El vampiro de Benefit Street: análisis de «La Casa Maldita» de Lovecraft.


El vampiro de Benefit Street: análisis de «La Casa Maldita» de Lovecraft.




Hoy, en El Espejo Gótico, analizaremos el relato de H.P. Lovecraft: La Casa Maldita (The Shunned House), escrito en octubre de 1924 y publicado originalmente en la edición de octubre de 1937 de la revista Weird Tales. Más adelante sería reeditado por Arkham House en la antología de 1939: El extraño y otros (The Outsider and Others).


[Esos hongos, grotescamente parecidos a la vegetación del jardín exterior, eran realmente horribles en sus contornos; parodias detestables de hongos venenosos y pipas indias, como nunca habíamos visto en ninguna otra situación. Se pudrieron rápidamente y en un momento se volvieron ligeramente fosforescentes; de modo que los caminantes nocturnos a veces hablaban de fuegos de brujas que brillaban detrás de los cristales rotos de las ventanas.]


Resumen:

El narrador anónimo encuentra irónico que, durante la estadía de Edgar Allan Poe en Providence, el maestro de lo macabro pasó muchas veces por cierta casa en Benefit Street sin reconocerla como un «símbolo de todo lo que es indeciblemente horrible». Por su parte, el narrador no ha tenido la dicha de tal ignorancia [ver: Poe y Lovecraft: dos miradas complementarias sobre el Horror]

La Casa Maldita lo ha fascinado desde la niñez. Su patio es espeluznante, con una hierba extrañamente pálida, árboles nudosos y una singular ausencia de pájaros. Su interior presenta la desolación, un largo abandono. Sin embargo, algunos curiosos suben de vez en cuando al ático mal iluminado. Nunca al sótano, porque el sótano era lo peor, a pesar que una puerta del lado de la calle ofrecía una salida rápida al exterior [ver: El Horror siempre viene desde el Sótano]

El hedor es más fuerte allí. Hongos blancos, fosforescentes, crecen en el piso de tierra y un extraño moho se extiende sobre la chimenea de piedra. A veces, el moho asume la forma de una figura humana encorvada, y en cierta ocasión nuestro narrador cree ver una exhalación amarillenta que se eleva hacia la chimenea.

El tío del narrador, un médico y anticuario llamado Elihu Whipple, también siente fascinación por la Casa Maldita. Eventualmente comparte los frutos de su estudio. La Casa fue construida en 1763 por William Harris. Poco después de que los Harris se mudaran, su esposa, Rhoby, dio a luz a un hijo muerto. Durante los siguientes 150 años, ningún niño nacería vivo en la Casa Maldita [ver: Psicología de las Casas Embrujadas]

De hecho, los niños y los sirvientes morían en la Casa Maldita a un ritmo antinatural, pareciendo consumirse. Rhoby pasó sus últimos años confinada en el piso de arriba, sufriendo violentos ataques durante los cuales gritaba que algo la miraba fijamente y, a veces, la mordía. En ocasiones Rhoby hablaba un francés crudo, un idioma que no conocía.

Por fin, un hijo sobrevivió lo suficiente como para mudarse a una casa más saludable. Planeaba dejar el lugar abandonado pero, después de su muerte, un familiar lo alquiló. La enfermedad y la muerte plagaron a los inquilinos, y en 1861 la Casa Maldita se fue desintegrando lentamente.

El narrador profundiza en sus investigaciones sobre la Casa Maldita. Descubre que Ann White, sirvienta de los Harris, alegó que un vampiro fue enterrado bajo el sótano, deleitándose con la sangre de sus habitantes. De hecho, las víctimas posteriores estaban inexplicablemente anémicas. El narrador también se entera de que la tierra fue arrendada originalmente a Etienne Roulet, un refugiado hugonote. Etienne era aficionado a los libros prohibidos y realizaba dibujos y diagramas sumamente raros. Su hijo, Paul, provocó una disolución que acabó con la familia. El nombre Roulet resuena en la memoria del narrador. ¿Podría estar relacionado con el infame Jacques, quien en 1598 fue condenado por asesinar a un niño en forma de hombre lobo?

Por la noche, el narrador visita el sótano de la Casa Maldita. El moho frente a la chimenea parece una figura humana acurrucada, y el vapor que se eleva adquiere una silueta vaga y parece mirarlo con avidez. Al escuchar esto, Whipple, su tío, insiste en que mantengan una vigilia conjunta, preparados para destruir el horror. No es que crean en vampiros u hombres lobo. No, tienen una teoría más «científica». ¿Qué sucedería si en otros planos hay «modificaciones desconocidas y sin clasificar de la fuerza vital y la materia atenuada» lo suficientemente fuertes como para manifestarse en nuestro plano? ¿Y si algún «núcleo extraño de sustancia o energía» pudiera sostenerse de la fuerza vital de los seres vivos e incluso poseerlos? Obviamente, necesitarán un aparato que produzca suficiente «radiación de éter» para atacar a un monstruo energético y, en caso de que el monstruo resulte más sustancial, dos lanzallamas.

Así armados, el narrador y Whipple acampan en el sótano. El narrador realiza la primera observación. La atmósfera fétida lo oprime, pero no sucede nada alarmante hasta que Whipple, dormido, se inquieta. ¿Qué tipo de sueños hacen que su amable rostro asuma esas expresiones aberrantes? ¿Está murmurando en francés? Luego se despierta y grita: «¡Mi aliento, mi aliento!»

De las confusas imágenes de sus sueños, Whipple recuerda la sensación de estar acostado en un pozo abierto con una multitud mirando hacia abajo. Simultáneamente sintió que alguna presencia buscaba poseer sus funciones vitales. El narrador también sueña con ser atado por personas sedientas de su sangre. Un grito lo despierta con mayor horror. La luz vaporosa de un cadáver emana del suelo fungoso, vagamente antropoide, pero con la sugerencia de ojos de lobo. Envuelve a Whipple, que se disuelve en una «plasticidad aborrecible». Frente a él se manifiestan los rasgos de las otras víctimas de la Casa Maldita.

Los lanzallamas parecen inútiles, y la radiación de éter no afecta el vapor. El narrador huye y vaga sin rumbo fijo hasta el amanecer.

Un par de días después, el narrador vuelve al sótano con pico y pala, seis garrafas de ácido sulfúrico y una máscara de gas. Cava delante de la chimenea y, a unos cinco pies de profundidad, descubre una «semipútrida gelatina cuajada». Su raspado revela una forma similar a «un gigantesco tubo de estufa». Desesperado, vierte el ácido frenéticamente sobre el codo titánico de la cosa enterrada. El vapor de color amarillo-verdoso se eleva. En College Hill, la gente asume que los vapores virulentos provienen de algún derrame de una fábrica y el rugido subterráneo de alguna tubería de gas rota. Para cuando el narrador vuelve a llenar el hoyo, los extraños hongos se han marchitado hasta convertirse en un polvo grisáceo.

Habiendo vencido a la entidad diabólica, el narrador derrama lágrimas. La próxima primavera, el propietario de la Casa Maldita podrá alquilarla. En el patio, los árboles centenarios dan pequeñas manzanas dulces y los pájaros cantan de nuevo en sus ramas.


La Casa Maldita de H.P. Lovecraft es un verdadero festival de hongos, moho y putrefacción. No obstante, el flaco de Providence elige con precisión los momentos para describir estos elementos. El efecto está bien logrado; no pierde impacto con la repetición. Menos feliz es el cliché de los sirvientes y la gente del campo «supersticiosa», propensa a difundir rumores absurdos, y que al final son las únicas personas que se dan cuenta de que algo antinatural está sucediendo en la Casa Maldita.

Si bien no existe una conexión directa entre La Casa Maldita con ninguna entidad o evento que aparezca en otros lugares, la justificación científica de la «emanación» es profundamente afín a los Mitos de Cthulhu.

La Casa Maldita tiene una trama real, lo cual siempre es emocionante cuando se trata de un cuento de Lovecraft; y el narrador está directamente involucrado en esa trama tanto emocional como físicamente. Pero hay una trampa: la historia comienza con una observación intrigante sobre el horror y la ironía, que no lleva exactamente a ninguna parte a menos que la última parte de la historia sea de alguna manera irónica [ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror]

Por otro lado, la emanación vampírica es realmente espeluznante, y los detalles [gente que de repente habla francés antes de morir, la «cosa que mira fijamente» de Rhoby] son exquisitos. La muerte de Whipple también es aterradora, y su rostro cambiante al final sugiere que la criatura no solo succiona la vida, sino la identidad de sus víctimas [ver: Regan MacNeil vs Lovecraft: el fenómeno de la posesión en la ficción]

El uso del francés es un toque distinguido. Está bien justificado por la historia y tiene sentido en su contexto. Por otro lado, ¿hay alguna historia de Lovecraft en el que alguien que hable otro idioma no termine mal? Pienso en el lenguaje balbuceante de los nativos de Innsmouth, el rechazo irreflexivo de las lenguas de los inmigrantes en todas las historias de Nueva York. Es obvio que esta es una de las cosas que a Lovecraft le causaban escalofríos: gente no habla inglés [ver: Lovecraft y las lenguas prehumanas]

Otro motivo repetitivo en los relatos de Lovecraft es esta noción del reconocimiento del horror de acuerdo a la clase social. Todos, excepto los miembros de las clases altas, parecen preservar tradiciones que se acercan bastante a la aterradora verdad, pero siempre es esa clase alta la que finalmente logra hacer algo al respecto, incluso mientras pasa buena parte del tiempo en un estado de negación. Son los «ignorantes» y «supersticiosos» los que tienen el verdadero conocimiento, pero de algún modo le corresponde a la aristocracia ocuparse del mal preservado en aquellas «habladurías». Es un tropo extraño y de doble filo que todavía se usa. La clase alta parece estar convencida de que todos los demás saben algo que ellos ignoran, y que probablemente sea mejor así [ver: Lovecraft y el miedo a la pobreza]

Hay algo de «ciencia» en La Casa Maldita. Tenemos una charla tecnológica bastante extensa aquí. Además de ser un motivo interesante para sostener el argumento, es un gran resumen de las suposiciones subyacentes de los Mitos de Cthulhu; esto es: la percepción humana cubre solo la fracción más pequeña y segura de la realidad, pero hay cosas que no están hechas de la misma materia que nosotros y que no siguen las mismas leyes físicas; sin embargo, aún pueden vernos como alimento. Aquí tenemos un poco de optimismo, en el sentido de que la ciencia humana puede derrotar, a pequeña escala [con algo de suerte y un costo elevado] algo que no puede comprender.

Creo que Lovecraft advirtió rápidamente que La Casa Maldita se aproximaba peligrosamente al modelo convencional de relatos de casas embrujadas. Quizás por eso hace que el narrador señale con ironía los tropos obvios del género: cadenas que se arrastran, puntos fríos, rostros espectrales que se asoman por las ventanas. Y si bien hay algo de vampirismo casual en los cuentos de Lovecraft [Curwen necesita beber sangre después de su reanimación], La Casa Maldita también tiene un enfoque afín al relato de vampiros clásico. Y, al igual que en En el caso de Charles Dexter Ward, tenemos una buena dosis de geografía de Providence y secretos de peregrinos enterrados, aunque aquí Lovecraft se las arregla para llegar al grano bastante más rápido que la novela.

Ahora bien, la casa embrujada por excelencia de la ficción del siglo XX es, por supuesto, Hill House, de Shirley Jackson; curiosamente, mucho más lovecraftiana que la Casa Maldita, con sus arquitectura extraña y una disposición cambiante de ángulos, pasillos y habitaciones [ver: ¿Hill House pertenece a los Mitos de Cthulhu?]. Por el contrario, la Casa Maldita que construyó el señor Harris posee una arquitectura estándar para la Nueva Inglaterra de mediados del siglo XVIII. No es intrínsecamente una casa cuya arquitectura nos invite a pensar en ella como algo orgánico [ver: La verdadera Entidad que se esconde Hill House]. De hecho, a pesar de su estado de abandono, parece estar en condiciones de ser alquilada, salvo por pequeños detalles, claro, como el moho en el sótano, los hongos y esa emanación vagamente humana [ver: La Casa como entidad orgánica y consciente en el Gótico]

No es descabellado pensar que el trasfondo de esta historia de vampiros en Rhode Island haga referencia al infame caso de Mercy Brown, víctima póstuma del pánico vampírico de Nueva Inglaterra. 

Un brote de tisis revivió los viejos temores acerca de los vampiros, a pesar de que Robert Koch ya había descubierto el agente causante de la tuberculosis diez años antes, pero en 1892 la superstición aún podía llevar a la gente a exhumar cadáveres y buscar signos de frescura antinatural en ellos. Después de que la familia Brown sufriera varias muertes por «consunción», y con un hijo afectado, algunos vecinos persuadieron a George Brown de desenterrar a su esposa y sus dos hijas. Mary Brown y su hija estaban en perfecto estado de descomposición, pero Mercy, que había estado en una cripta helada durante dos meses, estaba sospechosamente bien conservada. ¿Qué haría cualquier persona sensata sino quemar ese cadáver, mezclar las cenizas con agua y dárselas a beber al hermano enfermo?

A pesar de estas medidas sensatas, el muchacho murió.

Lovecraft no menciona a la pobre Mercy Brown por su nombre, aunque sí nombra a una víctima de la Casa Maldita: Mercy Dexter. Jacques Roulet, otra figura histórica, recibe un reconocimiento. Era el hombre lobo de Caude, sobre quien Lovecraft leyó en Mitos y hacedores de mitos (Myths and Myth-Makers), de John Fiske. Debido a que se describe que el monstruo de la Casa Maldita tiene «ojos de lobo», Lovecraft parece mezclar las figuras del vampiro y el hombre lobo. No es inaudito: los vampiros a menudo cambian de forma. Al Drácula de Bram Stoker le gusta transformarse tanto en lobo como en murciélago. También puede disolverse en vapor cuando lo considera conveniente [ver: El «Drácula» de Stoker no está inspirado en Vlad Tepes]

A fines del siglo XIX, decíamos, hubo un brote de histeria con los vampiros en Nueva Inglaterra, más precisamente en las áreas rurales del sur de Rhode Island. Algunos atribuían numerosos casos de personas que morían de enfermedades debilitantes [probablemente tuberculosis] al trabajo de los vampiros, y que se manifestaban a través de las brumas que emanaban de las tumbas de algunos de los recientemente fallecidos. Hay al menos algunos casos documentados de tumbas exhumadas en un intento por detener las muertes. La histeria se había desvanecido poco antes del nacimiento de Lovecraft, pero no es sorprendente que un anticuario como él hubiera investigados esos sucesos, e incluso interrogado a sus mayores al respecto.

Dejando a un lado estas características familiares, el vampiro de La Casa Maldita de Lovecraft se encuentra entre el folclore y la ciencia. Las causas sobrenaturales de la enfermedad de la Casa Maldita están implícitas: está envenenada por un reviniente malvado o por un hechicero no-muerto, sobre cuya tumba impía se levanta toda la estructura. Sin embargo, el narrador y su tío erudito tienen otra teoría, más adecuada para la ciencia ficción [y los Mitos de Cthulhu] que para el horror. No creen en vampiros u hombres lobo per se, pero especulan sobre «modificaciones de la fuerza vital o materia atenuada» que pueden manifestarse en dimensiones terrestres, alimentarse de las fuerzas vitales de los humanos y, presumiblemente, de otros animales. Como esos pájaros ausentes.

En tres años, Lovecraft imaginará otro vampiro, esta vez completamente enérgico, y se llamará El Color que cayó del espacio. En La Casa Maldita se insinúan algunos tropos embrionarios. Por ejemplo, nuestro narrador ya se pregunta si el vampiro energético en el sótano es «activamente hostil» o si se alimenta por «motivos ciegos de autoconservación». Es decir, ¿podría ser simplemente uno de esos misterios de la inmensidad cósmica que cae por casualidad a la tierra, causando estragos no porque sea un demonio malévolo sino porque, como nosotros, solo quiere vivir?

Al final [salvo por el pobre tío Whipple] todo termina bien en Providence, y tenemos un desenlace encantador en el que los árboles nudosos dan manzanas dulces y los pájaros vuelven a sus ramas para anidar. En este sentido, el final de La Casa Maldita se asemeja a Y ningún pájaro canta (And No Bird Sings) de E.F. Benson, en el que un bosque embrujado eventualmente se limpia de todo mal, y todo eso se evidencia en un par de petirrojos que vuelven a cantar. Estas son, sin dudas, las líneas finales más sentimentales de cualquier historia de Lovecraft.

Es interesante mencionar que la Casa Maldita todavía existe. Lovecraft utilizó el número 133 de Benefit Street, Providence, donde una de sus tías vivió durante un par de años, pero la inspiración real fue una casa en Elizabethtown, Nueva Jersey, en la esquina de Bridge y Elizabeth. En este relato, el flaco de Providence establece cuidadosamente el escenario con detalles sobre la estructura y la historia de la casa; incluso presta atención al paisajismo, en particular a la vegetación y las formas extrañas de los árboles y las raíces. Estas descripciones son, en cierto modo, un microcosmos de los paisajes más terroríficos que encontraremos en historias como El horror de Dunwich (The Dunwich Horror) y El horror oculto (The Lurking Fear), entre otras. Lovecraft es un maestro en imbuir toda una región geográfica de maldad y amenaza a través de la descripción de su terreno y vegetación. En La Casa Maldita, sin embargo, su atención se centra úncamente en el patio de la casa de Benefit Street [ver: ¡Vamos a Arkham!: Lovecraft y sus paisajes]

Vale la pena mencionar que Lovecraft desarrolló su historia a partir de dos leyendas urbanas. Una de ellas cuenta que la verdadera casa de Benefit Street se construyó sobre un antiguo cementerio, en el que todas menos dos de las tumbas fueron transferidas al North Burial Ground. Las dos tumbas restantes contenían los cuerpos de un francés y su esposa. En La Casa Maldita de Lovecraft, algunos afirman haber escuchado a la señora Harris, una futura ocupante, gritar en francés desde una ventana superior cuando estaba histérica de dolor por la muerte de sus hijos. También es sorprendente que los personajes de la historia sean nombrados de manera que hagan referencia abiertamente a los abuelos maternos del autor. Esto, y las incesantes referencias a la enfermedad y la muerte [ambos padres de Lovecraft murieron jóvenes] seguramente hacen que uno se pregunte si la Casa Maldita es, en cierto sentido, la casa de Lovecraft [ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft]

En cierto modo, La Casa Maldita tiene algunas similitudes con Desde el más allá (From Beyond), con todos sus dispositivos tecnológicos y uno de los dos investigadores agonizando [ver: ¡No te metas con la glándula pineal!]. Sin embargo, esa similitud también señala un evidente agujero en la trama de esta historia. En Desde el más allá, el narrador es detenido brevemente bajo la sospecha de haber asesinado a su colega. Aquí, el tío se disuelve en un charco de grasa y a nadie le importa. El narrador nunca tiene que explicar la desaparición de su tío. Quiero decir, varias personas sabían que iban a pasar la noche en ese sótano. Luego, el narrador compra un pico y una pala y mucho ácido. No olvidemos que probablemente es el principal heredero de Whipple. ¿Y nadie hace preguntas sobre todo esto?

Tal vez sea el caso de un narrador poco confiable. Si alguien en la vida real hubiera contado esta historia, nadie creería que algún tipo de monstruo disolvió al tío; menos que el narrador haya cavado un pozo y encontrara el codo de un monstruo gigante y finalmente vertiera ácido sobre él. Si algo disolvió al tío fue el ácido. ¿Es esta la ironía a la que se refiere Lovecraft al principio de La Casa Maldita? Desde esta perspectiva, toda la historia parece una tapadera para enmascarar el horrible asesinato que cometió el narrador. Nada nos impide imaginar que el hermoso desenlace solo está en su cabeza, mientras se sienta en la prisión imaginando los árboles con manzanas dulces y los pájaros que regresan a sus nidos [ver: Las «familias extrañas» de Lovecraft]

Pero, vamos, Lovecraft no iría por este camino. ¿No? Quiero decir, ¿alguien ha considerado que la cosa cilíndrica enterrada debajo del sótano podría ser similar al pólipo mencionado en La Llamada de Cthulhu. Ambas criaturas influyen en los sueños de las personas y viven bajo tierra. Además, el pólipo de La Llamada de Cthulhu era adorado por extraños demonios con forma de murciélago, similares a las criaturas que el narrador tiene miedo de molestar en El ceremonial (The Festival). Siempre me pareció que la discusión sobre los pólipos en La Llamada de Cthulhu era un poco extraña, incluso fuera de lugar, pero tal vez estaba conectada con otras historias.

En cualquier caso, La Casa Maldita representa una fase de transición en la ficción de Lovecraft, ya que su trabajo evolucionó desde los típicos cuentos góticos al estilo de Edgar Allan Poe hasta las historias de los Mitos de Cthulhu. De hecho, incluso una lectura superficial de La Casa Maldita revela tanto un reconocimiento al genio de Poe como una aceptación del hecho de que su estilo gótico era inadecuado para la expresión del horror en el mundo moderno del realismo y la ciencia. Si bien a menudo se la clasifica como una historia más de vampiros, La Casa Maldita ayuda a definir la naturaleza del horror al contrastar las historias de Poe, Dunsany y otros, con el cinismo realista de la ciencia. El resultado, una ironía del horror, preparó el escenario para las historias de los Mitos que vendrían luego.

La ironía es el elemento más crípico de La Casa Maldita. Repasemos su misterioso comienzo:


[Incluso en el mayor de los horrores, la ironía rara vez está ausente.]


Luego, Lovecraft dedica una página entera a explicar la ironía. Esto parece muy inusual viniendo de un autor que escribió en 1926:


[La ironía solía interesarme cuando era más joven y me impresionaba más la vacuidad de las cosas que castiga, pero hoy en día las hipocresías no me parecen lo suficientemente importantes como para justificar el esfuerzo artístico en su contra.]


Obviamente, Lovecraft usó la ironía de una manera muy diferente. De hecho, para Lovecraft, el horror puede haber sido el único tema lo suficientemente importante como para ser digno de una ironía artística.

Al expresar su concepto de ironía, Lovecraft desarrolla la imagen de Edgar Allan Poe, el gran maestro de lo macabro que sueña con fantasmas y mazmorras mientras camina por Benefit Street. A propósito, cuenta la leyenda que Poe vio por primera vez a Sarah Helen Whitman durante sus paseos por Benefit Street en el verano de 1845. En otras palabras, Lovecraft desarrolla su historia de terror justo debajo del lugar donde Poe alguna vez caminó despreocupadamente. Por supuesto, Lovecraft no trata de degradar a Poe de ninguna manera, sino insinuar que, incluso el estilo y las palabras de un genio, no pueden rivalizar con los horrores ocultos debajo de la superficie de la realidad [ver: «El Extraño» de Lovecraft como secuela de «La Casa Usher» de Poe]

Sin embargo, la ironía establece una oposición entre el realismo [y la ciencia] y lo sobrenatural. En este sentido, La Casa Maldita desdibuja los límites tradicionales entre los dos y, después de explorar los dos polos, Lovecraft coloca el verdadero horror del lado del realismo, y a Poe, el romántico, como alguien que subestimó lo real [ver: «In Articulo Mortis»: Poe, Lovecraft y algunas opciones para retrasar la muerte]

No obstante, este horror tradicional de Poe impregna el trasfondo de La Casa Maldita y nos genera la [primera] impresión de ser una típica historia de vampiros. Este punto de vista tradicional se expresa en las leyendas de la «gente común», que cree que la casa está habitada por vampiros u hombres lobo. La teoría de los vampiros, que expresa ironía por ser a la vez «la historia más extravagante y al mismo tiempo más consistente», representa un horror sobrenatural sin base científica [como el de E.A. Poe]. Ann White, la sirvienta que defiende la explicación de los vampiros en la historia, no necesita ninguna investigación científica para desarrollar su teoría. En contraste, encontramos la teoría de algún tipo de enfermedad explicable causada por la propagación de hongos dentro del sótano. Si bien esta teoría es bastante fácil de creer, no explica todos los sucesos extraños en Benefit Street, como por qué las víctimas balbucean en francés antes de morir [ver: Lovecraft y las lenguas extraterrestres]

Cabe señalar que la Casa Maldita, incluso con sus posibilidades vampíricas, no contiene ninguno de los adornos góticos tradicionales, los detalles al estilo de Poe que uno podría esperar en una historia de terror, como el arrastre de cadenas y «rostros espectrales que se asoman por las ventanas». En cambio, Lovecraft se planta ante su adorado maestro, Poe, y afirma:


[No éramos, como he dicho, en ningún sentido infantilmente supersticiosos, pero el estudio científico y la reflexión nos habían enseñado que el universo conocido de tres dimensiones abarca la mínima fracción de todo el cosmos de sustancia y energía.]


El narrador decide tratar el tema con «profunda seriedad», y comienza sus investigaciones basándose tanto en la historia como en la ciencia:


[Decir que realmente creíamos en vampiros u hombres lobo sería una afirmación descuidada. Más bien hay que decir que no estábamos preparados para negar la posibilidad de ciertas modificaciones desconocidas y no clasificadas de la fuerza vital y la materia atenuada.]


El horror, dice Lovecraft, no tiene nada que ver con las casas embrujadas tradicionalmente retratadas en la literatura gótica, sino que existe dentro de los dominios de la ciencia, y explora posibilidades en áreas que la ciencia aún no conoce. El narrador sostiene que una entidad maligna «seguramente no es una imposibilidad física o bioquímica a la luz de una ciencia más nueva que incluya las teorías de la relatividad y la energía intraatómica». Irónicamente, su fantasía se basa en un concepto y, en su intento de mostrar la falta de conocimiento realista del hombre, habla de una verdad realista. Por eso el narrador utiliza tecnología moderna para combatir al monstruo.

En lugar de armarse con estacas de madera, crucifijos y ajo, el protagonista utiliza un lanzallamas y un mecanismo científico novedoso «adquirido en los laboratorios de la Universidad de Brown». Y, a diferencia de la mayoría de los narradores de Lovecraft, el protagonista de La Casa Maldita tiene éxito: logra librar al mundo del monstruo, aunque a costa de la vida de su tío. El vampiro es destruido por medios científicos en lugar de magia o supersticiones.

Este concepto elimina a La Casa Maldita del terror tradicional y lo coloca dentro del ámbito de la ciencia ficción, pero no me parece que haya que ser demasiado rígido aquí. Al reconocer el realismo del horror, Lovecraft descubrió su ironía: que la ciencia y la verdad son más aterradoras que cualquier cosa que podamos evocar de lo sobrenatural. Después de todo, si reconocemos que la raza humana es sólo una minúscula parte de un vasto universo, otros puntos de vista no humanos pueden ser más importantes en el esquema cósmico de las cosas. En este sentido, según Lovecraft, las teorías de Einstein podrían interpretar el terror más adecuadamente que la ficción de Poe, no importa cuán bella sea esta última [ver: Einstein, la Relatividad y los Antiguos]

A pesar de todo esto, sin dudas interesantísimo, el propio Lovecraft consideraba que La Casa Maldita era un relato mediocre. Es cierto que su extensa descripción de las genealogías es excesiva, la trama se establece demasiado tarde y el protagonista derrota al monstruo con estremecedora facilidad; sin embargo, brinda una base para un nuevo tipo de historia de terror que incorpora tanto la ciencia ficción como el horror. Tanto es así que el horror científico y realista se convertiría en la marca registrada de los Mitos de Cthulhu [ver: Horror Cósmico: el universo conspira para destruirnos]




H.P. Lovecraft. I Taller gótico.


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