en que la tierra se hunda y el oscuro fondo del océano ascienda en medio del pandemonio universal».
¿No será Cthulhu quien tome el control del mundo en medio de ese «pandemonio universal»? [ver: Cthulhu: anatomía de un Primigenio]
Es probable que el antepasado narrativo de los Profundos sea la criatura que abraza el monolito. Los dedos palmeados, los labios anchos y flácidos, los ojos saltones, todo suena al look de Innsmouth. Los motivos acuáticos del monolito recuerdan a los de las joyas exóticas asociadas con la ciudad en sombras en La Llamada de Cthulhu. Es cierto, tanto la criatura como las monstruosidades talladas parecen mucho más grandes que las de los Profundos de Innsmouth, pero recordemos que en Dagón solo tenemos un motivo incipiente, no completamente acabado. Recuerdo ahora La habitación cerrada (The Shuttered Room) [una «colaboración póstuma» con August Derleth], donde un Profundo comienza con el tamaño de una rana, habiéndose encogido luego de años de inanición. Al final de la historia, ha devorado su camino de regreso hasta alcanzar el tamaño de un hombre. No sé si Lovecraft imaginó que los Profundos fueran tan variables, sin embargo, tiene sentido que los haya empequeñecido para que coexistan con los habitantes de Innsmouth.
Por supuesto, no olvidemos que el propio Dagón reaparecerá en La sombra sobre Innsmouth (Shadow over Innsmouth). ¡Incluso tendrá una orden esotérica con su nombre!
En efecto, no es descabellado pensar que la criatura del cuento podría ser el Padre Dagón al que se hace referencia en La sombra sobre Innsmouth; esto es, un Profundo particularmente longevo que ha crecido hasta alcanzar un tamaño descomunal. En este contexto, ¿podría el monolito ser un santuario de Cthulhu, aún desconocido por el narrador? [ver: ¿Cómo se pronuncia «CTHULHU» en realidad?]
La llanura que emerge del fondo oceánico en la que el narrador de Dagón se encuentra varado debe haberle parecido particularmente horrible a Lovecraft, quien detestaba el mar, los mariscos y el olor a pescado. En Dagón predomina un lodo desagradable, pútrido, cubierto de bestias marinas en descomposición [Innsmouth y sus habitantes también huelen mucho a pescado]; pero todo eso enmascara el verdadero horror de la historia: la masa de tierra sumergida, cubierta de cosas repugnantes, parece una metáfora del surgimiento de algunos aspectos del subconsciente de Lovecraft, cierta ansiedad que ya hemos discutido en El Espejo Gótico al analizar El ser en el umbral (The Thing in the Doorstep) [ver: Lovecraft y la ansiedad de género: análisis de «El ser en el umbral»]
Definitivamente hay algunos prototipos de elementos comunes en los posteriores Mitos de Cthulhu: R'lyeh, los Profundos, etcétera. Sin embargo, creo que Dagón tiene algunos problemas serios. Por un lado, la masa de tierra es simplemente demasiado grande. El narrador camina durante días antes de descubrir la hendidura y el monolito. Dicho esto, hay que poner todo eso en contexto. Dagón se apoya en las teorías geológicas que prevalecían en ese momento, antes de que la ciencia coincidiera mayoritariamente en la teoría del movimiento de las placas tectónicas. En 1917, Lovecraft seguía la corriente más aceptada, esto es, el concepto de grandes masas de tierra que se levantaban o se hundían violenta y repentinamente; creencia que, tal vez, fundamentó durante mucho tiempo la idea de continentes hundidos, tales como como la Atlántida, Mu, Lemuria, etc.
Por otro lado, Lovecraft nunca sugiere que una pequeña isla se haya levantado del mar, sino una masa de tierra de tamaño indeterminado, lo cual, como hemos visto, no estaba reñido con las teorías científicas de la época. No es descabellado, en el contexto de la historia, que esta masa de tierra incluso pueda tener cientos de kilómetros de ancho, los cuales literalmente llevaría días cruzar, además de hacer que el océano no fuera visible desde cualquier dirección si te hubieras adentrado lo suficiente, tal como lo hace el narrador después de cuatro días de caminata [ver: Richard S. Shaver y el mapa oculto en un cuento de Lovecraft]
Más problemático es hasta dónde llega Lovecraft para darnos razones para descartar todo el asunto como un delirio. El narrador estuvo [supuestamente] a la deriva durante un tiempo largo, pero antes nos informa que logró empacar mucha comida y agua [para «un buen período de tiempo»]. Esto, además de dejar muy mal parados a los guardias alemanes, resulta un poco incongruente. Realmente debió ser mucha comida y agua para sobrevivir a la deriva durante tanto tiempo, y luego durante los cuatro días de caminata; sin contar el período de tiempo indeterminado [que no recuerda] hasta ser rescatado. Los narradores posteriores de Lovecraft tienden a ser mucho más confiables y nos dan razones para creerles. Este tipo hace todo lo posible para que su palabra no tenga credibilidad.
Esto se refuerza en la propia criatura, el Dagón del título, que en ningún momento molesta al narrador. Posiblemente ni siquiera lo nota. Me siento inclinado a preguntarme si esa «mano en la ventana» no pertenece al propietario después de todo. En todo caso, el único motivo que se me ocurre para que este proto-Profundo persiga al narrador es que, aunque accidentalmente, ha profanado sus ritos. Ese era un elemento básico de la literatura de aventuras de mediados del siglo XIX. Por lo general, los hombres occidentales condenados robaban algo de un templo o profanaban una tumba [al estilo Indiana Jones] y recibían su merecido, pero a veces el solo hecho de presenciar los ritos era suficiente para traerles represalias.
A pesar del título, realmente no hay una conexión entre el Dagón de Lovecraft y la deidad sumeria, que parece ser una ocurrencia tardía [ver: Dagón: el panadero de Lovecraft]. Tampoco me parece relevante insistir sobre los aspectos xenófobos de la historia. Después de todo, son bastante evidentes: lo horrible de los anfibios de Dagón es que simplemente existen, se ocupan de sus propios asuntos, adoran a sus dioses, e incluso se retran en el arte. Y no olvidemos que, como todas las aterradoras criaturas extranjeras, algún día pueden levantarse para apoderarse del mundo y borrarnos de la faz de la tierra [ver: «La Sombra sobre Innsmouth»: del odio racial a la empatía]
Claramente tengo algunos conflictos sin resolver con el narrador de Dagón. Ciertamente es un hombre lúcido y capaz [es oficial de un barco, logra escapar de los alemanes]. No es un erudito, una rata de biblioteca que puede asustarse ante el mínimo indicio de algo irracional. Todo eso hace difícil entender por qué es incapaz de enfrentarse con cierto grado de cordura a la idea de una inteligencia moderadamente alienígena, una que incluso comparte la necesidad humana de la religión y el arte, y con la cual ni siquiera deberíamos competir por el territorio [ver: H.P. Lovecraft vs. Dante: el infierno es la locura]
Más problemático es hasta dónde llega Lovecraft para darnos razones para descartar todo el asunto como un delirio. El narrador estuvo [supuestamente] a la deriva durante un tiempo largo, pero antes nos informa que logró empacar mucha comida y agua [para «un buen período de tiempo»]. Esto, además de dejar muy mal parados a los guardias alemanes, resulta un poco incongruente. Realmente debió ser mucha comida y agua para sobrevivir a la deriva durante tanto tiempo, y luego durante los cuatro días de caminata; sin contar el período de tiempo indeterminado [que no recuerda] hasta ser rescatado. Los narradores posteriores de Lovecraft tienden a ser mucho más confiables y nos dan razones para creerles. Este tipo hace todo lo posible para que su palabra no tenga credibilidad.
Esto se refuerza en la propia criatura, el Dagón del título, que en ningún momento molesta al narrador. Posiblemente ni siquiera lo nota. Me siento inclinado a preguntarme si esa «mano en la ventana» no pertenece al propietario después de todo. En todo caso, el único motivo que se me ocurre para que este proto-Profundo persiga al narrador es que, aunque accidentalmente, ha profanado sus ritos. Ese era un elemento básico de la literatura de aventuras de mediados del siglo XIX. Por lo general, los hombres occidentales condenados robaban algo de un templo o profanaban una tumba [al estilo Indiana Jones] y recibían su merecido, pero a veces el solo hecho de presenciar los ritos era suficiente para traerles represalias.
A pesar del título, realmente no hay una conexión entre el Dagón de Lovecraft y la deidad sumeria, que parece ser una ocurrencia tardía [ver: Dagón: el panadero de Lovecraft]. Tampoco me parece relevante insistir sobre los aspectos xenófobos de la historia. Después de todo, son bastante evidentes: lo horrible de los anfibios de Dagón es que simplemente existen, se ocupan de sus propios asuntos, adoran a sus dioses, e incluso se retran en el arte. Y no olvidemos que, como todas las aterradoras criaturas extranjeras, algún día pueden levantarse para apoderarse del mundo y borrarnos de la faz de la tierra [ver: «La Sombra sobre Innsmouth»: del odio racial a la empatía]
Claramente tengo algunos conflictos sin resolver con el narrador de Dagón. Ciertamente es un hombre lúcido y capaz [es oficial de un barco, logra escapar de los alemanes]. No es un erudito, una rata de biblioteca que puede asustarse ante el mínimo indicio de algo irracional. Todo eso hace difícil entender por qué es incapaz de enfrentarse con cierto grado de cordura a la idea de una inteligencia moderadamente alienígena, una que incluso comparte la necesidad humana de la religión y el arte, y con la cual ni siquiera deberíamos competir por el territorio [ver: H.P. Lovecraft vs. Dante: el infierno es la locura]
Quiero decir, su terror es comprensible, pero la locura parece excesiva. Sin embargo, Lovecraft tamiza esta reacción exagerada al insinuar que el verdadero miedo del narrador es que la humanidad, con nuestras guerras, no merezca este mundo, al menos no tanto como este grupo de humanoides prehistóricos. Mierda, tal vez nos destruyan no porque sean monstruos, sino porque nosotros lo somos. Recordemos que Dagón fue escrito un año y medio antes del final de la Gran Guerra, y se publicó pocos meses después. Sería ridículo pensar que ese período no influyó en la historia.
La guerra también se muestra en la similitud, quizás deliberada, entre el colapso mental del narrador y el estrés postraumático de los soldados que regresaban del frente, el cual ya comenzaba a dejar de ser visto como una señal de cobardía. Siendo Lovecraft, es la gente viva, aunque extraña, no la violencia, la que tiene un efecto traumático.
El carácter autodestructivo de la humanidad, proyectado en otras especies imaginarias de los Mitos de Cthulhu, es más sutil aquí que en historias posteriores. Los Yith hacen muchas cosas desagradables, es cierto, pero no pelean entre ellos [ver: Ciclo de Yith: la Gran Raza y viajes en el tiempo]. Esto también encaja con la referencia al Paraíso perdido de Milton:
[Me pareció que me encontraba en el borde del mundo, escrutando desde el mismo canto hacia un caos insondable de noche eterna. En mi terror se mezclaban extraños recuerdos del Paraíso perdido, y la espantosa ascensión de Satanás a través de remotas regiones de tinieblas.]
Una cosa que encuentro divertida es que el narrador consulta a un «célebre etnólogo» sobre la deidad filistea, Dagón, en relación con lo que ha presenciado; pero creo que una pista importante se revela anteriormente en esta mención al Paraíso perdido. En el poema de Milton se puede encontrar este verso:
Quizás esta cita es parte de las «curiosas reminiscencias» en la mente del narrador, razón por la cual hizo la conexión entre lo que vio y sus investigaciones sobre el Dios-Pez Dagón. También me atrevería a sugerir que esos versos son una posible fuente de inspiración para el cuento de Lovecraft. Pero lo más divertido es que el narrador describe al «célebre etnólogo» como «irremediablemente convencional». ¿Qué esperaba de un académico? ¿Que le proporcione información histórica verificable o que alimente el delirio de que Dagón no solo era una deidad antigua, sino un monstruo marino real que de vez en cuando sale a tomar sol en el Pacífico Sur?
Era fácil pasar por alto estos detalles, ya que gran parte de la sutileza de Lovecraft está muy bien escondida debajo de su total falta de sutileza en la superficie de sus historias. En efecto, el motivo religioso en Dagón es evidente. Después de todo, ese monstruo originario de los mares más profundos solo sale a la superficie para adorar a sus dioses en su acostumbrado santuario. Hay cierta devoción, cierta gratitud, en su abrazo en oración al monolito.
Más allá de esto, el narrador muy poco confiable. Sufre un caso de trastorno de estrés postraumático severo y una adicción a los opiáceos. Es de esperar que, al despertar, haga algunas afirmaciones extrañas, quizás sobre una masa de tierra desconocida y una colosal criatura anfibia. Todo eso es más coherente con un personaje varado bajo el sol ardiente del Pacífico. Para resolver este dilema, Lovecraft necesita equilibrar un poco el juego, y creo que se equivoca al introducir su propia personalidad en el narrador, por ejemplo, mediante alusiones literarias y la condena a un académico «irremediablemente convencional». Estos no parecen ser los pensamientos de un hombre de mar.
Lovecraft generalmente retrata a sus extraterrestres como seres inspiradores, con su propia cultura y motivaciones. Pero a él [o más exactamente a él proyectado en sus protagonistas] no les suelen gustar demasiado, y por lo general se los mira con recelo y miedo. Los protagonistas lovecraftianos muestran algo de empatía, pero no mucha simpatía. Por eso me parece injusto insistir en la xenofobia de Lovecraft sobre otros aspectos de su obra que la atenúan considerablemente.
Quiero decir, la xenofobia es para el colectivo humano lo que el sistema inmunológico es para el individuo. Un sistema inmunológico demasiado activo te matará; tu cuerpo empezará a rechazar lo que comes y hasta podría atacar los tejidos de tu cuerpo. Metafóricamente hablando, esto es igual a la agresión y la paranoia del protagonista promedio de Lovecraft. Por otro lado, si tu sistema inmunológico es demasiado débil, estás indefenso ante cualquier atacante oportunista, lo cual es análogo a asumir que todos los extraños son solo amigos que aún no has conocido. En otras palabras, la xenofobia de Lovecraft es elevada, más para nosotros que para su tiempo. Después de todo, Dagón fue escrito cuando miles y miles de personas eran gaseadas en el frente occidental. ¿Por qué debería suponerse que los seres extraterrestres son mejores que nosotros? [ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft]
Quizás Lovecraft entendió algo fundamental para la experiencia humana; sus «Otros» no solo tienen un color de piel diferente, tienen tentáculos, así que es seguro odiarlos. Esto le permite a nuestra Sombra, en términos jungianos, salir a la superficie y regodearse en el odio al Otro sin ningún tipo de culpa. Me pregunto si este no es el aspecto que le da mayor fuerza [y vigencia] a los Mitos de Cthulhu. Después de todo:
[La emoción más antigua y más fuerte de la humanidad es el miedo, y el miedo más antiguo y más fuerte es el miedo a lo desconocido.]
¿Qué pasa si reemplazamos «desconocido» por «conocido»?
Sé que el análisis freudiano está pasado de moda en estos días; sin embargo, en la obra de Lovecraft hay un intento de cerrar esa brecha, sin engañar ni endulzar al lector. No creo que haya una buena manera de desvincular la xenofobia de Lovecraft del poder de su escritura; es incómodo reconocerlo si uno aprecia ese poder, pero aún más incómodo es no reconocerlo [ver: H.P. Lovecraft vs. Freud: la interpretación de los sueños según Cthulhu]
Este detalle del monstruo abrazando al monolito, adorando y [quizás] manifestando amor por sus dioses, muestra cuán sutil podía ser Lovecraft incluso en una etapa tan temprana de su producción literaria. Solo en esa imagen queda registrada la amenaza existencial de los Mitos de Cthulhu. En definitiva, Lovecraft nos dice que la humanidad es una especie sumamente egoísta, una especie que siempre anhela estar en el centro de todo: el hogar, la comunidad, la Tierra, la galaxia, el universo. Todos deben prestarnos atención. Un monstruo al que no le importa si te pisa o no, un monstruo que ni siquiera te nota, incluso un monstruo que hace cosas humanas [arte, religión] desde mucho antes que tú, es más aterrador que un monstruo que solo quiere chuparte la sangre. Eso último implica que la persona que está siendo succionada [sin doble sentido] sigue siendo, de alguna manera, importante.
Ahora bien, existe la posibilidad de que el narrador de Dagón no haya muerto al final de la historia. Recordemos aquel incidente mencionado en La Llamada de Cthulhu [abril de 1925, cuando R'lyeh surge del mar y Cthulhu despierta, causando un brote de histeria masiva en todo el mundo], en el que un hombre saltó por una ventana en Londres. ¿Se trata del mismo hombre?. Es un poco exagerado, pero no irrazonable. Significa que el narrador probablemente era británico; lo cual no es incongruente: los británicos comerciaron en el Pacífico Sur durante la Primera Guerra Mundial y los alemanes se desplegaron para atacar sus barcos con el fin de interrumpir su comercio. ¿Acaso este sujeto logró escapar de San Francisco [y de la mano en la ventana] y regresar a Londres. La conexión es débil, pero posible [ver: ¿La palabra «CTHULHU» es un código secreto?]
El narrador de Dagón se ve impulsado a escribir, a registrar su versión de la verdad a pesar de que se encuentra bajo una tremenda «tensión mental» y al borde de la muerte. De hecho, siente que ni siquiera puede suicidarse hasta que complete su registro escrito «para la información o la despectiva diversión de mis semejantes». Aunque siente que sus últimas palabras contienen una verdad importante, se da cuenta de que probablemente no serán tomadas en serio. Este pensamiento se hace eco de las ideas de Lovecraft sobre su propia obra: los críticos nunca lo tomarían en serio.
Aunque ni Lovecraft ni el narrador de Dagón esperan influir en alguien a través de la narrativa [ambos creen que sus esfuerzos probablemente serán en vano], aún deben escribir. A través de la escritura, el hombre puede dejar algo de sí mismo, se aprecien o no sus esfuerzos. La escritura refleja la vida, y cuando la escritura termina, el protagonista muere simbólicamente.
Lovecraft, a través de la personalidad de su narrador, experimenta el dilema de todos los escritores del género: describir el horror lo suficiente como para hacer creer al lector, pero también dejar lo suficiente a su imaginación. «Trazar la línea entre la descripción concreta y la sugerencia transdimensional es un trabajo muy delicado», escribió Lovecraft a uno de sus amigos. El narrador de Dagón también lucha con la incapacidad del lenguaje para crear terror: «Quizás no debería esperar transmitir en meras palabras lo indecible y espantoso que puede habitar en absoluto silencio». Esto parece resumir una temprana comprensión de Lovecraft: las metáforas góticas tradicionales no pueden expresar el horror cósmico [ver: Cosmicismo: la filosofía del Horror Cósmico]
En un código textual que demuestra esta comprensión, el narrador luego comenta que las inscripciones en el monolito «eran grotescas más allá de la imaginación de un Poe o un Bulwer» [en alusión a E.A. Poe y Edward Bulwer-Lytton], separándose a sí mismo de la tradición gótica y, por otro lado, proponiendo que el verdadero horror es indescriptible, no puede definirse con palabras, ni siquiera con las palabras de Poe, por quien sentía una profunda devoción [ver: «El Extraño» de Lovecraft como secuela de «La Casa Usher» de Poe]. Pero, ¿cómo introducir el horror en un relato sin usar palabras? Después de todo, esto es literatura.
La guerra también se muestra en la similitud, quizás deliberada, entre el colapso mental del narrador y el estrés postraumático de los soldados que regresaban del frente, el cual ya comenzaba a dejar de ser visto como una señal de cobardía. Siendo Lovecraft, es la gente viva, aunque extraña, no la violencia, la que tiene un efecto traumático.
El carácter autodestructivo de la humanidad, proyectado en otras especies imaginarias de los Mitos de Cthulhu, es más sutil aquí que en historias posteriores. Los Yith hacen muchas cosas desagradables, es cierto, pero no pelean entre ellos [ver: Ciclo de Yith: la Gran Raza y viajes en el tiempo]. Esto también encaja con la referencia al Paraíso perdido de Milton:
[Me pareció que me encontraba en el borde del mundo, escrutando desde el mismo canto hacia un caos insondable de noche eterna. En mi terror se mezclaban extraños recuerdos del Paraíso perdido, y la espantosa ascensión de Satanás a través de remotas regiones de tinieblas.]
Una cosa que encuentro divertida es que el narrador consulta a un «célebre etnólogo» sobre la deidad filistea, Dagón, en relación con lo que ha presenciado; pero creo que una pista importante se revela anteriormente en esta mención al Paraíso perdido. En el poema de Milton se puede encontrar este verso:
Dagón es su nombre, el monstruo marino,
mitad hombre, mitad pez.
Su templo estaba en Azotus,
temido a través de la costa de Palestina,
en Gat y Ascalón,
y en los límites fronterizos de Accaron y Gaza.
mitad hombre, mitad pez.
Su templo estaba en Azotus,
temido a través de la costa de Palestina,
en Gat y Ascalón,
y en los límites fronterizos de Accaron y Gaza.
Quizás esta cita es parte de las «curiosas reminiscencias» en la mente del narrador, razón por la cual hizo la conexión entre lo que vio y sus investigaciones sobre el Dios-Pez Dagón. También me atrevería a sugerir que esos versos son una posible fuente de inspiración para el cuento de Lovecraft. Pero lo más divertido es que el narrador describe al «célebre etnólogo» como «irremediablemente convencional». ¿Qué esperaba de un académico? ¿Que le proporcione información histórica verificable o que alimente el delirio de que Dagón no solo era una deidad antigua, sino un monstruo marino real que de vez en cuando sale a tomar sol en el Pacífico Sur?
Era fácil pasar por alto estos detalles, ya que gran parte de la sutileza de Lovecraft está muy bien escondida debajo de su total falta de sutileza en la superficie de sus historias. En efecto, el motivo religioso en Dagón es evidente. Después de todo, ese monstruo originario de los mares más profundos solo sale a la superficie para adorar a sus dioses en su acostumbrado santuario. Hay cierta devoción, cierta gratitud, en su abrazo en oración al monolito.
Más allá de esto, el narrador muy poco confiable. Sufre un caso de trastorno de estrés postraumático severo y una adicción a los opiáceos. Es de esperar que, al despertar, haga algunas afirmaciones extrañas, quizás sobre una masa de tierra desconocida y una colosal criatura anfibia. Todo eso es más coherente con un personaje varado bajo el sol ardiente del Pacífico. Para resolver este dilema, Lovecraft necesita equilibrar un poco el juego, y creo que se equivoca al introducir su propia personalidad en el narrador, por ejemplo, mediante alusiones literarias y la condena a un académico «irremediablemente convencional». Estos no parecen ser los pensamientos de un hombre de mar.
Lovecraft generalmente retrata a sus extraterrestres como seres inspiradores, con su propia cultura y motivaciones. Pero a él [o más exactamente a él proyectado en sus protagonistas] no les suelen gustar demasiado, y por lo general se los mira con recelo y miedo. Los protagonistas lovecraftianos muestran algo de empatía, pero no mucha simpatía. Por eso me parece injusto insistir en la xenofobia de Lovecraft sobre otros aspectos de su obra que la atenúan considerablemente.
Quiero decir, la xenofobia es para el colectivo humano lo que el sistema inmunológico es para el individuo. Un sistema inmunológico demasiado activo te matará; tu cuerpo empezará a rechazar lo que comes y hasta podría atacar los tejidos de tu cuerpo. Metafóricamente hablando, esto es igual a la agresión y la paranoia del protagonista promedio de Lovecraft. Por otro lado, si tu sistema inmunológico es demasiado débil, estás indefenso ante cualquier atacante oportunista, lo cual es análogo a asumir que todos los extraños son solo amigos que aún no has conocido. En otras palabras, la xenofobia de Lovecraft es elevada, más para nosotros que para su tiempo. Después de todo, Dagón fue escrito cuando miles y miles de personas eran gaseadas en el frente occidental. ¿Por qué debería suponerse que los seres extraterrestres son mejores que nosotros? [ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft]
Quizás Lovecraft entendió algo fundamental para la experiencia humana; sus «Otros» no solo tienen un color de piel diferente, tienen tentáculos, así que es seguro odiarlos. Esto le permite a nuestra Sombra, en términos jungianos, salir a la superficie y regodearse en el odio al Otro sin ningún tipo de culpa. Me pregunto si este no es el aspecto que le da mayor fuerza [y vigencia] a los Mitos de Cthulhu. Después de todo:
[La emoción más antigua y más fuerte de la humanidad es el miedo, y el miedo más antiguo y más fuerte es el miedo a lo desconocido.]
¿Qué pasa si reemplazamos «desconocido» por «conocido»?
Sé que el análisis freudiano está pasado de moda en estos días; sin embargo, en la obra de Lovecraft hay un intento de cerrar esa brecha, sin engañar ni endulzar al lector. No creo que haya una buena manera de desvincular la xenofobia de Lovecraft del poder de su escritura; es incómodo reconocerlo si uno aprecia ese poder, pero aún más incómodo es no reconocerlo [ver: H.P. Lovecraft vs. Freud: la interpretación de los sueños según Cthulhu]
Este detalle del monstruo abrazando al monolito, adorando y [quizás] manifestando amor por sus dioses, muestra cuán sutil podía ser Lovecraft incluso en una etapa tan temprana de su producción literaria. Solo en esa imagen queda registrada la amenaza existencial de los Mitos de Cthulhu. En definitiva, Lovecraft nos dice que la humanidad es una especie sumamente egoísta, una especie que siempre anhela estar en el centro de todo: el hogar, la comunidad, la Tierra, la galaxia, el universo. Todos deben prestarnos atención. Un monstruo al que no le importa si te pisa o no, un monstruo que ni siquiera te nota, incluso un monstruo que hace cosas humanas [arte, religión] desde mucho antes que tú, es más aterrador que un monstruo que solo quiere chuparte la sangre. Eso último implica que la persona que está siendo succionada [sin doble sentido] sigue siendo, de alguna manera, importante.
Ahora bien, existe la posibilidad de que el narrador de Dagón no haya muerto al final de la historia. Recordemos aquel incidente mencionado en La Llamada de Cthulhu [abril de 1925, cuando R'lyeh surge del mar y Cthulhu despierta, causando un brote de histeria masiva en todo el mundo], en el que un hombre saltó por una ventana en Londres. ¿Se trata del mismo hombre?. Es un poco exagerado, pero no irrazonable. Significa que el narrador probablemente era británico; lo cual no es incongruente: los británicos comerciaron en el Pacífico Sur durante la Primera Guerra Mundial y los alemanes se desplegaron para atacar sus barcos con el fin de interrumpir su comercio. ¿Acaso este sujeto logró escapar de San Francisco [y de la mano en la ventana] y regresar a Londres. La conexión es débil, pero posible [ver: ¿La palabra «CTHULHU» es un código secreto?]
El narrador de Dagón se ve impulsado a escribir, a registrar su versión de la verdad a pesar de que se encuentra bajo una tremenda «tensión mental» y al borde de la muerte. De hecho, siente que ni siquiera puede suicidarse hasta que complete su registro escrito «para la información o la despectiva diversión de mis semejantes». Aunque siente que sus últimas palabras contienen una verdad importante, se da cuenta de que probablemente no serán tomadas en serio. Este pensamiento se hace eco de las ideas de Lovecraft sobre su propia obra: los críticos nunca lo tomarían en serio.
Aunque ni Lovecraft ni el narrador de Dagón esperan influir en alguien a través de la narrativa [ambos creen que sus esfuerzos probablemente serán en vano], aún deben escribir. A través de la escritura, el hombre puede dejar algo de sí mismo, se aprecien o no sus esfuerzos. La escritura refleja la vida, y cuando la escritura termina, el protagonista muere simbólicamente.
Lovecraft, a través de la personalidad de su narrador, experimenta el dilema de todos los escritores del género: describir el horror lo suficiente como para hacer creer al lector, pero también dejar lo suficiente a su imaginación. «Trazar la línea entre la descripción concreta y la sugerencia transdimensional es un trabajo muy delicado», escribió Lovecraft a uno de sus amigos. El narrador de Dagón también lucha con la incapacidad del lenguaje para crear terror: «Quizás no debería esperar transmitir en meras palabras lo indecible y espantoso que puede habitar en absoluto silencio». Esto parece resumir una temprana comprensión de Lovecraft: las metáforas góticas tradicionales no pueden expresar el horror cósmico [ver: Cosmicismo: la filosofía del Horror Cósmico]
En un código textual que demuestra esta comprensión, el narrador luego comenta que las inscripciones en el monolito «eran grotescas más allá de la imaginación de un Poe o un Bulwer» [en alusión a E.A. Poe y Edward Bulwer-Lytton], separándose a sí mismo de la tradición gótica y, por otro lado, proponiendo que el verdadero horror es indescriptible, no puede definirse con palabras, ni siquiera con las palabras de Poe, por quien sentía una profunda devoción [ver: «El Extraño» de Lovecraft como secuela de «La Casa Usher» de Poe]. Pero, ¿cómo introducir el horror en un relato sin usar palabras? Después de todo, esto es literatura.
La solución de Lovecraft es simple: creando un estado de ánimo, una atmósfera:
[La atmósfera es lo esencial en este campo, porque la atmósfera es el único medio por el cual algo tan elusivo e intangible como un estado de ánimo puede ser recreado incluso aproximadamente.]
Si bien Lovecraft crea una atmósfera de terror a través de dispositivos narrativos que producen y aumentan el suspenso, su uso connotativo del lenguaje y las imágenes sustituye el desarrollo tradicional de la mayoría de los autores. De este modo, el horror se convierte, en muchos sentidos, en el personaje principal de la historia, aunque rara vez se ve y se comprende en su totalidad [ver: Horror Cósmico: el universo conspira para destruirnos]
En Dagón, Lovecraft usa nuestros sentidos para desarrollar el código connotativo del horror. Las sensaciones que el narrador recibe a través de la vista, el oído, el olfato y el tacto se combinan para crear un estado de ánimo general de miedo [ver: Lo olfativo, lo visual, lo auditivo y lo táctil en el Horror Cósmico]. Los principales códigos de la vista son la inmensidad y la negrura, que comienzan con el escape del narrador en el mar [esa «inmensidad palpitante de un azul ininterrumpido»]. Luego llega a esta enorme masa de tierra: «una extensión viscosa de cieno negro infernal que se extendía a mi alrededor de manera monótona hasta donde podía ver». Estas connotaciones, tomadas en conjunto, reproducen un universo oscuro, estéril, ilimitado, donde el hombre no tiene ninguna relevancia [ver: Horror Cósmico: la vida no tiene sentido, la muerte tampoco]
Es decir que el miedo del narrador proviene de su pequeñez en medio de la infinita negrura que lo rodea, un miedo instintivo, tal vez, a la insignificancia del hombre en el universo, un tema que Lovecraft explora en prácticamente todas las historias que ha escrito.
El principal código connotativo del sonido en Dagón es, curiosamente, el silencio, la ausencia de sonido. Este silencio no solo refuerza la idea de la inmensidad del universo, sino que simbólicamente le recuerda al hombre su propia mortalidad. El silencio, por supuesto, representa la muerte. El protagonista de Dagón intenta vencer a la muerte a través del acto de escribir. Después de todo, la narración en primera persona sigue hablando incluso después de la muerte del escritor, dando una cierta inmortalidad textual que, para un hombre como Lovecraft, era la única forma de dejar una modesta huella en este cosmos vasto e indiferente. Y si escribir expresa la lucha del narrador por vencer al silencio de la muerte, su grito final [¡Dios, esa mano! ¡La ventana! ¡La ventana!] deja de sonar tan absurdo.
Irónicamente, aunque el narrador no espera que su relato sea tomado en serio, este sigue siendo su única defensa contra el silencio definitivo de la muerte. De hecho, cuando se encuentra por primera vez con el monstruo, su única defensa es cantar, romper el silencio, lo cual equivale a intentar preservar su propia vida y cordura: «Canté mucho, y me reí extrañamente cuando creí que cantaba». Su canción, al igual que su historia, «se le prestó poca atención». Así como la humanidad probablemente no prestará atención a su historia, el Dios-Pez Dagón tampoco repara en su canto [¿de alabanza?]. Pero, dado que la narrativa simboliza la vida, más tarde el protagonista intenta preservar su propia vida continuando su narrativa hasta el final.
Finalmente, los códigos connotativos del olfato y el tacto también funcionan para recordarle al hombre su mortalidad. Estas connotaciones, que giran en torno al limo y la descomposición, describen la fragilidad del organismo vivo y su susceptibilidad ante los miembros más pequeños de la naturaleza: los microorganismos. Los monstruos de Lovecraft se describen invariablemente en términos de descomposición y putrefacción: o se están descomponiendo ellos mismos o prosperan como hongos en descomposición. En Dagón, el olor a pescado es «enloquecedor», y la criatura es imaginada «gateando y forcejeando en su lecho viscoso».
La terrible isla de Lovecraft es una recreación del paisaje primitivo de la tierra, y una mirada sobre cómo podrícthua haber sido el mundo si los peces hubieran evolucionado hasta convertirse en la forma de vida dominante [ver: ¡Vamos a Arkham!: Lovecraft y sus paisajes]. Sin embargo, Lovecraft no solo se pregunta qué pasaría si los peces hubiesen evolucionado; sino que postula que, en realidad, lo han hecho en las profundidades, ocultos a los ojos humanos. Esta forma de evolución inversa [o mejor dicho, paralela] constituye la base de varias historias de Lovecraft. Es decir que el verdadero problema del narrador no es la existencia del Dios-Pez Dagón, sino el conocimiento de su existencia. No puede sobrevivir porque no puede olvidar o ignorar lo que ha visto.
H.P. Lovecraft. I Mitos de Cthulhu.
Más literatura gótica:
[La atmósfera es lo esencial en este campo, porque la atmósfera es el único medio por el cual algo tan elusivo e intangible como un estado de ánimo puede ser recreado incluso aproximadamente.]
Si bien Lovecraft crea una atmósfera de terror a través de dispositivos narrativos que producen y aumentan el suspenso, su uso connotativo del lenguaje y las imágenes sustituye el desarrollo tradicional de la mayoría de los autores. De este modo, el horror se convierte, en muchos sentidos, en el personaje principal de la historia, aunque rara vez se ve y se comprende en su totalidad [ver: Horror Cósmico: el universo conspira para destruirnos]
En Dagón, Lovecraft usa nuestros sentidos para desarrollar el código connotativo del horror. Las sensaciones que el narrador recibe a través de la vista, el oído, el olfato y el tacto se combinan para crear un estado de ánimo general de miedo [ver: Lo olfativo, lo visual, lo auditivo y lo táctil en el Horror Cósmico]. Los principales códigos de la vista son la inmensidad y la negrura, que comienzan con el escape del narrador en el mar [esa «inmensidad palpitante de un azul ininterrumpido»]. Luego llega a esta enorme masa de tierra: «una extensión viscosa de cieno negro infernal que se extendía a mi alrededor de manera monótona hasta donde podía ver». Estas connotaciones, tomadas en conjunto, reproducen un universo oscuro, estéril, ilimitado, donde el hombre no tiene ninguna relevancia [ver: Horror Cósmico: la vida no tiene sentido, la muerte tampoco]
Es decir que el miedo del narrador proviene de su pequeñez en medio de la infinita negrura que lo rodea, un miedo instintivo, tal vez, a la insignificancia del hombre en el universo, un tema que Lovecraft explora en prácticamente todas las historias que ha escrito.
El principal código connotativo del sonido en Dagón es, curiosamente, el silencio, la ausencia de sonido. Este silencio no solo refuerza la idea de la inmensidad del universo, sino que simbólicamente le recuerda al hombre su propia mortalidad. El silencio, por supuesto, representa la muerte. El protagonista de Dagón intenta vencer a la muerte a través del acto de escribir. Después de todo, la narración en primera persona sigue hablando incluso después de la muerte del escritor, dando una cierta inmortalidad textual que, para un hombre como Lovecraft, era la única forma de dejar una modesta huella en este cosmos vasto e indiferente. Y si escribir expresa la lucha del narrador por vencer al silencio de la muerte, su grito final [¡Dios, esa mano! ¡La ventana! ¡La ventana!] deja de sonar tan absurdo.
Irónicamente, aunque el narrador no espera que su relato sea tomado en serio, este sigue siendo su única defensa contra el silencio definitivo de la muerte. De hecho, cuando se encuentra por primera vez con el monstruo, su única defensa es cantar, romper el silencio, lo cual equivale a intentar preservar su propia vida y cordura: «Canté mucho, y me reí extrañamente cuando creí que cantaba». Su canción, al igual que su historia, «se le prestó poca atención». Así como la humanidad probablemente no prestará atención a su historia, el Dios-Pez Dagón tampoco repara en su canto [¿de alabanza?]. Pero, dado que la narrativa simboliza la vida, más tarde el protagonista intenta preservar su propia vida continuando su narrativa hasta el final.
Finalmente, los códigos connotativos del olfato y el tacto también funcionan para recordarle al hombre su mortalidad. Estas connotaciones, que giran en torno al limo y la descomposición, describen la fragilidad del organismo vivo y su susceptibilidad ante los miembros más pequeños de la naturaleza: los microorganismos. Los monstruos de Lovecraft se describen invariablemente en términos de descomposición y putrefacción: o se están descomponiendo ellos mismos o prosperan como hongos en descomposición. En Dagón, el olor a pescado es «enloquecedor», y la criatura es imaginada «gateando y forcejeando en su lecho viscoso».
La terrible isla de Lovecraft es una recreación del paisaje primitivo de la tierra, y una mirada sobre cómo podrícthua haber sido el mundo si los peces hubieran evolucionado hasta convertirse en la forma de vida dominante [ver: ¡Vamos a Arkham!: Lovecraft y sus paisajes]. Sin embargo, Lovecraft no solo se pregunta qué pasaría si los peces hubiesen evolucionado; sino que postula que, en realidad, lo han hecho en las profundidades, ocultos a los ojos humanos. Esta forma de evolución inversa [o mejor dicho, paralela] constituye la base de varias historias de Lovecraft. Es decir que el verdadero problema del narrador no es la existencia del Dios-Pez Dagón, sino el conocimiento de su existencia. No puede sobrevivir porque no puede olvidar o ignorar lo que ha visto.
H.P. Lovecraft. I Mitos de Cthulhu.
Más literatura gótica:
- El nido de Nyarlathotep: análisis de «Las ratas en las paredes».
- Los amados muertos de Jarvis Dudley: análisis de «La tumba».
- No te metas con el viejo ermitaño: análisis de «El Anciano Terrible».
- El entierro prematuro de George Birch: análisis de «En la cripta».
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