Los cuentos de hadas y una curiosa Teoría sobre la Imaginación.
Hay cosas que Disney nunca te contó sobre Blancanieves y Cenicienta, tampoco sobre Caperucita Roja, la Bella Durmiente, Hansel y Gretel, y tantas otras historias fuertemente arraigadas en el folclore y la cultura de los pueblos.
Esas omisiones no responden a una confabulación, sino a una imposibilidad: los viejos cuentos de hadas, así también como la poesía, los sueños, los mitos, poseen una estructura intransferible, que no puede repetirse en otros formatos, entre ellos, el audiovisual, sin perder algo esencial en el proceso.
Esa esencia, indefinible en términos cabales, condujo al poeta Walter de la Mare a formular una curiosa Teoría sobre la Imaginación.
Hay personas que sienten una inclinación natural hacia lo fantástico, y otras que lo evitan como si se tratara de una distracción. Al respecto, Walter de la Mare describió dos tipos distintos de imaginación —aunque luego los consideró simplemente como dos aspectos de un mismo principio—: la imaginación infantil y la imaginación juvenil. En la frontera entre estos dos reinos se inscriben los cuentos de hadas, pero también Dante, Shakespeare, William Blake, y el resto de los grandes poetas visionarios.
Esta Teoría de la Imaginación —vertida en el ensayo: Rupert Brooke y la imaginación intelectual (Rupert Brooke and the Intellectual Imagination)— afirma que todos los niños entran al principio en la categoría de Imaginación infantil (Childlike Imagination), precisamente porque no poseen un vínculo exclusivo con los sentidos para explicar el mundo que los rodea.
Walter de la Mare va aún más lejos, y sostiene que los niños no interpretan los hechos como algo inamovible. Para ellos, los hechos son algo cambiante, algo que se metamorfosea constantemente. En términos generales, los niños son esencialmente contemplativos y solitarios —dice De la Mare—, seres que perciben la realidad objetiva como un ruido difícil de interpretar. En este contexto, la observación de esa realidad no responde a la razón, y tampoco a la experiencia, sino a una especie de sentido visionario.
En otras palabras, la Imaginación Infantil descarta los hechos objetivos, no por ser improbables, sino por poseer una naturaleza camaleónica, y eso convierte a los niños en una especie de visionarios. Esta cosmovisión de la vida se expresa en una gran creatividad, vitalidad e ingenio, que desde la perspectiva de los adultos puede ser vista como un signo de desconexión con la realidad [ver: «El enigma»]
Pero el ruido de la realidad es constante, no cede, y si bien al principio esto es algo que atemoriza a la Imaginación Infantil —que según Walter de la Mare: se retira como un caracol asustado dentro de su caparazón—, poco a poco lo exterior va transformando esa manera de sentir, más que ver y entender, el mundo, hasta que florece la Imaginación Juvenil (Boyish Imagination), donde la creatividad sigue presente, en cierto grado, pero dentro de un marco mucho más analítico.
En este punto ocurre un suceso decisivo dentro de esta Teoría de la Imaginación:
Pueden ocurrir dos cosas: o bien la Imaginación Infantil se retira para siempre al entrar en la edad adulta, o bien se vuelve lo suficientemente audaz como para enfrentar al mundo real, es decir, una realidad que no excluye a lo fantástico, sino que forma parte de él.
De este conflicto entre dos tipos de imaginación emergen los dos extremos la mente adulta: la Imaginación Juvenil moldea una personalidad lógica y deductiva; mientras que la Imaginación Infantil forja una personalidad donde predomina lo intuitivo.
En este contexto, los cuentos de hadas y los mitos transitan por esa delicada frontera entre los dos tipos de imaginación. Las personalidades donde predomina la lógica pueden disfrutarlos, desde luego, pero a través de un velo que no les permite aceptarlos como parte de una verdad más amplia y exigua para la razón.
Para la personalidad racional, los cuentos de hadas y los Mitos (y acaso también los sueños) son bellos, pero irreales, en el sentido de que no forman parte de la experiencia objetiva. Por otro lado, la personalidad intuitiva también los considera bellos, pero dentro de una cosmovisión que siente que lo bello siempre es verdadero, y por lo tanto real, aunque no necesariamente en términos objetivos.
Esta Teoría de la Imaginación clasifica de algún modo a todas las personas entre Lógicas e Intuitivas. En los primeros predomina lo exterior, la acción, el conocimiento de las cosas, la experiencia; mientras que las fuentes de la realidad de los segundos siempre son internas.
Es importante aclarar que Walter de la Mare forjó su Teoría de la Imaginación para tratar de explicar porqué la poesía intelectual, y por tal caso todas las obras que proceden de la lógica y la razón, pueden ser excelentes pero nunca alcanzar el nivel de verdad que subyace en las obras visionarias; justamente porque la naturaleza de esa verdad es tan indescifrable para la razón como perceptible para la intuición.
Hay personas que sienten una atracción casi obsesiva por lo Fantástico, y otras que lo rechazan como una burda evasión de la realidad objetiva. Estos extremos no solo explicarían nuestras las preferencias artísticas, sino también nuestra forma de entender el mundo que nos rodea.
Los Mitos, los cuentos de hadas, la poesía, los sueños, apoyan un pie en cada categoría de la imaginación. No son del todo intuitivos, ya que poseen una estructura formal, pero tampoco completamente lógicos, ya que exploran una realidad más amplia. Y esa esencia intransferible de la que hablamos antes se percibe, al menos para mí, como si lo Fantástico fuese una sombra que se asoma a través de una puerta entornada, y desde ahí nos llama.
Taller de literatura. I Egosofía.
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