No te metas con el viejo ermitaño: análisis de «El Anciano Terrible».
En enero de 1920, aproximadamente un mes después de escribir La declaración de Randolph Carter (The Statement of Randolph Carter,), H.P. Lovecraft escribió El Anciano Terrible (The Terrible Old Man), un cuento muy breve sobre un siniestro anciano que vive en la ciudad costera de Kingsport, Nueva Inglaterra. El relato fue publicado en la edición de julio de 1921 de la revista The Tryout, luego en la edición de agosto de 1926 de Weird Tales, y finalmente sería reeditado por Arkham House en la colección de 1939: El extraño y otros (The Outsider and Others).
El Anciano, evidentemente un capitán de barco retirado hace mucho tiempo, tiene una reputación tenebrosa entre la gente del pueblo. Es «tan viejo que nadie puede recordar cuando era joven, y tan taciturno que pocos conocen su verdadero nombre». Vive en una «morada mohosa y venerable». Debajo de sus árboles nudosos hay una colección de grandes piedras pintadas de forma extraña que se asemejan a «los ídolos de algún oscuro templo oriental». Cuando algunos de los habitantes del pueblo se atreven a acercarse sigilosamente a sus ventanas y mirar dentro, lo ven hablando con «muchas botellas peculiares», en cada una de las cuales cuelga un péndulo de plomo [ver: Las «familias extrañas» de Lovecraft]
El Anciano se dirige a las botellas como si hablara con sus antiguos compañeros, y los péndulos parecen moverse en respuesta. En este punto, un trío de ladrones llega a la ciudad para practicar su «profesión». El narrador de Lovecraft la llama así, con cierta ironía torpe. Evidentemente encuentran un final dramático, ya que la gente del pueblo rumorea a partir de entonces sobre «los tres cuerpos no identificados, horriblemente destrozados como por el paso de muchos tacones de botas crueles». Pero en este relato, aparentemente simple, hay mucho más de lo que parece a primera vista.
Ningún habitante de Kingsport recuerda una época en la que el Anciano Terrible fuese joven, y pocos conocen su nombre real. Se rumorea que una vez fue capitán de un barco en las Indias Orientales. Como paga todas sus compras con monedas españolas antiguas, también se rumorea que ha escondido una fortuna considerable en su destartalada casa. El patio delantero de esta antigua morada presenta árboles nudosos y piedras verticales pintadas como ídolos. Los niños de la zona, que de otra manera se burlarían del Anciano Terrible, se mantienen alejados de su casa, pero algún adulto curioso se acerca ocasionalmente a cierta ventana de paneles pequeños que da a una habitación sin muebles excepto por una mesa cargada de botellas muy peculiares. Cada una contiene un poco de plomo suspendido como un péndulo. Cuando el Anciano Terrible se dirige a estas botellas con nombres como Scar-Face, Long Tom, Spanish Joe y Mate Ellis, los péndulos vibran en aparente respuesta.
Angelo Ricci, Manuel Silva y Joe Czanek no se desaniman por estas habladurías. Para ladrones profesionales como ellos, el atractivo de un anciano débil, sentado sobre un tesoro, es irresistible. Una noche, Ricci y Silva se acercan a la ventana y observan al Anciano Terrible en una extraña conversación con sus botellas. Sin inmutarse, se enmascaran y llaman a la puerta. Mientras tanto, Czanek los espera en el coche detrás de la casa. Los gritos que oye desde el interior no auguran nada bueno y Czanek observa con nerviosismo la puerta trasera en busca de sus colegas. Por fin, unos pasos se acercan a la puerta, pero solo aparece el Anciano Terrible, apoyado en su bastón y sonriendo.
Por primera vez, Czanek se da cuenta de que sus ojos son amarillos.
Los habitantes de Kingsport hablan durante mucho tiempo sobre estos tres cuerpos no identificados que fueron arrastrados por la marea. El Anciano Terrible no participa de esas especulaciones. Después de todo, probablemente vio cosas más espantosas en sus días de capitán de barco.
Los nombres de los ladrones son notablemente étnicos. Pertenecen a «esa nueva y heterogénea estirpe alienígena que se encuentra fuera del círculo encantado de la vida y las tradiciones de Nueva Inglaterra». Uno se queda con la sensación de que Lovecraft podría haber esperado que el lector apoyara al Anciano Terrible [ver: «La Sombra sobre Innsmouth»: del odio racial a la empatía]
El Anciano Terrible es una historia sucinta, una pieza de horror minimalista, con la mayor parte de la narrativa apenas sugerida. Si bien el racismo en esta historia es sutil [sutil para Lovecraft, quiero decir], está claramente ahí, y se supone que contribuye al estado de ánimo de la narración. Lovecraft recurre al dispositivo estándar de un criminal que se encuentra con un monstruo más grande y peligroso que él mismo, y al final recibe su merecido. Pero la narrativa real no son estos hechos evidentes: el intento de robo y la respuesta violenta. Es en el trasfondo donde El Anciano Terrible rompe con sus dispositivos, y con el subtexto racial, para crear algo memorable.
Así como en La sombra fuera del tiempo (The Shadow Out of Time) Lovecraft describe cada pequeño detalle de la arquitectura de los Yith [ver: Ciclo de Yith: la Gran Raza y viajes en el tiempo], en El Anciano Terrible solo insinúa preguntas fascinantes. ¿Cómo llegó un capitán pirata retirado [hace 200 años] a vivir a Kingsport? ¿Por qué mantiene a su tripulación como péndulos de plomo balanceándose en botellas? ¿Qué tienen que ver las piedras de su jardín con todo esto? Sería fácil inventar tres o cuatro historias divergentes que respondan a esas preguntas, pero el flaco de Providence se abstiene siquiera de sugerirlas.
El Anciano Terrible parece estar al borde de los Mitos de Cthulhu, sin pertenecer ni excluirse de este ciclo. De hecho, no está al borde sino al principio: esta es la primera mención de Lovecraft de las ciudades ficticias de Nueva Inglaterra que eventualmente formarán el centro geográfico de su obra. Tiene lugar en Kingsport, la cual eventualmente se unirá a otras ciudades alrededor del valle del río Miskatonic. Aquí, sin embargo, es solo un nombre y un par de calles.
Quizás es por eso que no hay señales del macrocosmos lovecraftiano en el relato, no a menos que el Anciano Terrible sea secretamente un Profundo, un sirviente de Nyarlathotep o un cultista que ocasionalmente ofrece adoración a cambio de asistencia con su pequeño problema de mortalidad [ver: In Articulo Mortis: Lovecraft y algunas opciones para retrasar la muerte]. Y podría ser cualquiera de esas cosas, o podría ser algo completamente diferente que nunca aparece en ninguna de las historias.
Personalmente siento un cariño duradero por El Anciano Terrible. Es un cuento donde se olisquean las semillas impregnadas de la influencia de Lord Dunsany, sobre todo del cuento Pobre viejo Bill (Poor Old Bill), donde un capitán de barco, que resulta ser también un hechicero, tortura a su tripulación quitándoles el alma y enviándolas a cualquier lugar que se le ocurra, como el fondo del mar o la luna. Al menos para mi olfato, El Anciano Terrible también posee algunas notas de M.R. James.
Aquí, Lovecraft excluye su típica narrativa sobrecargada en primera persona; en cambio, el narrador es una tercera persona distante de la acción, pero que no respeta su omnisciencia. La voz es educada e irónica. Por momentos, el estilo raya el poema en prosa con sus repeticiones descriptivas, los árboles nudosos, las piedras pintadas y el anciano débil. En marcado contraste con los cuentos centrales de los Mitos de Cthulhu, el horror es alusivo y oblicuo, la violencia se mantiene fuera del escenario principal. Sin embargo, como en lo mejor de Lord Dunsany y M.R. James, el lector obtiene suficiente alimento para que su imaginación haga su parte.
Por supuesto, Lovecraft no dice que el Anciano Terrible haya sido un pirata, pero nos brinda algunas pistas interesantes: el viejo posee monedas españolas de oro y plata, y amigos llamados Spanish Joe y Long Tom. No hay que ser un lector sagaz para unir los puntos.
Entonces, el Anciano Terrible es un pirata [retirado] y un hechicero [en oficio], una especie de nigromante, tal vez, si tenemos en cuenta este pernicioso hobbie de almacenar almas en botellas. Esta magia recuerda la tecnología utilizada por los Hongos de Yuggoth en El que susurra en la oscuridad (The Whisperer in Darkness), excepto que estos conservan mentes robadas en latas. Consideremos la capacidad de los yithianos para transferir mentes en La sombra fuera del tiempo y el giro que Ephraim Marsh le da a este motivo en El ser en el umbral (The Thing on the Doorstep), y quizás comencemos a ver un patrón de ansiedad del autor. ¿Sabes qué sería realmente horrible? ¡La transferencia de mentes de un cuerpo a un cono rugoso, o una mujer, o una botella o lata! [ver: Lovecraft y la ansiedad de género: análisis de «El ser en el umbral»]
A su caracter ermitaño el Anciano Terrible le añade el sabor de la longevidad antinatural. Además, ¡tiene ojos amarillos y los perros le ladran! No es una buena señal dentro del género. Los perros siempre saben cuando hay algo extraño en una persona.
Cuando Lovecraft nos informa que «pocos conocen su nombre real», podemos interpretar ese nombre desconocido como metonimia para la naturaleza. ¿Es el Anciano «reservado», retraído, sin amigos, débil, vulnerable e indefenso? ¿O es encubiertamente fuerte, capaz, potencialmente peligroso? No hay duda de que parece siniestro; pero encontramos, a este respecto, dos sistemas de creencias diferentes sostenidos de forma diversa por los otros personajes del cuento. Están, por un lado, los que creen en la continuidad entre apariencia y realidad, entre apariencia y ser. Para ellos, las cosas son como parecen, y si el Anciano parece espantoso, entonces lo es. Por otro lado, están los que creen en la discontinuidad entre el parecer y el ser, entre la apariencia y la realidad. Para tales personas, las cosas parecen de una manera pero son de otra, y el Anciano puede tener una apariencia terrible pero una naturaleza diferente.
Sobre la base de esta distinción podemos contrastar a la gente del pueblo con los ladrones:
En la superficie, la gente del pueblo observa que el anciano parece siniestro. Su reputación es lo suficientemente mala como para mantenerlos, en general, a raya. Esas pocas almas intrépidas que se acercan sigilosamente a las ventanas para espiar al Anciano Terrible en sus conversaciones con las botellas «no lo vuelven a ver». La gente lo rechaza; parece un sujeto oscuro y, en lo que a ellos respecta, lo es. Son creyentes en la continuidad entre el parecer y el ser. Por el contrario, los ladrones también saben que el Anciano parece amenazador. Han oído los rumores y conocen su reputación:
[Realmente sentían lástima, a su manera, por el anciano solitario e impopular, a quien todos rehuían y al que todos los perros ladraban singularmente.]
El Anciano los pone nerviosos, y tampoco les gusta «la forma en que la luna brillaba sobre las piedras pintadas». Sin embargo, intentan robarle y no lo harían si creyeran que corren algún peligro. Después de todo, son cobardes, a juzgar por su comportamiento. Se necesitan dos de los tres para acercarse a su víctima, con el tercero esperando cerca. Para los ladrones, el Anciano Terrible parece amenazador pero es realmente débil e indefenso. Son creyentes en la discontinuidad entre el parecer y el ser. Pero la distinción de sistemas de creencias que parece establecer una bipolaridad entre la gente del pueblo y los ladrones, cuando se observa con más atención, no es tan simple y, de hecho, se deshace a sí misma.
En un momento el relato nos dice que los ladrones ven en el Anciano Terrible «simplemente una barba gris tambaleante, casi indefenso, un hombre que no podía caminar sin la ayuda de su bastón anudado, y cuyas manos delgadas y débiles temblaban lastimeramente». A pesar de la reputación del Anciano, obtenida a través de las percepciones de la gente del pueblo, los ladrones creen, en parte, que el anciano es débil, demostrando [al intentar robarle] que hasta cierto punto son creyentes en la continuidad entre apariencia y realidad. A pesar de lo que saben del Anciano por los rumores, lo perciben como aparentemente débil y actúan sobre la noción de que realmente lo es. Adoptan, a pesar de sí mismos, el sistema de creencias de la gente del pueblo con quien se supone que deben ser contrastados.
Por el contrario, la gente del pueblo también invierte su propia posición en la bipolaridad. Como viven en el mismo pueblo que el Anciano Terrible, difícilmente pueden dejar de notar su aparente debilidad, pero lo evitan, demostrando ser creyentes, después de todo, en la discontinuidad entre apariencia y realidad. Ven al Anciano físicamente enfermo, pero creen que posee una cualidad siniestra más profunda que contradice esa impresión. Adoptan, a pesar de sí mismos, el sistema de creencias de los ladrones. No se diferencian tanto de estos como de ellos mismos, como los ladrones no se diferencian tanto de la gente del pueblo.
A su caracter ermitaño el Anciano Terrible le añade el sabor de la longevidad antinatural. Además, ¡tiene ojos amarillos y los perros le ladran! No es una buena señal dentro del género. Los perros siempre saben cuando hay algo extraño en una persona.
Cuando Lovecraft nos informa que «pocos conocen su nombre real», podemos interpretar ese nombre desconocido como metonimia para la naturaleza. ¿Es el Anciano «reservado», retraído, sin amigos, débil, vulnerable e indefenso? ¿O es encubiertamente fuerte, capaz, potencialmente peligroso? No hay duda de que parece siniestro; pero encontramos, a este respecto, dos sistemas de creencias diferentes sostenidos de forma diversa por los otros personajes del cuento. Están, por un lado, los que creen en la continuidad entre apariencia y realidad, entre apariencia y ser. Para ellos, las cosas son como parecen, y si el Anciano parece espantoso, entonces lo es. Por otro lado, están los que creen en la discontinuidad entre el parecer y el ser, entre la apariencia y la realidad. Para tales personas, las cosas parecen de una manera pero son de otra, y el Anciano puede tener una apariencia terrible pero una naturaleza diferente.
Sobre la base de esta distinción podemos contrastar a la gente del pueblo con los ladrones:
En la superficie, la gente del pueblo observa que el anciano parece siniestro. Su reputación es lo suficientemente mala como para mantenerlos, en general, a raya. Esas pocas almas intrépidas que se acercan sigilosamente a las ventanas para espiar al Anciano Terrible en sus conversaciones con las botellas «no lo vuelven a ver». La gente lo rechaza; parece un sujeto oscuro y, en lo que a ellos respecta, lo es. Son creyentes en la continuidad entre el parecer y el ser. Por el contrario, los ladrones también saben que el Anciano parece amenazador. Han oído los rumores y conocen su reputación:
[Realmente sentían lástima, a su manera, por el anciano solitario e impopular, a quien todos rehuían y al que todos los perros ladraban singularmente.]
El Anciano los pone nerviosos, y tampoco les gusta «la forma en que la luna brillaba sobre las piedras pintadas». Sin embargo, intentan robarle y no lo harían si creyeran que corren algún peligro. Después de todo, son cobardes, a juzgar por su comportamiento. Se necesitan dos de los tres para acercarse a su víctima, con el tercero esperando cerca. Para los ladrones, el Anciano Terrible parece amenazador pero es realmente débil e indefenso. Son creyentes en la discontinuidad entre el parecer y el ser. Pero la distinción de sistemas de creencias que parece establecer una bipolaridad entre la gente del pueblo y los ladrones, cuando se observa con más atención, no es tan simple y, de hecho, se deshace a sí misma.
En un momento el relato nos dice que los ladrones ven en el Anciano Terrible «simplemente una barba gris tambaleante, casi indefenso, un hombre que no podía caminar sin la ayuda de su bastón anudado, y cuyas manos delgadas y débiles temblaban lastimeramente». A pesar de la reputación del Anciano, obtenida a través de las percepciones de la gente del pueblo, los ladrones creen, en parte, que el anciano es débil, demostrando [al intentar robarle] que hasta cierto punto son creyentes en la continuidad entre apariencia y realidad. A pesar de lo que saben del Anciano por los rumores, lo perciben como aparentemente débil y actúan sobre la noción de que realmente lo es. Adoptan, a pesar de sí mismos, el sistema de creencias de la gente del pueblo con quien se supone que deben ser contrastados.
Por el contrario, la gente del pueblo también invierte su propia posición en la bipolaridad. Como viven en el mismo pueblo que el Anciano Terrible, difícilmente pueden dejar de notar su aparente debilidad, pero lo evitan, demostrando ser creyentes, después de todo, en la discontinuidad entre apariencia y realidad. Ven al Anciano físicamente enfermo, pero creen que posee una cualidad siniestra más profunda que contradice esa impresión. Adoptan, a pesar de sí mismos, el sistema de creencias de los ladrones. No se diferencian tanto de estos como de ellos mismos, como los ladrones no se diferencian tanto de la gente del pueblo.
En cada caso es importante darse cuenta de que este estar dividido contra uno mismo es textualmente necesario. Si los ladrones no insistieran en formarse su propia percepción del Anciano Terrible a pesar de su reputación, no intentarían robarle y no habría ninguna acción para contar. Cada grupo, acreditando algún sistema de relación entre el parecer y el ser, debe volverse contra sí mismo, debe parecerse de alguna manera al otro grupo más de lo que se parece a sí mismo para que el relato funcione.
La gente del pueblo y los ladrones se encuentran en un contraste aparentemente simple, en una oposición binaria entre homogeneidad y heterogeneidad. Se nos dice que los ladrones «eran de esa nueva y heterogénea estirpe alienígena que se encuentra fuera del círculo encantado de la vida y las tradiciones de Nueva Inglaterra». La gente del pueblo, de este «círculo encantado» [una frase que sólo puede ser irónica, ya que, al fin y al cabo, el «círculo» contiene al Anciano Terrible y su mala reputación] se describe como una comunidad homogénea, mientras que los ladrones no sólo se describen directamente como «heterogéneos», sino que además también tienen nombres étnicos para reforzar la noción: Ricci [italiano], Czanek [eslavo], Silva [portugués]. Una vez más nos encontramos con que cada grupo oculta en sí mismo la caracterización asignada al otro.
La gente del pueblo es apenas homogénea cuando su número incluye al temido Anciano en persona. Pero incluso si lo excluimos nos quedamos con el hecho de que los ciudadanos «normales» también difieren. Algunos espían al Anciano y otros no [«Los que han visto al Anciano Terrible no lo vuelvan a ver»]. Y los ladrones, supuestamente heterogéneos, están, después de todo, presentes con un propósito común: el robo.
La gente del pueblo y los ladrones se encuentran en un contraste aparentemente simple, en una oposición binaria entre homogeneidad y heterogeneidad. Se nos dice que los ladrones «eran de esa nueva y heterogénea estirpe alienígena que se encuentra fuera del círculo encantado de la vida y las tradiciones de Nueva Inglaterra». La gente del pueblo, de este «círculo encantado» [una frase que sólo puede ser irónica, ya que, al fin y al cabo, el «círculo» contiene al Anciano Terrible y su mala reputación] se describe como una comunidad homogénea, mientras que los ladrones no sólo se describen directamente como «heterogéneos», sino que además también tienen nombres étnicos para reforzar la noción: Ricci [italiano], Czanek [eslavo], Silva [portugués]. Una vez más nos encontramos con que cada grupo oculta en sí mismo la caracterización asignada al otro.
La gente del pueblo es apenas homogénea cuando su número incluye al temido Anciano en persona. Pero incluso si lo excluimos nos quedamos con el hecho de que los ciudadanos «normales» también difieren. Algunos espían al Anciano y otros no [«Los que han visto al Anciano Terrible no lo vuelvan a ver»]. Y los ladrones, supuestamente heterogéneos, están, después de todo, presentes con un propósito común: el robo.
Una vez más, la diferencia de cada grupo es textualmente importante. Si los ladrones, que evidentemente no son intrépidos, no abrigaran homogeneidad de propósito dentro de su heterogeneidad atribuida, entonces no intentarían el robo. Y si la gente del pueblo no poseyera una heterogeneidad encubierta dentro de su aparente homogeneidad, nuevamente no habría misterio, ninguna intriga, ningún espacio para la especulación. Uno imagina conversaciones susurradas entre gente del pueblo inclinada a espiar al Anciano y otros no tan inclinados a cometer esa indiscreción.
Sin este giro en contra de la identidad de cada grupo apenas tendríamos un relato. Al menos no tendríamos este relato en particular. Pero uno puede contrastar a la gente del pueblo y a los ladrones de otra manera, encontrando que la bipolaridad se desenreda en el nivel del simbolismo espacial. En la forma célebre en la que se supone que las antiguas ciudades de Nueva Inglaterra trazan una distinción clara entre los forasteros y su propia gente, los habitantes del pueblo son «los de adentro» y los ladrones [que se encuentran fuera del «círculo encantado»] son «los de afuera». Sin embargo, «los de adentro» [la gente del pueblo] observan las conversaciones del Anciano con sus botellas solo desde afuera. Mirando por las ventanas, actúan, con respecto al Anciano, como forasteros. Los supuestos forasteros [los ladrones] son los únicos que se enfrentan al Anciano Terrible desde «adentro». De nuevo, los dos grupos han intercambiado caracterizaciones.
Si no hubiera un distanciamiento narrativo entre el Anciano y la gente del pueblo, entonces no podría haber intriga ni mística sobre este personaje. Y, obviamente, si los ladrones, los supuestos forasteros, no se metamorfosearan en insiders, convirtiéndose en las únicas personas que confrontarán al Anciano Terrible dentro de su vivienda, no habría acción.
Sin este giro en contra de la identidad de cada grupo apenas tendríamos un relato. Al menos no tendríamos este relato en particular. Pero uno puede contrastar a la gente del pueblo y a los ladrones de otra manera, encontrando que la bipolaridad se desenreda en el nivel del simbolismo espacial. En la forma célebre en la que se supone que las antiguas ciudades de Nueva Inglaterra trazan una distinción clara entre los forasteros y su propia gente, los habitantes del pueblo son «los de adentro» y los ladrones [que se encuentran fuera del «círculo encantado»] son «los de afuera». Sin embargo, «los de adentro» [la gente del pueblo] observan las conversaciones del Anciano con sus botellas solo desde afuera. Mirando por las ventanas, actúan, con respecto al Anciano, como forasteros. Los supuestos forasteros [los ladrones] son los únicos que se enfrentan al Anciano Terrible desde «adentro». De nuevo, los dos grupos han intercambiado caracterizaciones.
Si no hubiera un distanciamiento narrativo entre el Anciano y la gente del pueblo, entonces no podría haber intriga ni mística sobre este personaje. Y, obviamente, si los ladrones, los supuestos forasteros, no se metamorfosearan en insiders, convirtiéndose en las únicas personas que confrontarán al Anciano Terrible dentro de su vivienda, no habría acción.
El relato funciona justamente debido a sus cruces y desplazamientos; tanto que uno se ve tentado a trazar un cruce similar entre los ladrones y el Anciano Terrible. Él, como figura solitaria, es un insider, pero al final sale al exterior, invirtiendo su rol y asumiendo la caracterización de outsider atribuida a los ladrones, quienes a su vez también han invertido sus roles. Si el Anciano Terrible no saliera de su casa, entonces no habría una revelación parcial, ningún momento dramático de confrontación al final.
Burleson, un analista de Lovecraft, plantea una idea interesante sobre las botellas del Anciano Terrible: el punto de vista de la historia tiene forma de botella o, más exactamente, de reloj de arena. En las primeras líneas tenemos un narrador omnisciente y editorializador, que menciona sarcásticamente la «profesión de los señores Ricci, Czanek y Silva», y que nos obsequia algunos rumores sobre el Anciano. Aquí el punto de vista es amplio, como la parte superior del reloj de arena. Pero rápidamente se reduce, en el medio, a la mentalidad de los ladrones que evalúan al Anciano Terrible y planean su huida. El punto de vista se estrecha aún más, casi hasta un punto literal, cuando entramos en la mente del solitario Czanek, que espera en el coche mientras los demás entran en la casa. Al final, el punto de vista se amplía de nuevo, hasta llegar al narrador omnisciente de tono irónico, que cierra el relato y completa la forma del reloj de arena.
Podemos contrastar al Anciano Terrible y a los ladrones en términos del paso del tiempo. Una vez más, el contraste produce una relación problemática. Para el Anciano Terrible, el tiempo no pasa; es eterno, atemporal, poseído sólo por una mítica «juventud no recordada». Inicialmente se describe en un tiempo presente estático [«habita solo en una casa muy antigua»], y es tan taciturno que «pocos conocen su verdadero nombre». Para los ladrones, narrados siempre en tiempo pasado, la vida está incrustada en el tiempo mundano, que transcurre en pensamientos y acciones mundanas. Czanek, que espera en el coche, siente el tedioso arrastre de las manecillas de su reloj. Sin embargo, paradójicamente, el tiempo parece inmóvil [ver: H.P. Lovecraft y los viajes en el tiempo: la tecnología de los Antiguos]
Cuando los ladrones mueren el tiempo se detiene para ellos. Se vuelven atemporales en la muerte como el Anciano Terrible lo es en la vida. Lo hacen por necesidad textual. De otro modo el cuento no ofrecería ningún sentido de reivindicación del Anciano. Y el Anciano, en cambio, sobrevive y finalmente llega a ser narrado en tiempo pasado [«Pero en todos estos chismes ociosos del pueblo, el Anciano Terrible no se interesó en absoluto»]. Paradójicamente, aunque atemporal, el Anciano se vuelve poseedor del tiempo, el tiempo de su vida. De lo contrario, si el Anciano moría, la historia perdería su sentido de perpetuidad.
Si uno contrasta al Anciano Terrible con la gente del pueblo, supuestamente los buenos y ordinarios habitantes del «círculo encantado» de Nueva Inglaterra, uno se da cuenta de que incluso ellos logran ser más «terribles» que el Anciano. Después de todo, a veces lo espían, y hay que impedir que sus hijos se entretengan rompiendo las ventanas. Toda esta hostilidad es provocada solo por la naturaleza solitaria del Anciano y [en la mente de la gente del pueblo] su apariencia siniestra.
Burleson, un analista de Lovecraft, plantea una idea interesante sobre las botellas del Anciano Terrible: el punto de vista de la historia tiene forma de botella o, más exactamente, de reloj de arena. En las primeras líneas tenemos un narrador omnisciente y editorializador, que menciona sarcásticamente la «profesión de los señores Ricci, Czanek y Silva», y que nos obsequia algunos rumores sobre el Anciano. Aquí el punto de vista es amplio, como la parte superior del reloj de arena. Pero rápidamente se reduce, en el medio, a la mentalidad de los ladrones que evalúan al Anciano Terrible y planean su huida. El punto de vista se estrecha aún más, casi hasta un punto literal, cuando entramos en la mente del solitario Czanek, que espera en el coche mientras los demás entran en la casa. Al final, el punto de vista se amplía de nuevo, hasta llegar al narrador omnisciente de tono irónico, que cierra el relato y completa la forma del reloj de arena.
Podemos contrastar al Anciano Terrible y a los ladrones en términos del paso del tiempo. Una vez más, el contraste produce una relación problemática. Para el Anciano Terrible, el tiempo no pasa; es eterno, atemporal, poseído sólo por una mítica «juventud no recordada». Inicialmente se describe en un tiempo presente estático [«habita solo en una casa muy antigua»], y es tan taciturno que «pocos conocen su verdadero nombre». Para los ladrones, narrados siempre en tiempo pasado, la vida está incrustada en el tiempo mundano, que transcurre en pensamientos y acciones mundanas. Czanek, que espera en el coche, siente el tedioso arrastre de las manecillas de su reloj. Sin embargo, paradójicamente, el tiempo parece inmóvil [ver: H.P. Lovecraft y los viajes en el tiempo: la tecnología de los Antiguos]
Cuando los ladrones mueren el tiempo se detiene para ellos. Se vuelven atemporales en la muerte como el Anciano Terrible lo es en la vida. Lo hacen por necesidad textual. De otro modo el cuento no ofrecería ningún sentido de reivindicación del Anciano. Y el Anciano, en cambio, sobrevive y finalmente llega a ser narrado en tiempo pasado [«Pero en todos estos chismes ociosos del pueblo, el Anciano Terrible no se interesó en absoluto»]. Paradójicamente, aunque atemporal, el Anciano se vuelve poseedor del tiempo, el tiempo de su vida. De lo contrario, si el Anciano moría, la historia perdería su sentido de perpetuidad.
Si uno contrasta al Anciano Terrible con la gente del pueblo, supuestamente los buenos y ordinarios habitantes del «círculo encantado» de Nueva Inglaterra, uno se da cuenta de que incluso ellos logran ser más «terribles» que el Anciano. Después de todo, a veces lo espían, y hay que impedir que sus hijos se entretengan rompiendo las ventanas. Toda esta hostilidad es provocada solo por la naturaleza solitaria del Anciano y [en la mente de la gente del pueblo] su apariencia siniestra.
A pesar del título del relato, y de los intentos disimulados de Lovecraft de pintar al Anciano como «terrible» y de ese modo fijarlo como el centro de la historia, al mismo tiempo trabaja duro para desestabilizar esa posición central. En realidad, no hay un centro aquí: todos los personajes [los habitantes de Kingsport, los ladrones, y el Anciano] forman una especie de anillo giratorio.
Es interesante notar que si leemos el nombre de la ciudad [Kingsport] no como King's Port [«puerto del rey»], sino como King-Sport, nos encontramos ante una curiosa posibilidad. Dado que el «deporte rey» es, por supuesto, el ajedrez, podemos ver a nuestros tres componentes como grupos de piezas de ajedrez en un tablero que, a estas alturas, parece surrealista. Es tentador asociar al Anciano Terrible con el Rey; a la gente del pueblo con los Peones; y a los ladrones con Torres que han venido a tomar al rey de su fortaleza. Hasta cierto punto, estas caracterizaciones parecen naturales. Como el Rey en el ajedrez, el Anciano es aparentemente débil y tiene dificultades para moverse, pero es mucho más fuerte de lo que parece.
Entonces, El Anciano Terrible narra la historia de un italiano, un portugués y un polaco que entran en un bar... quiero decir, en la casa de un viejo pirata nigromante. No hay malos en la historia, solo tres inmigrantes que ignoran las advertencias de personas que descienden de otros inmigrantes. Al menos el polaco se siente mal por robar y tal vez torturar hasta la muerte a un patético anciano. En la superficie, la historia parece un drama de venganza del hombre blanco cada vez más asediado. Pero, como hemos visto, hay otros patrones retorciéndose debajo de la superficie.
El narrador habla de este «círculo encantado de la vida de Nueva Inglaterra» al que los ladrones no pertenecen. En un relato tan irónico como este me pregunto si deberíamos tomar ese comentario al pie de la letra. Después de todo, para Lovecraft la vida en Nueva Inglaterra es mucho más maldita que encantada.
En El Anciano Terrible encontramos a un Lovecraft temprano. Todavía estaba tratando de encontrar su voz distintiva y todo se siente un poco leve. Sin embargo, es una historia importante en el corpus lovecraftiano, tanto es así que el Anciano Terrible también hace una aparición en un relato posterior: La extraña casa en la niebla (The Strange High House in the Mist), lo que le otorga la distinción de ser uno de los pocos personajes de Lovecraft en aparecer en más de una historia. Los otros son Randolph Carter, Kuranes y Richard Upton Pickman [ver: De la luz a la oscuridad: psicología de «El modelo de Pickman»]
H.P. Lovecraft. I Mitos de Cthulhu.
Más literatura gótica:
Es interesante notar que si leemos el nombre de la ciudad [Kingsport] no como King's Port [«puerto del rey»], sino como King-Sport, nos encontramos ante una curiosa posibilidad. Dado que el «deporte rey» es, por supuesto, el ajedrez, podemos ver a nuestros tres componentes como grupos de piezas de ajedrez en un tablero que, a estas alturas, parece surrealista. Es tentador asociar al Anciano Terrible con el Rey; a la gente del pueblo con los Peones; y a los ladrones con Torres que han venido a tomar al rey de su fortaleza. Hasta cierto punto, estas caracterizaciones parecen naturales. Como el Rey en el ajedrez, el Anciano es aparentemente débil y tiene dificultades para moverse, pero es mucho más fuerte de lo que parece.
Entonces, El Anciano Terrible narra la historia de un italiano, un portugués y un polaco que entran en un bar... quiero decir, en la casa de un viejo pirata nigromante. No hay malos en la historia, solo tres inmigrantes que ignoran las advertencias de personas que descienden de otros inmigrantes. Al menos el polaco se siente mal por robar y tal vez torturar hasta la muerte a un patético anciano. En la superficie, la historia parece un drama de venganza del hombre blanco cada vez más asediado. Pero, como hemos visto, hay otros patrones retorciéndose debajo de la superficie.
El narrador habla de este «círculo encantado de la vida de Nueva Inglaterra» al que los ladrones no pertenecen. En un relato tan irónico como este me pregunto si deberíamos tomar ese comentario al pie de la letra. Después de todo, para Lovecraft la vida en Nueva Inglaterra es mucho más maldita que encantada.
En El Anciano Terrible encontramos a un Lovecraft temprano. Todavía estaba tratando de encontrar su voz distintiva y todo se siente un poco leve. Sin embargo, es una historia importante en el corpus lovecraftiano, tanto es así que el Anciano Terrible también hace una aparición en un relato posterior: La extraña casa en la niebla (The Strange High House in the Mist), lo que le otorga la distinción de ser uno de los pocos personajes de Lovecraft en aparecer en más de una historia. Los otros son Randolph Carter, Kuranes y Richard Upton Pickman [ver: De la luz a la oscuridad: psicología de «El modelo de Pickman»]
H.P. Lovecraft. I Mitos de Cthulhu.
Más literatura gótica:
- ¡Warren NO está muerto!: análisis de «La declaración de Randolph Carter».
- El horror en el patio trasero: análisis de «El grabado en la casa».
- El nido de Nyarlathotep: análisis de «Las ratas en las paredes».
- El limbo de la Rue d’Auseil: análisis de «La música de Erich Zann».
2 comentarios:
Y también Robert Blake aparece en más de un relato, el primero es El vampiro estelar, en que no se menciona su nombre, siendo el personaje narrador.
Gracias por la corrección, Demiurgo. Es correcto y pertinente lo que mencionas.
Publicar un comentario