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La teoría «Satanás NO fue un hermoso ángel llamado Lucifer».


La teoría «Satanás NO fue un hermoso ángel llamado Lucifer».




«El diablo está en los detalles.»



La creencia más popular sobre la caída de Satanás se basa en Isaías:


«¡Cómo has caído del cielo, oh Lucifer, hijo de la mañana! Derribado fuiste a tierra, tú que sometías a las naciones».


El pasaje continúa diciendo que Lucifer intentó elevar su trono por encima de las estrellas y ser como Dios, pero este lo arrojó a lo profundo del «abismo». La segunda fuente es Ezequiel, que compara al rey de Tiro con un poderoso ángel que se corrompió y fue arrojado a la tierra. En resumen: la teoría popular sostiene que Satanás fue un ángel llamado Lucifer, y que este «cayó» en algún momento al principio de la creación. Sin embargo, no hay nada en las Escrituras que justifique esta opinión.

El comentario de Ezequiel trata de denunciar a un hombre [el rey de Tiro] que actúa con excesivo orgullo, pero lateralmente apela a la idea de un ángel que se volvió malo y cayó de la gracia divina. Sin embargo, incluso si admitimos la posibilidad de que este pasaje hable de la caída de un ángel, en ninguna parte del Antiguo Testamento se dice que Satanás fue alguna vez un ángel llamado Lucifer.

Cada vez que nos encontramos con la palabra Lucifer en la Biblia [introducida por los Padres de la Iglesia a partir del siglo I d.C.] estamos ante la traducción latina de la palabra hebrea hêlêl, que significa «brillante», y, poéticamente, «estrella de la mañana».

El célebre pasaje de Isaías es una crítica al rey de Babilonia Nabucodonosor II, conquistador de Jerusalén, alguien que, como hêlêl [la estrella de la mañana], intenta alcanzar las alturas; sin embargo, en lugar de llegar a ser como el Altísimo, el rey es arrojado a los abismos como un simple mortal. Isaías indudablemente está hablando del rey de Babilonia, no de Satanás, porque añade que aquel «sometía» (pasado) a las naciones. Es difícil ver cómo Satanás pudo someter a naciones enteras en su caída cuando todavía no existía ninguna.

También debemos notar que hêlêl fue arrojado al «abismo», que en el Antiguo Testamento con frecuencia denota un lugar de sepultura o una prisión. Si el pasaje de Isaías describe la caída original de Satanás y su posterior encarcelamiento, ¿cómo es posible que más tarde lo encontremos acusando a Job delante de Dios en el cielo?

Si leemos estos pasajes sin estar condicionados a pensar que Satanás es Lucifer, probablemente no llegaríamos a la conclusión de que Isaías alude a la caída original de Satanás. ¿Cómo llegamos entonces a la afirmación dogmática de que Satanás fue una vez un ángel bueno llamado Lucifer?

No hay ninguna afirmación en el Nuevo Testamento, ni en los escritos de los Padres Apostólicos, de que Satanás fuera una vez un hermoso ángel, y menos aún un ángel llamado Lucifer. Las tradiciones hebreas ni siquiera hacen una conexión directa entre Satanás e Isaías; y, como ya hemos visto en El Espejo Gótico, los hebreos no tenían ninguna restricción en este sentido y especulaban libremente sobre la naturaleza y funciones de ángeles y demonios [ver: La verdadera historia de los Serafines y otros no-ángeles]

Recién en el siglo II d.C., Orígenes [De Principiis] promovió la idea de que Lucifer era Satanás; sin embargo, esta noción no se arraigó de inmediato. Incluso en el siglo IV d.C. tenemos a un popular obispo cristiano llamado San Lucifer, cuyos seguidores eran conocidos como luciferinos. En siglos posteriores, algunos Padres de la Iglesia popularizaron la noción de que Satanás fue alguna vez un ángel llamado Lucifer; entre ellos, Tomás de Aquino y Agustín. El que puso un sello definitivo a esta nueva opinión en la cultura popular fue John Milton en El Paraíso perdido (Paradise Lost, 1667), quien conecta claramente a Satanás con la caída de Lucifer [ver: El «Efecto Milton» y la simpatía por el diablo]

En resumen, la teoría de que Satanás es Lucifer se ha convertido en un hecho sin una pizca de evidencia bíblica convincente. Esto no significa negar que Satanás pueda haber sido un ángel caído, pero de ninguna manera fue una entidad llamada Lucifer [ver: De las Guerras Celestiales]

Los propulsores de la teoría Satanás es Lucifer suelen apoyarse en un pasaje de Corintios (11:14), donde se refiere a Satanás como un «ángel de luz» debido a su astucia y habilidad para engañar. El pasaje no dice nada acerca sobre cómo «cayó», o si originalmente era un ángel «portador de luz», poderoso y bello llamado Lucifer. Otro argumento se encuentra en Lucas (10:18), que habla de Satanás cayendo como un «relámpago», no literalmente en términos de fenómeno climático, sino refiriéndose a lo repentino de su descenso.

El motivo de la «caída» es clásico en casi todas las mitologías; ciertamente es frecuente tanto en los mitos griegos como en los del Cercano Oriente. En el mito griego, Faetón es el hijo de Eos, la estrella Venus [«estrella de la mañana», metafóricamente «amanecer» o «alba»]. Eos da a luz a eosphoros [«portador de la estrella de la mañana»], quien intentó cruzar el cielo en el carro de su padre, el sol, pero Zeus lo derribó a tierra con uno de sus rayos. Esta es la estructura de la historia de Lucifer, incluso como «estrella de la mañana». De hecho, en la Septuaginta [traducción griega del Antiguo Testamento], la palabra hêlêl se traduce como eosphoros.

La palabra lucifer proviene de la Vulgata, y es, como hemos visto, una traducción de la palabra hebrea hêlêl, que aparece sólo una vez en el Antiguo Testamento como hêlêl ben shachar, que significa «el brillante, hijo del amanecer», algo prácticamente idéntico al mito griego de eosphoros; aunque el texto en Isaías no brinda ninguna indicación de que hêlêl fuera una estrella o un planeta. Más tarde, la tradición cristiana, en la que confluyen muchísimas opiniones, utilizó la palabra lucifer [«portador de luz», epíteto de Venus, la estrella de la mañana] como un nombre propio para Satanás antes de su caída. Como resultado, Lucifer se ha convertido en un sinónimo de Satanás; sin embargo, la palabra latina original nunca llegó a utilizarse exclusivamente en relación al diablo; de hecho, también se aplicó a otros personajes bíblicos, entre ellos, el propio Jesús.

No está claro si la palabra hêlêl debe considerarse como un nombre. Probablemente no, habida cuenta que sólo aparece una vez en la Biblia. En este contexto, la famosa observación del profeta Isaías, dirigida al rey de Babilonia, debería leerse del siguiente modo:


«¡Cómo has caído del cielo, oh hêlêl, hijo de la mañana.»


Isaías y Ezequiel no están hablando de Satanás, y menos relacionándolo con una entidad llamada Lucifer. Más bien están lamentando la antigua grandeza de las ciudades de Babilonia y Tiro, que fueron corrompidas por gobernantes egoístas y orgullosos. Al parecer, los traductores griegos pensaron que este hêlêl era un nombre, nada menos que Venus, la estrella de la mañana, e insertaron un epíteto común en griego para referirse a esta estrella: eosphoros [de eos, «amanecer» —también el nombre propio de la deidad de la aurora—; y phoros, que significa «portar» pero también «dar»]. Ahora bien, la Vulgata [latina] no es una traducción del hebreo original, sino de la versión griega; y así como ocurre en la Septuaginta, la Vulgata traduce eosphoros con un epíteto común en latín para la estrella Venus: lucifer [de lux, «luz»; y fero, «llevar» o «traer»]. En los siglos que siguieron el nombre Lucifer llegó a aplicarse a Satanás, y así se comenzó a creer que Isaías estaba hablando del diablo.

En algunas versiones modernas de la Biblia se evita diligentemente esta asociación; y la palabra Lucifer aparece como «estrella de la mañana» o «estrella del día»; sin embargo, esto constituye una ínfima reparación que no ha erosionado una creencia bien establecida a lo largo de los siglos.

La palabra hêlêl posee algunos atributos adicionales interesantes. Proviene del verbo halal, que significa «brillar» pero también «alabar» [dependiendo del contexto]. Además, halal denota cierto exceso de la acción, en este caso, un brillo excesivo. Este exceso no es directamente algo malo o negativo, sino más bien demasiado de algo bueno. Hêlêl, entonces, no sólo es «brillante», sino excesivamente brillante. Uno puede entender que la relación entre esta palabra y la idea de una entidad luminosa que desea brillar tanto como el Altísimo no es descabellada. De hecho, la palabra hebrea holela, que deriva de hêlêl, significa «locura».

Si Satanás no fue un hermoso ángel llamado Lucifer, ciertamente es una fuerza maligna activa en el Edén bajo la forma de una serpiente, ¿verdad? Esta es otra creencia falsa. No existe evidencia bíblica para esa interpretación.

La palabra hebrea satan es un sustantivo genérico que significa «acusador». También puede entenderse como «adversario», en términos de alguien que obstruye o se opone a algo. La mayoría de las veces, cuando la Biblia habla de Satanás se refiere a adversarios humanos, y sólo en Job y Zacarías parece referirse a una entidad sobrenatural, aunque no necesariamente diabólica. En otras palabras, cuando se usa sin el artículo ha, es decir, simplemente en la forma satan, se refiere a cualquier tipo de acusador humano, pero cuando se usa con el artículo definido [ha-satan] se introduce el elemento celestial. Esta seguna opción [hassä†än] aparece en sólo dos libros de la Biblia.

En el Antiguo Testamento, el sustantivo satan aparece 27 veces, el verbo satan aparece 6 veces, y en casi todos los ejemplos se usan de manera general. Si yo actúo como satan de alguien, me opongo a él, lo acuso, y probablemente lo calumnio. En algunos casos, este sentido es obvio, como Salomón al decirle a Hiram que no tenía ningún satan [adversario] que se le opusiera. Por lo tanto, el sustantivo y el verbo pueden tener en hebreo tienen el significado de oponerse a alguien como adversario. En el caso de Balaam, por ejemplo, incluso el mensajero de Dios era para él un satan, es decir, un adversario enviado por Dios. Ése es otro punto que hay que tener en cuenta: a diferencia de la connotación moderna, donde Satanás siempre se refiere a un ser maligno, en hebreo tiene un significado genérico.

El problema aquí, de nuevo, radica en las traducciones. La versión griega traduce satan y hasatan como diabolos, y la mayoría de las versiones modernas sólo utilizan Satanás. Es decir que cuando leemos Satanás en la Biblia en realidad, salvo dos excepciones, estamos ante la palabra hasatán [de ha, artículo definido «el»; y satan, «adversario» o «acusador»], que es un título o un oficio humano, no un nombre propio. En hebreo, al igual que en español, los nombres propios no tienen el artículo adjunto «el».

En cualquier caso, la palabra no aparece en el Libro del Génesis, que sólo menciona una serpiente parlante y no la identifica con ninguna entidad sobrenatural. Al parecer, Satanás no sólo no era un ángel llamado Lucifer, sino tampoco una serpiente.

Las traducciones al español no reflejan esto. Todas ellas emplean la palabra Satanás como si fuera un nombre propio, cuando en realidad es un oficio. En Job, por ejemplo, el satan aparece entre los ángeles para acusar a Job de actuar con integridad sólo porque era el favorito de Dios. El Señor luego permite que el satan aflija a Job con llagas. En Zacarías, «el sumo sacerdote Josué estaba de pie delante del ángel del Señor» y el satan «estaba a su derecha para acusarlo». En Job y Zacarías, por lo tanto, el satan tiene un rol similar: acusa a las personas buenas de servir a Dios por interés propio [Job], de no ser apto para ejercer el oficio de sumo sacerdote [Josué], o los tienta a pecar (David). En los dos casos, casi como un fiscal, el satan [hassatan] está allí para acusar a alguien, para señalarlo, y para decir a Dios, de manera coloquial, «estás equivocado respecto de esta persona». Porqué una deidad todopoderosa necesitaría de tales intermediarios es tema para otro debate.




Demonología. I Mitología.


Más literatura gótica:
El artículo: La teoría «Satanás NO fue un hermoso ángel llamado Lucifer» fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Los «No-Muertos» en el folklore y la psicología.


Los «No-Muertos» en el folklore y la psicología.




El concepto de «No-Muerto» podría definirse como «ni vivo ni muerto», una tercera categoría de existencia en la que habitan los Monstruos de la leyenda.

El término proviene del inglés undeadno-muerto»]; del Inglés Medio undede, utilizado poéticamente en las baladas medievales para decir «vivo». En una línea similar se encuentra el Nórdico Antiguo údauðrno-muerto»], que refería a algo que no estaba del todo muerto pero tampoco completamente vivo. El Inglés Antiguo undeadlic describía a alguien que no podía morir, variante que también se encuentra presente en la poesía escocesa medieval bajo la forma vndeid. El diccionario Merriam-Webster sostiene que el primer uso escrito de undead fue en 1897; más precisamente en la novela de Bram Stoker: Drácula (Dracula), cuyo título original, cambiado a último momento, era The Un-Dead.

Los No-Muertos están presentes en todos los sistemas de creencias de todas las culturas, principalmente como seres humanos que han muerto pero continúan físicamente activos. En este contexto, el No-Muerto es diferente de otras manifestaciones de ultratumba, como los fantasmas, que son entidades espirituales e incorpóreas. El No-Muerto es siempre un cadáver reanimado por medios sobrenaturales que emerge físicamente de su tumba.

La demonología medieval afirmaba que los demonios podían ocupar los cuerpos de los difuntos y animarlos hasta cierto punto, en general, haciéndolos bailar grotescamente en la misa negra e incluso mantener relaciones carnales con las brujas. El historiador medieval Walter Map [De Nugis Curialium] narra un hecho ocurrido en la región de Hereford, Inglaterra, donde un No-Muerto salía de su tumba durante las noches y llamaba a la gente del pueblo por su nombre, quienes luego enfermaban y morían. La tumba del individuo fue identificada por perros, el cuerpo fue exhumado durante el día, en presencia de un sacerdote, y prolijamente decapitado.

Después de la Edad Media encontramos muy pocos cadáveres errantes en el folklore de Europa Occidental, y muchos más fantasmas y espíritus inquietos molestando a la gente. Sin embargo, esta creencia continuó implícita en los hábitos de entierro de suicidas, asesinos y personas acusadas de brujería, quienes eran estacadas y enterradas boca abajo. En el caso de los suicidios, la ley inglesa continuó exigiendo el entierro con estacas en los cruces de caminos hasta 1823.

Actualmente relacionamos a los No-Muertos con los Vampiros, pero todas las culturas humanas hacen referencia a cadáveres reanimados que traen plagas y muerte. Muchas de estas criaturas no se levantan de la tumba para beber la sangre de los vivos; más bien son seres vengativos, incapaces de encontrar paz y consuelo en la muerte. De algún modo consiguen vagar por los alrededores de sus lugares de entierro para acechar y atacar a los humanos.

El No-Muerto tiene su origen en las creencias y costumbres precristianas sobre la muerte. Un difunto podía traer benfición o causar destrucción a su familia durante los primeros días después de su muerte; por lo tanto, la mayoría de las culturas pusieron especial énfasis en practicar los ritos funerarios adecuados. Hoy en día pensamos en los funerales como una forma de despedida que da inicio a la etapa de duelo, pero en tiempos antiguos tenía un propósito más bien profiláctico: asegurar la pureza y la paz del difunto y permitir que su espíritu se separe adecuadamente del cuerpo. De hecho, una de las formas comunes de convertirse en un No-Muerto era recibiendo un entierro deshonroso.

Tratándose de cadáveres reanimados es lógico que los No-Muertos tuvieran un aspecto decrépito e inmundo. Los Ghouls, por ejemplo, podían vagar cerca de sus tumbas y merodear en los límites de las poblaciones, pero sus cuerpos continuaban descomponiéndose. Además de las dificultades motrices que esto acarreaba, el hedor que desprendían los Ghouls anunciaba su proximidad, haciendo que sus ataques rara vez tuvieran éxito salvo en las cercanías de los cementerios, donde el olor a descomposición es proverbial [ver: Ghouls: la historia secreta de los Necrófagos]

Las principales subespecies de No-Muertos de Macedonia, Grecia y la región del Egeo se conocían como Vrykolakas. Montague Summers, en el libro: El Vampiro (The Vampire), comenta que el término vrykolakas [«hada-lobo»] es de etimología eslava. En efecto, los No-Muertos eslavos reemplazaron a los nativos griegos, la mayoría, pacificos. Los Vrykolakas eran personas que sufrían una muerte violenta, eran enterradas inadecuadamente o eran excomulgadas por la iglesia. Es el tipo de No-Muerto que deambula en la oscuridad, llama a las puertas y grita el nombre de sus ocupantes. Si la persona responde, pronto morirá. No es improbable que la leyenda posterior de que los Vampiros deben ser invitados a entrar corresponda a este pasado [ver: ¿Por qué los vampiros necesitan ser invitados a entrar?]

Montague Summers comenta que la «estaca» utilizada para clavar a los herejes también se consideraba «la manera más eficaz de erradicar el vampirismo». En la mayoría de las historias populares los No-Muertos eran retenidos en sus tumbas con estacas. La Iglesia Católica empleaba un método similar, conocido como «transfixión», para evitar que los excomulgados se levantaran de sus tumbas. Según Summers, los No-Muertos eran personas que morían excomulgadas, «la pena principal y más grave que la iglesia puede infligir», añade, olvidando la tortura sistemática y la muerte bajo acusaciones vagas.

El concepto de No-Muerto, de acuerdo a la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud, está relacionado con la Pulsión de Muerte [Thanatos], que debe entenderse como un impulso que está por encima de la vida orgánica convencional. La Pulsión de Muerte no tiene nada que ver con el deseo de autoaniquilación, como a menudo se cree, sino con un anhelo desbordante de post-existencia. De hecho, Lacán interpretaba a los No-Muertos no como heraldos de la muerte, sino como una desesperada reafirmación de la vida. Es probable que estas nociones correspondan a la «vida eterna» que adquirieron los Vampiros en la novela gótica del siglo XVIII y XIX; una «vida eterna» sujeta a numerosas prohibiciones y tabúes, como la luz del día, los crucifijos, las estacas.

Para Freud existe una diferencia entre el concepto de «vida» y la existencia humana ordinaria. Los seres humanos no sólo estamos «vivos», sino que estamos poseídos por el impulso de seguir existiendo. No es que estemos apegados a nuestros cuerpos físicos, sino a la idea de existir más allá del umbral de la muerte. En este contexto, los No-Muertos [en términos de manifestaciones folklóricas de la Pulsión de Muerte] no tienden hacia la autodestrucción: tienden a la indestructibilidad de la vida terrenal. La No-Muerte, entonces, es una especie de post-vida que todavía requiere un cuerpo físico. No estamos aquí ante los fantasmas que permanecen en el plano físico tratando de resolver asuntos pendientes, como la venganza. Los No-Muertos no encuentran paz en la muerte; de hecho, hacen un esfuerzo desesperado por escapar de la vida espiritual y continuar existiendo en el plano físico, aún con las dificultades de hacerlo en un cadáver en proceso de descomposición.

La psique humana tiene sus propios No-Muertos. Freud los llamaba reminiszenz [«reminiscencia»], una especie de limbo entre el recuerdo y el olvido; algo que no podemos recordar totalmente pero que no fue borrado del todo. Las «reminiscencias» de Freud se comportan como No-Muertos: no están vivas ni muertas, pero tienen formas de salir a la superficie de la consciencia [desde las tumbas de la represión] para acecharnos. Estos No-Recuerdos [o No-Olvidos] pueden provocar síntomas patológicos.

Es probable que los No-Muertos no comenzaran siendo cadáveres reanimados, sino personas demasiado «vivas», o al menos personas que transitaban la vida por fuera de las normas sociales establecidas, como las brujas y los hechiceros. De hecho, una de las subespecies de No-Muertos rumanos eran los Moroi, palabra que significa «muerto» pero no en términos físicos, sino alguien que está muerto socialmente, alguien exiliado; en una palabra: una bruja. Los Strigoii, también rumanos, se clasificaban como vivos o muertos, y hasta podían moverse entre esos estados debido a que posían dos corazones o almas, y a veces ambos. Cuando estaban «vivos», se decía que los Strigoii podían proyectar sus almas por la noche para beber la sangre del ganado. Cuando estaban «muertos», se presentaban como cadáveres reanimados que chupaban la sangre de sus familiares y vecinos [ver: Strigoii: los no-muertos que inspiraron a Drácula]

La situación de los No-Muertos en el folklore rumano es más compleja de lo que parece. La noción de «vampiro» está ausente hasta una época muy reciente. De hecho, uno de los vampiros más conocidos en la actualidad, el Nosferatu, ni siquiera existe en la tradición rumana. Se trató de un error de interpretación de Emily Gerard en el libro: La Tierra más allá del Bosque (The Land Beyond the Forest). Bram Stoker tomó la palabra Nosferatu de Gerard y la utilizó en Drácula en un par de ocasiones, siempre en boca de Van Helsing, pero el término era desconocido en Transilvania. En Rumania había Moroii, Strigoii y otros seres similares, pero ningún Nosferatu [ver: Nosferatu no existe en el Paso de Borgo]

En Europa Central los No-Muertos eran cadáveres hinchados que abandonaban sus tumbas llevando enfermedad y muerte. Durante mucho tiempo se pensó que este concepto fue importado a Inglaterra [en una forma más glamorosa] por los novelistas góticos, pero lo cierto es que estaba repleta de historias de cadáveres activos durante la Edad Media. Algunas incluso se corresponden perfectamente con la apariencia y el comportamiento del No-Muerto folklórico. En el siglo XII, William de Newburgh [Historia Rerum Anglicarum] escribió la historia de un No-Muerto en Alnwick [Northumberland], que fácilmente podría transferirse a las correrías de Van Helsing, Harker y el resto de los perseguidores de Drácula. La criatura de Alnwick emergía cada noche de su tumba, vagando por las calles e infectando el aire con un «aliento pestífero», de modo que estalló la plaga y muchos murieron. Cuando un grupo de hombres valientes decidieron «desenterrar esta peste funesta y quemarla», encontraron el cuerpo mucho más cerca de la superficie de lo que esperaban. y se había hinchado hasta alcanzar un tamaño descomunal. Su rostro, según William de Newburgh, estaba «turgente y bañado en sangre» y su sudario estaba hecho jirones.

Uno de los hombres golpeó el cuerpo con una pala, y de la herida «brotó tal chorro de sangre que podría haber sido tomado por una sanguisuga [sanguijuela] llena de la sangre de muchas personas». Entonces los hombres le arrancaron el corazón, se llevaron el cuerpo y lo quemaron. Esto, aparentemente, puso fin a la plaga.

William de Newburgh proporciona tres historias más de No-Muertos. En Buckinghamshire, un hombre salió de su tumba y regresó a su casa para acostarse en su cama, casi aplastando a su esposa; y luego aterrorizó a sus familiares y vecinos. El cuerpo luego fue encontrado en su tumba, en perfecto estado. Algunos habitantes de Buckinghamshire aconsejaron quemarlo, pero sólo se colocaron algunos objetos cristianos sobre su pecho. En Berwick-on-Tweed, también en Northumbria. otro «cadáver pestífero» merodeó por la ciudad «seguido por una jauría de perros». Diez hombres lo atraparon, lo descuartizaron y quemaron en el acto.

Una de las formas tradicionales para identificar a un No-Muerto reciente era examinando el comportamiento de su sombra. La Sombra y el Alma están vinculadas en el folklore desde el amanecer de los tiempos. La Sombra nos sigue durante toda nuestra vida, repite todos nuestros movimientos, pero [aparentemente] deja de moverse cuando fallecemos. No es extrañar, entonces, que la mente humana haya llegado a la conclusión de que la existencia puede vincularse a la Sombra de alguna manera misteriosa. La fuerza de esta relación entre la Sombra y el Alma se perpetuó en el lenguaje: los muertos que regresan de la tumba a menudo se expresan en torno a la palabra «sombra». En este sentido, no es caprichoso que una de las características primordiales del No-Muerto, así como del Vampiro posterior, sea la falta de sombra y reflejo.

Bram Stoker, decíamos antes, consideró hasta último momento usar el título The Un-Dead para Drácula; y el uso que la novela le da al término es inédito en el Inglés Moderno. La palabra Un-Dead aparece en inglés mucho antes de Bram Stoker pero con el sentido poético de «vivo», es decir, alguien que no está muerto. En Drácula, Van Helsing describe a los No-Muertos de la siguiente manera:


«Antes de hacer cualquier cosa déjame decirte esto. Pertenece a la tradición y la experiencia de los antiguos, y de todos aquellos que han estudiado los poderes de los No-Muertos, que estas criaturas, al cambiar, vienen con la maldiición de la inmortalidad. No pueden morir, sino que deben continuar edad tras edad agregando nuevas víctimas y multiplicando los males del mundo. Porque todos los que mueren a causa de los No Muertos se convierten ellos mismos en No Muertos y se aprovechan de los de su especie. Y así el círculo se va ampliando cada vez más, como las ondas de una piedra arrojada al agua (...) Cuando esta, ahora No-Muerta, descanse como una verdadera difunta, entonces el alma de la pobre dama a quien amamos volverá a ser libre. En lugar de obrar maldad durante la noche y degradarse más al asimilarla durante el día, ella ocupará su lugar con los otros ángeles.» [Diario del doctor Seward, 29 de septiembre]


Inmediatamente después presenciamos el enfrentamiento en el cementerio, que muestra a Lucy Westenra, como No-Muerta, yendo por una niña. La intervención de Van Helsing, dando instrucciones sobre cómo acabar con «los No-Muertos, como los llamamos», sigue el plan establecido: Lucy es estacada y encuentra el descanso final [ver: Bloofer Lady: la transformación de Lucy Westenra]

Bram Stoker talló en mármol la descripción definitiva de los No-Muertos en la ficción, pero algunos episodios puntuales, como la lucha con Lucy en el mausoleo familiar, habrían resultado verosímiles para William de Newburgh siete siglos antes, sobre todo esta idea del No-Muerto como agente transmisor de una «enfermedad» [«peste», en la Edad Media; vampirismo en la novela de Stoker]. El propio Drácula, en cambio, no parece pertenecer a ningún tipo particular de No-Muerto, sino a varios diferentes. El Conde, por ejemplo, posee «la fuerza de veinte hombres», algo congruente con los No-Muertos medievales, puede controlar a los lobos, las ratas y algunos animales nocturnos, incluso posee cierto dominio sobre las fuerzas climáticas, pero su poder va más allá de cualquier No-Muerto de la leyenda, ejerciendo poderosas habilidades hipnóticas y telepáticas y hasta cambiando de forma [murciélago, lobo, perro, niebla].

El No-Muerto de la leyenda explora el miedo común a la «peste», a la enfermedad encarnada. Algunos antropólogos se han preguntado si acaso este concepto no está relacionado con los enfermos mismos, en etapas terminales, quienes podrían haber sido vistos como en una instancia de post-vida, o de No-Muerte. Estas historias apuntan a una crisis de la identidad y la integridad humana. En cualquier caso, la noción de No-Muerto [y de Vampiro, en este caso] es exclusivamente física. El miedo a «contagiarse» una enfermedad fatal es análogo al miedo a «convertirse» en un No-Muerto, y en ambos escenarios se requiere, por un lado, el contacto físico; y finalmente conducen al exilio de la comunidad. Los No-Muertos merodean por los cementerios, alejados de las poblaciones, del mismo modo que los enfermos seguramente eran aislados de la comunidad. De hecho, esta idea recurrente del No-Muerto saliendo de noche para golpear la puerta de su casa y llamar a sus familiares bien podría haber estado inspirada en los propios enfermos [con sus cuerpos «hinchados»] tratando desesperadamente de ser recibidos en sus hogares.

Drácula le dio cierto aire de autoridad a los No-Muertos. Si estos últimos [como representación de los enfermos de la «peste»] se limitaban a vagar por las calles de noche, aullando el nombre de sus parientes y golpeando puertas, Drácula se burla de los seres humanos «sanos». No sólo es un depredador astuto, sino que su actitud hacia sus presas expresa un sentido de propiedad. Al referirse a sus cazadores, asegura que «son como ovejas en el carnicero», y les recuerda que sus mujeres [Lucy y Mina] ya le pertenecen: «A través de ellas, tú y los demás serán míos, mis criaturas, para cumplir mis órdenes y para ser mis chacales». Esto es considerablemente distinto de los gritos lastimeros de los No-Muertos medievales.

Por supuesto, Drácula tuvo la ventaja de haberse convertido en No-Muerto mediante prácticas diabólicas, las cuales le permitieron mantener su peculiar existencia durante siglos. En la novela nunca se afirma que haya muerto y luego regresado de la tumba [ver: «Drácula» NO está inspirado en Vlad Tepes]

Existen otros ejemplos medievales de No-Muertos asociados a la peste. El Nachzehrer, conocido en los territorios germánicos, era la primera víctima de la peste durante una epidemia. Después de su funeral, despierta en su lugar de entierro y es atormentado por un hambre feroz. En su desesperación devora primero su mortaja y luego mastica sus propias extremidades. Ya mutilado comienza a cavar como un topo, mordiendo y tragando tierra, hasta profanar las tumbas adyacentes y devorar los restos allí encontrados. En las noches tranquilas, afirma Michaël Ranft en De Masticatione Mortuorum in Tumulis [«Sobre la masticación de los muertos en sus tumbas»], puede oírse un murmullo bajo tierra, debajo de las tumbas. Si uno apoya una oreja en el suelo, sostiene Ranft, pueden distinguirse algunas palabras entre los balbuceos guturales, en general, palabras de odio contra los vivos.

El ciclo de no-vida del Nachzehrer es prolongado. Siendo la primera víctima de la peste, puede seguir alimentándose mientras la epidemia continúe azotando la zona, asegurándose así un suministro continuo de cadáveres. Para destruirlo basta cortarle la cabeza; pero aún más sencillo es colocar una roca su boca, lo cual le impide alimentarse.

Los muertos nórdicos tenían dos destinos: uno era la continuación de la vida en el reino de los dioses; el otro era la no-vida dentro del túmulo. Estos No-Muertos, con algunas subdivisiones, eran los Draugar. Para empezar a entender el concepto de No-Muerte entre los nórdicos es necesario comprender sus concepciones de la vida y la muerte. En primer lugar, el término «draugar» [sustantivo colectivo] es demasiado general, pero podemos decir que todas estas criaturas [aún con sus distinciones y atributos propios] eran cuerpos humanos sin vida que permanecían animados. De hecho, ser criaturas físicas es una de las pocas características que comparten. La otra, a veces oculta detrás de motivos particulares [como proteger sus posesiones, dar una lección moral], es un impulso sexual para regresar de la muerte [ver: Draugr y el concepto de no-muerte entre los nórdicos]

Volviendo a Freud, las historias populares de No-Muertos expresan claramente deseos sexuales y agresivos reprimidos. Más aún, desde la perspectiva freudiana podríamos decir que Drácula es una historia que esboza todos los rasgos del Complejo de Edipo. Drácula es una figura paterna primordial de enorme poder, y toda la subtrama de incesto, necrofilia y sadismo se apoya en fijaciones orales y anales. Carl Jung, en cambio, veía a los No-Muertos como arquetipos. Desde una perspectiva junguiana, las innumerables variedades de historias de No-Muertos prueban que estos seres no son subproductos de la experiencia personal, sino que están basados en estructuras psicológicas compartidas por toda la especie humana. En otras palabras, los No-Muertos expresan preocupaciones universales.

La teoría de Van Helsing recuerda a las reminiszenz de las que habla Freud: cuestiones «enterradas» mediante el proceso de represión que salen a la superficie [de la consciencia] en sueños. Freud sostuvo que las leyendas de No-Muertos están relacionadas con estos recuerdos edípicos reprimidos. Esto explicaría porqué los No-Muertos vuelven para visitar a sus seres queridos; en esencia, serían una representación del Padre fallecido. Freud creía que todas las figuras demoníacas personifican [inconscientemente] la figura reprimida de un Padre fallecido que retorna para atormentar los sueños de sus hijos. En La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung), Freud comenta un sueño propio donde su padre se presentaba como un «aparecido», más precisamente como un «rey de los magiares» parecido a un vampiro. Esta es una curiosa sincronía: el Drácula de Bram Stoker también es un antiguo gobernante de los magiares. Y Stoker, a su vez, insufló en Drácula algunos elementos de su padre fallecido

Por ejemplo, al igual que Bram Stoker, que trabajó en el Castillo de Dublín como secretario de un abogado, Jonathan Harker ejerce el mismo oficio, atendiendo las necesidades legales de Drácula en su Castillo en Transilvania [ver: Una exploración literaria por el Castillo de Drácula]

La figura del No-Muerto, en términos de figura paterna arquetípica, evoca algunos aspectos del Complejo de Edipo, y Bram Stoker fue quien mejor capitalizó está situación. Este es el motivo por el cual la novela alcanzó el estatus de motivo cultural: nos interpela a todos, «desentierra» una situación común a toda la sociedad occidental. En cierto modo, funciona como un cuento de hadas moderno.

Bram Stoker lleva su poder intuitivo al máximo cuando el propio Drácula, como un bebé, busca protección en el «útero» del barco en el que viaja a Inglaterra, llamado Deméter. En los mitos griegos, Deméter es una diosa de la tierra y madre de Perséfone, quien es llevada por la fuerza al inframundo por el gobernante de los muertos: Hades. De más está decir que el propio Conde es un rey de los No-Muertos que puede regresar al mundo de los vivos como una oscura pesadilla, o un recordatorio, de los miedos infantiles de los adultos [ver: El misterio del «Deméter»]

El autoerotismo oral suele ser reprimido una vez que el niño es destetado. Aunque eliminados de la conciencia [enterrados, en cierto modo], estos impulsos amenazan con regresar a la conciencia del adulto, generando síntomas de ansiedad que resultan similares a un No-Muerto que trata de devorarnos y dominarnos. Aunque Van Helsing llama «genio» al Conde, también afirma que este posee un «cerebro infantil», es decir, un agente resuelto y exclusivamente dedicado a la búsqueda de satisfacción oral [ver: El «cerebro infantil» de Drácula]. Podríamos pensar que la voracidad de la primera infancia puede proyectarse hasta cierto punto sobre los No-Muertos de la leyenda, quienes se entregan libremente a la comisión de actos que prohibimos a los adultos.

En la primera infancia, de acuerdo al Complejo de Edipo, el acto de alimentarse [chupar y morder] está altamente sexualizado. Más adelante en la vida del niño se renuncia a esta atracción hasta que esos deseos [antes naturales, ahora prohibidos] se vuelven latentes. Sin embargo, en la pubertad, la libido vuelve a despertarse y los impulsos primordiales [no-muertos] regresan y buscan una vía de satisfacción. La sed y el hambre del No-Muerto manifiestan el anhelo inconsciente por la primera fuente de satisfacción instintiva: el pecho materno. En la novela de Bram Stoker, el Conde obliga a Mina a beber sangre de su pecho en una perversa imitación de la lactancia. Avergonzada, Mina explica: «debí asfixiarme o tragar parte de la sangre que comenzó a brotar de una vena de su pecho.» En este contexto, el pecho materno es la fuente más temprana de satisfacción oral, y la figura del No-Muerto amenaza con beber la sangre vital como una vez bebimos la leche materna.

Carl Jung creía que la imagen del No-Muerto podía entenderse como una expresión de la Sombra, es decir, aquellos aspectos de nuestra psique que nuestro el ego consciente es incapaz de reconocer. De hecho, nadie puede volverse consciente de su Sombra [proceso de individuación] sin realizar un esfuerzo moral considerable, ya que implica reconocer los aspectos más oscuros de nuestra personalidad como parte de nosotros mismos. En este contexto, el No-Muerto, a través del mecanismo de proyección, es una representación de nuestra Sombra, y estas historias nos permiten repudiar los aspectos negativos de nuestra personalidad.

Presente en todas las sociedades del mundo, el No-Muerto fue forjado por los miedos del hombre primitivo, inequívamente similares a los miedos infantiles. El comportamiento de los personajes humanos de Drácula da crédito a esta suposición. Los varones, especialmente Harker, recrean las fantasías edípicas: encerrado en el Castillo de Drácula, Harker no está seguro si ha sido «engañado como un bebé por sus propios miedos [edípicos]». También está asustado por la advertencia [paternal] del Conde de evitar ciertas habitaciones, pero, como un niño rebelde, afirma, «disfruté desobedecer» las órdenes del padre simbólico.




Vampiros. I Psicología.


Más literatura gótica:
El artículo: Los «No-Muertos» en el folklore y la psicología fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Nekropompos»: la historia de Caronte, el barquero.


«Nekropompos»: la historia de Caronte, el barquero.




Allí está Caronte, que gobierna la costa lúgubre; un dios sórdido:
de su rostro cae una larga barba, despeinada, sucia;
sus ojos como llameante hornos huecos;
un cinturón sucio de grasa sujeta su atuendo obsceno.

[Eneida]


El arquetipo del Barquero está presente en todas las mitologías que presentan una transición de la vida al más allá. Su función es guiar, a través a través de obstáculos casi imposibles, hacia un destino específico más allá del plano terrenal. Es una figura solitaria, alguien a quien se llega a conocer de pasada. Quizás por eso el Barquero suele ser representado como una figura negativa, que vive en soledad junto al río mientras transporta a los muertos a cambio de un pago simbólico.

En este artículo de El Espejo Gótico le rendiremos honores, porque, ¿quién más podría realizar la lúgubre tarea de Caronte?

Caronte [del griego kharôn, «brillante»] era el Barquero de los muertos en los mitos griegos. No era un dios olímpico, tampoco un titán o un primordial, sino un daimón [espíritu] al servicio de Hades. Al parecer, Hermes guiaba a las sombras de los muertos y las conducía hasta las costas del río Aqueronte [del cual surgen el Estigia y el Cocito], donde Caronte las transportaba en su barca. Su tarifa era un óbolo, que se debía colocar en la boca del difunto antes de ser enterrado. En esto Caronte era inflexible: aquellos que no recibían un entierro adecuado no podían pagar la tarifa y se les dejaba vagando por la orilla terrenal del río, sin sentido, como fantasmas, acosados por bestias y espíritus subterráneos.

La palabra daimon proviene de la raíz indoeuropea da, que significa «dividir», «separar», «repartir». Podemos pensar en los daimones como divinidades menores que personifican un concepto abstracto. Caronte en particular obtuvo, al cabo de siglos, una genealogía olímpica, pero originalmente era un daimon. Algunos especulan que estos seres eran las almas de ciertos hombres que, en el imaginario popular, actuaban como espíritus tutelares. No son seres espirituales superiores, sino más bien abstracciones de oficios y funciones mundanas. Carecen de historia propia, incluso de personalidad, y son conocidos sólo por sus actos. Se dice que las personas de la Edad de Oro fueron transformadas en daimones por Zeus para servir a los mortales [ver: El «accidente» que convirtió a los Dioses en Demonios]. En este contexto, Caronte pudo haber sido el primer hombre en morir. Siendo el primero en llegar al río Aqueronte [o Estigia], y por lo tanto obligado a cumplir la función de Barquero de los muertos hasta que el último ser humano abandone el plano físico.

Esta es la premisa del cuento de Lord Dunsany: Caronte (Charon), el cual trata sobre el último sobreviviente de la humanidad que, al morir, libera al Barquero de su esforzado y monótono oficio:


»Entonces un hombre llegó solo. La pequeña sombra se sentó en la playa solitaria y el gran bote zarpó. Solo un pasajero. Caronte, agotado, remó y remó junto al pequeño, silencioso y tembloroso espíritu.

»—Soy el último —dijo.

Nunca nadie había hecho sonreír a Caronte, nunca nadie lo había hecho llorar.»


Caronte es representado como un hombre de aspecto desagradable: barbudo, sucio, de nariz torcida, vestido con una túnica raída y un sombrero cónico. Siempre está de pie en su esquife, sosteniendo un palo, esperando o remando. Su trabajo es inimaginablemente monónoto, en primer lugar, porque no existe el concepto de tiempo en el inframundo, de manera que lo que ocurre allí no se cuenta en años o siglos, sino más bien en un colosal bloque de permanencia. Lord Dunsany sostiene astutamente que «si los dioses le hubieran mandado siquiera un viento contrario, esto habría dividido todo el tiempo en su memoria en dos fragmentos iguales». Podemos suponer que el flujo de muertos, que puede variar en épocas de guerra, hambrunas y plagas, es el único factor de cambio en la vida de Caronte. Por lo demás, las diferencias y particularidades de los difuntos son impercepribles para él, aunque Caronte puede detectar cuando una persona viva intenta cruzar el río.

El nombre de Caronte es una forma poética de charopós, que significa «mirada brillante»; aunque otros le atribuyen la raíz indoeuropea ker, que significa «oscuridad» [asociada a lo subterráneo]. Los ojos centelleantes de Caronte pueden ser una necesidad en la negrura del Hades, pero también insinúan que el Barquero era una entidad irascible. En cualquier caso, la etimología no es segura; de hecho, algunos historiadores griegos, como Diodoro de Sicilia, pensaban que Caronte [y su nombre] habían sido importados de Egipto, aunque esto no está respaldado por pruebas. Lo cierto es que ninguna fuente antigua proporciona una genealogía de Caronte. Giovanni Boccaccio lo identificó como hijo de Erebo y Nix, pero eso podría haberse originado por una confusión con Cronos.

El Hades es uno de los tres reinos que componen el cosmos. La idea más antigua de la vida futura en los mitos griegos podría resumirse del siguiente modo: en el momento de la muerte, la esencia de un individuo [psique] se separa del cadáver y viaja al inframundo. En la Ilíada, sostenida por una mitología temprana, los muertos estaban agrupados indiscriminadamente y llevaban una existencia miserable; sin embargo, en la mitología posterior [platónica, por ejemplo], empezaron a surgir elementos de juicio: las personas buenas y las malas estaban separadas, no solo espacialmente, sino en el trato que se les dispensaba. Geográficamente, se creía que el Hades estaba ubicado en la periferia del mundo, rodeado por Oceanus, y luego debajo de la tierra. Tártaro es otro nombre para el inframundo, aunque a veces es un reino completamente distinto y separado del Hades. Hesíodo sostiene que el Tártaro está tán por debajo del Hades como la tierra del cielo. Zeus levantó este reino para encerrar a los titanes, entre ellos, a su padre, Cronos.

Los pasajeros que Caronte debía transportar no eran la mejor compañia. Para los griegos, la existencia en el más allá [por defecto] era un reflejo descolorido de la vida terrenal. La gente continuaba en sus funciones mundanas, como Orión, que seguía cazando en el inframundo; o Minos, que continuaba ejerciendo su potestad de juez. El hecho de que los difuntos permanezcan enfrascados en disputas legales es un indicador de esta continuidad con la vida en la tierra. El estatus social de las personas continuaba en el Hades, y se tenían derechos aristocráticos al placer y otras actividades recreativas [música, gimnasia, equitación], mientras que las personas de clases bajas hacían lo que podían. Es decir que persisten los mismos patrones que antes de la muerte, incluso si los rasgos de los muertos se reducen a los más destacados y sus actividades a las más elementales y representativas de su estatus social.

En otras historias, las Sombras son insustanciales y vagan por el Hades sin sentido ni propósito. Carecen de menos [«fuerza»] e ingenio, de modo que no son del todo conscientes de su entorno. En este aspecto son similares a nuestra idea moderna de «fantasma» [ver: ¿Los fantasmas saben que están muertos?]. El concepto de evolución no existe en el Hades: al momento de la muerte, la psique queda inmovilizada, no puede adquirir nuevos conocimientos ni aprender de sus experiencias. En esta variante del mito, las Sombras no cambian en ningún sentido, son exactamente iguales a como eran en vida. Esto traía dificultades adicionales: si morías en batalla tu Sombra conservaba todas las heridas recibidas, las manchas de sangre, la ropa desgarrada y la suciedad; y si morías pacíficamente podías permanecer así. Morir desnudo seguramente era un incordio.

Las Sombras son muy irritables. Las disputas son comunes y las personas que fueron poderosas intentan ejercer sus antiguos privilegios, pero en vano. Todo esto podría explicar el temperamento severo de Caronte. Debe lidiar con gente enojada y poco comunicativa, sobre todo si sienten una presencia hostil cerca de sus tumbas, pero no son realmente peligrosos, en especial si se les ofrece algo para apaciguarlos. Odiseo tuvo que ofrecerles sangre de oveja para que las Sombras se dignaran a respoderle.

No hay consenso sobre si los muertos pueden comer o no, pero Homero afirma que las Sombras eran incapaces de comer y beber, a menos que fueran invocadas a través de la nigromancia [ver: Nigromancia: el arte de invocar a los muertos]. Por alguna razón, los muertos no recuerdan con exactitud su pasado en la tierra, pero pueden ver el futuro con claridad. Son muchos los héroes griegos a quienes los difuntos les revelan aspectos desconocidos del porvenir.

Si bien no es la opinión unánime, varios mitos dan a entender que los muertos pueden tener relaciones sexuales [si no te molesta la falta de privacidad], aunque no pueden engendrar. Uno solo puede imaginar las dificultades de tales proezas cuando originariamente las Sombras eran descritas como simples esqueletos. En términos sociales esto los hacía casi indistinguibles unos de otros, de modo que no importaba quién era rico y poderoso y quién pobre, pero en materia de sexo seguramente producía algunas fricciones bastante grotescas. Por supuesto, esta no era la opinión general. Homero, por ejemplo, da a entender que los muertos preservan todas las características que tuvieron en vida.

La irrevocabilidad de la muerte está profundamente arraigada en los mitos griegos, tal es así que los vivos sólo pueden descender al Hades en casos excepcionales, y el regreso es posible únicamente para los héroes, como Eneas, Teseo, Orfeo y Heracles.

Un mundo o plano de existencia donde los muertos viven en la oscuridad no es exclusividad de los griegos. En los mitos hebreos, el Sheol también es una tierra de quietud y sombras, un sitio más bien miserable donde residen todos los muertos, independientemente de sus acciones en la vida. Volviendo a los griegos, se creía que los individuos excepcionales podían eludir el destino de vivir en la sombra después de la muerte. La única opción era ascender a la esfera divina, y por eso se veneraba a los héroes. Alejandro Magno estuvo inconsolable tras la muerte de Hefestión, probablemente el gran amor de su vida, hasta que un oportuno oráculo le reveló que el difunto era considerado un héroe, y por lo tanto gozaba del estatus de una divinidad.

Más significativa que la existencia post-mortem es la ruptura entre la vida y el más allá, presente en todas las culturas y a menudo representada por algún obstáculo o barrera que separa los mundos de los vivos y los muertos. El propio Caronte es uno de estos obstáculos. Nadie puede cruzar el profundo y aullante Aqueronte si no es en su barca, y ninguno puede regresar a la tierra de los vivos.

Homero ignora a Caronte, aunque en la Odisea describe extensamente la geografía del inframundo y las vicisitudes del viaje al Hades. Allí, el encargado de transportar las almas de los muertos es Hermes, pero Patroclo insinúa que el río sólo puede ser cruzado en una barca. Recién en el Minyad, un poema épico escrito en el siglo VI a.C. [comentado por Pausanias], se menciona a Caronte, el «viejo barquero». En algunas inscripciones del siglo V a.C. encontradas en Focis se lee: «Alégrate Caronte: nadie habla mal de ti, ni siquiera cuando mueren, cuando los liberaste del cansancio». En esta versión, Caronte no es el obstáculo, la barrera que separa los mundos de los vivos y el Hades, sino quien libera a ser humano de la agonía de la vida.

El hecho de que ni Homero ni Hesíodo mencionen a Caronte es, según algunos, prueba de que el Barquero fue importado desde Egipto; tal vez por eso vemos tantas rarezas en su historia. Salvo por Cicerón y Vergilio, Caronte nunca fue promovido al rango de dios, algo curioso en una mitología donde casi todo el mundo tiene lazos de sangre con los olímpicos o con los titanes. También hay discrepancias en su aspecto físico. Caronte aparece como una figura demoníaca, con una mirada feroz y aguda, con ojos que resplandecen en la oscuridad. Más adelante comenzó a ser representado como un anciano de gran porte, pero de apariencia sucia y desarreglada, incluso obscena. Cuando Eneas cruza las rugientes aguas del Aqueronte hace una descripción de Caronte casi como arquetipo de la muerte:


«Un horrendo barquero cuida estas aguas, Caronte,
de suciedad terrible y larga y descuidada barba sobre el mentón,
fijas llamas son sus ojos, sucio cuelga anudado de sus hombros el manto.
Con su mano empuja una barca con la pértiga y gobierna las velas
y transporta a los muertos en esquife herrumbroso, anciano ya,
pero con la vejez cruda y verde de un dios.»


Lo más aterrador de esta escena de la Eneida es la hueste de almas que luchan desesperadamente entre sí, mordiendo, arañando y pateando para subir a la barca de Caronte, incluso aquellos «cuyos huesos descansan debidamente». Más allá se oyen las «horrendas y roncas corrientes» que deberán cruzar; atrás están las sombras que deambulan sin rumbo mientras son acosadas por espíritus sin nombre.

Si el Aqueronte [o el Estigia] es el umbral entre la vida y la muerte, Caronte es el Guardián del Umbral, es decir, un arquetipo que proporciona una prueba necesaria para demostrar el compromiso del héroe con su misión. Si no hay un obstáculo insalvable, no hay héroe. En la ficción, el Guardián del Umbral puede ser cualquier cosa que se interponga en el camino del protagonista, como un bosque o una montaña. En esencia, el Guardián del Umbral asume el papel de custodiar el paso desde el mundo ordinario al extraordinario, de lo conocido a lo desconocido, de lo familiar a lo inexplorado. Puede ser un guardián simbólico, pero siempre está estratégicamente ubicado en momentos cruciales del viaje del Héroe. Este Guardián, como Caronte, va más allá de su forma física, adquiere un significado simbólico dentro de la historia y su función es proteger el Umbral, cuyo cruce es análogo a los obstáculos y desafíos internos que el Héroe debe enfrentar y superar.

En la teosofía, que ha intentado mapear la existencia en el plano astral, existe la amenazadora figura del Morador del Umbral, que cumple la misma función  queel Guardián: custodia y protege el cruce hacia esferas superiores de existencia. A menudo se manifiesta como una imponente silueta espectral, un anciano: canoso, barbudo y encorvado, pero con un brillo distintivo en sus ojos.

Tanto el nombre de Caronte como su función son probablemente de origen semítico. El concepto de Barquero en los ríos subterráneos de la muerte era popular en el Cercano Oriente. En la epopeya de Gilgamesh nos encontramos con el barquero Urshanabi, quien ayuda al héroe a cruzar las Aguas de la Muerte [con propiedades análogas a las del Aqueronte] que separan el Jardín del Sol de la paradisíaca Isla de Utnapishtim. Los asirios y babilonios tenían a Hamar-tabal [a veces llamado Humuttabal]. Para estos últimos, tras el apropiado entierro del cuerpo el espíritu se trasladaba al inframundo, donde debía cruzar el río Hubur. Para ello se debía contar con la ayuda de Humuttabal, un barquero de cuatro manos y cuatro pies con cabeza de pájaro, quien transportaba a los muertos en su barca.

Es desconcertante, considerando las semejanzas de estas epopeyas con los poemas homéricos, que el motivo de cruzar un río subterráneo con la ayuda de un barquero estuviera ausente en la Odisea, aunque de hecho hay un viaje hacia el Oeste, hasta las aguas del Okéanos, el río que divide el mundo superior e inferior y que rodea el mundo entero. Pero Odiseo no necesita ningún barquero. Navega solo guiado por las instrucciones recibidas de Circe.

En la mitología egipcia, Anubis, el dios con cabeza de chacal, era responsable de la momificación y del transporte de los muertos al inframundo. Su función como guía de las almas lo identificó con Caronte durante el periodo ptolemaico, y, con la consolidación del cristianismo, con San Cristóbal. Este último comenzó siendo un gigante, llamado Offero, que trabajaba en la orilla de un río transportando a los viajeros al otro lado, no en un bote, sino sobre sus anchos hombros. Un día, Offero llevó a hombros a un niño cuyo peso aumentaba a medida que cruzaba el río. El niño se revela como Cristo y Offero recibe la iluminación. Desde entonces se le conoció como Cristóbal, que significa «portador de Cristo».

Las fuentes de Caronte en la Antigua Grecia son sorprendentemente escasas. Importa poco si fue un dios importado o una divinidad pre-helénica, terminó siendo una criatura bastante descuidada por la tradición literaria griega. Es probable que esto tenga que ver con la superposición de tareas. Originalmente, Hermes se encargaba de todo el trabajo, lo cual tiene cierta lógica. Además de ser el heraldo y mensajero personal de Zeus, el veloz Hermes podía atravesar mundos con facilidad; de hecho, era el único dios olímpico capaz de visitar el Cielo, la Tierra y el Hades, algo de lo cual solía alardear. Sin embargo, luego se limitó a conducir a los muertos hasta la orilla del Aqueronte, donde Caronte los subía a su barca. En este punto no debemos olvidar a un tercero involucrado en la transición de psique: Tánatos, la muerte misma.

Podemos pensar que la limitada presencia del Barquero es una señal de que estaba más allá del panteón oficial de dioses, o bien que él mismo se transformó en una Sombra, quizás la sombra de una idea, de un concepto prehelénico, quedando únicamente su función.

A diferencia de otros Psicopompos [«guías de almas»], Caronte no trabajaba gratis. Sus servicios tenían un precio y las personas que no podían pagar estaban condenadas a vagar por las orillas del Aqueronte. Los Psicopompos [de psyque, «alma»; y pompein, «conducir»] son espíritus o divinidades cuya responsabilidad es escoltar las almas recién fallecidas al más allá. Su función no es juzgar a los difuntos, sino simplemente guiarlos a su destino. Para Carl Jung, el Psicopompo es un factor psicológico que media entre el consciente y el inconsciente. Todas las mitologías han utilizado este símbolo para describir entidades que guían a los espíritus en su viaje al inframundo. Este Guía de los Muertos no es necesariamente una figura ominosa. El cuervo, por ejemplo, es visto como un Psicopompo en el folklore celta, y quizás en esta función es utilizado por Edgar Allan Poe en el poema: El Cuervo (The Raven).

En términos jungianos, el Psicopompo [como Caronte] entra en funciones cuando nuestro Ego pierde poder, y por lo tanto carecemos de confianza en nosotros mismos. Hasta ese momento, el Ego [aquello en lo que nos reconocemos como Yo] había sido el centro de nuestra experiencia de vida. Habíamos tomado nuestras elecciones, decidido nuestro camino, pero de repente nos encontramos en un callejón sin salida. Perdemos la fe en nosotros mismos y es como si toda nuestra energía vital se volviera regresiva. Es entonces cuando nuestra psique reacciona invocando a ese mediador cuya función es guiarnos, sacarnos de la situación. Las Sombras que se agolpan ante la barca de Caronte están en la misma situación: están desposeídos de todo, incluso de la capacidad de elegir. En estas condiciones no pueden seguir adelante sin la ayuda de un guía.

Caronte, Anubis, las Valquirias, incluso el arcángel Miguel, que pesa las almas antes que puedan entrar por las Puertas del Cielo, representan este fragmento psicológico que emerge en tiempos de transición. El Mito vincula al Psicopompo con la gran transición: el fin de la vida y la posibilidad de un más allá, pero está presente en situaciones menos dramáticas donde la conciencia, la certeza del Ego, no son tan claras. Los límites se desvanecen en los sueños y los contenidos subconscientes se precipitan hacia nosotros como las aguas del Aqueronte, el río de la miseria y la aflicción. Al despertar revertimos esa encrucijada liminal, volvemos a la confianza de ser quienes pensamos que somos. Cada una de estas transiciones revelan la flexibilidad de nuestra psique. Bailamos constantemente entre realidades.

Carl Jung sostiene que el Psicopompo surge cuando el Ego ha alcanzado un límite que no puede cruzar sin comprometer su integridad. Cuando el control de nuestra psique flaquea nos sentimos aterrorizados, pero esto permite que otros contenidos emerjan y nos guíen a buen puerto. Estas figuras internas de ayuda y guía aparecen en tiempos de dificultades y cambios, cuando estamos explorando una nueva forma de ser y las viejas estructuras se vuelven obsoletas. Este cambio requiere la muerte [simbólica] de lo que solíamos ser, el reino arquetípico del Psicopompo.

En Roma, el óbolo que debía colocarse en la boca del difunto para abonar a Caronte era conocido como viaticum [que puede entenderse como «provisión para el camino»]. Este término luego sería utilizado por la Iglesia Católica para la Eucaristía [donde se coloca una hostia consagrada en la boca], pero también para la Unción de los Enfermos [Extremaunción]. Es decir que el «viático», la costumbre precristiana del óbolo de Caronte, sigue siendo parte de los últimos ritos.




Mitología griega. I Mitología.


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El Hombre de Lino: análisis de «Silba y acudiré» [M.R. James]


El Hombre de Lino: análisis de «Silba y acudiré» [M.R. James]




En El Espejo Gótico hoy analizaremos el cuento de M.R. James: Silba y acudiré (Oh, Whistle, and I'll Come to You, My Lad), publicado en la antología de 1904: Historias de fantasmas de un anticuario (Ghost-Stories of an Antiquary).


«Se levantó rápido, pero el viento no amainó de inmediato. Continuó gimiendo frente a la casa, elevándose hasta convertirse en un grito tan desolado que, como dijo desinteresadamente Parkins, podría haber hecho que personas fantasiosas se sintieran bastante incómodas.»


Resumen: Parkins, el protagonista, un joven profesor de Cambridge, está a punto de embarcarse en unas vacaciones en la [ficticia] localidad de Burnstow, en la costa este de Inglaterra. Ha conseguido una habitación en la posada The Globe Inn, aunque le incomoda que tenga una segunda cama. Su habitación es la única con un ventanal que da al mar. Durante una cena en la universiad, un colega [arqueólogo] le pide que investigue los terrenos de una preceptoría templaria en ruinas, cerca de la posada, con el objeto de determinar si son aptos para una excavación.

Después de una partida de golf con el Coronel Wilson, otro huésped del Globe, Parkins procede a examinar la preceptoría. Descubre un agujero en la mampostería en el que encuentra un antiguo silbato de bronce. Cuando regresa a la posada a lo largo de la playa nota «la silueta de un personaje bastante confuso» en la distancia, quien parece estar tratando de alcanzarlo, pero sin ganar terreno. Después de cenar, Parkins inspecciona el silbato mientras está en su habitación. Limpia la tierra sobre una hoja de papel, la vacía por la ventana y observa un individuo «estacionado en la orilla, frente a la posada».

Luego, Parkins acerca el silbato a una vela y descubre dos inscripciones. De un lado aparece: FUR FLA FLE BIS, que no puede descifrar. Y del otro: QUIS EST ISTE QUI UENIT. Al tocar el silbato, Parkins nota una ráfaga de viento golpeando contra la ventana. y tiene una visión de «una extensión amplia y oscura en la noche», en medio de la cual ve una figura solitaria.

Insomne, Parkins experimenta visiones de un hombre corriendo y trepando por altos espigones mientras mira ansiosamente hacia atrás. Después de que el hombre cae al suelo, exhausto, Parkins ve la causa de su huida: «una figura con ropas pálidas y ondeantes, indefinida», que se mueve de una manera extraña y con una velocidad increíble. Al darse cuenta de que no puede disipar las visiones, Parkins decide leer, aunque cuando intenta concentrarse oye un sonido chirriante en el suelo, en dirección opuesta a su cama, tal vez ratas correteando. Al final, Parkins se duerme.

Mientras se prepara para irse, una criada le informa a Parkins que la otra cama de su habitación parece haber sido ocupada anoche. Las sábanas están «arrugadas» y las mantas están tiradas por el suelo. Parkins supone que debe haber revuelto las sábanas al desempacar. Luego se encuentra con el Coronel, a quien le cuenta sobre el silbato. El Coronel, que tiene «puntos de vista marcadamente protestantes», dice que «tendría cuidado en utilizar algo que perteneció a un grupo de papistas». Al regresar a la posada, Parkins y el Coronel se encuentran con un niño aterrorizado, quien [dice] acaba de ver una extraña figura blanca saludándolo desde la ventana de una de las habitaciones. Por la descripción que da el niño, Parkins se da cuenta de que la habitación es la suya.

Al investigar encuentra que la habitación está cerrada, pero las sábanas de la cama que no se utiliza [que esa mañana fueron ordenadas pore la criada] están desordenadas.

Esa noche, Parkins se despierta abruptamente. Ve una figura sentada en la otra cama. Se incorpora e intenta alcanzar su bastón. Mientras lo hace, el «personaje en la cama vacía» se coloca frente a la puerta, con los brazos extendidos. La aparición permanece inmóvil en las sombras durante varios minutos mientras el miedo de Parkins aumenta. Luego tantea a ciegas, encorvado, lanzándose hacia la cama de Parkins y palpando la almohada y las sábanas. Al darse cuenta de que Parekins ya no está en la cama, la aparición se traslada a un rectángulo de la habitación iluminado por la luna; La impresión de Parkins es la de estar viendo «un rostro horrible, intensamente horrible, de lino arrugado».

Parkins deja escapar un gemido de terror, revelando su ubicación junto a la ventana. La figura se mueve rápidamente hacia él, y Parkins retrocede, gritando, mientras esa cara espantosa «se acerca a la suya». En este punto, el Coronel rompe la puerta de una patada. Antes de llegar a la ventana, la aparición cae al suelo, formando un montón de ropa de cama, mientras Parkins se desmaya. Al día siguiente, el Coronel le quita el silbato y lo arroja al mar.

Eventualmente el Coronel colabora para quemar las sábanas, pero la obsesión de Parkins continúa. Está traumatizado por la experiencia y no puede soportar la visión de cosas como una túnica eclesiástica blanca colgada de una puerta o un espantapájaros solitario en el campo.

***


Análisis:

M.R. James nunca explica el significado de la inscripción FUR FLA FLE BIS, pero a la luz de la insripción en el otro lado del silbato [QUIS EST ISTE QUI UENIT], evidentemente es latín. Podría ser leída como una abreviatura de FURBIS, FLABIS, FLEBIS, que podemos traducir aproximadamente como «Robarás, soplarás, llorarás». Pero furbis no es del todo correcto en este contexto. Lo apropiado sería furari, aunque tampoco tendría demasiado sentido. Es probable que FUR sea simplemente FUR [«ladrón»], de modo que la frase podría interpretarse como: «Ladrón, si soplas este silbato te arrepentirás». Además del significado principal, M.R. James seguramente está jugando con la palabra latina bis, «dos veces», que es el número de veces que Parkins hace sonar el silbato.

En cuanto a QUIS EST ISTE QUI UENIT [«¿Quién es este que viene?»], podría ser una referencia a la Vulgata, más precisamente a Isaías 63:1: Quis est iste qui venit de Edom... [«¿Quién es este que viene desde Edóm?»]. La referencia, que es una especie de visión que Isaías tiene de Dios, añade: tinctis vestibus [«con la ropas enrojecidas»]. Volveremos sobre esto más adelante.

En nuestro análisis del cuento de H. Russell Wakefield: El triunfo de la muerte (The Triumph of Death), que homenajea al cuento de M.R. James, mencionamos que Silba y acudiré posee algunos tintes de acoso homofóbico. Antes de llegar a la posada, Parkins es atacado verbalmente por el «grosero señor Rogers», algunos años mayor, quien le sugiere ocupar la cama vacía «para mantener alejados a los fantasmas». El propio Parkins es representado como «poco varonil». En este contexto, Rogers intimida sexualmente a Parkins. Se invita a dormir con él para «protegerlo», como se protege a una mujer. Pero M.R. James parece ser inconsciente de esta subtrama.

Cuando Parkins visita la iglesia templaria en ruinas, y toca el silbato dos veces, a pesar de la advertencia en latín, no solo provoca al guardián sobrenatural, sino que no actúa como un profesor bien instruído [en la Biblia y en latín, cuyo conocimiento era un requisito para estudiar en Cambridge]. Parece, más bien, una típica damisela ignorante de la novela gótica o una protagonista de un cuento de hadas, una Caperucita Roja, digamos, que se sale del camino a pesar de las advertencias [ver: El Modelo «Caperucita Roja» en el Horror]

El fantasma o guardián del silbato, presumiblemente masculino debido al género gramatical utilizado en la inscripción latina, irrumpe en la habitación de Parkins y ocupa la segunda cama. A la mañana siguiente, cuando la criada le pregunta qué cama debería ordenar, ya que las dos están revueltas, M.R. James insinúa hábilmente el afeminamiento del protagonista. Parkins está «dando los toques finales a su traje de golf», es decir, está arreglándose [como una mujer], mientras la criada nota que la otra cama parece haber sido ocupada por alguien. No solo el lector puede inferir que Parkins ha aceptado la propuesta de Rogers de dormir en la otra cama, sino que la criada parece estar pensando lo mismo.


»—Por cierto, espero que pronto venga un amigo mío, un caballero de Cambridge, y ocupe la otra cama por una noche o dos. Supongo que todo estará bien, ¿verdad?

»—Oh, sí, sin duda, señor. Estoy segura de que no habrá problema —dijo la doncella, y se fue a reír con sus compañeras.


Parkins intenta poner fin a las especulaciones sobre sus hábitos nocturnos, pero no resulta convicente. Por eso la criada se va «a reír con sus compañeras». Un huésped que duerme en dos camas es suficientemente extraño como para ser debatido, pero uno que espera la compañía de otro hombre... bueno, ese es un dato jugoso. Lo cierto es que Parkins se siente avergonzado; y M.R. James se divierte al hacer que el joven profesor intente restaurar su dignidad varonil con un anacronismo: Parkins set forth [«Parkins partió»], como si se tratara de un caballero medieval en busca de aventuras.

En este caso, la aventura es jugar al golf con el experimentado Coronel. A pesar de las sabias advertencias del anciano, Parkins no se deshace del silbato, sino que lo guarda, incluso lo lleva a la cama. Un poco más tarde se despierta. Hay alguien en la otra cama:


«Con formidable rapidez se movió hacia el centro de la habitación y, mientras tanteaba, una esquina de sus cortinas pasó por el rostro de Parkins. No pudo (aunque sabía lo peligroso que era un sonido) contener un grito de disgusto, y esto le dio al buscador una pista instantánea. Saltó hacia él, y al momento siguiente estaba a mitad de camino a través de la ventana, lanzando grito tras grito en el tono más alto, y la cara de lino se acercó a la suya. En ese momento, casi en el último segundo posible, llegó la liberación: el Coronel abrió la puerta de golpe y llegó justo a tiempo para ver al espantoso grupo en la ventana. Cuando llegó a las figuras sólo quedaba una. Parkins se desplomó dentro de la habitación, desmayado, y, ante él, en el suelo, yacía un montón de ropa de cama.»


Es un pasaje vívido, y la escena en sí tiene algo de grotesco, con Parkins siendo abrazado por «un montón de ropa de cama». Pero, ¿qué intenta hacer el fantasma? El Coronel explica más tarde que ha visto algo parecido en la India. Pero el fantasma no parece estar tratando de tirar a Parkins por la ventana, como se especula, sino besarlo, como insinuó querer hacerlo el intimidante Rogers.

Es lícito preguntarnos porqué una historia con tan pocos detalles macabros, explicaciones vagas y casi nulo peligro se sitúa en la cima del cuento de fantasmas. Supongo que la respuesta se encuentra en la pregunta; porque es la vaguedad de Silba y acudiré, su falta de estructura, su cualidad casi surrealista, onírica, lo que destaca a esta historia, no solo del género, sino de otros grandes relatos de M.R. James. Cualquier anticuario puede descifrar la presencia vampírica del Conde Magnus, cualquier profesor puede lidiar con libros prohibidos y misteriosos grabados medievales, ¿pero qué puedes hacer con una cosa que no tiene sentido, que ni remotamente puedes empezar a comprender; una cosa que ni siquiera has visto con claridad, y que parece existir, o resonar, en los rincones más oscuros del subconsciente?

En este sentido, el fantasma de Silba y acudiré representa la sombra de la locura. Después de todo, Parkins es un hombre joven que se toma demasiado en serio su autoridad profesional, y evidentemente está aterrorizado de perder su dignidad. Antes de que ocurran los sucesos extraños en la posada, Parkins ya se encuentra en un terreno psicológico inestable: se muestra inseguro, angustiado, nervioso, y su encuentro con lo sobrenatural le proporciona el empujón final que su personalidad necesita para derrumbarse. Esto es una novedad para los protagonistas de M.R. James, pero un factor importante para que la historia continúe vigente. Hoy en día estamos habituados a sentir empatía por un personaje principal vulnerable y alienado [ver: E.A. Poe y la Locura como sublime forma de la inteligencia]

Silba y acudiré se apoya en el suspenso, la vaguedad y las implicaciones psicológicas, no en monstruosidades y revelaciones físicas. Quizás posee un tinte de parábola sobre la arrogancia intelectual y la desesperada soledad del ser, una soledad buscada antinaturalmente, ya que el deseo de Parkins parece ser la soledad: viaja solo, se aloja solo y explora solo. Rechaza ofertas de compañía, desprecia al único amigo que hace en Burnstow y duerme, casi desafiante, solo en una habitación doble. En cierto modo, Parkins expresa la advertencia de Nietzsche sobre mirar demasiado tiempo al abismo [porque el abismo te devuelve la mirada], que no es otra cosa que una advertencia contra dirigir la mirada introspectiva demasiado tiempo. Pero incluso cuando estamos solos con nosotros mismos todavía estamos en cierta clase de compañía. Es el Yo inexplorado, inconsciente, el que no querrías tener como compañero de cuarto.

Parkins en sí mismo se mueve en la liminalidad. Pertenece al ficticio St. James' College, y su especialidad académica es la Ontografía, el estudio [casi satírico] de la realidad y el estado del ser. Es, además, un racionalista. Cuando Rogers le hace la descarada broma sobre los fantasmas, Parkins lo sermonea diciendo que esos temas están por debajo de la dignidad de su cargo académico. Si bien sus colegas disfrutan de la creciente ira de Parkins, él no parece darse cuenta de esto y los considera justamente reprendidos.

Las ruinas templarias son un tema aparte. En un paseo, Parkins tropieza con unas piedras que, según cree, forman parte de las ruinas templarias. La base circular es visible, al igual que una base oblonga que imagina que es un altar. Hurgando en el altar con su cuchillo descubre una cavidad en la mampostería. Pone en su mano y palpa algo cilíndrico, que saca y se guarda en el bolsillo sin examinar en detalle. El tiempo está empeorando, así que se apresura a regresar a la posada. Mientras tanto, sus pensamientos se vuelven oscuros. El paisaje sombrío le recuerda las historias de fantasmas que leía cuando era niño, y se estremece al pensar en encontrarse con un ser de otro mundo. Evidentemente no aplica el mismo rigor racionalista en su monólogo interior. Mientras tanto, se da cuenta de que alguien lo sigue: una figura que parece estar corriendo pero que nunca gana terreno. Él mismo se siente cada vez más incómodo y echa a correr hacia la posada.

Después de cenar, examina el hallazgo: un silbato de bronce de diez centímetros con dos grabados en latín. Haciendo caso omiso de las marcas, le da un largo soplido y queda asombrado por su extraño y grave sonido [«tenía una cualidad de distancia infinita»]. De repente, el viento del mar sopla y golpea las ventanas. Parkins lucha para asegurarlas «como si estuviera haciendo retroceder a un ladrón robusto». Intenta dormir, pero cada vez que cierra los ojos su mente reproduce fragmentos de la visión de un hombre aterrorizado corriendo por la playa, saltando desesperadamente sobre los espigones. Este hombre no está identificado, pero la playa es la que visitó más temprano. Mientras Parkins observa, consternado, el hombre se desploma. De repente puede ver a su perseguidor bajando por la orilla: es una figura amorfa, compuesta de trapos blancos revoloteando, que anda a tientas [ver: Black Goo y otras monstruosidades amorfas en la ficción]

Parkins no puede obligarse a mantener los ojos cerrados, y la visión se corta antes de que la figura atrape al hombre. Enciende una luz. Aparentemente esto asusta a algunas ratas. Oye algo alejarse del costado de su cama, y lee hasta la mañana. Al día siguiente sermonea al Coronel cuando este habla de la tormenta de viento de la noche anterior y hace referencia a la superstición de silbar al viento. En medio de su sermón racionalista, Parkins señala que él mismo oyó un silbido anoche [derribando un poco todo su argumento] y le cuenta al Coronel sobre el silbato templario. El Coronel se alarma y advierte a Parkins que tenga cuidado de no involucrarse con lo sobrenatural.

Silba y acudiré seguramente seguirá resistiendo la prueba del tiempo. Su eficacia, creo, depende del hecho de tomar un cliché del relato de fantasmas [la sábana] y mezclarlo en una pesadilla confusa y retorcida. Como resultado, los antecedentes del misterioso compañero de cuarto de Parkins no sirven para echar luz sobre los hechos. Estos son apenas esperpentos envueltos en sábanas y sudarios que gimotean mientras arrastran sus cadenas, nada remotamente similar al tremendo viaje mental que Parkins debe atravesar.

Por alguna razón, es sencillo identificarse con Parkins; y aunque pocos de nosotros han encontrado un tesoro medieval [maldito, para colmo], todos podemos recordar un sueño perturbador en el que los objetos cotidianos cobran vida propia, o experiencias vívidas sobre sonidos y pensamientos intrusivos que no logramos reprimir. ¿Quién no se ha despertado en medio de la noche y confundido brevemente una sombra, un montón de ropa apilada sobre una silla, con la silueta de un huésped indeseado acechándonos en la oscuridad? [ver: El hombre al pie de mi cama]. Por eso no sorprende que M.R. James [como él mismo sostiene en el prólogo de Historias de fantasmas escogidas (Collected Ghost Stories)] se haya inspirado en una pesadilla tenida a los doce años sobre ropa de cama que cobraba agencia propia. Si bien la transferencia fiel de las emociones despertadas por una pesadilla es imposible, las buenas historias de terror siempre tienen una raíz autobiográfica.

En cuanto al pobre Parkins, puede que sea un sabelotodo y un aguafiestas, pero es un tipo bastante inofensivo cuya arrogancia está fundada más en su fe en la razón humana que en su propio intelecto. Es por eso que, al final de Silba y acudiré, no solo su ego es derrotado, sino su confianza en la racionalidad científica. Seguramente el hombre que regresó al salón de profesores de Cambridge estaba menos convencido de sus interpretaciones de la realidad y el papel de la humanidad dentro de ella.

Recordemos que Parkins es un estudioso de la [en ese momento ficticia] disciplina de la ontografía, que literalmente significa «estudio del ser», y que se ocupa de la filosofía de la relación de la humanidad con su entorno. Entonces, su visión del mundo está estrechamente ligada a la creencia de que podemos confiar en nuestros sentidos y que la realidad es objetivamente mensurable. Esto funciona muy bien para la vida práctica. Quiero decir, todos estaremos de acuerdo en que el fuego quema, que los perros ladran, que el sol es un sol, que comer y dormir son necesidades biológicas. Discutir estas verdades básicas sería coquetear con el gran enemigo filosófico de M.R. James: el relativismo.

Sin embargo, la realidad de Parkins no se basa sólo en su confianza en hechos científicos; implícitamente cree en todo lo que puede sentir, y rechaza como imposible aquello que no puede sentir. De ahí el trauma que le produce su fantasmagórico compañero de cuarto: Parkins está completamente despierto cuando ve la persecución del hombre por los espigones, y está plenamente consciente, y en presencia de un testigo [el Coronel], cuando es atacado por el Hombre de Lino. De hecho, el Hombre de Lino no solo se arroja sobre Parkins, sino que lo empuja hasta la ventana tratando de presionar su rostro «intensamente horrible» contra el suyo. Esta no es una confusión de los sentidos, una ilusión, un montón de ropa apilado en una silla que confundimos brevemente con un visitante nocturno: el Hombre de Lino lo está estrangulando. Pero incluso ante esta rotunda realidad, Parkins no tiene una explicación a la que aferrarse, nada que pueda utilizar para comprender a su atacante.

Las motivaciones del Hombre de Lino son un verdadero enigma, sin embargo, tenemos algunas pistas como para armar un esbozo de qué es y qué esta haciendo. En primer lugar, parece ser una especie de espíritu guardián establecido por los Templarios, y el silbato su dispositivo de invocación. No sabemos si los Templarios lo invocaban o si el silbato es una trampa para engañar a los saqueadores, pero el grabado en latín parece respaldar esto último.

En segundo lugar, el Hombre de Lino parece ser ciego, o al menos guiarse más por los sonidos que produce Parkins. Su comportamiento errático e impulsivo es similar al de otros demonios de M.R James, por ejemplo, los que pueden encontrarse en las historias del Canon Alberico y el Abad Thomas: es decir, seres subhumanos, apenas dotados de cierto grado elemental de inteligencia. Definitivamente no parece ser el fantasma de un individuo en particular, e incluso su relación con los Templarios no es concluyente. Podemos suponer que tiene alguna conexión con ellos por el lugar del hallazgo del silbato y el uso del latín, pero incluso esto es pura conjetura.

Solo tenemos un panorama bastante rudimentario de la naturaleza y las posibles motivaciones de la criatura. Los detalles más jugosos están fuera de nuestro alcance. Por ejemplo, cuando Parkins se retira de las ruinas templarias, mira hacia atrás y ve una forma humana que «parecía estar haciendo grandes esfuerzos para alcanzarlo, pero hizo poco o ningún progreso». Es decir, el Hombre de Lino parece querer perseguirlo, pero no logra reducir la distancia con Parkins. ¿Por qué? No tengo nada para aportar sobre esto. Evidentemente el Hombre de Lino existe fuera de la realidad en la que Parkins confía, e incluso parece ser presa de la mecánica del sueño, siendo el tratar de correr pero no avanzar un motivo clásico [ver: Significado de soñar con ser perseguido]

Es cierto, hay algunas pistas en el sueño en la playa. Si bien nunca se muestra que la cara del hombre que escapa sea la de Parkins, está implícito, sin embargo, tal episodio no se produce en la realidad objetiva. Es como si esta espantosa persecusión carente de movimiento tuviera lugar en otro plano, quizás el plano astral, sin la presencia física de Parkins. Si esto es así, el Hombre de Lino opera en dimensiones superiores que no tienen sentido en nuestra realidad. La mayoría de las historias de fantasmas lamentablemente prescinden de este elemento, como esperar que los espíritus respeten la física básica del tiempo y el espacio [ver: Borges, Lovecraft y el Feng Shui de la cuarta dimensión]

Sin embargo, en los cuentos de M.R. James podemos encontrar muchos perseguidores que superan las limitaciones de espacio/tiempo; es decir, persiguiendo pero sin preocuparese por alcanzar a sus víctimas en el plano físico. En El maleficio de las runas (Casting the Runes), El señor Humphreys y su herencia (Mr. Humphreys and His Inheritance) y Una advertencia para los curiosos (A Warning to the Curious), podemos encontrar ejemplos similares.

La siguiente pregunta, entonces, sería: ¿qué representa Parkins para el Hombre de Lino, y viceversa?

Lo más obvio es responder que la arrogancia intelectual de Parkins, su aislamiento social, son elecciones conscientes que lo han puesto en peligro, por ejemplo, al rechazar el gesto de Rogers, permitiendo que la otra cama permaneciera vacía, transformándose en una especie de incubadora a través de la cual el Hombre de Lino puede acceder a él. El segundo ejemplo de esa arrogancia intelectual se manifiesta en el rechazo de los intentos del Coronel de aconsejarlo. De hecho, el Coronel es el opuesto de Parkins: amigable y hablador; su personalidad transmite calidez social. La aparición del Coronel es decisiva para derrotar al Hombre de Lino. Como él mismo observa, parece que el único poder de la criatura es atemorizar. En cierto modo, los atributos del Coronel llenan el déficit moral de Parkins: su presunción y arrogante autosuficiencia. Si Parkins es el catalizador del Hombre de Lino, el Coronel es el antídoto.

Parkins es el tradicional personaje escéptico que descubre [demasiado tarde] que la realidad es más amplia de lo que cree, y llega a depender del Coronel, que si bien no es un ejemplo de humildad y mentalidad abierta, sí respeta los misterios del universo. Más profundamente, Parkins es el tipo de intelectual que considera que las cuestiones sociales son una distracción. Y es solo ante una experiencia sobrenatural que llega a comprender que la sociedad humana es una inversión necesaria para la supervivencia en un cosmos caótico e indiferente [ver: Cosmicismo: la filosofía del Horror Cósmico]

Esta noción es muy lovecraftiana, también la idea de que hay fuerzas poderosas e inhumanas, más allá de nuestra realidad, esperando entrar en nuestro mundo. Cuando Parkins, a pesar de las advertencias en los grabados, sopla el silbato, no solo abre un portal, sino que invita a entrar a los del Otro Lado. En este contexto, la sociedad humana y sus preocupaciones mundanas son una una especie de burbuja que nos aísla de lo desconocido, que siempre se asoma en los márgenes. Por eso, cuando el Coronel irrumpe en la habitación con su estilo cálido y humano, Parkins puede regresar a la burbuja que conoce y creer que está a salvo.

Sin quererlo, Parkins ha provocado todo esto al negarse a reconocer la presencia de lo sobrenatural. Ha ofendido al Otro Lado, y el Otro Lado ha cruzado para darle una bofetada. Es por eso que el Hombre de Lino no quiere arrojar a Parkins por la ventana. Lo estrangula, es cierto, pero lo que realmente está haciendo es presionar su cara contra la de Parkins, es decir, obligar a este último a mirarlo, a reconocerlo, a aceptar que existe.

De modo que, para Parkins, el Hombre de Lino es la prueba definitiva de un universo que desafía las explicaciones racionales. Sus movimientos caóticos, aleatorios, su falta de visión, su mudez, lo hacen extraño e inhumano. En lugar de hablar, o usar la vista para acercarse a su víctima, el Hombre de Lino tantea con sus extremidades envueltas en sábanas de una manera desorganizada y primitiva. Su ceguera, además, es un marcador literario tradicional que sugiere un nivel más profundo de comprensión: los hombres ciegos en la literatura clásica [como Homero, que significa «ciego»] a menudo subliman su sentido perdido de la vista, dándoles una capacidad casi sobrenatural de «ver» aquello que los ojos no pueden percibir, y así sentir [o tantear] las verdaderas dimensiones de la realidad.

En muchos aspectos, la audición es el sentido humano sobre el cual ejercemos menos control. Podemos mirar hacia otro lado si vemos algo que nos desagrada, pero somos incapaces de seleccionar lo que oímos y lo que no oímos. Estamos equipados con párpados, pero no hay defensa contra lo audible, no hay posibilidad de excluir el sonido. Incluso si nos tapamos las orejas, las vibraciones del sonido pueden sentirse, es decir, el sonido se vuelve algo palpable, corpóreo. El «rostro de lino arrugado», en esencia, es un rico mosaico sonoro compuesto de silbidos, viento y lamentos, sonidos que presagian, si no es que provocan, la crisis emocional de Parkins [ver: Lo olfativo, lo visual, lo auditivo y lo táctil en el Horror]

A su vez, el silbato templario escondido en una cavidad emite «un tintineo metálico» cuando el protagonista lo descubre, es decir, se lo oye antes de ser visto. Y en el momento en que guarda el silbato en el bolsillo y regresa a la posada, Parkins adquiere una mayor conciencia de los sonidos del mundo natural, como el «mar oscuro y murmurante», y sus pies que «traquetean» y «chocan» entre los guijarros. En resumen: Parkins puede desestimar e ignorar sus visiones, pero no puede escapar de su audición amplificada.


«Sopló tentativamente y se detuvo de repente, sorprendido y, al mismo tiempo, complacido por la nota que había obtenido. Tenía una cualidad de distancia infinita y, por suave que fuera, de alguna manera sintió que debía ser audible a kilómetros de distancia. Era un sonido, también, que parecía tener la cualidad (que comparten muchos olores) de formar imágenes en el cerebro. Por un momento tuvo muy claramente la visión de una vasta y oscura extensión nocturna, con un viento fresco y, en medio de ella, una figura solitaria. Tal vez habría visto más si la imagen no hubiera sido rota por la repentina ráfaga de viento contra su ventana.»


La descripción de un sonido que contiene una «distancia infinita», aunque su timbre es «suave», invoca una sensación de alteridad auditiva, una cualidad extraña que desafía las limitaciones de los sonidos mundanos. El efecto del silbato es tal que induce a Parkins el despertar de un nuevo sentido, una especie de imagen mental vívida. Absorto en su pequeño hallazgo arqueológico, Parkins vuelve a tocar el silbato:


«El sonido del silbato le había fascinado tanto que no pudo evitar intentarlo una vez más, esta vez con más audacia. La nota era corta, más fuerte que antes, y la repetición rompió la ilusión: no apareció ninguna imagen, como casi había esperado que ocurriera [...] ¿Pero qué es esto? ¡Dios! ¡Qué fuerza puede levantar el viento en unos pocos minutos! ¡Qué tremenda ráfaga! [...] Es suficiente para destrozar la habitación.»


El efecto producido por el primer silbido se rompe con la repetición, porque el propósito del silbato ya se ha logrado: invocar a la Guardián. De algún modo, esto también conecta a Parkins con la entidad, ya que puede ver esta «amplia y oscura extensión nocturna», en medio de la cual se encuentra la «figura solitaria», que luego es «rota» por el viento que azota la posada en respuesta al toque del silbato. Incluso el cínico [y, horror, ¡soltero!] Parkins está perturbado por este inquietante suceso auditivo. El viento repentino que responde al silbato adquiere cualidades antropomórficas: gime, corre, se eleva en un grito desolado.

El acto de silbar y el viento están conectados en el folclore [ver: Nunca silbes de noche]. Cuando el Coronel habla sobre la ventisca de la noche anterior, dice que «en mi antigua casa hubiésemos dicho que alguien ha estado silbando». El pragmático Parkins, por supuesto, desdeña tales comentarios, pero el Coronel, «poseedor de una voz de increíble fuerza» afirma que, sea o no una superstición, «creen en ello en toda Dinamarca y Noruega, así como en la costa de Yorkshire», lo cual sugiere que esta superstición tiene orígenes escandinavos. No estoy en posición de refutar o reafirmar el comentario del Coronel, pero en muchas novelas náuticas se insiste en que los marineros no silban en el mar, o cerca de él, por temor a que esto provoque una respuesta del viento.

Vale la pena destacar que uno de los atributos utilizados por M.R. James para delinear el personaje del Coronel como una persona de confianza es la posesión «de una voz de increíble fuerza». Aquí, la calidad sonora equivale a templanza, carácter y confiabilidad, marcadores hegemónicos de la masculinidad. Reducir el nombre del Coronel a su rango militar también sirve para fortalecer la idea de que es un hombre de razón, no un imbécil que se presta a cualquier superstición.

Por supuesto, el silbato no sólo ha convocado al viento, sino también a una entidad. A partir de este punto en la historia, lo auditivo se amplifica. Por la noche, Parkins percibe «ruido y movimiento» en la habitación. Enciende un fósforo y oye algo que corretea por el suelo [presume que son ratas, pero no las ve]. Es decir que lo visual escapa a la percepción mientras que lo auditivo está fuertemente presente. Al día siguiente, mientras regresan de jugar al golf, el Coronel y Parkins son interceptados por un niño «mudo de miedo» que, como un eco del viento de la noche anterior, comienza a «aullar» al contarles que ha visto a una figura en la ventana de la posada. Después de dormir profundamente durante una hora, «un ruido repentino» sacude a Parkins de su sueño «de una manera muy desagradable». Evidentemente, aquello que Parkins ha invocado anuncia su presencia auditivamente.

Lo auditivo y lo táctil pueden ser más aterreadores que lo visual, ya que su fuente permanece invisible. Es la sensación de algo presionado contra su cara, «crujiendo» incesantemente mientras lo obliga a retroceder hacia la ventana abierta, lo que provoca que Parkins sufra un brote psicótico y su posterior crisis de fe. En el momento solo atina a forcejar y a lanzar «un grito tras otro con el tono más agudo de su voz». Esto, evidentemente, lo hace más ubicable para el Hombre de Lino, pero también alerta al Coronel. Si este último no hubira intervenido, Parkins «se habría caído por la ventana o habría perdido el juicio». De este modo, una simple sábana animada es suficiente para que un impasible detractor de lo espiritual reevalúe sus creencias [ver: La biología de los Monstruos]

Por otro lado, el Hombre de Lino depende del tacto para moverse en nuestro plano. Esto, en apariencia, le da un tinte más humano, habida cuenta de que la mayoría de los animales no utilizan el tacto para cazar. ¿Es el Hombre de Lino una antigua inteligencia humana atrofiada o una criatura de una dimensión superior que no necesita ojos en su ambiente natural? No lo sabemos, pero sí podemos conjeturar que los sentidos de la vista, el gusto y el olfato están relacionados con placeres más refinados, pero el tacto, en el ámbito humano, parece estar casi enteramente relacionado con la exploración sexual. En la época de M.R. James, donde el sentido del tacto no se usaba típicamente para expresar afecto entre amigos y familiares mediante abrazos y besos, probablemente adquiría para el lector de aquellos años una asociación sexual.

En Silba y acudiré, además, el sentido del tacto del Hombre de Lino se expresa en el entorno íntimo del dormitorio, entre varones. Y dada la aparente ansiedad de Parkins respecto de sus pares masculinos [trata, con poco éxito, de mejorar su juego en el golf para integrarse con su círculo social], y de su vergüenza por la posible impresión que ha causado en la criada [estar hospedando a un compañero], el climax de la historia es tremendamente erótico. Incluso el título del relato está sacado de un poema de Robert Burns sobre dos amantes que deben encontrarse en secreto cuando su comunidad, que desaprueba esa unión, NO ESTÁ MIRANDO [siendo «ciegos», en cierto modo].

No estoy diciendo que Silba y acudiré es, en realidad, la historia de un hombre que convoca a un compañero de cama con un silbato, pero la subtrama homoerótica está ahí.

Por supuesto, podemos optar por aceptar o rechazar esta lectura dependiendo de nuestras preferencias, pero no se puede refutar que Parkins, al final, entiende que el universo [y, por extensión, su psique] está siendo tanteado por invasores no deseados, o por impulsos reprimidos tratando de abrirse paso en los momentos oscuros de la vida; y que la mejor defensa es tener a un buen amigo al lado.

Las persecuciones son frecuentes en los relatos de M.R. James. Como regla general, esta cacería implica que una criatura [no humana] persiga a un ser humano con un propósito desconocido, no necesariamente malévolo, porque lo que resulta fatal, o fronterizo de la locura, es la proximidad. El protagonista muere o se vuelve loco porque no puede soportar la cercanía, el toque del cazador, debido a una repulsión y un terror insoportables. Estas escenas pueden aparecer en un sueño [Silba y acudiré], o como una secuencia en un espectáculo de lámparas [El maleficio de las runas], o como grabados en una tumba [El Conde Magnus].

Tampoco podemos eludir el componente sexual de «soplar un silbato» templario, quienes fueron acusados de practicar la sodomía. Algunos biógrafos cuestionan la heterosexualidad de M.R. James, aunque la discusión está lejos de ser concluyente. Es cierto que M.R. James era un soltero empedernido [como Parkins] y que sus historias [como las de Lovecraft] no se caracterizan por incluir personajes femeninos, pero eso no significa que estuviera ocultando su propia homosexualidad. Sin embargo, en el mundo académico de M.R. James existía el temor constante de ser sospechado de tener inclinaciones homosexuales. Quizás el tema de ser perseguido por un varón que ocupa la cama vecina, o se oculta entre las sábanas, puede leerse como una evocación al miedo a las relaciones sexuales prohibidas, o al deseo de entablar tales relaciones. Una lectura freudiana ofrece una perspectiva completamente diferente sobre el tema de la agresión sexual en las historias de M.R. James: la ausencia de personajes femeninos podría ser evidencia del temor al sexo [ver: Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror]

El inglés linen [«lino»] está directamente asociado con la ropa íntima de cama, hecha de lino tejido. No creo que tenga ninguna connotación adicional en el contexto de esta historia, además de referir al ámbito privado de la alcoba; aunque tal vez M.R. James esté haciendo una broma aquí, porque underlinen, en Inglés Medio, significaba «vestido», y aludía a estar vestido con la ropa de lino para irse a la cama, y linen-lifter [«el que levanta el lino», es decir, «el que desviste»], era un término utilizado para designar a un hombre adúltero. No sería extraño que una mente de anticuario como la de M.R. James tuviera en cuenta estas implicaciones, pero en definitiva resulta bastante vago.

M.R. James era medievalista, pero en contadas ocasiones llevó a la Edad Media a sus relatos. En lugar de ambientar sus historias en escenarios góticos convencionales [castillos, abadías, catacumbas], las situó en la sociedad contemporánea. Creía que algunos de los fantasmas más memorables, como Scrooge y el padre de Hamlet, eran contemporáneos de aquellos a quienes embrujaban. Silba y acudiré es una excepción. Aquí tenemos una aparición antigua catalizada por miedos y ansiedades modernas; de hecho, la historia tiene algunas analogías con la vida del propio M.R. James. Él también fue un erudito que descubrió pequeños tesoros medievales, entre ellos, un fragmento de manuscrito que condujo a la excavación de una abadía de West Suffolk, donde se encontraron las tumbas de varios abades del siglo XII [perdidas desde la Disolución de los Monasterios].

Hay algunos paralelos intrigantes aquí. Los Caballeros Templarios fueron suprimidos y disueltos por la Iglesia bajo la presión del rey Felipe IV. Los monasterios ingleses se disolvieron y gran parte de su historia se perdió bajo la presión del rey Enrique VIII. Quizás M.R. James hace una pequeña broma interna al nombrar a Parkins profesor del ficticio St. James. Pero Parkins es menos incrédulo de lo que parece: su escepticismo es «sagrado» para él, es decir, su irreligión es su religión. M.R. James era anglicano, hijo de un clérigo y hermano menor de un archidiácono, y sus opiniones eran marcadamente tradicionales. En este sentido, las referencias religiosas y teológicas que impregnan Silba y acudiré tienen más importancia de lo que el narrador deja entrever. El Coronel tiene «opiniones marcadamente protestantes»; el vicario local es veladamente anglicano, tal es así que el Coronel piensa que es «un papista encubierto, si no un jesuita».

También es importante que Parkins, que representa al materialismo y los logros intelectuales del mundo moderno, se haya olvidado de la Biblia [no recuerda si los saduceos aparecen en el Antiguo o en el Nuevo Testamento] y confiesa que su latín está «un poco oxidado». Para un medievalista como M.R. James, el latín y las Escrituras estaban en el centro de sus intereses. Cualquier erudito universitario enfocado en el pasado, no en el materialismo moderno, habría reconocido la frase que aparece en el costado del silbato [«¿Quién es este que viene?»] como una cita bíblica, y la habría podido interpretar como una advertencia. La pérdida de este conocimiento ha dejado a Parkins espiritualmente vulnerable.

El escepticismo de Parkins se enmarca en términos bíblicos: el Coronel lo llama «saduceo» [quienes creían que no hay resurrección ni espíritu] y el Vicario celebra un servicio religioso en la fiesta de Santo Tomás Apóstol, quien dudó de la Resurrección, hasta que Jesús [resucitado] se le apareció y lo invitó a arrepentirse. Creo que M.R. James pretende que Parkins sea una especie de Tomás, y la actividad paranormal de esta historia como al propio Cristo invitándolo a que crea. No es caprichoso que la frase grabada en el silbato [«¿Quién es este que viene?»] provenga de 63:1. El que «viene» es Dios, no bajo una forma amorosa, sino como un conquistador que castiga a sus [arrogantes] naciones enemigas. Si esto es así, la frase del Coronel: «hay algo en el fondo de lo que estos campesinos sostienen y han sostenido durante generaciones», adquiere una nueva dimensión teológica.

Parkins está en un peregrinaje espiritual, pero no lo sabe. Si consideramos que el Hombre de Lino es, en parte, representativo de aquello que los campesinos «han sostenido durante generaciones» [la creencia en Dios], el título del cuento adquiere un nuevo componente. Como ya hemos dicho, el título proviene de un poema de Robert Burns [escrito en dialecto escocés], narrado por una chica, quien le advierte a su amante que mantenga en secreto la relación:


Pero ten cuidado cuando vengas a cortejarme,
sube por atrás y no dejes que nadie te vea,
y ven como si no vinieras hacia mí.


Al «Ven como si no vinieras a mí» [come as ye were na comin’ to me] le sigue el verso: «mira como si no me estuvieras mirando» [look as ye were na lookin’ to me]. En otras palabras: cortéjame, pero que no se note. ¿Acaso Parkins cumple el papel de la mujer y Dios es quien lo corteja en secreto? Esto haría que la conexión templaria sea más rica. Las normas templarias fueron escritas por San Bernardo de Claraval, quien también sostuvo que El Cantar de los Cantares interpreta alegóricamente a una mujer sulamita como el alma humana, y al amante como representante de Cristo. Si superponemos esto sobre el poema de Robert Burns, Parkins es la chica que, sin saberlo, pide a Dios que venga a salvarla [«¿Quién es este que viene?»], y Dios va, en secreto, bajo la forma de una aparición fantasmal, cumpliendo el pedido de «Ven como si no vinieras a mí».

Al final de la historia, Parkins no es exactamente salvado [convertido], pero «sus opiniones sobre ciertos puntos son menos claras de lo que solían ser». El narrador observa, tal vez con un toque de ironía, que Parkins está mucho más susceptible por aquellas cosas que le recuerdan al Hombre Lino, de modo que «ni siquiera puede ver una sobrepelliz colgada de una puerta». El narrador no habla de una camisa o un saco colgado, sino de una sobrepelliz, una vestimenta litúrgica, que ahora sí es investida por Parkins de un elemento espiritual. El noviazgo con Dios, el Hombre de Lino o el amante secreto de Burns, aún no se ha consumado al final de esta historia, pero evidentemente el romance ha comenzado.

A M.R. James no le importa dar una explicación de los acontecimientos. Ni el silbido ni la entidad que invoca están sujetos a la conjetura de los personajes [el Coronel no es Van Helsing], Todo lo que el lector sabe es que ambos están vinculados a los Templarios. La noción de que algo tan mundano como la ropa de cama pueda convertirse en vehículo de esta intrusión infernal es un lindo detalle. La sencillez de las sábanas [asociadas a los fantasmas victoriano] genera una sensación de traición: ¿cómo puede algo tan irrelevante comportarse de una manera tan agresiva e inhumana y quebrar todo nuestro sistema de creencias? El Hombre de Lino es un invasor, alguien que viene desde Afuera, por lo tanto, lo mundano, lo heimliche, no puede proteger al protagonista; De hecho, lo familiar se vuelve contra él [ver: Lo Siniestro en la ficción]

Sin embargo, nada de todo esto es superficial. El hecho de que el silbato no tenga un pasado conocido, sino que simplemente llegue al presente y abra una puerta al caos, genera un efecto demoledor, la idea de que el infierno puede desatarse por nada, en la más pacífica de las vidas, con el más endeble de los pretextos.




Taller gótico. I Más de M.R. James.


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