El Morador del Umbral: toda la oscuridad que acumularon tus reencarnaciones


El Morador del Umbral: toda la oscuridad que acumularon tus reencarnaciones.




No es extraño que la ficción se inspire en la mitología, e incluso en las religiones, para dar forma a sus Monstruos más entrañables. Sin embargo, en ocasiones se produce una dinámica inversa, y son las religiones, o por tal caso cualquier creencia espiritual más o menos organizada, quienes sustraen de la ficción algunos conceptos que, aunque ya estaban presentes en su teología, no se encontraban del todo definidos bajo una figura cabal.

Tal es el caso del Morador en el Umbral (Dweller on the Threshold), una figura incierta que sobrevuela las páginas más recónditas de la teosofía, y que podría definirse como la suma de toda la oscuridad que hemos ido acumulando en nuestras reencarnaciones.

Pero el verdadero origen del Morador del Umbral es la ficción, más específicamente la novela gótica de Edward Bulwer-Lytton: Zanoni (Zanoni), un personaje que básicamente encarna toda la oscuridad que una persona acumuló a lo largo de las encarnaciones que vivió.

Esta extraña figura luego regresaria a la ficción, y más precisamente a los Mitos de Cthulhu, en el relato: El que acecha en el umbral (The Lurker at the Threshold), escrito en colaboración entre August Derleth y H.P. Lovecraft.

El Morador del Umbral es mencionado por diferentes teósofos, incluida H.P. Blavatsky en su libro más célebre: La doctrina secreta (The Secret Doctrine). La elección del personaje de Bulwer-Lytton no fue casual. A este autor paradigmático de la literatura gótica se le atribuyen conocimientos asombrosos sobre esoterismo y ocultismo, además de un alto grado de iniciación en antiguas órdenes rosacrucianas.

La teosofía incorporó el concepto de Moradores (Dwellers) para darle un nombre y un contexto definido a la idea de que la oscuridad que se va desprendiendo de la persona, a medida que ésta evoluciona en sus sucesivas reencarnaciones, puede agruparse hasta formar una entidad independiente de la persona que la originó en primer lugar.

Hay que decir que Edward Bulwer-Lytton tampoco fue completamente original en este sentido. El término Moradores era frecuente entre nigromantes para referirse a ciertos dobles astrales, Tulpas, y toda clase de criaturas forjadas a partir de los residuos etéreos del ser humano.

En la visión teosófica, el Morador es algo así como una cáscara, un recubrimiento superficial, que el Ego Superior descarta cuando se dispone a encarnar una vez más. Estas cáscaras a menudo vagan sin destino por los yermos del Bajo Astral, pero en ocasiones logran reunir la fuerza suficiente como para reagruparse con sus deslucidas versiones anteriores, haciéndose cada vez más fuertes.

Esta oscuridad que se va acumulando en nuestras reencarnaciones (siempre que tomemos la precaución de creer, siquiera remotamente, en esta doctrina) finalmente le declara la guerra a la persona que la originó. El Morador ahora posee la fuerza para manifestarse de forma física ante la persona, y reclamar su dominio sobre el Ego.

Lo curioso es que, debido a la dinámica de su propia constitución, el Morador solo se manifiesta ante las personas nobles de corazón, precisamente aquellas que han logrado deshacerse progresivamente de su oscuridad a lo largo de las encarnaciones. Las personas malignas aun llevan esa oscuridad consigo.

Sentirse observado, sentir «presencias» estando solo, percibir sombras fugitivas que se mueven por el rabillo del ojo, son señales de que el Morador nos acecha. La persona comienza a elaborar pensamientos que no parecen ser enteramente suyos, y que ciertamente no se corresponden con su fibra moral.

Ahora bien, si el Morador está formado por la oscuridad que fuimos descartando a lo largo de nuestras reencarnaciones, ¿en qué constituye exactamente esa oscuridad?

Según la doctrina teosófica, esa oscuridad residual está conformada por las pasiones inferiores del cuerpo físico; es decir, por impulsos primarios, elementales, que el espíritu aprende a controlar a en sus sucesivas reencarnaciones. El principal de esos impulsos es el miedo, y por eso el Morador aparece como una criatura amenazante, oscura, que se cierne sobre la persona tratando de infundirle su propia naturaleza.

La influencia del Morador es, según quienes defienden su existencia, sumamente poderosa. No se trata de una larva, gusano o parásito del plano astral, cuya presencia puede responder a diferentes motivos, a veces azarosos, sino un ser que nos conoce realmente, que conoce nuestro lado oscuro, que es, literalmente, ese lado oscuro, o Sombra, según la psicología de Carl Jung.

Cuando el Morador se adueña de la persona, ésta tiende al desánimo, a la desesperación, al renunciamiento de las ambiciones más altas y nobles que nos ofrece la vida. Dominada por un miedo que no puede controlar, la persona se recluye más y más dentro de sí misma.

Según la teosofía, todos estamos llamados a matar nuestras pasiones y deseos elementales, no porque sean necesariamente malos en sí mismos, ya que muchos de ellos nos han permitido sobrevivir en algún eslabón evolutivo, sino porque estos impulsos son totalmente inadecuados para acceder a los planos superiores, donde no tienen ningún uso, como los pulmones en una criatura que habita los abismos oceánicos.

Y todos, en alguna reencarnación, deberemos enfrentarnos al Morador del Umbral. Algunos, quizá, ya lo han hecho en su actual encarnación, y el resultado de ese conflicto fundamental se evidencia en sus acciones.




Fenómenos paranormales. I Parapsicología.


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